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Suicidio - Raúl Blanco Manch

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SUICIDIO
Una alternativa social
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Miguel Clemente
Andrés González
SUICIDIO
Una alternativa social
BIBLIOTECA NUEVA
© Miguel Clemente y Andrés González, 1996
© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 1996
Almagro, 38
28010 Madrid
ISBN: 84-7030-429-1
Depósito Legal: M-38.855-1996
Impreso por Rogar
Impreso en España - Printed in Spain
Ninguna parte de esta publicación, incluido diseño de la cubierta, puede ser
reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún
medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotoco-
pia, sin permiso previo del editor.
ÍNDICE
PRÓLOGO 11
A MODO DE INTRODUCCIÓN 15
CAPÍTULO PRIMERO.—Marco conceptual e histórico del sui-
cidio 19
Definiciones y concepto de suicidio 19
Suicidio/tentativa de suicidio 26
CAPÍTULO II.—Teorías explicativas del suicidio 35
Los constructos personales: Teoría de Kelly 35
La internalidad/externalidad: Teoría de Ro11er 37
La indefensión aprendida: Teoría de Seligman 38
La terapia Racional Emotiva de Beck 42
Últimas tendencias en Psicología 44
Teorías psicoanalíticas 45
La perspectiva sociológica 49
Estudios en España 54
Los estudios de Estruch y Cardús 54
Los trabajos de Cátedra 56
La «ideación suicida» de Villardón 59
Una alternativa explicativa: la teoría de la elusión social ... 61
CAPÍTULO III.—Análisis estadístico de la realidad española . 69
El estudio estadístico del suicidio 69
CAPÍTULO IV.—Factores sociales y suicidio 101
Estructura social y suicidio 101
La ambivalencia sociológica 106
8 índice
Apoyo social 109
Trabajo y empleo 111
Selección social 115
Suicidio y enfermedad 121
Depresión y trastornos afectivos 125
La esquizofrenia 129
La neurosis 132
Alcoholemia 134
Enfermedades físicas 136
Eutanasia versus suicidio 137
CAPÍTULO V.—Evaluación y prevención del suicidio 141
El diagnóstico del suicidio 141
Los estudios epidemiológicos 141
Prevención del suicidio 145
Suicidios predecibles 146
Suicidios impredecibles 149
Formas concretas de prevención 150
Hacia la creación de un programa preventivo 153
CAPÍTULO VI.—Conclusiones 155
BIBLIOGRAFÍA 159
El jovencillo se olvidaba.
Eran las diez de la mañana.
Su corazón se iba llenando
de alas rotas y flores de trapo.
Notó que ya no le quedaba
en la boca más que una palabra.
Y al quitarse los guantes, caía,
de sus manos, suave ceniza.
Por el balcón se veía una torre.
Él se sintió balcón y torre.
Vio, sin duda, cómo le miraba,
el reloj detenido en su caja.
Vio su sombra tendida y quieta,
en el blanco diván de seda.
Y el joven rígido, geométrico,
con un hacha rompió el espejo.
Al romperlo, un gran chorro de sombra
inundó la quimérica alcoba.
Suicidio
(Quizá fue por no saberse la geometría).
FEDERICO GARCÍA LORCA, Romancero Gitano.
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Prólogo
Al lector, los lectores, ¡Ojalá sean muchos!, no tiene/n en sus
manos un libro de ensayo, hay que advertirlo para evitar decepcio-
nes. Sin embargo, no se debe, a priori, valorar negativamente que el
texto no «esté clasificado en esta categoría», ya que quien lo lea, sin
duda, reflexionará profundamente y se interesará por uno de los
temas a los que la llamada «socio-cultura» dominante considera
«tabú» (aunque una minoría rechacemos esa nomenclatura, «tupidos
velos» —«telones de acero de hormigón» diseñados— ubicados por
las clases dominantes en nombre de la «moral», aislan a sus «subdi-
tos» de estas «lacras», dañando así mortalmente el único atributo
que distingue al hombre de los otros seres vivientes: el uso de su
libertad): el incesto, el suicidio... (aunque ellas también «suiciden»
sutilmente). La lectura de este libro permitirá aproximarse al con-
cepto de suicidio, a través de las teorías que los expertos han formu-
lado sobre este hecho, a las estadísticas, a los factores sociales que lo
desencadenan, su evaluación y su prevención... Este «repaso» acerca
de este hecho: «No hay más que un problema filosófico y verdadera-
mente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivir-
la es responder a la pregunta fundamental de la filosofía, las demás,
si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce
categorías vienen a continuación, se trata de juegos» (Albert Camus:
El mito de Sísifo), que nos propone el texto contribuirá a romper el
«velo-telón» que esconde el problema del suicidio.
El velo-telón, a pesar de las «clases dominantes», debe levantar-
se porque lo cierto es que las personas: niños, jóvenes, adultos de
todas las edades, pertenecientes a diferentes estatus sociales, se sui-
cidan, y muchos de ellos lo hacen no por problemas económicos, de
salud (las depresiones, las enfermedades incurables), desengaños
amorosos... Los niños (sin problemas económicos, de salud, sin
desengaños amorosos, ni dificultades en las relaciones familiares: en
12 Miguel Clemente y Andrés González
«la flor de la vida») se suicidan (se suele justificar «el acontecimien-
to» por el fracaso escolar pero, ¿es ésta la razón?).
En los años finales de los cincuenta, una muchacha de buena
familia, con rendimiento escolar bueno (en medio de la sonrisa de la
vida y del sol opaco de la meseta que le impedía divisar la libertad del
infinito: el mar), reflexionaba (lo hacía desde antes de tener eso que
dicen «uso de razón» porque ella, en absoluto desacuerdo con el
azar, había nacido). No encontrar explicación, no saber porqué (ella
nunca había nacido voluntariamente), comenzaba a obsesionarle, a
angustiarla. Se cerraba con llave en aquel espacio que se conocía
como «su habitación» e impotente lloraba, conteniendo los gritos de
rabia hacia quienes irresponsablemente (así pensaba ella) la habían
traído al mundo. No encontrar ninguna lógica razón, no saber a
quién pedir perdón la llenó de ira. No pudo contenerse. Corrió a la
estancia donde primorosamente la madre cosía. Sus palabras entre-
cortadas se mezclaban con aquel furioso e incontenido llanto (la úni-
ca manera de expresar la rabia, la impotencia, la desesperación, la
rebelión frente a lo incomprensible). «¡¿Por qué he nacido, por qué
no me pedisteis permiso, por qué?... yo nunca, jamás, habría desea-
do nacer, estar aquí ahora!» La fuerte bofetada de la madre se con-
fundió con sus palabras: «estás loca, siempre lo fuiste... qué pecado
habremos cometido tu padre y yo...! «¡Jamás tendré hijos, jamás
nadie me dirá: por qué estoy aquí...! La castigaron con dos días de
«aislamiento» en su habitación, por supuesto fuera del horario esco-
lar. Se prometió a sí misma, como dice Luigi Tenco (1) en su bellísi-
ma canción Cía amore Ciao: «mirar todos los días si llueve o hace
sol, para saber si mañana se vive o se muere y un bello día decir ¡bas-
ta! y marcharse». Pero ella aún no había oído a Tenco, y tampoco
había leído el artículo que Michael Foucault escribiría el día 1 de abril,
(una de las fatídicas fechas que no se puede, aunque se desee, olvi-
dar) de 1979 en la revista: Le Gai Pied: «Un plaisir si simple...» (sin
su compañía se sentía totalmente sola para descifrar lo indescifrable:
«Gentes que no conocemos, que no se conocían han encontrado la
manera de que un día comencemos a vivir... Han preparado con
mucho cuidado y a menudo con solemnidad un poco falsa nuestra
entrada en el "mundo". Es admisible que no se nos permita prepa-
rarlo a nosotros mismos.»
A la muchacha, hoy casi al borde de la tercera edad, le resultó
difícil separar el binomio dolor-muerte: la angustia la asoló muchas
veces. Sin embargo, ahora sabe. Está absolutamente segura de que el
acto de suprema libertad de su existencia será el momento del suici-
dio. Quizá invite a sus amigos, antes de llevar a cabo su propósito,
con el pretexto de alguna celebración que no levante sospechas, se
reirá y divertirá con ellos, después de haber preparado minuciosa-
Prólogo 13
mente todos los detalles, para el momento que dura el segundo más
pequeño de su vida. Sin duda debe pertenecerle a ella, y por eso esta-
rá sola como casi siempre durante su existencia, (casi todaslas exis-
tencias) gozarlo ella sola, (imaginando que escucha el nocturno de
Shubert, todo Shubert, el Adagio de la tercera sinfonía de Saint-Saé-
ne; Ciao amore ciao, de Luigi Tenco; Senza Fine, de Gino Paoli; la
Chanson des Vieux Armants, de Jacques Brel; Avec le times, de Leo
Ferré; la música de los filmes, de Théo Angepoulos; los tangos, de
Astor Piazolla; imaginando que recita el poema de Pavese: «verás la
muerte y abrirá tus ojos» —esta muerte que te acompaña desde la
mañana hasta la noche insomne, sorda como un viejo arrepentimien-
to o un vicio absurdo. Y tus ojos serán una sana palabra, un grito
callado, un silencio. Así ves todas las mañanas —cuando sobre ti
misma, sola, te doblas en el espejo. ¡Oh querida esperanza —aquel
día también nosotros sabremos que eres la vida y eres la nada.
No haber deseado nacer, no comprender porqué viene al mundo,
no querer vivir, cansarse de vivir, ¿por qué seguir y no «marcharse»
alegremente? Ya que éramos impotentes en el momento de elegir
«venir al mundo o no venir», debemos ser conscientes de que «tene-
mos libertad de espíritu y de acción» para terminar.
La acción del suicidio es la libertad auténtica de la que goza el
ser. Hay que trabajar minuciosamente, se ha dicho, ser conscientes
de que somos los únicos que podemos ser autores de nuestra muerte
(reparando así lo irreparable). «El mal, el verdadero mal, está detrás
y no delante de nosotros» (Cloran: «Del inconveniente de haber na-
cido»).
La muerte elegida con libertad es como la ráfaga de viento que
nos lleva hacia otra parte, pero no se siente daño, el dolor queda
atrás. Conducidos por el viento, fatigado, extenuados, a bout de
sousfle, después del largo viaje, debe ser maravilloso volver a la nada
que nos esperaba con sus brazos abiertos, y nosotros la ansiábamos
desde aquel día que, por azar, nos arrebataron de ella.
Al llegar a la vida: ciegos, sordos, mudos, desorientados..., nos
dieron una palmadita en la espalda, sentimos dolor, comenzamos a
agitarnos, a rebelarnos, a buscar, a veces infructuosamente, el cami-
no de regreso que afortunadamente encontramos para fundirnos en
la fascinante nada.
M.a TERESA SÁNCHEZ CONCHEIRO
Presidenta de ICOPA
(Conferencia Internacional de Abolicionismo Penal)
Barcelona, 19 de septiembre de 1996
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A modo de introducción
Somos conscientes de que la mayoría de las personas, al enterar-
se de la noticia de una tentativa de suicidio o de un suicidio consu-
mado, lo primero que hacen es preguntarse cómo es posible que
alguien haya llegado hasta el límite de plantearse el quitarse la vida,
o incluso haber acabado con ella. Y conscientes de nuestra margina-
lidad de pensamiento, quizá debido en parte a una mala socializa-
ción, quizá también por haber podido comprobar la dureza de la
vida, que nos lleva a afirmar en las conversaciones con nuestros cole-
gas y amigos que el suicidio no es ni bueno ni malo, condición indis-
pensable, por otra parte, para poder estudiarlo desde un punto de
vista científico. Y así se ha pretendido tratar en este libro; cosificán-
dolo, de forma que haya sido posible comprenderlo mejor desde fue-
ra, a pesar de que somos conscientes de ser tan humanos como cual-
quiera, y de que, por lo tanto, dicho proceso de cosificación de la
realidad social nunca podrá ser perfecto del todo.
No encontrará el lector en esta obra excesivas opiniones y tomas
de postura personales, por lo tanto. Simplemente porque hemos que-
rido ofrecer un compendio ágil y fácil de leer, apto para todos aque-
llos que con un mínimo de conocimientos sociales se quieran acercar
a este tema tan fascinante. Ha primado la pedagogía sobre el ensayo.
Quizá por eso el prólogo de este estudio hemos querido encargárse-
lo a M.a Teresa Sánchez Concheiro; ella ha podido ofrecer justo esa
otra cara de la moneda, y nosotros se lo agradecemos, desde nuestra
perspectiva academicista de divulgadores y de compiladores de tan-
tos y tantos trabajos que sobre este campo se han producido.
Pero lo anterior no quita en nada el que podamos manifestar sin
trabas que para nosotros, y es más, creemos que para los que como
nosotros se consideran psicólogos sociales, ningún tema tan atracti-
vo como éste, por el que ya se fascinó en su día Emile Durkheim, ese
«filósofo moral» francés que hace casi cien años escribió una obra de
16 Miguel Clemente y Andrés González
nombre similar, Le Suicide. Pocos temas conjugan tan a la perfección
a la persona con la sociedad; ninguno hemos elegido haber nacido,
pero desde que llegamos a este mundo, estamos sometidos a un pro-
ceso de «socialización» que nos hace convertirnos en lo que denomi-
namos «personas». Y ese proceso, en el que los padres suelen ser los
encargados de cumplir con los planes de la sociedad de crear seres
adaptados al sistema, implica toda una forma de pensar, de sentir, y
de actuar; forma que algunos, lógicamente los menos, no compren-
den o no aceptan; forma de «lavado de cerebro» si se quiere, que no
es tal, sino que sería más bien de «creación» de ese cerebro. Un suje-
to adaptado socialmente es aquel que no cuestiona los valores que le
ha inculcado la sociedad, convencido de que él o ella tiene sus ideas,
sus propias ideas, y de que curiosamente éstas coinciden con las que
el sistema pretende inculcar; todos contentos; todos felices.
Pero con algunas personas de la sociedad no funciona bien este
proceso. Desde un plano sociológico, quizá se trate simplemente de
un problema de «reparto de la tarta» de los privilegios sociales. Así,
para que algunos vivan mejor en la sociedad, otros tendrán que vivir
peor; en definitiva, para que haya ricos tiene que haber pobres, para
que haya sujetos que son tratados bien por la sociedad dentro de ese
pacto social que crea los organismos e instituciones que nos rodean,
dichas organizaciones no pueden beneficiar a todas las personas por
igual. No vamos a entrar en cuestiones tales como el «estado del bie-
nestar» tan manido hoy en día; simplemente la sociedad mantiene
ese doble rasero en su práctica; nos protege de múltiples vicisitudes,
pero no nos protege a todos por igual. Parafraseando a Georges
Orwell en su Rebelión en la granja, «todos somos iguales, pero unos
más que otros».
Decíamos que el suicidio enlazaba perfectamente el polo social
con el individual. Y es que dichas circunstancias sociales, lo que van
a producir en algunos sujetos, a veces sin éstos saberlo de manera
consciente, es un estado de desesperanza ante la vida. Muchas cosas
le tienen que pasar a un ser humano para que llegue a asumir que el
suicidio puede ser algo positivo; simplemente porque ese barniz que
nos ha ido inculcando la sociedad a través de tantos años, no se pue-
de quitar tan fácilmente. Es por eso por lo que pensamos que el suje-
to que se suicida ha recorrido todo un camino; un camino de desilu-
sión, de comprobar cómo en muchos aspectos de la vida pocas
satisfacciones se pueden obtener. Algunas personas no llegan nunca
a dar ese paso final del suicidio, y permanecen años muertas social y
psicológicamente; seres «adaptados» socialmente, que siguen «pro-
duciendo» para la sociedad y asumiendo sus dictados, a pesar de que
ya no pueden esperar absolutamente nada de la vida. Otros, unos
pocos, emiten avisos a su alrededor para procurar que las cosas cam-
A modo de introducción 17
bien, para no resultar tan dañados por esta vida; son los que intentan
suicidarse. Y los menos, quizá los más valientes, deciden acabar con
su situación de auténticos cadáveres y se quitan la vida físicamente.
Difícil de estudiar el tema del suicidio. Demasiadas perspectivas,
enfoques... toda una maraña de cuestiones que los autores de este
libro hemos tratado de, en la medida de lo posible, comprender y cla-
rificar. El producto lo tiene el lector entre sus manos. Por nuestra
parte, y antes de dejarle que por fin se «meta» en la lectura, nos gus-
taría expresar algunas palabras de agradecimiento a quienes han
posibilitado que esta obra salga a la luz.
Ambos autores queremos expresarnuestro agradecimiento a
alguien a quien nunca conocimos, pero que ha marcado sin duda
nuestros pensamientos, y creemos que también el de los científicos
sociales en general: se trata, como decíamos antes, de Emile Durk-
heim. Sirva esta pequeña obra de homenaje «precipitado» de esa otra
gran obra del pensador francés.
Uno de los autores, Andrés González, de entre las múltiples per-
sonas a las que le gustaría expresar su agradecimiento, entre las que
lógicamente están sus amigos y su familia —que siempre han estado
presentes—, desea destacar de manera especial, por sus aportaciones
a este libro, a Raquel.
Y el otro de los autores, Miguel Clemente, quiere expresar su
gratitud y reconocimiento, sobre todo, a Andrés González, curiosa-
mente coautor de este libro; en primer lugar, porque Andrés fue
el que le metió el «gusanillo» de saber cosas de un tema como éste,
de forma que él fue siempre el gran recopilador, lector infatigable,
entusiasmado por el tema del suicidio; seguir el camino que él
emprendió ha sido fascinante y alentador, amén de poder discutir
con él de tantas y tantas cosas, desmitificando y reflexionando sobre
el tema. Y además de a Andrés, este autor desearía dedicar esta obra
a dos personas más: a Miguel y a Esmeralda, compañeros insepara-
bles de camino durante estos últimos años, y con los que comparte el
no saber dónde va, pero el estar contento porque van juntos.
Y ya nada más. Sólo desear que el lector, al acabar de leer esta
obra, se convierta en un «apasionado» estudioso de un tema tan cen-
tral en las Ciencias Sociales.
ANDRÉS GONZÁLEZ y MIGUEL CLEMENTE.
Septiembre de 1996.
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CAPÍTULO PRIMERO
Marco conceptual e histórico del suicidio
Definiciones y concepto de suicidio
El término suicidio y suicida es relativamente actual, surgiendo,
según algunas fuentes, en Gran Bretaña en el siglo xvn, y según otras
en Francia en el siglo xvm. A pesar de ello, tradicionalmente se ha
defendido que la palabra tenía su origen en el abate Prévost (1734),
de quien la retomaría el abate Desfontaines (1737) y, posteriormen-
te, Voltaire y los enciclopedistas (Pelicier, 1985), siendo incluida por
la academia francesa de la lengua en 1762, como «el acto del que se
mata a sí mismo» (Sarro y de la Cruz, 1991).
En España, la palabra sería utilizada por primera vez en la obra
de Fray Fernando de Ceballos La falsa filosofía y el ateísmo, publi-
cada en 1772 y cuyo objetivo era criticar la obra de Voltaire (Mar-
tí, 1984). No sería incluida en el Diccionario de la Real Academia
Española hasta su quinta edición, publicada en 1817, momento para
el cual se había generalizado la palabra, con una etimología paralela
a la de homicida, cuya raíz está en los términos latinos Sui (de sí mis-
mo) y Cadere (matar), siendo definido en el Diccionario de la Len-
gua de la RAE de la siguiente manera: «Dícese del acto o de la con-
ducta que daña o destruye al propio agente.»
Anteriormente a su inclusión oficial se utilizaban distintas expre-
siones para hablar del suicidio y se tenía una idea muy negativa
de él, en gran medida debido a la fuerza que en España tenía la reli-
gión católica, siendo categorizado como «mala muerte» (Madaria-
ga, 1991,pág. 82):
«Por el contrario, la mala muerte era "aquella que acoge despreve-
nido a quien muere, y se sigue a una mala vida"; la muerte súbita que
impide el arrepentimiento de los muchos pecados. Por supuesto tam-
bién es la muerte del que se tiene seguridad de estar en pecado en el
20 Miguel Clemente y Andrés González
momento del óbito, especialmente la del suicida. El temor al falleci-
miento repentino y el desconcierto ante el suicidio son dos constantes de
la mentalidad tradicional ante el tránsito final.»
Las creencias populares, motivadas por las leyes eclesiásticas
que denegaban la sepultura en Campo Santo al suicida, promovieron
que en el caso de producirse este hecho se alegara enajenación men-
tal si no se podía ocultar por otros medios, de forma que se pudiera
admitir al sujeto en los cementerios, en aquel momento regentados
por la Iglesia. Así, indirectamente, la religión Católica contribuyó a
que se creara el estereotipo del suicida como loco, pues era mejor
pensar que alguien allegado no era consciente de sus actos, un enfer-
mo mental, a saber que se había condenado al infierno eternamente
(Pelicier, 1985, pág. 86).
«La expresión estoica de muerte voluntaria pone el acento sobre el
carácter deliberado, reflexivo, de un acto que se inscribe en la proble-
mática de la libertad humana. Por el contrario, la expresión cristiana
insiste sobre la noción de crimen, de homicidio, marcando netamente su
intención de asociar a cada conciencia el gesto sacrilego de las enseñan-
zas sobre el mal, la salvación y el castigo.»
La Filosofía ha sido con todo mucho más sincera a la hora de tra-
tar el suicidio. En ella, si bien no se descarta la locura, generalmente
resaltan argumentos y razones pro y contra suicidio de tipo social y
existencia! principalmente, manteniendo una postura más realista y
objetiva.
En la Filosofía griega encontramos argumentos dispares para
condenar el suicidio, mientras que por el contrario sólo se da uno
para justificarlo: así, para Sócrates el suicidio es un atentado contra
los dioses, únicos dueños de la vida y el destino de los hombres, aun-
que sin embargo, reconoce que la muerte es una liberación para el
alma, tanto del cuerpo, como de la vida terrenal. Sin embargo, para
Platón el suicidio es una cuestión que supera lo religioso, compren-
diéndola como una conducta que transgrede tanto normas legales,
como religiosas y políticas, incluso una falta de propia estima. A
pesar de ello, reconoce que es lícito para aquella persona a la que «el
destino le haya impuesto una vergüenza tal que le sea imposible la
vida» (Ferrater, 1981).
Para Aristóteles el problema del suicidio es principalmente so-
ciopolítico, aduciendo que no sólo es una cobardía personal, sino un
acto «que va contra la polis», por lo que está justificado que dichos
sujetos pierdan algunos derechos.
Aun con todo, la posibilidad de aceptar el suicidio comentada
Marco conceptual e histórico del suicidio 21
por Platón se da en otras figuras, como Plotinio, que rechazando el
suicidio por cuanto implica seguir haciendo el bien, «lo que daña el
alma», reconoce que existen casos extremos en los que la persona
tiene «necesidad de salir de la vida» (Ferrater, 1979). Sin embargo,
el suicidio sólo será aceptado entre los epicúreos y los estoicos, pero
no sin reservas. Es decir, sólo aceptaban el suicido en cuanto que la
vida ya no se disfrutara, ni hubiera esperanza de ello, y es más dolo-
rosa que la propia muerte (Ferrater, 1979, pág. 361): «Se rechaza el
suicidio si es resultado de una pasión, de una ceguera; se admite, en
cambio, cuando lo recomienda la razón.»
La figura más representativa del estoicismo y defensor del de-
recho al suicidio fue Séneca, quien en su epístola 70 a Lucilio esta-
blece los criterios por los que quedaría validado en el mundo occi-
dental. Considera que la vida es potestad del individuo, por lo que
propone el suicidio como una salida honrosa a una vida infructífera
y dolorosa a la que todo hombre tiene derecho (Ferrater, 1979, pági-
na 360):
«El bien morir consiste en rehuir el peligro del mal vivir.»
Por el contrario, serán San Agustín y, especialmente, Santo To-
más de Aquino, quienes establecen los principios por los cuales se
prohibía el suicidio. Su obra es poco original en este aspecto, pues
sus criterios los retoman de Aristóteles, antes nombrados, añadiendo
Santo Tomás algunos matices (Ferrater, 1979, pág. 360):
«El suicidio es un acto contra la naturaleza, y contraviene el amor
natural que cada uno siente por sí mismo, así como el impulso de con-
servación. Es, como había dicho Aristóteles, un acto contra la sociedad,
la comunidad, o el estado, pues se le priva de uno de sus miembros y de
los posibles beneficios que puedan rendirse. Pero es también, y sobre
todo, un acto contra Dios, que hadado la vida al hombre.»
Uno de los primeros pensadores que se opuso a los argumentos
que condenaban el suicidio fue John Donne en su obra Biothanatos,
en la cual expone que hay tal cantidad de razonamientos, que no se
puede establecer un criterio objetivo en función ni de la ley natural,
ni de la divina. Además, reconoce: primero, que siempre puede
haber excepciones; y, segundo, que «nada es tan malo, que no sea
nunca bueno» (Ferrater, 1979, pág. 362).
Montesquieu, criticando las drásticas represalias que sufren los
sujetos que se suicidan o intentan suicidarse, plantea la cuestión de
qué justifica que una sociedad castigue a quien «no se siente ligado a
ella» en virtud de una ley establecida sin su consentimiento. En la
22 Miguel Clemente y Andrés González
misma línea, Voltaire afirma que de la misma manera que es lícito
sacrificar la vida por Dios, la patria, y otras personas y causas, igual-
mente es lícito sacrificar la propia vida por uno mismo.
Una de las obras más relevantes en defensa del derecho «a una
muerte responsable» es el ensayo de Hume sobre el suicidio, en el cual
no sólo defiende la legitimidad del mismo, sino que la expone reba-
tiendo los principios por los cuales se condenaba, promovidos por «la
superstición y la falsa religión». Posteriormente, desde una perspecti-
va muy diferente, Paul Ludwig Ladsberg se opone al suicidio toman-
do como principio que las personas no se han de doblegar ante las
contradicciones que se les planteen, sino que han de luchar y procu-
rar encontrar solución. A ello añade (Ferrater, 1979, pág. 361):
«Hay que resistir a la tentación del suicidio, porque la noción supe-
rior de la moral cristiana exhibe un "heroísmo más profundo", "más
intransigente" que el de cualquier otra moral.»
Para Schopenhauer, el suicidio, lejos de ser una reafirmación de
la muerte, es una afirmación de la vida, por cuanto se huye de lo
negativo, no de lo positivo, por lo que ve el suicidio no como un
desear morir, sino como un deseo de vivir que el hombre ve irreali-
zable. Por ello se niega a aceptar el suicidio, aunque igualmente reco-
nocerá que (Ferrater, 1979, pág. 363):
«A nada en el mundo tiene cada uno tan indisputable derecho como
a su propia persona y vida.»
La Psiquiatría, desde sus comienzos, comprendió el suicidio
como una enfermedad mental o una alteración psíquica. Así, Pinel
«clasifica el acto suicida como síntoma de melancolía», y su dis-
cípulo Esquirol, en la misma línea, lo concibe como un trastorno
mental, aunque también se refiere a él (1838) «como una crisis de
afección moral que es provocada por las múltiples afecciones e in-
cidencias de la vida» (Sarro, 1984).
Fue Durkheim en su obra El suicidio, quien propuso una de las
primeras definiciones de la época moderna. Ésta difiere de las con-
cepciones anteriores en cuanto que utiliza una perspectiva que
defiende el suicidio como un efecto de la estructura social, en cuan-
to ésta se fundamenta en la reglamentación y/o la cohesión social
—excesivas o muy débiles— (Durkheim, 1987, pág. 5):
«Se llama suicidio a todo caso de muerte que resulte, directa o indi-
rectamente, de un acto positivo o negativo, realizado por la víctima mis-
ma, sabiendo ella que debía producir este resultado.»
Marco conceptual e histórico del suicidio 23
Esta definición expresa lo que Durkheim considera que es la con-
ducta suicida, pero no el suicidio como fenómeno social, que es en lo
que realmente fundamenta su teoría. Así pues, no se puede conside-
rar esta definición más que como un punto de partida de su análisis,
en vez de una conclusión, que fundamentalmente se centra en las
variables que actúan para que en una sociedad concreta se den una
tasas específicas de suicidio de sus miembros, específicas no tanto
por el número, como por los factores desencadenantes, que resume
en tres (Durkheim, 1897, pág. 353):
«1.° La naturaleza de los individuos que componen la sociedad.
2.° La manera como están asociados, es decir, la naturaleza de la
organización social.
3.° Los acontecimientos pasajeros que perturban el funciona-
miento de la vida colectiva, sin alterar su constitución anatómica, como
las crisis nacionales, económicas, etc.»
Será Freud el que proponga un concepto totalmente opuesto al
de Durkheim en relación al suicidio, y que serviría de base para los
criterios que sobre el mismo establecieron el Psicoanálisis y la Psi-
quiatría. Freud realmente apenas lo trató, relacionándolo con un
impulso natural de muerte, Thanatos, que se impone al de la vida,
Eros, como producto de la frustración y la melancolía. El sujeto pro-
yecta hacia sí mismo la agresividad por un complejo de culpabilidad,
surgido «por la identificación con un objeto introyectado y ambiva-
lentemente amado» (Eidelberg, 1971, pág. 640):
«Parece ser el resultado de un conflicto intrapsíquico desencadena-
do frecuentemente por factores ambientales del tipo de pérdida del
objeto amado.
En la melancolía un superyo excesivamente severo y sádico se vuel-
ve contra el yo y consigue llevar a la persona a la muerte.»
Menninger será la figura que posteriormente tratase el suicidio
desde los presupuestos de Freud, considerándolo como un homicidio
a sí mismo, surgido al dirigir hacia sí el sujeto el deseo de matar a
otro y sentir él mismo el deseo de ser matado y de morir.
A partir de estos autores se ha desarrollado la teoría y concep-
ción del suicidio a lo largo del siglo, extendiendo la concepción del
mismo a conductas que indirectamente pueden provocar la muerte,
mediante una no directa preservación de la vida. Así, desde la dro-
gadicción hasta los excesos en la comida o bebida, pasando por
fumar, hacer deportes que impliquen riesgos, etc., llegan a ser con-
siderados suicidio (en esta línea se sitúan los conceptos de Scheit-
mam «Suicidio subintencionado» y de Kreitmann «Parasuicidio»).
24 Miguel Clemente y Andrés González
Muchos de estos suicidios quedan ocultos tras accidentes que, en
realidad, el propio sujeto consciente o inconscientemente habría pro-
vocado (Saranson, 1977).
La OMS decidió adoptar esta interpretación en 1969, mediante
la cual se pretendía salvar la diferencia entre los conceptos de suici-
dio y tentativa de suicidio, así como los análogos que habían sur-
gido, reduciéndolos al de acto suicida, que quedaba definido como
aquel acto por el que un sujeto se provoca intencionadamente
daños, sea cual sea «el grado de intención letal y de conocimiento de
móvil».
Posteriormente, en la Clasificación Internacional de Enfermeda-
des (ICD-8), se incluyó dentro de la categoría de suicidio el suicido
consumado, la tentativa de suicidio y las lesiones autoinfligidas in-
tencionadas. Actualmente no hay unaminidad en la concepción del
suicidio, como se puede ver, aunque sí se tiende a contemplarlo y
definirlo desde su perspectiva individual, concretizándola en aspec-
tos anormales y/o patológicos. Es el efecto de que la Psiquiatría haya
impuesto su perspectiva, aunque dentro de la misma se empiecen a
dar conceptualizaciones más flexibles y menos organicistas. Así,
Soubrier (perspectiva de la suicidología), resume su propia perspec-
tiva del suicidio de la siguiente manera (Soubrier, 1984, pág. 510):
«El fenómeno suicida parece más bien una patología de la desespe-
ranza, sea cual sea el medio, la cultura, el entorno.»
Ante esta amalgama de definiciones, el sociólogo francés Baech-
ler afirma (1975) que en realidad cada definición dada y conceptua-
lización propuesta del suicidio representa a la propia teoría que
sobre el mismo poseen los distintos autores (por encima de la con-
ceptualización teórica en la que se afirmen), aportando él la suya
propia (Sarro, 1984, pág. 515):
«Todo comportamiento que busca y encuentra la solución de un
problema existencial en el hecho de agredir la propia vida.»
En fin, las definiciones son muchas y complican, generalmente,
cualitativamente el concepto manejado en el lenguaje habitual, aun
cuando encontremos aspectos subjetivos añadidos que coinciden con
algunas de las teorías. Y como reconoceBaechler, las definiciones
propuestas por las distintas teorías son igualmente subjetivas por
cuanto responden a presupuestos teóricos y morales.
A pesar de reconocer esta limitación, la subjetividad, nosotros
también debemos aportar nuestra propia concepción del suicidio, de
manera esquematizada, de modo que nos sirva para introducir todo
Marco conceptual e histórico del suicidio 25
el análisis realizado. Para establecer el concepto de suicidio vamos a
seguir dos criterios:
1. Hobbes defiende, en su obra el Leviathan, que es la sociedad
mediante la integración del individuo quien crea la necesidad
de vivir. A lo que habremos de añadir siguiendo a Durkheim,
Berger y Luckmann, y otros, que además la sociedad le crea
una necesidad concreta de vivir, siendo el marco de referen-
cia de sus necesidades y satisfacción. En esta misma línea se
expresa Parsons cuando nos dice que la sociedad tiene tres
funciones psicosociales: coherencia de los modelos, unidad
psíquica de la persona e Integración Social (Rocher, 1987,
página 377). Pero lo cierto es que estas funciones la sociedad
no las cumple ni con todos sus miembros, ni con los que la
cumplen lo hace en la misma intensidad.
2. El suicidio se produce como efecto de la mala integración
social del sujeto, puesto que es la sociedad la que ha de moti-
varlo a vivir y reforzarlo en su desarrollo. Esto no significa
que el sujeto esté desde el momento que nace mal integrado;
en realidad, puede estar perfectamente integrado hasta un
momento dado en que surjan conflictos psicosociales de dis-
tinta índole que lo desintegren.
El suicido es la expresión de la desmotivación del hombre ante
la vida, desvinculándose de un medio social que le es frustrante
y que no puede superar, pero que a su vez forma parte de sí mis-
mo, de su identidad, representada por la dimensión social de toda
existencia individual, y le es necesario, puesto que el hombre es
ante todo no sólo un ser social, sino un producto de la sociedad en
un primer momento, y de su interacción con la sociedad en un
segundo momento. Así pues, definimos el suicidio de la siguiente
manera:
«El suicidio es el efecto de un conflicto entre el individuo y su exis-
tencia y realidad sociales, que le provoca una desmotivación para vivir,
y/o se percibe irreconciliable con dicha realidad, siendo la misma
mucho más fuerte que él. Ante la falta de refuerzo existencial, su víncu-
lo se va deteriorando, lo que provocará exclusiones parciales, despojo
de ciertos roles, así como confrontaciones con la realidad estipulada que
actúan como refuerzo de su actitud de elusión social, hasta que en un
momento dado el sujeto decide excluirse totalmente dándose muerte,
tras haber visto superados sus recursos y capacidades de intervención y
afrontamiento.»
26 Miguel Clemente y Andrés González
Suicidio/tentativa de suicidio
En el caso de la tentativa de suicidio los antecedentes teóricos, al
igual que en el suicidio consumado, han partido de los estudios de
Durkheim y Freud. Desde entonces se ha especulado mucho sobre la
naturaleza de la tentativa del suicidio, principalmente en función de
los distintos estudios que aportan lo que se denomina «un cuadro
sintomático» diferente al que muestra el suicidio.
A veces el suicidio, tal y como se ha comentado, puede no ser
más que un medio de llamar la atención, una forma de descarga emo-
cional o solicitar ayuda, un ensayo del propio suicidio, un paso pre-
vio al mismo y, en muchos casos, un suicidio frustrado. En realidad,
la tentativa de suicidio, al igual que el propio suicidio, es una con-
ducta, y como tal responde a muy diferentes motivaciones y fines,
hecho ampliamente aceptado, y que ha roto con la teoría tradicional
que equiparaba tentativa a suicidio frustrado.
Algunos criterios mayoritariamente admitidos para diferenciar el
tipo de tentativa son: la gravedad de la misma, la eficacia del méto-
do, si existe reflexión previa o por el contrario la autoagresión ha
sido impulsiva, si el sujeto tiene antecedentes autolíticos, y las pro-
pias manifestaciones de intencionalidad que haga el sujeto inmedia-
tamente después del intento. Junto a éstos hay otros sobre los que no
hay un consenso, como la nota de despedida y que parece que res-
ponden más al estereotipo que a la realidad.
Con estos criterios se pretende diferenciar los motivos que
impulsaron la conducta y los fines que se perseguían respecto al sui-
cidio, es decir, la letalidad intencionada subyacente a la conducta.
En general, creemos poder afirmar que si toda conducta autole-
siva no implica intencionalidad suicida, no por ello se deben tratar
todas como algo diferente, debiéndose indagar en las verdaderas
razones que indujeron al sujeto a realizar la misma, así como debe
tenerse en cuenta el grado de autodestrucción que perseguía la con-
ducta.
Durkheim, en su obra, tras definir el suicido, añade que la tenta-
tiva es lo mismo, pero de manera interrumpida. Es decir, siempre que
la conducta implique que la persona sea consciente del fin que ha de
seguir a la misma, la muerte, ha de ser considerada como suicidio.
De lo que se deduce que si es interrumpida la conducta, aun cuando
sea por el propio sujeto, es igualmente suicidio, aunque no se consu-
me. Después añadirá que aquellas conductas que implican riesgo de
muerte, aun cuando no se pretenda, son «formas embrionarias» de
suicidio porque se producen en el «mismo estado de espíritu» en el
que se produce el suicidio. Ahora bien, Durkheim no supone a las
personas un actitud suicida por practicar deportes de riesgo, o reali-
Marco conceptual e histórico del suicidio 27
zar conductas peligrosas, sino que es la sociedad la que promueve e
impulsa que el hombre se exponga a la muerte de manera indirecta e
inconsciente.
Menninger, en su obra El hombre contra sí mismo, propone una
tipología de conductas autodestructivas que generalmente no se con-
sideran suicidio, pero cuyo fin es la muerte, concluyendo que son
igualmente suicidios solapados en una forma diferente (Sarro, 1984,
página 50):
«Menninger clasifica como suicidios palmo a palmo las formas ate-
nuadas de autodestrucción, en que el individuo pospone su muerte inde-
finidamente, al precio del sufrimiento y del deterioro de funciones que
equivale a una muerte en vida, pero no por ello deja de ser vida.»
Los tres tipos de suicidios atenuados propuestos por Menninger
son: el crónico, que incluiría algunas enfermedades mentales, con-
ductas asociativas y/o prácticas que conllevan un deterioro obligado,
tales como el alcoholismo; el localizado, que estaría formado por
hipocondría y/o simulación de enfermedad, automutilaciones, y
curiosamente la impotencia y la frigidez; y por último, el orgánico,
que se produce en enfermedades de carácter psicosomático, es decir,
cuando el ánimo o deseos del sujeto influyen sobre la evolución de la
enfermedad.
Stengel y Cook, pertenecientes a la escuela inglesa, considerarán,
a finales de los años cincuenta, que suicidio es toda aquella conduc-
ta que implique consciente o inconscientemente deterioro orgánico,
aun cuando no haya riesgo de muerte, por lo que afirma que la natu-
raleza de la tentativa es diferente a la del suicidio, aun cuando ambos
confluyan en algunos puntos (Sarro y De la Cruz, 1991, pág. 31).
«Suicidio significa el acto fatal, e intento suicida el acto no fatal de
autoperjuicio llevado a cabo con un consciente intento autodestructivo,
no obstante ser vago y ambiguo.»
De lo que no se sigue que en la tentativa no exista peligro de
muerte (Sarro, 1984, pág. 515):
«En su definición ve el acto suicida como una conducta de riesgo, y
cree que si una persona actúa como si hubiera intentado suicidarse, la
intención suicida existe realmente, cualquiera que sea la forma que
explique sus actos.»
En la misma línea de procurar diferenciar suicidio y tentativa se
pronuncia Kessel al sugerir que se cambie el término tentativa por
otro (u otros) que concretice más y explicite más fidedignamente la
28 Miguel Clemente y Andrés González
realidad del hecho, como«autointoxicación o autoagresión delibe-
rada».
Scheidman propone en 1963 una nueva clasificación de los tipos
de muerte: natural, accidental, suicida y homicida. En los años 80
esta clasificación la asumiría la OMS. En la categoría de suicida in-
cluye tanto el suicidio consumado como la tentativa de suicidio (Sa-
rro, 1985).
Por último, añadirá una diferencia más, centrada en la muerte
intencionada y la muerte «sub-intencionada». Presupone en esta últi-
ma categoría casi todas la muertes, aduciendo que los sujetos incons-
cientemente influyen para acelerar su muerte. La anorexia sería un
buen ejemplo de ello. La categoría sub-intencionada conectaría per-
fectamente, aun cuando sea más amplia, con la categoría de suicidio
psicosomático de Menninger.
En 1969, Kreitman (en Sarro, 1984) considera que el suicidio
posee una intencionalidad de morir que no tienen todas las conduc-
tas autodestructivas, por lo que se pronuncia a favor de utilizar tér-
minos diferentes, acuñando así el concepto de parasuicidio.
Meerloo (1966) propone una nueva modalidad de suicidios que
él considera «ocultos», y que se producirían de forma pasiva,
mediante todas aquellas conductas y actitudes que sin proponerse la
muerte, tampoco procuran la vida. Esto se produce principalmente
en enfermedades somáticas, en las que el sujeto cede ante la enfer-
medad. Sin duda ésta es una nueva forma de llamar, si no a todas sí
a gran parte de la muertes sub-intencionadas de Scheidman (en
Sarro, 1984).
Será Farberow (1980) quien acuñe los conceptos de Conducta
Autodestructiva Directa (CAD) y Conducta Autodestructiva Indi-
recta (CAÍ). Las primeras serían todas aquellas que suponen una
conducta autolítica consciente e intencionada, se busque o no la
muerte. Las CAÍ integrarían todas las formas que Scheidman consi-
deraba sub-intencionadas (en Sarro, 1984).
Finalmente, Diekstra, en 1989, concluye que suicidio y tentativa
responden a diferentes objetivos, siendo los del suicidio, la muerte y
los de la tentativa, un intento de incidir en la realidad o expresión de
una situación conflictiva (Sarro y de la Cruz, 1991).
La teoría más aceptada es la de Farberow (1980) y su distinción
entre Conductas Autodestructivas Directas y Conductas Autodes-
tructivas Indirectas. Esta tipología no añade nada nuevo en las CAD,
contemplando sólo aquellas conductas que directamente atentan
contra la propia vida; pero con el concepto de las CAÍ, se pretende
dar respuesta y explicación a toda una serie de conductas que sin
provocar directamente la muerte sí implican riesgo a la misma, o al
menos deterioro somático.
Marco conceptual e histórico del suicidio 29
Se interpretan como CAÍ no sólo enfermedades como la anore-
xia, la interrupción de la medicación prescrita en una enfermedad,
la drogodependencia, o la alcoholemia, sino también la práctica de
deportes que implican riesgos, el consumo de tabaco, los excesos
de alcohol sin llegar a un grado elevado de alcoholemia, y un largo
etcétera que abarca muchas de las prácticas cotidianas de las perso-
nas. Se diferencian de las CAD principalmente en dos aspectos (Sa-
rro, 1984, pág. 49):
«1.° En su temporalidad (la CAÍ puede prolongarse años).
2.° La falta de conciencia de los efectos autodestructivos a nivel
consciente en las CAL»
Las teorías anteriormente expuestas, parten mayoritariamente
de presupuestos médicos y/o psicoanalistas, exceptuando obviamen-
te a Durkheim. Quizá esto haya motivado el que contemplen mane-
ras de suicidarse, que casi podrían incluir la gran mayoría de las con-
ductas humanas que directamente no vayan dirigidas a mantener la
vida y la integridad orgánica.
A ello habría que sumar que, desde Menninger en adelante, la
gran mayoría de los autores, psicodinámicos, defiendan la existencia
del suicidio no volitivo a nivel consciente o, lo que es lo mismo, pre-
meditado, junto con un intento de hacer prevalecer un nombre nue-
vo, para un concepto que poco ha cambiado desde él. Nosotros nos
limitaremos a utilizar el término CAÍ, más amplio y globalizador para
este tipo de conductas. Actualmente, grosso modo, son seis las carac-
terísticas más relevantes de las CAÍ, según Frederick (Sarro, 1984,
página 51):
«1.° Falta de conciencia de sus efectos destructivos.
2.° La conducta está racionalizada, intelectualizada o negada.
3.° Su comienzo es siempre gradual, aunque la muerte aparezca
como brusca.
4.° La posibilidad de diálogo es raro en las CAÍ, a la inversa de las
CAD, que utilizan frecuentemente "la demanda de ayuda" en sus diver-
sas formas.
5.° Implica un sufrimiento prolongado y aparece con frecuencia
como un martirio.
6.° La ganancia psíquica es secundaria y se obtiene provocando
simpatía o por expresión de hostilidad.»
Nuestra postura personal parte de diferenciar autoagresión de
suicidio en cualquier caso, tomando como criterio el hecho de que la
muerte sea o no el objetivo buscado con la conducta. Existe una gran
variedad de conductas autolesivas cuyo fin, para nada, pretende la
30 Miguel Clemente y Andrés González
muerte, provocadas por una gran diversidad de motivos, como reco-
nocía Stengel.
Igualmente creemos que claudicar ante la muerte en una en-
fermedad terminal, más que suicidio, suele ser una evitación de dolo-
res innecesarios. Actualmente, la medicina tiene medios que casi per-
miten mantener a un «muerto» respirando, incluso sin esperanzas
de recuperación. Como diversos autores (Kübler-Ross [1969], Ribe-
ra [1981], Santo-Domingo [1976]) denuncian la medicina parece
que ha perdido el respeto por las personas, obligándolas a vivir más
tiempo del que la naturaleza permite, a costa de grandes sufrimien-
tos y situaciones penosas para los enfermos, que no hacen más que
mantener la vida prorrogando la agonía.
Pero estos medios son tan sólo tecnológicos, no pudiendo obligar
al sujeto a desear vivir. Personalmente, ante la tesis de autores como
Meerloo, que categorizan de suicidio la aceptación de la muerte, nos
planteamos si sus teorías no vendrían a ser un apoyo de la tecnologi-
zación de la vida y de la muerte, así como un refuerzo del tabú de la
muerte. Nosotros tendemos a aceptar las ideas de Ross (1969), Ribe-
ra (1981), Santo-Domingo (1976), y muchos otros que reconocen en
la inevitabilidad de la muerte un proceso de maduración del sujeto
ante ella, que concluye en su aceptación necesaria, puesto que es ine-
vitable.
Por último, también ha aparecido de manera aceptada el suicidio
subintencional, propio de deportes peligrosos, enfermedades como
la anorexia, y otros hechos como la interrupción de un tratamiento
en enfermos mentales, así como en prácticas cotidianas. En nuestra
opinión tales afirmaciones olvidan otros fines de la conducta como
pueda ser el prestigio o el simple placer en el deporte, deseo de cura-
ción y evitar así un estigma por parte del enfermo que interrumpe su
medicación cuando siente progresos, etc.
Creemos que equiparar peligro de muerte o lesión a suicidio es
un gran error por cuanto alejará muchos problemas de su verdadero
origen, y más dice de las actitudes propias de ciertos sujetos que de
la realidad objetiva que ellos interpretan, atribuyéndole un significa-
do no desde el hecho en sí, sino desde sus propios valores. En cierta
manera, si tenemos en cuenta que la salud es el objetivo de la medi-
cina son comprensibles ciertas distorsiones o exageraciones de la
realidad, pero no por ello dejan de ser realidades sesgadas.
Tal como se nos presenta la evolución del concepto de tentativa
de suicidio, y términos análogos, se ha convertido el suicidio en un
saco sin fondo en el que echar todo aquello que incluso sin significar
peligro tampoco significa preservación, o el psicoanálisis ha entendi-
do como contrario al instinto de vida.
A efectos prácticos creemos que se debe tener en cuenta que hay
Marco conceptual e histórico del suicidio 31
situaciones personales que mantienen a las personas en constante
peligro de crisis, y que si bien es cierto que tras el primer intento de
suicidio no tiene porque seguir otro, éste sípuede sobrevenir tanto a
corto como a medio y largo plazo. Esto evidencia el peligro subya-
cente a las agresiones dirigidas hacia sí mismo, pero ni ésta es equi-
parable con todo tipo de autoagresión, ni de toda agresión o práctica
peligrosa se debe esperar un suicidio, por lo que el resto del aparta-
do lo vamos a dedicar a las CAD, bastantes más sencillas a juzgar por
los datos existentes, y desde nuestro punto de vista más realistas y
menos especulativas.
Las tentativas de suicidio o CAD son, según los datos epidemio-
lógicos, una razón si no de internamiento, sí al menos de consulta de
los centros de urgencia hospitalaria. Actualmente existe una tipolo-
gía de las tentativas de suicidio, en función de los desencadenantes
de la misma. Los tres tipos son (García y cois., 1984, pág. 536):
«Tipo síntoma (el intento como síntoma de enfermedad mental),
tipo estrés (aquellos de menor cronicidad, evaluados como reacción
frente a una situación ambiental estresante de aparición reciente), y tipo
crisis (de mayor cronicidad en los que el sujeto se encuentra en una
situación a la que no halla salida, de varios meses de evolución).»
En un estudio epidemiológico llevado a cabo por García (1982)
fue la tentativa tipo crisis la que más apareció, con un 40 por 100,
seguida de la tipo estrés, con un 25,6 por 100, y por último la tipo
síntoma, encontrada en un 16,7 por 100. Esta tipología rompe todos
los esquemas que relacionaban enfermedad mental y suicidio, tal y
como lo afirman García-Maciá y cois. (1984, pág. 535):
«Actualmente parece que los actos suicidas son una forma asumida
de expresión de crisis personal, ello puede ser discutible, pero debemos
expresar que sólo una pequeña parte de las tentativas de suicidio,
corresponden a trastornos psiquiátricos mayores, aunque sin duda el
acudir en el momento de la tentativa, presentan depresivos y/o ansiosos,
pueden valorarse como trastornos depresivos menores.»
Estas cifras corroborarían otros estudios que indican la alta ten-
dencia a repetir la tentativa: 39 por 100 para Bertrán (1984), entre
un 20 y un 30 por 100 para Costa, Camp, Udina, Sarro y Castillón,
entre otros (en García, 1984), un 48,7 por 100 para García (1984) y
un 50 por 100 para Primo (1987). Ciertamente no hay mucha unani-
midad en los datos. Principalmente, a nuestro parecer, tal y como
revela la comparación, las variaciones se producen por la distinta
naturaleza de los distintos centros hospitalarios y, dentro de éstos,
según la unidad en la que se realice el estudio. Pero a pesar de estas
32 Miguel Clemente y Andrés González
diferencias estadísticas, la mayoría de los autores sí coinciden en
denunciar el mayor riesgo suicida que hay en los sujetos con intentos.
Esta diferencia estadística provocada por las distintas unidades y
centros se hace especialmente sensible en la evaluación de los casos
aportados por los últimos, como podremos observar a continuación,
dándose grandes diferencias entre hospitales específicamente psi-
quiátricos y hospitales generales. Igualmente son dispares las cifras
aportadas por las unidades de urgencia y las de Cuidados Intensivos.
Los ingresos por tentativas de suicidios tampoco aportan estabi-
lidad, como se puede comprobar en los siguientes datos: Primo y
cois. (1987) con datos de un centro psiquiátrico, aportan las cifras de
un 4,33 por 100; Bertrán y cois. (1984) encontraron un 13 por 100
de ingresos en la UCI; Milla (1984) encontró un 2,5 por 100 de in-
gresos por tentativas mediante la intoxicación aguda medicamentosa
en el Hospital Clínico de Barcelona en la unidad de urgencias, y el 15
por 100 de los ingresos en la AVI; Soto y cois. (1987) recogieron
un 8 por 100 de tentativas de suicidio atendidas en los hospitales Clí-
nico y Psiquiátrico de Valladolid y, por último, en el hospital Clínico
Universitario de San Carlos (Madrid) se encontró igualmente una
incidencia del 8 por 100 de tentativas de suicidio (en De las Heras y
cois., 1987). Como complemento añadiremos que Rocamora (1984)
cifra en 1,3 por 100 el reclamo de ayuda por parte de posibles suici-
das en el teléfono de la esperanza.
En lo que generalmente sí hay unanimidad es en que la tentativa
se lleva a cabo principalmente por parte de mujeres jóvenes, al con-
trario que el suicidio consumado, que principalmente se lleva a cabo
por hombres que superan los cincuenta años. Hay diferentes teorías
que explican esta contradicción. Schneider encuentra en el sexo mas-
culino una mayor vulnerabilidad; Tardiff ve en el hombre mayor
agresividad que en la mujer, como demuestran la propensión a utili-
zar técnicas más violentas e inmediatas; otros estudios proponen que
no es la agresividad en sí el hecho determinante, sino el desconoci-
miento por parte de las mujeres «de la aplicación y eficacia de las téc-
nicas duras.»
En otra línea irían las explicaciones de Pasqualt y Bucher, corro-
borada en España por Alonso-Fernández y Rojas, que ven en el sui-
cidio de las mujeres más impulsividad que reflexión, lo que las hace
menos eficaces.
Nosotros nos decantamos por pensar, en primer lugar, que exis-
ten unos factores básicos cuyo origen está en la socialización que
reciben los distintos sexos, lo que provocaría diferencias en la inten-
cionalidad con que se lleve a cabo la tentativa, es decir, en la finali-
dad que como modo de afrontamiento tienen los distintos grados de
letalidad; y, en segundo lugar, es la diferente accesibilidad a los me-
Marco conceptual e histórico del suicidio 33
dios suicidas, lo que provoca esta diferencia, así como otros factores
que actuarían directamente o como refuerzo de las anteriores, tales
como la edad, nivel cultural, profesión...
Ahora no creemos oportuno extendernos excesivamente en este
punto, diferente incidencia del suicidio en función del sexo y roles de
género, siendo más adelante tratado con más detenimiento y preci-
sión. Aunque a modo de introducción diremos que sí está probado
que la diferente socialización recibida por las personas en función
del sexo determina tanto sus técnicas de afrontamiento ante los con-
flictos, como su mayor vulnerabilidad ante ciertos hechos. Así, el
bienestar psicológico se percibe de diferente manera afectado en fun-
ción del género, así como en función del género las personas somos
susceptibles de exteriorizar este malestar, las alteraciones psicológi-
cas y desequilibrios psicosociales de diferente manera.
Esta diferencia radica principalmente en las distintas maneras de
afrontamiento de los desajustes y conflictos psicosociales permitidos
e inculcados a las personas en función de su sexo, y en las distintas
situaciones en que se ha de desenvolver. Así pues, parte de la reali-
dad de que según el género recibimos una socialización concreta,
que nos facilita unos instrumentos de adaptación a la realidad social
específica (Pastor y Martínez-Belloch, 1991,pág. 129):
«Estas categorías (las sexuales), definidas a partir de la experiencia
del sujeto y bajo la acción de las normas sociales, otorgan valores diver-
sos a la realidad y se ligan a esquemas de comportamiento social.»
Estas categorías han supuesto modelos de identidad diferentes a
mujeres y hombres, subrayando en las primeras un papel principal-
mente afectivo y dependiente y en los hombres un papel instrumen-
tal y autónomo. Según ésto, se podría decir por una parte que los
intentos de suicidio en las mujeres es una forma de incidir sobre el
resto de las personas de las que dependen para intentar cambiar una
situación no grata; y por otra, que la mayor consumación del suicidio
en los hombres estaría relacionado con su menor vinculación, auto-
nomía, y visión instrumental de la realidad, e incluso de sí mismo.
Estas diferencias intersexuales también se extienden a la cues-
tión de las técnicas. Así, las técnicas más indirectas, preferimos el
término indirecto al de pasivo, ya que en el suicidio ninguna técnica
es pasiva, como la sobredosis medicamentosa o el envenenamiento
son más utilizadas por las mujeres que por los hombres. Milla (1984)
encontró en unestudio de intentos de suicidio mediante intoxicación
medicamentosa una prevalencia femenina del 70 por 100.
En cualquier caso, en España actualmente las mujeres intentan
más el suicidio que los hombres, tal y como demuestran diversas
34 Miguel Clemente y Andrés González
investigaciones. García-Maciá, Sarro, Giró y Otín (1984) calcularon
una «ratio» de 1,51 suicidios femeninos por cada uno de hombres,
aunque varía con la edad; Bertrán y cois. (1984), en la unidad de cui-
dados intensivos, encontraron que un 64,2 por 100 de los casos por
tentativa se producían en las mujeres, mientras que el 37,6 se mani-
festaba en los varones, lo cual cambia significativamente la «ratio»
anteriormente expuesta, y plantea un nuevo interrogante, ya que si
son los hombres los que más lo consuman, es lógico que también
ellos copasen los intentos más graves, como son los que se tratan en
la UCI. En cualquier caso, el hecho de que no todos los intentos de
suicidio pasen por el medio hospitalario, y que incluso muchos de los
que lo hacen pasen como accidentes, dificulta el cálculo de la preva-
lencia, aun cuando quede claro que ésta es mayor dentro del sexo
femenino.
Para cerrar este punto, añadiremos a modo de resumen que si
bien no podemos negar que suicidio y tentativa muchas veces se
muestran como conductas diferentes, igualmente no podemos olvi-
dar que el riesgo queda, y si realmente responde a una intención de
incidir en su medio se debe atender especialmente a estos sujetos,
proporcionándoles formas menos drásticas de actuar sobre su reali-
dad (Sarro, 1985, pág. 188):
«Creemos que los actos de suicidio pueden ser un lenguaje, o una
ausencia de lenguaje, o una manifestación de "acting out", o ser sinto-
máticos de un trastorno mental, pero cualquier tentativa de suicidio
debe valorarse como una forma de comunicación grave, sea cual sea el
método o forma que se haya utilizado.»
CAPÍTULO II
Teorías explicativas del suicidio
Los contractos personales: Teoría de Kelly
Kelly parte de la idea de que todos los sujetos tienen una pecu-
liar forma de adaptarse al ambiente, en función de las categorías cog-
nitivas concretas que poseen, y que sirven de parámetros para pro-
cesar sus experiencias. Desde este «peculiar mecanismo de procesar»
es desde donde el sujeto construye e interpreta la realidad, su reali-
dad. Aunque en este planteamiento se da la primacía al componente
mentalista propio de cada sujeto, reconoce la interacción mente-
ambiente en la conformación de su estructura cognitiva.
La teoría de Kelly sobre el suicidio se fundamenta en la idea de
que la realidad es independiente de la interpretación que cada suje-
to haga de ella, siendo esta última la que orienta y condiciona la
conducta. Parte en su estudio del suicidio de su teoría general,
denominada teoría de los constructos personales. La idea subya-
cente es que la realidad no se explica por sí misma, siendo el propio
sujeto quien atribuye un significado y da un sentido a su existencia
en función de su experiencia, por lo que cada hecho es «inter-
pretado desde la singularidad de nuestro pensamiento» (Kelly, 1961,
página 280):
«Lo único que puede descubrirse es cierta consistencia práctica
entre nuestras esperanzas y sus aparentes resultados. Las cosas pasan
así: nosotros inventamos un significado, lo imponemos sobre algunos
acontecimientos que suceden en nuestra vecindad inmediata.»
De esta manera, Kelly llega al concepto de validación, que sig-
nifica que la experiencia valida las expectativas personales cuando
se cumplen nuestras anticipaciones; o por el contrario, niega nues-
tros marcos de predicción cuando no se cumplen nuestras expecta-
36 Miguel Clemente y Andrés González
ti vas. En resumen, se trata de «confrontar el pensamiento con la
realidad».
A partir de esta teoría, Kelly explica el suicidio como un acto por
el cual el individuo trata de validar la vida, es decir, darle un sentido,
arremetiendo con las teorías que tratan de explicar el suicidio sin
tener presente al sujeto (Kelly, 1961, pág. 282).
«Tomemos, por ejemplo, el suicidio. En lugar de considerarlo como
algo malo, patológico o carente de sentido, podemos entenderlo mejor
si vemos el acto mismo y lo que logra desde el punto de vista de la per-
sona que lo ejecuta.»
Así pues, el suicidio, desde la teoría de Kelly, no tiene tanto una
intencionalidad autodestructiva, como la de prolongar y dar signifi-
ca-do a la vida. Las dos razones por las que Kelly explica el suicidio
son: a) El futuro es obvio para el individuo y por tanto incapaz de
motivarle; b) Cuando por el contrario el futuro se muestra al sujeto
totalmente impredecible, de manera que se ve «obligado a abando-
nar la escena».
Para Kelly, el suicidio desde sus presupuestos cognitivos sería el
efecto de la radicalización, por parte del sujeto, de la definición y
extensión de la comprensión de la realidad, y posterior construcción
de la misma. Así, el suicidio se manifestaría como una forma extre-
ma de depresión, que o bien subraya o bien rechaza en exceso la defi-
nición de la vida, reduciendo la amplitud del sistema al sujeto mis-
mo, desechando éste lo externo a él. Así, define al suicida como
(Avia y Sánchez Bernardos, 1993, pág. 117):
«Aquel que con la muerte pretende validar la vida, y que acude a
esa solución bien porque su mundo le resulta impredecible, o bien en el
caso opuesto, porque sus anticipaciones le parecen excesivamente regu-
lares, obvias y carentes de interés.»
En consecuencia, el suicida es aquel cuyo sistema de construc-
ción de la realidad está distorsionado por defecto o por exceso, y le
provoca o bien abatimiento o bien aburrimiento. Además, Kelly
introduce un nuevo criterio a tener en cuenta, que es la existencia de
sujetos psicológicamente muertos, aunque estén biológicamente
vivos, por las mismas razones antes expuestas (son prácticamente
inactivos social y psicológicamente).
Para terminar, el autor dice que el suicidio no es explicable des-
de términos tales como sentimientos, emociones, necesidad, psicodi-
námica, motivación, aprendizaje, reforzamiento, etc., proponiendo
nuevos conceptos:
Teorías explicativas del suicidio 37
1.° Dilación versus constricción. Hace referencia a la amplitud
del campo de intereses de la persona.
2.° Angustia. Entendida en términos de incapacidad de pre-
dicción.
3.° Amenaza. Supone que la persona prevé posibles cambios
sobre su identidad, y duda de su capacidad de control sobre
los mismos.
4.° Hostilidad. Que se produce cuando el sujeto fuerza los
acontecimientos para que éstos coincidan con sus predic-
ciones.
5.° Culpa. Explica este concepto en función del «papel» que desa-
rrolla un sujeto en un contexto social; apareciendo ésta cuan-
do la persona no es capaz de satisfacer las demandas del papel.
6.° Postulado básico y corolario de elección. El primero son los
procesos psicológicos de una persona orientados por los
parámetros de predicción, es decir, su capacidad de antici-
par los acontecimientos. El segundo hace referencia a las al-
ternativas estratégicas de cada persona para resolver las si-
tuaciones y la eficacia de la alternativa elegida.
En 1983 Neimeyer retoma la teoría de los constructos de Kelly
aplicada a la depresión y el suicidio, concluyendo que los constructos
se caracterizan por: atribuciones apriorísticas de fracaso que determi-
na la desesperanza; autoimagen peyorativa y deterioro de la autoesti-
ma; construcción polarizada fijada en los extremos, y que prescinde
totalmente de las alternativas intermedias; y, por último, desvincula-
ción y escisión social (Neimeyer, 1983 en Villardón, 1993).
La internalidad/externalidad: Teoría de Rotter
Rotter propone una Teoría del Aprendizaje Social compagi-
nando la teoría de la Psicología del Refuerzo Social y la Teoría de la
Psicología Cognitiva. Desde estos tres criterios explica conductas
concretas y actitudes generales ante la vida y el entorno, como resul-
tados de un proceso de elección o inhibición determinado por las
propias atribuciones de logro y/o fracaso quelas personas hagan
sobre sus conductas, condicionadas por la interacción continuada
con el medio ambiente y la realidad, que propone como procesos de
experiencia que modelan a la persona en su proyección social.
Rotter no tiene una teoría concreta sobre el suicidio, pero sin
duda los procesos psicológicos dependientes de la experiencia social
de los sujetos contribuyen a su explicación. Su principal aportación
al tema del suicidio radica en su tesis de que la experiencia conti-
nuada de ineficacia en el curso de la propia vida puede llevar al su-
38 Miguel Clemente y Andrés González
jeto a un estancamiento y absorción de las propias limitaciones
impuestas por el ambiente (tanto en su dimensión física, como hu-
mana y social), rompiéndose el vínculo entre ambos por agotamien-
to, rehificación de los significados, o simple inconformismo con el
estatus y rol socialmente impuesto. Es decir, la teoría de Rotter nos
introduciría en dos de las maneras por las que se puede llegar al sui-
cidio: por suspensión de la proyección social, al no poder realizar las
expectativas propias y percibirse el sujeto como incapaz de controlar
su vida y los acontecimientos que le suceden; o como alternativa
aprendida como plausible ante la no realización de ciertas expectati-
vas que le sirven de refuerzo vital.
En resumen, Rotter defiende que para que las personas se desa-
rrollen óptimamente y deseen desarrollarse necesitan refuerzos vitales
y un umbral mínimo de logro, determinados por el control que sobre
los sucesos de su vida tengan y la satisfacción de sus necesidades.
La teoría de Rotter ha sido tanto recogida en otras teorías más
amplias, como aplicada a aspectos más concretos del ser humano,
que explican la relación entre bienestar psicológico e integración
social, e incluso el suicidio. Así, se ha relacionado el grado de con-
trol social con la Calidad de Vida y la posición social ocupada (Alva-
ro, 1992), por cuanto un menor acceso a los recursos sociales supo-
ne un concomitante deterioro del bienestar psicosocial y de la salud;
también se ha incluido en distintas teorías sobre el estrés, por cuan-
to éste aparece ante situaciones que el sujeto cree como incontrola-
bles y superadoras de sus recursos (Lazarus, en Ortiz, 1990); obvia-
mente forma parte de las teorías más actuales que analizan el
impacto que la autoeficacia percibida tiene en la autoestima, siendo
el grado de control psicosocial percibido, los recursos y capacidades
propias, y la satisfacción con los resultados los ejes principales
(Villamarín, 1990), y la predicción (expectativas) que sobre el resul-
tado de la conducta se haga (Bandura, 1977, en Villamarín, 1990); la
atribución de incontrolabilidad o internalización de los fracasos se
comprende como una fase del proceso psicológico y social de la alie-
nación (Barrio, Basabe y Paez, 1990); y un sin fin de teorías y cons-
tructos actuales que reconocen la influencia que sobre el desarrollo,
formación e integración social de la persona tienen sus atribuciones
de control sobre el contexto social.
La indefensión aprendida: Teoría de Seligman
La Teoría de la Indefensión Aprendida de Seligman se funda-
menta en la idea de que la percepción continuada por parte de un
sujeto de no correlación entre los objetivos esperados de sus actos y
Teorías explicativas del suicidio 39
los resultados de los mismos puede provocar en la persona un senti-
miento de impotencia e incapacidad de control. Esta experiencia de
incontrolabilidad puede suscitarle un sentimiento de indefensión,
que se traduce en la limitación y/o bloqueo, en mayor o menor gra-
do, de su actividad. El aprendizaje e interiorización de la carencia de
control en los resultados de las propias conductas provoca, según el
autor, tres déficit en la personalidad (Abramson, Seligman y Teasda-
le; en Avia y Sánchez, 1993): «motivacional, cognitivo y emocional»,
traducidos en la depresión que sufriría el sujeto (Avia y Sánchez Ber-
nardos, 1993, pág. 239). La hipótesis de la Indefensión Aprendida
propone que el estado depresivo es una consecuencia del aprendiza-
je de que los resultados son incontrolables.»
Pero ni todas las percepciones de incontrolabilidad son iguales,
ni tienen los mismos efectos en la persona, por lo que los autores han
distinguido entre Indefensión Universal e Indefensión Personal. La
primera, se produce cuando el sujeto percibe que el hecho es incon-
trolable en sí mismo, para él y para todo el mundo, independiente-
mente de sus capacidades. Por el contrario, la Indefensión Personal
se produce cuando el sujeto percibe que el hecho es incontrolable
para sí mismo, pero no para los demás, por carecer de las capacida-
des necesarias.
La mayor diferencia de los efectos de ambas sobre el sujeto estri-
ba en que mientras la primera no daña la autoestima del sujeto (su
percepción de incontrolabilidad no significa fracaso personal, por
cuanto que el problema no es resoluble ni por él ni por nadie), la
segunda por el contrario sí, al atribuirse el sujeto a sí mismo la inca-
pacidad de lograr el resultado deseado, e interiorizarlo como déficit
(Avia y Sánchez Bernardos, 1993, pág. 250): «La noción de incon-
trolabilidad significa algo más que fracaso, y sirve para predecir no
sólo el fracaso sino también el éxito no contingente.»
El problema que plantea al sujeto la interiorización de la no
correlación entre sus actos y el resultado de ellos, es el estancamien-
to psicosocial, al limitar sus expectativas y su actividad, por creer
que no se seguirán de su conducta. Es decir, el sujeto inhibe ciertas
conductas y se niega ciertos objetivos, por creer que es incapaz de
realizar eficazmente las primeras, y de no poseer las aptitudes nece-
sarias para alcanzar los segundos.
Además, el modelo establece que la indefensión provoca unos
déficit sobre las personas cuando es de larga duración y cronicidad.
Éstos son: pasividad, desmotivación y lentitud para actuar; estanca-
miento en el plano cognitivo, aferrándose el sujeto a la idea de incon-
trolabilidad de los resultados en el curso de ciertos acontecimientos
de su vida, o en toda; en el nivel afectivo, el sujeto se caracteriza por
una tendencia en mayor o menor grado a la des vinculación social;
40 Miguel Clemente y Andrés González
por último, el déficit en la autoestima provoca grandes daños en la
autoimagen que el sujeto tenga de sí mismo, así como en su proyec-
ción y ubicación social, deteriorándose como ser social y psicológico
(Avia y Sánchez Bernardos, 1993, pág. 255):
«Dado que "yo" es algo con lo que tengo que vivir, atribuir la causa
de la indefensión de manera interna a menudo, pero no siempre, impli-
ca un futuro más sombrío que si se atribuyen las causas a factores exter-
nos, dado que las circunstancias externas están normalmente, aunque
no siempre, cambiando más que los factores internos.»
Es decir, tiene mayor peligro de dañar la autoestima la Indefen-
sión Personal que la Universal, porque somos conscientes de nues-
tras limitaciones, ya sean reales o atribuidas, convirtiendo ciertas
situaciones en insuperables; mientras que por el contrario, cuando se
realiza una atribución externa, nos es más fácil sobreponernos al fra-
caso, tanto porque podemos pensar que aunque ahora no nos sea
controlable la situación en el presente, es posible que posteriormen-
te lo sea, como porque no nos culpabiliza y estamos más abiertos a
otras alternativas (Avia y Sánchez Bernardos, 1993, pág. 269):
«Observamos que el fenómeno de la autoinculpación, autocrítica
y culpa (una subclase de los déficit de autoestima) en la Indefensión (y
en la depresión) se deriva de una atribución de fracaso a factores con-
trolables.»
En función del campo de acción de la Indefensión, ésta puede
dividirse en global (cuando abarque toda la existencia del sujeto) y
específica (cuando se centre en factores y/o situaciones concretas
con las que ha de desenvolverse el mismo, sin extenderse al resto de
su vida). En función de la temporalidad se puede dividir en crónica
(cuando sea constante o recurrente)y transitoria (cuando es de cor-
ta duración y no recurrente) (Avia y Sánchez Bernardos, 1993 pági-
na 253).
Los elementos que determinan el tipo de Indefensión dependen
de la estabilidad o inestabilidad de los factores que lo provoquen.
Así, la aparición de ciertos factores provocadores de la atribución
de incontrolabilidad en el sujeto de manera aleatoria o casuística en
ciertas situaciones, tendrá como efecto la indefensión en esa situa-
ción dada por la intervención de esos factores, pero por cuanto
éstos no son intrínsecos a la situación misma, el sujeto podrá
enfrentarse a ella con éxito en el futuro, siempre y cuando no vuel-
van a aparecer.
Por el contrario, si son atribuciones de indefensión estables,
Teorías explicativas del suicidio 41
éstas provocarán cronicidad al ser inherentes a situaciones concre-
tas, y globalidad si son asimilados como características propias,
intrínsecas a toda situación (Avia y Sánchez Bernardos, 1993, pági-
nas 257 y sigs.):
«Los déficit crónicos aparecerán si la atribución está determinada
por factores estables (Falta de inteligencia, de habilidad en matemá-
ticas, etc.). La atribución a factores estables induce a déficit crónicos
porque implican para el sujeto que en el futuro carecerá de control,
igual que ahora (...) Si realiza cualquiera de las atribuciones internas
aparecerán los déficit de baja autoestima.»
Habría que matizar que no todas las situaciones de indefensión
aprendida tienen el mismo grado de intensidad, derivándose ésta de
lo arraigada que esté en el sujeto la expectativa de no correlación
entre conducta y resultados, idea que se irá interiorizando con más
fuerza en el sujeto cuantas más predicciones de no éxito vaya experi-
mentando. Es decir, la Indefensión surge en el sujeto como producto
del refuerzo negativo continuado ante la resolución de ciertas situa-
ciones, actividades o desarrollo personal.
Según este modelo, la depresión puede surgir en los sujetos co-
mo efecto de atribuir incontrolabilidad en los resultados de sus con-
ductas, especialmente si se cree que los factores en acción debían
poder ser controlables. Ello no significa que toda depresión sea efec-
to de la Indefensión; más bien se debe decir que existe un subtipo de
depresiones que surgen como efecto del conflicto provocado por la
creencia de no correspondencia entre sus actos y los resultados de los
mismos.
En fin, la Indefensión, por tanto, ejerce una importante influen-
cia en el proceso vivencial de la persona, por cuanto al reducir las
expectativas de ocurrencia de resultados derivados de su conducta,
lo coloca en una situación de inseguridad, insatisfacción y, a la larga,
de pasividad, que provocará más su desligamiento social que su inte-
gración, tanto por su parte, como por la de la sociedad.
La Teoría de la Indefensión muestra una especial relación del
sujeto con el entorno social, y con su propio desarrollo como ser
social, relación que no lleva al sujeto a su integración, sino todo lo
contrario; provoca el paulatino desligamiento entre el sujeto y la
sociedad, e incluso entre el sujeto y su propio desarrollo como enti-
dad individual y social, al ser uno de sus principales efectos la apatía
y la desmotivación.
42 Miguel Clemente y Andrés González
La Terapia Racional Emotiva de Beck
Beck estudia el suicidio dentro del contexto más amplio de la
depresión, por lo que se hace necesario plantear su teoría sobre la
misma. La Teoría Cognitiva de Beck tiene su origen en la idea de que
los hombres, en función de sus experiencias, crean unas categorías
mentales a partir de las cuales perciben, estructuran e interpretan la
realidad, y desde ellas orientan la conducta; es decir, el sujeto realiza
conductas concretas en función de percepciones determinadas de la
realidad (Beck, 1979, pág. 13):
«Sus cogniciones se basan en actitudes o supuestos (esquemas)
desarrollados a partir de sus experiencias anteriores.»
Desde estos criterios se comprende que la conducta desadaptada
socialmente, o incongruente e inadecuada con el agente desencade-
nante, se produce porque el sujeto recibe una imagen distorsionada
de la realidad, por lo que la acción terapéutica se dirige a la identifi-
cación de las categorías que distorsionan la percepción objetiva de la
realidad, para la posterior corrección de las «conceptualizaciones
distorsionadas y las falsas creencias que subyacen a estas cognicio-
nes» (ibid) y que dan lugar en la depresión a «la "triada primaria", o
puntos de vista negativos sobre uno mismo, su entorno vital y el
futuro» (Labrador y Mayor, 1991, pág. 344).
La depresión, siguiendo a Beck, se produciría al sufrir el sujeto
distorsiones en el procesamiento de la información; distorsiones que
influyen en el posterior tratamiento que lleva a la conducta, y que
vamos a resumir, siguiendo el esquema del autor, en seis principios:
1. Inferencia arbitraría: El sujeto hace predicciones no basadas
en la experiencia o el razonamiento lógico, e incluso en contra
de la «evidencia», es decir, sus predicciones de expectativa se
fundamentan en su subjetividad, y no en aspectos objetivos de
la realidad y de sí mismo (relativa a la respuesta).
2. Abstracción selectiva: Mecanismo por el cual el sujeto esta-
blecería conclusiones a partir de detalles no representativos
de la situación o experiencia dentro de la cual se dieron, en
función de los cuales calificaría la situación, y orientaría su
conducta y actitudes.
3. Generalización excesiva: El sujeto toma como marcos de
referencia para establecer pautas generales de actuación, o
valoraciones globales de una situación, hechos aislados y sin
gran conexión con el estímulo global que ha recibido. Se pue-
de decir que el sujeto es más receptivo de ciertos hechos, que
42
Teorías explicativas del suicidio 43
extrae de la situación total en que se dan (relativo a la res-
puesta).
4. Maximización y minimización: Errores en la evaluación de
la magnitud y amplitud de los hechos, que se traducen en una
proporcionalidad, a la percibida, en la conducta reactiva, o si
se prefiere, el sujeto responde a los estímulos desproporcio-
nalmente (relativa a la respuesta).
5. Personalización: Tendencia del sujeto a atribuirse fenómenos
externos, hacia los que no existe conexión (relativa a la res-
puesta).
6. Pensamiento absolutista, dicotómico: El sujeto valora y cla-
sifica todas las experiencias en función de un parámetro fijo,
compuesto por dos categorías opuestas; es decir, el sujeto
adopta una perspectiva bipolar y transituacional desde la
cual asimila toda la realidad, siendo ésta categorizada en un
polo u otro (por ejemplo todo es moral o inmoral), y exclu-
yendo cualquier otra valoración de la situación (relativo a la
respuesta) (Mayor y Labrador, 1991, pág. 344):
«Estos modos de interpretar la realidad, adquiridos de manera tem-
prana, se convierten en automáticos y condicionan la experiencia.»
Beck define la situación depresiva en la misma línea que los auto-
res anteriores, considerándola como fruto de la pérdida de vitalidad,
a su vez efecto de la carencia de expectativas producida por sus per-
cepciones erróneas (Beck, 1979, pág. 200):
«Cuando existe una gran discrepancia entre las expectativas del
individuo acerca de sí mismo y su ejecución real, tiende a experimentar
una fuerte disminución de autoestima y una negativización de sus pers-
pectivas de cara al futuro.»
A modo de resumen, podemos decir que la atractiva propuesta
de Beck consiste en reconstruir el aparato cognitivo del sujeto de
acuerdo con la realidad, así como proporcionarles aquellas habilida-
des sociales que le aseguren una mayor integración social y una pro-
yección de futuro. Los elementos de la terapia cognitiva se pueden
resumir en (Labrador y Mayor, 1991, pág. 345):
1. Interpretación de las pautas vitales del paciente que han determina-
do la adquisición de esas formas de pensamiento.
2. Auto-observación de los «pensamientos automáticos» que ayude al
paciente a hacerse consciente de ellos y a reconocer sus efectos
sobre el ánimo y el comportamiento.

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