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phus, como ha podido verse, se hallaba lejos de participar de la buena voluntad de su hija por el ahijado de Corneille de Witt. No había más que ci...

phus, como ha podido verse, se hallaba lejos de participar de la buena voluntad de su hija por el ahijado de Corneille de Witt. No había más que cinco prisioneros en Loevestein; la tarea de guardián no era, pues, difícil de realizar, y la cárcel era una especie de sinecura dada la edad de Gryphus. Pero en su celo, el digno carcelero había agrandado con toda la potencia de su imaginación la tarea que le habían impuesto. Para él, Cornelius había adquirido la proporción gigantesca de un criminal de primer orden. Se había convertido, en consecuencia, en el más peligroso de sus prisioneros. Vigilaba cada uno de sus pasos, no le abordaba más que con el rostro airado, haciéndole sentir la carga de lo que él llamaba su espantosa rebelión contra el elemento estatúder. Entraba tres veces por día en la celda de Van Baerle, esperando sorprenderlo en falta, pero Cornelius había renunciado a sus corresponsales desde que tenía su correspondencia bajo mano. Era incluso probable que Cornelius, si hubiera obtenido su libertad entera y el permiso completo para retirarse donde hubiese querido, le habría parecido preferible el domicilio de la prisión con Rosa y sus bulbos a cualquier otro domicilio sin sus bulbos y sin Rosa. Y es que, en efecto, cada noche a las nueve, Rosa había prometido venir a charlar con el querido prisionero, y desde la primera noche, como hemos visto, mantuvo su palabra. Al día siguiente, subió como la víspera, con el mismo misterio y las mismas precauciones. Sólo que se había prometido a sí misma no acercar demasiado su rostro al enrejado. Por otra parte, para abordar desde el primer momento una conversación que pudiera ocupar seriamente a Van Baerle, comenzó por tenderle a través del enrejado sus tres bulbos siempre envueltos en el mismo papel. Mas, con gran asombro de Rosa, Van Baerle rechazó su blanca mano con la punta de los dedos. El joven había reflexionado. —Escuchadme —dijo—, arriesgaríamos demasiado, creo, poniendo toda nuestra fortuna en el mismo saco. Pensad que se trata, mi querida Rosa, de realizar una empresa que se considera hasta hoy como imposible. Se trata de hacer florecer el gran tulipán negro. Tomemos, pues, todas nuestras precauciones, con el fin de que, si fracasamos, no tengamos nada que reprocharnos. Así es como he calculado que conseguiremos nuestro objetivo. Rosa prestó toda su atención a lo que iba a decirle el prisionero, y ello más por la importancia que le concedía el desgraciado tulipanero que por la que le concedía ella misma. —Así es —repitió Cornelius— cómo he calculado nuestra común cooperación en este gran asunto. —Escucho —dijo Rosa. —Vos ¿tendréis en esta fortaleza un pequeño jardín, a falta de jardín un patio cualquiera y a falta de patio una terraza? —Tenemos un bonito jardín —explicó Rosa—. Se extiende a lo largo del Waal y está lleno de añosos árboles. —¿Podéis, querida Rosa, traerme un poco de la tierra de ese jardín, a fin de que la examine? —Mañana mismo. —La cogeréis de la sombra y del sol para que la juzgue en sus dos cualidades, bajo las dos condiciones de sequedad y de humedad. —Estad tranquilo. —Una vez escogida la tierra por mí y modificada si es preciso, haremos tres partes de nuestros tres bulbos, tomaréis uno que plantaréis el día que os diga; florecerá ciertamente si lo cuidáis según mis indicaciones. —No me alejaré de él ni un segundo. —Me daréis otro que intentaré criar aquí en mi habitación, lo que me ayudará a pasar estas largas horas durante las cuales no os veo. Apenas tengo esperanzas de conseguirlo, os lo confieso, y por adelantado, considero a ese desgraciado como sacrificado a mi egoísmo. Sin embargo, el sol me visita alguna que otra vez. Sacaré artificialmente partido de todo, incluso del calor y de la ceniza de mi pipa. Por último tendremos, o más bien tendréis en reserva el tercer bulbo, nuestro último recurso en el caso de que nuestras dos primeras experiencias fracasen. De esta manera, mi querida Rosa, es imposible que no lleguemos a ganar los cien mil florines de vuestra dote y procurarnos la suprema dicha de ver el éxito de nuestra obra. —He comprendido —dijo Rosa—. Mañana os traeré la tierra, vos escogeréis la mía y la vuestra. En cuanto a la vuestra, necesitaré vanos viajes, porque no podré traeros más que un poco cada vez. —¡Oh! No tenemos prisa, querida Rosa; nuestros tulipanes no deben ser enterrados antes de un mes. Así pues, ya veis que disponemos de mucho tiempo; sólo que, para plantar vuestro bulbo, seguiréis todas mis instrucciones, ¿no? —Os lo prometo. —Y una vez plantado, me participaréis todas las circunstancias que pueden interesar a nuestro discípulo, tales como los cambios atmosféricos, rastros en los senderos, señales en las platabandas. Escucharéis si por la noche, nuestro jardín es frecuentado por los gatos. Dos de estos animales me destrozaron en Dordrecht dos platabandas. —Escucharé. —Los días de luna… ¿La habéis visto sobre el jardín, querida niña? —La ventana de mi dormitorio da allí. —Bueno. Los días de luna miraréis si de los agujeros del muro salen ratas. Las ratas son roedores muy de temer, y yo he visto a desgraciados tulipaneros reprochar amargamente a Noé el haber metido un par de ratas en el arca. —Miraré, y si hay gatos o ratas… —¡Pues bien! Tendréis que avisarme. Después —continuó Van Baerle, suspicaz desde que se hallaba en prisión—, ¡hay un animal mucho más de temer todavía que el gato y la rata! —¿Cuál es? —¡El hombre! ¿Comprendéis, querida Rosa? Se roba un florín, y se arriesga el penal por semejante miseria; con mucha mayor razón se puede robar un bulbo de tulipán que vale cien mil florines. —Nadie más que yo entrará en el jardín. —¿Me lo prometéis? —¡Os lo juro!

Esta pregunta también está en el material:

El_tulipan_negro-Dumas_Alexandre
204 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

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