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La agresión en las perversiones y en los desordenes de la personalidad - Kerlin Yagual

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Otto F. Kernberg 
LA AGRESIÓN 
EN LAS PERVERSIONES 
Y EN LOS DESÓRDENES 
DE LA PERSONALIDAD 
PAIDÓS 
Buenos Aires 
Barcelona 
México 
ÍNDICE 
Prefacio..... ............................................... .............. ....... ..... 9 
Parte 1 
EL PAPEL DE LOS AFECTOS 
EN LA TEORÍA PSICOANALÍTICA 
l. Nuevas perspectivas de la teoría de las pulsiones .... 15 
2. La psicopatología del odio......... .................................. 45 
Parte II 
ASPECTOS EVOLUTIVOS DE LOS TRASTORNOS 
DE LA PERSONALIDAD DE AMPLIO ESPECTRO 
3. Dimensiones clínicas del masoquismo....................... 67 
4. Los trastornos histérico e histriónico de la 
personalidad.............. ................................... ............... 93 
5. Los trastornos antisocial y narcisista de la 
personalidad................................................................ 117 
Parte III 
APLICACIONES CLÍNICAS DE LA TEORÍA 
DE LAS RELACIONES OBJETALES 
6. La teoría de las relaciones objetales en la práctica 
clínica........................................................................... 147 
7 
r::. ¿.rroque de la transferencia basado en la 
p: :·:0=.:.gia del yo y la teoría de las relaciones 
objetales ......................................... .............................. 173 
8. Un enfoque del cambio estructural basado en la 
psicología del yo y la teoría de las relaciones 
objetales ...................................................... ................. 197 
9. La regresión transferencia] y la técnica 
psicoanalítica con las personalidades infantiles ....... 229 
Parte IV 
ENFOQUES TÉCNICOS DE LA REGRESIÓN GRAVE 
10. Proyección e identificación proyectiva: aspectos 
evolutivos y clínicos . .. .. ... ..... ..... ...... ..... .. .... .... ..... ........ 259 
11. La identificación proyectiva, la contratransferencia 
y el tratamiento hospitalario...................................... 283 
12. La identificación y sus vicisitudes, tal como se las 
observa en las psicosis............................. ................... 311 
13. Las vicisitudes y el placer del odio............................. 339 
14. Las transferencias psicopática, paranoide y 
depresiva .. .................................................. ................. 355 
Parte V 
LA PSICODINÁMICA 
DE LA PERVERSIÓN 
15. La relación de la organización límite de la 
personalidad con las perversiones............... ............... 391 
16. Un marco teórico para el estudio de las 
perversiones sexuales................................................. 417 
17. Un modelo conceptual de la perversión masculina... 439 
Referencias bibliográficas........................... ... .. ................. 465 
Autorizaciones .................................................... ....... ........ 482 
Índice analítico.................................... .. ............................ 485 
8 
PREFACIO 
En este libro presento mis exploraciones más recientes 
sobre la etiología, la naturaleza y el tratamiento de los 
trastornos de la personalidad. Para tales exploraciones es 
esencial comprender la dinámica de la conducta humana 
gravemente patológica. De modo que esta obra se inicia 
con un examen de la teoría psicoanalítica de la motiva-
ción, con un foco particular en la agresión. 
Tomando en cuenta los desarrollos contemporáneos 
del estudio de los afectos, propongo la modificación, pero 
no el abandono, de la teoría freudiana de las pulsiones. 
La modificación que sugiero reconoce el papel fundamen-
tal de los afectos en la organización de las pulsiones y en 
la unificación de los factores neuropsicológicos con las más 
tempranas experiencias interpersonales de la infancia y 
la niñez como determinantes de la formación de la per-
sonalidad. 
A continuación de esa consideración amplia de los 
afectos, pongo un énfasis específico en la agresión, abor-
dando la tarea de aclarar la relación entre la agresión y 
la ira, y entre la ira y el odio. 
Todo mi trabajo se basa en la convicción de que la psi-
copatología de la personalidad está determinada por las 
estructuras psíquicas erigidas bajo el impacto de las expe-
9 
riencias afectivas con los objetos significativos tempranos. 
Esta convicción se refleja en mi énfasis en la necesidad 
de integrar un sistema de diagnóstico basado en la des-
cripción de la conducta, con un enfoque psicodinámico cen-
trado en la formación de la estructura psíquica. A la luz 
de ese enfoque describo varios difundidos trastornos de 
la personalidad. 
En la sección central del libro he puesto al día y expli-
cado detalladamente mi enfoque basado en la psicología 
del yo y la teoría de las relaciones objetales, tal como se 
aplica a la situación clínica. En este contexto, centro la 
atención en las distorsiones específicas de la transferencia 
y la contratransferencia inducidas por la agresión estruc-
turada en la forma del odio crónico y de las defensas 
secundarias contra ese odio. Exploramos el interjuego de 
la difusión de la identidad, la prueba de realidad y los ato-
lladeros del tratamiento, en todo el espectro de los tras-
tornos de la personalidad, desde la organización neurótica 
hasta la psicótica, pasando por la límite. Aplico mis con-
clusiones teóricas acerca de la agresión y el odio a nuevos 
enfoques técnicos de trastornos graves de la personalidad, 
enfoques que van desde el psicoanálisis propiamente dicho 
hasta el tratamiento en un medio hospitalario, pasando 
por la psicoterapia psicoanalítica. 
La sección final del libro aborda las perversiones, 
explorando adicionalmente las implicaciones de la prima-
cía de la naturaleza de la estructura psíquica y la agresión 
en la determinación de la psicopatología. Se delinean la 
psicodinámica de las perversiones y los trastornos de la 
personalidad, tanto en lo que tienen en común como en 
sus diferencias. En esa discusión se subraya la posición 
singular de las homosexualidades en el pensamiento psi-
coanalítico actual. 
10 
Por sus aportes a mis ideas sobre la teoría de las rela-
ciones objetales y la teoría de los afectos, estoy en deuda 
con los doctores Selma Kramer, Rainer Krause, Joseph y 
Anna-Marie Sandler, Ernst y Gertrude Ticho, y el extinto 
John Sutherland. Respecto de las teorías psicoanalíticas 
de la perversión, he sido estimulado y ayudado por los 
doctores Janine Chasseguet-Smirgel, André Green, Joyce 
McDougall y más especialmente por el extinto Robert Sto-
ller. Mi pensamiento sobre el tema del cambio estructural 
se ha beneficiado significativamente de las conversaciones 
con los doctores Mardi Horowitz, Lester Luborsky y 
Robert Wallerstein. 
Tanto en mi trabajo con pacientes como en mis esfuer-
zos por contribuir a las técnicas psicoanalíticas y psico-
terapéuticas, he disfrutado del privilegio de mi fluido diá-
logo profesional con un grupo de buenos amigos y colegas 
de Nueva York, al que pertenecen los doctores Martín y 
María Bergman, Harold Blum, Arnold Cooper, William 
Frosch, William Grossman, Donald Kaplan, Robert 
Michels y Ethel Person, todos los cuales han leído y cri-
ticado pacientemente muchos de los capítulos incluidos en 
este volumen. La doctora Paulina Kernberg, en su rol 
múltiple de psicoanalista, colaboradora profesional y espo-
sa, no sólo ha influido en el contenido de mis escritos sino 
que también debe acreditársele el haber creado el espacio 
que me hizo posible dedicarme a este trabajo. 
La investigación formal de la psicoterapia intensiva 
con pacientes límite constituye el trasfondo de las expli-
caciones teóricas contenidas en el libro. Les debo mucho 
al entusiasmo, la dedicación y la constante revisión crítica 
de nuestra empresa investigadora conjunta de los miem-
bros del Proyecto de Investigación Psicoterapéutica sobre 
los Pacientes Límite del Departamento de Psiquiatría del 
Medica} College de la Universidad de Cornell, y la Divi-
sión Westchester del Hospital de Nueva York, a lo largo 
11 
do todo t.rnbnjo realizado sobre el que informa este volu-
men. Tengo una deuda enorme con losdoctores John Clar-
kin y Harold Koenigsberg, codirectores del mencionado 
proyecto, y con los doctores Ann Appelbaum, Steven 
Bauer, Arthur Carr, Lisa Gornick, Lawrence Rockland, 
Michael Selzer y Frank Yoemans, colegas en este esfuerzo, 
cuya evaluación crítica de las experiencias clínicas en evo-
lución de nuestro grupo han dado forma a mi enfoque de 
problemas técnicos particularmente desafiantes. Aunque 
les agradezco a todos estos colegas el estímulo, las suge-
rencias y las críticas, asumo la responsabilidad personal 
por todas las formulaciones de este libro. 
Aprecio profundamente a Louise Tait y Becky Whipple 
por la inalterable paciencia con que mecanografiaron, 
revisaron, leyeron las pruebas y organizaron las aparen-
temente interminables versiones del original. La infati-
gable atención de la señorita Whipple a todos los peque-
ños detalles del manuscrito nos evitó tropiezos en muchas 
ocasiones. La señora Rosalind Kennedy, mi ayudante 
administrativa, procuró el marco organizativo general que 
me permitió realizar este trabajo en el contexto de mis 
funciones clínicas, académicas y administrativas; ella pro-
tegió el ambiente de trabajo que lo hizo todo posible. 
Este es el segundo libro que he producido con la ayuda 
tanto de mi asesora editorial de muchos años, la señora 
Natalie Altman, como de la asesora principal de la Yale 
University Press, la señora Gladys Topkis. Las dos, res-
petando con tacto mi compromiso con lo que quería decir, 
me ayudaron a expresarlo con la mayor claridad posible. 
Les estoy inmensamente agradecido. 
12 
Parte I 
El papel de los afectos 
en la teoría 
psicoanalítica 
l. NUEVAS PERSPECTIVAS 
DE LA TEORÍA DE LAS PULSIONES 
Marjorie Brierley (1937) fue la primera en señalar una 
extraña paradoja atinente al papel de los afectos en la teo-
ría y la práctica psicoanalíticas. Dijo que los afectos 
desempeñan un papel central en la situación clínica, pero 
uno periférico y ambiguo en la teoría psicoanalítica. Brier-
ley pensaba que aclarar la parte desempeñada por los 
afectos ayudaría a clarificar cuestiones aún irresueltas de 
la teoría de las pulsiones. La paradoja señalada hace 
medio siglo por esta autora parece haber subsistido hasta 
hace poco tiempo. Sólo en los últimos diez años esta situa-
ción comenzó a cambiar. Después de reexaminar la rela-
ción entre los afectos y las pulsiones en la teoría psicoa-
nalítica, incluso las cambiantes teorías de las pulsiones 
y los afectos en Freud y las aportaciones psicoanalíticas 
recientes -entre ellas la mía- relacionadas con estas 
cuestiones, ofrezco una teoría psicoanalítica revisada acer-
ca del tema. A continuación examino la naturaleza de los 
afectos tal como surgen en la situación psicoanalítica, y 
sus distorsiones bajo el impacto de los procesos defensivos. 
Finalmente ofrezco un modelo del desarrollo, basado en 
mi marco conceptual. 
15 
_l ,AS l'U LSIONES Y LOS INSTINTOS 
Aunque Freud pensaba que las pulsiones (a su juicio 
los sistemas psíquicos motivacionales fundamentales) 
tenían fuentes biológicas, reiteradamente subrayó la falta 
de información acerca del proceso que transformaría esas 
fuentes biológicas en motivación psíquica. Concebía la libi-
do, o pulsión sexual, como una organización jerárquica-
mente superior de las pulsiones sexuales parciales de una 
fase evolutiva más temprana. Esta idea armoniza con su 
concepción de las pulsiones como entidades de naturaleza 
psíquica. Según Freud (1905), las pulsiones parciales (ora-
les, anales, voyeuristas, sádicas, etcétera) se integran psi-
cológicamente en el curso del desarrollo y no están fisio-
lógicamente ligadas entre sí. La teoría dual de las 
pulsiones de la sexualidad y la agresión (1920) representa 
su clasificación final de estas entidades como fuentes últi-
mas del conflicto psíquico inconsciente y de la formación 
, de la estructura psíquica. 
( Freud describió las fuentes biológicas de las pulsiones 
( sexuales en concordancia con la excitabilidad de las zonas 
/ erógenas, pero no señaló fuentes biológicas igualmente 
\ específicas y concretas para la agresión. En contraste con 
T-las fuentes fijas de la libido, caracterizó como cambiantes 
l a lo largo del desarrollo psíquico a las metas y los objetos 
-~de las pulsiones, tanto libidinales como agresivas; describió 
la continuidad de las motivaciones sexuales y agresivas en 
una amplia variedad de desarrollos psíquicos complejos. 
( Como lo ha señalado Holder (1970), Freud diferenció 
\ claramente las pulsiones de los instintos. Consideraba las 
L. pulsiones como de nivel superior; eran fuentes de moti-
[ vación constante, y no intermitente. Los instintos, por 
otra parte, eran biológicos, heredados e intermitentes, en 
cuanto los activaba la estimulación psicológica y/o 
ambiental. La libido es una pulsión; el hambre es un ins-
16 
tinto. E_]!_ la concepciQQ_fr_~udia~9-.L}_a,~_ pulsi?E:~~on _l()·~- · 
límites entre lo fís~ggylo . megt~l, como procesos. físicos 
con raíces en la biología; él sostenía (1915b, 1915c) que 
sólo podemos conocerlas a través de sus representantes 
psíquicos: las ideas y los afectos. 
Tanto Rolden como Laplanche y Pontalis (1973, págs. 
214-217) han subrayado la naturaleza puramente psíqui-
ca de la teoría dual de las pulsiones propuesta por Freud, 
y acusado a la traducción de la Standard Edition de haber 
perdido la distinción entre las pulsiones psicológicas y los 
instintos biológicos, al verter con la misma palabra ingle-
sa "instinct" los términos alemanes Instinkt y Trieb. Yo 
añadiría que la traducción de Strachey ha tenido el efecto 
infortunado de vincular demasiado estrechamente el con-
cepto freudiano de la pulsión a la biología, inhibiendo la 
investigación psicoanalítica de la naturaleza de los pro-
cesos mediadores que tienden un puente entre los instin-
tos biológicos y las pulsiones, definidas como motivación 
puramente psíquica. El mismo término "instinto" subraya 
el ámbito biológico de este concepto, y de tal modo desa-
lienta la exploración psicoanalítica de la motivación. En 
mi opinión, el concepto de las pulsiones como sistemas psí-
quicos motivacionales jerárquicamente superiores es váli-
do, y la teoría freudiana de la dualidad de las pulsiones 
es satisfactoria para explicar la motivación. 
Como lo observan adecuadamente Laplanche y Pon-
talis (1973), Freud siempre se refirió a los instintos como 
a pautas de conducta heredadas y discontinuas, que va-
rían poco de un miembro de la especie a otro. Impresiona 
advertir hasta qué punto el concepto freudiano del instin-
to corre paralelo a la teoría moderna del instinto en bio~ 
logía, representada, por ejemplo, por Lorenz (1963), Tin-
bergen (1951) y Wilson (1975). Estos investigadores 
consideran que los instintos son organizaciones jerárqui-
cas de pautas perceptivas, conductuales y comunicativas 
17 
hiol6gic11nwnte determinadas, puestas en marcha por fac-
tores ambientales que activan mecanismos desencadenan-
tes innatos. Este sistema biológico-ambiental es conside-
rado epigenético. Lorenz y Tinbergen demostraron en su 
investigación con animales que la vinculación madurativa 
y evolutiva de las pautas conductuales innatas y discre-
tas, su organización general dentro de un individuo par-
ticular, está muy determinada por la naturaleza de la esti-
mulación ambiental: los instintos jerárquicamentel 
organizados representan la integración de las disposicio- !1 
nes innatas con el aprendizaje determinado por el 
ambiente. Desde este punto de vista, los instintos son sis- j 
temas biológicos motivacionalesjerárquicamente organi- ¡ 
zados. Por lo general se los clasifica siguiendo los linea- j 
mientos de la conducta alimentaria, la conducta de lucha ¡ 
y fuga, el apareamiento y otras dimensiones análogasJ 
Rapaport (1953) describe de qué modo modificó Freud 
su concepción de los afectos a lo largo de los años. Origi-
nalmente (1894) los consideró en gran medida equivalente 
a las pulsiones; en 1915 (1915b, 1915c) los veía como pro-
cesos dedescarga de las pulsiones (sobre todo en sus 
aspectos placientes o dolorosos, psicomotores y neurove-
getativos); finalmente (1926) llegó a verlos como disposi-
ciones innatas (umbrales y canales) del yo. 
A mi juicio, los afectos son estructuras instintivas 
-esto es, pautas psicofisiológicas biológicamente dadas , 
activadas por el desarrollo-. Lo que se organiza para 
constituir las pulsiones agresiva y libidinal descritas por 
Freud es el aspecto psíquico de esas pautas. Desde este 
punto de vista, las pulsiones sexuales parciales son inte-
graciones más limitadas, restringidas, de los estados afec-
tivos correspondientes, y la libido como pulsión es la inte-
gración jerárquicamente superior de ellas -esto es, la 
integración de todos los estados afectivos centrados eró-
ticamente-. En contraste con el modo de ver que aún pre-
18 
valece en el psicoanálisis, según el cual los afectos son sólo 
procesos de descarga, yo los considero estructuras puente 
entre los instintos biológicos y las pulsiones psíquicas. 
Después de una elaboración adicional de mis definiciones 
de los afectos y las emociones, presentaré argumentos en 
respaldo de esta conclusión. 
LOS AFECTOS Y LAS EMOCIONES 
Siguiendo a Brierley (1937) y Jacobson (1953), del 
campo de la clínica psicoanalítica, y a Arnold (1970a, 
1970b), Izard (1978), Knapp (1978) y Emde (1987; Emde 
y otros, 1978), del campo de la investigación empírica 
sobre la conducta afectiva en neuropsicología, yo defino 
los afectos como pautas conductuales psicofisiológicas que 
incluyen una apreciación cognitiva específica, una pauta 
facial específica, una experiencia subjetiva de naturaleza 
placiente y recompensadora o dolorosa y aversiva, y una 
pauta de descarga muscular y neurovegetativa. La pauta 
expresiva facial forma parte de la pauta comunicativa 
general que caracteriza a cada afecto en particular. 
Hoy en día existe acuerdo general en cuanto a que los 
afectos, desde su mismo origen, tienen un aspecto cogni-
tivo, contienen por lo menos una apreciación de la "bon-
dad" o "maldad" de la constelación perceptiva inmediata, 
y esta apreciación, según la formulación de Arnold (1970a, 
1970b), determina una motivación sentida para la acción, 
de aproximación o alejamiento a cierto estímulo o situa-
ción. En contraste con la antigua teoría de James-Lange 
(James 1884; Lange, 1885), según la cual los aspectos sub-
jetivos y cognitivos del afecto siguen a la percepción de los 
fenómenos de descarga musculares y neurovegetativos o 
derivan de ella, y en contraste con la posición derivada 
de Tomkins (1970), de que los aspectos cognitivos y sen-
19 
t.idoH de los afectos siguen a la percepción de su expresión 
facial o derivan de ella, yo }J_i~I!_~_gl!_eJª_~alidad subjetiva ,-:---- . . -· --
clgJ-ª fü:lrnSi?-C:~~~~-~n~i~~ es el núcleo característico de 
cadª __ fil~c_t_~ 
Entiendo que los afectos son primitivos o derivados. 
Los afectos primitivos hacen su aparición dentro de los pri-
meros dos o tres años de vida, y tienen una calidad inten-
sa, global, y un elemento cognitivo difuso, no bien diferen-
ciado. Los afectos derivados son más complejos; consisten 
en combinaciones de afectos primitivos, elaborados cogni-
tivamente. A diferencia de los afectos primitivos, éstos no 
podrían desplegar todos sus componentes originales con 
igual fuerza, y sus aspectos psíquicos gradualmente pasan 
a dominar a los psicofisiológicos y los comunicativos facia-
les. Para todos estos fenómenos complejos reservaría los 
términos "emociones" o "sentimientos". Esta distinción se 
corresponde con las observaciones clínicas acerca de los 
estados afectivos primitivos y los desarrollos emocionales 
complejos en la situación psicoanalítica. 
LOS AFECTOS Y LAS PULSIONES 
En la primera teoría freudiana del afecto, los concep-
tos de afecto y pulsión eran prácticamente intercambia-
bles. En su segunda teoría de los afectos, Freud propuso 
que las pulsiones se manifiestan por medio de represen-
taciones psíquicas o ideas -esto es, expresiones cogniti-
vas de la pulsión- y afectos. Los afectos, postuló Freud, 
son procesos de descarga que pueden llegar a la conciencia 
pero no sufren represión; sólo es reprimida la represen-
tación mental de la pulsión, mientras aparece un recuerdo 
del afecto correspondiente o una disposición a activarlo 
(1915b, 1915c). 
En el psicoanálisis clínico, la idea de que los afectos 
20 
no pueden ser dinámicamente conscientes ha represen-
tado un problema conceptual, y es posible que el énfasis 
excluyente de la segunda teoría de Freud en el aspecto de 
descarga fuera en alguna medida consecuencia de la 
entonces dominante teoría de James-Lange. En todo caso, 
ahora tenemos importantes pruebas neuropsicológicas de 
que los afectos pueden almacenarse en las estructuras 
límbicas del cerebro como memoria afectiva (Arnold, 1984, ---+ 
caps. 11, 12). 
0 
~ 
Si los afectos y las emociones incluyen experiencias ~ 'i<:. 
subjetivas de dolor o placer, y elementos cognitivos y 3 ~J 
expresivo-comunicativos, así como pautas de descarga ~ ~ 
neurovegetativa, y si están presentes --como lo ha demos- -1,. ~ 
trado la investigación con niños (Emde y otros, 1978; ,4f ! 
Izard, 1978; Stern, 1985; Emde, 1987)- desde las prime- · ! . .s;: 
ras semanas y meses de vida, ¿son ellos las fuerzas moti- ,.. (! 
vacionales primarias del de¡:;irrollo ~SÍEfl:ltes'? Si incluyen §-{ 
tanto rasgos cognitivos como afeetivos, ¿qué contiene el F-<? 
concepto más amplio de "pulsión" que no esté contenido 
en el concepto de "afecto"? Freud dio a entender que las 
pulsiones están presentes desde el nacimiento, pero tam-
bién que madur:an y se desarrollan. Podría sostenerse que 
la maduración y el desarrollo de los afectos expresan a las 
pulsiones subyacentes, pero si todas las funciones y mani-
festaciones de las pulsiones pudieran incluirse entre las 
funciones y manifestaciones de los afectos en desarrollo, 
sería difícil sostener el concepto de pulsiones independien-
tes subyacentes en la organización de los afectos. De 
hecho, la transformación de los afectos a lo largo del desa-
rrollo, su integración con relaciones objetales internali-
zadas, su economía general, que en el desarrollo lleva a 
los afectos placientes a erigir la serie libidinal y a los afec-
tos dolorosos a erigir la serie agresiva: todo indica la enor-
me riqueza y complejidad de sus elementos cognitivos y 
también afectivos. 
21 
/~Uf-
~ " Creo que el concepto psicoanalítico o tradicional de los 
~ afectos sólo como procesos de descarga y la idea de que 
g la reducción de la tensión psíquica conduce al placer y su 
--"' incremento al displacer han complicado innecesariamente 
L-1 la comprensión de los afectos en la situación clínica. 
-C Jacobson (1953) llamó la atención sobre el hecho de que 
J los estados de tensión (como la excitación sexual) pueden 
ser placientes, y que los estados de descarga (como la 
angustia) pueden ser displacientes; esta autora llega a la 
conclusión, en acuerdo con Brierley (1937), de que los afec-
tos no son sólo procesos de descarga, sino fenómenos com-
plejos y sostenidos de tensión intrapsíquica. 
También Jacobson ha descripto el modo como los 
aspectos cognitivos de los afectos remiten a su investidura 
de las representaciones del sí-mismo y el objeto, tanto en 
el yo como en el superyó. Ella llegó a la conclusión de que 
las investiduras afectivas de esas representaciones cons-
tituyen las manifestaciones clínicas de las pulsiones. En 
otras palabras, siempre que en la situación clínica se diag-
nostica un derivado de la pulsión -por ejemplo, un impul-
so sexual o agresivo- el paciente invariablemente expe-
rimenta en ese punto una imagen o representación del 
sí-mismo relacionada con una imagen o representación de 
otra persona ("objeto") bajo el impacto del correspondiente 
afecto sexual o agresivo. Y siempre que se explora el esta-
do afectivo de un paciente, se encuentra un aspecto cog-
nitivo, por lo general una relación del sí-mismo con un 
objetobajo el impacto del estado afectivo. Los elementos 
cognitivos de las pulsiones, dice Jacobson, son represen-
tados por las relaciones cognitivas entre el sí-mismo y las 
representaciones objetales, y entre el sí-mismo y los obje-
tos reales. Sandler (Sandler y Rosenblatt, 1962; Sandler 
y Sandler, 1978) llegó a conclusiones análogas respecto de 
la conexión íntima entre los afectos y las relaciones obje-
tales internalizadas. 
22 
Al clarificar la relación entre los afectos y el estado de 
ánimo, Jacobson (1957b) definió este último como una fija-
ción y generalización temporaria de afectos en el mundo 
total de las relaciones objetales internalizadas --es decir, 
la generalización de un estado afectivo en la totalidad del 
sí-mismo y las representaciones objetales del individuo 
durante un lapso limitado-. Los estados de ánimo son 
entonces estados afectivos extendidos pero relativamente 
sojuzgados que, durante cierto tiempo, colorean todo el 
mundo de las relaciones objetal~s irternalizadas. ~ J-~: 
~~ ~ \o ~~ ~ .io' _, 
~,~ ~ . ,,~ r- r'\~ 
. Et AFECTO Y EL OBJETO U 
Prop~go que el desarrollo afectivo temprano se bru;a 
en una fijación directa, en forma de memoria afectiva, de 
las relaciones objetales tempranas imbuidas de afecto. Por 
cierto, las obras de Emde, Izard y Stern indican por igual 
la función central de las relaciones objetales en la acti-
vación de los afectos. 
Los diferentes estados afectivos relacionados con el~ 
mismo objeto se activan bajo el dominio de diversas tareas 
evolutivas y pautas conductuales instintivas biológica-
mente activadas. La variedad de los estados afectivos diri-
gidos hacia el mismo objeto puede proporcionar una expli-
cación económica del modo como los afectos se ligan y 
transforman en una serie motivacional superior, que se 
convierte en la pulsión sexual o agresiva; Por ejemplo, las 
estimulaciones orales placientes de la lactancia y la esti-
mulación anal placiente de la educación de esfinteres pue-
den generar un recuerdo condensado de interacciones pla-
cientes con la madre, vinculando los desarrollos 
libidinales oral y anal. En contraste, la reacción de ira 
ante las frustraciones durante el período oral y las luchas 
de poder durante el período anal pueden vincular estados 
23 
~~ 
~t 
'>-" 
¡; -r 
afectivos agresivos consonantes, integrando de tal modo 
la pulsión agresiva. Además, la intensa investidura afec-
tiva positiva de la madre durante la etapa de práctica de 
la separación-individuación puede vincularse más tarde 
a un anhelo de ella imbuido de sexo, derivado de la acti-
vación de sentimientos generales en la etapa edípica del 
desarrollo. En general, los afectos de la excitación sexual 
y la ira pueden considerarse, respectivamente, los afectos 
organizadores centrales de la libido y la agresión. 
Si consideramos que los afectos son los bloques cons-
tructivos psicobiológicos primarios de las pulsiones y los 
más primitivos sistemas motivacionales, aún nos queda 
por explicar de qué modo se organizan en sistemas pul-
sionales jerárquicos superiores. ¿Por qué no decir que los 
afectos primarios en sí son los sistemas motivacionales? 
A mi juicio, existe una multitud de combinaciones y trans-
formaciones secundarias complejas de los afectos, de modo 
que una teoría de la motivación basada en ellos, y no en 
dos pulsiones básicas, sería compleja y clínicamente insa-
tisfactoria. También creo que la organización e integración 
inconsciente de la experiencia temprana determinada 
afectivamente asume un nivel más alto de organización 
motivacional que el representado por los estados afectivos 
per se. Tenemos que postular una organización motiva-
cional que haga justicia a la integración compleja de todos 
los desarrollos afectivos en relación con los objetos paren-
tales. 
El esfuerzo por reemplazar la teoría de las pulsiones 
y los afectos por una teoría del apego o de las relaciones 
objetales que rechace el concepto de pulsión, conduce a 
una simplificación de la vida intrapsíquica, al subrayar 
sólo los elementos positivos o libidinales del apego y 
pasar por alto la organización inconsciente de la agresión. 
Aunque en teoría esto no debería ser inevitable, en la 
práctica los teóricos de las relaciones objetales que han 
24 
rechazado la teoría de las pulsiones a mi juicio también 
han omitido gravemente los aspectos motivacionales de 
la agresión. 
EL AFECTO Y LAS FUERZAS INTRAPSÍQUICAS 
Por todas estas razones, pienso que no debemos reem-
plazar una teoría de las pulsiones por una teoría de los 
afectos o una teoría de la motivación basada en las rela-
ciones objetales. Me parece sumamente razonable consi-
derar el afecto como el vínculo entre componentes instin-
tivos biológicamente determinados, por una parte, y la 
organización intrapsíquica de las pulsiones generales, por 
la otra. La correspondencia de las series de los estados 
afectivos recompensadores y aversivos con las dos líneas 
de la libido y la agresión, tiene sentido desde el punto de 
vista clínico y también desde el punto de vista teórico. 
El concepto de los afectos como bloques constructivos 
de las pulsiones resuelve a mi entender algunos proble-
mas persistentes en la teoría psicoanalítica de la pulsión. 
Amplía el concepto de zona erógena como fuente de libido, 
extendiéndolo a la consideración general de todas las fun-
ciones y zonas corporales fisiológicamente activadas que 
participan en las interacciones afectivamente investidas 
del infante y el niño con la madre. Entre esa§ ~s 
en an e pasaje e a preocupación por las funciones 
corporales a la preocupación por las funci · le 
las actuacio 1 concepto que propongo también 
proporciona los eslabones faltantes dentro de la teoría psi-
coanalítica entre las "fuentes" de las interacciones infante-
madre investidas agresivamente, la función "zonal" del 
rechazo agresivo de la ingestión oral, el control anal, las 
luchas físicas directas de poder asociadas a las rabietas, 
y así sucesivamente. Estoy proponiendo que son las rela-
25 
ciones objetales investidas afectivamente las que energi-
zan las "zonas" fisiológicas. 
El ello, según este concepto de la relación entre las 
pulsiones y los afectos, consiste en relaciones objetales 
internalizadas intensamente agresivas o sexualizadas. La 
condensación y el desplazamiento, característicos de los 
contenidos del ello, reflejan la vinculación de las repre-
sentaciones imbuidas de afecto del sí-mismo y el objeto 
que tienen una similar valencia positiva o negativa, cons-
tituyendo de tal modo las correspondientes series agre-
siva, libidinal y, más tarde, combinada. 
Mi propuesta nos permite hacer justicia al ingreso bio-
lógicamente determinado de nuevas experiencias afecti-
vas a lo largo de la vida. Entre ellas se encuentra la acti-
vación de una intensa excitación sexual durante la 
adolescencia, cuando los estados afectivos coloreados eró-
ticamente se integran con la excitación genital y con las 
emociones y fantasías con carga erótica derivadas de la 
etapa edípica del desarrollo. En otras palabras, la inten-
sificación de las pulsiones (tanto libidinales como agresi-
vas) en las diversas etapas de la vida está determinada 
por la incorporación de nuevos estados afectivos, activados 
psicofisiológicamente, a sistemas afectivos preexistentes, 
organizados jerárquicamente. 
Más en general, una vez que la organización de las 
pulsiones se ha consolidado como sistema motivacional 
jerárquico superior, cualquier particular activación de las 
pulsiones en el contexto del conflicto intrapsíquico es 
representada por la activación de un estado afectivo 
correspondiente. Este estado afectivo incluye relación 
objetal, internalizada, básicamente una particular repre-
sentación del sí-mismo que se vincula a una particular 
representación del objeto bajo la influencia de un parti-
cular afecto. La relación recíproca de roles del sí-mismo 
y el objeto, enmarcada por el afecto, se expresa por lo 
26 
general como una fantasía o a etenciconcreta En sín-
esis, los afectos se convierten en las . eñales o represen-
tantes· de las pulsiones, así como en sus bloques construc 
ti vos. 
~-11~ta concepción, si bien contrasta con la segunda teo-
ría freudiana del afecto, está en consonancia con la pri-
mera y tercera teoría de Freud: con la primera, al vincular 
afectos y pulsiones; con la tercera, por subrayar la dispo-
sición innata a los afectos que caracteriza a la matriz ori-
ginal yo-ello. 
~ •)\1\~~\o\j l:J"'(I' i ~fl»~ ~.tr~) ~L 
IV'\ QC.YllciV'!) "-e 11\~te)<WoM\ et\ ~ti!,-~ 1 ~ dtr, VI f~O~ 
LOS AFECTOS EN LA SITUACION PSICOANALIT¡CA J.. 
l~~ r'lk''~'!l c).~~b '1 '.)J ~lc\co ~ce~~ Y\ ,1.-\v~ r 
Después de haber expuesto una teoría del desarrollo 
de las pulsiones, vuelvo a las manifestaciones clínicas de 
los afectos para apuntalar las sugerencias de Brierle¿: y 
Jacobson en cuanto a que en la clínica siempre trabaja:rll'Os-
con afectos o emociones, y a que los afectos son estructu-
ras intraysíguicas complejas -no simplemente procesos 
de desca_ura. 
La situación psicoanalítica proporciona un modo úni-
, ~ ~ .f" co en su género de explorar todo tipo de afecto, desde los J ¿¡-=?: primitivos (como la ira o la excitación sexual) hasta los 
5. Q id 1 coi_:ipuestos, .diferenciados cognitivamente. Según lo han 
. t't senalado Bnerley (1937) y Jacobson (1953), los afectos 
i Í ~ incluyen una experiencia básica subjetivamente placien-
~· r s te o dolorosa. Las experiencias subjetivas de placer y '(] . t dolor, por lo general, pero no siempre, son diferenciadas 
~
_a. entre sí. 
~ Los afectos difieren tanto cuantitativa como cualita-
<..¡. tivamente: la intensidad de las experiencias subjetivas 
\) . 
~ varía, como usualmente se lo puede observar en las pau-
$ ... ~ Ir' tas fisiológicas de descarga y/o la conducta psicomotriz. 'Jt ~ La conducta del paciente sirve también para comunicar 
./ 27 
r ~ 
~e,\-~~~~~ 
... 
su experiencia subjetiva al analista. Por cierto, las fun-
ciones comunicativas de los afectos son centrales en la 
transferencia, le permiten al analista experimentar empa-
tía con la experiencia del paciente y responder (interna-
mente) a ella en términos emocionales. El contenido idea-
cional de los afectos es importante en relación con la 
exploración psicoanalítica de todos ellos, particularmente 
los primitivos, que pueden darle la impresión inicial de 
estar casi des rovistos de contenido cognitivo.tLa explo-
rac10n psicoanalítica de las tormentas a ec iv s intensas 
en los pacientes en regresión, a mi juicio demuestra sis-
temáticamente que no existe un afecto "puro", sin conte-
nido cognitivo. 
oana-
lítica no sólo tie¡;¡,g¡;¡ siempre contenido cognitivo, sino que 
~demás - es un descubrimiento crucial-
presentan siemnre un aspecto de relación o ~etal; es ecir 
que expresan una relación entre un aspecto del sí-mismo 
del paciente-y ',ni aspect;;' de una u otra de sus repre;n-
t!!,ciones objetales :Por otra parte, en la situación psico-
analítica el afecto refleja o complementa una relación 
objetal interna reactivada. En la transferencia, el estado 
afectivo recapitula la relación objetal pasada significativa 
del paciente. Por cierto, todas las actualizaciones de una 
relación objeta! en la transferencia contienen también un 
cierto estado afectivo. 
LAS DISTORSIONES DEFENSIVAS 
La manifestación de las configuraciones de impulso/ 
defensa en la situación psicoanalítica puede conceptua~ 
lizarse como la activación de ciertas relaciones objetales 
en conflicto. Un lado de la configuración es defensivo; el 
otro refleja el del impulso o derivado pulsional. El sufrí-
28 
ef'di, .({) '.X'°' +cc-\.,dc?,, 
'() 
O-
miento masoquista ·de una paciente histérica que experi-
menta al analista como frustrante y punitivo, puede servir 
de defensa contra la excitación sexual, las fantasías y los 
impulsos edípicos positivos subyacentes de la paciente: la 
mezcla de tristeza, ira y autocompasión quizá refleje un 
estado afectivo de función defensiva, dirigido contra la 
excitación sexual reprimida. De hecho, clínicamente 
hablando, siempre que señalamos el empleo defensivo de 
una pulsión contra otra, en realidad nos referimos a la 
función defensiva de un a 
Pero el proceso defensivo en sí a menudo c ur el 
estado afectivo. Por ejemplo, el paciente puede reprimir 
los aspectos cognitivos del afecto, su experiencia subjetiva, 
o todo, salvo los aspectos psicomotores. Cuando el estado 
afectivo sufre una fragmentación, la relación objeta! pre-
dominante en la transferencia queda interferida, y se 
oscurece la conciencia que el paciente tiene de su propia 
experiencia subjetiva, con lo cual también se desbarata 
la ca acidad del analista para la comprensión empática. 
Imaginemos, por ejemplo, que escuc amos os pensamien-
tos sexuales de un paciente obsesivo, sin sus cualidades 
afectivas, de excitación sexual, que quedan reprimidas, o 
que escuchamos la tormenta afectiva intensa y dramática 
de una paciente histérica, que oscurece el contenido cog-
nitivo de la experiencia, o que un paciente narcisista nos 
habla en lo que parece un tono altamente emocional, 
mientras su conducta total transmite la ausencia o inac-
cesibilidad de cualquier comunicación emocional. Esta 
disociación de los diversos componentes del afecto al ser-
vicio de la defensa puede dar la impresión de que la expe-
riencia subjetiva de los afectos está separada de sus 
aspectos cognitivos, conductuales y comunicativos, sobre 
todo en las etapas iniciales del tratamiento o cuando la 
resistencia es fuerte. 
Esta disociación defensiva parece ilustrar la tradicio-
R~~" ~ \ ... \~.~ ck> ~'"bci-. º n~.~-\e &.. .Jocr--r-.J; 
t.r.KJ,~f'\ -b Gv-r.r) -\..U Je 29\h'c& ell"OC~ 
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nal idea psicológica de que el afecto, la percepción, la cog-
. nición y la acción son funciones separadas del yo. Pero 
cuando se penetra en esas operaciones defensivas y gra-
dualmente salen a la luz las capas más profundas de la 
experiencia intrapsíquica del paciente, el psicoanalista 
encuentra la integración de los diversos componentes de 
los afectos. Cuando la naturaleza del conflicto inconscien-
te que se desarrolla en la transferencia está en el lado pri-
mitivo, los afectos aparecen en su plenitud y centrados en 
una experiencia subjetiva, pero con un complemento com-
pleto de aspectos cognitivos, fisiológicos, conductuales y 
comunicativos, y expresando una relación específica entre 
el sí-mismo del paciente y la correspondiente represen-
tación objeta! en la transferencia. 
Estas observaciones confirman las recientes investi-
gaciones neuropsicológicas sobre los afectos, que contra-
dicen la idea tradicional de que los afectos, la cognición, 
la conducta comunicativa y las relaciones objetales se 
desarrollan por separado (Emde y otros, 1978; Hoffman, 
1978; Izard, 1978; Plutchik, 1980; Plutchik y Kellerman, 
1983; Stern, 1985; Emde, 1987). De modo que los afectos 
pueden verse como estructuras psíquicas complejas, indi-
solublemente ligadas a las apreciaciones cognitivas que 
tiene el individuo de su situación inmediata; además con-
tienen una valencia positiva o negativa respecto de la 
relación del sujeto con el objeto de la experiencia parti-
cular. Por lo tfil>to, Jos afectos, a causa de su componente 
~,i.~ tienen un aspecto motivaciüñal. 
· En este punto es pertinente la definición que da 
Arnold (1970a, 1970b) de las emociones: dice que son una 
tendencia sentida a la acción, basada en la apreciación. 
En este contexto, esas "emociones" corresponden a lo que 
yo denomino "afecto". (Como ya lo he dicho antes en este 
capítulo, prefiero reservar la palabra "emoción" para los 
afectos con contenidos cognitivos altamente diferenciados 
r"~ ~ f,~ ~'VW-i ~e d.t.'\o-~c\\,, M--~ 
t 30 
y componentes psicomotores y/o neurovegetativos relati-
vamente leves o moderados.) Arnold estipula dos factores 
constitutivos de la emoción: uno estático (la apreciación) 
y otro dinámico (el impulso a acercarsea lo que se a@_ecia 
. ~ bn@no, o a alejarse delo que se ap:I=ecia..c.omo ma]Q). 
Si la obra de Arnold refleja una tendencia general de la 
investigación neuropsicológica contemporánea sobre los 
afectos -como yo creo que lo hace-, esta tendencia con-
cuerda notablemente con los descubrimientos clínicos 
sobre los afectos realizados en la situación psicoanalítica 
según los han expuesto Brierley (1937) y Jacobson (1953). 
LOS ORÍGENES DE LA FANTASÍA 
Y LOS ESTADOS AFECTIVOS CUMBRE 
Cuando en la transferencia se activan es a os a ec 1-
vos intensos, se recuerda una relación objeta} pasada, con-
cordantemente gratificadora o frustrante, acompañada 
por el esfuerzo de reactivar esa relación ob'eta si fue a-
tificante o de huir de ella si fue dolorosa e hecho, este 
proceso de yuxtaposición I ustra el origen de la fantasía, 
es decir, la yuxtaposición de un estado evocado recordado 
con un estado futuro deseado en el contexto de una per-
cepción presente que activa el deseo de cambio. La forma-
ción de la fantasía refleja entonces la simultaneidad del 
pasado, el presente y el futuro característica del ello, 
depredando la percatación y aceptación de las imposicio-
nes objetivas espacio-temporales que caracterizan al yo 
diferenciado (Jaques, 1982). 
De la integración primordial del recuerdo afectivo pri-
mitivo que vincula estados afectivos cumbre "totalmente 
buenos" o "totalmente malos", proviene el desarrollo de 
fantasías específicas impregnadas de apetencia, que vin-
culan el sí-mismo y el objeto y son características de la 
31 
fantasía incorn1cíente. Los estados afectivos cumbre se 
producen en conexión con experiencias altamente de-
seables (placientes) o indeseables (dolorosas) que motivan 
un deseo intenso de, respectivamente, recobrar o evitar 
experiencia ivas análo as. stos deseos expresados 
orno apetencias inconscientes concretas constituyen el 
epertorio motivacional del ello. "Deseo" [desire] expresa 
un impulso motivacional más general que "apetencia" 
wish]: podríamos decir que el deseo inconsciente se expre 
sa en apetencias concretas. La fantasía inconsciente s 
/centra en apetencias que expresan en términos concreto ' 
{el deseo, y en última instancia, las pulsion_~§,_.J~,== ­
t-- Las experiencias afectivas cumbre pueden facilitar la 
internalización de las relaciones objetales primitivas orga-
nizadas a lo largo del eje de las recompensadoras (o total-
mente buenas) y las aversivas (o totalmente malas).12!- On...,'ft, 
otras palabras, la experiencia del sí-mismo y el objeto, ··r· 
cuando el infante se encuentra en un estado afectivo cum-
bre, adquiere una intensidad que facilita el establecimien-
to de estructuras mnémicas afectivas. Originalmente, en 
esas internalizaciones, las representaciones del sí-mismo 
y el objeto no están aún diferenciadas entre sí. Las repre-
sentaciones totalmente buenas del objeto y el sí-mismo, 
fusionadas, indiferenciadas o condensadas, se separan de 
las representaciones totalmente malas del objeto y el sí-
mismo, también fusionadas, indiferenciadas o condensa-
das. Estas primitivas estructuras intrapsíquicas de la eta-
pa simbiótica del desarrollo (Mahler y Furer, 1968) 
corresponderían tanto al inicio de la formación estructural 
de relaciones objetales internalizadas como al principio 
de la organización general de las pulsiones libidinal y 
agresiva. Al mismo tiempo, la internaliza~.ión de las rela-
ciones objetales también representa el origen de la estruc-
tura tripartita: las relaciones objetales internalizadas y 
su correspondiente investidura afectiva constituyen las 
32 
subestructuras del yo, el ello y el superyó. A mi juicio, las 
características estructurales asociadas con el ello se basan 
en una combinación de varios factores: la naturaleza 
primitiva difusa y abrumadora del recuerdo afectivo tem-
prano derivado de los afectos cumbre y las relaciones obje-
tales internalizadas. correspondientes; la calidad indife-
renciada de la subjetividad y la conciencia tempranas, y 
la naturaleza rudimentaria de las funciones simbólicas en 
el proceso de condensación del pasado, el presente y el 
"futuro" evocado en la formación de la fantasía temprana. 
~os. estados afectivos pueden tener consecuencias evo-
lutivas muy diferentes. Los moderados contribuyen direc-
tamente al desarrollo del yo. La interacción madre-infante 
en paralelo con el aprenfuaje en condiciones de estados 
afectivos leves o moderados podría establecer estructuras 
mnémicas que reflejaran relaciones más discriminativas 
y eficaces con el ambiente psicosocial inmediato. 
LOS AFECTOS Y LA EXPERIENCIA SUBJETIVA TEMPRANA 
¿Qué pruebas demuestran que la exhibición por el 
infante de sus afectos significa que tiene una percatación 
subjetiva de dolor o placer? Esta pregunta implícitamente 
objeta que haya subjetividad temprana, experiencia 
intrapsíquica temprana anterior al desarrollo de la capa-
cidad lingüística y activación temprana de los sistemas 
motivacionales intrapsíquicos. El estudio de los estados 
de tensión en los infantes (por ejemplo, la observación del 
ritmo cardíaco) a continuación de la presentación de estí-
mulos que activan afectos, indica modificaciones de la ten-
sión, que crece o se reduce según sean las consecuencias 
cognitivas del estímulo. En otras palabras, estamos empe-
zando a ,encontrar pruebas de un aumento o reducción de 
la tensión intrapsíquica antes de la época en la que las 
33 
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pautas afectivas de expresión y descarga se vuelven apa-
rentes (Sroufe, 1979; Sroufe y otros, 197 4). 
También existen pruebas de que los centros del dien-
céfalo que median la experiencia de las cualidades aver-
sivas o recompensadoras de la percepción están totalmen-
te maduros en el momento del nacimiento, lo que brinda 
respaldo al supuesto de una capacidad temprana para 
experimentar placer y dolor. Además está la sorprenden-
temente temprana capacidad del infante para la diferen-
ciación cognitiva, que sugiere también un potencial para 
las diferenciaciones afectivas. Parece razonable suponer 
que un infante de tres meses es capaz de experimentar 
emociones y de dar muestras conductuales de placer, ira 
y decepción (Izard, 1978), tema éste desarrollado con gran 
extensión por; Plutchik y Kellerman (19832... 
Los progresos recientes de la observación de las inte-
racciones infante-madre (Stern, 1977, 1985) indican la 
activación, en las primeras semanas de vida, de la capa-
cidad para discriminar propiedades pertenecientes a la 
madre, ~ qrn~ SQ ia:fier.e_gue el infante está "preprogra-
~ado" para Elm-J3ezO:T-a-dar furma a Qsquemas claros de sí 
:mismo y los.otros En otras palabras, el potencial cogni--
tivo de los infantes es mucho más refinado que lo que tra-
dicionalmente se supuso, y lo mismo vale respecto de su 
conducta afectiva. 
La conducta afectiva influye considerablemente en la 
relación del infante con la madre, desde el nacimiento 
(Izard, 1978; Izard y Buechler, 1979).~na función bioló-
gica central de las pautas afectivas innatas (con sus mani-
festaciones conductuales, comunicativas y psicofisiológi-
cas) consiste en dar señal de las necesidades del infante 
al ambiente (la persona que realiza el quehacer materno), 
y de tal modo iniciar la comunicación entre el infante y 
la madre que sign~ >omienzo de la vida intrapsíquica 
(Emde y otros, 1978) · as investigaciones recientes nos 
34 
han sorprendido al describir un alto grado de diferencia-
ción en las comunicaciones infante-madre, desde muy 
temprano (Hoffman, 1978). La teorización neuropsicoló-
gica da ahora por sentado que la memoria afectiva está 
almacenada en el córtex límbico; como lo indican los expe-
rimentos de estimulación directa del cerebro, esto permite 
la reactivación de no sólo los aspectos cognitivos de la 
experiencia pasada sino también los aspectos afecfuos, 
en particular la coloración subjetiva, afectiva, de esa expe-
riencia (Arnold, 1970a). He propuesto antes que los a-rec-
tos, operando como el sistema motivacionalmás tempra-
no, están íntimamente vinculados a la fijación por la 
memoria de un mundo internalizado de relaciones obje-
tales (Kernberg, 1976). 
En cuanto la teorización neuropsicológica actual sobre 
la naturaleza de los afectos implica que su calidad sub-
jetiva (básicamente, placer y dolor) es un rasgo central 
que integra los aspectos psicofisiológicos, conductuales y 
comunicativos, y en la medida en que desde las primeras 
semanas de vida se pueden observar aspectos conductua-
les, cognitivos y psicofisiológicos del afecto, parece razo-
nable suponer que la capacidad para la experiencia sub-
jetiva del placer y el dolor existe desde muy temprano-'1:le 
hecho, dado que los esquemas afectivos, así como los per-
ceptuales y motores, operan desde el nacimiento, se puede 
suponer que la experiencia subjetiva del placer y el dolor 
(subjetividad) constituye la primera etapa de la conciencia 
y, por la misma razón, también la primera etapa del desa-
rrollo del sí-mis~ 
Los enunciados de Piaget en cuanto a que "nunca se 
ven estados afectivos que no tengan ningún elemento cog-
nitivo, ni tampoco se encuentran conductas totalmente 
cognitivas", y a que "la afectividad desempeñaría el papel 
de una fuente de energía de la que depende el funciona-
miento pero no las estructuras de la inteligencia" (1954, 
35 
pág. 5), probablemente reflejen principios por lo general 
aceptados del funcionamiento psicológico. Ya he sostenido 
en este capítulo que la subjetividad afectiva, la experien-
cia primordial del sí-mismo, ayuda a integrar -en la for-
ma de memoria afectiva- las experiencias perceptuales, 
conductuales e interaccionales, y también los esquemas 
afectivos en sí, particularmente cuando el infante se 
encuentra en un estado afectivo extremadamente placien- ,. 
te o displaciente (estado afectivo cumbre) que maximiza 
su atención y su alerta. 
También sería razonable suponer que ese ensamble 
de las estructuras mnémicas durante los estados afecti-
vos cumbre puede estimular las actividades simbólicas 
más primitivas, en cuanto un elemento de esas conste-
laciones efectivas cumbre representa a toda la constela-
ción. Una luz encendida en una habitación, por ejemplo, 
representa la presencia de la madre que alimenta, inclu-
so antes que esta última sea percibida. Se podría discutir 
sobre el punto en que la asociación simple y los reflejos 
condicionados se transforman en pensamiento simbiótico 
-en el sentido de que un elemento representa a toda una ·¡ 
constelación de experiencia fuera del eslabonamiento 
rígido de las asociaciones condicionadas- pero, en todo 
caso, parece razonable suponer que la función simbólica 
más antigua -es decir, la representación activa de una 
secuencia completa por uno de sus elementos, fuera de 
la cadena asociativa rígida- aparece precjsamente en 
tales condiciones. 
De modo que los estados afectivos cumbre constitui-
rían las condiciones en que la subjetividad puramente 
afectiva se transforma en una actividad mental con fun-
ciones simbólicas, clínicamente representada por estruc-
turas mnémicas imbuidas afectivamente de las relaciones 
placientes del infante y la madre, en las cuales las repre-
sentaciones del sí-mismo y los objetos, a pesar de sus 
36 
·, 
' l 
esquemas cognitivos innatos altamente diferenciados, 
están todavía indiferenciadas. Las estructuras mnémicas 
afectivas derivadas de los estados afectivos cumbre, pla-
cientes o dolorosos, en los que las representaciones del sí-
mismo y el objeto están también indiferenciadas, se desa-
rrollarían separadas. 
Las estructuras mnémicas adquiridas durante los 
estados afectivos cumbre serán muy distintas de las 
adquiridas durante los estados afectivos tranquilos o 
quiescentes, de bajo nivel. Cuando el infante se encuentra 
en uno de estos últimos estados, las estructuras mnémicas 
establecidas serán en gran medida de naturaleza cogni-
tiva, discriminativa, y contribuirán directamente al desa-
rrollo del yo. De modo que el aprendizaje común se pro-
duce en condiciones en las que se centra en la situación 
y las tareas inmediatas, con poca distorsión derivada de 
la excitación afectiva, sin que lo interfiera ningún 
mecanismo de defensa. Esas estructuras mnémicas cons-
tituyen -podríamos decir- los precursores tempranos 
del funcionamiento más especializado y adaptativo del yo: 
las estructuras de la "autonomía primaria" de la concien-
cia temprana, que se integran gradualmente en las 
estructuras mnémicas afectivas y también realizan un 
aporte a las etapas ulteriores de integración de la concien-
cia total. 
En contraste, las experiencias afectivas cumbre faci-
litan la internalización de las relaciones objetales primi-
tivas a lo largo de los ejes de los objetos recompensadores 
(o totalmente buenos) y los aversivos (o totalmente malos). 
Las experiencias del sí-mismo y el objeto bajo la influencia 
de una activación afectiva extrema adquieren una inten-
sidad que facilita el establecimiento de estructuras mné-
micas afectivamente impregnadas. Estas estructuras 
mnémicas afectivas, como esencia de las representaciones 
del sí-mismo y el objeto en el contexto de una experiencia 
37 
,j 1 
1 
,1 
.¡ 
1, 
afectiva cumbre específica, son las estructuras intrapsí-
quicas más tempranas de la etapa simbiótica del desarro-
llo (Mahler y Furer, 1968). Ellas signan el inicio de las 
relaciones objetales internalizadas y también de la orga-
nización de las pulsiones libidinal y agresiva. 
De modo que estoy postulando una primera etapa de 
conciencia caracterizada por estados afectivos cumbre y 
el inicio de la simbolización. Esta etapa temprana tiene 
rasgos esencialmente subjetivos y no puede considerarse 
correspondiente a los datos que indican la capacidad tem-
prana para la diferenciación de modelos opuestos, capa-
cidad que presumiblemente pone de manifiesto potencia-
les "preprogramados" óptimamente observables en 
condiciones experimentales caracterizadas por disposicio-
nes afectivas moderadas. La subjetividad implica expe-
rimentar, y la experiencia debe ser lógicamente máxima 
en las condiciones del afecto cumbre. La subjetividad tam-
bién implica pensar, y por lo tanto requiere, como mínimo, 
la manipulación de &ímbolos. Postulo que ese mínimo 
implica una ruptura con la cadena rígida de las asocia-
ciones condicionadas. 
Quizá tenga una importancia particular en este pun-
to el desarrollo gradual de dos series paralelas de carac-
terísticas fantaseadas de ese mundo simbiótico como 
"totalmente bueno" y "totalmente malo": el placer vin-
culado a la presencia de la madre nutricia "buena" está 
en agudo contraste con el dolor relacionado con la madre 
"mala", cuando el infante es frustrado, perturbado o 
enfurecido. Por la misma razón, la transformación de las 
experiencias dolorosas en la imagen simbólica de un 
indiferenciado "madre mala/sí-mismo malo" obviamente 
contiene un elemento de fantasía que trasciende el 
carácter realista de las representaciones del objeto/sí-
mismo "bueno". El material de fantasía original de lo 
que más tarde se convierte en el inconsciente reprimido 
38 
puede reflejar un predominio de la imaginería y los afec-
tos agresivos. 
La experiencia subjetiva en los estados afectivos cum-
bre podría iniciar la construcción de un mundo interno 
que gradualmente se separa en una capa profunda de 
imaginería fantástica vinculada a las relaciones objetales 
adquiridas durante los estados cumbre, y una capa más 
superficial que "infiltra" las percepciones cognitivamente 
más realistas de la realidad externa, esta última consti-
tuida en estados comunes de afecto de bajo nivel cuando 
el infante realiza la exploración alerta de sus alrededores. 
Finalmente, la formación de símbolos y la organización 
afectiva de la realidad también se desarrollaría en esta 
capa superficial de la percepción, transformando la orga-
nización innata de la percepción en información manipu-
lada simbólicamente: es decir que el "pensamiento cons-
ciente", el origen del pensamiento deproceso secundario, 
se despliega sobre la superficie de la capa profunda. 
El inconsciente dinámico incluye originalmente esta-
dos inaceptables de autopercatación bajo la influencia de 
relaciones investidas agresivamente con representaciones 
de objeto análogamente percibidas por medio de operacio-
nes defensivas primitivas, particularmente la identifica-
ción proyectiva. Los estados afectivos cumbre tempranos 
que resultan de la frustración, activan fantasías primi-
tivas de "objetos" frustrantes representados por experien-
cias sensoperceptivas que también vienen a simbolizar 
esfuerzos tendientes a "expulsar" esos objetos intolerables 
y las apetencias iracundas de destruirlos, junto con la 
transformación de la experiencia de la frustración en la 
fantasía de ser atacado y puesto en peligro. La represión 
de las experiencias afectivas cumbre de naturaleza pla-
ciente -particularmente de estados de excitación sexual 
relacionados con fantasías inaceptables que involucran a 
los objetos parentales- sigue a las más tempranas ape-
39 
tencias y fantasías agresivas del inconsciente dinámico. 
Las defensas inconscientes vinculadas a las fantasías pri-
mitivas y las defensas ulteriores que refuerzan secunda-
riamente la represión, finalmente "encapsulan" la capa 
más profunda, inconsciente, de las relaciones objetales 
investidas agresiva y libidinalmente: el ello. 
En la medida en que las más tempranas experiencias 
afectivas cumbre placientes de una representación indi-
ferenciada del sí-mismo y el objeto en la condición de una 
relación objeta! totalmente buena pueden considerarse 
una experiencia nuclear del sí-mismo, la percatación del 
sí-mismo y los otros también está íntimamente conectada 
en la zona de la experiencia del sí-mismo que se incorpo-
rará a las funciones y las estructuras yoicas. Aunque las 
experiencias afectivamente moderadas pueden en adelan-
te fomentar el relevamiento de zonas de diferenciación 
entre el sí-mismo y los objetos, tanto en el yo temprano 
como en el ello hay arraigado un núcleo de experiencias 
primitivas fusionadas o indiferenciadas. 
De modo que las experiencias afectivas cumbre origi-, 
nan una estructura nuclear de la intersubjetividad, tanto 
en la identificación más antigua con un objeto de amor 
(una "identificación introyectiva") como en la más antigua 
identificación con un objeto de odio en la "periferia" de la 
experiencia del sí-mismo (una "identificación proyectiva"), 
que más tarde es disociada, proyectada con más eficacia 
y finalmente reprimida. 
La intersubjetividad, esté incorporada en la experien-
cia del sí-mismo o sea rechazada por medio de mecanis-
mos proyectivos, es por lo tanto un aspecto inseparable 
del desarrollo de la identidad normal. También el psico-
analista, por medio de la "identificación concordante" -es 
decir, la empatía con la experiencia subjetiva central del 
paciente- y la "identificación complementaria" -es decir, 
la empatía con lo que el paciente no puede tolerar dentro 
40 
de sí y activa por medio de la identificación proyectiva-, 
llega a diagnosticar el mundo de las relaciones objetales 
internalizadas del paciente, que forman parte de su iden-
tidad yoica. 
La experiencia subjetiva del sí-mismo, con sus aspec-
tos componentes de autoconciencia o autorreflejo, su sen• 
tido de continuidad subjetiva, longitudinal y transversal, 
y su sentido de la responsabilidad por sus acciones, es 
más que una fantasía subjetiva. Constituye una estruc-
tura intrapsíquica, un marco estable, dinámicamente 
determinado, internamente coherente, para la organiza-
ción de la experiencia psíquica y el control conductual. Es 
un canal para diversas funciones psíquicas que se actua-
lizan de ese modo, una subestructura del yo que gradual-
mente adquiere funciones superiores dentro de él. Repre-
senta una estructura intrapsíquica del más alto orden, 
cuya naturaleza es confirmada por sus consecuencias con-
ductuales, su expresión en las formaciones caracterológi-
cas y su profundidad humana y su compromiso moral en 
las relaciones con los otros. 
Las defensas empujan el inconsciente dinámico a 
zonas cada vez más profundas del aparato psíquico, desa-
rrollo que culmina con el establecimiento de barreras 
represivas que simultáneamente significan el rechazo 
recíproco y la consolidación del yo y el ello. El inconsciente 
dinámico del paciente neurótico y la persona normal es 
el producto final de una prolongada evolución del funcio-
namiento psíquico, dentro del cual las cualidades de la 
conciencia y del inconsciente dinámico están más estre-
chamente entrelazadas que lo que podría pensarse sobre 
la base de la observación. Pero la erupción del inconscien-
te dinámico en la conciencia no está reservada a pacientes 
con una patología severa del carácter o con psicosis. La 
conducta interpersonal en pequeños grupos no estructu-
rados, y en mayor medida en grupos no estructurados 
41 
l 
gr1111du1-1 , que temporariamente eliminan o desdibujan las 
l'u11ciorw::; <le rol sociales comunes, puede activar, a veces 
de manera aterradora, los contenidos primitivos de lo 
reprimido en la forma de fantasías y conductas compar-
tidas por todo el grupo. Esto conduce a la cuestión de la 
naturaleza básica de las fuerzas motivacionales del 
inconsciente dinámico, y a la teoría psicoanalítica de las 
pulsione,r. -. , ~ 
Lo ·11lt' '"3:!'cY'\ \b .b- ~~"· ~!:) . . . ~-t ffCtttt. 
(}J v-<Yc1 "'º 'e- ~-\-'.'l~CG " ~~'ltt\ ; C~ t.s\~ 'to!, 
' 'flt\'J'JY-~ M\A~ ~ ~1 , )~?tM '1 M,lt:t>t OFt~ 
~t.i ORIGEN Y ESTRUCTURA DE LAS PULSió'NJ~S 
COMO FUERZAS MOTIVACIONALES 
A mi juicio, los afectos son el sistema motivacional pri-
mario, en cuanto están en el centro de cada una de las 
infinitas experiencias concretas gratificantes y frustrantes 
que tiene el infante con su ambiente. Los afectos vinculan 
las series de representaciones indiferenciadas del 
objeto/sí-mismo, de modo que gradualmente se construye 
un mundo complejo de relaciones objetales internalizadas, 
algunas coloreadas por el placer y otras por el displacer. -
Pero incluso mientras los afectos eslabonan las relaciones 
objetales internalizadas en dos series paralelas de expe-
riencias gratificantes y frustrantes, también se transfor-
man las relaciones objetales "buenas" y "malas" interna-
lizadas en sí mismas. El afecto predominante de amor u 
odio de cada una de las dos series de relaciones objetales 
internalizadas se enriquece y atempera, y se vuelve cada 
vez más complejo. 
Finalmente, la relación interna del infante con la 
madre bajo el signo del "amor" es más que la suma de una 
cantidad finita de concretos estados afectivos. Lo mismo 
vale para el odio. El amor y el odio se convierten entonces 
en estructuras intrapsíquicas estables, en el sentido de 
que son dos marcos estables, con coherencia interior, diná-
42 
micamente determinados, para la organización de la expe-
riencia psíquica y el control conductual en la continuidad 
genética a través de las diversas etapas del desarrollo. Por 
medio de esa misma continuidad, se consolidan como libi-
do y agresión. La libido y la agresión, a su turno, se con-
vierte:(l en sistemas motivacionales jerárquicamente supe-
riores, expresados en una multitud de disposiciones 
afectivas diferenciadas en diferentes circunstancias. Los 
afectos son los bloques contructivos, o constituyentes, de 
las pulsiones; finalmente adquieren una función de señal 
para la activación de las pulsiones. 
Una vez más, es preciso subrayar que las pulsiones 
son puestas de manifiesto no sólo por los afectos sino tam-
bién por la activación de relaciones cbjetales específicas, 
que incluyen un afecto y en las cuales la pulsión es repre-
sentada por un deseo o una apetencia específicos. La fan-
tasía inconsciente -la más importante es la de carácter 
edípico- incluye una apetencia específica dirigida hacia 
un objeto. La apetencia deriva de la pulsión y es más pre-
cisa que el estado afectivo: ésta es una razón más para 
rechazar una concepciónque haría de los afectos (y no de 
las pulsiones) el sistema motivacional jerárquicamente 
superior. 
43 
2. LA PSICOPATOLOGÍA DEL ODIO 
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Después de haber presentado una teoría general de los _J-~J-
afectos como estructuras constitutivas de las pulsiones,- ~ °' 
ahora abordaremos un afecto específico que ocupa una --{ 
posición central de la conducta humana. Me refiero al f ~ 
odio, el afecto nuclear de condiciones psicopatológicas gra- ~ r-g 
ves, trastornos de la personalidad particularmente seve- 6r6 '-' ' 
ros, perversiones y psicosis funcionales. El odio deriva de o ,,, ....9 
la ira, el afecto primario en torno al cual se arracima la ,J6 ¡X ]¿_ - .) 
pulsión de la agresión; en la psicopatología severa, el odio é§f ~ 
puede convertirse en algo prevaleciente y abrumador, diri- -;-f 
gido tanto contra el sí-mismo como contra los otros. Es un b 2~ 
afecto complejo que puede convertirse en el componente~ 
principal de la pulsión agresiva, dejando en la sombra a--i._oj. 
otros afectos agresivos universalmente presentes, como ~ Y~ 
la envidia o la aversión. ·. ;f 
En las páginas que siguen, nos concentramos sobre .. ~ "6.-
todo en las vicisitudes evolutivas de la ira, que conducen o;'oj 
al predominio del odio en ciertos pacientes con patología i!· 
caracterológica grave, de lo que también resulta el domi- ~ ~ 
nio de este último afecto en la transferencia. Esto permite ,, "1 
la exploración psicoanalítica del odio, pero también le pre- ·f{( 
senta desafíos formidables al analista, que debe resolver :i0 ~ 
Ll g 
45 
A. 'f. -1> Áfc·-:k F-; ley-.:..> , 
A'NJ\º~°' r-1) \¡o r-.Jl> pj,IJ) cÁ 4> {)r¡kc.:,1(!/\ . + 1 ...,_.,.~ • 
7 f"'f a psicopatología correspondiente en la transferencia. Las 
formulaciones que siguen se basan, por un lado, en el 
vínculo que existe entre la patología de las relaciones 
madre-infante en infantes de alto riesgo y el desarrollo 
de una agresión excesiva en esos infantes (Massie, 1977; 
Gaensbauer y Sands, 1979; Call, 1980; Roiphe y Galen-
son, 1981; Fraiberg, 1983; Galenson, 1986; Osofsky, 1988) 
y, por otra parte, en la psicopatología de la agresión exce-
siva en la transferencia, en pacientes con organizaciones 
límite [borderline] de la personalidad y trastornos narci-
sista y antisocial de la personalidad (Winnicott, 1949; 
Bion, 1957a, 1959, 1970; A. Green, 1977; Moser, 1978; 
Ogden, 1979; Krause, 1988; Krause y Lutolf, 1988; Gross-
man, 1991). Las observaciones de la regresión extrema en 
pacientes que presentan un predominio del odio en la 
transferencia constituyen la fuente principal de las for-
mulaciones siguientes. . 
V tü ~ Xl,I . ;:). ~ ·-k., ~. ~1 -b,. C:\~ 111:?°..-k. 'f ~/ .11-te~ t. 
\M.rlk ,;;,.. <~l;J.;'fo\~ 1.\i.,~7 ~re¡~. L.:¡~\c' 10'-f~ VI -ei\ rv-<e 
1.! 1 A. \V vd~ O'- '.).! -:¡vrc\ol'OMVlil\l' V.F-''V\, 
LA IRA 
Clínicamente, el estado afectivo básico que caracteriza 
la activación de la agresión en la transferencia es la ira. 
La irritación es un afecto agresivo leve, que indica el 
potencial para las reacciones de ira, y en la forma crónica 
se presenta como irritabilidad. La ira es un afecto más 
intenso que la irritación, por lo general más diferenciado 
en su contenido cognitivo y en la naturaleza de la relación 
objeta} activada. Una reacción de ira total -su naturaleza 
abrumadora, su carácter difuso, su "desdibujamiento" de 
los contenidos cognitivos específicos y de las correspon-
dientes relaciones objetales- puede transmitir la idea 
errónea de que éste es un afecto primitivo "puro". Sin 
embargo, en términos clínicos, el análisis de las reacciones 
de ira-como de otros estados afectivos intensos- siem-
b 'º -1 L • h~.-... ~ tvi'h uJ.cJ.. cki <31'*' ~ t:k~. ~ 
(.!) v~\~ '}a/\:p~w k o ... ~.-':! ~ 
6~~ , w~ j:Jb l\,,,_\~c.- l'V-v 
't.""~ f C°'"'¡_........... Vc\•wt"~ 
(: ., p ~(11 J._''"'"''*" ,A. \; 0v ' . 
pre revela una subyacente fantasía consciente o incons-
ciente que incluye una relación específica entre un aspecto 
del sí-mismo y un aspecto de un otro significativo. 
La investigación con infantes documenta la aparición 
temprana de la ira como afecto, y su función prjm,prdial: --·¡¡'.lf~ una fuente de dolor o irritación. U na función evo-
lutiva ulterior de la ira es ~á't un obstáculo a la gra-
tificación; su función biológica original -emitir una señal 
al cuidador para que facilite la eliminación de algo que 
irrita- se convierte entonces en un llamado más focali-
zado para que el cuidador restaure un estado deseado de 
gratificación. En las fantasías inconscientes que se desa-
rrollan en torno a las reacciones de ira, ésta significa tan-
to la activación de una relación objetal totalmente mala 
como el deseo de eliminarla y restaurar una totalmente 
buena. En una etapa evolutiva posterior, las reacciones 
de ira pueden funcionar como esfuerzos desesperados ten~ 
dientes a restaurar una sensación de autonomía ante 
situaciones altamente frustrantes percibidas inconscien-
temente como la activación amenazante de relaciones 
objetales totalmente malas, persecutorias. Una violenta 
afirmación de la voluntad restaura un estado de equilibrio 
narcisista; este acto de autoafirmación representa una 
identificación inconsciente con un objeto idealizado (total-
mente bueno). 
En la clínica, la intensidad de los afectos agresiy.os 
-irritación, cólera, ira- se correlaciona aproximadamen-
te con su función psicológica: afirmar la autonomía, eli-
minar un obstáculo o barrera a un grado dese,ad.o de, satis-
facción, eliminar o destruir una fuente de dofof o 
frustración profundos. Pero la psicopatología de la agre-
sión no se limita a la intensidad y la frecuencia de los ata-
ques de ira. El más severo y dominante de los afectos que 
en conjunto constituyen la agresión como pulsió!l ~? ,~l 
complejo o elaborado afecto del odio. A:·rnedida 'q,Úej}~ªªt . 
1C!O- D<... fwY'~ \e&u\c \"1 ~ \o- ~~~ /i) ~ 
< <liá.cl~ ·"} ej N\€.J(>. \~ n-_,4 ~~·~ ~ \J· \ ~ 
n;:.v,<;:.._ , ~ ..,\o <: • ' . 4~~\~~· <i?,,\;•v~~L_3~ 
~\.{ ~ ll/I f\f)Pp ~ <.V~r'\r( \ . \'1) 'í\ 
rnos do los desarrollos transferenciales de pacientes con 
orguniiación neurótica de la personalidad a los desarrollos 
transferenciales de pacientes con organización límite de 
la personalidad, en particular los que padecen una pato-
logía narcisista grave y rasgos antisociales, enfrentamos 
cada vez más no sólo accesos de ira en la transf erencia¡I 
sino también el odio, acom~ñado por ciertas típicas 
expresiones caracterológicas secundarias de este afecto, 
y por defensas para no percatarse de su existencia . 
. EL ODIO 
El odio es un afecto agresivo complejo. En contraste 
con el carácter agudo de las reacciones de ira y los aspec-
tos cognitivos que varían coJ!l facilidad en la cólera y la ira, 
él aspecto cognitivo del odio es crónico y estable.~ El odio 
también presenta un anclaje caracterológico que incluye 
racionalizaciones poderosas y las correspondientes distor~ 
siones. del funcionamiento del yo y el sup~~- ¡.~ .. meta. 
primal'~a de alguien consumido ~or e.l odio ~s de,struir su 
.0bjeto,.;µn objeto específico.de l~~~rt~as,ía ~~·co1ªscie~te.,iy 
tambié.n sus derivados co.n.s.cient.eEJ.;. enielfo.n.do, eLobjeto 
.es necesit;¡j.,do y deseado, y su destruc(:!ión es, igualrnen.te 
~ecesaria y deseada. La comprensión de esta paradoja 
eStá en el centro de la investigación psicoanalítica de este 
afecto. El odio no es siempre patológico: como respuesta 
a un peligro real, objetivo, de destrucción física o psico-
lógica, a una amenaza a la supervivencia de uno mismo 
y de sus seres queridos, el odio es una elaboración normal 
de la ira, que apunta a eliminar ese peligro. Pero el odio 
suele estar penetrado e i.ntensificado por motivaciones 
inconsciente~, como en la \~úse¡µed.a deveI1gaJ!lza~ ,cuando 
es una predisposición caracteroIÓgica crónica, siempre 
refleja la psicopatología de la agresión. 
48 
Una forma extrema de odio exige la eliminación físi-
ca del objeto,y puede expresarse en el asesinato o en 
una desvalorización del objeto que quizá se generalice 
como una destrucción simbólica de todos los objetos -es 
decir, de todas las relaciones potenciales con los otros 
significativos-; en la clínica, esto puede observarse en 
las estructuras antisociales de la personalidad. Esta for-
ma de odio a veces sa expresa en el suicidio, en el cual 
se identifica al sí-mismo como el objeto odiado, y la 
autoeliminación es el único modo de destruir también 
el objeto. 
En la clínica, algunos pacientes con síndrome de nar-
cisismo maligno (personalidad narcisista, agresión egosin-
tónica, tendencias paranoides y antisociales) y transferen-
cias "psicopáticas" (el engaño como rasgo transferencia! 
dominante) a veces intentan sistemáticamente explotar, 
destruir, castrar simbólicamente o deshumanizar a los 
otros significativos (incluso el terapeuta) en una medida 
que desafía los esfuerzos del terapeuta por proteger o 
recobrar alguna isla de relación objeta! idealizada primi-
tiva, totalmente buena. Al mismo tiempo, quizá parezca 
que la transferencia está notablemente exenta de agresión 
abierta, domina la escena un engaño crónico y la búsque-
da de un estado del sí-mismo primitivo, totalmente bueno, 
que elimine todos los objetos -por ejemplo, mediante el 
alcohol o las drogas, y a través de esfüerzos inconscientes 
y conscientes tendientes a reclutar al terapeuta en la 
explotación o destrucción de los otros-. La resistencia del 
terapeuta a esa destrucción o corrupción difusa, genera-
lizada, de todo lo que sea valioso, puede ser experimen-
tada por el paciente (en virtud de mecanismos proyecti-
vos) como un ataque brutal, lo cual lleva a la emergencia 
de ira y odio directos en la transferencia; presenciamos 
la transformación de una transferencia "psicopática" en 
una transferencia "paranoide" (véase el capítulo 14). Para-
49 
dójicamente, esta transformación ofrece una vislumbre de 
esperanza con estos pacientes. 
Un grado menos grave de odio se expresa en las ten-
dencias y apetencias sádicas; el paciente tiene un deseo 
-f l consciente o inconsciente de hacer sufrir al objeto, con una 
· t~:1' sensación de profundo goce consciente o inconsciente por 
,.~' . ese sufrimiento. El sadismo puede tomar la forma de una 
<.\ ..( ' perversión sexual con un daño físico real infligido al objeto 
~ o bien formar parte del síndrome del narcisismo maligno, 
?j,....,: la estructura sadomasoquista de la personalidad o, a 
é~ veces, una forma intelectualizada, racionalizada, de cruel-
'~ dad, que incluye apetencias de humillar al objeto. En con-
1 .-~ traste con la forma anterior, más abarcativa, del odio, el 
k, sadismo se caracteriza por la apetencia no de eliminar 
.i·· C. sino de mantener la relación con el objeto odiado, como 
~ -¡ representación de una relación objetal entre un agente 
'~ ~ sádico y una víctima paralizada. El deseo de infligir dolor 
~4 . 
... ·• y el placer que se experimenta al hacerlo son centrales en 
~.;i. este caso, y representan una condensación implícita de la 
:., ~ agresión y la excitación libidinal en la inducción de ese 
< . .Je 
s:-:.::. sufrimiento. 
Una forma aún más moderada del odio se centra en 
~ el deseo de dominar al objeto, en una búsqueda de poder 
Ji sobre él, que puede incluir componentes sádicos, pero en 
-e\'] la cual los ataques al objeto tienden a quedar autolimi-
2' tados por la sumisión de éste y su reconfirmación implí-
'.~ ,y cita de la libertad y la autonomía del sujeto. Predominan 
los componentes anales-sádicos sobre los orales-agresivos 
más primitivos, que encontramos en las formas más gra-
ves del odio; la afirmación de la superioridad jerárquica 
y la "territorialidad" en las interacciones sociales, y los 
aspectos agresivos de los procesos en los grupos pequeños 
y grandes, son las manifestaciones más frecuentes de este 
nivel más moderado del odio. 
Finalmente, en quienes tienen una integración super-
50 
~ 
.J 
.i 
• 
yoica relativamente normal y una organización neurótica 
de la personalidad con una estructura tripartita bien dife-
renciada, el odio puede tomar la forma de una identifica-
ción racionalizada con un superyó estricto y punitivo, de 
la afirmación agresiva de sistemas morales idiosincrásicos 
pero bien racionalizados, de la indignación justificada, y 
de niveles primitivos de compromiso con ideologías vin-
dicativas. Desde luego, en este nivel el odio tiende un 
puente hacia las funciones sublimatorias de la afirmación 
agresiva valerosa al servicio del compromiso con ideales 
y sistemas éticos. 
En este nivel de integración, por lo general existe tam-
bién una tendencia al odio autodirigido, en la forma de 
crueldad del superyó; clínicamente, vemos un potencial 
de transformación de las transferencias, que pasan de ser 
del tipo "paranoide" al primer tipo "depresivo" más avan-
zado. Las estructuras masoquista y sadomasoquista de la 
personalidad y las constelaciones neuróticas mixtas que 
incluyen rasgos paranoides, masoquistas y sádicos, pue-
den experimentar cambios relativamente súbitos entre la 
regresión transferencia! depresiva y la paranoide. En con-
traste, en los niveles más graves de psicopatología, la 
transferencia es abrumadoramente paranoide, salvo cuan-
do las transferencias psicopáticas defienden al paciente 
de las paranoides. 
En la transferencia de los pacientes del segundo nivel 
de la patología, los que por lo menos tienen una apetencia 
de preservar al objeto odiado, se puede observar todo el 
espectro de los componentes afectivos y caracterológicos 
del odio. La cronicidad, la estabilidad y el anclaje carac-
terológico del odio hacen juego con el deseo de infligirle 
dolor al objeto, con el sadismo caracterológico, y a veces 
sexual, y con la crueldad. 
El odio primitivo también toma la forma de un esfuer-
zo tendiente a destruir el potencial para una relación 
51 
humana gratificante y para aprender algo de valor en esa 
interacción (véase el capítulo 13). Creo que a esta nece-
sidad de destruir la realidad y la comunicación de las rela-
ciones íntimas subyace una envidia inconsciente y cons-
ciente respecto del objeto, en particular cuando éste no 
está dominado desde dentro por un odio similar. 
Fue Melanie Klein (1957) quien primero señaló la 
envidia al objeto bueno como una característica significa-
tiva de los pacientes con psicopatología narcisista grave. 
Esa envidia se complica con la necesidad que tiene el 
paciente de destruir la advertencia que él hace de ella, por 
el terror de que salga a luz el salvajismo de su odio a lo 
que, en el fondo, él valora en el objeto. Detrás de la envi-
dia al objeto y de la necesidad de destruir todo lo bueno 
que pueda surgir de los contactos con él, hay una identi-
ficación inconsciente con el objeto originalmente odiado 
-y necesitado-. La envidia puede considerarse fuente 
de una forma primitiva de odio, íntimamente vinculada 
a la agresión oral, la codicia y la voracidad, y también una 
complicación del odio, derivada de la fijación al trauma. 
En la superficie, el odio al objeto envidiado inconscien-
temente (y conscientemente) suele racionalizarse como 
miedo al potencial destructivo del objeto, un miedo que 
deriva de la agresión real infligida por los objetos esen-
cialmente necesitados del pasado del paciente (en pacien-
tes que han padecido traumas severos) y de la proyección 
de su propia ira y odio. 
El síndrome del narcisismo maligno suele estar acom-
pañado por la tendencia a conductas crónicas y potencial-
mente graves de automutilación y suicidas no depresivas. 
La automutilación, por lo general, refleja Una identifica-
ción inconsciente con un objeto odioso y odiado. El odio y 
la incapacidad para tolerar la comunicación con el objeto 
pueden proteger al paciente de lo que de otro modo sur-
giría como una combinación de ataques crueles al objeto, 
52 
1 
miedos paranoides a ese objeto, y una agresión autodiri~ 
gida por la identificación con el objeto. 
En la clínica,

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