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El comité de bienvenida, encabezado por Mel. El predicador llevaba su cabello rubio, que le caía casi hasta los hombros, suelto y con un aspecto al...

El comité de bienvenida, encabezado por Mel. El predicador llevaba su cabello rubio, que le caía casi hasta los hombros, suelto y con un aspecto algo alborotado. Su piel estaba tostada por el sol, y tenía unos intensos ojos azules. Era un hombre de facciones fuertes y no se le podía negar cierto atractivo, aunque contaba ya con más de cien años a sus espaldas. Vestía una sencilla túnica blanca de la Escuela sin símbolo alguno que denotara su rango. —Bienvenido al Anillo, predicador —saludó Mel. El gobernador del Anillo era mucho más alto que Karles, y le estrechó la mano con firmeza. El contraste entre ambos era casi cómico. Meldon era más corpulento, su cabello era de un brillante color negro azulado y su piel evidenciaba la palidez de quien ha vivido siempre en órbita, sin conocer la sensación que produce la luz solar en la superficie planetaria. Los ojos de ambos eran azules, pero en los de Meldon se advertía mayor frialdad y perspicacia, mientras que los del predicador se asemejaban a un profundo pozo, de aguas en calma, pero también profundas y misteriosas. —Gracias, gobernador Trauss —respondió Karles. —Nos alegramos de recibir entre nosotros a alguien tan virtuoso e ilustre como usted. Espero que haya tenido un buen viaje hasta aquí. —Todo lo bueno que cabe esperar de un viaje estelar —replicó el predicador. Trisha Billworth se encargó de romper la tensión del momento. —Soy Trisha Billworth, delegada del Consejo. Se dieron la mano. —Encantado. —Puede acudir a mí para todo lo que necesite. Su entonación al hablar fue muy distante, quizá hasta fría, lo cual contrastó de forma evidente con el tono ligeramente adulador que había empleado antes Meldon, y que parecía haber molestado al predicador. Mel tuvo que reprimir una mueca de disgusto. Odiaba el modo en que Trisha se aprovechaba de cualquier malentendido para introducir una cuña entre dos posibles rivales políticos, a pesar de que ya debería estar acostumbrado, pues la burócrata del Consejo ya ocupaba su actual puesto en tiempos de su predecesor, el gobernador Quym. Después del saludo de los nueve jefes de Sección y otras personalidades destacadas del Anillo, se dio por concluido el breve acto de bienvenida. La recepción oficial sería aquella misma noche, con un espléndido banquete en honor del nuevo predicador. Antes de que todos se fueran, Meldon alcanzó a Trellper Boh, jefe de la Sección Cuatro. Boh era un hombre realmente extraño. De altura algo inferior a la media, tenía la piel blanca como la leche y un marcado aire de fragilidad. Sin embargo, sus vivaces ojos marrones, enmarcados por un cabello castaño que le caía a ambos lados de la cara, le daban un aire inteligente y perceptivo. —Boh… —llamó Mel. —¿Sí? —¿Cómo está mi hermano? —Está bien. Hemos… —No, no me refería a eso. ¿Bajo qué medidas de seguridad está? —¡Ah! Está en el área de máxima seguridad, tal como sugeriste. Le tenemos muy bien vigilado. —Perfecto, pero quiero trasladarle a la Jaula lo más pronto posible. —¿De veras crees que es necesario? —Boh se encogió de hombros—. No creo que sea… —No conoces a Seid —interrumpió Meldon—. Cuando tenga tiempo, iré a verle. Después le trasladaremos. —Como quieras, Mel. Tú estás al mando. Meldon sonrió ante su habitual chiste privado. —Te veré esta noche en la recepción —dijo, despidiéndose. —Bien. Hasta luego. — 3 — Lejos de Paraíso, en un remoto planeta del sistema Omicrón, llamado Arsinne, llovía con fuerza sobre la pequeña ciudad de Flinnia. Un hombre de mediana edad, aspecto duro y cara de pocos amigos miraba al cielo preguntándose si la avalancha de adversidades que estaba padeciendo cesaría en algún momento. Su nombre era Hans Haagen, pero nadie en Flinnia sabía mucho más acerca de él. Su aspecto era bastante corriente y no revelaba nada sobre su lugar de procedencia: pelo negro y corto, piel pálida, ojos azules, de constitución esbelta pero fuerte, alto aunque no demasiado y con una mandíbula prominente que destacaba entre sus rasgos angulosos. Hans estaba allí por una buena razón: buscaba a alguien en Arsinne. Si su información era correcta, su presa debía de estar cerca, en aquella misma ciudad. Llevaba más de seis años siguiéndole la pista y nunca había estado tan próximo a su objetivo. Había tenido que sufrir en varias ocasiones la humillación de practicar detenciones equivocadas; también había caído a menudo en la desesperación al descubrir que su hombre le había despistado y se encontraba fuera de su alcance. El sujeto al que estaba persiguiendo parecía tener una increíble variedad de recursos y una habilidad sin igual para desplazarse de un lugar a otro y para cambiar de identidad con sorprendente rapidez. Ni siquiera estaba completamente seguro de que estuviera buscando a una sola persona o a toda una organización criminal. La lluvia arreciaba y Hans decidió refugiarse en una pequeña taberna que divisó a unos metros delante de él, que hacía esquina con una de las principales avenidas de Flinnia. Paseando por las calles de la pequeña ciudad portuaria, uno casi podía imaginar que formaba parte de un holo del siglo xxi. A algunos les parecería que aquello daba encanto a la ciudad y al planeta, pero Hans Haagen no podía soportar las incomodidades y las carencias de aquel alarmante atraso tecnológico y sociocultural. Una vez dentro del bar, se sentó en una de las pocas mesas que quedaban libres y pidió una fuerte bebida local que enseguida le hizo entrar en calor. A los pocos minutos, un hombre con un sombrero y una gabardina totalmente empapados se dirigió a él: —Disculpe… —¿Sí? —¿Me permite sentarme a la mesa con usted? El único sitio que queda libre está junto a la puerta y me temo que podría coger frío en la espalda… —Sí, claro. Siéntese —dijo Hans, que observaba todo a su alrededor con atención. —Muchas gracias —contestó afablemente el hombre—. Me llamo Robbe —añadió a la vez que le tendía la mano. —Y yo, Hans —contestó Haagen estrechándole la mano. Robbe era todo un hombretón, alto y muy grueso, de pelo castaño sucio y alborotado y con una tupida barba del mismo color y aspecto. Tenía su prominente nariz enrojecida por el frío y la humedad. Era el prototipo perfecto de un habitante de Arsinne. Hans no dejaba de sorprenderse del carácter tan abierto y cordial que tenía la gente en aquel planeta. Su modo de actuar sería considerado bastante grosero en su mundo de origen, pero allí tenían otras costumbres. Todavía no lograba entender para qué había venido a aquel planeta Jean Trewski, el criminal a quien perseguía. Arsinne era un planeta primitivo, sin ningún interés y lleno de paletos incapaces de pronunciar correctamente el inglés. Aquel Robbe tenía un acento aún más cerrado de lo normal. —¿Hans? —Robbe le miró, perplejo—. ¿Es usted de Yuville? —No. En realidad vengo de otro planeta. —¡Vaya! ¿Y a qué se dedica? Si no le molesta que se lo pregunte… —Lo cierto es que no es de su incumbencia —replicó Haagen, algo irritado por la insistencia de Robbe. —De acuerdo, de acuerdo… Ya sabemos que muchos extranjeros prefieren mantener para sí sus secretos. —No creo que vengan muchos extranjeros por aquí… —murmuró Hans en un tono casi inaudible. —Vale, no se preocupe —dijo Robbe haciendo con las manos un gesto conciliador—. Cambiemos de tema. ¿Ve ese cuadro que cuelga en aquella pared, al fondo? Hans se volvió para observar aquello a lo que se refería su interlocutor. Éste, en un movimiento absolutamente natural e imperceptible para él, aprovechó el momento para dejar caer una minúscula píldora en su bebida, que se disolvió casi de inmediato. —Sí. Parece una imagen de la ciudad. —Así es. Pero no se trata de una simple fotografía. Mi abuelo la dibujó de memoria, utilizando un software de dibujo muy sencillo y basándose tan sólo en los recuerdos de sus numerosos paseos por los montes al oeste de la ciudad. —¿En serio? A Hans le costaba entender que alguien dedicara tanto tiempo a algo tan inútil, y sobre

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El espejo - Eduardo Lopez Vera
268 pag.

Empreendedorismo Faculdade das AméricasFaculdade das Américas

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