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Pero dejando de lado estas cosas, digamos esto: que no es lo mismo cambiar en cuanto a la cualidad y en cuanto a la cantidad; sea, ciertamente, que...

Pero dejando de lado estas cosas, digamos esto: que no es lo mismo cambiar en cuanto a la cualidad y en cuanto a la cantidad; sea, ciertamente, que no permanece en su cantidad, pero todas las cosas las conocemos según su forma específica. Además, a los que así piensan es justo reprocharles que, aun tomando en consideración un número pequeño de las cosas sensibles mismas, sin embargo afirmaron igualmente acerca de la totalidad del universo que se comporta de este modo. Y es que la región de lo sensible que constituye nuestro entorno es la única que se perpetúa mediante destrucciones y generaciones, pero constituye una parte del todo que apenas es nada, conque más justo sería que absolvieran a ésta en gracia a aquéllas, en vez de condenar a aquéllas por culpa de ésta. Además, es evidente que frente a éstos podemos decir lo mismo que antes quedó dicho: habrá que mostrarles que existe cierta naturaleza inmóvil, y convencerlos de ello. Aunque, ciertamente, a quienes afirman que es y no es a la vez, les sucede que han de afirmar que todas las cosas están en reposo más bien que en movimiento: nada hay, en efecto, hacia lo cual algo pueda cambiar, puesto que todas las cosas se dan en todas las cosas. Y en relación con la verdad, que no es verdadero todo lo que aparece, diremos primeramente que ciertamente la sensación de lo propio no es falsa, pero que la imaginación no se identifica con la sensación. Además, resulta asombroso que se planteen aporías como ésta: si los tamaños o los colores son tales como aparecen a los que están lejos o como aparecen a los que están cerca; y si son tales como aparecen a los sanos o como aparecen a los que están en estado febril; y si son más pesadas las cosas que aparecen tales a los débiles o a los fuertes, y si son verdaderas las que parecen tales a los dormidos o a los despiertos. Que no piensan de este modo, es evidente: ninguno, desde luego, se encamina al Odeón si, estando en Libia, sueña que está en Atenas. Además, en relación con lo que sucederá, como dice Platón, la opinión del médico y la del ignorante no son, en absoluto, igualmente autorizadas, por ejemplo, respecto de si se va o no se va a sanar. Y, además, entre las sensaciones mismas, no son igualmente autorizadas la sensación de aquella cualidad que no es la propia y la de la propia, o la de la cualidad de una sensación vecina y la suya misma, sino que acerca del color es la vista y no el gusto, y acerca del sabor, el gusto y no la vista. Y ninguno de los sentidos afirma en absoluto, en el mismo momento, acerca de lo mismo que es y no es así a la vez. Ni siquiera en momentos distintos se contradicen acerca de la cualidad, sino acerca de la cosa de la cual es accidente la cualidad. Quiero decir, por ejemplo, que el mismo vino, si cambia, o si cambia el cuerpo, parecerá en una ocasión que es dulce y en otra ocasión que no es dulce. Pero lo dulce, tal cual es cuando se da, no ha cambiado en absoluto, sino que el sentido siempre está en la verdad respecto de ello, y lo que será dulce es necesariamente tal. Pero esto lo eliminan todos estos razonamientos, y como que tampoco existe la entidad de ninguna cosa, del mismo modo tampoco existe nada necesariamente. Y es que lo necesario no puede ser de otro y de otro modo y, por consiguiente, si algo es por necesidad, no será así y no así. Y, en general, si solamente existe lo sensible, nada existiría si no existieran los seres animados, ya que no habría sensación. Desde luego, es seguramente verdad que no existirían sensibles ni sensaciones (éstas son, en efecto, afecciones del que siente), pero que si no hubiera sensación no existirían las cosas que producen la sensación, es imposible. Y es que la sensación no lo es de sí misma, sino que hay además algo distinto de la sensación que es necesariamente anterior a la sensación. En efecto, lo que mueve es por naturaleza anterior a lo movido, y no lo es menos por más que se diga que lo uno y lo otro son correlativos. Continúa la crítica de las posiciones relativistas Hay algunos —tanto entre los que están persuadidos de estas cosas como entre los que proponen estos argumentos sólo de palabra— que se sienten en una situación aporética al preguntarse quién decidirá cuál es el sano y, en general, cuál es el que juzga rectamente acerca de cada cosa. Tales aporías, sin embargo, son como considerar una aporía si en este momento estamos dormidos o despiertos. Pero semejantes aporías poseen todas la misma fuerza. Y es que éstos exigen que haya demostración de todas las cosas: buscan, en efecto, un principio, y pretenden lograrlo por demostración. Pero que no están persuadidos de ello, lo muestran claramente en su conducta. Pero, como decíamos, esto es lo que los caracteriza, que buscan demostración de lo que no hay demostración: en efecto, el principio de la demostración no es demostración. Desde luego, éstos se persuadirían fácilmente de esto (pues no es difícil captarlo). Por el contrario, aquellos que buscan exclusivamente la fuerza de la refutación, buscan algo imposible: reclaman, en efecto, el derecho a contradecirse tan pronto como se contradicen. Ahora bien, si no todas las cosas son relativas, sino que algunas son ellas mismas por sí mismas, no será verdadero todo lo que aparece. Y es que lo que aparece es algo que aparece a alguien. Por consiguiente, el que afirma que todo lo que aparece es verdadero convierte en relativas todas las cosas que son. Por ello, quienes buscan imponerse por la fuerza en la discusión y al mismo tiempo pretenden mantenerse en la discusión, han de poner cuidado en señalar que no existe todo lo que aparece, sino lo que aparece a quien aparece, y cuando aparece, y en la medida en que y como aparece. Si, por el contrario, mantienen la discusión, pero no la mantienen en estos términos, les ocurrirá que se contradirán enseguida. Es posible, en efecto, que la misma cosa parezca miel a la vista, pero no al gusto, y puesto que son dos los ojos, que las cosas no parezcan las mismas a la visión de uno y otro, si aquéllos son desiguales. Puesto que contra aquellos que afirman, por las razones ya expuestas, que lo que aparece es verdadero y que, por tanto, todas las cosas son por igual verdaderas y falsas —ya que no aparecen como idénticas para todos, ni tampoco como idénticas siempre para el mismo individuo, sino a menudo como contrarias al mismo tiempo (en efecto, el tacto dice que hay dos cosas al cruzar los dedos, pero la vista que una sola)— pero, sin embargo, no ocurre esto en ningún caso con la misma sensación respecto de lo mismo, en el mismo sentido y en el mismo momento y, por consiguiente, esto será verdadero. Pero seguramente por esto, los que sostienen tal doctrina, no por encontrarse en una situación aporética, sino por el gusto de discutir, habrán de decir, no que «esto es verdad», sino que «es verdad para éste». Y como se dijo en primer lugar, necesariamente hacen todas las cosas relativas, relativas a la opinión y a la sensación, de modo que nada hubo ni habrá sin alguien que haya opinado primero. Y si lo hubo o habrá, es evidente que no todas las cosas serán relativas a la opinión. Además, si es una sola cosa, será relativa a una sola cosa o a algo determinado. Y si la misma cosa es mitad e igual, no obstante, «igual» es relativo a «doble». Y si «hombre» y «aquello de que se opina que es hombre» son lo mismo para el que opina, no será hombre el que opina, sino aquello de que opina. Y si cada cosa es relativa al que opina, el que opina será relativo a infinitas especies de cosas. Así pues, sobre que la opinión más firme de todas es que las afirmaciones opuestas no son verdaderas a la vez, y qué sucede a los que sostienen esto y por qué sostienen tal doctrina, baste con todo lo dicho. Por otra parte, y puesto que es imposible que dos afirmaciones contradictorias sean verdaderas a la vez respecto de lo mismo, es evidente que tampoco es posible que los contrarios se

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aristoteles-1
730 pag.

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