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si ruge, rugen también nuestras ondas. Tercera parte. Si es nuestro curso agitado a causa de las pendientes de esas fértiles colinas, en cambio, a ...

si ruge, rugen también nuestras ondas. Tercera parte. Si es nuestro curso agitado a causa de las pendientes de esas fértiles colinas, en cambio, a grandes trechos correremos apacibles, regando los verdes prados, los senderos, la llanura, el valle y hasta el pequeño jardín de la casita oculta entre el follaje. ¿Veis aquella copa de ciprés que se levanta en el fondo del paisaje? También se refleja en el espejo de nuestra corriente. Cuarta parte del Coro. Seguid libres vuestro curso, en tanto vamos nosotros serpenteando por el collado, donde madura la uva sobre el sarmiento que su peso inclina, por contemplar al viñador que infatigable pugna a pesar de su éxito dudoso. Luego empiezan a crecer los racimos y a agitarse los pámpanos, sin que reine en todo el campo animación, hasta que puedan llenarse las costas y hacerlas crujir al peso de su contenido. Empieza entonces cada cual a dirigirse a la cuba para derramar con sus pies el líquido precioso, que ha de acabar por calentarles a todos la cabeza; no tardan en tumbarse todos los sentidos, por no haber pecho que no haga las veces de tinaja para dar digna acogida al nuevo huésped. (Cae el telón. Forkyas se levanta gigantesco en el proscenio, arroja la máscara y el velo, y se presenta bajo la forma de Mefistófeles para consumar la pieza y comentarla a su manera.) ACTO IV Alta montaña Cimas de enormes y agudos peñascos; pasa una nube y se extiende por el llano. Fausto, (al desprenderse de la nube.) Fija la vista en los profundos abismos que se abren a mis pies, recorro el borde de estos picachos, dejando allí el carro de nubes que al través de la tierra y del mar me ha conducido a la morada de la luz, se aleja lentamente sin disiparse, para que mi vista asombrada le siga hacia Oriente, como globo que cruza el espacio. A medida que se adelanta, se disuelve, y parece cambiar de forma. Tendida está allí majestuosamente, en sus cojines inundados de sol, una figura colosal parecida a una divinidad. Sí, Juno será, Leda o Elena, porque es de mujer el bello y sublime rostro que se presenta a mi vista encantada. ¡Ah! Ya todo se disipa y la masa informe se para en Oriente, haciéndome el efecto de la vieja nevera en que viese reflejada la imagen de otros tiempos. Sin embargo, véome envuelto en vapor tibio y grato que serena mi frente y mi pecho, y que toma forma a medida que se levanta en el aire. Semblante encantador, primer ser querido de mi juventud, por tanto tiempo llorado, ¿aún no eres más que una ilusión? Siento de nuevo en mí los tesoros de la primera edad, ocultos en lo fondo de mi corazón. Amor de la primera aurora, que vienes con vuelo rápido a hacer revivir en mí la primera mirada que me penetró el alma, apenas comprendida y recordada siempre, borra todo otro esplendor ante su brillantez deslumbradora. Una bota de siete leguas llega a la tierra. No tarda otra en seguirla. Mefistófeles echa pie a tierra. Las botas se alejan rápidamente. Mefistófeles. ¡He ahí lo que yo llamo correr! Pero ¿qué es lo que te ocurre? ¿Por qué desciendes al centro de estos horrores? Sé muy bien cual es esta mansión pues no puedo ignorarlo por ser el fondo del invierno. Fausto. Nunca te quedas corto al tratarse de leyendas fantásticas y ya estás dispuesto a espetarme otra. Mefistófeles, (en tono serio.) Cuando Dios, por motivos que yo me sé, nos arrojó de las altas regiones a los abismos, donde se consumía la llama eterna, nos hallamos apretados unos contra otros en posición muy molesta; empezaron a toser y estornudar los diablos, al aspirar el azufre y los ácidos, gas misterioso que no basta a contener los infiernos, pues al poco tiempo estalló la unida corteza de la tierra con espantoso estruendo. Ahora hemos dispuesto la cosa de distinto modo; lo que era antes un abismo es ahora una alta cumbre, merced a la doctrina de encumbrar lo bajo y de rebajar lo alto; por eso entonces pasamos de la esclavitud sofocante del abismo a la dominación del aire libre, misterio evidente tan bien guardado, que no será revelado a los pueblos hasta muy tarde. (Ephis, MI, 12.) Fausto. Este grupo de montañas es noblemente silencioso. Cuando la naturaleza se fundó a sí propia, redondeó el globo terráqueo, quiso complacerse en levantar los picachos, abrir los abismos y apoyar la peña sobre la peña, el monte sobre el monte, disponiendo luego las colinas, cuyas pendientes suavizó en el valle. Mefistófeles. Esto que os parece tan claro como la luz del día no es más que una ilusión: sólo el que estuvo allí presente puede saber que anduvo la cosa de muy distinta manera; estaba allí cuando en el seno del abismo incandescente hervía aún la lava en fusión, cuando el martillo de Moloch lanzó a lo lejos los restos graníticos; espaciadas se ven aún por el suelo varias de aquellas moles enormes. ¿Cómo explica esa erupción? Nada ha podido el filósofo comprender. Ya que está allí la peña, bueno será dejarla; demasiado nos ha hecho perder el tiempo: el pueblo inocente y sencillo cree, y sólo a Satán se debe la experiencia que atesora. Por esto el peregrino apoyado en el bordón de la fe visita la Piedra y el Puente del diablo. Fausto. Es en verdad curioso ver a los diablos hablar acerca de lo creado. Mefistófeles. Poco me importa sea la naturaleza tal cual quiera ser; sólo se trata de una cuestión de honra y que estaba el diablo presente cuando fue formada. Nadie duda que somos capaces de ejecutar grandes cosas: ahí están el tumulto, la fuerza brutal y la extravagancia para demostrarlo. ¿Nada te admira en nuestro reino? Tus miradas, al recorrer lo infinito, han abarcado “los imperios del mundo y tus pompas”. (Mateo, IV.) Fausto. Sólo una cosa grande ha logrado fascinarme: adivínala. Mefistófeles. No me será difícil. He aquí la capital que para mí escogería: una ciudad en cuyo centro hubiese un verdadero laberinto de estrechos callejones, sin más plaza que la del mercado por no carecer de coles, nabos, cebollas y carnes, aunque las moscas acudiesen a ella para procurarse el sustento, para encontrar allí siempre hediondez y actividad. Además, quisiera vastas plazas y anchas calles, para darse cierta apariencia grandiosa, y finalmente, quisiera arrabales que se perdiesen de vista en un ilimitado espacio. Allí me complacería en el eterno rodar de los coches, en el vaivén tumultuoso, en el movimiento continuo de aquel hormiguero, y presentaríame a caballo o en coche, en un punto céntrico, honrado por millares de seres. Fausto. Nada de esto me complacería. Muchos gozan al ver al pueblo multiplicarse, formarse e instruirse, y cuanto mejore son las condiciones de su existencia, mayor es su rebeldía. Mefistófeles. Además, me construiría un magnifico palacio en sitio agradable, entre bosques, llanuras, prados y campos, dispuestos en forma de jardines, donde hubiese toda clase de árboles, flores y cascadas, cuyas aguas al precipitarse formasen mil vistosos juegos; haría construir para las mujeres casitas elegantes y cómodas, a fin de pasar con ellas horas infinitas en soledad encantadora. Digo mujeres, porque sólo en plural me gustan las beldades. Fausto. ¡Eres un nuevo Sardanápalo! Mefistófeles. ¿Puede adivinarse el fin al que aspiras? Debe ser un fin sublime. Cuando en tu viaje llegaste cerca de la luna, ¿es posible que no te impulsase hacía a ella tu deseo? Fausto. Inmenso es el espacio que ofrece este globo para las grandes acciones; me siento capaz de acometer nobles empresas, merced a la actividad que me anima. Mefistófeles. ¿Ambicionas la gloria? Bien se conoce el roce con las heroínas. Fausto. Quiero dominarlo y poseerlo todo. La acción es el gran medio; la gloría en sí no es nada. Mefistófeles. Y no faltaran poetas que anuncien tu fama a la posteridad, enlazando la demencia con la demencia. Fausto. Todo esto es desconocido. ¿Qué es lo que tú puedes saber respecto de los deseos del hombre? ¿Cómo puede tu naturaleza, llena

Esta pregunta también está en el material:

Fausto de J. W. Goethe
131 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

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