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La pulsión más originaria que la pulsión de vida fundamenta que el aparato psíquico no está gobernado por el principio de placer, sino que –es el t...

La pulsión más originaria que la pulsión de vida fundamenta que el aparato psíquico no está gobernado por el principio de placer, sino que –es el título del texto– hay un más allá del principio de placer que gobierna el aparato psíquico. Por eso, el síntoma neurótico puede llamarse satisfacción de la necesidad de castigo; por eso es que el masoquismo es primario; por eso es que los sujetos vuelven una y otra vez a la escena del trauma; por eso es que repiten en transferencia los fragmentos penosos; por eso es que pueden jugar solo al hacer desaparecer, el fort. De hecho, el fort-Da es lo que testimonia que el aparato psíquico no está gobernado por el principio de placer, sino por ese más allá, que es el nombre mismo de la pulsión de muerte. Los psicóticos no disponen de él. Al contrario de los neuróticos quienes todo el tiempo dicen fort-Da, los psicóticos dicen solo fort y necesitan construir un delirio, o algo que venga a ese lugar, para que haga las veces del Da, el cual no disponen. El fort-Da es un artefacto que transforma, en términos energéticos, el más allá del principio de placer como lugar operatorio mismo de la pulsión de muerte; transforma el más allá en ganancia de placer, en un plus de placer. Es muy importante diferenciar si cuando se habla de displacer se está refiriendo al más allá o a ese momento de displacer dentro del principio de placer. Es por eso que Freud sostiene que uno: al principio de placer habría que llamarlo principio de placer-displacer y, dos: fuera de él, se trata del más allá del principio de placer; porque el displacer, una vez dentro del artefacto, no es más allá del principio de placer, es la pulsión de muerte ligada a la pulsión de vida, y la pulsión ligada al deseo. A este artefacto, Freud lo llamaba fantasía cuando todavía no disponía del concepto pulsión de muerte. Produce una ganancia de placer, puede implicar una situación dolorosa acotada al servicio de un modo de satisfacción dentro del marco de ese artefacto. Para utilizar el ejemplo anterior: no es lo mismo decirle a alguien en un acto amoroso “te quiero matar”, a que el partenaire diga “mátame”. En un caso funciona el artefacto de la ganancia de placer y, en el otro, ha caído esa precipitación en el más allá. Clase 2 INTRODUCCIÓN AL MASOQUISMO - Masoquismo erógeno - Masoquismo femenino - Masoquismo moral (...) el psicoanálisis sería el único enfoque posible, y sin coartada, de todas las traducciones virtuales entre las crueldades del sufrir “por el placer”, del hacer sufrir o del dejar sufrir así, del hacerse sufrir o del dejarse sufrir, a sí mismo, uno a otro, unos a otros, etcétera, según todas las personas gramaticales y todos los modos verbales implícitos (activo, pasivo, voz media, transitivo, intransitivo, etcétera). Jacques Derrida, Estados de ánimo del psicoanálisis La procedencia de lo que estamos trabajando se ubica también en otro filósofo, uno de los grandes filósofos que ha incidido en la obra de Freud, Friedrich Wilhelm Nietzsche. Leo unos pequeños pasajes, antecedentes centrales de lo que están trabajando y van a trabajar. El primero es del texto Así habló Zaratustra. Dice Nietzsche en el capítulo “De los despreciadores del cuerpo”: Quiero decir mi palabra a los despreciadores del cuerpo. Deben tan solo saludar a su cuerpo y luego enmudecer. “Yo soy cuerpo y alma”, afirma el niño. ¿Por qué razón no hemos de hablar como los niños? Más ya despierto, el sabio dice: “todo mi yo es cuerpo; y el alma no es sino el nombre de algo propio del cuerpo”. El cuerpo es una gran razón, una enorme multiplicidad dotada de un sentido propio; guerra y paz, rebaño y pastor. Tu pusilánime razón, hermano mío, es también un instrumento de tu cuerpo, la razón, y a eso llamas espíritu, un instrumentito, un juguetito a disposición de tu gran razón. No obstante, lo más urgente, algo en lo que no quieres creer, es que tu cuerpo y tu gran razón, la cual no dice ciertamente yo, pero es lo que hace yo. Lo que los sentidos sienten, lo que el espíritu conoce, nunca tienen su finalidad en sí mismo. Pero los sentidos y el espíritu intentan convencerse de que son en absoluto la finalidad de todas las cosas: tan vanidosos son. Los sentidos o el espíritu son instrumentos o juguetes: tras ellos se oculta el sí-mismo (…) (pp. 50- 51). El sí-mismo de aquí es el que toma Groddeck, y a partir de ahí pasa a Freud. El antecedente directo del concepto de ello en Freud está tomado del sí-mismo nietzscheano. Continúa: Ese sí-mismo mira también con los ojos de los sentidos y oye con oídos del espíritu; el sí-mismo siempre inquiere y escucha, contesta, reprime, conquista y destruye. Él domina también sobre el yo. Hermano mío, detrás de tus sentimientos se oculta un poderoso señor, un sabio desconocido. Se llama sí-mismo, reside en tu cuerpo, es tu cuerpo. Tu sí-mismo se mofa de tu yo y de sus vanidosas piruetas.“¿Qué son para mí esos saltos y esos vuelos de pensar?, llega a preguntarse. No son sino rodeos hacia algún fin, pues yo soy el sí-mismo, las andaderas del yo y el apuntador de sus mensajes”. El sí-mismo le inculca al yo: “¡Siente dolor!”. Y entonces el yo sufre y medita en torno a lo que hará para no sufrir. Precisamente para eso debe actuar su pensamiento. El sí-mismo dice otras veces “¡Regocíjate!”. Y el yo se alegra, fuente en sí-mismo quien creó tanto la estima y el menosprecio, como la alegría y el dolor. El creador se creó así el espíritu sí-mismo, como una mano de su voluntad (p. 51). Y ahora, una cita de La genealogía de la moral, también de Nietzsche, antecedente del masoquismo moral y del superyó: Ver sufrir sienta bien, hacer sufrir todavía mejor: esta es una afirmación dura, un viejo y poderoso principio fundamental humano demasiado humano, que por lo demás, puede que también los monos suscribirían; no en vano se cuenta que en la ideación de rebuscadas crueldades ya anuncian profusamente al hombre y, por así decir, lo “preludian”. Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más vieja y larga historia del hombre, ¡y también en el castigo hay tanto de festivo! (p. 94). Y en el capítulo XIV: Esta lista no es completa, ciertamente resulta patente que el castigo ocaso del aliado, con utilidades de todo tipo [se está refiriendo al castigo a aquel que cometió algún pecado]. Tanto más lícito será, por tanto, negarle una utilidad supuesta, pero que en la conciencia popular pasa por ser la más esencial de todas: la fe en el castigo, que actualmente se tambalea por diferentes razones, sigue encontrando precisamente en esa utilidad su más fuerte apoyo. El castigo, se dice, tiene el valor de despertar en el culpable el sentimiento de culpa; se busca en él el auténtico instrumentum de la reacción anímica que recibe el nombre de mala conciencia, remordimiento de conciencia. Caracterizado por una seriedad sombría y seca. Pero si pensamos en los milenios transcurridos antes de la historia del hombre, podemos juzgar sin reparo alguno, que precisamente el castigo es lo que más fuertemente ha detenido el desarrollo del sentimiento de culpa. La mala conciencia, que es la más inquietante e interesante planta de nuestra vegetación terrestre, no ha crecido en este suelo; realmente, en la conciencia de juzgadores, de los castigadores mismos, no se expresó durante el más largo período de tiempo nada de que se estuviese ante un culpable. Sino ante causante de daños. (...) con todo ello el castigo amansa al hombre, pero no lo hace ser mejor, y con más derecho sería lícito afirmar lo contrario [de los palos también se aprende], dice el pueblo, pero en la medida en que enseñan algo, hacen también malo al que aprende. Afortunadamente, con mucha frecuencia lo hacen no poco tonto (p. 134). Se trata de la satisfacción cruel, de la conciencia moral misma. Ahora tengo que dejar de lado mi pasión por Nietzsche. Tendremos, en lo que venimos trabajando, dos referencias cruciales en dos textos de Freud, uno es “Más allá del principio de placer”, en el que ubica que existen unas enigmáticas tendencias masoquistas en el yo. Debemos suponer –dice ahí– que en el núcleo del yo habría unas tendencias masoquistas. Lo otro que sitúa es que, también en el núcleo del yo, hay un inconsciente no reprimido. Su nombre es el ello –el sí-mismo nietzscheano– en el núcleo del yo, de donde parte la tendencia masoquista y en el que se

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¡Vaya! Parece que has copiado un texto extenso sobre psicoanálisis y filosofía. ¿En qué puedo ayudarte con respecto a este contenido?

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