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elar orbitaba alrededor del Sol, en algún punto situado entre la Tierra y Marte, pero perfectamente sincronizada con la Tierra, para mantener const...

elar orbitaba alrededor del Sol, en algún punto situado entre la Tierra y Marte, pero perfectamente sincronizada con la Tierra, para mantener constante la distancia entre ella y el viejo planeta. Lo que más impactó a Mel fue la increíble cantidad de naves que flotaban alrededor de la puerta Alfa, que hacían que incluso la inmensidad del espacio pareciese atestada. Una vez que se aproximaron a la Tierra, Meldon pudo comprobar que ésta no tenía en su órbita tantos satélites como el planeta Paraíso, pero sí que había un importante número de estaciones espaciales de gran tamaño. La Luna también hervía de actividad. Resultaba casi intimidante ver el abrumador número de astronaves que entraban y salían de la Tierra constantemente. Si sus datos eran correctos, el planeta tenía una población de casi cuarenta mil millones de seres humanos, que lo convertían en el más poblado de la Liga de Mundos. Resultaba casi imposible hacerse a la idea de que tantas personas habitaran en un mismo lugar. —Bueno… —dijo Mel—. Aquí estamos. —No se deje impresionar por el tamaño o la importancia de este planeta —recomendó Trisha—. En el fondo sus habitantes son personas como las demás, aunque en muchos casos se consideren a sí mismos como dioses. No deben notar que está apabullado. Meldon hizo una mueca. - 123 - —Sólo intento ayudarle —añadió Trisha. —¿Ahora quiere ayudarme? —Yo no soy su enemiga, gobernador. Puede salir reforzado de esto, sólo que aún no lo sabe. —Ya. —No sea terco. Si consigue superar esta entrevista, no le quepa la menor duda de que su gente le verá como un gran líder, que no tiene nada que ocultar ni nada que temer de los poderosos gobernantes de la Tierra, nada menos. Meldon se quedó callado, meditando las palabras de Trisha. En el fondo, había algo de verdad en lo que decía su acompañante, pero Mel sentía que no debía estar allí; no había hecho nada por lo que mereciera ser interrogado o cuestionado. El Consejo Estelar tenía su sede en Floating Sydney, Australia. La sede principal era un edificio enorme, de planta redonda; tenía sólidos aunque elegantes contrafuertes acabados en agujas orientadas hacia el exterior; éstos se combinaban con medios y materiales más modernos para sostener una cúpula de proporciones gigantescas, que cubría todo el edificio. La luz entraba a raudales por las amplias cristaleras del techo, y su energía se recogía y administraba para satisfacer casi toda la demanda de electricidad del complejo. En su interior, los niveles periféricos e inferiores estaban destinados a cuestiones tales como el mantenimiento, la seguridad, la investigación, los almacenes y la siempre presente burocracia administrativa. Los niveles superiores estaban reservados para los despachos de los consejeros, así como para las salas donde deliberaban las comisiones. El Pleno, en las raras ocasiones en que se reunía, lo hacía en una enorme sala circular situada directamente bajo la cúspide de la gran cúpula exterior. Trisha y Meldon fueron conducidos a una pequeña habitación adyacente a la sala de la Comisión de Seguridad. Mientras esperaban, Mel preguntó: magen política saldrá muy reforzada. —Si la supero… El leve chasquido de una puerta interrumpió a Mel. Un androide les indicó que pasaran a la sala, en la que aguardaban tres consejeros, dos hombres y una mujer, varios secretarios y algunos guardias. El presidente de la comisión se disponía a empezar la entrevista cuando vieron abrirse una puerta lateral por la que entró un hombre de edad avanzada y con un rostro serio de mirada dura. Meldon se volvió hacia Trisha, que se encogió levemente de hombros. El misterioso anciano debía de ser también un consejero, pues se sentó junto a los tres miembros de la Comisión, que le saludaron en voz baja pero con sumo respeto. Mel no tenía la menor idea de quién podía ser. —Bien… Demos comienzo a la entrevista —dijo el presidente. —Con su permiso —intervino Trisha—, nos gustaría preguntar quién es el cuarto integrante del tribunal. —Es el consejero Ahma Tiuk, de la Comisión sobre Paraíso — informó uno de los secretarios, tras observar el gesto de asentimiento de sus superiores. —Gracias —murmuró Trisha. Mel la miró de reojo, un gesto casi imperceptible que sin embargo no pasó desapercibido para Tiuk, que dijo, con una voz grave pero clara: —La delegada Billworth no tiene nada que ver con mi presencia aquí, gobernador Trauss. No saque conclusiones precipitadas. ��dijo el presidente—: los recientes atentados en el Anillo Orbital y su repentina falta de diligencia respecto a Paraíso. —¿Cómo? —No se sorprenda, gobernador Trauss —replicó el presidente—. Sabe perfectamente que lleva veinticuatro días terrestres sin acudir a la sala del Espejo, lo cual va claramente en contra de las directrices establecidas al respecto. Meldon guardó un prudente silencio, calculando sus próximos movimientos. No tenía la menor idea de que estuviera siendo sometido a un control tan estricto por parte del Consejo en aquel punto. —Trataremos ese asunto en su momento —añadió el presidente—, pero primero centrémonos en los recientes y desgraciados acontecimientos que han tenido lugar en el Anillo. —Hemos leído el informe —dijo la Consejera—, pero deseábamos que usted nos aclarara algunos puntos. —¿Qué quieren saber? —En primer lugar, díganos qué demonios se propone su hermano. —Desea coaccionar a nuestro gobierno. —¿Es que no sabe que ningún gobierno de la Liga de Mundos cedería jamás ante una provocación terrorista? —preguntó airadamente el tercer consejero. —No puedo tener una idea clara de lo que pasa por su mente —se defendió Mel—. Sólo puedo decirles que es inteligente y que - 126 - probablemente ya sabe que nuestra política es la de no ceder ante sus chantajes. —No es que eso sea de mucha ayuda. La Consejera miró a Meldon con dureza. —También he de decir que tengo plena confianza en los servicios de seguridad del Anillo. No tardaremos en resolver esta situación. —Ésa es su opinión —replicó el presidente. Los consejeros estuvieron haciendo preguntas a Meldon y ocasionalmente a Trisha, durante cerca de una hora. Después, cedieron la palabra a Ahma Tiuk. Éste miró a Meldon directamente a los ojos y dijo, con su poderosa voz de barítono: —Antes de que se retire para que podamos interrogar a la delegada Billworth, debe saber una cosa, gobernador: este asunto de los ataques terroristas es algo completamente secundario, ¿me ha entendido? Su tono de voz se elevó y los presentes en la sala pusieron especial cuidado en no hacer mucho ruido al respirar durante el silencio que siguió a sus amenazantes palabras. —No toleraré que me cuente ninguna excusa como que ha estado ocupado o cualquier otra cosa similar. Es más, ni siquiera le permitiré hablar en su defensa. Debe saber que este pequeño desorden provocado por los ataques terroristas podría provocar una intervención de las fuerzas de seguridad de la Liga, pero su falta de diligencia respecto a Paraíso podría desencadenar su destitución inmediata y la de todo su gobierno, ¿queda claro? ¡No responda! — exclamó antes de que Meldon asintiera—. Parece mentira… ¡Tanta irresponsabilidad! ¿Acaso no sabe de la importancia de su labor? Un fuerte acceso de tos interrumpió el sermón del colérico consejero, que continuó, con voz ronca: - 127 - —Lo dejaremos pasar por esta vez, pero sepa que no toleraremos otra falta en este sentido, por leve que sea. Puede retirarse. Meldon salió de la habitación sin atreverse a decir nada, tan sólo haciendo una inclinación de cabeza en señal de respeto y reconocimiento a los consejeros. Ni siquiera le guardaba rencor a Ahma Tiuk por haberle reprendido de aquella forma. La entrevista le había dejado aturdido y sintió que necesitaba sentarse. Fue incapaz de concentrar su mente en otra cosa que no fueran las duras palabras de Tiuk hasta que, minutos después, la puerta de la sala se abrió y Trisha salió con una expresión amargada en el rostro. Mel se puso en pie y la miró inquisitivamente. —Felicidades —dijo ella sin demasiado entusiasmo—. Ha conseguido evitar la intervención de las fuerzas de la Liga. —Creí que era eso lo que quería. —Sí, bueno… Me han destinado a otro mundo… en el Espacio Tango. Creen que no soy lo suficientemente imparcial para seguir desempeñando mi trabajo en el Anillo.

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El espejo - Eduardo Lopez Vera
268 pag.

Empreendedorismo Faculdade das AméricasFaculdade das Américas

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