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9 7 8 6 0 7 2 0 0 0 9 0 2 ISBN 978-607-2-00090-2 *Edit002060*Pub0125659* Temas de física Mecánica Libro 3 SISTEMAS DINÁMICOS Mecánica Libro 3 Fermín Alberto Viniegra Heberlein SISTEMAS DINÁMICOS FACULTAD DE CIENCIAS, UNAM Mécanica. Libro 3 1a edición, 21 de agosto de 2009 Facultad de Ciencias Circuito exterior s/n Ciudad Universitaria, C.P. 04510. México , D.F. cse@fciencias.unam.mx ISBN obra completa: 978-970-32-4498-0 ISBN libro 3: 978-607-2-00090-2 Diseño de portada: Laura Uribe Tipografía y figuras: Mauricio Vargas Díaz Impreso y hecho en México D.R. © Universidad Nacional Autónoma de México A la memoria de mi madre Anna Helene Heberlein Lang (1910-1967) PREFACIO Este es el tercer libro de la serie de mecánica que se publica en la Facultad de Ciencias. Como en los anteriores, para la escritura de éste, unas mo- destas notas de clase se convirtieron en compilaciones, para finalmente constituirse en textos serios y formales. Con la publicación de estos tres libros se han venido a materializar muchos años de experiencia docente y constituyen la expresión del deseo de contribuir con mi granito de are- na al mejoramiento de la enseñanza y a la divulgación de la física en la unam. Un día, allá por los años setenta del siglo pasado, recibí un recado que me envió el profesor Juan de Oyarzabal, que a la sazón era coordinador de la carrera de física en la Facultad de Ciencias de la unam, pidiéndome que fuera a verle. En cuanto me presenté con él me explicó el motivo de la entrevista; me dijo, palabras más, palabras menos, que después haber im- partido durante tanto tiempo el curso de Física Teórica I (mecánica clási- ca) se sentía cansado, así que estaba pensando en cambiar y ofrecer otros cursos en la propia Facultad por lo que deseaba que aquella materia fuese impartida por mí en adelante. Yo creo que a lo largo de nuestra vida como estudiantes, ha habido al- gunas personas que de una u otra forma han influido en nosotros y segu- ramente lo que hemos llegado a ser tiene su marca. Juan de Oyarzabal fue uno de esos personajes que influyeron muy intensamente en mi for- mación, tal vez sin que él mismo se hubiera percatado de ello. Su actitud de permanente curiosidad por la física, su deseo de saber cada vez más, de explorar nuevos conocimientos, fueron para mí poderosos estímulos, con- ductas que quise hacer mías para el futuro y llegar a ser, académicamen- te, un poco como él. La forma de dar sus clases, de preparar ejemplos atractivos, ingeniosos, didácticos, es algo que he tratado de emular a lo largo de mi vida como profesor. No me cabe duda que Don Juan, como le llamábamos con afecto y admiración, ha sido uno de los profesores que mayor huella dejaron en mi persona. vii Por supuesto, cuando mi profesor me ofreció la estafeta para que yo continuara ofreciendo el curso que había sido de él, acepté de inmediato y me dediqué a confeccionar uno que tuviese el sello de Juan de Oyarzabal. Aquella invitación ha representado para mí un honor que siempre habrá de estar presente en mí y un compromiso de ofrecer a mis estudiantes, en la medida de lo posible, un cuerpo completo de conocimientos actua- lizados y de calidad, en el tema de la mecánica clásica. Nuevos planes de estudio han sido creados para mejorar la enseñanza de la física; nuevos nombres se han dado a muchas de las materias que hoy constituyen el currículo de la licenciatura, pero aquellas que se imparten bajo el gran tema de la mecánica clásica, como la Mecánica Analítica, si- guen exhibiendo una estructura general que conserva el formato de las cla- ses que nos dio aquel personaje a los afortunados que pasamos por su aula. En este tercer volumen presento los dos temas que a mi entender forman la corona de la mecánica: la formulación de Hamilton y la mecánica analí- tica de los fluidos. La primera constituye la más profunda concepción del fenómeno de la dinámica, basada en las ideas de Sir William Rowan Ha- milton, en el siglo xix, acerca del espacio de las fases, así como de la dinámi- ca, entendida como un campo físico que permea a todo ese ámbito. Esta par- te culmina con la formulación de las series de Lie y la llamada ecuación de Hamilton-Jacobi, así como las soluciones en series de perturbaciones; tan- to las dependientes del tiempo, como las independientes del tiempo. Por su parte, la mecánica analítica de los fluidos, si bien comenzó a exponerse en el libro 2, se presenta aquí como una estructura teórica completa, mas no cerrada, dentro de la ideología hamiltoniana. Con el material del tercer libro de la serie Mecánica, puedo decir que el tour que inició con la formu- lación de Newton y continuó con la de Lagrange, Euler y d’Alembert, ha concluido, regresando a su punto de partida, mostrando que este tema es una formidable tautología, estupendamente hilvanada. Igual como ocurrió con los primeros volúmenes de esta colección, debo decir que Mecánica. Libro 3 no hubiera podido materializarse sin el concur- so de una buena cantidad de personas que directa o indirectamente par- ticiparon en su creación. En primer lugar debo reconocer a los dos o tres mil estudiantes que han acudido a escuchar mis clases a lo largo de tantos años que llevo ofreciendo estos cursos; muchos jóvenes brillantes que en ocasio- nes, con sus preguntas, me han hecho estudiar buscando las respuestas. Sus nombres se han borrado de mi memoria, pero aún recuerdo sus rostros y Prefacio viii sus comentarios. Debo reconocer también el fatigante trabajo realizado por colaboradores que se dedicaron a transcribir mis notas a medios elec- trónicos, como fueron la señorita Rosa de la Cruz Ramírez Rosas, “Rosy” y el señor Benito Guadalupe Cruz. Debo agradecer muy sinceramente a la señora Martha Pöhls Padilla, mi gran amiga de toda la vida, su paciencia y dedicación en la revisión y corrección del trabajo. Muy especialmente debo dar las gracias por todo el trabajo de hacer y rehacer los tres volúmenes, con sus comentarios y críticas a la doctora en ciencias Barbarela Dávila Car- mona. Asimismo, quiero dejar aquí constancia de mi más profundo agra- decimiento al doctor Ricardo Vera Graziano, actual director del Instituto de Investigaciones en Materiales de la unam, cuando en su calidad de Coor- dinador del Posgrado en Ciencias e Ingeniería de los Materiales aportó una invaluable ayuda material para la publicación de esta colección. No puedo dejar de reconocer tampoco el apoyo y la ayuda que recibí de la dirección de la Facultad de ciencias y, sobre todo, estoy muy agradecido al Programa de Apoyo a Proyectos para la Innovación y el Mejoramiento de la Enseñanza, papime, que me ha otorgado el financiamiento para la pu- blicación de esta obra. Y ya para terminar, quiero expresar el agradeci- miento que debo a mi más joven amiga, la psicóloga Mercedes Perelló Valls, quien, siempre entusiasta, me ha dado su apoyo y estímulo desde la Coor- dinación de Servicios Editoriales de la Facultad de Ciencias. Ciudad Universitaria, Distrito Federal, otoño de 2009 Fermín Alberto Viniegra Heberlein Prefacio ix CONTENIDO Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . vii 9. Formalismo de Hamilton . . . . . . . . . . . . . 1 9.2. Las ecuaciones de Hamilton . . . . . . . . . . . 7 9.3. El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos . . . 26 9.4. Las transformaciones canónicas . . . . . . . . . . 56 9.5. Los corchetes de Poisson y las series de Lie . . . . . . 84 9.6. Problemas del capítulo . . . . . . . . . . . . . . 107 10. La formulación de Hamilton-Jacobi . . . . . . . . . 113 10.1. La ecuación de Hamilton-Jacobi . . . . . . . . . . 113 10.2. Teoría de las perturbaciones dependientes del tiempo . . 127 10.3. Método de las variables separables . . . . . . . . . 137 10.5. La teoría de las perturbaciones independientes del tiempo . 164 10.6. Algunas aplicaciones de la teoría de las perturbaciones inde- pendientes del tiempo . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178 10.6.1. Resolución del problema no perturbado . . . . 179 10.6.2. Resolución del problema perturbado . . . . . 182 10.6.3. Resolución exacta del oscilador perturbado . . . 187 10.7. Problemas del capítulo . . . . . . . . . . . . . . 188 11. El formalismo de Hamilton para los fluidos . . . . . 193 11.1. Las ecuaciones de Hamilton para los fluidos . . . . . 193 11.2. El espacio de las fases de los fluidos perfectos . . . . . 221 11.3. Un simple ejemplo de fluidos, usando la formulación de Ha- milton . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232 11.3.1 Flujo de un fluido perfecto que fluye sobre una super- ficie horizontal lisa, en estado estacionario, debido a una pre- sión aplicada . . . . . . . . . . . . . . . . . 232 11.4. Problemas del capítulo . . . . . . . . . . . . . . 244 xi Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245 Índice analítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . 247 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253 Contenido xii CAPÍTULO 9 FORMALISMO DE HAMILTON 9.1. Introducción Con la mecánica analítica dejó de ser un problema plantear las ecuaciones diferenciales del movimiento. Anteriormente, con el esquema de Newton, aún los problemas relativamente simples de la mecánica ofrecían dificulta- des, a veces infranqueables, sobre todo al momento de considerar las fuer- zas de constricción. Con la estrategia de la mecánica analítica, por el contrario, plantear cual- quier problema se reduce a contar el número de grados de libertad que tie- ne, como la diferencia de las coordenadas menos las constricciones. Luego, simplemente se construye la función de Lagrange como otra diferencia: la energía cinética total del sistema, menos la energía potencial y a continua- ción se sustituye esa lagrangiana en las ecuaciones de Lagrange correspon- dientes. Aquí acaba el proceso; el problema ha quedado planteado. Ahora, para llegar finalmente a las soluciones, es necesario integrar las ecuaciones diferenciales que se plantearon. En esta cuestión muy poco puede hacer el formalismo de la mecánica analítica. De hecho, descontan- do el análisis de las variables ignorables, que es fundamental para descubrir leyes de conservación y con ellas aligerar la carga de las integraciones; quitando esta ayuda, nada más puede hacer la teoría de Lagrange para ayudar a la integración. El problema es ahora de talento y de suerte, pues, en efecto, grandes cantidades de talento se requieren para realizar esos procesos de inducción que son las integraciones. Se requieren cambios de variables además de álgebra en cantidades industriales para culminar con éxito el proceso. Y también suerte, porque de pronto ocurre que una inte- gral en apariencia amistosa, se torna una verdadera pesadilla y jamás será posible concluirla. Los matemáticos han avanzado enormidades en el aná- lisis y han puesto en manos de físicos e ingenieros sus famosos teoremas 1 de existencia y unicidad de soluciones, pero la verdad es que estas herramien- tas se tienen dentro de gavetas, guardadas, con un vidrio que las protege del polvo y que lleva un letrero de “rómpase en caso de emergencia”. Solamente en esas circunstancias se acude a los libros de análisis y, después de mu- cho pensar, el pobre científico hace una fuerte aspiración, guarda el resue- llo y se sumerge desesperado, en los océanos de símbolos extraños y concep- tos fríos y secos que vienen en tales libros. Muchas veces, después de horas de concentración y de disciplina espartana, llega finalmente al teorema, al método que parecía el salvador y se lleva la desagradabilísima sorpresa de que para el problema particular que tiene y por el cual hizo esa agobiante incursión en el desierto de las matemáticas puras y abstractas, no se tiene si- quiera una leve luz que alumbre la salida. En el otro extremo de las cosas, la mecánica clásica de Newton es un esquema, una estrategia para atacar los problemas de esa parte de la física que trata del movimiento de los cuerpos materiales. Su importancia ha sido suficientemente ponderada a lo largo de este libro y no parece ser necesa- rio abundar más sobre el titánico paso adelante en el conocimiento de la naturaleza que representó su estructuración y establecimiento. Pero tam- bién es necesario aclarar, por el bien de la verdad, que la mecánica clásica de Newton muy poco sirve para la comprensión del fenómeno de la dinámi- ca. Newton propone que un cuerpo masivo como el Sol, por el solo hecho de ser una enorme masa, actúa a distancia sobre otros cuerpos: planetas, asteroides y cometas. Esta es la interacción gravitacional. Posteriormente y siguiendo la misma línea de pensamiento, Coulomb propone una “explica- ción” muy parecida a ésta, para el caso de cargas eléctricas que se ponen, una en presencia de otras. Pero la esencia de las interacciones; esto es, la explicación acerca de cómo ocurre la propagación del campo gravitacional al través del espacio y del tiempo, no pudo ser establecida en forma clara sino hasta mucho tiempo después; hasta cerca de doscientos años más tarde, cuando se pudo contar con una teoría de los campos físicos; teoría como la que se expuso en el capítulo 6 del libro 2 de esta serie. En este sentido se puede decir que la mecánica clásica de Newton, con todas sus excepcionales virtudes, no estuvo completa desde su estableci- miento. Así, no permite comprender el fenómeno de la dinámica: la esen- cia de las fuerzas, su modo de propagación y la forma como provoca en los cuerpos materiales los cambios de estados de movimiento. Es incapaz de describir toda una clase de fuerzas: las fuerzas de constricción. Hace, en ge- Formalismo de Hamilton 2 neral, muy complicado el planteamiento de los problemas y representa un severo obstáculo para su resolución al no proponer métodos de integración de las ecuaciones diferenciales de movimiento. Como una teoría inicial, como una herramienta con la cual el ser humano pudo por primera vez abordar sistemáticamente un conjunto de problemas y entender en forma práctica cómo es el Universo, ha mostrado ser formidable, pero al mismo tiempo ha exhibido una gran cantidad de debilidades y limitaciones. Lagrange, con su mecánica analítica, dio un primer paso en ambos senti- dos: en primer lugar, como ya se mencionó, permitió plantear los proble- mas de la dinámica en forma expedita y clara. También empezó a vislumbrar que las fuerzas deben tener ciertos mecanismos íntimos de interacción; por ejemplo, cuando comienza a asociar las simetrías del movimiento con leyes de conservación. Pero es necesario recalcar que Lagrange tampoco consi- guió hacer más fácil la integración de las ecuaciones diferenciales de movi- miento, ni dar más luz sobre la esencia de la dinámica. En este sentido, la mecánica analítica de Lagrange no fue sino un paso más —muy necesario por cierto— en la larga jornada de la búsqueda del conocimiento. De hecho, la aventura no ha terminado aún. Las fuerzas de la naturaleza han podido ser clasificadas y, según se sabe hoy en día, no hay más de cua- tro, o tal vez cinco tipos esencialmente distintos de interacciones en todo el Universo, comenzando con la más débil de todas; la interacción gravitacio- nal; esa que requiere de cuerpos gigantescos para apenas manifestarse, siguiendo con la llamada interacción electro débil, que es la que se observa en el fenómeno de la desintegración beta, cuando el núcleo de algún átomo emi- te electrones (partículas beta) y neutrinos y se transmuta en otro elemento de la tabla periódica con un peso atómico mayor. En ese orden, le sigue la interacción electromagnética, que ocurre por el intercambio de fotones, y lue- go vienen las interacciones fuertes, que son las que ocurren en los núcleos ató- micos; son fuerzas de gran intensidad pero de muy corto alcance que son las responsables de mantener los núcleos delos átomos compactos e imper- meables al paso de otros cuerpos, oponiéndose a las fuerzas de repulsión electrostática entre los nucleones. Recientemente se ha sugerido que puede existir un quinto tipo de interacción que es la llamada bosónica. Esta, de comprobarse su existencia, permitiría explicar aquellos vínculos que, se sospecha, ocurren entre ciertas partículas nucleares con espín entero. Lo cierto es que hasta la fecha aún quedan muchas dudas; muchas pre- guntas por contestar acerca de las interacciones. ¿Cómo es que, por ejemplo, Introducción 3 un quantum; una madeja de ondas, adquiere esa cualidad que se llama “masa” y de qué manera ésta de pronto atrae a otras madejas ondulatorias que andan por ahí cerca? ¿De qué está hecha, en su más prístina esencia, eso que se llama carga eléctrica? Con los modernos, cuanto gigantescos aceleradores de partículas sub- atómicas; esos toroides magnéticos que se encuentran en las entrañas de la Tierra, abarcando un área de cientos de kilómetros cuadrados. Tan gran- des que ocupan parcialmente el subsuelo de dos países: Francia y Suiza, y en cuyos interiores se aceleran protones a tan altas energías, que sus efec- tos relativistas, como el aumento de su masa inercial alcanzan valores enormes; de decenas de kilogramos, cuando en reposo no llegan a 10�27. Con esos aceleradores se espera provocar colisiones frontales de esas par- tículas que, literalmente, las desintegren y solamente queden los más básicos componentes de la materia. Así, buscando en las entrañas de los protones, después de despanzurrarlos, se espera encontrar aquello que, cuando forma parte de una de esas partículas subatómicas, le imprime la característica de tener masa, o carga eléctrica o espín y que al no estar presente, da como resultado un corpúsculo sin masa, como el fotón, o sin carga eléctrica, como el neutrino, o sin espín. Pacientemente, un viejito excéntrico y un tanto misántropo de apellido Higgs, que hace unos veinte años propuso sus ideas sobre los parámetros esenciales de la materia; espera al cartero y atisba en su computadora dia- riamente, allá en las lejanas tierras de Albión, para ver si recibe desde Fran- cia el deseado mensaje, informándole que su bosón; el mentado bosón de Higgs; la más escurridiza de todas las partículas, la causante de las propie- dades básicas de las interacciones entre los cuerpos, al fin fue descubierta como resultado de una de esas colisiones monumentales. Inquietos, a unos mil kilómetros de distancia de Dublín, un grupo de burócratas esperan también esa noticia, para iniciar el proceso que habrá de culminar con la ceremonia donde el Rey Gustavo de Suecia le dé a Higgs y a sus colaboradores el Premio Nobel de Física, antes de que el po- bre viejo pase a mejor vida. De todos modos, bien sea que se descubra el dichoso bosón de Higgs, o no, su existencia es, para la mecánica, de muy dudosa importancia. En todo caso, quienes van a saltar de júbilo cuando se descubra, serán los físicos nucleares o subnucleares y los militares. Los primeros, porque con ese hallazgo quizá puedan, ahora sí, proponer un esquema unificador de las Formalismo de Hamilton 4 interacciones que lleve a colocar las piezas que faltan en el rompecabezas de la formación del Universo, de la genealogía de las partículas y de la explica- ción elemental del concepto de energía. ¡Casi nada falta! A los militares, les ha de dar un gustazo el saber que ya podrán fabricarse nuevas armas, muchísimo más potentes que las anteriores, que dejen a las bombas de hidrógeno obsoletas y sea posible matar más eficientemente y a menor costo a más seres humanos. Imagínese si no va a ser atractivo cargar en la cabeza de un misil intercontinental, teledirigido, decenas de pequeñas y livianas ojivas con bombas de bosones de Higgs que conviertan en pomada otras tantas ciudades atiborradas de millones de indeseables musulmanes, o comunistas o negros, o tercermundistas. En todo caso, las interacciones elementales, como es el caso de las fuer- tes, que ocurren en los núcleos de los átomos, o las electro débiles, que son responsables por la transmutación de algunos elementos, o bien las bosónicas —si es que en verdad existen en la naturaleza—, no se observan a escalas de milímetros o mayores; o bien, no son importantes para alterar el estado de movimiento de cuerpos materiales macroscópicos. Su alcance es tan pequeño que no se hacen notables a distancias mayores de unos cuan- tos centésimos o tal vez milésimos de milímetro. Las otras, como la inter- acción gravitacional, o la electromagnética, sí son del interés de la mecánica clásica, porque son fuerzas perceptibles a escalas mucho mayores; incluso a distancias galácticas; de modo que éstas si hay que tomarlas en cuenta para describir a las causas de los cambios en los estados de movimiento de los cuerpos. Sin embargo, no es preciso conocer su esencia última. Así, si en verdad la interacción entre un electrón y un protón ocurre por la inter- mediación de un bosón de Higgs, o no, es algo que a la mecánica clásica la tiene sin cuidado. Lo que, en cambio, podría interesar a esta teoría, es una explicación (profunda y convincente), acerca de cómo un cuerpo que posee masa, es capaz de hacer sensible su presencia a muchos kilómetros de distancia, modificando de modo muy preciso el movimiento de otros, aún cuando entre él y los demás cuerpos sólo haya vacío de por medio. Sería muy im- portante para la dinámica tener un modelo con el cual se comprendiera ese transporte de información que ocurre al darse un cuerpo generador de interacciones y otro receptor de ellas. Bueno, ese modelo, si bien rudi- mentario, es el que se conoce como la teoría clásica de campos; ese tema que fue desarrollado en el capítulo 6 del Libro 2. Introducción 5 El 4 de agosto de 1805, nació en Irlanda quien habría de asestar a la mecánica clásica un empujón colosal que la proyectaría a las alturas. Su nombre fue William Rowand Hamilton. Ese nombre ya ha sido menciona- do a lo largo de este trabajo en relación con un postulado básico de la física; el principio de Hamilton, con el cual ha sido posible sintetizar las ecuacio- nes de movimiento de los cuerpos materiales macroscópicos, así como las ecuaciones diferenciales que describen las conductas de los campos físi- cos al propagar sus efectos por el espacio. Entonces, cuando se tuvo que invocar al principio de Hamilton, se vio su profundidad y se pudo apreciar el genio de quien lo postuló. Pero sería impropio e injusto saber de Hamilton únicamente por su principio. No es que se quiera minimizar su alcance, ni mucho menos. Por el contrario, es indispensable en este punto del desarrollo del tema traerlo a cuento y mencionar todas sus aportaciones a la mecánica. Más bien resulta aquí oportuno mencionarlo como el genio del siglo xix; el que penetró más que cualquiera de sus predecesores y que ninguno de los que le siguieron en esa centuria, en los secretos de las interacciones. Y quizá la mejor forma de ponderar la genialidad de Hamilton sea re- visando su trabajo desde un punto de vista crítico. Y tal vez la más sencilla de abordarlo sea regresando un poco, hasta el capítulo 6, cuando se trató el asunto de las variables ignorables de la lagrangiana. Como se recordará, en aquel momento del desarrollo de la mecánica analítica se investigó lo que ocurre cuando algunas variables; es decir, las coordenadas generaliza- das de un sistema de N partículas, sujeto a l constricciones holonómicas, no aparece explícitamente en la función de Lagrange. Se vio entonces que, asociada a cada coordenada ignorable, aparece una ley de conservación: la del momento canónicamente conjugado de esa coordenada. En ese momen- to, cuando se encontró por primera vez una relación directa entre una si- metría del sistema mecánico al moverse por el espacio y una ley de conser- vación, en forma casi simultanea se le ocurrió a una gran cantidad de noveles físicos de la época que si el parámetro tiempo se consideraba una coorde- nada generalizada más y estavariable, por razones de una simetría temporal del sistema, resulta ser “ignorable”, en el mismo sentido que lo es una coorde- nada generalizada; esto es, que no aparece explícitamente en la lagrangiana, entonces, asociada a ella, debería igualmente aparecer una ley de conser- vación: la ley de conservación del momento canónicamente conjugado al tiempo. Y resultó que, en efecto, si el tiempo es ignorable (esto es que el mo- Formalismo de Hamilton 6 vimiento ocurre en forma estacionaria o permanente), entonces existe; se da, mejor sea expresado, una ley de conservación. Pero eso que es el momen- to canónicamente conjugado al tiempo, resultó ser una función bastante peculiar; la llamada función de Hamilton o hamiltoniana del sistema. Esta función fue definida en (6.78) y algunas de sus propiedades se estudiaron entonces. Pero ahora es momento apropiado para terminar con esta ya larga introducción y comenzar con una nueva sección del libro, justo en el punto que aquí se ha alcanzado: la hamiltoniana. 9.2. Las ecuaciones de Hamilton Recordando lo que se vio en el capítulo 6, la hamiltoniana es una función del estado dinámico que se define, a partir de la lagrangiana L(q,q�,t) como (9.1) donde las p´s representan a los momentos canónicos conjugados de las coordenadas generalizadas q, definidos como (9.2) es decir, como las derivadas de la función de Lagrange con respecto a las ve- locidades generalizadas q� k. En la fórmula (9.1) se ha adoptado la convención de índices repetidos para denotar una sumatoria. En este caso la suma “corre” desde el valor uno, hasta 3N�l, que es el número de grados de libertad que tiene un sistema de N partículas que se mueven en el espacio de 3D, sujetas a l constriccio- nes holonómicas. Si se calcula la diferencial de la hamiltoniana (9.1), se tiene que:* (9.3) Las ecuaciones de Hamilton 7 * Aquí, nuevamente, se acepta la convención de Einstein sobre índices repetidos que se ha utilizado en los libros anteriores. Pero, por definición de los momentos generalizados, se puede notar que en (9.3) el primero y el cuarto término del desarrollo se cancelan, así que lo que sobrevive es lo siguiente: (9.4) En (9.4) la función hamiltoniana muestra que no depende de las veloci- dades generalizadas. Lo que queda en esta fórmula muestra que esta función depende de las coordenadas generalizadas, de los momentos generalizados (como también se conoce a los momentos canónicamente conjugados) y del tiempo; esto es: (9.5) ya que al desarrollar su diferencial han aparecido sumas de productos de ciertos coeficientes, multiplicados por las diferenciales de q´s, de p´s y del tiempo únicamente. Para que esta dependencia quede absolutamente cla- ra, se puede desarrollar la diferencial de (9.5), en este caso: (9.6) Ahora, identificando término a término de (9.4) y (9.6), se obtiene que: (9.7) (9.8) (9.9) Las anteriores, son las condiciones diferenciales que debe satisfacer la función de Hamilton para que 1) sea en verdad función de q´s, p´s y t y, 2) que provenga de la lagrangiana, de acuerdo con la fórmula (9.1). Formalismo de Hamilton 8 Las ecuaciones de Hamilton 9 Más aún, si la función de Lagrange L(q,q�,t) satisface las ecuaciones dife- renciales (9.10) correspondientes a un sistema de N partículas, sujeto a l constricciones holo- nómicas y además está sujeto a la acción de fuerzas generalizadas no con- servadoras Qk, entonces, despejando de (9.10) la derivada de la lagrangiana con respecto a las coordenadas generalizadas y sustituyendo en (9.7), se obtiene junto con (9.8) un juego de expresiones muy interesantes: (9.11 a) (9.11 b) Estas son 6N�2l ecuaciones diferenciales ordinarias, acopladas, de pri- mer orden en las coordenadas generalizadas y en los momentos generaliza- dos. Dada la hamiltoniana, se calculan sus derivadas con respecto a las coor- denadas generalizadas y los momentos canónicos conjugados de ellas y cada una de estas primeras derivadas se igualan a las correspondientes derivadas de momentos y coordenadas, tal como se indica en (9.11); así se plantean estas ecuaciones diferenciales ordinarias. Integrándolas lo que se consigue son las expresiones para las coordenadas y los momentos, como funciones del tiempo: (9.12 a) (9.12 b) Un ejemplo muy sencillo; casi trivial puede ayudar a comprender las afirmaciones anteriores. Considérese el caso de un cuerpo con masa m, que cae desde una cierta altura h debido a la acción de la gravedad. Si se des- precia la fuerza de fricción del aire, se puede plantear el problema así: su fun- ción lagrangiana se construye de inmediato para un grado de libertad: (9.13) Por lo tanto, el (único) momento canónico conjugado a la coordenada x es: (9.14) Entonces, siguiendo la definición (9.1), se construye la función de Ha- milton como sigue: (9.15) Ahora, calculando las derivadas de la hamiltoniana con respecto a la coor- denada x y con respecto al momento p, tal como se indica en las fórmulas (9.11 a) y (9.11 b), para el caso en que la fuerza generalizada no conserva- dora Qk es igual a cero, se plantean las ecuaciones diferenciales ordinarias siguientes: (9.16 a) (9.16 b) Si se integra la primera de estas ecuaciones diferenciales; la (9.16 a), se consigue inmediatamente que: Así que imponiendo la condición inicial de que en el instante t0 igual a cero, el momento p0 tenía el valor cero, se tiene una solución: (9.17) Formalismo de Hamilton 10 Se puede sustituir ahora el resultado (9.17) en la ecuación diferencial (9.16 b) y en tales circunstancias se puede integrar dando como resultado el siguiente: (9.18) que, como se recordará, es, en efecto, la expresión matemática que describe la caída de un cuerpo que parte del reposo a una altura h, actuado por la gra- vedad terrestre. Con este sencillo ejemplo se ha mostrado como el sistema de ecuaciones diferenciales acopladas, de primer orden, como (9.11), permite hallar las ecuaciones de movimiento de los cuerpos materiales, urgidos por fuerzas, en el espacio de configuración del sistema. A las expresiones (9.11) se les conoce como las ecuaciones de Hamilton y con el ejemplo anterior ha quedado claro que se trata de un sistema de ecua- ciones diferenciales de movimiento de los cuerpos. Es otra alternativa di- ferente a las ecuaciones diferenciales de Lagrange. Como se aprecia, por su estructura, las ecuaciones diferenciales de Hamil- ton son de primer orden, así que se puede decir que se trata de la linealiza- ción de las ecuaciones de Lagrange que, como se recordará, son de segundo orden. Por la misma razón, el número de ecuaciones diferenciales se ha du- plicado, pues en tanto que para Lagrange hay 3N�l, en el caso de Hamilton hay 6N�2l ecuaciones diferenciales. Podría generarse la idea, a partir de las consideraciones anteriores, que las ecuaciones diferenciales de Hamilton son más sencillas, desde el punto de vista de su resolución. Como se recordará, existen por allí teoremas de la ma- temática que aseguran que toda ecuación diferencial ordinaria de primer orden es integrable, así que, tratándose, como se ve, de un sistema de ecua- ciones diferenciales de primer orden, que son ordinarias, se podrá inferir que, en efecto, la formulación de Hamilton ofrece como ventaja sobre la de New- ton o la de Lagrange, que es más sencilla para su manipulación y resolu- ción. Esto no es verdad en general. Por el contrario, para la mayoría de los problemas de la mecánica que se abordan, la integración de las ecuaciones Las ecuaciones de Hamilton 11 diferenciales de Hamilton es algo que dista mucho de ser fácil. Esto se debe a que el sistema de ecuaciones diferenciales casi siempre exhibe un gran acoplamiento; es decir, no es posible resolver una ecuación diferencial de Hamilton por separado de las demás, porque las variables están, en efecto, muy estrechamente acopladas entre sí, de manera que la única forma de resolver el problema, es tratar de integrar al sistema de ecuaciones diferen- ciales completo; todas a la vez. Esto complica su resolución.Sin embargo, como se verá más adelante, la formulación de Hamilton es fundamental para comprender profundamente el fenómeno de la dinámica. Igualmente se podría llegar a la idea de que para abordar el esquema de Hamilton de la mecánica se debe pasar forzosamente por las ecuaciones de Lagrange. Al menos esta fue la estrategia que se utilizó aquí para hacer- lo. Nuevamente aquí hay un error de apreciación. Es posible llegar a las ecua- ciones diferenciales de movimiento “a la Hamilton”, a partir del principio de acción extremal en forma por demás directa. Lo único que es preciso ha- cer es postular a la acción como la función siguiente: (9.19) Claramente, (9.19) es lo mismo que la funcional que se propuso en el capítulo 6, en (6.14), para el caso en que no hay fuerzas disipadoras actuan- do sobre el sistema de partículas. Esto se ve de inmediato si se despeja de (9.1) a la función de Lagrange. Ahora, imponiendo el principio de acción extremal de Hamilton sobre la funcional (9.19); esto es, afirmando que en el espacio de con- figuración, la trayectoria que ha de dibujar el sistema de N particulas, sujeto a l constricciones, es aquella que corresponde a un valor de la acción que es un extremo; i.e.: un máximo o un mínimo, se obtiene, si- guiendo los mismos pasos lógicos que en la formulación lagrangiana, lo siguiente: Esto implica que la integral en (9.19), calculada para las variaciones de las coordenadas y de los momentos, es como sigue: Formalismo de Hamilton 12 (9.20) con regla de suma sobre índices repetidos. Si se integra por partes el primer término de la izquierda en (9.20), se obtiene, en forma sencilla y directa el resultado que a continuación se ex- hibe: (9.21) Pero si se recuerda bien la argumentación que se dio en el capítulo 6 para obtener las ecuaciones diferenciales de Lagrange, se puede aplicar también aquí para simplificar la integración en (9.21). En efecto, cabe recordar que este proceso se ha llevado en el espacio de configuración del sistema. En él se han establecido dos puntos por los que ciertamente debe pasar el sistema, tal como se exhibe en la figura 6.2.1. Uno es el punto P, al que llega el sistema en el instante t1 y el otro es el punto Q, al que llega en el instante posterior t2. Sin conocer a priori la trayectoria por la que realmente tendrá que pasar el sistema, se puede afirmar, sin embargo, que cualquiera sea ésta, tendrá forzosamente que pasar por esos dos puntos, en los instantes seña- lados. Las variaciones que sufre una trayectoria dada a priori son hasta cierto punto arbitrarias excepto en esos dos puntos; todos los senderos que se tra- cen deberán pasar por P(t1) y Q(t2). Por lo tanto, la variación de las coorde- nadas, evaluadas en esos dos instantes, es idénticamente igual a cero. Este hecho permite apreciar que en (9.21), el término dentro del parén- tesis rectangular de la derecha en nulo. Por lo tanto el resultado es que: (9.22) Si ahora se incorpora este hallazgo en la integral (9.20) y se factoriza, se obtiene lo siguiente: Las ecuaciones de Hamilton 13 (9.23) Pero el segundo paréntesis de la izquierda es nulo debido a la definición que se hizo de la hamiltoniana, como una transformación de la lagran- giana, tal como se propuso en (9.1). Esto responde a una propiedad gene- ral de las funciones continuas de diversas variables y es conveniente detener- se un poco en este punto para aclarar esto, pues no solamente aquí se ha de presentar este problema; a lo largo de este capítulo habrá que lidiar con tales cuestiones. Supóngase, para tal efecto, que se tiene una función de dos variables, que sea derivable f (x,y). Se puede construir a partir de ésta, una nueva función llamada la transformada de Legendre de la siguiente forma: (9.24) Formalismo de Hamilton 14 Q (t2) P (t1) Figura 9.2.1. En el espacio de configuración de 3N�l dimensiones, el sistema sigue alguna trayectoria que pasa por el punto p(t1) y por el punto Q(t2) necesa- riamente. es decir, la nueva función g se construye como el producto de la derivada de la función original f con respecto a alguna de sus variables, multiplicada por esa misma variable, menos la función. A esa derivada se le puede iden- tificar como una de las pendientes de la función. Para distinguirla, sea (9.25) y se le llamará en adelante, genéricamente, el momento conjugado de x, de tal manera que el producto que aparece en (9.24) es el del momento conjuga- do, por su variable. A este producto se le conoce como el kernel de la trans- formación de Legendre y, como se verá, juega un papel esencial en esa regla de transformación. Así pues, para el ejemplo que aquí se maneja, el kernel de la transformación es Si se calcula la diferencial de (9.24) se obtiene lo siguiente: de acuerdo a la definición (9.25). Pero desarrollando la diferencial de la fun- ción f que aparece al extremo de la derecha de la expresión anterior, se tiene que: (9.26) debido a la definición (9.25). Así, por virtud de su estructura, se observa que la nueva función g; la que se ha definido en (9.24), ya no depende de la variable x. En cambio, tal como se ve de (9.26) aparece ahora una dependencia en el momento con- jugado. Así, la transformación de Legendre (9.24) no nada más ha permi- tido definir una nueva función, sino que ésta tiene una dependencia de una nueva variable: (9.27) Las ecuaciones de Hamilton 15 de tal forma que, si se extrae la diferencial de (9.27), se obtiene que (9.28) donde, comparando término a término (9.26) con (9.28), se demuestra que: (9.29 a) (9.29 b) Estas son las ecuaciones diferenciales que debe satisfacer g para que esta función sea, en verdad, la transformada de Legendre de la función f (x,y) original. La idea se puede extender a funciones derivables con cualquier número de variables. Por ejemplo, una función de n variables, puede dar lugar a una nueva función; la transformada de Le- gendre de ésta, definida como: (9.30) con (9.31) En esta transformación de Legendre, el kernel (núcleo o hueso en ale- mán), es la sumatoria Formalismo de Hamilton 16 y de su mera inspección se ve que la nueva función g dependerá de los i mo- mentos conjugados (9.31); esto es: (9.32) así como del resto de las variables x; aquellas que por no aparecer en el kernel, no sufrieron la transformación. Así, la nueva función depende de mo- mentos canónicos y de variables originales, tal como se muestra en (9.32). Esta nueva función, satisface, además, las condiciones diferenciales: (9.33 a) (9.33 b) Por supuesto, y ya para concluir este tema y cerrar el paréntesis sobre transformaciones de Legendre, kerneles y momentos canónicos, cabe ha- cer el comentario de que la transformación de la variables por momentos puede ser total. En tales circunstancias, el kernel debe incluir la suma de pro- ductos de todas las variables, por sus correspondientes momentos conju- gados. En este caso, para una función de n variables, como la que se con- sideró anteriormente, se tiene que: y las condiciones diferenciales que debe satisfacer esta función para, en ver- dad, ser la transformada de Legendre de la original, son las siguientes: (9.34) Regresando al formalismo de Hamilton, es posible ver ahora desde la perspectiva que se presentó con las transformaciones anteriores, que la fun- ción de Hamilton, tal como se ha definido, es, ni más, ni menos, que la transformada de Legendre de la lagrangiana. Es una transformada parcial Las ecuaciones de Hamilton 17 que solamente involucra a las velocidades generalizadas, como se puede ver de su kernel: Cada una de las velocidades generalizadas es canjeada por su momento canónico conjugado, de manera que la hamiltoniana depende de las coor- denadas generalizadas, pero ya no de las velocidades, pues éstas han dado paso a los momentos: Además, siendo la hamiltoniana una transformada de Legendre de la lagrangiana, debe satisfacer las condiciones diferenciales (9.35 a) (9.35 b) Y es aquí donde aparece el ingrediente que se necesitaba para continuar adelante conel proceso de variación de la acción que condujo hasta la expre- sión (9.23). Ahora puede verse con toda claridad que en el segundo parénte- sis de la izquierda de esa expresión, las cantidades que allí aparecen descritas se cancelan una a una, debido a la condición diferencial que debe satisfacer la hamiltoniana. De acuerdo con (9.35 b), en efecto, los coeficientes de las varia- ciones de los momentos canónicos conjugados son todos nulos. Por lo tanto, lo que resta por considerar para hacer válido el principio de Hamilton es que: (9.36) Pero ahora, invocando a la independencia lineal de las variaciones de las coordenadas generalizadas, así como a la arbitrariedad que tiene la elección Formalismo de Hamilton 18 de los instantes t1 y t2 asociados a los puntos por los que ciertamente debe pa- sar el sistema en su evolución en el espacio de configuración de 3N�l di- mensiones, se ve que los coeficientes de éstas deben ser así mismo nulos; esto es: (9.37) Así, el principio de Hamilton conduce a las ecuaciones de Hamilton (9.37). Éstas son la mitad del sistema total de ecuaciones diferenciales de movimiento; la otra mitad está dada a priori por la definición misma de la hamiltoniana en (9.35 b). Para el genio de Hamilton no pasó desapercibida esa curiosa disposi- ción de coeficientes y las variaciones en la expresión (9.23) y su resolución final en dos juegos de ecuaciones diferenciales de movimiento (9.35 b) y (9.37). A Hamilton le dio la impresión desde el principio que las coorde- nadas y los momentos generalizados estaban apareciendo en posiciones y con características muy paralelas, unos y otros. De hecho, si las coordenadas generalizadas y los momentos canónicos conjugados se tomaran como un solo juego de variables linealmente independientes, entonces, invocando precisamente a la independencia lineal del conjunto completo de ellas, se sintetizan inmediatamente, a partir de (9.23) los dos juegos de ecuaciones diferenciales (9.35 b) y (9.37). Pero esto significa, de ser correcta, la sospe- cha de Hamilton, que hay un espacio de una dimensión mayor que el de configuración, donde pueden representarse los movimientos de un sistema de partículas. Armado de valor, Hamilton propuso el espacio de las fases de un sistema de N partículas puntuales, sujetas a l constricciones holonómicas como un espacio métrico con 6N�2l dimensiones. En ese espacio, un punto se ubica mediante 3N�l valores de otras tantas coordenadas generalizadas q1,q2,…,q3N�l y 3N�l valores de los momentos canónicos p1,p2,…,p3N�l de ese sistema. Una línea, entendida como la sucesión de puntos de ese espa- cio de fases, representa la evolución del conjunto de partículas, si se parame- triza con el tiempo como el parámetro de orden. Esa línea va dando, punto a punto, la información sobre las coordenadas y los momentos generalizados del conjunto, instante a instante. Esas coordenadas y esos momentos generalizados son, precisamente, las soluciones del sistema de Las ecuaciones de Hamilton 19 ecuaciones diferenciales de movimiento, de Hamilton, (9.35 b) y (9.37), calculados para cada valor del tiempo t. En el espacio de las fases, o espacio fásico, como también se le conoce, la trayectoria que sigue el sistema, al que en adelante se le denominará sistema dinámico, es pues, la solución de las ecuaciones de Hamilton. Siendo ecuaciones diferenciales de primer orden, para que quede el pro- blema totalmente resuelto, hay que imponer condiciones iniciales, como bien se sabe y también, como es del dominio público éstas deben referirse a un solo punto del espacio fásico, por el que ciertamente debe pasar este sis- tema en un instante predeterminado. Aquí es importante percatarse de las diferencias que comienzan a aparecer al considerar el espacio de las fa- ses, con respecto al espacio de configuración de la mecánica analítica de Lagrange. En este espacio se postulan solamente 3N�l dimensiones; es un espacio homogéneo y para resolver un problema de la dinámica se precisa un par de puntos P(t1) y Q(t2), determinado previamente, como condicio- nes iniciales. En el de las fases, son el doble de dimensiones que en el de configuración; es un espacio métrico (como se verá más adelante) y sola- mente es necesario imponer como condición inicial un punto por el que el sistema dinámico habrá de pasar en un instante t0, previamente estable- cido. Ese único punto del espacio fásico provee la información completa que es necesaria para situar al sistema en cierta colocación inicial y conocer su momento inicial; por lo tanto es equivalente a la designación de los dos puntos del espacio de configuración de la mecánica analítica de Lagrange. Dado ese único punto inicial del espacio de las fases, la evolución del siste- ma dinámico queda totalmente determinada. Un sistema así, se dirá en adelante que es causal; esto es, que a partir de un instante inicial t0, se puede conocer su evolución en cualquier tiempo posterior (o anterior) t. Por lo tanto, si se va a establecer la funcional de acción para el sistema en el espacio de las fases, ésta debe considerarse como una integral semi-definida; esto es, con una de sus cotas cerrada y la otra abierta. Esta funcional, para el caso en que no existan fuerzas no-con- servadoras debe ser postulada como sigue: (9.38) Formalismo de Hamilton 20 Es decir, como una función de las coordenadas generalizadas y de los parámetros de curva (los mismos que se usaron en la formulación de La- grage). Además, ahora, debido a su estructura, la acción ya no es más un número para cada curva tomada a priori en el espacio de fases, como era el caso de la mecánica de Lagrange. Por su naturaleza, la acción definida en (9.38) es una función que depende del tiempo. De hecho, su dependencia temporal puede ser explícita e implícita, a través de las coordenadas gene- ralizadas del sistema. El problema de extender la mecánica desde el espacio de configuración hasta un nuevo espacio: el de fases, con el doble de dimensiones, no es sen- cillo. Excepto por unos cuantos autores que se han preocupado por hacer el estudio de la transición con todo el cuidado que se requiere, todos los demás la han hecho así nomás; al “ahí se va”; con la brutalidad caracte- rística de muchos; muchísimos físicos del azadón y la pala. El propio H. Goldstein, en su clásico libro de la mecánica, o los dos inseparables L. D. Las ecuaciones de Hamilton 21 {pi} {qi} R (t0) Figura 9.2.2. El espacio de las fases se construye con las coordenadas �q1…� y los momentos �p1…�. La trayectoria que sigue un sistema dinámico se conoce a partir de un solo punto R(t0). Landau y E. Lifshitz, incurren en la misma falta de cuidado y pulcritud al hacer la descripción de este escalamiento al espacio físico. Hay que irse con mucho cuidado para dar pasos seguros en este espino- so, cuanto interesante proceso intelectual. Sólo así podrá llegarse a la meta en forma precisa y clara. Para comenzar, es necesario recalcar que la acción (9.38) es una función. En efecto, debido a que ahora la integral que la define ya no está acotada por sus extremos, sino que es semi-definida, entonces es preciso percatar- se que, en efecto, esta entidad física llamada la acción, es una función de las coordenadas generalizadas, del tiempo y de los parámetros de las curvas. Esto se puede demostrar fácilmente si se toma la diferencial de (9.38). Haciéndolo se obtiene lo siguiente: (9.39) Esta forma diferencial sugiere de inmediato que la acción A; es una fun- ción de tal conjunto de variables, con las condiciones diferenciales que a con- tinuación se escriben: (9.40) (9.41) Así, la acción A, constituye en efecto, una familia de funciones de las coordenadas y del tiempo; una por cada conjunto de valores de los pará- metros que identifican a las curvas: (9.42) Supóngase ahora que se opera sobre la acción (9.38) una variación con respecto a los parámetros que identifican a las curvas en el espacio de 6N�2l dimensiones de las fases, donde q´s y p´s constituyen un conjunto, una colección de variableslinealmente independientes. Como resultado de esta variación se obtiene lo siguiente (una vez realizada la integración por partes del primer término): Formalismo de Hamilton 22 (9.43) Pero, por definición y de acuerdo con (9.42), la variación de la acción debe entenderse de la siguiente manera: (9.44) con la regla de suma sobre los índices repetidos. Entonces, sustituyendo el resultado (9.44) en (9.43) y recordando la condición diferencial (9.40), se obtiene que: (9.45) siendo �* A la llamada “variación sustancial” de la acción, definida como: es decir, como la derivada de la acción con respecto a los parámetros de curva, por las variaciones de estos parámetros. ¡Ahora sí! Invocando a la independencia lineal de las 6N�2l variables (3N�l �q´s y 3N�l �p´s) en el espacio de las fases del sistema dinámico que se estudia, se demuestra de inmediato, de acuerdo con (9.40) y (9.45), que para el caso de ausencia de fuerzas no-conservadoras, las ecuaciones son las siguientes: (9.46 a) (9.46 b) Las ecuaciones de Hamilton 23 Estas son, en efecto, las ecuaciones diferenciales de movimiento de Ha- milton, para un sistema de N partículas puntuales, masivas, que se mueven en el espacio, actuadas por fuerzas conservadoras y sobre las cuales operan l constricciones holonómicas. Las condiciones diferenciales (9.40) y (9.41), por su parte, juegan un papel de primera importancia en la mecánica. De hecho, estas dos expre- siones constituyen toda una formulación de este tema, como se verá más adelante. Sin embargo, por razones didácticas, en este momento no se hará mayor comentario acerca de ellas. Y antes de abandonar este asunto de establecer las ecuaciones diferencia- les de movimiento de Hamilton en el espacio de las fases, para tocar otros temas importantes, vale la pena hacer un último comentario sobre el pro- ceso de variación que acaba de utilizarse para obtener todas aquellas. Si se desea conciliar los métodos que se han empleado para alcanzar las ecuaciones diferenciales de Hamilton y de Lagrange, es posible proceder como sigue: Debe quedar bien claro para el estudioso del tema de la mecánica que postular un espacio de las fases y una familia de funciones de acción, como la que se estableció en (9.38), es una estructuración muy fuerte y muy am- plia en la mecánica, en el sentido que no se necesita un postulado más para lograrlo. Así, un espacio fásico y una función de acción como la (9.38) es lo único que se requiere para llegar a las ecuaciones de Hamilton. Por su parte, el espacio de configuración de la mecánica analítica de Lagrange, aparece ahora como un subespacio del espacio de las fases. Para hallar las ecuaciones de Lagrange, viendo las cosas en retrospectiva, se requiere postular una funcional de acción, como se hizo en el capítulo 6, en (6.14), definida en dos instantes (dos puntos del espacio de configuración) y un principio de extremalización de la acción: el de Hamilton. Este princi- pio fue instrumentado mediante la introducción de una parametrización del espacio de configuración. Con esta técnica se pudieron calcular las variacio- nes. En particular, haciendo la variación de la acción igual a cero se consiguió el juego de ecuaciones diferenciales de movimiento de Lagrange (6.27). Pero ahora, si las ecuaciones diferenciales de movimiento (9.46) son vá- lidas (cosa que siempre ocurre en los casos de ausencia de fuerzas no-conser- vadoras) y adicionalmente se impone el postulado de acción extremal. Formalismo de Hamilton 24 para cada plano como el que se muestra en la figura 9.2.3, entonces, es im- portante percatarse que, de acuerdo con (9.43), se debe satisfacer que En otras palabras, para cada hiperplano �p� � constante, las variaciones de las coordenadas generalizadas deben ser normales. Este resultado im- plica dos cosas de gran valor en la teoría: la primera es que el subespacio de las coordenadas es normal al subespacio de los momentos (y por lo tanto son topológicamente separables) en el espacio de las fases del sistema, y en segundo lugar, que solamente hace falta un juego de 3N�l parámetros geométricos para implementar el principio variacional de la acción; los mismos parámetros que sirvieron para hallar las ecuaciones de Lagrange. En la figura 9.2.3 se muestra cómo una trayectoria en el espacio de las fa- ses se ve variada. En cada plano p � constante y para cada instante, se va- rían las coordenadas generalizadas de acuerdo con el juego ��1, �2,…, �3N�l� de parámetros geométricos del espacio de configuración. Este juego es lo único que se necesita para llevar a cabo el proceso. Por lo tanto, la función Las ecuaciones de Hamilton 25 {pi} q1 0 q3N�l Figura 9.2.3. Se dibuja esquemáticamente una trayectoria y su variación en el espacio fásico. Las trayectorias atraviesan planos p � constante. de acción (9.38) depende implícitamente de esta misma colección de pa- rámetros geométricos; i.e.: (9.47) Estos resultados se explotarán ampliamente en adelante; por ejemplo, cuando se desarrolle el más conspicuo formalismo de la mecánica, conoci- do como la Teoría de Hamilton-Jacobi. 9.3. El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos De aquí en adelante, salvo que se especifique lo contrario, se invocará siem- pre al problema de hallar las soluciones para el movimiento de un sistema de N partículas puntuales, masivas, que están sujetas a fuerzas aplicadas, conservadoras, así como a l constricciones holonómicas. En otras palabras, se soslayará la presencia de fuerzas no-conservadoras y de constricciones anholonómicas. Así, las ecuaciones diferenciales de movimiento de Hamil- ton exhiben la estructura mostrada en (9.46). También, en todo lo que sigue, se considerará como natural para representar al sistema dinámico, el espacio de las fases, de 6N�2l valores; 3N�l de las coordenadas generali- zadas y 3N�l de los momentos. En un instante dado, esa colección da idea del estado dinámico del sistema. Por supuesto, una línea se construye en el espacio de las fases como una sucesión continua de puntos, así que esta per- mite representar la trayectoria que sigue el sistema en su evolución a lo lar- go del tiempo. En este espacio, las propiedades de simetría de un sistema dinámico tie- nen una simple interpretación geométrica. Así, si se da el caso de que en la hamiltoniana no aparecen ciertas coordenadas generalizadas; esto es, que hay grados de libertad que son ignorables (en el mismo sentido de la palabra que se usó para designar coordenadas generalizadas ausentes en la formu- lación de Lagrange), entonces se ve inmediato de (9.46) que hay leyes de conservación asociadas a ellas. En efecto, supóngase que alguna coordenada generalizada qi (donde i es un índice que representa alguno de los valores entre 1,2,…, hasta 3N�l ) no aparece explícitamente en la función de Hamilton. Se dice en- tonces que esta coordenada es ignorable. Además, al derivar la hamiltonia- Formalismo de Hamilton 26 na con respecto a qi, se obtiene cero como resultado, entonces, de acuerdo con (9.46 a) se tiene para este caso que (9.48) lo cual significa obviamente que el momento canónico conjugado a esa va- riable permanece constante a lo largo del movimiento del sistema; esto es, que (9.49) Igual como ocurre en el formalismo de Lagrange, en el de Hamilton aparece ese vínculo entre simetrías del sistema y leyes de conservación: por cada coordenada generalizada ignorable, un momento generalizado; el momento canónico conjugado de ella se conserva. Solo que en el for- malismo de Hamilton este resultado es inmediato, como se aprecia de (9.48). Geométricamente se puede dar interpretación a una coordenada igno- rable, como la presencia de un plano (el plano pi � const.) a lo largo del cual ocurre el movimiento. En otras palabras, aunque el espacio de fases del sistema sigue siendo de 6N�2l dimensiones, el movimiento ocurre en un subespacio de 6N�2l�1 dimensiones, del espacio original. Una dimensión de menos por cada coordenada ignorable. Pero he aquí que lo mismo ocurre con losmomentos generalizados; esto es, que si uno de ellos no aparece explícitamente en la función hamiltonia- na, entonces, igualmente, su coordenada generalizada conjugada se con- serva. En efecto, si por ejemplo, el momento pi es ignorable, entonces la de- rivada de la hamiltoniana con respecto a él es nula y, de acuerdo con (9.46 b), se tiene que: (9.50) de tal forma que ahora la qi es constante. El sistema se encuentra constre- ñido a moverse en una dimensión de menos del subespacio de las coor- denadas generalizadas. El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 27 Lo más interesante de estos resultados es que con el formalismo de Hamil- ton las coordenadas generalizadas y sus momentos conjugados parecen jugar papeles enteramente semejantes. Es, para decirlo en forma coloquial, como si entre las coordenadas y los momentos apareciera una especie de democracia, que permite darles roles equivalentes en el movimiento del sis- tema. Si una de esas variables es ignorable; bien sea una coordenada o un momento, su canónico conjugado de inmediato exhibe su conservación. Así, el juego de la mecánica hamiltoniana se puede conducir en forma uni- ficada. Si a coordenadas y momentos se les designa genéricamente por la letra x; esto es; se hace la nueva identificación de estas variables del siguiente modo: (9.51) de tal suerte que se elimina la distinción entre coordenadas y sus momentos, entonces la hamiltoniana es, simplemente, una función de las x´s y las ecua- ciones de Hamilton se pueden escribir en forma unificada como: (9.52) siendo A y B índices que adquieren valores dentro del conjunto extendido, desde 1 hasta 6N�2l y con la regla de suma sobre índices repetidos. En (9.52) se ha escrito un tensor métrico fundamental con la siguiente estructura: Formalismo de Hamilton 28 El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 29 (9.53) esto es, como una matriz de (6N�2l ) � (6N�2l ) cuyos elementos se hallan dispuestos, tal y como se muestra en (9.53), como arreglos de cua- tro bloques de (3N�l ) � (3N�l ) donde 0 es la matriz de ceros y 1 es la matriz unidad: Por ejemplo, si se trata del movimiento de un cuerpo material con un solo grado de libertad, entonces sus ecuaciones de Hamilton, escritas con la notación y con la fórmula (9.52) son las siguientes: (9.54) Para describir en forma aún más simple el sistema de ecuaciones diferen- ciales (9.54) se puede, sencillamente, hacer la identificación siguiente: (9.55 a) (9.55 b) en cuyo caso las ecuaciones de Hamilton adquieren la forma: Formalismo de Hamilton 30 (9.56 a) (9.56 b) Esta es, para un movimiento en una dimensión, la expresión de sus ecuaciones diferenciales de movimiento. Esta es la forma que identifica a los sistemas dinámicos. Aún más específicamente, si el movimiento de un sistema dinámico no depende explícitamente del tiempo, se dice que el sistema es autónomo. En este caso las ecuaciones son las siguientes: (9.57 a) (9.57 b) o bien, si �1 no es una función nula: (9.58) y de esta forma ya no aparece el tiempo. Esta ecuación diferencial da la fa- milia de las tangentes a la curva que representa el movimiento del sistema dinámico en cada punto del espacio de las fases. Si para algún par de valo- res x1 y x2 específico, la relación (9.58) fuera indeterminada, se dice que esas coordenadas del espacio fásico corresponden a un punto crítico. Pero regresando a las ecuaciones diferenciales (9.57), si las funciones �1 y �2 que aparecen a la derecha (las componentes del gradiente de la fun- ción de Hamilton) son funciones suaves de sus argumentos, entonces ad- miten un desarrollo en series de potencias del tipo siguiente: (9.59 a) (9.59 b) siendo a01,a11,… etc., coeficientes constantes y las funciones �1 y �2 son a su vez susceptibles de desarrollarse ulteriormente como series de potencias de las variables, alrededor de algún punto dado del espacio de las fases. En primer lugar, cabe la observación de que las ecuaciones diferenciales (9.59) pueden volverse homogéneas; esto es, eliminar de ellas las constan- tes a01 y a02 mediante una transformación simple de las variables. Por lo tanto, para su tratamiento no se le resta generalidad desde un principio se consideran homogéneas. Así, expresadas vectorialmente, adquieren la for- ma que a continuación se muestra: (9.60) donde a debe entenderse como una matriz y �� como un vector. Aún más, para asegurar que la ecuación diferencial es bien comportada, se supondrá que el determinante de la matriz a es distinto de cero. Se dice que el sistema dinámico es lineal cuando las funciones �� son nu- las o despreciables. Esto ocurre en aquellos casos en los que el desarrollo en series de potencias convergen a cero. Si este es el caso, entonces la expresión (9.60) adquiere una forma aún más simple: (9.61) Y como ya se habrá intuido, esta ecuación diferencial vectorial puede in- tegrarse de inmediato. La solución es la siguiente: (9.62) siendo t0 un instante de referencia. La solución debe entenderse como una serie (la exponencial) que tiene estructura de matriz; esto es que puede arreglarse en renglones y columnas y esta matriz opera sobre el vector co- lumna x�0, que es el punto del espacio fásico por el cual pasa el sistema en el instante de referencia t0. Sea ahora b una matriz de 2 � 2 no singular con la cual se realiza una transformación lineal de las variables del sistema: (9.63) con la idea de que los elementos de esta matriz sean constantes, de tal manera que la derivada temporal de (9.63) dé cómo resultado lo si- guiente: El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 31 Formalismo de Hamilton 32 (9.64) Por lo tanto, de (9.64) y (9.61) se puede demostrar de inmediato que: (9.65) en donde c es una nueva matriz formada con las anteriores como: (9.66) La fórmula (9.66) muestra lo que se conoce como una transformación de semejanza o de similitud de una matriz. Hasta este momento nada se ha mencionado acerca de la matriz b con la cual se ha hecho esta transforma- ción, excepto que se trata de una matriz con elementos constantes. Es posi- ble, pues, en este punto del desarrollo imponer sobre ella una propiedad razonable, a saber, que como resultado de la transformación de similitud (9.66), la nueva matriz c tenga una estructura bien definida. Por ejemplo, que exhiba la estructura de alguna de las formas de Jordan que a continua- ción se mencionan: 1. Primera forma de Jordan: la matriz c es diagonal y sus elementos son reales y distintos entre sí; esto es, la matriz no presenta degeneración: (9.67) El tipo particular de movimiento a que da lugar esta primera forma de Jordan va a depender de los signos de los coeficientes en la diago- nal principal de la matriz (9.67). 2. Segunda forma de Jordan: este caso corresponde a dos coeficientes con va- lores iguales (aquí se dice que hay una degeneración, o bien, que la matriz es degenerada). Este caso admite a su vez dos posibilidades: a. Forma irreducible: (9.68) b. Forma reducible: (9.69) 3. Tercera forma de Jordan: este caso es cuando las raíces; esto es, los elemen- tos diagonales de la matriz son complejos y uno de ellos es el conjugado complejo del otro: (9.70) En seguida se estudiará el tipo particular de movimiento al que condu- ce cada una de las anteriores formas de Jordan. Así, para comenzar con el caso que se consideró primero; esto es, la primera forma de Jordan, en (9.67), sustituyéndola en (9.65) se obtiene de inmediato que: (9.71 a) (9.71 b) Estas ecuaciones diferenciales pueden ser integradas de inmediato, dan- do como resultado las siguientes soluciones: (9.72 a) (9.72 b) El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 33 A su vez, estas soluciones conducen a dos posibles resultados de interés en la mecánica: el primero es aquel que corresponde a dos raíces reales, distintas y que tienen el mismo signo. En este caso se tiene un retrato del movimiento del cuerpo como el que se exhibe en la figura 9.3.1. En esta figura se ha considerado que �2 �1 0.Las líneas confluyen hacia el origen del sistema. Este punto se dice que es un nodo y como las líneas tienden hacia el origen, entonces el nodo es estable. Por otra parte, si los eigenvalores �1 y �2, como también se les conoce, son positivos; esto es, que por ejemplo, �2 �1 0, el retrato que se obtiene es cualitativamente igual al de la figura 9.3.1., excepto por que las líneas no confluyen hacia el origen, sino que siguen una misma dirección, como se aprecia en la figura 9.3.2. Dado que ahora las líneas del retrato no conflu- yen, sino que simplemente pasan por el origen, entonces el nodo en este punto es inestable. Si ahora se supone que los eigenvalores son reales, pero con signos opues- tos; por ejemplo, que �2 0, pero �1 0, entonces se obtiene un retrato muy diferente a los anteriores. En este caso se consigue lo que se llama una Formalismo de Hamilton 34 y2 0 y1 Figura 9.3.1. Retrato del movimiento de un cuerpo para el caso de la primera forma de Jordan con �1 � �2, reales y negativas: �2 �1 0. El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 35 silla de montar y el origen es una singularidad inestable. En la figura 9.3.3 se muestra gráficamente un retrato del sistema para este caso. La segunda forma de Jordan también tiene información interesante so- bre el movimiento. Así, considerando la segunda forma para el caso irredu- cible que se propuso en (9.68) y sustituyendo esta expresión en la ecuación diferencial (9.65), se obtiene ahora lo siguiente: (9.73 a) (9.73 b) Nuevamente, este sistema de ecuaciones diferenciales es muy fácil des- de el punto de vista de su resolución: (9.74 a) (9.74 b) y2 0 y1 Figura 9.3.2. Retrato del movimiento de un cuerpo para el caso de la primera forma de Jordan con �1 � �2, reales y positivos: �2 �1 0. donde, al igual que en las soluciones (9.72), y10 y y20 son constantes de inte- gración, evaluadas para t � 0. Si ahora se toma la relación de (9.74 a) a (9.74 b); es decir: (9.75) y siempre que la constante y10 sea no nula, lo que se obtiene de (9.75) es una familia de rectas concéntricas; es decir, que convergen en el origen del sis- tema de coordenadas, tal como se muestra en la figura 9.3.4. Pasando ahora a la forma irreducible de Jordan (9.69) y nuevamente, sus- tituyéndola en las ecuaciones (9.65) se obtiene ahora el siguiente sistema: (9.76 a) (9.76 b) Estas ecuaciones diferenciales pueden ser resueltas sin demasiado tra- bajo. Integrando la segunda de ellas; es decir, la (9.76 b), se consigue lo siguiente: Formalismo de Hamilton 36 y2 0 y1 Figura 9.3.3. Retrato del movimiento de un cuerpo para el caso de la primera forma de Jordan con �2 0 y �1 0. El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 37 (9.77) sustituyendo ahora esta solución en la ecuación (9.76 a), se obtiene rápida- mente el resultado que a continuación se escribe: (9.78) Si � es negativo, la gráfica de las trayectorias es como la que se muestra en la figura 9.3.5, donde se observa que las líneas confluyen al origen. En es- tas circunstancias se dice que el nodo está en el origen y constituye una sin- gularidad estable. En el caso en que � sea positivo, entonces las líneas del retrato fluyen en una sola dirección; de izquierda a derecha. Por este motivo, la singularidad en el origen es inestable. La tercera forma de Jordan; que se muestra en la expresión (9.70) reser- va, al igual que las anteriores, resultados interesantes. Si los eigenvalores son complejos y uno es el conjugado del otro, entonces se puede proponer que (9.79 a) y2 0 y1 Figura 9.3.4. Retrato del movimiento de un cuerpo para el caso de la segunda forma de Jordan (irreducible), con � 0. El nodo es estable. Formalismo de Hamilton 38 siendo i el número imaginario, tal que su cuadrado es igual a menos uno y � y � son números reales. Por lo tanto, (9.79 b) Al sustituir la matriz (9.70) en la ecuación diferencial (9.65), y toman- do en cuenta (9.79), se obtiene ahora: (9.80 a) (9.80 b) Para volver más simple su manipulación matemática, a continuación se hace la transformación de las variables: (9.81) (9.82) y2 0 y1 Figura 9.3.5. Retrato del movimiento de un cuerpo para el caso de la segunda forma de Jordan (reducible), con � 0. El nodo es estable. Derivando la transformación (9.81) con respecto al tiempo y luego sus- tituyendo (9.80) en el resultado, se demuestra fácilmente que las ecuacio- nes diferenciales para las nuevas variables son las siguientes: (9.83 a) (9.83 b) Un nuevo cambio de variable en necesario para llegar a una ecuación diferencial que permita su integración inmediata. En efecto, haciendo ahora: (9.84) y sustituyendo en (9.84) las expresiones (9.83), se consigue finalmente: (9.85) cuya integración es inmediata: (9.86) Ahora, recorriendo el camino a la inversa, se puede traducir la solución (9.86) a las variables intermedias definidas en (9.84) y luego, éstas a las ori- ginales, de acuerdo con (9.81). Al hacerlo, se obtienen las soluciones para las ecuaciones diferenciales (9.80) originales: (9.87 a) (9.87 b) Suponiendo que, por ejemplo, el parámetro � es negativo, en tanto que � es positivo, se obtienen las ecuaciones paramétricas de una espiral logarít- mica, como las que se muestran en la figura 9.3.6; por otra parte, si se su- pone que � es igual a cero, en tanto que � es positivo, se obtiene como re- sultado, la familia de círculos centrados en el origen que se muestra en la figura 9.3.7. El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 39 Formalismo de Hamilton 40 y2 0 y1 Figura 9.3.6. Retrato del movimiento de un cuerpo para el caso de la tercera forma de Jordan con � 0 y � 0. y2 0 y1 Figura 9.3.7. Retrato del movimiento de un cuerpo para el caso de la tercera forma de Jordan con � � 0 y � 0. El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 41 El oscilador armónico muy bien puede ser ejemplo de un cuerpo con un movimiento asociado a la tercera forma de Jordan. Si se recuerda un poco, la función hamiltoniana para este mecanismo se escribe de la siguiente manera: (9.88) siendo, como ya es costumbre, m la masa y k la constante del resorte que mueve al cuerpo y E la energía total. Se trata, en efecto, de un movimien- to que se representa en el espacio de las fases de dos dimensiones como una familia de elipses, como se muestra en la figura 9.3.8, centradas en el origen y descritas por la fórmula (9.89) parametrizadas por la energía total E y donde se ha hecho la redefinición de las variables como Figura 9.3.8. Retrato del movimiento del oscilador armónico simple. y2 0 y1 Observando las ecuaciones de Hamilton para este sistema, de acuerdo con (9.48) y (9.50) se obtiene que: (9.90 a) (9.90 b) En forma matricial estas ecuaciones presentan el siguiente aspecto: (9.91) es decir, una forma semejante a la que se describió en (9.61). Así que diago- nalizando la matriz que aparece en (9.91), se tiene ahora lo siguiente: (9.92) o sea que la ecuación característica es la siguiente: (9.93) Sus eigenvalores son las raíces de esta ecuación. Como se ve, se trata de dos imaginarios puros: (9.94) con (9.95) siendo �0 la frecuencia angular del oscilador. Entonces, el oscilador armóni- co, entendido como un sistema dinámico, está descrito mediante un siste- Formalismo de Hamilton 42 El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 43 ma de ecuaciones diferenciales del mismo tipo que se muestra en (9.65), con una matriz diagonal, que presenta la estructura de la tercera forma de Jor- dan con (9.96) El hecho de que el retrato del sistema sea un conjunto de elipses y no una familia de círculos carece de importancia, ya que se trata de figuras que topológicamente son iguales. Las transformaciones de similaridad, como las que se propusieron en (9.66) no alteran la topología de los retratos; si acaso, afectan las escalas. Por ello, elipses pueden transformarse en círculos y viceversa, sin que la esencia física del problema cambie. Otro ejemplo que vale lapena explorar para mejor entender los resul- tados anteriores, es el caso de un péndulo simple que oscila con pequeñas amplitudes y que se encuentra en un medio resistivo como el aire, sujeto, adicionalmente, a una fuerza disipadora que es proporcional a la velocidad tangencial con la cual se mueve la lenteja (véase la figura 9.3.9.). La lagrangia- na para este sistema solamente toma en cuenta a la fuerza conservadora: su peso. La fuerza disipadora entra a escena como un término inhomogéneo en la única ecuación de Lagrange, tal como se vio anteriormente. Así, la lagrangiana de este sistema es (9.97) y la ecuación de Lagrange correspondiente tiene el siguiente aspecto: (9.98) donde k es una constante que da información sobre la intensidad de la fuerza de fricción. El momento canónico a la coordenada generalizada es, por definición, el siguiente: (9.99) Así que la hamiltoniana correspondiente, entendida como la transfor- mada de Legendre de la lagrangiana (9.97) es: (9.100) Por su parte, las ecuaciones de Hamilton que hay que utilizar ahora, son las (9.11), con un término que identifique a la fuerza no conservadora: (9.101 a) (9.101 b) Para poder continuar con el análisis del movimiento, se puede hacer ahora la redefinición de las variables Formalismo de Hamilton 44 y 0 bl2 l x m mg Figura 9.3.9. Un péndulo, de longitud l y masa m, se mueve bajo la acción de la gravedad y en un medio disipador. El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 45 (9.102 a) (9.102 b) en cuyo caso, las ecuaciones diferenciales (9.101) se pueden escribir en forma matricial, para amplitudes pequeñas como: (9.103) Y siguiendo con la misma estrategia, es necesario llevar a la matriz en (9.103) a su forma diagonal. Para ello se establece su determinante carac- terístico: (9.104) con el cual se obtiene la correspondiente ecuación característica: (9.105) siendo (9.106) la frecuencia angular fundamental del péndulo y el coeficiente de resisten- cia del aire, respectivamente. La ecuación (9.105) se resuelve y con ello se obtienen los eigenvalores o valores propios de la matriz: (9.107 a) Formalismo de Hamilton 46 (9.107 b) Si se supone que la constante c definida en (9.106) es real y positiva, en- tonces ambos eigenvalores resultan negativos. Esto significa, como se vio, que en el origen, el sistema posee un punto; esto es, un nodo estable. Además, si ocurre que (9.108) o sea que la parte disipadora es de menor intensidad que la interacción gravi- tacional que le da su frecuencia angular fundamental al péndulo, entonces se observa de (9.107) que estos valores propios son complejos; esto es, con una parte real y otra imaginaria y que uno de ellos es el complejo conjuga- do del otro. De acuerdo con lo que se ha estudiado y en particular, con los resultados hallados en (9.87), se tiene que el movimiento en el espacio de las fases aparece como espiral logarítmica; tal como se ve en la figura 9.3.6. El retrato se convierte en una familia de círculos o elipses cuando c se vuel- ve igual a cero. Un último ejemplo que se estudiará aquí en relación con el tema de los sistemas dinámicos, es el caso de los sistemas conservadores. Así pues, considérese un sistema dinámico simple, en una dimensión, que no depen- de del tiempo; esto es, que es autónomo y que su ecuación de movimiento está dada a la Newton por (9.109) siendo f (x) una fuerza aplicada por unidad de masa, dada por una función continua. La primera integral de movimiento se obtiene de (9.109) supo- niendo que existe un escalar llamado el potencial u(x), tal que (9.110) Si esta propiedad se cumple, entonces se obtiene de (9.109) más o me- nos inmediatamente que El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 47 (9.111) o bien, rescribiendo esto mismo con la perspectiva de Hamilton: (9.112) donde nuevamente x1 es la coordenada y x2 el momento canónico conju- gado. La expresión (9.112) se encuentra ya descrita en el espacio de las fases de dos dimensiones. Y dado que x1 es simplemente la distancia del cuerpo al origen, entonces u(x1) es una función simétrica; o sea que da el mis- mo efecto para x1 positivo o negativo. El retrato de este sistema es una fa- milia de curvas, cada una para un valor de e (la energía total específica), que aparecen como curvas de nivel en el plano de las fases. Para investigar un poco más sobre este asunto, supóngase que el poten- cial puede ser desarrollado en una serie convergente de potencias de la va- riable, como (9.113) siendo a0,a1,…, etc., constantes, con a0 tal que (9.114) Esta es la primera curva de nivel; la primera trayectoria del retrato de este sistema en el espacio de las fases. Supóngase que la serie de potencias (9.113) converge rápidamente, de tal suerte que es posible cortarla y despreciar los términos más adelante del cua- drático sin afectar de manera sustancial el resultado. En tal caso, el poten- cial es (9.115) Si se dibuja una gráfica de este potencial en un diagrama de u(x1) versus x1, como el que se muestra en la figura 9.3.10, se obtiene una parábola cuyos brazos ascienden en la dirección de la ordenada para valores positi- vos de a0,a1 y a2. Los valores de la energía total específica que se muestran en esa misma figura son como niveles horizontales que cortan a la curva en puntos (los llamados puntos de retorno). Entre dos intersecciones, dentro de la parábola, se establecen los límites físicos del movimiento. Así por ejemplo, para el caso del nivel e2 que se muestra en la figura 9.3.10, el mo- vimiento del cuerpo está acotado entre los valores [a,b] de la variable x1. El cuerpo se mueve, de acuerdo con esta figura, entre dos círculos apsidales; uno de radio menor a y otro de radio mayor b, alrededor del centro de la fuerza. Pero si ahora se pasa al espacio de las fases x1 vs x2, como el que se muestra en la figura 9.3.11, se observa que el retrato del sistema es una fa- milia de elipses, centradas en (x0,0), siendo (9.116) y con semiejes mayor y menor dados por (9.117) respectivamente. Formalismo de Hamilton 48 0 a x 0 b x1 e2 e1 e0 u (x1) Figura 9.3.10. Gráfica de u(x1) vs x1 para el caso cuadrático del potencial. Se trata de una parábola y los niveles de la energía específica son rectas horizontales que la cortan. Comparando los resultados (9.116) y (9.117) y observando la figura 9.3.11, se puede ver de inmediato que el semieje mayor de una de las elip- ses coincide con la abscisa al centro de la misma para cierto valor de la ener- gía total específica; esto es: en este caso, en efecto: Como se ve, se tiene ahora nueva información de esta figura: el movi- miento no nada más está acotado a lo largo de la coordenada generalizada x1, sino que también lo está a lo largo del momento canónico conjugado x2. Se trata de una familia de trayectorias, en las cuales el sistema regresa una y otra vez al punto de partida. A estas trayectorias cerradas en el espacio de las fases se les llama genéricamente movimientos de libración. Una libración es pues, aquel movimiento que en el espacio de las fases da como resultado trayectorias cerradas. El espacio de las fases y los sistemas hamiltonianos 49 0 x 0 x1 e2 e1 e0 x 2 Figura 9.3.11. Retrato del movimiento del sistema cuadrático. Formalismo de Hamilton 50 Dentro de este mismo tema, no puede ser olvidado el viejo problema de Kepler; esto es, un cuerpo masivo, con masa m, que se mueve sobre un plano, debido a la fuerza central conservadora dada por la célebre expresión newtoniana (9.118) siendo el parámetro gravitacional, mismo que ya fue introducido en el capítulo 2 del Libro 1. Para el caso del Sistema Solar r es la distancia desde el centro del Sol, supuesto a su vez en el origen del sistema de coordenadas y el punto material que se estudia. En (9.118), r̂ representa, como es costumbre, al vector unitario radial; esto es 0 x m y M z Figura 9.3.12. Un cuerpo de masa m es atraído gravitacionalmente por otro de masa M que se encuentra fijo en el origen de un sistema
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