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gil,_leon_y_garcia_1995_texto_2 - Maleno Baez

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MÓDULO 0711- LA EVALUACIÓN CONDUCTUAL EN DIFERENTES ÁMBITOS 1 
 
 
 
 UNIDAD I. LA EVALUACIÓN CONDUCTUAL EN DIFERENTES ÁMBITOS 
 
 
 
 
 
 
 
L e c t u r a 2 
 
 
 
Gil, F. León, M. y García, M. (1995). Evaluación de 
las habilidades sociales. En: A. Roa. 
Evaluación en psicología clínica y de la 
salud. Madrid: CEPE, Cap. 9. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Introducción..................................................................................... 2 
CONCEPTUALIZACIÓN DE LAS HABILIDADES SOCIALES ...... 2 
HABILIDADES SOCIALES Y TRASTORNOS 
PSICOPATOLÓGICOS................................................................... 3 
MODELOS EXPLICATIVOS DEL COMPORTAMIENTO 
INCOMPETENTE........................................................................... 5 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
UU NN II DD AA DD II 
 
LL AA EE VV AA LL UU AA CC II ÓÓ NN CC OO NN DD UU CC TT UU AA LL EE NN 
DD II FF EE RR EE NN TT EE SS ÁÁ MM BB II TT OO SS 
 
 
MÓDULO 0711-LA EVALUACIÓN CONDUCTUAL EN DIFERENTES ÁMBITOS 2 
 
 
 UNIDAD I. LA EVALUACIÓN CONDUCTUAL EN DIFERENTES ÁMBITOS 
 
IINNTTRROODDUUCCCCIIÓÓNN 
 
La revisión de la literatura existente sobre la evaluación de las 
habilidades sociales deja al descubierto, en términos generales, 
ciertos hechos críticos, como son: la ausencia de técnicas 
adecuadas para ser empleadas con fines de diagnóstico y que sean 
suficientemente sensibles a los cambios terapéuticos, las escasas 
innovaciones realizadas con estas técnicas (que contrasta con el 
refinamiento a que se ha llegado con los entrenamientos y el apoyo 
teórico que se ha prestado a éstos), y la heterogeneidad de las 
técnicas elaboradas (que no poseen la calidad deseada, ni cuentan 
con una aceptación unánime). 
 
No debe, por tanto, resultar extraño que investigadores y clínicos 
lamenten el estado del tema, y pongan de manifiesto ciertos hechos 
paradójicos, corno el que a la mayoría de expertos parece resultarles 
más fácil distinguir comportamientos hábiles e inhábiles (e incluso 
cambiar las habilidades sociales), que definir o evaluar éstas de 
forma adecuada (Curvan. 1979, pág. 321). Tampoco resultan 
extraños los planteamientos radicales que han formulado algunos 
críticos; así, por ejemplo, más que cuestionar si las técnicas son 
válidas, se insta a que se demuestre si alguna realmente lo es 
(Bellack el al. 1979, pág. 341), y más que echar en falta el que no se 
hayan resuelto los problemas de evaluación planteados, se urge a 
que se aborden asuntos sustanciales, planteando, en consecuencia, 
la posibilidad de que en la actualidad se reevalúen los datos ya 
aceptados en la literatura (Trower, 1986, pág. 49). 
 
Todo ello parece relacionado con la naturaleza compleja y 
problemática de la conducta social, con el hecho de que el concepto 
habilidad social no tiene un «hogar académico» (ha sido tratado en 
distintas disciplinas, se le han otorgado nomenclaturas variadas, y se 
ha relacionado con un sinfin de constructos —Spitzberg y Cupach, 
1989, pág. 76—), y con la ausencia de un criterio externo de 
validación de las técnicas. 
 
La preocupación de los expertos por la evaluación de las habilidades 
sociales ha sido constante y ha generado una literatura específica y 
revisiones periódicas (véase Iiersen y Bellack 1977; 13ellack el al., 
1978 y 1979; Bellack, I979a, 1979b y 1983; Spitzberg y Cupach, 
1989). Muchos de los problemas planteados, aún hoy 
insatisfactoriamente resueltos, se refieren a los aspectos 
conceptuales de las habilidades sociales: su concepto y el modelo 
explicativo de su funcionamiento. 
CCOONNCCEEPPTTUUAALLIIZZAACCIIÓÓNN DDEE LLAASS HHAABBIILLIIDDAADDEESS SSOOCCIIAALLEESS 
 
Lo primero que se comprueba al examinar la literatura sobre 
habilidades sociales es la amplitud con que es empleado el 
concepto y la ausencia de unanimidad en su definición. Aspectos 
estos que no resultan extraños si se tienen en cuenta los orígenes 
históricos en los que están presentes distintas tradiciones 
(conductual y psicosocial), cada una de ellas con un enfoque 
diferente de la conducta interpersonal, un desarrollo metodológico 
propio y un contexto de aplicación e intervención singular (ver al 
respecto García Saiz y Gil, 1992). Como indica Furnham (1985), las 
habilidades sociales han sido definidas tanto en términos 
conductistas como intencionalistas. Por ejemplo, se las ha definido 
corno «la capacidad para emitir conductas que sean reforzadas por 
otros, y de evitar la manifestación de comportamientos que 
impliquen ser castigado por los demás» (Libert y Lewisohn, 1973, 
pág. 304), y como «la medida en que una persona puede 
comunicarse con otros de una manera que asegure los propiós 
derechos, requerimientos, satisfacciones u obligaciones, en un 
grado razonable, sin afectar a los derechos similares de las otras 
personas...» (Phillips, 1978, pág. 18). En fin, no existe una 
definición única de habilidades sociales, al igual que tampoco puede 
haber una manera correcta o competente de comportarse que sea 
universal, pues las habilidades sociales se actualizan en un 
contexto sociocultural, del que dependen, en gran parte, y además 
se deben adecuar tanto a características personales como a las 
demandas de la situación particular en que se encuentre el 
individuo. 
 
Cuando se habla explícitamente de «habilidades», en lugar de 
«habilidad», se está subrayando la complejidad y variedad de las 
respuestas susceptibles de reforzamiento social o la obtención de 
otros tipos de reforzadores mediados socialmente o, si se prefiere, 
pertinentes para desempeñar con eficacia alguna de las siguientes 
funciones: 
 
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 UNIDAD I. LA EVALUACIÓN CONDUCTUAL EN DIFERENTES ÁMBITOS 
 
— Conseguir reforzadores en situaciones de interacción social. 
— Mantener o mejorar la relación con otra(s) persona(s). 
— Impedir el bloqueo del reforzamiento social o de reforzadores 
mediados socialmente, y mantener la autoestima. 
 
Las habilidades sociales son clases de respuesta que se presentan 
en situaciones específicas, de manera que diferentes situaciones 
requieren conductas también distintas; la serie de respuestas 
necesarias para «afrontar de forma competente las críticas» es 
diferente a la serie de respuestas necesarias para «establecer 
eficazmente un contacto personal por teléfono». Al definir tales 
clases de respuesta es necesario establecer ciertas dimensiones que 
nos permitan describirlas y medirlas (por ejemplo, frecuencia con la 
que formulamos preguntas para pedirle detalles al que nos critica, 
mirarle directamente mientras emitimos nuestra opinión, etc.), así 
como establecer límites y restricciones en las dimensiones, de modo 
que todas las conductas que se considere que forman parte de una 
clase se adecuen a ésta sin ambigüedad (así, el miedo o la ansiedad 
ante situaciones sociales puede presentarse en las dos habilidades 
anteriormente mencionadas; en el primer caso, puede manifestarse 
como tartamudeo o temblor de voz al expresarle nuestra opinión al 
crítico, y en el segundo como pensamientos que anticipan 
consecuencias desfavorables —«Pensará que sólo digo tonterías»— o 
preocupación por reacciones somáticas —«Me cuesta trabajo 
respirar y tengo la boca seca, se dará cuenta y...»—). Además, es 
necesario establecer unos requisitos comunes a cualquier serie de 
respuestas para que sea considerada una habilidad social, dichos 
requisitos o características compartidas por todas las habilidades 
sociales, son las siguientes: 
 
1º) Las habilidades sociales implican capacidades de actuaciónque 
se manifiestan en situaciones de interacción social; tales capacidades 
son adquiridas. 
 
2º) Se trata de comportamientos orientados a la obtención de 
distintos objetivos o refuerzos, bien del entorno (materiales y/o 
sociales), o bien personales (auto refuerzo). Dichos comportamientos 
han de estar bajo el control de los individuos (excluyéndose, por tanto, 
acciones fortuitas, así como acciones no deseadas), y deben realizarse 
teniendo en cuenta, tanto a los restantes interlocutores (permitiendo que 
aquellos empleen también sus propias habilidades y recursos), como el 
contexto social en que acontecen (deben tener-se en cuenta criterios de 
aceptación y/o adecuación, socialmente establecidos). 
 
3º) Los sujetos han de adecuar su comportamiento en función de sus 
objetivos y de las exigencias de la situación. 
 
4 º ) Las habilidades sociales comprenden tanto componentes 
conductuales (por ejemplo, solicitar verbalmente a nuestro interlocutor 
que modifique su comportamiento hacia nosotros), como cognitivos (por 
ejemplo, determinar cuál es el momento oportuno para formular nuestra 
petición) y fisiológicos (por ejemplo, mostrar el estado emocional 
apropiado a la situación). La habilidad social implica una adecuada 
combinación de tales componentes. 
 
Por tanto, con el término habilidades sociales se hace referencia a 
conductas sociales aprendidas, orientadas a la consecución de 
objetivos que, en cierta medida, están determinadas por la situación en 
la que son emitidas, y que comprenden elementos comportamentales, 
cognitivos y emocionales. 
 
Desde este punto de vista, podría distinguirse entre «competencia so-
cial» y «habilidades sociales», dos términos utilizados generalmente 
como sinónimos (ver al respecto Spitzberg y Cupach, 1989) y cuya 
distinción puede resultar útil a la hora de evaluar las dimensiones y 
procesos que conforman el estilo de comportamiento social del que 
venimos ocupándonos. Siguiendo a Schlundt y McFall (1985) 
podríamos definir la «competencia social» como la eficiencia de la 
ejecución del sujeto en una tarea o situación determinada, y el término 
«habilidades sociales» como los procesos y capacidades que permiten 
al sujeto comportarse de un modo competente en dicha situación. 
 
HHAABBIILLIIDDAADDEESS SSOOCCIIAALLEESS YY TTRRAASSTTOORRNNOOSS 
PPSSIICCOOPPAATTOOLLÓÓGGIICCOOSS 
 
Phillips (1978) considera al modelo de habilidades sociales como una 
alternativa al modelo médico tradicional de la psicopatología; en su 
opinión, la falta de habilidades sociales sería el déficit básico o más 
característico de cualquier tipo de trastorno psicopatológico, pues la 
carencia de éstas da lugar a que la persona emplee estrategias 
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 UNIDAD I. LA EVALUACIÓN CONDUCTUAL EN DIFERENTES ÁMBITOS 
 
desadaptativas para resolver sus problemas o conflictos, que 
generalmente son de carácter social. Así, por ejemplo, y por citar una 
de las principales «enfermedades mentales», la perturbación del 
comportamiento social es uno de los aspectos más característicos de la 
esquizofrenia y una de las razones principales de la incapacidad de las 
personas diagnosticadas de esquizofrenia para vivir de forma 
satisfactoria en su entorno social (Cuevas-Yust y Perona-Garcelán, 
1992); como categoría psiquiátrica el trastorno esquizofrénico ha sido 
descrito con base en características tales como comunicación 
desordenada, relaciones emotivas conflictivas, aislamiento social, etc., 
todas ellas de carácter marcadamente social. En este punto, convendría 
acordarse que un clásico como Sullivan ya sugirió que las 
«enfermedades mentales» eran, ante todo, perturbaciones del 
comportamiento social (para profundizar, ver Sullivan, 1964). 
Sugerencia de la que se han hecho eco, como era lógico, no pocos 
especialistas en el tema de las habilidades sociales. Entre éstos está 
cada vez más extendida la idea de que los déficits en habilidades 
sociales podrían conducir a la psicopatología, en vez de considerarlos 
una consecuencia o síntoma de ésta como se ha hecho 
tradicionalmente. A este respecto resulta útil recurrir a los trabajos de 
Zigler y Phillips sobre competencia social y esquizofrenia publicados a 
primeros de los sesenta, en el Journal gJAbnormal and Social 
Psychology, en los que se ponía de manifiesto que el mejor predictor 
de la recuperación y recaídas de pacientes hospitalizados era, con 
independencia del diagnóstico y tratamiento recibido, el nivel de 
competencia social anterior al ingreso en el hospital. 
 
Ahora bien, con independencia de que los déficits en habilidades socia-
les sean causa o efecto, o un proceso concurrente a la aparición del 
trastorno psicológico y ambos el resultado de un tercer factor no 
determinado, lo que resulta obvio es que siempre serán objeto de 
intervención, pues ya sea como factor causal, de predisposición, sostén, 
concurrente o aumentador del trastorno, tales déficits se convierten en 
uno de los objetivos básicos del tratamiento en las formas principales de 
psicopatología (ver a este respecto Caballo, 1993a, cap. 7); pero 
además, los déficits en habilidades sociales están asociados con otros 
trastornos de conducta como la adicción a sustancias psicoactivas, 
agresividad, desviaciones sexuales, etc., por lo que en es-tos casos el 
entrenamiento en habilidades sociales también conforma una parte 
importante del procedimiento terapéutico (ver, por ejemplo, Caballo, 
1993a). Además, aunque los entrenamientos en habilidades sociales no 
resuelven determinados problemas (como liberar del deterioro físico a 
personas de la tercera edad, o devolver la vista a invidentes, por citar 
algunas de sus aplicaciones), no hay duda de que contribuyen a la 
mejora de la calidad de vida de quienes los sufren. 
 
El conocimiento de la relación entre habilidades sociales y psicopatología 
ha sido abordado a través de diferentes modelos, que Gilbert y Gilbert 
(1991) han denominado de «diátesis-estrés», dado que todos ellos 
postulan que la psicopatología es el resultado de la interacción entre 
predisposiciones orgánicas a contraer una determinada enfermedad 
y la exposición a situaciones conflictivas o estresantes para cuyo 
afrontamiento la persona carece ele recursos (entre ellos, 
habilidades sociales) o los que posee son inapropiados; y esto con 
independencia de que acentúen la naturaleza interpersonal o 
biológica de la personalidad y, consiguientemente, de sus trastornos 
(ver Brokaw y McLemore, 1991, como ejemplo de los primeros, y 
Buck, 1991, como ejemplo de los segundos). Pero más que el 
conocimiento de esta relación entre habilidades sociales y 
psicopatología, resulta útil, tanto para la evaluación como para el 
tratamiento, determinar las razones que darían cuenta de la 
incompetencia social que en un determinado momento y bajo 
situaciones específicas experimenta un sujeto. Entre éstas se 
pueden citar las siguientes: 
 
1. Las respuestas habilidosas necesarias no están presentes en 
el repertorio de comportamiento del sujeto. 
 
2. El sujeto siente ansiedad condicionada que le impide 
responder de una aranera socialmente adecuada. 
 
3. El sujeto considera de forma incorrecta su actuación social 
autoevaluándose negativamente. 
 
4. Falta de motivación para actuar eficientemente en una 
situación determinada. 
 
5. El sujeto no discrimina adecuadamente las situaciones en las 
que una respuesta determinada es probablemente efectiva. 
 
6. El individuo no está seguro de sus derechos o no cree que 
tenga el derecho de responder apropiadamente. 
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 UNIDAD I. LA EVALUACIÓN CONDUCTUAL EN DIFERENTES ÁMBITOS 
 
 
7. Seha producido una deshabituación de las respuestas 
sociales (en el caso de pacientes psiquiátricos esto podría ser 
efecto de la institucionalización). 
 
8. Obstáculos ambientales restrictivos que impiden al sujeto 
expresarse apropiadamente o que incluso castigan la 
manifestación de esa conducta socialmente adecuada. 
 
Todas ellas, cono indican Bellack y,Morrison (1982), son agrupables 
en cuatro modelos (de déficit de conductas, de ansiedad 
condicionada, de discriminación errónea, y cognitivo-evaluativo) ele 
los que nos ocupamos seguidamente (para una exposición más 
detallada consultar Gil, 1984; págs. 401-8). 
MMOODDEELLOOSS EEXXPPLLIICCAATTIIVVOOSS DDEELL CCOOMMPPOORRTTAAMMIIEENNTTOO 
IINNCCOOMMPPEETTEENNTTEE 
 
— Modelo de déficit de conductas. Según este modelo, la 
incompetencia social se explica por la carencia de conductas 
adecuadas en el repertorio ele comportamiento del sujeto. 
Este fracaso, denominado por Trower y ulros (1978, pág. 42) 
«fracaso social primario» tiene sus principales causas en una 
socialización deficiente, o en la falta de experiencias sociales 
adecuadas, por lo que el sujeto no ha tenido la oportunidad 
de adquirir las repuestas o habilidades necesarias para 
comportarse de un modo competente. Por tanto, desde este 
punto de vista, la intervención debe enfocarse a la adquisición 
de aquellas conductas que permitan al sujeto comportarse de 
un modo eficiente en las distintas situaciones sociales en las 
que se verá inmerso. 
 
— Modelo de ansiedad condicionada. Este modelo asume que las 
personas poseen las conductas y habilidades necesarias, pero 
no las exhiben debido a la ansiedad condicionada a ciertos 
estímulos que configuran las situaciones sociales. El objetivo 
principal del enfoque terapéutico consiste en eliminar o reducir 
la ansiedad que interfiere la emisión ele respuestas 
adecuadas. 
— Modelo de discriminación errónea. Supone que el fracaso social 
se debe a la carencia o uso erróneo de habilidades perceptivas 
y cognitivas, produciéndose discriminaciones e interpretaciones 
incorrectas de las seña-les sociales. 
 
La relevancia de los procesos perceptivos y cognitivos subyacentes al 
comportamiento social competente, ha quedado sobradamente 
demostrada en las investigaciones sobre aprendizaje social e 
interacción social. Argyle y Kendon (1967) han elaborado un modelo 
explicativo del funcionamiento de las habilidades sociales, en el que 
se integran, junto a las conductas motoras, los procesos perceptivos 
y cognitivos. Estos autores parten de la idea básica de que entre la 
interacción social y las habilidades motrices existe un claro 
paralelismo, de tal forma que la secuencia de comporta-miento 
individual que tiene lugar durante la interacción social, cabe consi-
derarla provechosamente como un tipo de habilidad motriz. Las 
semejan-zas entre la interacción social y las habilidades motrices 
configurarían cada uno ele los elementos de dicho modelo, a saber: 
 
1. Fines de la actuación hábil. Con la ejecución de una conducta 
social hábil tratamos de alcanzar unos objetivos bien 
definidos (por ejemplo, obtener información cuando el médico 
examina al enfermo). 
 
2. Percepción selectiva de las señales. En el curso de la 
interacción social cada participante recibe un flujo ele 
información visual y auditiva sobre el otro. El qué percibimos 
dependerá de nuestras experiencias previas de aprendizaje 
y de nuestros intereses personales (el médico puede que 
sea más sensible a las expresiones gestuales del enfermo, 
que a las verbales, cuando le acaba de comunicar el 
diagnóstico). 
 
3. Procesos centrales de traducción. La interacción social 
depende, al igual que las habilidades motrices, de procesos 
de traducción centra-les, a través de los que la información 
reunida por los sistemas receptores es transferida y 
transformada en un plan de acción apropiado. Dichos 
procesos permiten que los interlocutores den un significado 
a la información que reciben del otro, y planifiquen una 
alternativa de actuación que consideren eficiente en una 
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 UNIDAD I. LA EVALUACIÓN CONDUCTUAL EN DIFERENTES ÁMBITOS 
 
situación determinada (el médico puede interpretar la 
información gestual del paciente, en el sentido de que éste 
está atemorizado; en consecuencia, puede considerar la 
posibilidad de ofrecerle una explicación tranquilizadora sobre 
el diagnóstico, o recetarle un tranquilizante). 
 
4. Respuestas motrices o actuación. Ejecución por parte de 
los interlocutores de la alternativa de respuesta que estimen 
más adecuada a la situación (el médico tras considerar que 
será suficiente para tranquilizar al paciente el 
proporcionarle una explicación más completa de su 
problema ejecuta las respuestas que conforman dicha 
actuación). 
 
5. Feedback y acción correctiva (la actuación del médico actúa 
a su vez como señal social para el paciente, quien pondría 
en marcha todos los procesos anteriormente señalados, 
proporcionando así información al médico acerca de su 
actuación, la cual podría ser utilizada por éste para corregir 
su plan de acción inicial o dar por cerrado el circuito cle 
interacción; en este ejemplo, podría ocurrir que la expresión 
facial del enfermo indicara al médico que su objetivo —
tranquilizar al paciente— se ha logrado). 
 
6. El «timing» de las respuestas. La interacción social no es 
una cuestión unidireccional, sino bidireccional, por lo que 
los interlocutores deben sincronizar sus respuestas para que 
la interacción social pueda tener lugar. Para lograr una 
sincronía adecuada también será necesario que los 
interlocutores asuntan el papel del otro, entre otras cosas, 
para que cada uno pueda anticipar cuándo va a ser 
necesario emitir una determinada respuesta y cómo puede 
ésta influir en el otro (es fácil advertir que si el médico se 
mostrase imperturbable ante las expresiones faciales de 
incertidumbre y miedo del paciente, dicha interacción 
resultaría muy probablemente inefectiva para ambos; 
buscando el paciente la opinión de otro especialista, y 
pensando erróneamente el doctor que sus consejos 
cumplirán el objetivo para el que han sido formulados). 
 
Este modelo explica los déficits en habilidades sociales como un 
corto-circuito producido en algún punto del sistema. Por tanto, el 
fracaso puede producirse a distintos niveles: de motivación, 
perceptivo, de traducción, de actuación, o de retroalimentación. 
Siguiendo a Trower y otros (1967, pág. 10), los fallos más 
frecuentes a nivel perceptivo son: 1) Nivel reducido de 
discriminación y precisión, 2) errores sistemáticos (por ejemplo, 
percibir a los otros como más distantes de lo que son), 3) 
estereotipos sin fundamento o uso abusivo de los mismos, 4) 
errores de atribución de causalidad, y 5) efecto de halo (tendencia a 
que los juicios sobre los demás sigan todos una dirección favorable 
o desfavorable, por ejemplo, los médicos tratan siempre con 
enfermos y no con personas). Respecto al nivel cognitivo de 
traducción de las señales sociales mencionan: 1) Fracaso al evaluar 
alternativas, 2) fracaso al discriminar acciones apropiadas y 
efectivas, 3) no tomar decisiones o tardar en tomarlas, 4) fracaso en 
adquirir el conocimiento adecuado para tomar decisiones (por 
ejemplo, desconocimiento de las normas sociales), y 5) tendencia a 
tomar decisiones negativas como resultado de una baja autoestima y 
el uso de autoinstrucciones negativas. 
 
Cuando el fracaso social se debe a la carencia o uso incorrecto de 
estas habilidades, el objetivo terapéutico consiste en enseñar a los 
sujetos a percibir, discriminar y traducir adecuadamente las señales 
sociales y a planificar estrategias de actuación para resolver 
situaciones problemáticas. 
 
— Modelo de déficit cognitivo-evalualivo. Este modelo explica el 
fracaso socialpor una inhibición de las respuestas eficientes como 
consecuencia de los estados emocionales inducidos por la 
evaluación errónea de las situaciones, las expectativas negativas 
de la actuación (creencia generalizada de que los demás le 
criticarán y desaprobarán), y las autorreferencias negativas. 
 
Aunque estos modelos pueden resultar muy útiles para orientar los 
objetivos del entrenamiento en habilidades sociales, desde un punto 
de vista conceptual podrían formulárseles algunas críticas de 
importancia, entre ellas: 
 
1º) No tener en cuenta los comportamientos inadaptativos ni la 
etiología específica de los mismos (lo que es aplicable 
MÓDULO 0711-LA EVALUACIÓN CONDUCTUAL EN DIFERENTES ÁMBITOS 7 
 
 
 UNIDAD I. LA EVALUACIÓN CONDUCTUAL EN DIFERENTES ÁMBITOS 
 
especialmente al modelo de déficit de conducta, pero como veremos 
también extensible a otros considerados anteriormente). No cabe 
duda que, desde el punto de vista del Análisis de Conducta 
Aplicado, esto resulta sumamente operativo, incluso nos 
atreveríamos a decir que positivo, pues ignora clasificaciones 
diagnósticas de escaso interés para el diseño de un programa de 
intervención basado en el entrenamiento en habilidades sociales, 
poniendo además el énfasis en los aspectos educativos del 
tratamiento, en lugar de resaltar los aspectos patológicos y clínicos 
como si éstos fueran el único campo de aplicación de los 
entrenamientos en habilidades sociales. Pese a ello, ignoran que en 
la génesis de muchos de lo problemas que son abordables desde la 
perspectiva de las habilidades sociales los factores de aprendizaje no 
son los únicos que juegan un papel importante, sino que en los 
actuales modelos etiológicos de estos problemas se les concede 
una gran relevancia a otros factores predisponentes tales como 
factores biológicos, antecedentes familiares, facto-res evolutivos, y 
variables de personalidad (como ejemplo, baste citar el caso de la 
fobia social, para más detalles consultar Echeburúa, 1993). Con lo 
cual, estos modelos acaban considerando una «explicación» lo que 
no es sino una «descripción» (por ejemplo, señalar que distintos 
tipos de déficits cognitivos inducen estados emocionales 
incompatibles con la emisión de conductas eficientes, pero no 
explicar, a su vez, por qué dichos déficits afectan a unos sujetos y 
no a otros). 
 
2º) Abundando aún más en ello, estos modelos sugieren relaciones 
causales entre variables que no están suficientemente dilucidadas. 
Así, por ejemplo, si la ansiedad social inhibe la emisión de 
respuestas socialmente competentes, sería de esperar que la 
supresión de la ansiedad facilitara la aparición espontánea de 
conductas sociales eficientes, extremo éste que no se ha 
conseguido verificar. 
 
3.°) Emplean un mismo término para designar entidades distintas. 
Algunos de estos modelos coinciden en conceder gran importancia 
a las cogniciones, pero bajo esta categoría los distintos autores 
agrupan entidades heterogéneas, como: sucesos encubiertos 
(pensamientos e imágenes), procesos cognitivos (atención, 
codificación y planificación), y estructuras cognitivas (creencias y 
actitudes). Lo que contribuye a la persistente ambigüedad de la 
definición del concepto de habilidades sociales. 
 
En fin, aun reconociendo lo ventajoso que resultan estos modelos 
para orientar el diseño de un programa (le intervención basado en el 
entrena-miento en habilidades sociales, consideramos que éstos 
deberían superar las limitaciones antes indicadas y, sobre todo, 
revisar el concepto de habilidades sociales en el que se apoyan, 
pues, según nuestro juicio, éste es más descriptivo que explicativo 
(excluimos del alcance de nuestras palabras el modelo de habilidad 
motriz de Argyle y Kendon, expuesto anteriormente como apoyo 
teórico al modelo de, discriminación errónea). Razón por la que 
encontramos dificultades en elaborar un proceso de evaluación de 
las habilidades sociales a partir de sólo la consideración de los 
modelos aquí expuestos. Consideramos que para solventar este 
problema se debe acudir a «modelos interactivos», en el sentido de 
que enfaticen las interacciones concretos posibles. Además, en este 
modelo el individuo es considerado un agente activo, ya que éste 
busca y procesa la información, genera observaciones y controla sus 
acciones con el fin de lograr unos objetivos, es decir, no sólo es 
influido por los demás, sino que también influye sobre éstos para que 
modifiquen su conducta y así poder crear su propio ambiente social. 
Luego, como ha indicado Caballo (1993a, pág. 14) la conducta social 
es conceptualizada sobre las bases de la reciprocidad y la influencia 
mutua, tradición ésta bien arraigada en la Psicología Social. 
 
Los problemas o fracasos más frecuentes en cada uno de los 
distintos estadios del modelo podrían resumirse del siguiente modo: 
 
1º Estadio.— Motivación, objetivos, planes: 
 
a) Objetivos contradictorios. 
b) Carencia de objetivos. 
c) Los objetivos se transforman a causa de su bloqueo. 
d) Habilidades cognitivas inadecuadas para la planificación. 
 
2º Estadio.— Habilidades de decodificación. 
a) Evitación perceptiva a consecuencia de la ansiedad. 
b) Bajo nivel de discriminación y precisión. 
c) Estereotipos imprecisos o abuso de los mismos. 
d) Efecto halo. 
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 UNIDAD I. LA EVALUACIÓN CONDUCTUAL EN DIFERENTES ÁMBITOS 
 
e) Sesgos de atribución. 
 
3º Estadio.— Habilidades de decisión: 
 
a) Fracaso en considerar alternativas. 
b) Fracaso en discriminar acciones efectivas. 
c) Fracaso en tomar decisiones. 
 
4º Estadio.— Habilidades de codificación: 
 
a) Carecer de habilidades de conducta. 
b) Ansiedad condicionada que inhibe la ejecución. 
c) Distorsiones cognitivas. 
d) Carencia de retroalimentación. 
e) Retroalimentación falsa. 
 
Junto a esta concepción del funcionamiento social puede tomarse en 
consideración la formulada por Shepherd (1986) basada en el 
concepto de «constructo», y que pone en entredicho la concepción 
de las habilidades sociales como un rasgo (características estables 
de la persona) o como conductas específicas (nivel molecular). El 
funcionamiento social, no puede considerarse como una única 
«cosa», sino como un conjunto de variables que se relacionan entre 
sí; esto es, el funcionamiento social, lo mismo que la esquizofrenia, 
es en sí, un «constructo».

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