Logo Studenta

Texto La Familia - Miranda

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

La familia, ¿por qué?
No es claro como hemos llegado a esta especie de consenso implícito al interior de la psicología sobre la importancia capital de la familia para el desarrollo de los seres humanos. Encontramos a diario profesionales de las más diversas tradiciones teóricas buscando en la familia la explicación de distintos problemas psicológicos, o –extrapolando bastante temerariamente los hallazgos de la investigación- dando con soltura recomendaciones a los padres para prevenir estos mismos problemas. Esto debería llamarnos la atención si pensamos que hace apenas algunas décadas había importantes movimientos que cuestionaban la institución familiar. Incluso podríamos temer que la psicología esté siendo en este punto poco más que una versión sofisticada del discurso conservador de los ’90. Sobre todo, si con sorpresa vamos constatando con la facilidad que el interesante y complejo paradigma sistémico se trasforma en una clínica de la normalización de la familia y reafirmación de los roles tradicionales al interior de ésta.
Ahora bien, es posible que este papel protagónico de la familia no se deba a una mera ingenuidad ideológica de la psicología, ingenuidad también freudiana, pues el psicoanálisis es el mayor responsable de este protagonismo, al haber puesto como tesis que es en las relaciones familiares donde se juega la constitución subjetiva. Como señala con agudeza Carlos Pérez, el interés disciplinario por la familia se debe muy probablemente a que a institución familiar nuclear monogámica, patriarcal, fue el centro desde el cual se pudo constituir un aparato mental adecuado al ordenamiento social moderno e industrial. La preparación que los padres burgueses hacen para la vida, resulta en una subjetividad compleja y marcada por la ambivalencia… “En una sorda lucha, que Freud ha caracterizado de manera precisa. Aprendemos a no ser felices de manera adaptada y útil”. Sin embargo, durante las últimas décadas la familia clásica cambia: hoy nos encontramos con familias más pequeñas que hace algunos años, más desvinculadas de sus redes familiares inmediatas, donde los roles asignados al hombre y la mujer son más ambiguos y cumpliendo una misión esencialmente afectiva. Al haber menos hijos, también, las expectativas familiares tienen menos donde repartirse y al estar los padres más solos en su tarea, se apoyan más en los expertos, frente a los cuales no hay mucho que opinar, pues son la voz de la ciencia (es claro que gran parte de las funciones que hoy cumplen los pediatras hace sólo algunas décadas las cumplían las abuelas). Los cambios en la posición social de la mujer y el decaimiento de la autoridad paterna se dejan sentir en la familia y las transformaciones en ésta, en la clínica en particular, como apatía o algo que podríamos nombrar como “vaguedad existencial” y como reducción de la complejidad del “mundo interno”.
Lo que la sociedad le pide a los padres y esposos ha ido cambiando. Como matrimonio, se les pide que se quieran –si uno mira la historia de la humanidad, amor, matrimonio e intimidad parecen ser fenómenos diferentes, que se juntan, el incluso se hacen sinónimos en la cultura occidental hace no mucho-, que se comuniquen –nunca he podido saber que significa exactamente eso, pero sí he oído la queja, especialmente en mujeres, de falta de comunicación con la pareja-, que sean buenos amantes –como los de las películas-, etc. ¡que sean individuos cada uno, y al mismo tiempo, que sean pareja! Y como padre, se les pide que eduquen a sus hijos, que les hablen de una sexualidad que para muchos representa un incómodo misterio, que pongan límites y al mismo tiempo que sean sus mejores amigos, etc. Agotador ¿no? Si los hijos se portan mal en el colegio, se llama a los padres, si los hijos se drogan, se supone que algo falla en los padres, si los padres se separan, se auguran toda clase de males a sus hijos, capaces de dañar definitivamente su futuro. A los padres de hoy se les atribuye una omnipotencia sorprendente. Esto se complementa con una visión de los niños como algo frágil, y una idealización de la infancia –y de la vida familiar- que a la que a veces se hace parecer al Paraíso perdido. La psicología parece acompañar y legitimar este proceso: comienza a dar pauta sobre qué es el amor y se obsesiona con mejorar la crianza, dejando a los padres en la inseguridad y el temor, temor a <traumar> a los hijos, a “frustrarlos”. El costo que se paga por esto: la capacidad de rebelarse contra le orden establecido.
La sobre valoración del rol materno y, por lo tanto, del carácter predominantemente afectivo de la familia es casi un axioma para los psicólogos. La traducción automática de las ideas sistémicas en “terapia familiar” –aún al costo de desresponsabilizar al individuo- es otro fenómeno poco cuestionado. Lo curioso es que en estricto rigor, los terapeutas sistémicos no dan cuenta de su opción por la familia de entre los diferentes sistemas sociales en los que el individuo participa a diario y, probablemente, su marco teórico no lo permita mucho menos, decir qué es lo esencial de eso que llamamos familia. En ese intento se llega a explicaciones casi esotéricas, como la conjetura de Maturana sobre “la pasión de estar juntos”, o a hipótesis como las de L. Hoffman (quién con honestidad intelectual se hace la pregunta: “qué hay detrás de los matorrales” del sistema familiar), sobre el acceso regulado a la intimidad.
En Chile, estamos llenos de grupos y movimientos que “defienden la familia”, pero ¿qué defienden? ¿Hay algo que tenga sentido defender? Psicológicamente hablando ¿qué es una familia?--- Allí es donde el psicoanálisis tiene algo que decir, algo que permite entender más certeramente la relevancia de la familia para una disciplina como la nuestra. Lacan entrega en ese sentido una formula sencilla pero precisa: se trata de un deseo que no sea anónimo. Lo que se pone en juego en la familia en tanto espacio decisivo para la constitución subjetiva, es la inscripción del humano como nombre que lo vincula a una historia y un contexto social, y a un deseo que le da consistencia. Y se trata de una definición que se puede medir por sus consecuencias: un sufrimiento que se evidencia como problemas con la nominación y con el deseo del Otro parental.
El niño se dirige a lo que falta en el Otro para ser amado, y la posición que ocupe en el deseo de ese otro definirá los caminos de su subjetividad. Por otra parte, como lo señala Francoise Dolto a propósito de la adopción, “un hijo adoptivo que no es introducido en la tradición de la familia del padre ni de la madre todavía no está adoptado”… “Lo que cuenta es la familia en su conjunto, sus linajes. Un niño es adoptado por una familia, no pos dos personas. También los padres biológicos tienen que adoptar a su hijo… cada uno de los padres da al niño un lugar en los dos linajes, un lugar en lo simbólico”. En suma, la familia es la puerta de entrada del ser humano a la cultura donde se le asignan las marcas con las que podrá presentarse en sociedad y el lugar desde el cual se va a situar en el mundo. Por eso la importancia que desde Freud se le da al análisis de la constelación y de la novela familiar de los pacientes.
Con esto en mente podemos revisar brevemente qué ocurre hoy con la familia y sus resultados esperables. La observación muestra que vivimos en una sociedad que da una enorme centralidad a la infancia. Por otra parte, las familias son más pequeñas, más cerradas en sí mismas, y que al asumir su papel de refugios tienden a evitar la manifestación de conflictos. Es decir, al menos en parte, la centralidad de los hijos en la familia moderna puede entender como simple sobreprotección, que puede explicarse como una reacción intuitiva ante un medio social cada vez más duro o a la interpretación, algo confusa, que los padres hacen de los mandatos de la sociedad.
Sin embargo, creo que hay otra cara de este <ser centro del mundo> en que crecen nuestros niños, que está relacionada con una palabra mencionada hace rato: el desarrollo. Lanoción de desarrollo es central para comprender el espíritu de los tiempos modernos, y desde sus orígenes, ha estado indisolublemente ligada a la idea de crecimiento económico. La familia no ha estado ajena a este espíritu, aunque ha podido resguardarse de sus efectos durante más tiempo que el sistema productivo. Sin embargo, cuando las ciencias médicas y humanas se suman a esta corriente desarrollista, algo ocurre con la crianza de los niños. En primer lugar, las familias comienzan a padecer de la tendencia a la estandarización propia de la producción en masa. Ejemplo de eso es la actitud de examen con que enfrentan los padres las mediciones pediátricas, como si se tratará de control es de calidad: el sufrimiento que puede generar el no ajustarse a los promedios de estatura, peso, desarrollo psicomotor, etc. O las reuniones de apoderados, en que se invita a un psicólogo que da una visión exacta de lo que debe ser, por ejemplo, un niño de 8 años. Ahora bien, haciendo una analogía con las trasformaciones productivas, se puede observar hoy en familias jóvenes la búsqueda de la <calida total>, como si el mejoramiento continuo de los productos que impone una economía abierta y competitiva se hubiese instalado en los padres ¿Pero, cuál es el producto de una familia? Cuando la lógica del mercado comienza a traspasar las fronteras del sistema familiar, las familias corren el riesgo de trasformarse en fábricas de niños exitosos y los padres en ansiosos inversionistas. Puede sonar duro, pero sólo así es posible entender la verdadera locura en que se sumen los padres al momento de buscar colegio para sus hijos –locura que en Chile es privilegio de unos pocos, por cierto-, la sentencia casi mortal que puede significar para un padre que su niño sea diagnosticado con algún déficit o retrazo o la carrera extenuante de <ólogo> en <ólogo> que viven algunos niños.
Si una cara del protagonismo de los niños puede ser leída como protección ante un mundo difícil, la otra cara de la moneda, la cara oscura, a mi juicio, puede ser leída como ser el centro de las inversiones familiares, el centro de las apuestas de los padres. Se habla a veces de los <niños-príncipes> o <niños-reyes>: ser rey tiene sus costos indudables: sobre el rey están puestas todas las miradas, no puede defraudar a su gente. Antes esto la psicología se ha mostrado ambivalente, por una parte, denunciando cierto trato “inhumano”, pero por otro, poniendo todo su arsenal teórico y técnico para lograr “padres perfectos y eficaces”.
Algo pasa que hoy cuesta más <poner límites>, como nos gusta decir a los psicólogos, en cosas incluso pequeñas. Es cierto que los espacios de cotidianeidad compartida ha disminuido; no se puede dejar pasar este hecho, como tampoco la culpa que genera en algunos padres esta ausencia. Puede ser temor a perder el cariño, el rechazo por parte del niño. Pero más aún, el temor a hacerlo mal. Probablemente, no son los niños el centro del mundo, sino el temor a fallar, lo que a veces lleva a los padres a renunciar a una responsabilidad ineludible: señalar lo que está bien o mal. Es cierto que es desde su particular punto de vista, es inevitable. Los niños necesitan estas referencias, estos límites, para estructurarse. Y lo que es más grave, un padre que no falla (que “no mira para el lado”) no desea.
No hay que ser psicólogo para darse cuenta del horror que genera en los padres la sola posibilidad de equivocarse con sus hijos. Y qué ocurre, que renuncian a sus instituciones a favor de los expertos, que frente a un niño que no come, o que no quiere estudiar, que llega tarde, piden respuestas técnicas -la verdad, si se fijan un poco, frente a estas dificultades, las sugerencias de los expertos son básicamente sentido común.
A la poca tolerancia a la diversidad que tenemos en Chile (José Donoso, con lucidez, anota en su último libro publicado en vida, Conjeturas sobre la Memoria de mi Tribu: <…sabido es que en este país la virtud mayor es ser todos iguales>) se suma la ansiedad de los padres, puestos en entredicho, sospechosos permanentes antes el sistema de salud, el sistema educacional, incluso ante la Iglesia (¿Alguien se ha detenido a pensar lo que es un niño para el Ministerio de Educación, para el SENAME, para el Ministerio de Educación?) Y ¿Qué es un padre? –esa es una pregunta típicamente psicoanalítica- ¿Que hace la diferencia entre un padre y un educador? Presentificar un deseo que no es anónimo… No es fácil ser padre aquí y ahora, y creo que tampoco es fácil ser niño.

Continuar navegando