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Aquella noche, Cornelius fue el más feliz de los hombres. Rosa le dejó su mano cuanto quiso retenerla, y le habló del tulipán a su entera satisfacc...

Aquella noche, Cornelius fue el más feliz de los hombres. Rosa le dejó su mano cuanto quiso retenerla, y le habló del tulipán a su entera satisfacción. A partir de aquel momento, cada día trajo un progreso en el tulipán y en el amor de los dos jóvenes. Una vez eran las hojas que se habían abierto, otra, era la misma flor que había cuajado. Ante esta noticia la alegría de Cornelius fue grande, y sus preguntas se sucedieron con una rapidez que testimoniaba su impaciencia. Cuajada —exclamó Cornelius—. ¡Ha cuajado! Ha cuajado —repitió Rosa. Cornelius se tambaleó de alegría y se vio obligado a agarrarse al postigo. ¡Ah! ¡Dios mío! —exclamó, y volviéndose a Rosa—. ¿Es regular el óvalo, está lleno el cilindro, están bien verdes las puntas? El óvalo tiene casi tres centímetros y está afilado como una aguja, el cilindro hincha sus flancos, las puntas están listas para abrirse. Aquella noche, Cornelius durmió poco; era un momento supremo aquel en el que las puntas se abrieran. Dos días después, Rosa anunció que se habían entreabierto. Entreabiertas, Rosa —exclamó Cornelius—. ¡El involucro se ha entreabierto! Pero ¿entonces se ve, se puede distinguir ya? Y el prisionero se detuvo jadeante. Sí —respondió Rosa—; sí, se puede distinguir una línea de un color diferente, delgada como un cabello. ¿Y el color? —preguntó Cornelius temblando. ¡Ah! —contestó Rosa—. Es muy oscuro. ¿Pardo? ¡Oh! Más oscuro. ¡Más oscuro, buena Rosa, más oscuro! Gracias. Oscuro como el ébano, oscuro como… Oscuro como la tinta con la cual os he escrito. Cornelius lanzó un grito de loca alegría. ¡Oh! —exclamó juntando las manos—. ¡Oh! No hay un ángel que pueda compararse a vos, Rosa. ¿De veras? —dijo Rosa sonriendo ante esta exaltación. Rosa, habéis trabajado tanto, habéis hecho tanto por mí; Rosa, mi tulipán va a florecer, y mi tulipán florecerá negro, Rosa, Rosa, ¡sois lo más perfecto que Dios ha creado sobre la Tierra! ¿Después del tulipán, sin embargo? ¡Ah! Callaos, malvada. Callaos, por piedad, no echéis a perder mi alegría. Pero, decidme, Rosa, si el tulipán ha llegado a ese punto, dentro de dos o tres días a más tardar florecerá. Mañana o pasado mañana, sí. ¡Oh! Y yo no lo veré —exclamó Cornelius, echándose hacia atrás—. Y no lo besaré como una maravilla de Dios a la que se debe adorar, como beso vuestras manos, Rosa, como beso vuestros cabellos, como beso vuestras mejillas, cuando por azar se hallan al alcance del postigo. Rosa acercó su mejilla, no por azar, sino voluntariamente; los labios del joven se pegaron a ella con avidez. ¡Vaya! Lo traeré si vos queréis —dijo Rosa, emocionada. ¡Ah! ¡No! ¡No! Tan pronto como se abra, ponedlo bien a la sombra, Rosa, y en el mismo instante, inmediatamente, enviad a Haarlem a prevenir al presidente de la Sociedad Hortícola que el gran tulipán negro ha florecido. Haarlem está lejos, lo sé, pero con dinero hallaréis un mensajero. ¿Tenéis dinero, Rosa? Rosa sonrió. ¡Oh, sí! —dijo. ¿Bastante? —preguntó Cornelius. Trescientos florines. ¡Oh! Si tenéis trescientos florines, no es un mensajero a quien tenéis que enviar, sino vos misma, vos misma, Rosa, quien debe ir a Haarlem. Pero durante ese tiempo, la flor… ¡Oh, la flor! Lleváosla, comprended que no debéis separaros de ella ni un instante. Pero, aunque no me separe de ella, me separaré de vos, Cornelius —dijo Rosa entristecida. ¡Ah! Es verdad, mi dulce, mi querida Rosa. ¡Dios mío! ¡Qué malvados son los hombres! ¿Qué les he hecho yo y por qué me han privado de la libertad? Tenéis razón, Rosa, yo no podría vivir sin vos. ¡Pues bien! Enviad alguien a Haarlem, eso es. ¡Por mi fe! El milagro es lo bastante grande como para que el presidente se moleste; él mismo vendrá a Loevestein a buscar el tulipán. Luego, deteniéndose de repente, fue con voz temblorosa que murmuró: ¡Rosa! ¡Rosa! Si no fuese negro… ¡Vaya! Eso lo sabréis mañana o pasado mañana por la noche. ¡Esperar hasta la noche para saberlo, Rosa! Moriré de impaciencia. ¿No podríamos convenir una señal? Lo haré mejor. ¿Qué haréis? Si es por la noche cuando se abra, vendré para decíroslo yo misma. Si es por el día, pasaré por delante de la celda y os deslizaré una nota, bien por debajo de la puerta, bien por el postigo, entre la primera y la segunda inspección de mi padre. ¡Oh, Rosa! ¡Eso es! Una palabra vuestra anunciándome esta noticia, será una doble felicidad. Son ya las diez

Esta pregunta también está en el material:

El_tulipan_negro-Dumas_Alexandre
204 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

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