Logo Studenta

Aquello era, por supuesto, lo que se esperaba de él; para eso había venido. No obstante, Meldon estaba intranquilo. No le gustaba la facilidad con ...

Aquello era, por supuesto, lo que se esperaba de él; para eso había venido. No obstante, Meldon estaba intranquilo. No le gustaba la facilidad con la que Karles manejaba todo tipo de situaciones, cómo las manipulaba para adecuarlas a sus necesidades en cada momento; se parecía demasiado a su propia forma de actuar. No quería otro Meldon en el Anillo, aunque era cierto que los objetivos del predicador, al menos por el momento, no interferían con los suyos. Mel estaba confuso y alterado, pero no deseaba mostrar a nadie su debilidad. Debía mantenerse firme para no perder el control. Eso lo sabía por instinto, pese a su relativa falta de experiencia. Mantener el control era algo que le había obsesionado toda su vida y, en muchas ocasiones, se le había negado esa facultad. —Julia, abre la puerta, por favor. La computadora personal de Mel obedeció y éste entró en la sala del Espejo, el único espacio de todo el Anillo al que sólo él podía acceder, y donde no podría ser molestado. Aunque al principio de su mandato se había sentido como un extraño al entrar allí, había llegado a un punto en el que aquella sala se había convertido en un último reducto de seguridad, en el único lugar donde de verdad se sentía libre de todas las presiones y podía ser él mismo. Tras atravesar los controles de seguridad, Meldon observó una vez más aquella habitación que se había vuelto tan familiar para él. Iba allí cada vez más a menudo, y por espacios de tiempo más prolongados, aunque tanto el sentido común como las directrices marcadas por la Escuela del Día Primero y el Consejo Estelar en relación con su cargo le decían que debía hacer lo contrario. Una de las normas más importantes era que el gobernador no debía permitir que la sala del Espejo se convirtiera en una obsesión, aunque tampoco podía estar durante períodos demasiado largos sin acudir a ella. La sala consistía en una única estancia con planta en forma de octógono regular, de paredes desnudas y lisas, sin ningún adorno. El único mobiliario presente en la habitación era el artefacto conocido como el Espejo: un marco ovalado de unos dos metros de altura suspendido en el aire, en el centro de la estancia, que mostraba una imagen holográfica tridimensional del mundo de Paraíso. Aquélla era la única herramienta existente en la Liga Estelar para observar el planeta. Con el Espejo se podía llegar a ver casi cualquier lugar de aquel mundo, tan nítidamente como si formara parte de la habitación, y con tanta resolución que el espectador se sentía casi como si estuviese realmente allí. El Espejo mostraba entonces una panorámica del hermoso planeta, una imagen reconstruida a partir de lo que captaban los muchos satélites en órbita. Julia se conectó con el ordenador del Espejo, para que Meldon pudiera indicarle lo que quería ver. —No sé… —titubeó Mel ante la pregunta de Julia—. Muéstrame un punto al azar, dentro de Arrecife. El artefacto ovalado produjo el efecto óptico de que el planeta rotaba sobre su eje, hasta que el punto de observación se situó por encima del continente de Arrecife. Una vez sobre él, Paraíso comenzó a hacerse más y más grande, como si Meldon descendiera hacia la superficie a una velocidad de vértigo. Llegó un momento en el que resultaba difícil distinguir la curvatura planetaria, y después el gobernador pudo ver una sierra de picos no demasiado altos, con hermosos y fértiles valles que se abrían paso entre las cumbres nevadas, surcados por pequeños arroyos de montaña. La vegetación era abundante pero no excesiva. El clima parecía bastante agradable, pese a estar ya a principios del largo y crudo invierno. Por lo que le había mostrado el Espejo, se encontraba ante la Sierra de Thalas, en la gran masa meridional de Arrecife. Meldon creyó ver unas finas columnas de humo que se elevaban un poco más hacia el norte, y pidió al ordenador, a través de Julia, que se lo mostrara más de cerca. La vista aérea cambió y, tras remontar uno de los pequeños riachuelos, llegó hasta un típico poblado yshai. Aquél en concreto parecía de reciente creación, pues todavía no habían completado la construcción de la presa para embalsar el agua de los dos arroyos que confluían en los alrededores. Sin embargo, ya habían construido una gran empalizada alrededor de todo el poblado. —Elimina los árboles —pidió Meldon, que quería observar mejor la pequeña población. El ordenador lo hizo, y Mel estudió la distribución de la aldea. Parecía un poblado corriente, pero el gobernador tenía ya algunos años de práctica en la observación de Paraíso, y además había dedicado casi toda su atención a los yshai, un pueblo que le fascinaba. Por tanto, no le costó detectar algunas notas discordantes en el pequeño asentamiento: había una escuela, en la que dos docenas de críos miraban con atención a su maestro. Éste impartía su lección desde una pequeña tarima de madera, oculta bajo una burda techumbre de ramas y hojas. No era nada usual que una población tan pequeña tuviera ya una escuela. Los yshai preferían afianzar primero el poderío militar en las regiones que habitaban, para dedicarse después a cuestiones como la educación de los niños que, aunque de vital importancia, no era esencial para la supervivencia a corto plazo. —Elimina también esa estructura de madera bajo la que está el profesor —pidió Mel—. Me gustaría ver cómo es… El ordenador atendió de inmediato la petición de Meldon. El maestro resultó ser una mujer, y además una mujer muy joven; no debía llegar a la treintena, y era de una belleza incomparable. Mel se quedó sin aliento. Sus graciosos movimientos delataban una agilidad felina y al mismo tiempo una elegancia impropia del lugar donde se encontraba. Meldon pensó que quizá fuera una aristócrata de la sociedad yshai que se había escapado o había renunciado a una vida de privilegios por algún loco ideal romántico. Tenía el cabello negro azabache, liso y bastante corto; su piel era pálida, de una pureza inmaculada; era alta y esbelta, aunque unas curvas sensuales se insinuaban por debajo de una túnica azul lavanda, ceñida a la cintura, que llevaba con naturalidad. Meldon pensó que acababa de encontrar la perfección encarnada en una mujer. Su aspecto juvenil, la frescura de su rostro y su sonrisa producían un enigmático y casi turbador contraste con la intensidad y la inteligencia que se percibían en su mirada, de la que se desprendía también cierta tristeza. El gobernador del Anillo se quedó observando cómo explicaba las lecciones a sus atentos alumnos, sin darse cuenta de que había olvidado respirar y sin atreverse, por incomprensibles razones, a solicitar al ordenador que le diera audio. Lo cierto era que no quería romper la magia de aquel momento y aquella sensación increíble, pero al fin tuvo que tomar aire. Estaba jadeando. —¿Hablan en inglés? —No —contestó Julia, tras consultar con el ordenador del Espejo. —¿Español? —Tampoco, me temo. Parece que están estudiando el dialecto yshai… —Entonces no me des audio. Meldon recordó una idea que había acudido a él hacía mucho tiempo, antes de ser nombrado gobernador: ¿qué ocurriría si una persona en su puesto se excediera en sus visitas al Espejo y llegara a enamorarse de uno de los pobladores del planeta? Meldon gruñó para sí mismo, irritado, y trató de quitarse de la cabeza aquella idea absurda. No era momento de fantasear, y además sabía que era peligroso dejarse enredar por aquel tipo de pensamientos. Mel tenía una familia fantástica, adoraba a sus tres hijos y amaba profundamente a su compañera. Pensaba además que ambos habían hecho un gran esfuerzo por mantener viva su relación tras su nombramiento como gobernador y todas las responsabilidades que éste acarreaba, y que le habían mantenido lejos de los suyos más tiempo del que hubiera querido. Todo aquello pesaba más para él que una emoción momentánea. Negando con la cabeza, Meldon abandonó la sala del Espejo a toda prisa, mucho más inquieto y confuso que cuando había entrado. En las horas siguientes, se propuso concentrarse en el trabajo y en los compromisos que tenía en su agenda para los próximos días, pero no lo consiguió. No podía quitarse de la cabeza a la maestra yshai, y aquello era precisamente lo que debía hacer. No quería pensar en ella, ni en todo lo que implicaba o podía significar.

Esta pregunta también está en el material:

El espejo - Eduardo Lopez Vera
268 pag.

Empreendedorismo Faculdade das AméricasFaculdade das Américas

Respuestas

User badge image

Ed IA de Studenta Verified user icon

¡Vaya! Parece que has compartido un fragmento interesante de una historia. ¿En qué puedo ayudarte con respecto a este texto?

0
Dislike0

✏️ Responder

FlechasNegritoItálicoSubrayadaTachadoCitaCódigoLista numeradaLista con viñetasSuscritoSobreDisminuir la sangríaAumentar la sangríaColor de fuenteColor de fondoAlineaciónLimpiarInsertar el linkImagenFórmula

Para escribir su respuesta aquí, Ingresar o Crear una cuenta

User badge image

Más contenidos de este tema