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Sean sus movimientos más rápidos, procura aligerar su cintura. Su majestad me perdone si al parecer amenguo su grande obra apreciándola en sus meno...

Sean sus movimientos más rápidos, procura aligerar su cintura. Su majestad me perdone si al parecer amenguo su grande obra apreciándola en sus menores ventajas. Fausto. La magnitud de los tesoros que dormida yace profundamente en la tierra de tus estados, no da provecho alguno; la imaginación más galana no podría concebir tanta riqueza, ni la fantasía en su vuelo más sublime llegar a imaginársele. Mefistófeles. ¡Es tan cómodo el que pueda semejante papel suplir el oro y la perla! Siempre se sabe todo cuanto uno tiene y además no hay necesidad de pasarlo ni cambiar, y puede cada uno entregarse libremente al amor y al vino. ¿Quiere uno moneda? Lo cambia y se la procura, y si falta metal se cava por algún tiempo la tierra: se empeñan las alhajas y he aquí el papel amortizado con vergüenza de los incrédulos que de un modo tan insolente se burlaban de nosotros. El Emperador. Merecéis bien de nuestro reino y que en lo posible sea la recompensa proporcionada a vuestro servicio. Os confiamos el interior de la tierra de nuestros estados, por ser vosotros los más dignos custodios de los tesoros que guardan. Vosotros sabéis el secreto profundo que encierran, y sólo en virtud de vuestras órdenes se harán las excavaciones precisas. Podéis ahora poneros de acuerdo puesto que sois los dueños de nuestros tesoros: cumplid con ardor los deberes de vuestra misión y haced que los mundos superior e inferior se unan en feliz maridaje. El Tesorero. No debe ya entre nosotros ni sombra de discordia y desde ahora me complazco de tener por colega al divino. (Sale con Fausto.) El Emperador. A cualquiera que en mi corte colme de dones, quiero que antes me diga cuál es el uso que piensa hacer de ellos. Un Paje, (al recibirlos.) Con ellos viviré alegre, contento y de buen humor. Otro. Quiero enjoyar inmediatamente a mi amada. Un Camarero, (embolsando.) Desde ahora voy a beber doble cantidad de vino de la mejor calidad. Otro, (haciendo lo propio.) Ya se agitan los dados en mi bolsillo. Un señor abanderado, (con circunspección.) Yo voy a pagar las deudas que agravian sobre mi castillo y mis tierras. El Emperador. Confiaba hallar en vosotros ardor para emprender nuevas acciones. Bien lo veo; en el esplendor de la riqueza sois los mismos que habéis sido antes. El Bufón, (al llegar.) Ya que dispensáis gracias, permitidme participar de ellas. El Emperador. ¡Cómo! ¿Vives todavía? Ahora mismo irías a invertirlas en vino. El Bufón. Casi nada he comprendido acerca de vuestros billetes mágicos. El Emperador. Lo creo, porque los empleas mal. Tómalos, son tu lote. (Se va.) El bufón. ¡Cinco mil coronas en mi poder! Mefistófeles. Echa a correr. El Bufón. Decidme, ¿tiene esto el valor del oro? Mefistófeles. Con ello puedes procurarte todo cuanto tu boca y tu vientre apetezca. El Bufón. Y, ¿podré comprar una casa, ganados y terrenos? Mefistófeles. Por supuesto, con tal que lo pagues bien. El Bufón. Y, ¿un palacio con bosques, caza y estanques? Mefistófeles. ¡Desearía verte un gran señor! El Bufón. Desde esta misma noche voy a pavonearme en mis dominios. (Sale.) Mefistófeles, (solo.) ¿Quién puede dudar ya del talento de nuestro bufón? Una galería oscura. Fausto y Mefistófeles. Mefistófeles. ¿Por qué me traes a estos oscuros corredores? ¿No reina allá abajo la alegría, y no hay entre aquella turba cortesana sobrados motivos para la burla y la impostura? Fausto. No hables de este modo, porque ese lenguaje, sobre ser ya antiguo, me es sumamente pesado. Ese vaivén continuo es sólo para evitar contestarme; el mariscal y el chambelán no me dejan ni un momento de reposo. El emperador quiere, y es preciso complacerle; quiere contemplar a Elena y Paris, a la obra maestra del hombre y de la mujer, y verlos sobre todo dotados de formas encantadoras. Porque no puedo faltar a mi promesa. Mefistófeles. Locura ha sido prometer tal cosa. Fausto. Amigo mío, tú has sido el primero en no prever lo que había de sucedernos; hemos empezado por hacerle rico y preciso es ahora divertirle. Mefistófeles. ¿Piensas tú que puede hacerse esto tan fácilmente? Henos aquí metidos en un camino mucho más áspero; figúrate que te entregan las llaves de un tesoro inaudito, y que tú, como un insensato, acabas por contraer después nuevas deudas. ¿Piensas que es tan fácil evocar a Elena como a esos simulacros de papel moneda? En cuanto a brujas, espectros, fantasmas y enanos, estoy pronto a servirte con toda mi banda; pero las comadres del barrio no pueden pasar como heroínas. Fausto. ¡He aquí tu cantinela eterna! Siempre se va contigo a parar a lo incierto, pues eres el padre de todos los obstáculos y por cada servicio exiges una nueva recompensa. Ya sé que con sólo murmurar entre dientes estará hecho; sé que en un santiamén lograré lo que deseo. Mefistófeles. Nada tengo que ver con el pueblo pagano, porque habita su infierno particular... Sin embargo, entreveo un medio. Fausto. Habla pronto. Mefistófeles. Muy pesar mío voy a revelarte el misterio sublime. Hay diosas augustas que no reinan en la soledad, sin que haya en su derredor ni espacio ni tiempo y no puede hablarse de ellas sin experimentar una turbación indecible. ¡Tales son las Madres! Fausto, (asombrado.) ¡Las Madres! Mefistófeles. ¿Tiemblas? Fausto. ¡Las Madres! ¡Las Madres! ¡Me parece esto tan extraño! Mefistófeles. Y en efecto lo es, pues son diosas desconocidas a vosotros los mortales, que nunca nombramos nosotros de buen grado. Irás a buscar su morada en los abismos, puesto que tú eres causa de que las necesitemos. Fausto. ¿Dónde está el camino? Mefistófeles. No hay al través de senderos que no han sido ni serán hollados; no hay camino hacia lo inaccesible y lo impenetrable. ¿Estás dispuesto? No se han de esforzar cerraduras ni rejas. ¿Te has formado idea del vacío y de la soledad? Fausto. Podrías ahorrarte muy bien esos preámbulos, más propios para hacerse en la cueva de una bruja y en otros tiempos muy distintos de los nuestros. ¿No he tenido que estar en relación con la sociedad, saber el vacío y a su vez enseñar a los demás? Al hablar según la razón me dictaba, incurría en las mayores contradicciones, y por esto me vi forzado a buscar un asilo en la soledad y en el desierto, y por último entregarme al diablo por no vivir completamente relegado. Mefistófeles. Lánzate al océano, sepúltate en la contemplación de lo infinito y al menos verás dirigirse hacia ti las encrespadas olas, al sobrecogerte al espanto ante el abismo entreabierto. Allí al menos podrás ver alguna cosa en las verdes profundidades del mar en calma y verás deslizarse los delfines, las nubes, el sol, la luna y las estrellas; mientras que en el apartado y eterno vacío no verás cosa alguna, ni oirás el rumor de tus pasos, ni hallaras un punto sólido en que apoyarte. Fausto. Hablas como pudiera hacerlo el maestro a un fiel neófito. Me envías a la región de la nada para que mi arte y mi fuerza aumenten, y veo que en ella me tratas como al gato, para que te saque las castañas de la lumbre. Pero no importa, porque quiero profundizar esto a todo trance y además pienso en la nada encontrar el todo. Mefistófeles. Debo felicitarte antes de separarnos, porque veo que conoces a tu diablo. Toma esta llave. Fausto. ¿Y para qué eso? Mefistófeles. Tómala y guárdate de despreciar su influjo. Fausto. ¡Oh prodigio! ¡Crece en mis manos, se inflama y veo brotar de ella numerosas chispas! Mefistófeles. ¿Empiezas a comprender para lo que puede servirte? Esta llave te indicará el camino que debes seguir, ella te guiará hasta llegar al punto en que estén las Madres. Fausto, (estremeciéndose.) ¡Las Madres! Me produce esta palabra el efecto de un rayo. ¿Qué nombre es ése que yo no puedo oír? Mefistófeles. ¿Tan c

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Fausto de J. W. Goethe
131 pag.

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