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Sin embargo, lo que hoy aporta el republicanismo son los elementos filosóficos que dan base a la autonomía del sujeto, a su capacidad de juicio y d...

Sin embargo, lo que hoy aporta el republicanismo son los elementos filosóficos que dan base a la autonomía del sujeto, a su capacidad de juicio y de acción política, y que muestran la primacía de la dimensión de la persona y el vínculo inescindible de los derechos –civiles, políticos y sociales- para enfrentar los problemas en la democracia. En ese sentido la noción de agencia reconoce la importancia de la autonomía y la responsabilidad del sujeto en la democracia. “La presunción de agencia constituye a cada individuo en una persona legal, un portador de derechos subjetivos. La persona legal hace elecciones, y es responsabilizada por ellas, porque el sistema legal pre s u p o- ne que es autónoma, responsable y razonable –es un agente” (O ‘Donnell, 2002: 19).
La noción de agencia puede, a nuestro entender, abrir a dos tipos de reflexión. Por una parte, la noción de sujeto autónomo -persona-, que está en la base de la agencia, supone una capacidad de juicio político que se halla seriamente comprometida en las situaciones en que el avance de diversas formas de poder privado arrasa con las condiciones sociales de su ejercicio. Aquí, los conceptos de derechos civiles, sociales y políticos revelan su íntima vinculación. En efecto, la retracción de los derechos sociales que arrojan a la marginación a sectores cada vez mayores de la población no re- presenta una esfera aislada de la capacidad de ejercicio de los derechos políticos. Lo mismo sucede con los derechos civiles, sin los cuales los ciudadanos viven en una si- tuación de indefensión y el Estado de derecho se vuelve una declaración nominal. De esto se deriva que las condiciones de existencia de un sujeto político democrático es- tarán referidas tanto a la declaración de derechos que hacen a una sociedad democrá- tica como a la existencia del Estado y a las garantías que brinde a sus ciudadanos4.
El valor democrático de la confianza
Un segundo tipo de reflexión sobre las condiciones de un sujeto político demo- crático plantea la cuestión de la confianza en el ciudadano, invirtiendo la actitud ini- cial del republicanismo elitista que había partido de la desconfianza en los sectores populares. Una participación activa del ciudadano en la defensa del interés público que hoy se reclama supone el valor de la confianza.
La confianza tiene un desarrollo en las ciencias sociales que va desde el análisis de la actitud psicológica básica hacia el otro que nos permite la convivencia, hasta los comportamientos socialmente incorporados que consienten el funcionamiento de mecanismos complejos como el mercado, el dinero o los dispositivos tecnológicos de la vida moderna. Sin embargo, referida a la dimensión política, la confianza tiene otra estructura. La confianza es fundamentalmente una relación intersubjetiva que se desarrolla a través de acciones en el tiempo: la confianza ‘se ofrece’, ‘se acepta’, ‘se de- vuelve’. De allí su importancia en la relación de los actores políticos entre sí y en la formación de una clase política (Lechner, 1987: 64; Luhmann, 1996). Asimismo, la confianza interviene en la formación de un espacio público democrático, instauran- do una intersubjetividad constitutiva de la sociabilidad democrática. En esta perspec- tiva se ubica el artículo que Laurence Cornú dedica a la confianza como valor demo- crático. “La libertad política, dice la autora, necesita para existir de dos condiciones efectivas: una ley que garantice las libertades y que proteja el espacio de acción polí- tica (...) Pero aparte de la ley, la libertad necesita también actos que la instituyan de otra manera, que la interpreten y la muestren vivible, y que permitan su transmisión: actos de coraje, actos de confianza”5 (Cornu, 1999: 48).
Una primera cuestión de la confianza concierne entonces al ciudadano, y será central en los debates políticos sobre el sufragio. En efecto, la universalización del su- fragio, que es tal vez el dato más importante de la ciudadanía moderna, pone en cues- tión la confianza en la capacidad del ciudadano para manejar los asuntos públicos. De allí la importancia que concomitantemente ha tenido la educación para los pen- sadores republicanos, a fin de que el ciudadano sea virtuoso y capaz de sacrificar su interés particular al bien común. Entre nosotros, Sarmiento ha sido un sólido defen- sor de la educación , a la que concebía como garantía de la emancipación y freno de la tiranía. Un pueblo no educado quedaba, a su juicio, fuera del proceso de civiliza- ción de la humanidad. Y por eso considera a la educación popular la principal herra- mienta de emancipación y la convierte en su pasión personal. Pero la confianza es ambigua y está siempre expuesta a los riesgos que le hace co- rrer su contracara, la desconfianza, que se suele mostrar sobre todo realista. Tal como lo recuerda el decir popular, ‘la confianza mata al hombre’, y por ende no puede ser ciega ni ingenua. En el ámbito de la política, para ser efectiva, la confianza tiene que establecer controles; no puede dejarse al azar. Cornu distingue en su análisis dos for- mas de lo político referidas a la confianza y a la desconfianza. En una, la desconfian- za genera una forma de lo político en cuyo extremo está la sujeción absoluta, el do- minio autoritario; pero también es la idea de la política dominada por el experto, de una política alejada de la ciudadanía y puesta fuera de un espacio de visibilidad y de debate. En el fondo, en ese espacio de decisión reservado al saber experto también es- tá la desconfianza. Esta actitud está difundida en la modalidad gestionaria de lo po- lítico que ha impuesto el modelo neoliberal, y que aleja la decisión de los espacios deliberativos de la democracia a favor de los saberes reservados y técnicos. En la otra forma de lo político hay un realismo de la confianza. “Una confianza que no sea ingenua, dice la autora, tiene que conocer las características de aquellos fe- nómenos capaces de arruinar los derechos del hombre, arrasar con ellos, tiene que co- nocer sus efectos y su posibilidad de producirse y encontrar los medios de impedirlos” (Cornu, 1999: 47). Impedir los impedimentos de la libertad, del mismo modo que Kant definía el derecho como ‘el obstáculo al obstáculo de la libert a d’, es la función de las instituciones. Hay instituciones que deben delimitar las responsabilidades y or- ganizar el poder para que se limite la posibilidad de usurpación y se pre vengan los abu- sos. Estas serían las instituciones que previenen horizontalmente el abuso del poder (separación de poderes); otras instituciones deben multiplicar las chances de conduc- tas racionales (educación). Tal es el sentido de la ley en el discurso republicano: ‘c o n- s e rva r’ los derechos y no sólo ‘p ro c l a m a r l o s’. En un momento en que la crisis de la re- pública amenaza con el arrasamiento de las instituciones, una reflexión sobre el re p u- blicanismo supone también rescatar el sentido de la legalidad. Es por eso que pensa- mos que la cuestión de la confianza y de la desconfianza en la fundación de la re p ú- blica cobra re n ovado interés. En t re otras cosas, porque supone la defensa de las insti- tuciones frente al abuso de poder o la tentación del poder ilimitado de los gobernan- tes, pero también alerta sobre el entusiasmo en las acciones de masa. Del análisis de los debates acerca de la ‘invención’ de la República en Francia, Cornu deduce un cambio de campo de la confianza. En una teoría del poder fuerte, los gobernados deben tener confianza y obedecer a aquellos a quienes han delegado el poder. Pero aquí se trata de los gobernantes que deben confiar en los ciudadanos y someter su desconfianza, porque es frente a ellos que deben responder lo que se les ha confiado provisoriamente. La desconfianza, por su parte, también cambia de cam- po, y no es una acusación hostil u odiosa, sino un análisis crítico racional. La descon- fianza no se traduce tampoco en una apropiación de la soberanía por ninguna ‘asam- blea nacional’ que absolutiza igualmente el poder y lo sustrae del juicio democrático. Volviendo, entonces, a la pregunta inicial por el sujeto político, podemos respon- der desde dentro de esa tradición republicana: el sujeto es el ciudadano y la ciudada- nía se traduce en una ‘intersubjetividad libre de dominio’ o en una ‘sociabilidad en confianza’, y se plasma en la ley como única garantía de la continuidad de los dere- chos. Preguntarse hoy por el sentido del republicanismo, inscribirse en esta tradición, supone ‘resignificar’ más que reproducir estos principios y darles un sentido en la práctica, porque más allá de los principios, de las instituciones y de su historia, la vi- da democrática se juzga a partir de prácticas concretas referidas a una cierta capaci- dad de relacionarse a propósito de los asuntos comunes. La vida democrática depen- de de una cierta vida del

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filosofia politica contemporanea
378 pag.

Filosofia Política e História da Filosofia Moderna OutrosOutros

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