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ender dentro de un orden; luego se revuelve y se enfrenta a las orillas; además, hay lugares en los que mira hacia atrás, ¡como si no quisiera aban...

ender dentro de un orden; luego se revuelve y se enfrenta a las orillas; además, hay lugares en los que mira hacia atrás, ¡como si no quisiera abandonar el bosque y mezclarse con la sal! Sí, damisela, el paño de aspecto sedoso que lleva usted al cuello parecería tan basto como una red de pesca en comparación con la suavidad de algunos lugares que podría mostrarle, en los cuales el río elabora imágenes variadísimas, como si quisiera tomar parte en todo al haberse librado de toda atadura. ¿Y todo ello para qué? Después de que el agua haya actuado al albedrío durante un tiempo, como un hombre autosuficiente, la mano que la hizo la vuelve a reunir toda, y a poca distancia la hace fluir hacia el mar, ¡como estaba destinado a ser desde que la tierra existe! Mientras los otros escuchaban este adulador discurso sobre la seguridad del escondite en las cataratas de Glenn, no podían evitar pensar de modo diferente acerca de las bellezas descritas por Ojo de halcón. Pero no se encontraban en condiciones de dejar que sus pensamientos se centrasen en los encantos propios de la naturaleza, y como el explorador no se desentendió de sus labores culinarias mientras hablaba, salvo para indicarles con un tenedor roto algún punto peligroso del indomable río, permitieron que su atención se dirigiera más hacia un asunto tan vulgar —aunque no por ello menos necesario— como su comida. Dicho alimento, mejorado en gran medida por la aportación de una serie de delicias reservadas por Heyward cuando dejaron los caballos, les vino muy bien a los agotados viajeros. Uncas atendió a las féminas, llevando a cabo todas las tareas necesarias que estuviesen a su alcance con una mezcla de dignidad y entusiasmo que le hizo gracia a Heyward; éste sabía que se trataba de algo nuevo para los indios, cuyas costumbres prohibían que un guerrero se encargara de labores de servidumbre, en especial hacia las mujeres. Por otra parte, como el rito de la hospitalidad se consideraba una cuestión sagrada entre ellos, primaba esta tradición por encima del sacrificio de la dignidad viril, y se pasaban por alto tan denigrantes prácticas. Cualquier observador que fuese un poco cuidadoso podría apreciar, no obstante, que las atenciones del joven jefe no eran de índole completamente imparcial. Mientras que a Alice le ofrecía el recipiente de agua dulce y la carne en un plato hecho a partir del junco de un árbol, guardando las más imprescindibles cortesías, a su hermana le correspondía con las mismas acciones, sólo que su oscura mirada se quedaba además admirando la evidente belleza del semblante de la chica. En un par de ocasiones se vio obligado a hablar para dirigirse a las que servía. Cuando esto tenía lugar, hablaba en un inglés defectuoso, pero inteligible, pronunciado de un modo suave y musical por efecto de su voz profunda y gutural. Tan era así que ambas damas se asombraron y sintieron gran admiración hacia él por tal motivo. En el transcurso de estos acontecimientos, se intercambiaron algunas frases y se estableció una aparente conversación amistosa entre las partes implicadas. Mientras tanto, el gesto grave del rostro de Chingachgook permaneció inamovible. Se había acercado más a la luz del fuego, donde las frecuentes miradas de sus huéspedes podían calmar sus inquietudes al poder distinguir los rasgos humanos de su rostro tras los colores de la pintura de guerra. Encontraron un gran parecido entre padre e hijo, siendo las diferencias marcadas más por efecto de la edad y los esfuerzos realizados. La fiereza de su cara parecía querer disiparse, dando paso a esa expresión tranquila y distraída que distingue a un indio cuando no tiene que hacer uso de sus facultades para sobrevivir. Sin embargo, era fácil discernir por los destellos que ocasionalmente iluminaban su curtido rostro que, para volver a activar esa terrorífica expresión, tan disuasoria para sus enemigos, bastaba sólo con poner a prueba su paciencia. Por otra parte, la mirada rápida e inquieta del explorador apenas descansaba. Comía y bebía con un apetito tan voraz que ninguna sensación de peligro podría amedrentarlo, aunque no por ello dejaba de estar alerta. Veinte veces quedaba quieto el recipiente o la carne ante su boca, mientras volvía su cabeza como si escuchara algún ruido distante y extraño —un movimiento que les hacía recordar a sus huéspedes la especial situación en la que se encontraban, así como las alarmantes razones que les llevaron a la misma—. Dado que estas frecuentes pausas no conllevaban ninguna observación por parte del explorador, el momentáneo temor que provocaban era efímero, siendo enseguida desechado. —Vamos, amigo —dijo Ojo de halcón, sacando una botella de entre una cubierta de hojas al finalizar la comida, y dirigiéndose al que tenía a su lado haciendo justicia a sus destrezas culinarias—, prueba algo de este brebaje; le hará olvidar todo lo del potrillo y reavivará su interior. Brindo por nuestra amistad, a la espera de que un poco de carne de caballo no cimiente enemistad alguna entre nosotros. ¿Cómo se llama usted? —Gamut, David Gamut —contestó el maestro de canto, preparándose para ahogar sus penas con un trago de la fuerte y fermentadísima bebida del hombre del bosque. —Un nombre estupendo, y me atrevería a decir que seguramente ha sido heredado de padres honrados. Soy un admirador de los nombres, aunque las fórmulas cristianas están muy por debajo de las indias en este sentido. El mayor cobarde que llegué a conocer se llamaba «León»; mientras que su mujer, de nombre «Paciencia», le dejaría sordo con sus sermones en menos tiempo de lo que tardaría en caer un ciervo herido por una flecha. Con los indios se trata de un asunto de conciencia; generalmente es así. Esto no quiere decir que Chingachgook, cuyo nombre significa «gran serpiente», sea una culebra, grande o pequeña, sino que entiende lo variable de la naturaleza humana y ha de sortear esos inconvenientes, además de ser silencioso y capaz de golpear a sus enemigos cuando menos se lo esperan. ¿Cuáles son las cualidades de usted? —Soy un humilde instructor en el arte de los salmos. —¡Cielos! —Enseño el arte del canto a los jóvenes de Connecticut. —Ya podría tener usted un trabajo más útil. Esos jóvenes lobeznos ya ríen y cantan bastante cuando andan por el bosque, y eso que no deberían hacer más ruido que el aliento de un zorro en su madriguera. ¿Sabe utilizar algún arma, ya sea de cañón liso o rayado? —¡Alabado sea Dios, nunca he tenido ocasión de manejar tan terribles artilugios! —¿Quizá entienda más de compases, y de la representación de ríos y montes en la superficie de un papel, para que puedan guiarse aquéllos que buscan algún lugar concreto? —No practico labor alguna de esa índole. —¡Sus piernas son de las que hacen que un recorrido largo parezca breve! ¿Llevaría usted mensajes para el general, supongo? —¡Nada de eso, sólo sigo las órdenes que me dicta la vocación, la cual consiste en las enseñanzas de la música sagrada! —Es una cualidad extraña —murmuró Ojo de halcón, riéndose para sus adentros— ir por la vida como un loro, imitando las subidas y bajadas del tono de voz que pudieran provenir de otras gargantas. En fin, amigo, supongo que ése es su don natural, y debe respetarse tanto como el saber disparar o cualquier otra habilidad mejor. Oigamos lo que sabe hacer en esa especialidad; será una manera amistosa de decir «buenas noches», ya que estas damas deben descansar para reunir fuerzas de cara a la próxima madrugada, bien temprano, antes de que se acerquen los maquas. —Con mucho gusto, les complaceré —dijo David, poniéndose sus lentes de montura metálica y recurriendo a su entrañable librillo, el cual tuvo a bien mostrar a Alice con ternura—. ¿Qué puede resultar más apropiado y aliviante que ofrecer una alabanza de agradecimiento, después de una jornada tan trabajosa y arriesgada? Alice le sonrió, pero al mirar a Heyward se ruborizó vacilante. —Adelante —le susurró éste—. ¿Acaso no es propicia la sugerencia del digno heredero de la tradición de los salmos? Animada por su aprobación, Alice hizo lo que le dictaban sus refinadas tendencias y su buen dominio de las delicadas melodías. El libro se abrió en una página cuyo himno no desentonaba con respecto a la situación de los viajeros, para el cual el poeta se había inspirado de un modo más digno y art

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El_ultimo_mohicano-James_Fenimore_Cooper
401 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

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