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La mujer y su sombra J ulián Marías La mujer y su sombra Alianza Editorial © Julián Marias © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1986 Calle Milán, 38, 28043 Madrid; teléf. 200 00 45 ISBN: 84-206-9543-2 Depósito legal: M. 38.226-1986 Fotocomposición:· EFCA Avda. Doctor Federico Rubio y Gali, 16 Impreso en Lavel. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid) Printed in Spain INDICE Prólogo ...................................... . l. La exploración de la mujer como relación personal ........................ . II. Pasiones del alma y sentimientos III. El sentido íntimo y la condición carnal ......................................... . IV. Permanencia y variación: la es- tructura empírica femenina ......... . V. La intrahistoria, dominio de la mu1er .......................................... . VI. Dependencia y dominio ............. . VII. Maternidad y continuidad .......... . 7 1 1 1 5 25 37 49 6 1 73 83 VIII . La belleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95 IX. Lo deseado y las pretensiones" . . . . . 1 09 X. Los vectores de la condición amo- rosa ............................................ . XI. Ai;nistad y hostilidad dentro del mismo sexo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XII . Las formas de la amistad entre hombre y mujer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XIII . La interpretación de la mujer por la palabra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XIV. Lo habitable : casa y ciudad . . . . . . . . . XV. Las fases de la mujer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XVI. El horizonte de la proyección amorosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XVII . El continente misterioso . . . . . . . . . . . . . . 8 121 1 3 1 143 1 59 171 1 83 1 95 207 A mi nieta Laura, a punto de ser mujer. PROLOGO Siempre me ha parecido que el tema de la mu jer es de primera magnitud intelectual ; y la ra zón de ello es que la realidad de la mujer es de primera magnitud, y además irreductible a nin guna otra. Por esto sorprende que no se hayan aplicado más que muy parvamente los recursos del pensamiento para estudiarla e intentar com prenderla. A lo largo de mis escritos, durante muchos años, se encuentran constantes referencias a la interpretación de la mujer. Fundadas en muy es casa medida en otras interpretaciones ; incom parablemente más en mi propia experiencia de la mujer, sin excluir la experiencia imaginaria de 11 J ulián Marías la ficción, literaria y todavía más cinematográ fica : de esta última hay abundantes huellas en los aproximadamente mil artículos sobre cine que escribí entre 1 962 y 1 982. Pero hasta 1970 no llegué a poseer los con ceptos que hacen verdaderamente posible, a mi juicio, la comprensión de la realidad de la mu jer. Cuando escribí Antropología metafísica ela boré las categorías adecuadas para entender la vida humana y su estructura empírica, por tan to sus dos formas radicales, inseparables e irre ductibles, varón y mujer, esa disyunción polar y recíproca, consistente en la proyección esen cial de un sexo hacia el otro, en su doble con dición personal y carnal, ya que una persona humana es, según la fórmula que usé en ese li bro, alguien corporal. En 1 976-77 di un curso de conferencias so bre La mujer en el siglo XX. Dos años después se convirtió en un libro, que ha tenido muy am plia difusión. En él he estudiado, partiendo de los conceptos que lo hacen posible, lo que ha sucedido a la mujer occidental en nuestro siglo, las transformaciones que ha experimentado des de el siglo XIX, desde lo que se suele llamar la época victoriana. Esas transformaciones son enormes ; tanto, que suelen encubrir lo que por debajo de ellas existe : la condición misma de la mujer. En ese libro lo tenía presente, precisa mente para poder lanzar una mirada a lo que es decisivo : las posibilidades de la mujer, lo que le ofrece, promete o acaso niega el futuro. La mu- 12 La mujer y su sombra jer en el siglo XX, como su título indica, ensa yaba una perspectiva primariamente sociológi ca e histórica, sin olvidar las estructuras huma nas afectadas por esas variaciones acontecidas en nuestro tiempo. Este nuevo libro se mueve en una perspecti va diferente. Escrito desde el presente, con una referencia primaria a la mujer actual, atiende so bre todo a lo que la mujer es en todo tiempo, en la medida en que es mujer: una persona fe menina, una de las dos formas en que acontece la realidad personal en este mundo. La vida hu mana es intrínsecamente histórica, y está afec tada por la variación ; pero conviene no quedar se en ella, no perder de vista que es variación de algo; en este caso, y la distinción es capital, de alguien. Las formas históricas, y más aún las interpretaciones de ellas , las teorías o doctrinas, proyectan una sombra que con frecuencia en cubre la realidad misma; es menester esforzarse por distinguirlas, sin olvidar nada, para acercar se al núcleo que hace posible esa sombra y le da sentido, pero no se confunde con ella. Me propongo ahora lanzar una mirada sobre ese alguien corporal, íntegramente femenino, desde su corporeidad hasta su personalidad, des de su condición carnal hasta su forma propia de razón, llamado mujer. 1 3 1 LA EXPLORACION DE LA MUJER COMO RELACION PERSONAL El estudio de la mujer no puede parecerse a la mineralogía, la botánica, la fisiología o la psico logía ; ni tampoco a la sociología o la historia. Estas disciplinas consideran diversos «objetos» , y algunas de ellas pueden arrojar luz sobre lo que es la mujer ; pero en todo caso la dejan fue ra. El hombre encuentra a la mujer en su vida; se dirá que la mujer también ; pero, ciertamen te, de otra manera. Diríamos mejor que el hom bre se encuentra con la mujer al vivir. Se en tiende, al vivir ambos ; porque el hombre en cuentra a la mujer como alguien que vive, y en cuya vida aparece él, el hombre. Si esto se toma 17 J ulián Marías en serio, si no se pasa por alto para recaer en formas inerciales e inadecuadas de conocimien to, resulta que una indagación o exploración de la mujer se aloja dentro de lo que podemos lla mar relaciones personales. La manera de presencia de la mujer como tal, aquello que hace posible intentar conocerla, no es una percepción, ni una experimentación, ni una serie de observaciones que pueden reflejar se en estadísticas, sino antes que todo eso una relación personal. El hombre puede saber algo de la mujer en la medida en que convive con ella ; y lo que pueda lograr depende de la plu ralidad, continuidad, intensidad, multiplicidad de dimensiones de esa convivencia. Lo malo es la tendencia dominante a inter pretar las relaciones personales como «mecanis mos», sean o no materiales, con lo cual pierden automáticamente su condición personal. Se con sidera la fisiología como «base» de la vida afec tiva ; si esto parece «tosco» , se elimina la refe rencia orgánica y se orienta la indagación hacia los «fenómenos psíquicos» . No se trata del cuerpo -se dice-, sino del «alma» ; se habla de sentimientos, emociones, pasiones. Esta solución es poco satisfactoria. No es aconsejable prescindir del cuerpo, cuyo papel en · la vida afectiva -y en toda vida- es notorio. Y con ello no se acerca uno al núcleo personal de esa vida. Se trata la psicología como algo tan poco ligado a mí como la fisiología. Desde la Antropología metafísica insisto en la definición 1 8 La mujer y su sombra del hombre como alguien corporal. Para com prender a una persona, no se trata de eliminar la corporeidad, sino de introducir realmente en ella el «alguien» , el «quién» . La atención s e ha concentrado tradicional mente en la clasificación de lo que podríamos llamar «especies afectivas» . Se handescrito los re cursos o mecanismos con que acontecen los sentimientos, las emociones, las pasiones, etc. Esto es sin duda interesante, pero queda fuera la cuestión decisiva : qué son en mi vida, qué significan desde el punto de vista de lo que yo hago y de lo que me pasa. Es menester intro ducir una perspectiva argumental y dramática si se quiere pasar de la «vida» psíquica a la vida real, es decir, a la vida personal. Para comprender esta diferencia se podría re currir a una analogía con una distinción, esta blecida por Brentano y desarrollada en la feno menología de Husserl, dentro de la esfera de lo psíquico. Los actos psíquicos están caracteriza dos por su intencionalidad, es decir, por su re ferencia a un objeto que es término de ellos, sea cualquiera el tipo de realidad que le pertenezca. Los actos apuntan a un objeto intencional : veo algo, oigo algo, deseo, quiero, amo, odio, temo al go. Pero hay en la vida psíquica los llamados «contenidos no-intencionales» de los actos psí quicos, que no son actos. Por ejemplo, las sen saciones . La sensación de frío, de calor, de do lor, no son intencionales, ni tamfoco actos . Los sentimientos sí : el desagrado de frío es un acto 19 J ulián Marías intencional cuyo objeto es la sensación (no in tencional) de frío. El acto incluye algo así como una flecha que apunta a un objeto. De manera análoga, en la «vida» meramente psíquica el sujeto se da por supuesto ; o se lo en tiende -como un mero centro o foco, es decir, de manera abstracta. Por eso se le ha añadido casi siempre un artículo determinado que lo sus tantiva, es decir, que altera su pura cualidad pronominal : el yo, das Ich, the Self. Falta el yo real, ejecutivo, circunstancial, por supuesto sin artículo sustantivante, pronominalmente : yo. Y este yo, sujeto de las relaciones personales, no está nunca aislado, sino con un tú; más correc tamente -hay que evitar la otra posible sustan tivación-, contigo . Pero -se dirá-, ¿no pue do estar aislado ? ¿No cabe la situación de sole dad ? Sí, pero si estoy solo es que estoy solo de ti; es una soledad también intencional, porque es estrictamente personal . Para entender la peculiaridad de la vida en su mismidad, quiero decir cuando no está suplan tada por interpretaciones triviales o científicas -por ejemplo, psicológicas-, vale la pena exa minar el sentido de un acto cotidiano, tal vez el más cotidiano de todos -aunque habría que preguntarse si es en realidad un acto-: el des pertar. Se termina o se interrumpe el sueño ; se vuelve, espontáneamente o no -acaso el tim bre del despertador-, a la vigilia. Se siente eu foria, o acaso malestar. En seguida se despierta a los hábitos cotidianos y rutinarios -que, por 20 La mujer y su sombra cierto, no son los mismos en todas las épocas o condiciones sociales-; por ejemplo, el aseo, el baño, la operación de vestirse, el desayuno. ¿Es adecuada esta descripción ? En realidad no : se despierta uno a su vida. Se entiende, a su vida biográfica -la biológica no se ha interrumpido durante el sueño, y acaso tampoco la psíquica, especialmente si se ha soñado-. Se despierta uno a un argumento en curso, a un acto con creto del drama en que consiste. Esta vida se reanuda al despertar a las presencias o las au sencias, al dolor o a la alegría, a la felicidad o la infelicidad. Se recogen allí donde se dejaron al dormirse . Se despierta a los quehaceres, a las tareas, a las expectativas, a los deseos persona les (y no meramente psíquicos) : a todo aquello de que dependerá el equilibrio biográfico, bien distinto del fisiológico o el psíquico, meros in gredientes de aquel. ¿Es esto siempre así ? Tal vez no. No todos caen en la cuenta de lo que acabo de decir ; ello se explica porque su atención se vuelve a esos elementos o ingredientes que no son propia mente su vida. Es muy frecuente una desperso nalización de los contenidos de la vida. Las ra zones son varias : la habitualidad, la rutina, la tendencia a la mecanización, la propensión a resbalar sobre lo concreto, de una manera aná loga a lo que Husserl llamaba «mención» a di ferencia de «impleción» significativa. Todavía más, por las interpretaciones impersonales de la vida, que son las vigentes entre las personas cul- 21 J ulián Marías tivadas, mucho más que entre los sencillos y que viven en mayor espontaneidad. Por ejemplo, cuando se habla de «necesida des» , lo normal es que se pongan en línea, como si fuesen homogéneas y comparables, desde la respiración hasta la compañía. Bien mirado, pa rece absurdo -y lo es-; pero mejor mirado tendría algún sentido aceptable si fuese hacia la personalización. Quiero decir que toda necesi dad humana, a última hora, es personal, y por tanto también la respiración o la nutrición ; pero se hace por lo general al revés : se despersonali za hasta lo más personal (como cuando se ha bla de las «necesidades sexuales») . Esto no quiere decir que la interpretación psi cológica de la vida afectiva sea falsa y deba de secharse; ni siquiera que sea superflua y se pue da prescindir de ella. Es simplemente insuficien te, porque deja fuera lo más interesante. Y si pretende ser la interpretación adecuada, si afir ma que la vida afectiva es vida psíquica, enton ces es una falsedad. Hay que intentar una visión personal de las relaciones personales, de mane ra que no se deje a la espalda desde el primer �omento aquello en que verdaderamente con sisten. La exploración de la mujer requiere especial mente una enérgica personalización. El interés mutuo que sienten el hombre y la mujer es nor malmente muy enérgico, y esto parece asegurar un conocimiento adecuado. En realidad no es así : esa misma energía hace probable una sim- 22 La mujer y su sombra plificación o unilateralidad de las relaciones . No es fácil que tengamos una idea precisa de cuál es la circunstancia humana de nuestros próji m9s, aun de los que son muy próximos, de los amigos o personas de la propia familia. Pero cuando se entrevé, en algunas ocasiones, asom bra la pobreza de experiencia personal del otro sexo que tienen muchos hombres y mujeres, in cluso de gran refinamiento y complejidad. Es tas cualidades se han dirigido a otras cuestio nes, acerca de las cuales se puede tener gran do minio y competencia, mientras se tiene una ima gen extrañamente elemental de la otra forma de la vida humana. Creo que esta carencia de conocimiento ade cuado, por simplicidad de las relaciones, es más acusada en los hombres que en las mujeres . Pri mero, porque en ellos es mayor la propensión a «darlas por sabidas » ; segundo, porque la mu jer suele «ocuparse» más del hombre, incluso en un sentido material o doméstico, y en ese sen tido tiene mayor oportunidad de verlo vivir, que es una relación de singular valor y eficacia. Se pensaría que el conocimiento de la mujer será más fácil, rico y verdadero si lo tiene la mu jer misma. La mujer vista «desde dentro» sería comprendida mejor ; es lo que suele pensarse en nuestra época, pero me parece dudoso. Muchos libros sobre la mujer escritos por mujeres son especialmente insatisfactorios y, lo que es más, «distantes»: producen con frecuencia impresión de que hablan de otra cosa. Rara vez reconoce 23 J ulián Marías en ellos el hombre esa realidad llamada mujer. Esto parece extraño, pero si se mira bien no lo es tanto . La mujer no tiene propiamente re lación personal con «la mujer», sino con algu nas mujeres, que no es lo mismo. Se dirá que igual sucede al hombre, el cual tiene relaciones con cierto número de mujeres singulares . Pero desde sí mismo, desde su propia condición, y la polaridad se le pone de manifiesto en cada una de esas relaciones . Dicho con otras palabras, en cada mujer tropieza con la mujer, con su pecu liaridad. Por añadidura, es sumamente probable que las mujeres que escriben sobre la mujer lo hagan desde supuestos y con ideas recibidasde los hombres, es decir, que no brotan de ellas mismas y, por tanto, carecen de esa inmediatez de visión que sería tan valiosa. Es más probable que se encuentre esto en escritos femeninos que no versan sobre la mujer, sino que ponen en jue go el conocimiento que la mujer, por serlo, tie ne de sí misma ; por ejemplo, en la novela, al guna vez en la poesía. Es de lamentar, en cambio, que no se haya es crito más sobre el hombre, sobre el varón como tal, f or parte de mujeres . Ahí podría encontrar se e saber que dan las relaciones personales. Y así ocurre en epistolarios y libros de memorias, allí donde la atención no ha sido absorbida por esa realidad inexistente que se llama «el hom bre en general» . 24 11 PASIONES DEL ALMA Y SENTIMIENTOS Los dos conceptos que han servido más a lo lar go de la historia para comprender las relaciones personales son pasión y sentimiento . No es ca sual que hayan sido los más constantemente usados para pensar en la mujer, los que han ser vido de modelo para comprender la relación del hombre con ella. La Edad Moderna, sobre todo entre el siglo XVII y el Romanticismo, ha teni do predilección por ellos, con matices diversos según los tiempos y las lenguas . La palabra pasión (en griego páthos) ha con servado en latín su sentido «pasivo» , de pade cer : lo que se padece, y de ahí su oposición a acción. En el alemán Leidenschaft está también 27 J ulián Marías muy presente el verbo leiden, padecer. Pero de ahí se deriva una perturbación o agitación, que despierta o suscita una actividad o movimiento dirigido a otra persona (o a alguna cosa) . Por esto, en las lenguas latinas modernas, o en in glés, que toma esa voz del latín, el sentido pa sivo se desvanece y va adquiriendo una signifi cación cada vez más dinámica y activa. El siglo racionalista, el XVII, dedicó enorme atención a las pasiones . Descartes compuso, ya al final de su vida, Les Passions de l'ame, para su dilecta amiga y discípula la princesa Isabel de Bohemia (anticipadas ya en tantas cartas a lo lar go de muchos años) . Descartes, que había leído mucho sobre la cuestión, y entre otras cosas el tratado De anima et vita de nuestro Luis Vives, no pierde de vista en ningún momento la cor poreidad ; y, por otra parte, se da cuenta del al cance que las pasiones tienen : el título de la pri mera parte es «Des passions en général et par occasion de toute la nature de l'homme» . Par tiendo de las pasiones tendrá que tratar de toda la naturaleza del hombre. Y respecto al carácter pasivo, el título del primer artículo del libro es : «Que ce qui est passion au regard d'un sujet est toujours action a quelque autre égard» . Acción y pasión son la misma cosa según los dos di versos sujetos a los que se la refiere . En el sin duda pascaliano, aunque de atribu ción insegura, Discours sur les passions de l'a mour, se dice : «El hombre ha nacido para pen sar ; por ello no está ni un momento sin hacer- 28 La mujer y su sombra lo ; pero los pensamientos puros, que lo harían feliz si pudiera mantenerlos siempre, lo fatigan y lo abaten. Es una vida unida a la que no pue de adaptarse ; necesita conmoción y acción, es decir, que es necesario que esté a veces agitado por las pasiones, de las que siente en su cora zón fuentes tan vivas y tan profundas» . Las pa siones más convenientes, dice el Discours, y que encierran en sí otras muchas, son el amor y la ambición ; no tienen conexión entre sí, pero mu chas veces se las combina, y entonces se debili tan recíprocamente, o se destruyen. Por grande que sea la amplitud del espíritu, no se es capaz más que de una gran pasión, y si coinciden dos no son tan grandes . Lo mejor es una vida que empieza por el amor y termina por la ambición. En cuanto a Spinoza, la tercera parte de su Ethica se titula «De origine et natura affec tuum», y la cuarta, «De servitute humana, seu de affectuum viribus», a la cual se contrapon drá la quinta y última, «De potentia intellectus, seu de libertate humana» . La fuerza de las pa siones causa la servidumbre humana, mientras que la potencia del entendimiento o intelecto restablece la libertad, Spinoza considera las pa siones como una realidad natural, con la que hay que contar y hay que examinar mediante la razón. «La mayor parte de los que han escrito sobre las pasiones -dice- y del modo de vivir de los hombres no parecen tratar de cosas na turales, que siguen las leyes comunes de la na turaleza, sino de cosas que están fuera de la na- 29 J ulián Marías turaleza. Incluso parecen concebir al hombre en la naturaleza como un imperio dentro de un im perio» . «Quiero volver -añade- a los que pre fieren aborrecer las pasiones y las acciones de los hombres, o reírse de ellas, mejor que enten derlas . A estos sin duda les parecerá extraño que intente tratar los vicios y las necedades de los hombres según el uso geométrico, y quiera de mostrar por una razón cierta lo que, según pro claman, repugna a la razón, lo que es vano, ab surdo y horrendo» . «Trataré, pues -conclu ye-, de la naturaleza y fuerzas de los afectos y del poder de la mente sobre ellos, con el mis mo método con que antes he tratado de Dios y de la mente, y consideraré las acciones y los ape titos humanos como si fuera cuestión de líneas, de planos o de cuerpos» . (Ethices pars tertia, prefacio.) Estos textos del racionalismo, en su forma ex trema el de Spinoza, descubren su supuesto co mún : el tratamiento de lo humano mediante la razón abstracta o pura. «Como si fuera cues tión de líneas, de planos o de cuerpos» , dice casi cínicamente Spinoza. ¿Y si no fuera así, si la rea lidad de la vida humana fuese de otro orden, que requiere un sistema distinto de conceptos y categorías, otra forma más compleja de razón ? He querido recordar esta manera de ver las cosas al comenzar la época moderna porque las ideas dominantes hoy no la han superado ; quie ro decir que permanecen dentro de la misma concepción naturalista de la realidad, y el único 30 La mujer y su sombra cambio importante ha sido el abandono del ra cionalismo para desembocar en un irracionalis mo que, a última hora, renuncia a entender, en lugar de buscar una manera adecuada de com prensión, fiel a la realidad de la vida humana. En nuestra época se emplea poco la palabra «pasión» . Y cuando se hace, casi siempre en for ma impersonal: por ejemplo, la pasión política. Hay una marcada tendencia a la abstracción. En la dimensión amorosa, hay una sustitución pro gresiva de la palabra «pasión» por la palabra «sexo» . Incluso lo que se ha llamado «crímenes pasionales» se convierte en «delitos sexuales» . En todo caso, s e tiende a lo cuantitativo ; s e ad mite la ambición, ciertamente de riqueza, de po der, incluso de fama, pero se la entiende como ser nombrado muchas veces (los que lo son constantemente son «los famosos») . La publici dad cuantifica la «pasión» y la despoja de con tenido real. Un rasgo característico es la fre cuentísima sucesión de los «amores» , que no suele dejar huella, ni siquiera cuando pasan por el matrimonio . En suma, lo que se solía llamar pasión queda desvirtuado por la superficialidad. El «alma» apenas queda implicada : ¿ quién se atrevería a hablar de «las pasiones del alma», en tendiendo por alma la persona, el quién insus tituible que es cada cual ? Todo esto muestra la falta de vigencia de la pasión, que ha sido durante tanto tiempo una de las grandes potencias de este mundo. Y a Stendhal se dolía amarga y desdeñosamente de 31 Julián Marías la declinación de la pasión en Francia, sustitui da por la ambición y la vanidad, mientras do minaba en países como Italia y España, por los cuales sentía admiración y respeto . Si se quiere eliminar los restos pasivos, eti mológicos, de la pasión, tómese la palabra apa sionamiento (que, por cierto, como tantas ve ces, no tiene buena traducciónen francés, in glés o alemán). En español se dice que «la pa sión no quita conocimiento» . Es decir, que no se la descalifica ni siquiera intelectualmente. El apasionamiento supone la fuerte polarización de una persona hacia otras : en la amistad, en el amor, en el entusiasmo personal, incluso por una figura política. Esto suele calificarse peyo rativamente como «personalismo» o «culto a la personalidad» , y así es cuando se trata de un de magogo o de un efecto de la propaganda, espe cialmente totalitaria. Pero la dimensión perso nal en la política está plenamente justificada, ya que se trata, cuando es auténtica política, de una actividad personal y no de un mero mecanismo social. Siempre ha sido -y así debe ser- un elemento importante el atractivo personal de los políticos, hoy en grave crisis ; esto ha llevado a la desestimación de algo tan valioso -y tan po lítico-- como la simpatía. Lo que se llama «ima gen» es un producto artificial, impersonal, que se planea cuidadosamente y se aplica a cualquie ra como sustitutivo de la atracción personal, ca paz de suscitar la adhesión y el entusiasmo. Los sentimientos no han corrido tampoco de- 32 La mujer y su sombra masiado buena suerte, por exceso y por defec to . Un error de gravedad rara vez advertida es la interpretación como sentimientos de realida des mucho más profundas y que acontecen en otros planos de la vida ; sobre todo, el amor, que se propende a definir como «Un sentimien to que . . . » . Por otra parte, se ha infiltrado insi diosamente una desvaloración de los buenos sentimientos, partiendo de la famosa frase de Gide, según la cual con buenos sentimientos no se hace buena literatura ; lo cual puede ser ver dad, siempre que no se entienda que con malos sentimientos sí: con ellos se hace todavía peor. Lo malo es que, con tan débil punto de partida, se ha difundido un descrédito generalizado de los buenos sentimientos. Por otra parte, se ha producido una extraña orientación de los sentimientos hacia lo remoto y abstracto, lo cual va contra su misma condi ción. Los sentimientos favorables se suelen re servar en nuestro tiempo para grupos humanos 9ue .s�? obiet<;> de �na filantropía abstracta, sin mtmc1on m s1mpat1a : se proclama un «amor» por el prójimo lejano, desconocido, ni siquiera imaginado en su concreción, y ello se une a un manifiesto desdén por el verdadero prójimo, el próximo, aquel a quien se ve. No cabe mayor in versión de la enérgica frase de San Juan en la pri mera de sus Epístolas : «Si alguno dijere : Amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano, a quieri ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve» . 33 J ulián Marías No es de extrañar el empobrecimiento de la vida sentimental. Si se mira bien, sorprende la frecuente sequedad de muchas personas, la au sencia de matices . Una de las razones de ello es el predominio de interpretaciones que dejan fuera o suplantan la peculiaridad de los senti mientos. Es invasora la tendencia a la reducción de casi todas las dimensiones de la vida a lo fi siológico (o a la base fisiológica de los senti mientos) . Las más importantes dimensiones de nuestra vida no son sentimientos, y acabo de re cordarlo, pero no son ajenas a lo sentimental : hay que tener presentes los sentimientos conco mitantes con las pasiones y hasta con las más hondas determinaciones ontológicas de la vida humana. El olvido de esto significa una mutila ción que conduce a esa sequedad tan difundida que está dejando de ser percibida. Los sentimientos son �uiero decir, pueden ser- múltiples, de increíble variedad y rique za. Tienen un componente imaginativo, abso lutamente esencial . Por eso, su diversificación es consecuencia de las formas superiores de la imaginación, muy principalmente del arte . La li teratura, el cine, la música, las artes plásticas han sido elaboradores de la vida sentimental : al ayu dar a imaginar la vida y proyectarla, la han ro deado de un halo incitante, estímulo de muy va rios sentimientos. Es claro que la religión no es cuestión de sentimiento ; pero ¿quién duda de que hay sentimientos religiosos, y de que son un importante ingrediente de la religión ? La ar- 34 La mujer y su sombra quitectura, la escultura, la pintura, la música, la liturgia han sido durante siglos decisivas en la promoción de los sentimientos religiosos, que han dado jugosidad, consistencia y capacidad de comunicación al núcleo, ciertamente no senti mental, de la religión misma. Hay situaciones históricas en que la presión social, en lugar de estimular el nacimiento y de sarrollo de los sentimientos y las pasiones, los inhibe, descalifica, sofoca. Hay enorme varia ción en la vigencia, por ejemplo, del entusiasrµo como temple de la vida. Cuando se lo desprecia o condena, se lo sustituye por actitudes prima riamente negativas: así, el fanatismo fundado en consignas hostiles, frente al entusiasmo veraz movido por la admiración, fomentada por una buena retórica, que se sustituye por una densa cortina de propaganda rebajadora del hombre y que ni siquiera da dignidad a lo que pretende defender. Repásese el catálogo de las cosas, ten dencias o personas que son hoy objeto de una presentación favorable, y se verá hasta qué ex tremo puede llegar la eliminación de los senti mientos y del entusiasmo en el modelo que se ofrece, con los inmensos recursos de nuestro tiempo, a nuestros contemporáneos ; sobre todo a los jóvenes, que no tienen términos de compa ración. Habría que intentar hacer un balance perso nal de la flora sentimental de cada uno y de su encauzamientó en pasiones movilizadoras y configuradoras de la vida efectiva, de su argu- 35 J ulián Marías mento y su último valor. Habría que empezar, naturalmente, por uno mismo, y no sería floja ganancia estar en claro respecto a la situación propia. Pero no solamente esto : la imaginación permite transmigrar a los demás -a algunos es pecialmente cercanos- y lanzar una ojeada so bre su mundo interior. Cuando alguien se acer ca a otra persona, percibe algo así como su tem peratura, y esto empieza a aclararse cuando se va manifestando en una configuración. Sólo esto nos permite saber cómo es esa persona, primer paso para llegar a saber lo más difícil e impor tante : quién es . Sin esto, nadie se engañe, no hay relaciones personales. Y hay que preguntar se cuántas lo son verdaderamente en nuestro tiempo. Creo que solamente sobre estos supuestos, en que me he detenido quizá demasiado, es posi ble iniciar una exploración de la mujer. Cuanto he dicho hasta ahora deja la cuestión intacta, porque es previo a ella ; pero es el ámbito en que se plantea, y algo más todavía : la tonalidad en que puede acontecer el encuentro real con la mujer y las diversas formas de convivencia. Hablaba del último valor de los contenidos y articulaciones de la vida. El criterio decisivo para medirlo sería lo que me atrevería a llamar la «prueba de la muerte» : ¿ cuántos contenidos de nuestra vida resisten su amenaza? ¿ Contra cuántos no es una objeción, porque nos parece que siguen valiendo después de ella, a pesar de ella? 36 111 EL SENTIDO INTIMO Y LA CONDICION CARNAL Se ha hablado siempre demasiado de «los sen tidos» , demasiado poco del «sentido» en singu lar. A la forma plural se ha añadido usualmente un adjetivo que acaso no sea inoportuno, pero cuya presencia insistente puede resultar deso rientadora : los sentidos corporales. En cambio, rara vez se ha considerado lo que es el sentido íntimo. Tropecé con ese concepto nada menos que en 1935, leyendo a Maine de Biran, el filósofo que centró sobre él su interpretación de la realidad. Volví en 1944 al estudio de este pensador, to davía tan mal conocido, coetáneo de Napoleón ( 1 766- 1 824), y desarrollé con algún detalle su 39 J ulián Marías doctrina del sentido íntimo. Busca el «hecho primario» o«hecho primitivo» , que no puede ser la sensación, como pensaban los sensualis tas dominantes en su tiempo. Los términos ac tividad-[ uerza-existencia se dan esencialmente ligados ; el yo se identifica con la fuerza actuan te, que Maine de Biran llama voluntad ; pero sólo es un hecho cuando se ejerce, y para ello requiere un término resistente o inerte . El yo, la fuerza, ha de aplicarse a un término que re siste, y que se constituye como tal al resistir. Este esfuerzo, que supone una dualidad -yo, lo resistente-- es el verdadero hecho primitivo, y es un hecho del sentido íntimo, no de los ex teriores1. Pero en esta última fecha conocía yo una ela boración mucho más amplia y profunda del concepto de «sentido íntimo» en otro filósofo, también francés, aún más desconocido que Mai ne de Biran : el P. Gratry. En su tiempo, la fi losofía estaba dominada en Francia -poco des pués en el resto de Europa- por el positivismo de Auguste Comte, que disolvía la psicología entre la biología y la sociología, sin concederle espacio propio. En 1 853, publicó Gratry su li bro capital : La connaissance de Dieu2• En 1 857, el mismo año en que murió Comte, publicó 1 Véase mi libro San Anselmo y el insensato (Obras, IV). 2 Lo traduje en 1941. Ese mismo año escribí mi libro La fi losofía del P. Gratry, publicado en 1942, reimpreso en Obras, IV. 40 La mujer y su sombra otro libro : De la connaissance de l'ame. Ahí es donde elabora, partiendo de Maine de Biran, pero yendo mucho más lejos, su teoría del sens o sentido. Más lejos hacia atrás y hacia adelan te, porque rastrea con extraña profundidad (ya desde La connaissance de Die u) los anteceden tes en la historia de la filosofía, y llega a visio nes f ersonales de mayor alcance. E sentido es previo a la inteligencia y la vo luntad, germen o raíz de ambas ; antes que ellas se da el primer contacto con las cosas, y eso es el sentido ; porque lo tiene, puede el hombre después conocer y querer : es el órgano prima rio de la realidad. Afecta a todo lo que hay, y se diversifica según los modos de realidad ; dis tingue el sentido externo, el sentido íntimo y el sentido divino. El sentido del prójimo, el sens d'autrui, se funda en el sentido íntimo : siento inmediatamente al prójimo como un tú, no como un cuerpo, del mismo modo que me sien to a mí. No se trata de percepción, sino de una presencia o con cto inmediato : me siento a mí, te siento a ti. Des e ahí puedo conocer, desear, querer. El sentido extern me pone en presencia de las cosas ; hay cuerP, s porque los veo y los toco -con ello anticipó' Gratry en cerca de un siglo los planteamientos recientes del problema de la realidad del mundo exterior-. Habría que in cluir entre los cuerpos los humanos, y entre e�los el mío propio: Pero �sto no es lo prima rio ; no es que yo sienta m1 cuerpo, es que me 41 J ulián Marías siento ; y lo mismo habría que decir de los de más, cuyos cuerpos percibo como suyos, de rea lidades que me son presentes como yo a mí mis mo, es decir, al sentido íntimo. Pero antes de seguir, y para no recaer en con ceptos inadecuados a la vida humana, hay que considerar lo que significa su condición carnal. Si decimos que el hombre es alguien corporal, dando todo su valor a los dos términos, vemos que el «alguien» refluye sobre la corporeidad, que no es meramente física. Y eso es precisamente lo que nos lleva a referirnos a la carne. Palabra relegada al olvido o poco menos des de hace bastante tiempo, cuando se habla del hombre. Cuando se la usa, se la suele reducir a un «tejido» muscular o un «alimento» . En al gunas lenguas se distingue -no con demasiada precisión- entre dos formas de carne : viande y chair en francés, meat y flesh en inglés . Con viene recordar el uso cristiano de la palabra «carne» (sárx en el griego del Nuevo Testamen to, caro en la Vulgata y en la teología latina). El concepto radical del cristianismo es la Encarna ción: ho Lógos sarx egéneto, Verbum caro f ac tum est, el Verbo se hizo carne. El Credo habla de la resurrección de la carne (sarkos anástasin o carnis resurrectionem) en sus más antiguas versiones, aunque en el Símbolo niceno-cons tantinopolitano se dice «resurrección de los muertos» (anástasin nekrón, resurrectionem mortuorum). Y en muchos Símbolos antiguos se repite que el Hijo «se encarnó» (sarkothénta, 42 La mujer y su sombra incarnatus est), en lugar del más usual «Se hizo hombre» , o se conservan las dos expresiones, como en el Niceno (sarkothénta, kai enanthro pésanta, incarnatus est et homo factus est). Por otra parte, se habla de la carne como «enemigo del alma» -junto con el mundo y el demoni�, y San Pablo se refiere a los «carna les» (sarkikoí), a diferencia de los «psíquicos» (psykhikoí) y los «espirituales» (pneumatikoí), pero se trata de modos de vida o tendencias, no de la condición carnal que pertenece a todos los hombres, y que está llamada a la resurrección. Creo que la conexión entre estos dos aspec tos tan remotos, y acaso nunca puestos en pre sencia, es esencial para entender lo que una per sona significa para otra, cual es su relación pro funda, y muy especialmente si se trata de per sonas de distinto sexo, más todavía de la forma de presencia de la mujer para el hombre (en otro sentido, con diferencias profundas, del niño para cualquiera de los dos) . No se repara lo suficiente en que «Íntimo» (intimus) es el superlativo del comparativo in terior (de intus, dentro) . La intimidad es la for ma superlativa de la interioridad propia del hombre. Hasta corporalmente, el ser vivo, y cuanto más alto está en su escala más, tiene una interioridad : las entrañas, que tienen que estar dentro y ocultas, cuya exteriorización es mor tal para el animal . En el caso del hombre, la cosa es más profunda y radical, porque va más allá del organismo. El hombre puede estar dentro 43 J ulián Marías de sí (ensimismado) o fuera de sí (enajenado, alienado). Las palabras españolas ensimismado, ensimismamiento, ensimismarse, que tan hon damente estudió Ortega, son maravillosas, como lo es el verbo «estar» : el hombre puede estar porque tiene dónde, es decir, intimidad. Desde ella imagina al otro -no hay más modo de presencia de la vida humana, de la del otro e incluso de la mía, que la imaginación. Es de cir, imagina al tú que late en la carne. Hay que aprovechar el equívoco de ese «late» . El tú está oculto, latente tras la carne vi sible, sensible ; pero la carne propia es algo ca liente, palpitante, latiente (de «latir»), que se manifiesta en latidos. La carne ajena tiene tam bién esos atributos, realmente sentidos o en todo caso imaginados . Por eso la carne, que no es sólo «cuerpo» , se descubre como tal, más allá de la visión, en el contacto, muy especialmente en esa forma particular de él que es la caricia. La carne es animada, en el sentido más literal : en ella se manifiesta el alma, que «rezuma» en la corporeidad cuando es entendida, vivida como carne. El niño no tiene propiamente intimidad, por que esa condición en superlativo le es ajena. Pero tiene, desde el principio de su vida, inte rioridad, que se descubre inmediatamente en su carne ; se podría decir que tiene poca alma, pero la tiene a flor de piel . Por eso -y por el tama ño, que no es secundario- la relación normal y adecuada con el niño es cogerlo y acariciarlo . 44 La mujer y su sombra (Y a sé que hay una tendencia moderna y «cien tífica» que aconseja no tocar a los niños, limi tarse a verlos, de ser posible a través de un cris tal ; pero gran parte de lo que pasa por científi co consiste en desconocer la realidad y susti tuirla por « ideas» . ) Esa respuesta somática al ni ño incluye, por supuesto, el gesto y la palabra, aunque el niño no comprenda su significación: ciertamente recibe su «apelación» y su «expre sión» , para usar la terminología de Karl Bühler. La corporeidad dela mujer es más próxima a la del niño que la del hombre. ¿Será por esto por lo que la mujer tiene mayor juventud, mien tras es propiamente mujer? La suavidad de for mas, la ausencia de barba, la mayor «ternura» , todo eso aproxima la mujer al niño. Diríamos que su corporeidad tiene mayor «carnalidad» que la del hombre. Si pensamos en la fórmula «de carne y hueso», es evidente que el equili brio se rompe en la mujer a favor de la carne, y en el hombre hacia el hueso -lo más sólido, mineral, inexpresiv�, independientemente del grado de delgadez. La mujer tiene una más fuerte y cercana ins talación en su corporeidad, en su carnalidad, que la afectan de manera directa : la menstrua ción, el embarazo acusan para la mujer la pre sencia de su corporeidad con extremada ener gía. Pero entiéndase bien : la gestación acontece en la mujer en cuanto corpórea, carnal ; no en el cuerpo de la mujer. Es ella, no su cuerpo, la que está embarazada, la que «espera un hijo» . 45 J ulián Marías En alemán, ein Kind unter dem H erzen tragen, 11.evar un niño bajo el corazón, significa estar encinta. En la interpretación de la relación entre va rón y mujer, se ha oscilado casi siempre entre lo «sexual» y lo «asexual» . Durante siglos, el su puesto era que la mujer ve al varón «asexual mente» ,. y el varón a la mujer «sexualmente»: dos falsedades insostenibles . Como siempre ocurre, con algún fundamento : el uso invetera do que atribuía la iniciativa al hombre, la infre cuencia de la presencia de la mujer, la dificultad del trato con ella, sobre todo cercano y a solas . El hombre, ante la mujer, «debía» reaccionar deseándola sexualmente y procurando conse guirla ; la mujer «debía» no enterarse o defen derse, huir o resistir. Se suponía el carácter «in flamable» del hombre, que se descartaba en la mujer o se consideraba excepcional o anormal. La situación social de las relaciones entre hom bres y mujeres explicaba en cierta medida esta interpretación, en el sentido de prestarle alguna verosimilitud : la mujer más o menos recluida o aislada, la necesidad de «aprovechar» todas las ocasiones de contacto o trato, la galantería como actitud permanente, la figura convencio nal de la mujer, tal como aparece -con dife rencias considerables según los países, las épo cas y los niveles sociales- en la novela y en el teatro ; todo ello daba plausibilidad a unos «pa peles» o esquemas de conducta que tenían poco que ver con la realidad. La «abundancia» o «fre- 46 La mujer y su sombra cuencia» de la mujer actual, quiero decir su pre sencia constante en todas partes, obliga a revi sar todos esos esquemas . Sin perder de vista que las imágenes vigentes hoy suelen ser también defo _rmaciones de lo real, bien que en otras direcciones . El peligro acecha siempre, en un sentido o en otro. La tendencia a la abstracción ha llevado a centrar toda la atención en lo meramente «psí quico» , que una certera palabra peyorativa de signa a veces como «espiritado» . Pero en el otro extremo, con mayor empuje en nuestros días, surge otra deformación : la sexualidad entendi da como mecanismo fisiológico -cuando no como cuestión de «química» ( !)-, tampoco como «Carne» . Cuando se habla -y se habla much� de la «mujer objeto» , se inventa una «cosificación» que no existe en la realidad es pontánea, y creo que no ha existido más que ar tificialmente, en espacios confinados, viciados por algunos remedos de teorías . En un caso y en otro, las relaciones entre hombre y mujer se deshumanizan, dejan de ser efectivamente hu manas, se reducen a dos formas de abstracción : entre unos «sujetos» psíquicos o unos «objetos» sexuales . Creo que las verdaderas relaciones entre hombre y mujer, muy diversas, de cualidades distintas, están determinadas por la convergen cia del sentido íntimo y la condición camal. Si se prefiere, una carrie en que se manifiesta, des cubre, encuentra la intimidad. 47 IV PERMANENCIA Y VARIACION: LA ESTRUCTURA EMPIRICA FEMENINA El hecho de que la vida humana haya sido en tendida, hasta nuestro siglo, con conceptos de rivados de las cosas, sin advertir hasta muy tar de, y precariamente, que la vida no es una cosa, sino una forma de realidad enteramente distin ta, ha hecho que el estudio del hombre se re sienta de muy graves insuficiencias . Una de ellas, decisiva, el haber pasado casi siempre por alto la existencia, y por consiguiente la signifi cación, de la mujer. Se dirá que el hombre ha sabido siempre que hay mujeres, y se ha interesado vivamente por ellas . Además, las mujeres han tenido muy pre sente que lo eran, y de mil maneras se han in- 5 1 J ulián Marías terpretado y expresado . Así es, y se podría bus car una inmensa cantidad de intuiciones valio sas sobre la mujer. Pero se encontrarían más en obras de ficción, en memorias y cartas, en rela tos sin propósito de conocimiento, donde ines peradamente aparece, que en estudios teóricos. No conozco ningún libro de filosofía anterior a mi Antropología metafísica en que se tome en serio el hecho de que no hay «hombres» en ge neral, sino solamente varones y mujeres, que la vida humana se realiza en dos formas, por su puesto inseparables, pero radicalmente distin tas . La razón de esta ausencia -que es enorme es que el pensamiento occidental ha propendi do a un sustancialismo que siempre terminaba por tomar las cosas como modelo de realidad. O bien, cuando en nuestro tiempo se ha descu bierto, con uno u otro nombre, la realidad de la vida humana, la investigación se ha movido en el nivel de la estructura analítica, de lo que Heidegger llama Existenziale Analytik des Da seins o sus equivalentes . Y en ese nivel no apa rece la condición sexuada, ni por tanto la mu jer, sino solo los requisitos de la vida biográfica o personal como tal. Se ha reprochado a Hei degger que su Dasein o «existir» es asexual ; re proche injustificado ; lo que se le podría objetar es quedarse en ese nivel y no explorar otros. Este es precisamente el sentido de mi libro mencionado, cuyo subtítulo es «La estructura empírica de la vida humana» . A diferencia de lo 52 La mujer y su sombra que es estrictamente vida humana, tal como la descubre la teoría analítica, el hombre -tema de la antropología- es el conjunto de las es tructuras empíricas en que se realiza esa vida personal, que llamamos humana porque es la única forma en que la vida personal o biográfi ca nos es conocida. Y a esa estructura empírica pertenece, no la «sexualidad» , sino algo mucho más importante y profundo, la condición sexua da, que afecta a la totalidad de la vida, en todas sus dimensiones, pues se realiza en dos formas, polarmente opuestas, disyuntivas, consistentes en �a mutua referencia, y que llamamos varón y mu1er. Estos son los fundamentos teóricos de mi li bro La mujer en el siglo XX, donde se desarro lla desde una perspectiva histórico-social lo que se trató antropológicamente un decenio antes. Para evitar repeticiones, me remito a los dos li bros mencionados, pues de ambos parto para seguir adelante. Porque con ellos no está com pleto el estudio de lo que significa ser mujer. Ni, por supuesto, quedará cerrada con este esa apasionante y difícil empresa. El peligro que ha amenazado durante casi toda la historia al estudio de la realidad huma na -y dentro de él al de la mujer- ha sido la intemporalidad. Lo humano parecía invariable, como consecuencia de la desorientadora idea .de «naturaleza humana» . Pero cuando ese peligro parecía superado, ha surgido otro : el de la his torización. Se descubre que lo humano es his- 53 J ulián Marías tórico, cambiante, que no se adscribe a ninguna forma determinada ; y entonces se disipa el ele mento de continuidad. Hay una tercera actitud, de menor calado in telectual pero de gran influencia en nuestro tiempo : tornar lo presente corno la realidad sin más, y descalificar elpasado corno un atraso, un error o, a lo sumo, como simple «preparación» del presente . Esta ha sido la visión del progre sismo, que ha llevado a cabo un vaciamiento de la historia entera, y con ella del presente tam bién, ya que para una mentalidad progresista no es más que preparación de la época siguiente, y así hasta el infinito . Lo que se llama «feminis mo» suele nutrirse de estos esquemas progresis tas, y por eso rechaza y condena en bloque toda la historia de la mujer, desde Eva hasta hoy (por lo menos, hasta ayer) . Los ingredientes de la estructura empírica son variables, pero a la vez permanentes, duradero� : por eso son estructurales, no meramente acci dentales o adventicios. La condición sexuada es una dimensión permanente de la estructura em pírica, que se realiza en constante variación. Va rón y mujer son categorías de esa estructura, no de la analítica, de la «vida humana» como tal ; pero en su nivel son constantes, y se van mo dulando históricamente. Si no se tienen igual mente presentes la permanencia y la variación, no son realidades inteligibles. Precisamente por ello se podría escribir, dentro de la historia hu mana, una historia del varón y, por supuesto, 54 La mujer y su sombra una historia de la mujer: he intentado hacerlo para el tiempo más reciente. En suma, la tarea que se presenta si se quiere comprender a la mujer es arrancarla de la zoo logía, que aparece cada vez más invasora -a ve ces disfrazada de sociología- y considerarla biográficamente, como una de las dos formas en que existe y se realiza la vida humana. Ello re quiere el uso real de los conceptos adecuados, bien distintos por cierto de los que han domi nado la tradición occidental, y acaso más toda vía de los que hoy invaden los numerosos es tudios dedicados a esta cuestión. Las dos categorías fundamentales que permi ten entender la vida humana en una perspectiva antropológica son instalación y vector; como no son independientes, sino inseparables, como la instalación es aquello desde lo cual el hombre se proyecta vectorialmente, y esto no puede ha cerse más que desde una instalación, se puede hablar de instalación vectorial. U na de sus for mas, de alcance capital, porque envuelve todas las demás, es la condición sexuada. Pero aquí surgen problemas teóricos delica dos, que examiné en la Antropología y quiero recordar muy sumariamente. Si se pregunta quién está instalado sexuadamente, no se puede contestar: el hombre, porque precisamente hay dos clases de ellos. ¿ Se tratará de dos especies? Esto es absurdo, porque el hombre sería un hí brido, y la reproducción sería, paradójicamen te, un caso de hibridación. ¿Es una diferencia 55 J ulián Marías accidental ? Evidentemente no. ¿Es una «propie dad» , en el sentido en que griegos y escolásti cos hablaban de lo que es ídion o proprium, como la capacidad de reír en el hombre? Esto parece más razonable, pero si se sigue pensan do se ve que tampoco tiene sentido : ¿ qué es lo que sería propio de cada hombre ? ¿En qué sexo está instalado? La respuesta ingenua y nada teó rica sería : cada uno en el suyo, en uno o en otro . Esta respuesta, acaso por ser ingenua, nos pone sobre la pista. En uno o en otro : no se tra ta de una diferencia, sino de una disyunción . En efecto, la vida humana existe disyuntivamente: se es varón o mujer, y ambos consisten en su re ferencia recíproca intrínseca : ser varón es estar referido a la mujer, y ser mujer significa estar referida al varón. Ni uno ni otra pueden defi nirse aisladamente. Por eso no hay mera dife rencia, sino disyunción, polaridad ; se es una cosa u otra, y cada una de ellas co-implica o complica a la otra. Dicho con otras palabras, y con mayor rigor, la condición sexuada no consiste en los térmi nos de la disyunción, sino en la disyunción mis ma. La noción «Sexo» es ya por sí misma dis yuntiva, y por eso no es fácil de definir. Por eso mismo, la homosexualidad es contradictoria in trínsecamente, y cuando existe exige un artifi cial «desdoblamiento», es decir, una «disyun ción» interna a un sexo. Ahora bien, la vida humana entera se realiza históricamente. El lentísimo desarrollo del niño 56 La mujer y su sombra obliga a una larga convivencia con los padres y, en general, con la sociedad, que va inyectando sus interpretaciones, usos, vigencias, creencias, ideas, preferencias, estimaciones . El hombre reacciona personalmente, no solo a su situación biológica, sino más que nada a la social e histó rica. Lo «natural» y lo «cultural» o histórico son ingredientes esenciales e inseparables ; mejor di cho, la naturaleza humana, en la medida en que puede hablarse de ella, está historizada ; acaso el ejemplo más claro de esto es lo que se llama, casi siempre con mucha confusión, la raza. La condición sexuada experimenta esa misma historización ; cada una de sus formas y, por su puesto, las relaciones entre ellas . Habría que ha cer, aparte de la historia «del hombre», la del va rón y la de la mujer como serie de formas en que han ido consistiendo . Y si la historia gene ral alcanza algún día el grado de concreción y aproximación que reclama, deberá ser, y muy principalmente, una historia de la convivencia entre los dos sexos. No se olvide que, aunque la condición sexua da pueda parecer parcial, una fracción de la vida humana -como lo es, ciertamente, la actividad sexual-, en realidad es su envolvente, de ma nera que todas sus dimensiones están afectadas por ella. Es una instalación total, global, condi cionada circunstancialmente y que a su vez con diciona todos los vectores que de ella emanan. Ningún acto humano, ninguna vivencia, tienen plenitud de sentido si no se tiene en cuenta que 57 J ulián Marías se trata en cada caso de un hombre o una mujer. Si la palabra «mujer» tiene sentido, si se la puede emplear sin equívoco en todo el mundo y en todas las épocas , es porque significa algo permanente : es una estructura, no parte directa de la analítica, pero sí una de las articulaciones esenciales de la estructura empírica. Pero esa es tructura, como todas, cuando se trata de vida humana, se hace concreta en muy varias formas, que la llenan de contenido. Y, por supuesto, no solo históricamente, en cada una de las socieda des o épocas, sino en cada mujer individual. Quiero decir que se trata de una estructura bio gráfica, que se realiza a lo largo de las edades y se puede contar. Por eso le pertenece una pluralidad de trayec torias (concepto extraordinariamente fecundo si se lo toma en plural, como corresponde a su rea lidad efectiva). Como todo lo humano, la mu jer es algo más que «una manera de ser» que se pudiera definir estáticamente. Es algo, más ri gurosamente alguien, proyectivo, real e irreal a la vez, con un esencial ingrediente imaginario -por eso toda reducción a lo biológico es ilu soria-, utópico, que se realiza en grados diver sos, con riesgos, fracasos, retrocesos, esplendo res en diferentes líneas . No hay que buscar la «naturaleza» de la mu jer, porque no es natural ; tampoco su «esencia» , ya que es muy problemático que pueda aplicár sele ese concepto, demasiado cargado de una tradición filosófica compleja y bastante equívo- 58 La mujer y su sombra ca. Hay que preguntarse más bien por la con sistencia de la mujer, es decir, la línea general y dominante de su pretensión polar, complicada con la masculina, realizada o frustrada, sobre todo intentada, en innumerables trayectorias . 59 V LA INTRAHISTORIA, DOMINIO DE LA MUJER La palabra «intrahistoria» tiene ya más de no venta años. Aparece en los ensayos que Una muno publicó en 1 895 en La España moderna, con el título En torno al casticismo. Esta voz ha llegado ya al Diccionario académico, definida así : «Voz introducida por el escritor don Mi guel de Unamuno para designar la vida tradi cional que sirve de fondo permanente a la his toriacambiante y visible» . Y audible, porque Unamuno tenía muy presente el ruido, por ejemplo, el que hace un escuadrón de caballería que entra en un pueblo silencioso, donde cada uno está ocupado de sus menesteres cotidianos ; y hablaba de «los bullangueros de la historia» . 63 J ulián Marías Observaba que cuando se dice «el presente momento histórico», se implica que hay otro que no es histórico . Las olas, movidas por el viento, agitan la superficie del mar, pero las aguas profundas -que son casi todo-- perma necen quietas y en reposo . Y la historia pasa y marcha ruidosamente porque hay muchos que acuden a sus quehaceres y hacen cada día lo de todos los días : la vida es primariamente vida co tidiana, y sobre su fondo acontece todo lo de más, lo excepcional e insólito. Creo que esta es la perspectiva en que hay que entender a la mujer. No quiere esto decir que no le puedan pasar, o pueda hacer, cosas no habituales, extraordinarias, acaso inauditas ; pero no es ese su clima, el fundamento de lo que he llamado su estructura. Si nos acercamos a la mujer, encontramos un ámbito, un ambien te si se quiere, de serenidad, elementalidad, pro fundidad. Cuando escapa a la trivialidad -en la que puede caer- produce una impresión de se riedad que rara vez se encuentra en el hombre. Y no se olvide que la seriedad es el atributo ca pital de la vida. La más disparatada, desquicia da, errónea, llena de ideas falsas y de inmorali dades, si se la mira por dentro, como tal vida, descubre que es una cosa seria. En compañía de la mujer -cuando es una verdadera mujer y da compañía- se tiene la ex traña impresión de «hacer pie» . Los hombres que no han hecho esta experiencia carecen de algo importante ; creo que si se mira al trasluz 64 La mujer y su sombra una vida masculina se advierte si ha hecho la ex periencia a fondo de la mujer en su seriedad o no. La inmensa mayoría de las biografías lo des conocen ; ni siquiera se lo preguntan ; tampoco se tiene en cuenta para confiar o no en los hom bres ; por ejemplo, para elegir a los gobernan tes . Y creo que es esencial. (Cuando son muje res las que gobiernan o pretenden gobernar, ha bría que preguntarse si han vivido en ese am biente de serenidad y seriedad. ) La mujer nos da impresión de estar en con tacto con las formas permanentes de la vida, con su sustancia -palabra que cada vez se emplea menos-. El hombre suele perderse en los acci dentes, es decir, en lo que accidit, lo que ocurre o sucede, y olvida que por debajo de ellos está esa sustancia, sub-stantia, literalmente lo que está debajo. Lo malo es que por una tradición aristotélica difundida por la Escolástica y luego por la filosofía moderna, se ha identificado la sustancia con la cosa, olvidando que el núcleo del aristotelismo iría en otra dirección. Pero la palabra sustancia tiene todo su valor en los gi ros populares de la lengua, cuando se habla de una sopa sustanciosa o se dice de una persona que es insustancial (o hasta de una ciudad, como dice un viejo y grande amigo mío de la ciudad en que reside) . Más que de cosas, merece ha blarse de la sustancia de la vida, que no es en modo alguno cosa, sino el área en que aparecen y se encuentran todas las cosas, con las cuales se hace. 65 J ulián Marías Si no fuera por la mujer, temo que el hombre se disolvería en sucesos, detalles, ocurrencias, novedades, minucias -aunque sean de gravísi mas consecuencias pueden ser en sí mismas mi nucias, y si se mira bien, de minucias han de pendido casi todas las grandes cosas, principal mente malas, que han transformado la humani dad-. Conviene tener presente la frecuente fri volidad de los políticos, de los revolucionarios, de muchos ideólogos, de los «agitadores» -re veladora palabra, que nos hace recordar el olea je . El hombre tiene una inquietante propensión a apasionarse por la inestabilidad de la superfi cie de la vida. Como la historia se hace ahora con datos estadísticos y casi sin nombres pro pios, y por supuesto sin narració?, y los núme ros parecen cosa sumamente sena, esto no pa rece evidente ; pero si se repasa desde este pun to de vista no puede evitarse un estremecimiento al medir las consecuencias de esa frivolidad. La predilección de la mujer por las cosas bá sicas se confunde muchas veces con el afán de seguridad o con la rutina. Creo que se trata de algo bien distinto. Esas formas, que sin duda existen, son la degeneración de la actitud feme nina fundamental ; acaso la interpretación mas culina de ella, que acaba por afectar a la mujer y hacerla caer en esas versiones triviales y en el fondo falsas . Como las mujeres tienen una vida menos «expresa» que la del hombre, como la vi ven más que la enuncian o explican, es muy fre cuente que acepten, con mayor o menor con- 66 La mujer y su sombra vicción, lo que los hombres proponen, aun a sa biendas de que en realidad se trata de otra cosa. Sería interesante investigar el origen de las ideas que circulan sobre la mujer, y que pueden ser adoptadas por gran número de ellas ; creo que se comprobaría la procedencia masculina de la mayoría. Por otra parte, la mujer se interesa por lo me diocre y rutinario -o finge interesarse--, por que no se le da lo que verdaderamente quiere. Hay que preguntarse cuándo está la mujer con tenta, cuándo se siente ella misma, en plena hol gura y espontaneidad. Acaso se contenta con lo que no la contenta, porque tiende a ocultar -y a ocultarse- su insatisfacción. Habría que exa minar con atención la expresión del rostro de las mujeres en las diferentes fases de la vida; se vería una variación que no coincide con el sim ple paso de los años, con la llegada a la madu rez o el envejecimiento. Tengo fotografías de unas cuantas mujeres, hechas en diferentes épo cas, a veces a lo largo de varios decenios ; aparte de las diferencias ocasionales, de un día a otro, se pueden advertir variaciones que podríamos llamar «estructurales » de la expresión ; y no son, en modo alguno, pasos hacia una declinación, como podría pensarse, sino, con frecuencia, en riquecimientos, adquisición de expresiones más hondas y auténticas, tal vez con mayor intensi dad de felicidad, que suele reflejarse en un in cremento de belleza. Cuando se subraya que la mujer se afinca en 67 J ulián Marías lo permanente, en la sustancia de la vida, no se quiere decir que para ella no haya cambios ; es que va cambiando la vida. La tentación frecuen te es reparar solo en el cambio y olvidar lo que cambia, el sujeto de ese cambio, lo que perma nece a través de todos los cambios. Es el peli gro de la historización, que no se limita a ver que la realidad es histórica, sino que la disuelve en ese carácter suyo. A la mujer la dejan relativamente indiferente los «sucesos» , porque sabe que pasarán y que dará la vida permanente . Sus quehaceres, coti dianos e imperiosos, se lo han enseñado : la casa, las comidas, el sueño, el amor estable, los ni ños . Una vida variable pero con ritmo, es decir, que vuelve. Las horas, los días, las estaciones . Aun lo que pasa «definitivamente» , vuelve con las nuevas generaciones . La atención masculina está mucho más orientada hacia lo que «pasa» ; siente avidez por las noticias, que le interesan incomparablemente más que a la mujer. Pero si se reflexiona en que la gran mayoría de ellas re sultan sin importancia, que se olvidan a medida que se van recibiendo, que el periódico de la se mana pasada casi siempre carece de actualidad y, por supuesto, de interés, se encuentra uno con que la imagen de lo real que se ha ido de cantando en el alma de la mujer era más verda dera y consistente, menos menesterosa de rec tificación, más coherente y profunda. Suelo em plear la expresión «vivir en estado de error» ; si se pudiera medir el grado de esa situación, mi 68 La mujer y su sombra opinión es que es mucho más grave estadísti �amente entrelos hombres que entre las mu Jeres . En algunas épocas, en ciertos estratos socia les, las mujeres se han vuelto o se vuelven de masiado a lo público. Para estos efectos, lo mis mo da que sea la vida cortesana, el «gran mun do» , la política, las actividades profesionales que podrían llamarse «de relación» o esa otra curio sa profesión que es la «vida social» entendida como estar en todas partes. Cuando esto ocu rre, la mujer se siente «fuera de sí» . Se disipa la esencia -el perfume- y automáticamente deja de ser interesante. Esa esencial capacidad humana de entrar en sí mismo (el ensimismamiento), que en el hom bre tiende a ser un acto, en la mujer tiene un ca- . rácter más habitual, estable y seguro : estar en sí misma. Lo que en el hombre es más bien un acto vectorial, en la mujer es una instalación, por eso mismo menos perceptible. La mujer puede estar en sí misma -en lo decisivo, ensi mismada- mientras hace innumerables cosas, sobre todo las que afectan a la vida cotidiana, sin que ello perturbe su estabilidad, su reposo interior. Esta es la razón de que la mujer, cuando ver daderamente lo es, sea hospitalaria -el grado de hospitalidad es un buen instrumento para medir el grado de feminidad-. Antonio Ma chado usó, con perspicacia de poeta, ese adjeti vo, acaso nunca antes aplicado a la mujer : «amé 69 J ulián Marías cuanto ellas pueden tener de hospitalario» . Es tar, propiamente estar, solamente se puede con una mujer; con el hombre se puede estar ha ciendo diversas cosas ; pero la condición para que se pueda realmente estar con una mujer es que ella empiece por estar en sí misma. No es ahora demasiado fácil. Con enormes diferencias, que impiden toda generalización, la situación de nuestro tiempo hace menos proba ble esa manera de ser, y con ello esa forma de relación. Me refiero muy especialmente a los tres últimos decenios. El capítulo inicial, «Es quema de nuestra situación» , de mi Introduc ción a la Filosofía se escribió en los últimos me ses de 1 945 ; en él se señalaba una tendencia que todavía no pasaba de ser eso . Desde 1 960, apro ximadamente, se ha intensificado enormemente la historización. Muchas mujeres están atentas a «lo que pasa», lo que se dice, lo que se hace . Se introduce así en ellas un factor de inestabili dad. Se hacen más superficiales, aunque se ocu pen de cosas «graves» . Ni están en sí mismas ni es fácil estar con ellas , en su ámbito sereno, su mergiéndose dentro de la seriedad de la vida. Todavía es posible en muchos casos ; cuando esto ocurre, se siente algo parecido a haber pe netrado en una región de clima distinto del mas culino, más acogedor y donde las cosas son más verdaderas . Por eso esta experiencia significa un extraño enriquecimiento, a la vez estímulo y so siego, una proximidad mayor a lo que merece llamarse la verdad de la vida . Pero son muchos 70 La mujer y su sombra los hombres que ni conocen esto ni lo buscan, ni llegan a desearlo . La pavorosa inestabilidad personal de nuestra época, al lado de la cual las demás carecen de importancia, por ejemplo, de los amores, matri moniales o no, tiene una de sus causas, proba blemente la principal, en esa pérdida de las raí ces profundas de la intrahistoria. ¿Es esto asun to de la mujer o del hombre? Por supuesto de los dos ; pero como esa intrahistoria es prima riamente el dominio de la mujer, esa pérdida la afecta sobre todo . Que haya sido inducida por el hombre, en buena medida, me parece eviden te ; pero muchas mujeres han cedido a ella. Adán y Eva han invertido por una vez sus papeles . Esto no quiere decir que la mujer quede re legada fuera de la historia; más bien al contra rio . La mujer, cuando lo es a fondo, puede in teresarse vivamente por lo que pasa, y contri buir a que pase -o, lo que no es menos inte resante, a que no pase--. Pero lo hace desde sí misma, sin salir de su realidad ni abandonarla, sin renuncias : haciendo que lo que pasa pase por ella . 71 VI DEPENDENCIA Y DOMINIO La tradición milenaria, indiscutida, con pocas y dudosas excepciones de matriarcado, es la de pendencia de la mujer respecto del varón. Lo ca racterístico es que, más que una situación de he cho, ha sido una dependencia expresa, incluso reconocida por las leyes hasta hace poco años, y no de un modo pleno. La situación corres pondiente del varón no ha solido ser especial mente afirmada y subrayada, pero se la ha dado por supuesta. Muchos factores han llevado a ese reconocimiento : el papel inmemorial de la vio lencia, la importancia de la fortaleza física, la de fensa frente a los enemigos, la guerra, la caza. Se ha ido depositando, durante milenios, la con- 75 J ulián Marías cepción viril del mando. Añádase a esto el que se ha atribuido tradicionalmente al varón la ini ciativa amorosa, con una insistencia probable mente excesiva e injustificada en la «pasividad» de la mujer. Las metáforas amorosas en circu lación inmemorial refuerzan estos esquemas in terpretativos : la «conquista» de la mujer por el hombre, la «entrega» , como una plaza sitiada. La dependencia de la mujer parece un hecho ab soluto y bien establecido. Esto explica, de paso, las resistencias minoritarias, los intentos de re beldía, las protestas, la impresión de injusticia, todo ello tan característico de nuestro tiempo, aunque no falten antecedentes en otras épocas . ¿Y después ? No se puede f asar por alto el otro lado de la cuestión. En e Génesis está di cho : «No es bueno que el hombre esté solo» . El hecho decisivo es que e l hombre necesita a la mujer. En el mismo relato del Génesis se cuenta que Eva ofrece la fruta prohibida a Adán, y este se la come. Y cuando Dios le pide cuen tas a Adán por haber comido del árbol vedado, su disculpa o explicación es significativa : «La mujer que me diste por compañera me dio de él y comí» . Desde el primer momento se inicia lo que podemos llamar el dominio sin mando. La palabra pasividad es la que acude una vez y otra, cuando se trata de interpretar la actitud o la función de la mujer. Creo que es una in terpretación falsa, fundada en muy leves pretex tos . El hombre desea a la mujer, y esto lo mo viliza hacia ella. ¿Y la recíproca? ¿No desea la 76 La mujer y su sombra mujer al hombre ? La cuestión es complicada, y la pregunta supone ya una simplificación, lo mismo que la afirmación anterior, según la cual el hombre desea a la mujer. ¿ Qué es lo que en ambos casos se desea? No creo que haya sufi ciente claridad sobre ello, y es decisivo ; más adelante habrá que enfrentarse con esa pregun ta. Lo que parece claro es que, en principio, el deseo no parte de la mujer; es decir, la mujer de sea después. Si no se tiene esto presente, se in troduce una peligrosa confusión : o se supone que hay igualdad de reacción descante, o se con cluye que la mujer desea menos, que es, una vez más, «pasiva» : La mujer, normalmente, desea cuando es deseada. Reacciona al deseo del va rón, o con más exactitud al varón descante, por que su respuesta se refiere a la persona del hom bre. Pero si nos detenemos en lo que esto signifi ca, encontramos que la interpretación pasiva de la mujer es un error de largas consecuencias . En primer lugar, el que desea depende de lo desea do, y la iniciación del deseo en el hombre esta blece un vínculo de dependencia respecto de la mujer. En segundo lugar, ser deseado, a pesar de la voz pasiva de esta expresión verbal no es en modo alguno una forma de pasividad. Re cordemos una vez más a Aristóteles, según el cual Dios, suprema actividad, acto puro sin mezcla de pasividad, mueve al mundo «Como el. objeto del amor y del deseo, que mueve sin ser 77 J ulián Marías movido» . Es la forma máxima de la actividad, que podemos llamar atracción. Es lo que corres ponde a la mujer, que «atrae» al hombre, lo hace desearla, lo «llama» . ¿Hay algo más activo ? Admitamos,sin embargo, la metáfora tradi cional ; supongamos que la mujer es «conquis tada» . ¿ Qué sucede entonces ? Se instala, toma posesión de la casa, del hombre dentro de ella, de los hijos que llegan. Le corresponden la co cina, la organización de la vida doméstica, la agricultura primitiva -podríamos ver un resto en el cuidado de las macetas-, durante mile nios hilar y tejer, luego por lo menos coser, la educación de los hijos, y con ello algo absolu tamente capital : la transmisión de los principios y creencias . La mujer, desde su dependencia, ejerce un dominio amplísimo y constante. El hombre necesita a la mujer todo el día, en casi todas las dimensiones de la vida, mientras ejer ce su dominio -casi siempre nominal- en unos cuantos puntos aislados e inconexos . Si se comparan las vidas de los dos, sobre todo las vi das cotidianas, que siempre exceden en impor tancia a lo que es excepcional, encontramos que están incomparablemente más influidas, confor madas, inspiradas, dirigidas por la mujer. Sobre todo, cuando el hombre tiene fuerte personali dad, cuando es verdaderamente viril, lo que se traduce en estar enérgicamente proyectado ha cia la mujer, «pendiente de ella» -dice la ex presión popular-, aunque los dos crean que ella es dependiente de él. 78 La mujer y su sombra Lo que la mujer ha sabido confusamente siempre y está olvidando es que su dominio es eficaz desde la dependencia. Cuando se resiste a esta, lleva las de perder. Por lo pronto, por que se hace menos deseable -y sobre todo en menos aspectos, de manera más parcial, en di mensiones relativamente abstractas-. Es muy difícil medir las cosas humanas, que no son cuantitativas sino cualitativas, pero que tienen intensidad en diversos grados, pero tengo la im presión de que la mujer de la segunda mitad de nuestro siglo es menos deseada, o más incom pletamente, que en otras muchas épocas que nos son accesibles mediante la historia o la ficción. Resulta la mujer menos necesaria en la medi da en que satisface menos necesidades ; si sim plifica su relación con el hombre, las necesida des son menores porque deja de suscitarlas ; ha bría que hacer la historia de la creación por la mujer de innumerables necesidades que se in corporan a las formas de la vida, que luego la mujer misma satisface, pero que primero «in venta» , y convierte en desiderata, acaso impres cindibles . Una historia adecuada de la civiliza ción prestaría a este aspecto la atención que me rece. Consta la transformación que sobre la ru deza de la Edad Media ejercieron las mujeres, sobre todo en los siglos XIV y XV; sin ellas, ¿ se ría imaginable el Renacimiento, tal como se re fleja en el prodigioso libro del Conde Baldassa re Castiglione Il Cortigiano, que en la admira ble traducción de Juan Boscán se convirtió para 79 J ulián Marías nosotros en El Cortesano, del Conde Baltasar Castellón ? Y siempre que veo una buena pelí cula del Oeste, uno de esos westerns que son la épica de nuestro tiempo, me asombra el refina miento, la humanización, el sutil dominio civi lizador que introducen en los ranchos, en las mínimas ciudades perdidas en la lejanía, llenas de rudeza y violencia, entre los broncos vaque ros, labradores, cazadores o buscadores de oro, esas mujeres que después del trabajo agotador se visten de damas, resucitan la cortesía, sacan la vajilla decorosa, bailan con mesura y tensión, restableciendo el campo magnético, con sus hombres, que se rinden a ese mundo irreal, en trevisto y deseado. Cuando la mujer es menos deseable llega a ser menos necesaria ; cuando lo es sólo fragmen tariamente, o de manera discontinua, resulta menos permanente y perdurable ; y por tanto, más fácilmente sustituible que cuando significa una necesidad total, global, procedente del úl timo centro de la persona. Una cosa es necesi tar algo de una persona, de la mujer en este caso, otra es necesitarla a ella. Y no se piense solamente en el hombre como tal, por ejemplo en el marido, aunque esto es de cisivo, mucho más de lo que hoy se piensa. El dominio de la mujer se extiende a otros aspec tos, a otras zonas de la realidad. A los hijos so bre todo, «hechos» por la madre en muy dis tintos grados, según su calidad personal y su de dicación. Y esto quiere decir, no a los «niños» , 80 La mujer y su sombra aunque por ahí se empieza, sino a los hijos cuando crecen, cuando llegan a ser hombres y mujeres ; es decir, al futuro . Ese dominio llega a la sociedad entera, a la de hoy y a la de ma ñana, porque la mujer es la verdadera transmi sora del sistema de creencias y vigencias que la constituye (de esto me ocupé en detalle, para nuestra época, en La mujer en el siglo XX). Este dominio disminuye sensiblemente cuan do la mujer no acepta la «dependencia» para ejercerlo desde ella. Y la tendencia actual a que el hombre tome más parte en la vida doméstica, en el cuidado de los hijos, que es sumamente acertada, se anula cuando decrece la participa ción de la mujer, y se desemboca en la situa ción, tan frecuente hoy, de que los hijos tienen una peligrosa carencia de padres, con una pre sencia reducida al mínimo, sustituida tal vez por una libertad hecha de indiferencia y una abun dancia económica con la que se quiere compen sar la desatención. Por otra parte, a veces se llama «dependen cia» , con un matiz peyorativo, a la disponibili dad, al «servicio permanente» que se suele exi gir a la mujer con familia, con hijos, sobre todo muy jóvenes . Así es, es un requisito de esa fun ción, y ciertamente penoso, hasta el punto de que hay pocos trabajos más duros y absorben tes -más interesantes y valiosos también-. Es la estructura de la realidad, con la cual hay que contar, que se puede modificar hasta cierto pun to, siempre sin violentarla, sin perderle el respeto. 8 1 J ulián Marías Imagínese lo que la técnica ha hecho por hu manizar y aliviar el trabajo de la mujer, en el corto espacio de las vidas de los que todavía no son viejos. Cuesta un esfuerzo recordar cómo se hacían, hace pocos decenios, las operaciones cotidianas, desde encender la lumbre, disponer de agua caliente, ir a la compra, guisar, lavar los platos, cacerolas y sartenes, lavar la ropa, zur cir calcetines y medias . Unos cuantos aparatos universalmente difundidos, unas nuevas fibras benéficas, han transformado la vida cotidiana de la mitad de la humanidad en enorme porción del mundo. Esa sí ha sido una verdadera revo lución sin sangre ni locura. Si se la hubiera apro vechado, si no se la quisiera mezclar con otras, si se pusiera en juego la inmensa cantidad de holgura vital que esas técnicas han dado a la mu jer, esa potencia liberadora, para nuevos pro yectos, para la dilatación de su vida, estaríamos en una época de maravillosa plenitud. Pero se ha ido perdiendo, por lo menos se ha ido gestando un desvío creciente hacia lo que he llamado disponibilidad o servicio permanen te. La tendencia de la mujer ·actual, la tentación a la que más fácilmente sucumbe, es ser momen tánea. Parece cosa de poca monta, casi nada; pero precisamente eso invierte lo que ha sido su condición, y su mayor fuerza. La momentanei dad, la fugacidad, la falta de coherencia y per manencia, excluye el dominio. A pesar de lo que se dice, y de las apariencias, creo que el domi nio de la mujer está en uno de los momentos más bajos de la historia. 82 VII MATERNIDAD Y CONTINUIDAD La disimetría entre el hombre y la mujer se muestra con ejemplar claridad en la diferencia que existe entre la paternidad y la maternidad. Por supuesto, siempre se ha insistido entre la plena seguridad de la condición materna y la siempre dudosa atribución de la paternidad. Pero, dejando este aspecto, a última hora secun dario, en la mayoría de los casos desdeñable, hay una diferencia radical entre la fecundación, momentánea, y la larga gestación, a la cual pue de asistir el padre, en grado
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