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Escado en la laguna del oasis por los hombres de Kabul Aqba (que eran ángeles en realidad) y lo difícil que había sido pedir deseos que no fueran s...

Escado en la laguna del oasis por los hombres de Kabul Aqba (que eran ángeles en realidad) y lo difícil que había sido pedir deseos que no fueran saboteados por la malicia del genio. Para entonces, el desierto se veía como un pálido mar al sur de Ingary, aunque habían llegado tan alto que era bastante difícil distinguir nada. —Ahora veo que el soldado aceptó que yo había ganado la apuesta para convencerme de su honestidad —dijo Abdullah con pesar—. Creo que siempre ha pretendido robarme el genio y probablemente también la alfombra. Sophie se mostraba interesada. Para gran alivio de Abdullah, su apretón en el brazo se relajó ligeramente. —No puedes culpar a ese genio por odiar a todos —dijo—. Piensa en cómo te sentirías si estuvieses encerrado en la mazmorra. —Pero el soldado… —dijo Abdullah. —¡Esa es otra cuestión! —afirmó Sophie—. ¡Sólo espera a que le eche las manos encima! ¡No puedo soportar a la gente que va de suave con los animales y después engaña a cada humano con el que se cruza! Pero volviendo al genio que dices que poseías, parece que el demonio quería que lo tuvieses. ¿Crees que forma parte de su plan para que los desconsolados pretendientes le ayuden a ganar la batalla contra su hermano? —Eso creo —dijo Abdullah. —Entonces, cuando lleguemos al castillo de nubes, si es que es ahí adonde vamos —dijo Sophie—, deberíamos contar con la ayuda de otros pretendientes. —Quizá —dijo Abdullah prudentemente—. Pero quiero recordar, oh, el más curioso de los gatos, que te escabulliste en los arbustos mientras el demonio hablaba, y este no esperaba a nadie más que a mí. Abdullah miró hacia arriba. Empezaba a hacer más frío y las estrellas parecían incómodamente apagadas. Cierto toque plateado en la oscuridad azul del cielo sugería que había luz de luna intentando despuntar desde algún sitio. Era maravilloso. El corazón de Abdullah se hinchó con el pensamiento de que, finalmente, parecía estar en camino de rescatar a Flor-en-la-noche. Desafortunadamente, Sophie también miró hacia arriba. Apretó el brazo con más fuerza. —Habla —dijo ella—. Estoy aterrada. —En ese caso, deberías hablar tú también, valeroso azúcar de los conjuros —dijo Abdullah—. Cierra los ojos y háblame del príncipe de Ochinstan, con el que Flor-en-la-noche se prometió. —No creo que esto haya sido posible —dijo Sophie casi balbuceando. Estaba verdaderamente aterrada—. El hijo del rey es sólo un niño. Por otra parte, está el hermano del rey, el príncipe Justin, pero supuestamente se iba a casar con la princesa Beatrice de Strangia, aunque ella lo rechazó y huyó. ¿Crees que estará en poder del demonio? En mi opinión, tu sultán sólo va detrás de las armas que fabrican nuestros magos… Y no podrá conseguirlas. Nunca dejan que los mercenarios se las lleven al sur. De hecho, Howl dice que no se deberían mandar mercenarios. Howl… —Su voz se desvaneció y sus manos temblaron en el brazo de Abdullah—. ¡Habla! —gritó. Se estaba haciendo difícil respirar. —Apenas puedo hacerlo, sultana de fuertes manos —jadeó Abdullah—. Creo que el aire es escaso aquí. ¿No puedes hacer algún encantamiento que nos ayude a respirar? —Probablemente no. Tú me llamas bruja, pero en realidad soy bastante nueva en esto —contestó Sophie—. Ya lo viste, cuando era un gato, hacerme más grande fue todo lo que pude lograr. Pero soltó a Abdullah un momento para hacer unos gestos breves y entrecortados sobre sus cabezas. —¡Aire! —dijo ella—. ¡Esto es realmente vergonzoso! Vas a tener que dejarnos respirar un rato más o no duraremos mucho. ¡Agrúpate aquí alrededor y deja que te respiremos! —Se agarró de nuevo a Abdullah—. ¿Mejor? Parecía que realmente había más aire, aunque era más frío que nunca. Abdullah estaba sorprendido por el método de lanzar conjuros de Sophie, que le había parecido de lo menos mágico (de hecho, no era muy diferente de su propia manera de convencer a la alfombra para que se moviera). Aunque tuvo que admitir que había funcionado. —Sí, muchas gracias, recitadora de conjuros. —¡Habla! —dijo Sophie. Estaban tan alto que abajo el mundo ya no se veía. Abdullah no tenía problemas para entender el horror que sentía Sophie. La alfombra navegaba a través del oscuro vacío, arriba, arriba. Abdullah sabía que, de hallarse solo, estaría gritando. —Habla tú, poderosa señora mágica —tembló—. Háblame de ese mago Howl tuyo. Los dientes de Sophie rechinaron, pero dijo con orgullo: —Él es el mejor mago de Ingary, y de todas partes. De haber contado con tiempo, él mismo habría vencido a ese demonio. Y es vago y egoísta y vanidoso como un pavo real, y cobarde, y no puedes hacer que se comprometa con nada. —¿De veras? —preguntó Abdullah—. Es extraño que hables con tanto orgullo de tal dechado de vicios, oh, la más encantadora de las señoras. —¿Qué quieres decir con vicios? —preguntó Sophie enfadada—. Sólo estaba describiendo a Howl. Debes saber que proviene de un mundo completamente diferente llamado Gales, y me niego a creer que esté muerto… ¡Ohhh! Terminó la frase con un gemido mientras la alfombra se zambulló en un diáfano velo de nube, allá en lo alto. Dentro de la nube el velo resultó estar formado por escamas de hielo que les salpicaron en forma de fragmentos, astillas y cantos, como en una tormenta de granizo. Ambos se quedaron boquiabiertos mientras la alfombra aceleraba para salir de allí. Luego volvieron a quedarse con la boca abierta, pero maravillados. Se encontraban en un nuevo país, bañado por la luz de la luna (con el tinte dorado de la luna de la cosecha). Pero cuando Abdullah se detuvo un instante para buscar el astro lunar, no lo encontró por ningún sitio. La luz parecía venir del propio cielo azul plateado. Tachonado de enormes y cristalinas estrellas doradas. Sólo pudo echarles una ojeada. La alfombra salió frente a un brumoso y transparente mar y se movió junto con las suaves olas que rompían en las rocas de nube. Aun cuando podía ver a través de cada ola como si fueran de seda verde y dorada, sus aguas eran realmente húmedas y amenazaban con inundar la alfombra. El aire era cálido. Y la alfombra, por no hablar de sus propias ropas y su pelo, estaba cargada de montones de hielo derritiéndose. Durante los primeros minutos, Sophie y Abdullah estuvieron completamente ocupados tirando el hielo por los bordes de la alfombra al translúcido océano, donde se hundía en el cielo hasta desvanecerse allá abajo. nubosos más allá de las olas, teñidos de rojo y plata como los resquicios del atardecer. Al recorrer la bahía para llegar al promontorio, la alfombra se escondió al abrigo de estos, como se había escondido tras los árboles en la Llanura de Kingsbury. Mientras marchaban, vieron otros paisajes de mares dorados, en los que, a lo lejos, se movían remotas formas de humo que bien podían ser barcos o quizá criaturas de nube ocupadas en sus propios asuntos. Todavía en profundo, susurrante silencio, la alfombra se arrastró cautelosa hacia el cabo, donde no había ya arbustos, y empezó a moverse sigilosamente pegada al nuboso suelo del mismo modo que se había deslizado pegada a los tejados de Kingsbury. Abdullah pensó que hacía lo correcto. Frente a ellos, el castillo cambiaba de nuevo, alargándose hasta convertirse en un imponente pabellón. Mientras la alfombra entraba en la gran avenida que conducía a sus cancelas, las cúpulas iban creciendo y sobresaliendo, y un borroso minarete de oro despuntó como si les hubiese visto llegar. El sonido de sus voces atrajo la atención de la figura de nube más cercana. Se agitó brumosamente, abrió un par de inmensos ojos de piedra lunar y se dobló para examinar la alfombra que pasaba sigilosamente junto a ella. —¡No te atrevas a detenernos! —le dijo Sophie—. Sólo hemos venido a por mi bebé. Los enormes ojos parpadearon. Evidentemente el ángel no estaba acostumbrado a que se le hablara de un modo tan brusco. Alas de nube bl

Esta pregunta también está en el material:

2 El castillo en el aire - Diana Wynne Jones
212 pag.

Engenharia Civil Universidad del ZuliaUniversidad del Zulia

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