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sí un vacío inmenso, y por mucho que se esforzara no podía concentrarse en el trabajo. A la hora de comer se fue a un parque que estaba cerca de la...

sí un vacío inmenso, y por mucho que se esforzara no podía concentrarse en el trabajo. A la hora de comer se fue a un parque que estaba cerca de la oficina. Sentado allí, con el sol que calentándole, intentó relajarse, pero no lo consiguió. Estaba nervioso y se sentía angustiado y triste. Veía parejas que caminaban felices, cogidas de la mano, y compañeros de trabajo que almorzaban juntos, riendo y charlando entre ellos. Y él allí solo, sin nadie con quien charlar. Pensó que a lo largo del día aún no había hablado con nadie, ni en la oficina ni en la calle: “¿Se puede vivir así?”, se preguntó, y otra parte de sí se levantó del banco y le contestó: “No, y por eso me voy”, y se alejó, feliz, a charlar con los compañeros de trabajo, o a ver a su novia, para tomar con ella un rico almuerzo. Pedro miró como por tercera vez en el día perdía una parte de sí, pero no hizo nada para detenerla. “Al carajo”, dijo en voz baja, “como si ésta fuera la primera vez que me pasa....”. Y era cierto: durante años había perdido día tras día partes de sí, en un largo proceso que lo había llevado hasta el estado actual, solo, triste y sin esperanzas para el futuro. “¿Dónde estarán estas partes de mí que he perdido en el camino?”, pensó. “¿Dónde habrán ido a parar? Espero que por lo menos ellas sean felices, porque para mí cada día es peor”. En la oficina no dejó ninguna parte de sí: nadie quería quedarse en aquel lugar tan horroroso. Se fue otra vez hacia el metro, y volvió a casa con la moral baja, la mirada hosca y una tristeza infinita en su alma. Caminando por las calles de su barrio, Pedro se preguntaba si había algo que pudiera hacer para cambiar las cosas. Si miraba hacia atrás, hacia su vida pasada, no veía nada positivo: ni el recuerdo de un amor, de una amistad, de algo bonito a lo que agarrarse, sólo rencor, odio, y mucha soledad. Cuando llegó al portal de su casa, sacó las llaves del bolsillo y se preparó para otra tarde solitaria: ducharse, cenar algo sencillo y a dormir, solo como siempre. “Pues no”, pensó, “¡a la mierda todo!”. Cerró los ojos, y dejó que otra parte de sí saliera libre a la calle, para que no subiera a la soledad de ese piso sino que siguiera su camino, hacia una noche divertida y llena de emociones. Pedro se quedó allí parado, en medio de la acera, viendo como una imagen igual en todo a él se alejaba calle abajo. Era una parte de sí, pero se fijó mejor y vio que había pequeñas diferencias: el doble era algo más alto, no tenía las espaldas tan encogidas, no llevaba gafas; su ropa era algo más moderna y elegante, y sobre todo... sonreía. Sonreía feliz, feliz de la vida, feliz del presente, y lleno de esperanzas para el futuro. Pedro levantó el brazo y saludó a esa parte de sí: “¡Qué tengas una buena noche, amigo, al menos tú!” gritó. El doble de Pedro se dio la vuelta, levantó la mano y le devolvió el saludo; después continuó calle abajo, hacia un atardecer lleno de esperanza y alegría.

Esta pregunta también está en el material:

Suenos de cristal - Simone Mascardi
72 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

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