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se dejaba muy claro que la acampada no estaba para arreglar el mundo entero, tenía un trabajo que hacer y ésa era la tarea que se estaba haciendo. ...

se dejaba muy claro que la acampada no estaba para arreglar el mundo entero, tenía un trabajo que hacer y ésa era la tarea que se estaba haciendo. El desarrollo del trabajo era relativamente sencillo. Por la mañana, más o menos todo el mundo atendía sus ocupaciones. El período de vacaciones escolares aseguraba la presencia de niños y jóvenes a esas horas, nadie olvidaba que todo había partido de dos adolescentes de 13 años. Por la tarde se generaban mesas de diálogo, y dos o tres veces por semana, hacia las ocho de la tarde, se celebraba una asamblea para dar cuenta del estado de los trabajos. Todo el mundo tenía claro que la energía ni se creaba ni se destruía pero sí se disipaba; la energía de la acampada era increíble, pero todos querían ser responsablemente eficientes con ella. Rosa y Javier coordinaban a menudo las sesiones matinales de diálogo. Absolutamente abiertas y asumiendo un claro carácter de formación para sus participantes, allí se hablaba, con voz joven, de lo divino y de lo humano. Fue justamente en una de esas mesas de diálogo donde el gran objetivo de la acampada quedó definido. Eduardo, diecisiete años, y al que en unos meses le esperaba la Universidad, en la que entraría con una nota brillante. Había acudido todas las mañanas a la acampada, había escuchado, había reflexionado, había también intervenido en diversas ocasiones. Esa tarde pidió turno de voz, y cuando lo tuvo, dejó salir lo que pensaba. —La realidad de Pueblo Verde está basada en la existencia de una división entre Borlines y Marletas. Esa misma realidad les lleva constantemente a la desunión, aunque parece que hay algo común por encima, al final parece también que no tiene tanta fuerza. Hay que cambiar eso, hay que hacer que al final Pueblo Verde sea lo más importante. Solo entonces todos podremos ser de Pueblo Verde. Tenemos que hacer que de la actual realidad de Pueblo Verde surja algo nuevo. ¡Tenemos que transformar esa realidad! ¡Tenemos que transformar Pueblo Verde! Laura estaba en esa mesa, ella casi nunca abandonaba la acampada, e inmediatamente lo tuvo claro. ¡Eso era! ¡Transformar Pueblo Verde! Laura convocó para esa misma tarde algo que denominó “Mesa de Conocimiento”. Allí estaban Luisa, Víctor, Carmen, Joaquín, Esperanza, a la que quiso invitar Joaquín y que también contaba con Luis. Sí, aunque el juez había querido mantener su imagen de independencia, la acampada, y sobre todo Laura, cada vez le habían interesado más. También estaba el joven Eduardo, por supuesto, suya era la idea, debía estar en su elaboración. Don Miguel también había sido invitado, pero el trote de la acampada le estaba empezando a pasar factura. Su actuación estaba siendo unánimemente elogiada, siempre dispuesto a apoyar y aportar recursos desde la parroquia, además de dar una visión genuinamente cristiana de todo lo que estaba pasando. Don Miguel sonreía mientras comprobaba que la asistencia a sus misas estaba alcanzando niveles desconocidos desde hacía muchos años, además sentía el pleno respaldo de sus feligreses e incluso un par de sus más conocidas beatas, además de jalearlo, le habían confesado que ellas no iban porque no se atrevían, pero no por falta de ganas. —¿Qué es transformar? –Laura no tuvo ningún reparo en ir directamente al grano, era una muestra de la eficiencia de la acampada. Joaquín, en un alarde de velocidad tanto en el manejo tecnológico como en la de tomar notas, aportó definiciones concretas: —A ver, un par de diccionarios de fiar nos dicen que transformar es “hacer cambiar de forma a alguien o algo”, o que es “hacer pasar de una forma a otra”. Éstas son las primeras definiciones, luego siguen otras que aportan matices. Una de ellas dice que es transmutar, siendo transmutar “convertir algo en otra cosa”, y una que me parece muy interesante dice que es “modificar por completo”. —¡Muchas gracias, Joaquín! –era Laura—. Tenemos entre lo que elegir, pero quizás quiere decir más o menos lo que ya pensábamos, desde luego, Joaquín, que a mí también me gusta la de modificar por completo. Eduardo ha afirmado hoy que lo que tenemos que hacer es “transformar Pueblo Verde”. Si os parece, primero Eduardo nos explica qué quería decir con eso, y luego ya seguimos todos juntos. Eduardo no pudo evitar enrojecer, se daba perfecta cuenta de la calidad que esa mesa atesoraba, y le estaban dando a él la oportunidad de abrir el debate. Luisa sonrió, él ahora no podía saberlo, pero sólo una docente como Laura podía hacer lo que estaba haciendo. Hacer que el encuentro sirviera también para el crecimiento de un alumno, darle toda la pista necesaria para que eso pudiera pasar. Eduardo realizó su aportación, una inicial voz entrecortada fue ganando firmeza. —Yo…lo que he querido decir…lo que he querido decir es que no creo que haya que tirar abajo lo que es Pueblo Verde, hay que tomar lo que hoy es, actuar sobre ello, cambiarle la forma y hacer que con eso surja algo nuevo. Hay que aprovechar lo que ya tiene Pueblo Verde, y con eso hacerlo nuevo para eso muchas cosas tienen que cambiar, pero yo también quería decir que no hay que rechazarlo todo ni mucho menos. —O sea que no hay que decirles a los Borlines y a los Marletas que se olviden de serlo, sino que encuentren la manera de servir a Pueblo Verde siéndolo –Luisa apostillaba a su alumno de tanto tiempo. —Más o menos. No se me había ocurrido eso, pero puede ser. —Transformar Pueblo Verde puede significar esto, sí, pero creo que también tiene que ver con la economía —por supuesto, era Joaquín—. La economía tiene que ver con lo que ha pasado, quizás no sea más que un agente desencadenante, pero Pueblo Verde no deja de ser un monocultivo, y eso siempre es peligroso. —Sí, Joaquín tiene razón, hay que realizar cambios en la economía, sin duda, pero hay que insistir sobre lo que ha dicho Luisa: ese apego al linaje impide pensar realmente en el bien común —era Esperanza. —Pueblo Verde se transformará cuando todos entiendan que forman parte de la misma cosa, pero no desde la obligación, desde la necesidad, sino desde la devoción. — Luís también se apuntaba a las creencias como factor esencial. — —¿Tenemos que cambiar las creencias? Laura sólo iba a ocupar el rol de dinamizadora de la mesa, ella formulaba las preguntas, las respuestas no eran cosa suya. —Sí, decididamente sí, sin cambios de creencias no habrá cambios de actuación. Me atrevo a pensar que la transformación está primero en la mente y sólo luego en la acción. Ahora bien, llevar a cabo determinadas acciones puede ser esencial para la transformación –Esperanza estaba encantada de estar en esa mesa. —O sea, que tenemos que hacer cosas que ayuden a que se den cambios de creencias, y cuando eso pase, las nuevas acciones, ya realizadas desde la transformación, reforzarán el cambio de creencias y todo se asentará –Laura trataba de recapitular. — —No es nada demasiado diferente a lo que todos sabemos. Cuando queremos algo en nuestra vida, primero tenemos que creer que podemos hacerlo, luego ensayamos acciones que demuestran el cambio, y si tienen éxito, eso reafirma nuestra creencia y el círculo virtuoso se cierra –Luis también estaba encantado—. —Y el riesgo es… —El riesgo, Laura, es que las primeras acciones fracasen, entonces la creencia vieja se reinserta automáticamente –Luisa completaba la frase de Laura—. —Y es necesaria la aceptación –Víctor realizaba su primera intervención—. —Cuéntanos –le pidió Laura—. —Eso quiere decir que hay que aceptar que ha habido y probablemente habrá Borlines y Marletas, nadie les puede decir “Miren ustedes, ahora los negamos, ustedes no existen, no han existido nunca, ahora sólo se puede ser de Pueblo Verde, y para serlo debemos negarles su existencia”. —Más que anotado, Víctor. Carmen, tú no has dicho nada todavía –Laura seguía dinamizando—. —Yo aquí aprendo, muchísimas gracias por haberme invitado. —Eduardo, ¿qué nos dices? —Como Carmen, Laura, gracias. Gracias por formar parte de esta mesa. —¿Lo tenemos? –Una última pregunta desde Laura—. —Bueno, hay que elaborarlo, pero yo creo que lo tenemos, sí –era Luisa quién lo asumía—. Un asentimiento general anunció el fin de la conversación. Muchísimas gracias a todos, y os advierto que me parece que esta mesa no es la última vez que se va a reunir –Laura estaba convencida de haber dado un paso de gigante—. La acampada había resistido bien la campaña en su contra. Desde luego, esta vez las ideas habían sido expuestas con total corrección

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