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DISCURSOS SOBRE LA PRIMERA DÉCADA DE TITO LIVIO Traducción de L U IS N AVARRO Notas de M IG U E L SA R A L E G U I CAPÍTULO II De cuántas clases son las repúblicas y a cuál de ellas corresponde la romana22 Nada quiero decir aquí de las ciudades sometidas desde su origen a poder extranjero. Hablaré de las que se vieron siempre libres de toda exterior servidumbre y se gobernaron a su arbitrio o como repúblicas o como monarquías, las cuales, por su diferente origen, tuvieron tam bién distinta constitución y distintas leyes.23 Algunas desde el prin cipio, o poco tiempo tlespués, las recibieron de un hombre y de una vez, como las que dio Licurgo a los espartanos; otras, como Roma, las tuvieron en distintas ocasiones, al acaso y según los sucesos.^ 22 Este capítulo es el único punto del corpus maquiaveliano en el que aparece formulada de modo explícito la teoría del gobierno mixto en la versión de Polibio. También pueden verse rastros de esta teoría, aunque más como ciclo de constitu ciones que como gobierno mixto, en Historias de Florencia, iv, i y v, i . ( '¡ertam en te, la fuente indudable, que en muchos puntos M aquiavelo repite al pie de la letra, es el libro vi de las Historias de Polibio |trad. de M. Balasch Recort|, M adrid, C re dos, 1981 (en adelante, Historias). Respecto del modo como M aquiavelo trata esta fuente, la bibliografía mantiene dos puntos de vista difícilmente conciliables. Por un lado, Bausi ha defendido que, dado que no sabemos el modo preciso como llegó este clásico a Maquiavelo y a que los desvíos ni son muy numerosos ni muy excep cionales, no tiene mucho sentido investigar las diferencias entre el discurso de Polibio y el de Maquiavelo. Es posible que todos ellos dependan de la complicada transmisión textual. Por otro lado, está la postura de Sasso, «Machiavelli e Poli bio» en Machiavelli e gli antichi 1, Nàpoles, Riccardo Ricciardi, 1987, pàgs. 4 -118 , para quien las modificaciones que M aquiavelo ejerce sobre la base polibiana resul tan de una importancia notable, pues provienen de una meditada reflexión que le permite superar los límites trazados por la fuente. En cualquier caso, en este co mentario, se informará de las diferencias más llamativas con Historias, vi. 2-* En este capítulo se da una igualación ético-política entre monarquía y re pública, equiparación que convive durante todos los Discursos con la idea opuesta de la superioridad ético-política de la forma republicana de gobierno con respec to a la monárquica. 34 Con esta posibilidad que encarna Roma de alcanzar la perfección política progresivamente se matiza la idea presentada en Discursos, 1, 1 de la absoluta in- 258 Disamos sobre la primera década de Tito Livio 259 Puede llamarse feliz una república donde aparece un hombre tan sabio que le da un conjunto de leyes, bajo las cuales cabe vivir segura mente sin necesidad de corregirlas. Esparta observó las suyas más de ochocientos años sin alterarlas y sin sufrir ningún trastorno peligroso. Por el contrario, es desdichada la república que, no sometiéndose a un legislador hábil, necesita reorganizarse por sí m ism a, y más infeliz cuanto más distante está de una buena constitución, en cuyo caso se encuentran aquellas cuyas viciosas instituciones las separan del cami no recto que las llevaría a la perfección, siendo casi imposible que por accidente alguno la consigan. Las que, si no tienen una constitución perfecta, la fundan con buenos principios capaces de mejorar, pueden, con ayuda de los acon tecimientos, llegar a la perfección/5 Ciertamente, estas reformas no se consiguen sin peligro, porque jamás la multitud se conforma con nuevas leyes que cambien la cons titución de la república, salvo cuando es evidente la necesidad de esta blecerlas; y como la necesidad no llega sino acompañada del peligro, es cosa fácil que se arruine la república antes de perfeccionar su constitu ción. Ejem plo de ello es la república de Florencia, que, reorganizada cuando la sublevación de A rczzo en 1502, fue destruida después de la toma de Prato en I5 i2 .2íl Viniendo, pues, a tratar de la organización que tuvo la república romana y de los sucesos que la perfeccionaron, diré que algunos de los que han escrito de las repúblicas distinguen tres clases de gobierno que llaman m onárquico, aristocrático y democrático, y sostienen que los legisladores de un Estado deben preferir el que juzguen más a propósito. Otros autores, que en opinión de muchos son más sabios, clasifi can las formas de gobierno en seis, tres de ellas pésimas y otras tres fluencia que el momento tic la fundación ejerce sobre el desarrollo de la com uni dad política. 25 A q u í se repite una teoría propia del pensam iento clásico, presente en Po libio, de la dependencia de todos los asuntos políticos respecto de la constitución, Historias, vi, 2: «Kn todo asunto, y en la suerte o en la fortuna adversa, debemos creer que la causa principal es la estructura de la constitución, ya que de ella brotan, com o <le una fuente, 110 sólo las ideas y las iniciativas en las empresas, sino también su cum plim ento». 26 A pesar de que el discurso presente un carácter clásico, especialmente este capítulo, las referencias, más o menos veladas, a los acontecimientos florentinos son continuas. H ay que señalar que en este caso, tras la reconquista de Arcv//.o y la Valdichiana en agosto de 1502, se aprobó la figura de un gonfaloniero perpetuo, cargo que ocupó Picro Soderini. 2 6 o Discursos sobre la primera década de Tito Livio buenas en sí mismas; pero tan expuestas a corrupción, que llegan a ser perniciosas.17 Las tres buenas son las antes citadas; las tres malas son degradaciones de ellas, y cada cual es de tal modo semejante a aquella de que procede que fácilmente se pasa de una a otra, porque la monarquía con facilidad se convierte en tiranía; el régimen aris tocrático en oligarquía, y el democrático en licencia. De manera que un legislador que organiza en el Estado una de estas tres formas de gobierno, la establece por poco tiempo, porque no hay precaución bastante en impedir que degenere en la que es consecuencia de ella. ¡Tal es la semejanza del bien y el mal en tales casos! Estas diferentes formas de gobierno nacieron por acaso en la humanidad, porque al principio del mundo, siendo pocos los habi tantes, vivieron largo tiempo dispersos, a semejanza de los animales; después, multiplicándose las generaciones, se concentraron, y para su mejor defensa escogían al que era más robusto y valeroso, nombrán dolo jefe y obedeciéndole. Entonces se conoció la diferencia entre lo bueno y honrado, y lo malo y vicioso, viendo que, cuando uno dañaba a su bienhechor, pro ducíanse en los hombres dos sentimientos, el odio y la compasión, cen surando al ingrato y honrando al bueno. Corno estas ofensas podían repetirse, a fin de evitar dicho mal, acudieron a hacer leyes y ordenar castigos para quienes las infringieran, naciendo el conocimiento de la justicia, y con él que en la elección de jefe no se escogiera ya al más fuerte, sino al más justo y sensato. Cuando, después, la monarquía de electiva se convirtió en heredi taria, inmediatamente comenzaron los herederos a degenerar de sus antepasados y, prescindiendo de las obras virtuosas, creían que los príncipes sólo estaban obligados a superar a los demás en lujo, lascivia y toda clase de placeres. Comenzó, pues, el odio contra los monarcas, empezaron éstos a temerlo y, pasando pronto del temor a la ofensa, surgió la tiranía. Ésta dio origen a los desórdenes, conspiraciones y atentados contra los soberanos, tramados no por los humildes y débiles, sino por los que sobrepujaban a los demás en riqueza, generosidad, nobleza y ánimo valeroso, que no podían sufrir la desarreglada vida de los monarcas. 27 Aunque es una teoría anterior a Polibio, tal como él mismo reconoce, His torias, vi, 4: «Hay que afirm ar, pues, que existen seis variedades de constitucio nes». Desde estepunto, M aquiavelo seguirá fielmente el relato de Polibio del ciclo de constituciones. Discursos sobre ¡a primera década de Tito i Avio La multitud, alentada por la autoridad de los poderosos, se armaba contra el tirano, y muerto éste, obedecía a aquéllos como a sus liber tadores. Aborreciendo los jefes de la sublevación el nombre de rey o la autoridad suprema en una sola persona, constituían por sí mismos un gobierno, y al principio, por tener vivo el recuerdo de la pasada tiranía, ateníanse a las leyes por ellos establecidas, posponiendo su utilidad personal al bien común, y administrando con suma diligencia y rectitud los asuntos públicos y privados. Cuando la gobernación llegó a manos de sus descendientes, que ni habían conocido las variaciones de la fortuna ni experimentado los males tic la tiranía, no satisfaciéndoles la igualdad civil, se entregaron a la avaricia, a la ambición, a los atentados contra el honor de las mu jeres, convirtiendo el gobierno aristocrático en oligarquía, sin respeto alguno a la dignidad ajena. Esta nueva tiranía tuvo al poco tiempo la misma suerte que la monárquica, porque el pueblo, disgustado de tal gobierno, se hi/.o instrumento de los que de algún modo intentaban derribar a los gobernantes, y pronto hubo quien se valió de esta ayuda para acabar con ellos. Pero fresca aún la memoria de la tiranía monárquica y de las ofen sas recibidas de la tiranía oligárquica, derribada ésta, no quisieron restablecer aquélla, y organizaron el régimen popular o democrático para que la autoridad suprema no estuviera en manos de un príncipe o de unos cuantos nobles. Como a todo régimen nuevo se le presta al principio obediencia, duró algún tiempo el democrático, pero no mucho, sobre todo cuan do desapareció la generación que lo había instituido, porque inme diatamente se llegó a la licencia y a la anarquía, desapareciendo todo respeto, lo mismo entre autoridades que entre ciudadanos, viviendo cada cual como le acomodaba y causándose mil injurias; de suerte que, obligados por la necesidad, o por sugerencias de algún hombre honrado, o por el deseo de terminar tanto desorden, volviose de nue vo a la monarquía, y de ésta, de grado en grado y por las causas ya dichas, se llegó otra vez; a la anarquía. T al es el círculo en que giran todas las naciones, ya sean gober nadas, ya se gobiernen por sí; pero rara vez restablecen la misma organización gubernativa, porque casi ningún Estado tiene tan larga vida que sufra muchas de estas mutaciones sin arruinarse, siendo frecuente que por tantos trabajos y por la falta de consejo y de fuerza quede sometido a otro Estado vecino, cuya organización 2Ó 2 Discursos sobre la primera década de Tito Livio sea mejor. Si esto 110 sucede, girará infinitamente por estas formas de gobierno.11* Digo, pues, que todas estas formas de gobierno son perjudiciales; las tres que calificamos de buenas, por su escasa duración, y las otras tres, por la malignidad de su índole. Un legislador prudente que co nozca estos defectos, huirá de ellas, estableciendo un régimen mixto*1' que de todas participe, el cual será más firme y estable; porque en una constitución donde coexistan la monarquía, la aristocracia y la democracia, cada uno de estos poderes vigila y contrarresta los abu sos de los otros. Entre los legisladores más célebres por haber hecho constituciones de esta índole descuella Licurgo, quien organizó de tal suerte la de Esparta, que, distribuyendo la autoridad entre el rey, los grandes y el pueblo, fundó un régimen de más de ochocientos años de duración, con gran gloria suya y perfecta tranquilidad del Estado. Lo contrario sucedió a Solón, legislador de Atenas, cuya consti tución puramente democrática duró tan poco, que, antes de morir su autor, vio nacer la tiranía de Pisístrato, y si bien a los cuarenta Aquí estriba una de las diferencias fundamentales entre el discurso de Po- lihio y el de M aquiavclo, que Sasso, Inglese, incluso Bausi han resaltado especial mente. La postura de Polibio favorece la duración eterna de este ciclo, Historias, vi, 10: «Éste es el ciclo de las constituciones y su orden natural, según se cambian y se transforman para retornar a su punto de origen», mienrras que M aquiavelo opone una cierta reserva respecto de la perpetuidad del proceso. Hay que señalar, no obstante, que M aquiavelo se limita a notar la dificultad de que este ciclo se repro duzca indefinidamente, pero salvada la amenaza del dominio extranjero, no anu la la opción real y no la mera posibilidad teórica de un continuado transitar por el ciclo de constituciones. 2<> Enuncia aquí su preferencia por el régimen mixto, expresión que también ha sido traducida |«>r gobierno mixto y constitución mixta. Se trata de una afirm a ción que, por su claridad, no encuentra parangón con otro texto de Maquiavelo, ni siquiera con los habitualmente considerados «mixtos» escritos de última época como el Discursus florentinarum rerum, en N . M aquiavelo, Escritos políticos breves [trad. de M. Teresa Navarro], Madrid, Tecnos, 1991 (en adelante, Discursus). }n Maquiavelo 110 duda sobre la posibilidad de que exista algo así como un gobierno mixto perfecto, ni siquiera sobre cuál es la perfección propia que puede alcanzar el gobierno mixto. El comentario de Guicciardini se ciñe casi exclusiva mente al problema del gobierno mixto y deja de lado los problemas historiográfi- cos dependientes de la teoría del ciclo de constituciones. Al contrario de M aquia velo, Guicciardini, quien habitualmente pasa por ser un oligárquico defensor del gobierno mixto, muestra su escepticismo respecto de la posibilidad de que el go bierno mixto alcance los bienes que cada régimen particular puede dar (la decisión de la monarquía, la sabiduría de la aristocracia y la representatividad de la demo cracia). Defiende más bien que el gobierno mixto nunca alcanza una plenitud completa sino que se limita a evitar los defectos propios <le cada una de estas for mas de gobierno. Discursos sobre lu primera década de Tito Livio años fueron expulsados los herederos del tirano, recobrando Atenas su libertad y el poder la democracia, no lo tuvo ésta conforme a las leyes de Solón más de cien años; aunque para sostenerse hizo contra la insolencia de los grandes y la licencia del pueblo multitud de leyes que Solón no había previsto. Por no templar el poder del pueblo con el de los nobles y el de aquél y de éstos con el de un príncipe, el Estado de Atenas, comparado con el de Esparta, vivió brevísimo tiempo.1' Pero vengamos a Roma. No tuvo un Licurgo que la organizara al principio de tal modo que pudiera vivir libre largo tiempo; pero fueron, sin embargo, tantos los sucesos ocurridos en ella por la des unión entre la plebe y el Senado, que lo no hecho por un legislador lo hizo el acaso. Porque si Roma careció de la primera fortuna, gozó de una segunda fortuna: porque, aunque sus primeros ordenamientos fueron defectuosos, no se desviaron del derecho camino que podría llevarla a la perfección. Rómulo y todos los demás reyes hicieron muchas y buenas leyes apropiadas a la libertad; pero como su propósito era fundar un reino y no una república, cuando se estableció ésta, faltaban bastantes insti tuciones liberales que eran precisas y no habían dado los reyes. Sucedió, pues, que al caer la monarquía por los motivos y sucesos sabidos, los que la derribaron establecieron inmediatamente dos cón sules, quienes ocupaban el puesto del rey, de suerte que desapareció de Roma el nombre de éste, pero no la regia potestad. Los cónsules y el Senado hacían la constitución romana mixta de dos de los tres ele mentos que hemos referido, el monárquico y el aristocrático. Faltaba, pues, dar entrada al popular. Llegó la nobleza romana a hacerse insolente, por causas que des pués diremos, y el pueblo se sublevó contra ella. A fin de no perder todo su poder, tuvo que conceder parte al pueblo; pero el Senado y los cónsules conservaronla necesaria autoridad para mantener su rango *' Ciertamente, el problema de Atenas consiste en no haberse dado una consti tución mixta. Sin embargo, resulta sorprendente que en un capítulo en el que no se ha puesto ninguna salvedad al ciclo de constituciones (excepto la «tímida» a las vueltas perpetuas) se anuncie aquí un cambio de gobierno que no sigue ese ciclo sino que se mueve directamente entre democracia y tiranía, movimiento parecido al que aparece en Historia de Florencia, iv, i: «Las ciudades que se administran bajo forma de repúblicas, y sobre lodo las que 110 están bien organizadas, cambian fre cuentemente de gobierno y de constitución, no ya libertad y servidumbre, como algunos creen, sino servidum bre y desenfreno». Más que a u 11 posible error de com posición, que podría ser una explicación de esta incoherencia, Inglese juzga que el motivo es el deseo de .Vlaquiavelo de poner límites al esquema histórico de Polibio. 264 Disc ursos sobre la primera década de Tito Linio en el Estado. Así nació la institución de los tribunos de la plebe, que hizo más estable la constitución de aquella república por tener los tres elementos la autoridad que les correspondía. Tan favorable le fue la fortuna, que aun cuando la autoridad pasó de los reyes y de los grandes al pueblo por los mismos grados y por las mismas causas antes referidas, sin embargo, no abolieron por completo el poder real para aum entar el de los nobles, ni se privó a éstos de toda su autoridad para darla al pueblo, sino que, haciendo un poder mixto, se organizó una república perfecta, contribuyendo a ello la lucha entre el Senado y el pueblo,^ según demostraremos en los dos siguientes capítulos. iJ Este tema será el que ocupe Discursos, 1, vm . CAPÍTULO HI Acontecimientos que ocasionaron en Roma la creación de los tribunos de la plebe, perfeccionando con ella la constitución de la república Según demuestran cuantos escritores se han ocupado de la vida civil y prueba la historia con multitud de ejemplos, quien funda un Estado y le da leyes debe suponer a todos los hombres malos y dispuestos a emplear su malignidad natural siempre que la ocasión se lo permita.53 Si dicha propensión está oculta algún tiempo, es por razón descono cida y por falta de motivo para mostrarse; pero el tiempo, maestro de todas las verdades, la pone pronto de manifiesto. Pareció que existía en Roma entre el Senado y la plebe, cuando fueron expulsados los Tarquinos, grandísima unión, y que los nobles, depuesto todo el orgullo, adoptaban las costumbres populares, ha ciéndose soportables hasta a los más humildes ciudadanos. Obraron de esta manera mientras vivieron los Tarquinos, sin dar a conocer los motivos, que eran el miedo a la familia destronada y el temor de que, ofendida la plebe, se pusiera de parte de ella. Trataban, pues, a ésta con grande benevolencia. Pero muertos los Tarquinos y desaparecido el temor, comenzaron a escupir contra la plebe el veneno que en sus pechos encerraban, ultrajándola cuanto podían, lo cual prueba, según 33 Ksta idea de que el legislador debe considerar que todos los hombres son malos y dispuestos a actuar perniciosamente pertenece al grupo de ideas «maquia vélicas», especialmente presentes en VA príncipe, xv-xix, que han dado inmortal mala fama a Maquiavelo. Desde un punto de vista teórico, Guicciardini rechaza la idea, pues el legislador no presupone malos a todos los hombres, sino que establece medidas para el conjunto de la población que impidan que el malo pueda actuar. Guicciardini añade que a igualdad de condiciones, todo hombre prefiere el bien al mal y considera un fenómeno marginal (propio de un monstruo) la preferencia por el mal. H ay que señalar, en cualquier caso, que en este punto Maquiavelo no muestra deseo explícito de innovar. Ya sea como excusa o como verdadera condi ción del pasado, M aquiavelo dice que, sobre ese supuesto de maldad, construyen todos los que piensan acerca del «vivere civile». 2 6 5 266 Discursos sobre la primera década de Tito Livio hemos dicho, que los hombres hacen el bien por (uerza; pero cuando gozan de medios y libertad para ejecutar el mal, todo lo llenan de confusión y desorden.« Díccsc que el hambre y la pobreza hacen a los hombres industrio sos, y las leyes, buenos. Siempre que sin obligación legal se obra bien, no son necesarias las leyes, pero cuando falta esta buena costumbre, son indispensables. Por ello, al desaparecer todos los Tarquinos, quienes, por el temor que inspiraban, servían de freno a la nobleza, preciso fue pensar en una nueva organización capaz de producir el mismo resul tado que los Tarquinos vivos; y después de muchas perturbaciones, tumultos y peligros ocurridos entre la nobleza y la plebe, se llegó, para seguridad de ésta, a la creación de los tribunos, ciándoles tanto pcxler y autoridad, que constituyeron entre el Senado y el pueblo una institu ción capaz de contener la insolencia de los nobles.*5 14 Inglese considera que aquí se encuentra la presencia de Polibio en el cam bio de una aristocracia a una oligarquía. Sin embargo, el discurso polibiano habla de un cambio que se debe a la siguiente generación de aristócratas corrompidos (Polibio, Historias, vi, 8: «Pero cuando, a su vez, los hijos heredaron el poder de sus padres, por su inexperiencia de desgracias, por su desconocimiento total de lo que es la igualdad política y la libertad de expresión, rodeados desde la niñez del poder y la preeminencia de sus progenitores, unos cayeron en la codicia de riquezas in justas, otros se dieron a comilonas y a la em briaguez y a los excesos que las acom pañan, otros violaron mujeres y raptaron adolescentes») mientras que el cambio aquí presente se refiere a los mismos sujetos que, salvado el obstáculo, muestran su verdadera naturaleza. 15 Com o Bausi ha señalado, sorprende la falta de referencias al elemento mo nárquico — el poder consular en el caso de Rom a— de todo gobierno mixto y, particularmente, de la constitución romana. En los siguientes capítulos no se hará ninguna referencia al poder consular o al principio monárquico, con lo que será difícil considerar que en estos capítulos hay una defensa de la constitución mixta clásica. CAPÍTULO IV La desunión del Senado y del pueblo hizo poderosa y libre la república romana Yo quiero dejar de hablar de los tumultos que hubo en Roma desde la muerte de los Tarquinos hasta la creación de los tribunos, ni de decir algo contra la opinión de muchos que sostienen que fue liorna una república llena de confusión y desorden, la cual, de no suplir sus defectos la fortuna y el valor militar, sería considerada inferior a todas las demás repúblicas.16 Es innegable que a la fortuna y a la milicia se debió el poderío ro mano. Creo, sin embargo, que donde hay buena milicia, hay orden,3" y rara vez falta la buena fortuna.'8 Pero hablemos de otros detalles de aquella ciudad. Sostengo que quienes censuran los conflictos en tre la nobleza y el pueblo condenan lo que fue primera causa de la libertad de Roma, teniendo más en cuenta los tumultos y desórdenes ocurridos que los buenos ejemplos que produjeron, y sin considerar ■<f‘ Kra una opinión típica la de contraponer la estabilidad veneciana a los con flictos de Roma. Maquiavelo se muestra claramente partidario de la imitación del modelo romano. Sin embargo, Guicciardini consideraba que el modelo romano sólo era excelente para «una ciudad que se rija por las armas». -,7 Un principio parecido lo podemos encontrar en El príncipe, xn , pasaje al que normalmente suelen conducir los comentadores: «|...| no puede haber buenas leyes donde no hay buenas armas». Sin embargo, los pasajes no son del todo equi valentes, pues en E l príncipe no se une la reciprocidad entre buenas leyes y buenas armas al tema de la fortuna. Sin embargo, en ambos parece establecerse una cierta dependencia de las leyes respecto de las armas. •S8 Maquiavelo presenta como posible el dominio regular de lafortuna a través de las armas y las leyes. Una teoría parecida encontramos en Discursos, n, i. Sin embargo, resulta difícilmente compatible con los pasajes más intermedios o del «riscontro», como encontramos en E l príncipe, xxv o xxvi o Discursos, m , ix, o más decididamente deterministas como en Discursos, n, xxix o la Vida de Castruccio Castracani (en adelante, Vida de Castruccio Castracani). 267 2 6 8 Discursos sobre la primera década de Tito Livio que en toda república hay dos humores,59 el de los nobles y el del pueblo. Todas las leyes que se hacen en favor de la libertad nacen del desacuerdo entre estos dos partidos, y fácilmente se verá que así sucedió en Roma. Desde los Tarquinos a los Gracos transcurrieron más de trescien tos años, y los desórdenes en este tiempo rara vez produjeron destie rros y rarísima sangre. No se pueden, pues, calificar de nocivos estos desórdenes, ni de dividida una república que en tanto tiempo, por cuestiones internas, sólo desterró ocho o diez ciudadanos y mató muy pocos, no siendo tampoco muchos los multados; ni con razón se debe llamar desordenada a una república donde hubo tantos ejemplos de virtud; porque los buenos ejemplos nacen de la buena educación, la buena educación, de las buenas leyes, y éstas de aquellos desórdenes que muchos inconsideradamente condenan. Fijando bien la atención en ellos, se observará que no produjeron destierro o violencia en perjuicio del bien común, sino leyes y reglamentos en beneficio de la pública libertad.40 Y si alguno dijera que eran procedimientos extraordinarios y casi feroces los de gritar el pueblo contra el Senado, y el Senado contra el pueblo, correr el pueblo tumultuosamente por las calles, cerrar las tiendas, partir toda la plebe de Roma, cosas que sólo espantan a quien las lee, diré que en cada ciudad debe haber manera de que el pueblo manifieste sus aspiraciones, y especialmente en aquellas donde para las cosas importantes se valen de él. Roma tenía la de que, cuando el pueblo deseaba obtener una ley, o hacía alguna de las cosas dichas, o se negaba a dar hombres para la guerra; de manera que, para aplacar le, era preciso satisfacer, al menos en parte, su deseo. Las aspiraciones de los pueblos libres rara vez son nocivas a la li bertad, porque nacen de la opresión o de la sospecha de ser oprimido y cuando este temor carece de fundamento hay el recurso de las asam bleas, donde algún hombre honrado demuestra en un discurso el error de la opinión popular. Los pueblos, dice Cicerón, aunque ignorantes, S9 Term ino de origen médico, que equivale en cierto sentido a parte o clase social, que se deben tener en cuenta para el ejercicio del poder. La teoría es relati vamente estable en defender la existencia de dos humores, el popular y el aristo crático. Sin embargo, en E l príncipe, x ix , parece incluir uno más, el militar: «L>s emperadores romanos se las veían, además, con un tercer obstáculo: tener que so portar la crueldad y la codicia de los soldados». •,<l A quí está la gran diferencia entre los tumultos de Roma y los de Florencia; mientras unos se desenvuelven de modo civil, los otros provocan exilio y muerte (cf. Historias de Florencia, iii, i). Discursos sobre la primera década de Tito Livio 269 son capaces de comprender la verdad, y fácilmente ceden cuando la demuestra un hombre digno de fe. Conviene, pues, ser parco en las censuras al gobierno romano, y considerar que tantos buenos efectos como produjo aquella república debieron nacer de excelentes causas. Si los desórdenes originaron la creación de los tribunos, merecen elogios, porque, además de dar al pueblo la participación que le correspondía en el gobierno, instituye ron magistrados que velaran por la libertad romana, como se demos trará en el siguiente capítulo. CAPÍTULO IX De cómo es necesario que sea uno solo quien organice o reorganice una república Acaso parezca a alguno que he hablado ya mucho de la historia romana sin hacer antes mención alguna de los fundadores de dicha república, ni de sus instituciones religiosas y militares, y no queriendo que esperen más los que acerca de esto desean saber algo, diré que muchos consideraron malísimo ejemplo que el fundador de la consti tución de un Estado, como lo fue Róm ulo,w matara primero a un her mano suyo y consintiera después la muerte de T ito Tacio Sabino, a quien había elegido por compañero o asociado en el mando supremo, y hasta juzgaran por ello que los ciudadanos podían, a imitación de la conducta de su príncipe, por ambición o deseo de mando, ofender a cuantos a su autoridad se opusieran. Esta opinión parecería cierta sino se considerase el fin que le indujo a cometer tal homicidio. Pero es preciso establecer como regla general que nunca o rara vez ocurre que una república o reino sea bien organizado en su origen o comple tamente reformada su constitución sino por una sola persona, siendo indispensable que de uno solo dependa el plan de organización y la forma de realizarla. El fundador prudente de una república que tenga más en cuenta el bien común que su privado provecho, que atienda más a la patria común que a su propia sucesión debe, pues, procurar que el poder esté exclusivamente en sus manos. N ingún hombre sabio censurará el empleo de algún procedimiento extraordinario para fundar un reino u organizar una república; pero conviene al fundador que, cuando el 59 Desaparece la duda, presente en Discursos, i, i , sobre si Rom a había sido fundada por Eneas o por Róm ulo, prevaleciendo incontestadamente aquí la se gunda hipótesis. L a figura de Róm ulo se identifica aquí con la acción legislativa de Licurgo y ya no con el desarrollo casual de la historia de Rom a, como se represen taba en los dos primeros capítulos. 285 2 8 6 Discursos sobre ta primera década de Tito i.ivio hecho le acuse, el resultado le excuse; y si éste es bueno, como sucedió en el caso de Rómulo, siempre se le absolverá. Digna de censura es la violencia que destruye, no la violencia que reconstruye/" Debe, sin embargo, el legislador ser prudente y virtuoso para no dejar como herencia a otro la autoridad de que se apoderó, porque, siendo los hombres más inclinados al mal que al bien, podría el sucesor emplear por ambición los medios a que él apeló por virtud/’1 Además, si basta un solo hombre para fundar y organizar un Estado, no duraría éste mucho si el régimen establecido dependiera de un hombre solo, en vez de confiarlo al cuidado de muchos interesados en mantenerlo. Porque así como una reunión de hombres no es apropiada para or ganizar un régimen de gobierno, porque la diversidad de opiniones impide conocer le» más útil, establecido y aceptado el régimen, tam poco se ponen todos de acuerdo para derribarlo. Que Rómulo mereciese perdón por la muerte del hermano y del colega y que lo hizo por el bien común y no por propia ambición, lo demuestra el hecho de haber organizado inmediatamente un Senado que le aconsejara, y a cuyas opiniones ajustaba sus actos. Quien examine bien la autoridad que Rómulo se reservó, verá que sólo fue la de mandar el ejército cuando se declarase la guerra, y la de convocar el Senado. Apareció esto evidente después, cuando Roma llegó a ser libre por la expulsión de los Tarquinos, porque, de la or ganización antigua, sólo se innovó que al rey perpetuo sustituyeran dos cónsules anuales, lo cual demuestra que el primitivo régimen de la ciudad era más conforme a la vida civil y libre de los ciudadanos, que despótico y tiránico. En corroboración de lo dicho, podría citar infinitos ejemplos como los de Moisés, Licurgo, Solón y otros fundadores de reinos y 60 Se trata de uno cíe los pasajes más frecuentemente citados para declarar a M aquiavelo «maestro del mal» (L. Strauss). Sin em bargo, hay que tener en cuenta que esta transgresión, al menos en este pasaje, es just ificada sólo por la realización de un bien común. 61 Una de las pocas doctrinas constantes en estos Discursoses la del rechazo com pleto del principio de herencia del poder. Guicciardini muestra la misma desconfian za por este modo de transmisión del poder. Desde 1111 punto de vista de realismo político, resulta dece|KÍonante (Inglese considera que la argumentación procede de modo sofístico) que Maquiavelo 110 explique cómo se da el paso de la necesariamente singular creación |x>lítica a la comunitaria vida política ordinaria: ¿|K»r qué Rómulo habría aceptado las prerrogativas del Senado cuando todo el poder era suyo? Por este motivo, la idea de la necesidad de una sola persona para fundar la comunidad políti ca suele interpretarse de modo 110 literal, tal como hace por ejemplo, en ámbito espa ñol, R. Aguila & S. ( Chaparro, La república de Maquiauelo, Madrid, Tccnos, 2006. Discursos sobre la primera década de Tito l Jvin 2 8 7 repúblicas, quienes, atribuyéndose autoridad absoluta, hicieron leyes favorables al bien común; pero, por ser bien sabidos, prescindiré de ellos, limitándome a aducir uno que, si no tan célebre, deben tenerlo muy en cuenta los que ambicionen ser buenos legisladores. Es el siguiente: Agis, rey de Esparta, deseaba restablecer la estricta obser vancia de las leyes de Licurgo entre los espartanos, creyendo que, por relajación en su cumplimiento, había perdido su patria la antigua virtud, y, por tanto, la fuerza y el poder; pero los éforos espartanos lo hicieron matar inmediatamente, acusándole de aspirar a la tiranía. Le sucedió en el trono Cleómenes, quien, concibiendo igual proyec to por los recuerdos y escritos que encontró de Agis, donde se veía claro cuáles eran sus pensamientos e intenciones, comprendió que 110 podía hacer este bien a su patria, si no concentraba en su mano toda la autoridad, pues creía que, a causa de la ambición humana, le era imposible, contrariando el interés de los menos, realizar el bien común; y aprovechando la ocasión oportuna, hi'/.o matar a todos los éforos y a cuantos podían oponérsele, restableciendo después las leyes de Licurgo. Esta determinación hubiese producido el renacimiento de Esparta y dado a Cleómenes tanta fama como alcanzó Licurgo, a no ser por el poder de los inacedonios y la debilidad de las repúblicas grie gas/“ Atacado después de estas reformas por los macedonios, siendo inferior en fuerzas y no teniendo a quien recurrir, fue vencido y su proyecto justo y laudable quedó sin realizar. En vista de todo lo dicho, deduzco que para fundar una república es preciso que el poder lo ejerza uno solo, y que Rómulo, por la m uer te de Rem o y de 'Lacio, no merece censura, sino absolución. 6i ¿Cuál es el «efecto» que excusa aquí a Cleóm enes si de hecho no obtiene el resultado del bien común por la invasión de los macedonios? Ciertam ente, el caso de ( Cleómenes, quien no obtuvo ningún éxito político y acabó refugiándose en Kgipto donde se suicidó, no es directamente asim ilable al de Róm ulo, pues el es partano fue incapaz de organizar una república sólida. Siguiendo la conocida im a gen de I. Berlín con la que quería describir el espíritu del pensamiento político de Maquiuvclo, Cleóm enes cascó los huevos (mató a los éforos) pero 110 llegó a hacer, aunque fuese por causas fortuitas, la tortilla. CAPÍTULO XI Aunque Roma tuvo por primer fundador a Rómulo,68 de quien, como hija, tiene que reconocer el nacimiento y la educación, juzgando los dioses que las leyes de Rómulo no bastaban para el Imperio que había de tener la ciudad, inspiraron al Senado romano elegir a Num a Pom pilio por sucesor de aquél, a fin do que ordenase lo que su antecesor no había establecido. Se encontró N um a con un pueblo de rudísimas costumbres, y a fin de habituarle a la obediencia por medio de las artes de la paz, acudió a la religión, como cosa indispensable para mantener el orden social. La estableció sobre tales fundamentos, que durante muchos siglos en ninguna parte, corno en aquella república, hubo tanto temor a los dioses; temor que facilitó la ejecución de muchas empresas proyecta das por el Senado o por aquellos grandes hombres. Quien examine los hechos del pueblo romano en general, y de mu chos romanos en particular, observará que aquellos ciudadanos temían más faltar a sus juramentos que a las leyes, como todos los que tienen en más el poder de Dios que el de los hombros, según ponen de mani fiesto los ejemplos de Escipión y de Manlio Torcuato. Derrotados los romanos por Aníbal en Caimas/"» muchos ciudadanos se reunieron lle nos de turbación y miedo acordando abandonar Italia y refugiarse en Sicilia; pero lo supo Escipión, fue en su busca con la espada en la mano, les obligó a jurar que no abandonarían la patria, y así lo hicieron. Lucio Manlio, padre de Tito Manlio, llamado después Manlio Torcuato, fue acusado por Marco Pomponio, tribuno de la plebe; y D e la re lig ió n d e lo s ro m a n o s 68 Se mantiene la misma posición que en el capítulo anterior; ya no hay duda entre Kneas y Róm ulo acerca de la fundación de Roma. 69 La derrota de Cannas se produjo en 2 16 a.C. 2 9 2 Discursou sobre la primera década de Tito Livio antes de proceder al juicio, buscó Tito a Marco; con amenazas de muerte le obligó a jurar que retiraría la acusación contra su padre, y aunque juró por miedo, cumplió el juramento. A sí pues, a aquellos ciudadanos a quienes ni el amor a la patria ni las leyes retenían en Italia, los retuvo un juramento que les obligaron a prestar; y aquel tribuno prescindió del odio que profesaba al padre, de la ofensa que le hacía el hijo y de su propio honor, para obedecer el juram ento prestado. Tal respeto a lo jurado era consecuencia de los principios religiosos que X u m a estableció en Roma. Quienes estudian bien la historia romana observan cuán útil era la religión para m andar los ejércitos, para reunir al pueblo, para mantener y alentar a los buenos y avergonzar a los malos, a tal punto, que si fuera preciso decidir a cual rey debió más Roma si a Rómulo o a N um a, creo que sería éste el elegido,?" porque donde hay religión fácilmente se establecen la disciplina m ilitar y los ejércitos, y donde sólo hay ejércitos y no religión es muy difícil fundar ésta.7' Si Rómulo no necesitó de la autoridad de Dios para crear el Senado y otras instituciones civiles y militares, la necesitó N um a, quien simuló estar inspirado por una ninfa que le aconsejaba lo que debía él acon sejar al pueblo; acudiendo a este recurso por la precisión de establecer nuevas y desconocidas reglas de conducta y por la duda de que bastase su autoridad para conseguirlo. Y en verdad han tenido que recurrir a un dios cuantos dieron le yes extraordinarias a u n pueblo, porque de otra manera no hubieran sido aceptadas, a causa de que la bondad de muchos principios la conocen los sabios legisladores, pero no tienen pruebas evidentes para convencer al vulgo, y los que quieren evitarse esta dificultad acuden a los dioses. A sí lo hizo Licurgo, así Solón y otros muchos que se proponían el mismo objeto. A dm irando, pues, el pueblo romano la bondad y prudencia de N um a, aceptaba todas sus determinaciones. Verdad es que facilitaron sus designios el poder de la religión en aquel tiempo y la rudeza de las costumbres de los hombres a quienes había de convencer de la necesidad de reformas. De igual modo, quien en los actuales tiem pos quisiera fundar una república le sería más fácil conseguirlo con 7" Kn Discursos, i, x ix , M aquiavclo dirá que es Róm ulo quien se debe llevar la gloria, tal como en el com entario a este capítulo también defiende (¡uicciardini. 71 Ksta doctrina es relativam ente excepcional en M aquiavclo, la de 1» depen dencia de las buenas arm as respecto do la religión. La relación de dependencia más habitual es la que las arm as ejercen sobre las leyes. Discursos sobre la primera década de Tito bivio hombres montaraces y sin civilización alguna, que con ciudadanos de corrompidas costumbres; como un escultor obtendrá mejor una bella estatuade un trozo informe de mármol que de un mal esbozo hecho por otro.72 De todas estas consideraciones deduzco que la religión establecida por Numa fue una de las principales causas de la felicidad de Roma, porque originó un buen régimen, del cual nace la buena fortuna, y de ésta el feliz éxito de las empresas. De igual modo que la observancia del culto divino es causa de la grandeza de las repúblicas, el desprecio de dicho culto ocasiona su perdición; porque cuando llega a faltar el temor a Dios, el Estado perece o vive solamente por el temor a un príncipe, temor que suple la falta de religión.?* Aun en este caso, sien do corto el reinado de cada príncipe, el reino cuya existencia depende de 1 a virtud de quien lo rige, pronto desaparece. Consecuencia de ello es que los reinos que subsisten por las condiciones personales de un hombre son poco estables, pues las virtudes de quien los gobierna aca ban cuando éste muere, y rara vez ocurre que renazcan en su sucesor, según acertadamente dice Dante: Rade volte discende per li rami Uumana probitate: é questo vuole Quel che la dá, perche da lui si chiamp4 No consiste, pues, la salud de una república o de un reino en tener un príncipe que prudentemente gobierne mientras viva, sino en uno que organice de manera que esta organización subsista aun después de muerto el fundador. Y aunque sea más fácil persuadir a los hombres rudos de la bondad de una constitución u opinión nueva, no es imposible convencer también a los hombres civilizados y que presumen de entendidos. N i rudo ni ignorante parece ser el pueblo de Florencia, y, sin embargo, le persuadió el fraile Jerónimo 72 Éste es el único principio que establece M aquiavelo para introducir la nece saria religión civil en la ciudad: resultará más fácil introducirla en un pueblo mon taraz que en uno ya civilizado. 7) La diferencia entre el temor de un príncipe y de Dios no es tanto de grado cuanto que el temor de un príncipe resulta más difícilmente perdurable en las generaciones. Dante, Divina Comedia, Purgatorio, vn, 12 1- 12 3 : «Rara vez se transmite por sucesión la probidad humana, y así lo quiere quien la da, para que se proclame que de él depende». Discursos sobre la primera década de Tito Livio 295 Savonarola de que hablaba en nombre de Dios.7’ No diré si era o ni) verdad, porque de una persona tan importante se debe hablar con respeto; pero sí afirmo que infinitos le creyeron sin haber visto cosa alguna extraordinaria que se lo hiciera creer, y sólo porque su vida, su doctrina y el asunto que trataba bastaban para prestarle fe. Nadie, pues, debe desesperar de conseguir lo que otro ha logrado, porque todos los hombres, según hemos dicho en el prólogo, nacen, viven y mueren sujetos a las mismas leyes naturales. 75 Se relntiviza, por tanto, el principio de que sólo los montaraces pueden re cibir la religión. Además, nos encontramos ante una imagen positiva de Savonaro la, quien, a pesar de que en muchos lugares se lo trata de modo opuesto (Inglese defiende que, pese a las críticas, es un tema de reflexión profundo), recibe un tra tamiento positivo, al menos por los grandes personajes con los que es comparado, en E l príncipe, vi: «Moisés, C iro. Teseo y Rómulo no habrían podido hacer obser var por tan largo tiempo sus ordenamientos de haber estado desarmados, tal como en nuestros días acaeció a Savonarola». CAPÍTULO XVI E l pueblo acostumbrado a vivir bajo la dominación de un príncipe, si por acaso llega a ser libre, difícilmente conserva la libertad Infinitos ejemplos que se loen en las historias antiguas prueban cuán difícil es a un pueblo acostumbrado a vivir bajo la potestad de un príncipe, mantenerse libre si por acaso conquista la libertad, como Roma al expulsar a los Tarquinos. Esta dificultad es razonable, por que el pueblo que en tal caso se encuentra es como un animal fiero criado en prisión, que si se le deja libre en el campo, a pesar de sus instintos salvajes, faltándole la costumbre de buscar el pasto y el refu gio, es víctima del primero que quiere apresarlo.1*7 Lo mismo sucede a un pueblo habituado al gobierno ajeno: no sabiendo decidir en los casos de defensa u ofensa pública, no conociendo a los príncipes,1,11 ni siendo de ellos conocido, pronto recae en el yugo, el cual es muchas veces más pesado que el que poco antes se quitó del cuello. Y tropieza con esta dificultad aun en el caso de no estar del todo corrompido, porque si ha penetrado por completo la corrupción, no ya poco tiempo, ni un instante puede vivir libre, según demostrare mos. Me refiero, pues, a los pueblos donde la corrupción no es muy extensa y donde hay más bueno que malo.1*9 A la dificultad citada añádase otra, cual es que el Estado, al llegar a ser libre, adquiere enemigos, y no amigos. Enemigos llegan a serlo cuantos medran con los abusos de la tiranía y se enriquecen con el 87 La im agen puede parecer desconcertante [mes com para al pueblo habitual mente sometido a un príncipe con un animal salvaje. Precisamente, un pueblo acostumbrado al dominio de un príncipe puede más bien com pararse con un ani mal domesticado. 1,8 Bausi también señala lo extraño de este com entario, pues, ¿qué cosa cono cería m ejor un pueblo acostumbrado a la monarquía que los propios príncipes? 89 Bausi señala que luego se añadirá la distinción entre ordenamientos no corruptos y pueblos corruptos. 3°5 3o6 Discursos sobre la primera década de Tito Livio dinero del príncipe. Privados de los medios de prosperar, no es po sible que vivan satisfechos, y se ven obligados a intentar todos los medios para restablecer la tiranía y volver a su antiguo bienestar. Y no adquiere am igos, según he dicho, porque el vivir libre supone que los honores y premios se dan cuando se merezcan y a quien los merezca, y los que se juzgan con derecho a las utilidades y ho nores, si los obtienen no confiesan agradecimiento a quien se los da. Además, los beneficios comunes que la libertad lleva consigo, el goce tranquilo de los bienes propios, la seguridad del respeto al honor de las esposas y de las hijas y la garantía de la independencia personal, nadie los aprecia en lo que valen mientras los posee, por lo mismo que nadie cree estar obligado a persona que no le ofenda. Resulta, pues, según he dicho, que, al conquistar la libertad un Estado, adquiere enemigos, y no amigos; y para evitar estos incon venientes y los desórdenes que acarrean, no hay otro remedio mejor, ni más sano, ni más necesario que el aplicado al matar a los hijos de Bruto, quienes, como demuestra la historia, fueron inducidos con otros jóvenes romanos a conspirar contra su patria por no gozar, bajo el gobierno de los cónsules, de los privilegios que tenían durante la monarquía, hasta el punto de parecer que la libertad de aquel pueblo era para ellos la esclavitud. Quien toma a su cargo gobernar un pueblo con régimen monár quico o republicano, y no se asegura contra los enemigos del nuevo orden de cosas, organiza un Estado de corta vida. Juzga, en verdad, infelices a los príncipes cuando para mantener su autoridad y luchar con la mayoría de los súbditos necesitan apelar a vías extraordinarias; porque quien tiene pocos enemigos, fácilmente y sin gran escándalo se defiende de ellos; pero cuando la enemistad es de todo un pueblo, nunca vive seguro, y cuanta mayor crueldad emplea, tanto más débil es su reinado. El mejor remedio en tal caso es procurarse la amistad del pueblo. Lo dicho en este capítulo se aparta de lo referido en el anterior, porque aquí hablo de la monarquía y allí, de la república. Añadiré breves observaciones para no tratar más esta materia.90 5,0 Com o observan I rigiese y Bausi, toda esta parle central del capítulo no tiene por objeto la república, que por el título del capítulo es de lo que debería ocuparse, sino la institución del principado civil. Si esto es así, habría que reconocer que, para Maquiavelo, Francia era un principado civil, ya que apareceenlre los ejem plos que se tratan dentro de la parte del capítulo dedicado «improcedentemente» a esta institución. Discursos sobre la primera década de Tito Livio 307 Cuando un príncipe quiere ganarse la voluntad de un pueblo que le sea enemigo (y me refiero a los príncipes que llegaron a ser tiranos de su patria), debe estudiar primero lo que el pueblo desea, y sabrá que siempre quiere dos cosas: vengarse de los que han causado su servidumbre y recobrar su libertad. E l primero de estos deseos puede satisfacerlo el príncipe por completo; el segundo, en parte. Del prime ro citaré el siguiente ejemplo: Clearco, tirano de Heraclea, estaba desterrado cuando ocurrió disensión entre el pueblo y los gobernantes. Viéndose éstos menos fuertes que aquel, determinaron favorecer a Clearco; tramaron con él conjuración; lo llevaron a Heraclea contra la voluntad del pueblo, y privaron a éste de libertad. Se encontró Clearco entre la insolencia de los poderosos que le habían exaltado, a quienes no podía con tentar ni corregir, y el odio del pueblo, que no sufría con paciencia la pérdida de su libertad, y determinó librarse de la molestia que le causaban los poderosos ganándose a la vez el afecto del pueblo. Aprovechando una ocasión oportuna, hizo asesinar a todos los mag nates con gran contentamiento del pueblo, y así satisfizo uno de los deseos de este: el de vengarse. Respecto a la otra aspiración popular, la de recobrar la libertad, aspiración que el príncipe no puede satisfacer, si se examinan las cau sas y motivos por los que los pueblos desean ser libres se verá que un corto número de ciudadanos quieren libertad para mandar, y todos los demás, que son infinitos, para vivir seguros. En todas las repú blicas hay, en efecto, cualquiera que sea su organización, cuarenta o cincuenta ciudadanos que aspiran a mandar, y, por ser tan pequeño el número, fácil cosa es asegurarse contra sus pretensiones: o deshacién dose de ellos, o repartiéndoles los cargos y honores que, conforme a su posición, puedan satisfacerles. A los que sólo desean vivir seguros, se les contenta también fácilmente, estableciendo buenas instituciones y leyes que garanticen sus derechos y la seguridad de ejercerlos. Cuan do un príncipe haga esto y el pueblo vea que por ningún accidente son quebrantadas las leyes, vivirá al poco tiempo seguro y contento. Ejem plo de ello es el reino de Francia, donde hay tranquilidad porque limitan el poder real infinitas leyes, asegurando la libertad de todos sus pueblos. Los que organizaron aquel Estado permitieron al rey disponer libremente del ejército y del dinero; pero de las demás cosas, sólo conforme a las leyes. l^>s príncipes y las repúblicas que desde un principio no esta blecen el gobierno sobre firmes bases, deben hacerlo en la primera 308 Discursos sobre la primera década de Tito Livio ocasión oportuna, como lo hicieron los romanos; y quienes la dejan pasar se arrepienten tarde de no haberla aprovechado. N o estaban corrompidas las costumbres del pueblo romano cuando recobró la libertad, y muertos los hijos de Bruto y extinguidos los Tarquinos, pudo afianzarla con las instituciones y los medios de que ya antes hemos hablado. Pero si el pueblo está corrompido, ni en Roma, ni en parte alguna habrá medios eficaces para mantenerla, según demos traremos en el capítulo siguiente. C A P ÍT U LO L V II I Nada hay tan móvil c inconstante corno la multitud. Así lo afirman nuestro Tito Livio y todos los demás historiadores. ( )curre, en efecto, con frecuencia, al relatar los actos humanos, que la muchedumbre condena a alguno a muerte y, después de muerto, deplora gran demente su sentencia y echa de menos al castigado. Así sucedió al pueblo romano cuando condenó a muerte a Manlio Capitolino, y dice nuestro autor: Populum brevi, posteaquam ab ea pericullum nullum erat, desiderium ejus tenuit. ’» Y en otro lugar, cuando refiere lo ocurri do en Siracusa a la muerte de Hicrónimo, sobrino de Hicrón, añade: Hce natura multitudinis est: aut umiliter servil, aut superbe dominatur. ‘4° No sé si al defender cosa que, según he dicho, todos los escritores censuran, acometo empresa tan difícil que necesite renunciar a ella avergonzado o seguirla, expuesto a un fracaso; pero sea como fuere, creo y creeré siempre acertado mantener todas las opiniones cuando no se emplea para ello ni más autoridad ni más fuerza que la de la razón. Digo, pues, que del mismo defecto que achacan los escritores a la multitud se puede acusar a todos los hombres individualmente, y en particular a los príncipes, porque cuantos no necesiten ajustar su con ducta a las leyes cometerán los mismos errores que la multitud sin fre no. Esto se comprueba fácilmente, porque de los muchísimos príncipes que ha habido, son m uy pocos los buenos y los sabios. Me refiero a los que han podido romper el freno que contenía sus acciones, no a los que nacían en Egipto cuando en tan remota Antigüedad se gobernaba I m m u lt itu d sa b e m ás y es m á s constante q u e u n p r ín c ip e 1,9 «En poco tiempo el pueblo tuvo el deseo de esc hombre, pues después no había ningún peligro». I",° «A sí es la índole de la multitud: o sirve con hum ildad, o domina con inso lencia». 397 3 9 » Discursos sobre la primera década de Tito ¡.¡vio aquel Estado conforme a las leyes, ni a los nacidos en Esparta, ni a los que en nuestros tiempos nacen en Francia, que es el reino más ajusta do a las leyes de cuantos ahora conocemos. Los reyes que gobiernan conforme a tales constituciones, no pueden figurar entre aquellos cuyo carácter y acciones sean objeto de estudio y comparación con los actos de la multitud. A ellos sólo pueden comparárseles los pueblos que también viven dentro de la observancia <le las leyes, y se verá en éstos la misma bondad que en aquéllos, sin que exista la soberbia en el mando ni la humillación en la obediencia. A sí era el pueblo romano mientras duró la república sin corrom perse las costumbres; ni servía con bajeza ni dominaba orgulloso, y en sus relaciones con las autoridades y los cuerpos del Estado conservó honrosamente el puesto que le correspondía. Cuando la sublevación contra un poderoso era necesaria, se sublevaba, como hizo contra Manlio, contra los decenviros y contra otros que trataron de opri mirlo, y cuando era preciso obedecer a los dictadores y a los cónsules, les obedecía. Y no es de adm irar que, muerto Manlio Capitolino, lo echara de menos el pueblo romano, porque deseaba sus virtudes, tan grandes, que su memoria inspiraba compasión a todos. El mismo efecto hubiera producido en un príncipe, pues, en opinión de todos los escritores, las virtudes se alaban y adm iran aun en los enemigos. Si Manlio, tan sentido, hubiera resucitado, el pueblo romano repitiera contra él la sentencia de muerte, sacándole de la prisión para matarlo; como ha habido reyes tenidos por sabios que, después de ordenar la muerte de algunas personas, sintieron grandemente que murieran; como Alejandro deploró la de C lito y de otros amigos suyos, y Here des el Grande, la de su esposa Mariammen. Pero en lo dicho por nuestro historiador sobre la índole de la mul titud, no se refiere a la que vive con arreglo a las leyes, como vivía la romana, sino a la desenfrenada, corno la de Siracusa, igual en sus errores a los hombres furiosos y sin freno, cual lo estaban Alejandro Magno y Hcrodes en los citados casos. N o se debe, pues, culpar a la multitud más que a los príncipes, porque todos cometen demasías cuando nada hay que les contenga. Además de los ejemplos referidos, podría citar muchísimos de emperadores romanos y de otros tiranos y príncipes en quienes se observan tanta inconstancia y tantos cambios de vida, como puede encontrarse en cualquiera multitud. Afirm o, por tanto, y aseguro contra la común opinión de que los pueblos cuando dominan son veleidosos, inconstantes e ingratos, no ser mayores sus faltas que las de los reyes. Quien censurapor igual las de unos y otros Discursos sobre lu primera década de Tito Livio 399 dice la verdad, fiero no si exceptúa a los reyes; porque el pueblo que ejcrce el mando y tiene buenas leyes será tan pacífico, prudente y agradecido como un rey, y aun mejor que un rey querido por sabio. AI contrario: un príncipe no refrenado por las leyes será más ingrato, inconstante e imprudente que un pueblo. Las variaciones do conducta en pueblos y reyes no nacen de diversidad de naturaleza, porque en todos es igual, y si alguna diferencia hubiera sería en favor del pueblo, sino de tener más o menos respeto a las leyes bajo las cuales viven. Quien estudie al pueblo romano lo verá durante cuatrocientos años enemigo de la monarquía y amante del bien público y de la gloria de su patria, atestiguándolo muellísimos ejemplos. Si alguien alegase en contra su ingratitud con Escipión, responderé refiriéndome a lo dicho extensamente sobre esta materia para demostrar que los pueblos son menos ingratos que los príncipes. Respecto a la prudencia y a la constancia, afirm o que un pueblo es más prudente y más constante que un príncipe. N o sin razón se compara la voz del pueblo a la de Dios, porque los pronósticos de la opinión pública son a veces tan maravillosos, que parece dotada de oculta virtud para prever sus males y sus bienes. Respecto al juicio que de las cosas form a cuando oye a dos oradores de igual elocuencia defender opiniones encontradas, rarísima vez ocurre que no se decida por la opinión más acertada y que no sea capaz de discernir la verdad en lo que oye. Y si respecto a empresas atrevidas o juzgadas útiles se equivoca algunas veces, muchas más lo hacen los príncipes impulsa dos por sus pasiones, mayores que las de los pueblos. Sus elecciones de magistrados también son mejores que las de los príncipes, pues jamás se persuadirá a un pueblo de que es bueno elevar a estas dignidades a hombres infames y de corrompidas costumbres, y por mil vías fá cilmente se persuade a un príncipe. Nótase que un pueblo, cuando empieza a cobrar aversión a una cosa, conserva este sentimiento du rante siglos, lo cual no sucede a los príncipes. De ambas cosas ofrece el pueblo romano elocuentes ejemplos, pues en tantos siglos y en tantas elecciones de cónsules y de tribunos no hizo más de cuatro de las que tuviera que arrepentirse, y su aversión a la dignidad real fue tan grande, que ninguna clase de servicios libró del merecido castigo a cuantos ciudadanos aspiraron a ella. Nótase además que los Estados donde el pueblo gobierna, en bre vísimo tiempo toman gran incremento, mucho mayor que los que han sido siempre gobernados por príncipes; como sucedió en Roma después de la expulsión de los reyes, y en Atenas cuando se libró de Pisístrato. 4 <>o Discursos sobre la primera década de Tilo U vio Sucede así porque es mejor el gobierno popular que el real, y aunque contradiga esta opinión mía lo que nuestro historiador dice en el citado texto y en algunos otros, afirm are que, comparando los desórdenes de los pueblos con los de los príncipes y la gloria de aqué llos con la de éstos, se verá la gran superioridad del pueblo en todo lo que es bueno y glorioso. Si los príncipes son superiores a los pueblos en dar leyes y en formar nuevos códigos políticos y civiles, los pueblos se superan en conservar la legislación establecida, aumentando así la fama del legislador. Kn suma, y para terminar esta materia, diré que tanto han durado las monarquías como las repúblicas; unas y otras han necesitado le yes a que ajustar su vida, porque el príncipe que puede hacer lo que quiere es un insensato, y el pueblo que se encuentra en igual caso no es prudente. Comparados un pueblo y un príncipe, sujetos ambos a las leyes, se verá mayor virtud en el pueblo que en el príncipe; si ambos no tienen freno, menos errores que el príncipe cometerá el pueblo y los de éste tendrán mejor remedio; porque un hombre honrado y res petable puede hablar a un pueblo licencioso y desordenado y atraerlo fácilmente con su elocuencia a buena vía, y la maldad de un príncipe no se corrige con palabras, sino con la fuerza. Puede, pues, conjeturar se la diferencia de enfermedad por lo distintas que son las medicinas; pues la de los pueblos se curan con palabras y la de los príncipes nece sitan hierro. Todos comprenderán que la mayor energía del remedio corresponde a mayores faltas. I)e un pueblo completamente desorde nado no se temen las locuras que hace, no se teme el mal presente, sino el que puede sobrevenir, pues de la confusión y la anarquía nacen los tiranos; pero con los príncipes sin freno sucede lo contrario: se teme el mal presente y se espera en lo porvenir, persuadiéndose los hombres de que a su mala vida pueda suceder alguna libertad. Notad, pues, la diferencia entre uno y otro para lo que es y para lo que ha de ser. La multitud se muestra cruel contra los que teme que atonten al bien común, y el príncipe, contra quienes él sospeche que son enemi gos de su interés personal. La preocupación contra los pueblos nace de que todo el mundo puede libremente y sin miedo hablar mal de ellos, aun en las épocas de su dominación, mientras de los príncipes se habla siempre con gran temor y grandísimas precauciones. N o creo fuera de propósito, ya que el asunto me invita a ello, tra tar en el capítulo siguiente de si se puede confiar más en las alianzas con las repúblicas que en las hechas con los príncipes. CAPÍTULO IX De cómo conviene variar con los tiempos si se quiere tener siempre buena fortuna1 ''' 1 le observado con frecuencia2'7 que la causa del buen o mal éxito de los hombres consiste en acomodar su modo de proceder con el tiempo en que viven,2'8 porque se ve que unos proceden con impetuosidad y otros, con prudencia y circunspección; y como en ambos casos se traspasan los límites convenientes no siguiendo la verdadera vía, en ambos se yerra.2'9 Kl que menos se equivoca y go/.a de más próspera fortuna es quien acomoda sus acciones al tiempo en que vive, ya que siempre se actúa siguiendo la naturaleza. Todo el mundo sabe cuánto distaban la prudencia y circunspección de Fabio Máximo en el mando de su ejército, del ímpetu y audacia ha bituales en los romanos, y su buena suerte hizo que este procedimiento estuviera de acuerdo con aquellos tiempos, porque, llegado a Italia Aníbal, joven y en el goce de los primeros favores de la fortuna, y ha biendo derrotado ya dos veces a los romanos, se encontraba Roma sin sus mejores soldados y muy temerosa de su suerte. Lo mejor que podía sucederle en aquel momento era tener un capitán cuyas precauciones y 2,6 J. M . Forte, «Fortunn, fatalism o, libertad. E l g iro m aquiaveliano», Kndoxa 16 (2002), págs. 16 0 -16 1, señala algunas de las dificultados de este escrito para ar monizarlo con una teoría del «riscontro», aunque él mismo sugiere que la con gruencia es posible o al menos, 110 terminantemente contradictoria. 217 Se refiere principalm ente a Ghiribizzi en N . M aquiavelo, Antología |trad. de M. A. G ranadal, Barcelona, Península, 1987 (en adelante, Ghiribizzi} y a El príncipe, xxv. Bausi insiste en que acom odar (riscontrare) 110 significa «conform ar» sino encontrar conforme. Kstc significado indica que no hay capacidad activa del hom bre de acomodarse a los tiempos, sino que sólo pasivamente y por suerte su modo (Je actuar coincide con los tiempos, ('orno dice Bausi, en realidad, son los tiempos ios que se adaptan a los hombres. 219 Ésos son los dos modos principales de actuación: el impetuoso y el resuelto (impeto), por un lado; el cauto y circunspecto (rispetto), por otro. 542 Discursos sobre la primera década de Tito Livio 543 lentitud de movimientos fueran dique a la impetuosidad del enemigo. Tampoco pudo Fabio encontrar tiempos más adecuados a su carácter, y de aquí su gloriosa fama. Que Fabio obraba así 110 por cálculo, sino por sus condiciones personales, bien lo demuestra su oposición termi nanteal deseo de Escipión de pasar a Africa con aquel ejército para terminar la guerra, por ser esta empresa contraria a sus procedimientos y costumbres militares; y de tener él la dirección absoluta de la guerra, aún estaría Aníbal en Italia, porque Fabio no advertía que el cambio de los tiempos obligaba a cambiar el sistema de guerra. Siendo rey de Roma probablemente hubiese perdido la campaña por no saber acomo dar su conducta a las variaciones de los tiempos; pero había nacido en una república fecunda en hombres de todo genero de caracteres, que tuvo 1111 Fabio, excelente general en el tiempo en que convenía alargar la guerra, y un Escipión cuando llegó el momento de terminarla. Las repúblicas tienen más vida y mejor, y más duradera fortuna que las monarquías, pues pueden acomodarse, a causa de la variedad de genios de sus ciudadanos, a la diversidad de los tiempos, cosa imposible para un príncipe; porque un hombre acostumbrado a pro ceder de cierto modo, no cambia de costumbres, según he dicho, y, cuando los tiempos varían en sentido contrario a sus procedimientos, por necesidad sucumlx:.” “ Pedro Soderini, citado ya varias veces, obraba en todas las cosas con humanidad y paciencia. Él y su patria prosperaron mientras los tiempos se acomodaban a este sistema; pero después vinieron otros en que era necesario prescindir de la humil dad y de la paciencia, y no supo hacerlo, sucumbiendo él y su patria.“ ' Durante todo su pontificado procedió el papa Julio II con furiosa impetuosidad y, favoreciéndole los tiempos, llevó a buen fin todas sus empresas; pero si hubiesen cambiado las circunstancias, exigiendo otro proceder, su ruina fuera inevitable, por serle imposible cambiar de genio y de conducta.2“ Inglese dice que se trata de un poderoso argumento en favor de la superio ridad de las repúblicas sobre los principados, absolutamente ligados al modo de ser de sus gobernantes. Sin embargo, noestá claro si el cambio <le «impulsivos» y «cau tos» se debo a la suerte o a un modo racional de elección. Si el primer caso fuese verdadero, la república tampoco evita completamente la influencia de la fortuna. 211 Ks muy curioso que justo después de hablar de la superioridad adaplativa de la república, Maquiavelo muestre un ejemplo donde ésta fracasa (hay que re cordar cine P. Soderini era un gobernante republicano) y que, de hccho, provoca un cambio progresivo hacia el principado. 121 El personaje de Julio II representa paradigmáticamente en la obra de Ma quiavelo el modo de proceder «impetuoso» que consigue éxito. Se puede formular 544 Discursos sobre la primera década de Tito Livio Dos cosas impiden estos cambios; la imposibilidad de resistir a nuestras inclinaciones naturales y la dificultad de convencerse, cuan do se ha tenido buen éxito con un procedimiento determinado, de la conveniencia de variarlo.-1-'* De aquí las alternativas de la fortuna de un hombre, porque la fortuna cambia con las circunstancias y los hombres no cambian de método. Las repúblicas perecen también por no ajustar sus instituciones a los tiempos, según manifestamos anteriormente; pero tardan más, porque les cuesta más variar, siendo preciso que la variación de tiempos quebrante todas las instituciones, y un hombre solo, cualquiera que sea la mudanza de su conducta, no produce este resultado.2*4 He dicho antes que Fabio Máximo tuvo en jaque a Aníbal, y creo oportuno examinar en el siguiente capítulo si a un general que quiere batallar de cualquier modo con su enemigo, se lo puede impedir éste. la hipótesis de que son las exitosas acciones de Julio II en Perugia las que no sólo llevan a Maquiavelo a escribir los Ghiribizzi, sino también a reflexionar abundan temente sobre este tema. -‘2f Ante una determinación cosmológica tan clara (lino no puede cambiar su modo de proceder), el argumento psicológico parece secundario (uno no cambia tampoco |K>rque con la vieja manera había conseguido éxitos). lil problema es que, según Maquiavelo, ni siquiera si con su vieja manera de ser no hubiera conseguido éxitos, podría cambiar. De hecho, Inglese señala que la razón psicológica no es sino la manifestación de la causa cosmológica. Para Inglese, siguiendo a Sasso, lo mejor de estas páginas estriba en haber racionalizado completamente la acción de la fortuna, rechazando al mismo tiempo la postura de Giovanni Pico della M irán dola del «hombre-camaleón». 114 Si antes se hablaba de la capacidad de adaptación de la república, ahora se muestran también sus límites y se ve cómo anre cambios grandes, la acción de un hombre, el gobernante de la república, no puede devolverla a los viejos órdenes prósperos. Bausi ha señalado que, respecto de la adaptación, la república tiene dos tiempos: el corto plazo y el largo plazo. Si en el corto son superiores al principado, en el largo, su inercia constitucional produce la ruina. Kn cualquier caso, no deja de sorprender que es la misma capacidad de adaptación la que parece superior en unos casos de manera general, y que también de manera general se diga que a las repúblicas les cuesta más variar (¿más que a los principados.3). E l problema está si en el texto de Maquiavelo están los elementos para desarrollar esta interpretación o si, más bien, en este capítulo encontramos dos principios de la república respecto al cambio igualmente generales (sin distinción de tiempo largo y tiempo corto) y contradictorios.
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