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LA AUTORIDAD Y LAS REGLAS Autoridad y reglas son a menudo consideradas en su faceta negativa, asociadas a los sistemas represivos de las sociedades...

LA AUTORIDAD Y LAS REGLAS Autoridad y reglas son a menudo consideradas en su faceta negativa, asociadas a los sistemas represivos de las sociedades con formas de gobierno totalitarias. Diversas orientaciones educativas han estado influenciadas por una reflexión sobre tales sociedades, dado que en su seno las modalidades de educación de los niños han estado impregnadas efectivamente de excesos en el ejercicio del poder de los educadores −padres y maestros−(ver por ejemplo, los importantes e ilustrativos análisis que Alice Miller desarrolla al respecto en C’est pour ton bien. Entre las más famosas, recordemos a Summerhill como una de las propuestas más representativas de esa búsqueda de formas de educación opuestas al abuso de autoridad y que le den al niño y al adolescente, voz y voto en su propia educación. Nosotros (en CEIC) partimos de un reconocimiento de la situación particular del niño en cuanto a su relativa indefensión y, por lo tanto, de su necesidad de protección en los distintos planos de la existencia. La ausencia de esta protección es fuente de angustia profunda, y puede contribuir, por ejemplo, al surgimiento de comportamientos tales como la inestabilidad y agitación que observamos en ocasiones en algunos niños pequeños. Los fuertes lazos afectivos que el niño crea con sus progenitores o cuidadores en los primeros años nacen justamente de esta necesidad del otro. De allí, que nuestra definición de la autoridad comporte una doble faceta positiva: a) primero que todo, la figura de autoridad es una figura de protección, por lo tanto vela por la seguridad del niño, tanto desde el punto de vista psíquico, como social y material. Así, establece qué experiencias están al alcance del niño, esto es, de sus posibilidades de comprensión afectiva e intelectual, y cuáles no; qué responsabilidades el niño está en capacidad de asumir y cuáles no; qué decisiones puede tomar y cuáles no; qué conflictos con otros puede resolver y cuáles no; qué situaciones sociales puede experimentar y cuáles no; qué necesidades físicas puede satisfacer por sí mismo y cuáles no; qué condiciones materiales lo ponen en riesgo y cuáles no. b) En segundo lugar, la noción de protección implica igualmente que la figura de autoridad, busca para el niño las mejores condiciones para su propio florecimiento, y le ofrece entonces posibilidades de enriquecimiento afectivo, cognitivo y social. De lo anterior se deduce que, la figura de autoridad es en primer lugar una figura estructurante, que abre caminos, orienta, proporciona elementos de reflexión para que el niño construya sus propios criterios. Al mismo tiempo, diferenciar entre lo que es posible y provechoso para el niño y aquello que puede ser nefasto, desbordarlo o ponerlo en riesgo implica que la figura de autoridad interviene para señalarle las prohibiciones y establecer los límites no transgredibles. De allí se deriva la definición de reglas en la cotidianidad, que se transforman en función de los contextos socioculturales y de la edad del niño. Ahora bien, desde el punto de vista del niño, el reconocimiento de un adulto como figura de autoridad y la aceptación de sus orientaciones o prohibiciones requieren, de su parte, la construcción psíquica de tal noción de autoridad, así como la posibilidad de investir al adulto con el cual interactúa, para otorgarle la confianza necesaria y situarlo en tal estatuto. Este es un proceso laborioso y, si bien los primeros años de la escolaridad coinciden con un momento crucial en dicho trayecto subjetivo, éste se prolonga, claro está, más allá; asimismo, las diversas situaciones cotidianas que el niño vive tanto en el seno de su familia como fuera de ella, son para él una ocasión de avanzar. Este proceso supone, en síntesis, que el niño se estructure en torno a dos formas de diferenciación íntimamente imbricadas: la diferenciación de generaciones y la diferenciación sexual, las cuales implican su renuncia a la posición de omnipotencia. Reconocer al adulto como figura de autoridad requiere, en efecto, que el niño esté en la posibilidad subjetiva de reconocerse y admitirse (Annahme, según Freud) en su lugar de niño. Esto implica entonces, que abandone sus aspiraciones a rivalizar con el adulto o a relacionarse

Esta pregunta también está en el material:

IMPACTO_DE_UNA_INTERVENCION_PEDAGOGICO_M (1)
254 pag.

Pedagogia Vicente Riva PalacioVicente Riva Palacio

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La autoridad y las reglas son elementos importantes en la educación de los niños. La figura de autoridad se considera una figura de protección, velando por la seguridad y el desarrollo del niño. Esta protección implica establecer límites y normas que guíen al niño en su crecimiento emocional, cognitivo y social. Es fundamental que el niño reconozca y acepte la autoridad de los adultos para su propio proceso de estructuración psíquica. Este reconocimiento es un proceso que se extiende más allá de los primeros años de escolaridad y requiere que el niño renuncie a la omnipotencia y se diferencie en generaciones y sexualmente.

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