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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES “Lo étnico” desde un abordaje relacional: el caso mixteco T E S I S QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE: Licenciada en sociología P R E S E N T A : Silvia Tajonar García DIRECTOR DE TESIS: Dr. Héctor Vera Ciudad Universitaria, Cd.Mx., 2018. UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Esta investigación forma parte del programa Etnografía de las regiones indígenas de México, auspiciado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, a través de la Coordinación Nacional de Antropología. Agradecimientos Este trabajo no hubiera sido posible sin el apoyo incondicional de todas las personas maravillosas que me rodean. Quiero comenzar agradeciendo a mis padres y a mis hermanas por estar siempre a mi lado, apoyándome de todas las formas posibles. Sepan que son lo más importante para mí. A Beto por su amor, por estar siempre, en las buenas y en las malas. Mención destacada para Héctor, mi director, a quien agradezco sus enseñanzas y su paciencia. Al Instituto Nacional de Antropología e Historia y a mis colegas del equipo Oaxaca, en especial a Polo por su apoyo en la realización de éste y otros proyectos. Quiero agradecer a Cristina Masferrer, quien también ha sido lectora de esta tesis, y cuyos comentarios y observaciones la enriquecieron enormemente. A mis lectores: Edgar, Isabel y Rosa María, gracias. El diálogo con cada uno de ustedes me permitió mejorar el trabajo que presento. A los habitantes de la Mixteca Alta, quienes siempre me brindaron su amistad y apertura, gracias por compartir sus vidas conmigo. A mis queridas amigas y amigos que me acompañaron durante la carrera y que permanecen. Índice Introducción ......................................................................................................................... 1 Capítulo 1. Abordajes relacionales: debates y consensos en teoría social ............................................ 6 1.1 Un estilo de teorizar: las relaciones como punto de partida .............................. 7 1.2 Sobre el estatus ontológico de las relaciones ................................................... 14 1.3 Individuos interdependientes/trans-actores...................................................... 16 1.4 Sobre los grupos............................................................................................... 20 1.5 Sobre el contexto ............................................................................................. 24 1.6 Sobre las explicaciones. Alcances. .................................................................. 25 1.7 Discusión sobre métodos, herramientas y aplicaciones ................................... 33 1.8 Aplicaciones prácticas de análisis relacional ................................................... 38 1.9 En búsqueda de nuevos lenguajes .................................................................... 40 1.10 Sobre el concepto de “cultura” en clave relacional ....................................... 42 1.11 La idea de “raza” vista desde el ámbito cultural ............................................ 46 1.12 Sobre la noción de “comunidad” y de “comunidad indígena”....................... 49 Capítulo 2. Lo étnico como asunto de abordaje sociológico: entre categorías y relaciones ............... 54 2.1 Los múltiples participantes en las disputas por los significados de las categorías ......................................................................................................... 55 2.2 México no siempre fue una nación multicultural ............................................ 63 2.3 Transformaciones históricas en las formas de entender “lo indígena” ............ 70 2.4 La construcción de la “nación” y las transformaciones de “lo indígena” ........ 78 2.5 Comentarios finales: de lo “indio” a lo “étnico” ............................................. 95 Capítulo 3. La Mixteca y los mixtecos como producto de sus interdependencias .............................. 99 3.1 Sobre la región Mixteca ................................................................................. 100 3.2 La Mixteca como producto histórico de relaciones cambiantes: época prehispánica ......................................................................................... 106 3.3 Articulaciones económico-productivas y transformaciones sociales y políticas en la Mixteca durante la Conquista y Colonia ............................................... 113 3.4 Población de origen africano en la Mixteca durante el periodo colonial ....... 122 3.5 El siglo XIX: la Mixteca frente al naciente Estado mexicano ....................... 125 3.6 La Mixteca en el siglo XX: entre la elevada degradación medioambiental y la migración pronunciada............................................................................ 132 3.7 La larga historia de migraciones de los pueblos mixtecos............................. 136 3.8 Notas etnográficas sobre las interdependencias mixtecas ............................. 138 3.9 Comentarios finales ....................................................................................... 140 Conclusiones .................................................................................................................... 143 Bibliografía ..................................................................................................................... 150 Anexos ............................................................................................................................. 164 1 Introducción Existe consenso sobre que la “región Mixteca” se sitúa en los estados de Oaxaca, Guerrero y Puebla. Las estimaciones sobre su extensión varían: van desde los 12 900 km 2 propuestos por Margarita Dalton (1990) hasta los 40 000 km 2 propuestos por Barbro Dahlgren (1990a), pasando por los 18 759 km 2 que propone Miguel Bartolomé (1999). A ello se suma un factor adicional: la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) documenta que hay población mixteca en otros estados de la república mexicana: la Ciudad de México, el Estado de México, Baja California, Sinaloa y Sonora (CDI, 2006:82). Por otra parte, Sylvia Escárcega y Stefano Varese (2004), retomando el trabajo de Michael Kearney, refieren que debido a la migración mixteca hacia Estados Unidos ha surgido un nuevo espacio político trasnacional, al que se suele llamar “Oaxacalifornia”. Entonces, ¿dónde está la Mixteca?, y ¿a qué se deben tantas discrepancias en su delimitación? Se podría pensar que es consecuencia del uso de diferentes criterios para regionalizar. Pero, ¿y si las “fronteras” de algo así como un “ámbito espacial mixteco” fueran mucho más fluidas y, por ende, difíciles de capturar con precisión? Ésta es una de las cuestiones de las que se ocupa el presente escrito. Con el conteo de población indígena en nuestro país se presenta una situación semejante: de acuerdo con la encuesta intercensal llevada a cabo por el INEGI en 2015, en México, del total de 121 millones de personas, 7.2 millones son “indígenas”, cifra que representa 6.6% de la población mayor de cinco años. El criterio con el que se determinó esta cifra fue la “condición” de hablar alguna lengua indígena. Sin embargo, cuando se empleó el criterio de “autoadscripción”, es decir, si la persona se considera a sí misma “indígena”, la cifra de población indígena se elevó a 25.7 millones, equivalente al 21.5% de la población mexicana. Por otra parte, la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) usa un criterio diferente para hacer estimaciones sobre la población indígena: la pertenencia a un “hogar indígena”. Ello quiere decir que se contabiliza como “indígena” a todas las personas que habiten un hogar donde algún miembro de la familia (cónyuge, madre, padre, abuelos, bisabuelos) haya declarado hablar una lengua indígena. Este criterio arroja un total de 2 aproximadamente 12 millones de personas (10.1% de la población mexicana), de los cuales 4.6 millones no hablan ninguna lengua indígena. Hay diferencias notables entre las estimaciones del INEGI y las de la CDI en relación con la cantidad de habitantes indígenas de nuestro país. De nuevo, se podría pensar que se trata de una consecuencia lógica del uso de diferentes criterios (hablar una lengua indígena, la autoadscripción indígena y la pertenencia a un hogar indígena) pero que los pobladores indígenas “están ahí”, esperando a ser apropiadamente identificados y contabilizados, y que sólo debemos encontrar un criterio más adecuado para cuantificarlos. Sin embargo, ¿y si tales variaciones en la magnitud de la población indígena no fueran atribuibles solamente a la “inexactitud” de los mecanismos de cuantificación? Lo que habría que preguntarse es si es posible identificar y cuantificar con exactitud a “lo indígena”. Tal aspiración se basa en la premisa de que “lo indígena” existe física y tangiblemente en la realidad social, y que, con las herramientas adecuadas, podremos identificarlo plenamente. A esta premisa la podemos calificar como una concepción “sustancialista”: la creencia de que detrás del sustantivo hay una entidad con existencia material que ha permanecido inmutable con el correr de los años. El campo de estudios sobre “lo étnico” está inundado de concepciones sustancialistas: los documentos jurídicos y académicos suelen postular a un “tipo ideal indígena” con el que después se contrasta a los habitantes de carne y hueso clasificados bajo tal rubro. Cuando alguno de los pobladores “indígenas” no se reconoce en ese tipo ideal, o deja de vestirse de la forma “tradicional”, o decide migrar, es común escuchar que “se está perdiendo su cultura”. Adicionalmente, la noción dominante actual sobre “lo étnico”, asociada a la presencia de características culturales, no siempre fue la concepción imperante ni la más difundida. Éste es otro de los temas que conciernen al presente trabajo: las disputas en torno al significado de lo “indígena”, así como los procesos mediante los cuales tales significados se establecen y se difunden. Para hacer el análisis de los procesos de construcción de “lo étnico”, partimos de las premisas de lo que en ciencias sociales se conoce como “enfoque relacional”. Una caracterización de este estilo de investigación se presenta en el primer capítulo. En términos generales, podemos decir que este enfoque está constituido por un abanico de estrategias de investigación que tienen en común la apuesta por tomar a las relaciones estructuradas de 3 actores sociales como punto de partida para el análisis social. Al hacer énfasis en las cadenas de interdependencias que ligan a unos actores con otros, los analistas relacionales aspiran a superar la dicotomía “individuo/sociedad” que toma a estos dos planos de la vida social como si fueran irreconciliables. Los abordajes relacionales pretenden desmarcarse de las posturas sustancialistas, en las cuales el punto de partida para construir explicaciones está dado por las “cualidades” o “atributos” de los actores sociales, sin dar justa importancia a sus interdependencias. Por ejemplo, una forma sustancialista de proceder en el análisis de los procesos étnicos sería: identificar a los actores étnicos, definir las características que los hacen étnicos, y posteriormente elaborar explicaciones en función de ello. El gran problema de esta forma de proceder es que no tiene espacio para el cambio y la procesualidad de la vida social. Los analistas relacionales afirman que la vida social es un continuo e incesante cambio, que sí atestigua estabilidad, regularidades y consistencias, pero se proponen dar cuenta de ello (lo estable, lo permanente), en vez de partir de que todo es estable y que de pronto, cambia. Este proceso de cambio incesante que atraviesan los actores sociales interdependientes es la razón por la cual nunca encontraremos una definición precisa y única para identificar a los actores “étnicos”. Así, desde una mirada relacional, la preocupación no está en elaborar definiciones precisas y absolutas para encasillar a los actores sociales, sino en las formas en que nuestras interrelaciones nos modelan en diferentes momentos. Es preciso aclarar que de ninguna manera se trata de negar la desbordante diversidad cultural de nuestro país, sino de mostrarla en su historicidad, como un proceso dinámico y cambiante. En el segundo capítulo se exponen las formas en que históricamente se ha hablado sobre “lo étnico” en México. Así, se presenta una revisión de las formas de pensar y construir “lo étnico” desde la llegada de los españoles a tierras americanas hasta la época actual. A través de la recuperación de debates clave, así como de los actores que participaron en ellos, se muestra a “lo étnico” como producto de diversas disputas simbólicas en diferentes periodos históricos, y no como una cualidad inherente a los actores sociales clasificados bajo tal etiqueta. De esta manera, no buscamos en los actores sociales las características que los definen como sujetos étnicos, sino que ponemos la mira en los procesos de instalación y rutinización de las categorías sociales (como “indígena”). En este 4 campo, los procesos de clasificación y cuantificación estatales son sometidos a escrutinio, más que tomados como fuentes de información. Aplicar los presupuestos del análisis relacional al estudio de “lo étnico” –ejercicio que se puede realizar con cualquier otro proceso de clasificación que esté mediado por la asignación de categorías a los actores sociales– permite mostrar que “lo étnico” no se define solamente por las características de ciertos individuos o grupos, sino que también implica procesos de construcción y disputa de significados en diversos ámbitos, tales como la academia, el gobierno, los medios de comunicación, y los propios poblados indígenas. Así, en el presente trabajo sostenemos que “lo étnico” constituye un campo de disputa simbólica, y no una serie de cualidades inherentes a los actores sociales. Los pueblos indígenas del México contemporáneo son producto de sus relaciones con otros actores sociales, por lo tanto, no son “esencias” o “sustancias” que se desenvuelven teleológicamente en el tiempo, indiferentes a lo que sucede a su alrededor. En el tercer y último capítulo se aplican los postulados relacionales al análisis de un caso práctico: los procesos históricos que han dado forma a la región Mixteca y a sus habitantes, los mixtecos. Este recorrido por la Mixteca comienza en la época prehispánica y concluye en la actualidad. Podremos observar que “lo mixteco” no es una “esencia” o “sustancia” que ha permanecido inmutable con el pasar de los años, sino que se ha constituido históricamente de diversas formas como producto de sus articulaciones: veremos que las formas de organización social mixtecas mutaron históricamente a consecuencia de la interacción con otros actores (como otros pueblos indígenas y los conquistadores españoles). En suma, se pretende mostrar a la Mixteca y a los mixtecos como producto de sus interrelaciones. Cuando se estudia a los pueblos indígenas de México, es común que se les piense “hacia adentro”, sin prestar atención a las dinámicas globales en las que están insertos y que históricamente influyeron –e influyen– en su configuración local. El pueblo mixteco tiene una larga tradición migrante, la cual vuelve imposible analizar lo “étnico” como un fenómeno circunscrito a un territorio perfectamente delimitado. De esta manera, en el estudio de “lo mixteco” encontramos un campo fértil para la aplicación práctica de los presupuestos del análisis relacional. Este capítulo también contempla un breve apartado con información etnográfica que he recabado a lo largo de tres años en los que he realizado 5 trabajo de campo de manera intermitente en el estado de Oaxaca, como parte del Programa Nacional de Investigación Etnografía de las Regiones Indígenas de México, del Instituto Nacional de Antropología e Historia. El conocimiento de la región a través del trabajo de campo fue clave en la formulación del problema de estudio, ya que pronto noté que los procesos locales no se entendían sin relacionarlos con procesos extra-locales: un ejemplo de ello es el envío de remesas, el cual constituye una forma en que los migrantes mixtecos radicados en el extranjero siguen participando en la vida social y política de los municipios de la Mixteca de los que han emigrado. Es preciso aclarar que el presente documento es un estudio de corte primordialmente teórico, que aspira a hacer operativos los presupuestos de un estilo particular de investigación: el análisis relacional. Esta elección metodológica implicó poner énfasis en los procesos históricos de largo aliento que han dado forma a lo que hoy conocemos como “Mixteca”, así como en las conexiones extra-locales y globales que influyeron en su configuración histórica, razón por la cual la información etnográfica no figura en primer plano. Sin embargo, estoy convencida de que a través de los estudios etnográficos también se pueden rastrear y develar las conexiones globales que dan forma a los municipios mixtecos y a sus habitantes. 6 Capítulo 1. Abordajes relacionales: debates y consensos en teoría social Si somos observadores meticulosos, cuando leemos un texto académico lograremos identificar las premisas que lo guían: cómo se concibe a “la sociedad”, a “los individuos”, si lo material determina lo simbólico, si los individuos actúan siguiendo normas y convenciones, si los individuos actúan conforme a sus intereses y motivos... y un largo etcétera. Si bien no en todos los trabajos se hace explícita la postura ontológica desde la cual se enuncia, ello no quiere decir que no haya tal. Reconocer que en la práctica investigativa operamos con supuestos sobre “cómo funciona el mundo” debe llevarnos a realizar un ejercicio reflexivo para explicitarlos: los compromisos teóricos que asumimos implícita o explícitamente tienen consecuencias sobre lo que enunciamos, condicionando en gran medida el alcance de nuestros análisis. En ese sentido, uno de los propósitos de este capítulo es hacer explícitas las premisas que orientan la investigación, y con base en las cuales se intenta construir explicaciones. Si tuviéramos que expresarlo en pocas palabras, diríamos que la postura ontológica desde la cual se enuncia el presente trabajo es aquella que ha sido denominada como “relacional” en la literatura académica sobre ciencias sociales. El espectro relacional es vasto y en su interior podemos ubicar a una amplia gama de autores, diferentes “momentos” en la obra de los autores, o coincidencias parciales. Así, aunque exista acuerdo entre los teóricos asumidos relacionales en que el foco de análisis debe estar centrado sobre “las relaciones”, hasta la fecha no existe un consenso ontológico unificado y bien definido que los aglutine a todos (Dépeltau,2013). Existe discrepancia sobre el estatus ontológico de las relaciones; de ahí que tampoco haya acuerdo sobre cuál es la mejor forma de estudiarlas. Otra divergencia tiene que ver con “las entidades” que se “relacionan”: hay discrepancia sobre si solo deberíamos estudiar relaciones humanas o si también debemos estudiar las relaciones humanas con actores no humanos, por mencionar algunos de los puntos que están a debate. En consonancia con lo planteado por François Dépeltau (2013:164), consideramos que el abordaje relacional de lo social no existe como paradigma en las ciencias sociales, dado que no hay consenso en el nivel ontológico entre los académicos. Sin embargo, consideramos que sí se puede plantear la existencia de un “estilo relacional de teorizar”, en el que confluirían algunos planteamientos de autores tan diversos como Georg Simmel, 7 Norbert Elias o Eric Wolf, por mencionar algunos, con planteamientos más recientes como los hechos por Dépeltau. En este capítulo presentaremos dicho estilo relacional de teorizar, los planteamientos que confluyen en él, la postura ontológica implicada, así como las consecuencias para el análisis que de ahí se desprenden. Las convergencias que encontramos en este estilo de teorizar tienen que ver con: resolver el dualismo individuo/sociedad; tomar a las relaciones como punto de arranque en las explicaciones (en vez de a las “cualidades” o “atributos” individuales o colectivas); y eludir el sustancialismo (pensar que detrás de los sustantivos que usamos existen entidades con existencias fijas y bien delimitadas) para reconocer lo procesual y dinámico de la vida social, por mencionar las más importantes. 1.1 Un estilo de teorizar: las relaciones como punto de partida Pensemos por un momento en la teoría de la estructuración elaborada por Anthony Giddens, formulada expresamente como una propuesta de solución al incesante debate de cuál es el vínculo entre los “aspectos micro” y los “aspectos macro” de la vida social. Giddens plantea este debate como una confrontación entre “objetivismo” y “subjetivismo”: los teóricos han tomado como punto de partida para sus explicaciones a “la sociedad” (pasando por alto la existencia de actores reflexivos), o bien a los “actores individuales” (sin tener suficientemente en cuenta su participación en sistemas sociales de dimensiones mayores). Ante esta confrontación, Giddens insiste en la importancia de no dejar fuera del análisis ni al actuar cotidiano de los agentes reflexivos, ni a la participación de éstos en sistemas sociales que les rebasan. La ruta crítica que sugiere para superar este dualismo (individuo – sociedad), consiste en replantearlo como dos dimensiones inseparables de la vida social, resultando imposible entender la una sin la otra: es esto a lo que llama “dualidad de estructura” (Giddens, 1998:22). Giddens reconoce la dificultad de formular una propuesta teórica que aglutine ambas dimensiones de la vida social en justa proporción, sin privilegiar una sobre la otra. Él apuesta por no abandonar los términos “estructura”, ni “agencia”, pero pugna por otorgarles otro sentido. En relación con “estructura”, le imprime una modificación al aseverar que ésta no solamente “constriñe” o limita el actuar de los agentes, sino que también provee las condiciones habilitantes en las cuales aquéllos se desempeñan. Giddens reconoce que se ha asociado el concepto “estructura” con un sentido “exterior” a los 8 agentes; y pugna por abandonar este sentido al proponer que la “estructura” también es “interior”: se encuentra asimilada en la memoria de los actores, en su conciencia práctica (1998:61). De acuerdo con Giddens, los estudiosos de la vida social deben centrar su atención en estudiar “sistemas sociales”, entendiendo por éstos a los conjuntos de prácticas y conductas “situadas” producidas y reproducidas por agentes reflexivos cotidianamente. En las acciones de los agentes las estructuras encuentran su actualización; estas acciones, al mismo tiempo, dada su recursividad, reproducen las estructuras a manera de “consecuencias no buscadas”. Sin embargo, los agentes reflexivos pueden decidir si actúan de tal o cual manera, ajustándose a las estructuras o desafiándolas con sus acciones. Giddens da así tratamiento a uno de los problemas centrales con los que se ha enfrentado la teoría sociológica: el debate sobre qué tanto potencial transformatorio tienen los actores frente a estructuras más grandes que se les imponen cotidianamente. Observamos los retos que presenta una adecuada conceptualización del mismo; en el caso de Giddens, nos encontramos con una propuesta en la que, si bien no se otorga primacía explícitamente a una dimensión sobre la otra, en la terminología que se emplea la escisión entre “individuos” y “estructuras” se mantiene. Un punto en común del “estilo relacional de teorizar” es el compromiso de eludir este dualismo entre “agentes” y “estructuras”, sin embargo, no todos los teóricos asumidos relacionales resuelven esta tensión de la misma manera, ni con el mismo éxito. La preservación de dicho dualismo puede generar dos consecuencias: 1) que se propongan explicaciones cuyo punto de partida sean las cualidades individuales de los actores; 2) que se propongan explicaciones cuyo punto de partida sean las “estructuras” que determinan (aunque sea parcialmente) el actuar individual. A ello sumemos la dificultad empírica de ¿cómo determinar el “impacto” de una “acción individual” en una “estructura”, y viceversa? La ruta crítica compartida por los teóricos asumidos relacionales para eludir dicho dualismo es proponer un cambio de enfoque: miremos a las relaciones sociales. No pensemos en individuos aislados, ni en estructuras definidas que operan por encima de ellos. Un planteamiento pionero en el que podemos encontrar eco de esto se halla en la obra de Simmel, Cuestiones fundamentales de Sociología: “Todos aquellos grandes sistemas y 9 organizaciones supraindividuales en los que se suele pensar en relación con el concepto de sociedad, no son otra cosa que las consolidaciones –en marcos duraderos y configuraciones independientes– de interacciones inmediatas que se producen hora tras hora y a lo largo de la vida entre los individuos” (Simmel, 2002:33). Simmel concede un carácter “dinámico” a la vida social al afirmar que ésta se realiza en las interacciones y mutuas afectaciones entre individuos, al grado que llega a proponer que es más adecuado hablar de “socialización”, que de “sociedad” (2002:33), dado que la vida social se encuentra aconteciendo permanentemente; “sociedad” es una abstracción que designa a una serie de individuos entrelazados. De lo anterior, Simmel deriva que la tarea de la sociología consistiría en describir las formas de afectación mutua entre los individuos, abstrayendo de las interacciones sociales las “formas” en que ésta ocurre. La separación forma/contenido es analítica, y debe ser propuesta por el observador. Retomamos el planteamiento porque desde la apuesta relacional también estamos interesados en dar cuenta de las maneras en que los individuos se afectan unos a otros, así, podríamos encontrar cierta coincidencia con las aspiraciones formalistas de Simmel. Se puede pensar, como lo sugiere Emily Erikson (2011) que las propuestas simmelianas pueden fácilmente traducirse en una búsqueda de tipos de relaciones que operan intemporalmente y en cualquier contexto cultural, sin embargo, consideramos que de los planteamientos de Simmel no se desprende que las “formas” sean inmutables y “apriorísticas”: reconocer el permanente acontecer de la vida social en el surgimiento y decaimiento de lazos, que pueden ser efímeros o volverse duraderos, imposibilita sostener que existe una variedad limitada de “formas sociales” que se manifiestan idénticamente bajo cualquier circunstancia 1 . Otro planteamiento que está en sintonía con la apuesta relacional por cambiar el foco de análisis lo encontramos en El Proceso de la Civilización de Norbert Elias. Él 1 En su obra Sociología, Simmel manifiesta que prescinde de la cuestión de si hay formas iguales con diversidad de contenidos, debido al fluctuar de la vida social. En sus palabras: “Como queda indicado, prescindo aquí de la cuestión de si existe una absoluta igualdad de formas con diversidad de contenido. La igualdad aproximada que ofrecen las formas en circunstancias materiales muy distintas -así como lo contrario- es suficiente para considerarla en principio posible. El hecho de que no se realice por completo esta igualdad demuestra justamente la diferencia que existe entre el acontecer histórico espiritual, con sus fluctuaciones y complicaciones, irreductibles a plena racionalidad, y la capacidad de la geometría para extraer con plena pureza de su realización en la materia las formas sometidas a su concepto”. (Simmel, 2014:109,110). 10 sostiene que no hay justificación para concebir a los individuos como seres aislados, ya que siempre nos encontramos inmersos en interdependencia con otros individuos: “Comoquiera que los seres humanos tienen un mayor o menor grado de dependencia recíproca, primero por naturaleza y luego por el aprendizaje social, por la educación y por la socialización a través de necesidades de origen social, estos seres humanos únicamente se manifiestan como pluralidades; si se permite la expresión, como composiciones” (2016:70). Si bien Elias reconoce que experimentamos nuestra individualidad como si una “barrera” aislara nuestra “interioridad” individual frente al “mundo exterior”, al dejar en claro que los seres humanos no tenemos completa autonomía unos de otros, sugiere que nos conceptualicemos como “personalidades abiertas”. Los diversos conjuntos de interdependencias entre seres humanos forman “composiciones” o “figuraciones”, concepto que equipara a un “baile”: éste no se puede concebir sin individuos entrelazados que lo ejecuten. Así, “la sociedad” no puede concebirse en abstracto, “vacía” de individuos interdependientes y como una entidad con existencia propia. En su Sociología fundamental lo resume así: “Lo que se caracteriza con dos conceptos distintos como ‘individuo’ y ‘sociedad’ no son, como el uso actual de estos conceptos a menudo hace aparecer, dos objetos que existan separadamente, sino dos planos distintos, pero inseparables del universo humano” (Elias, 1982:153). Los planteamientos de Elias que recuperamos dirigen con mucha claridad la atención hacia las conexiones entre individuos, y no conceden lugar para concebir a los seres humanos en aislamiento: esta noción simplemente es una forma de experimentar el mundo, pero no es la manera en que la vida social discurre. Así, tanto los “individuos”, como los “grupos” son “composiciones” hechas de conexiones entre seres humanos, no entidades de diferente orden e incompatibles entre sí. Elias también señala el problema de que los lenguajes disponibles contribuyen a fijar dichas imágenes equivocadas sobre los individuos y los grupos, y de ahí que sugiera emplear el concepto de “figuración”. Desde otra trinchera, Eric Wolf expresa preocupaciones de un orden similar cuando en su obra Europa y la gente sin historia expresa que “el mundo de la humanidad constituye un total de procesos múltiples interconectados y que los empeños por descomponer en sus partes a esa totalidad, que luego no pueden rearmarla, falsean la realidad” (2005:15). Wolf considera que las narrativas empleadas por las ciencias sociales 11 no han logrado captar esta dimensión fundamental de lo humano, ya que han concedido existencia real y definida a los sustantivos que empleamos. Así, por ejemplo, al plantear que existen “sociedades” definidas, generamos “un modelo del mundo similar a una gran mesa de billar en la cual las entidades giran una alrededor de la otra como si fueran bolas de billar duras y redondas” (2005:19). Así, por ejemplo, “Occidente” no sería una entidad homogénea con existencia fija, sino una forma de designar un conjunto de relaciones cambiantes y procesos dinámicos. El planteamiento central de Eric Wolf es que “todo el mundo humano” está interconectado desde siempre, así, no se preocupa por señalar un “tipo de relación” específico que debamos estudiar. Incluso, propugna por un estudio “holista”, que abarque en conjunto todo lo económico, político y lo ideológico, y no solamente “relaciones sociales sin contenido” (reclamo que hace a la sociología). Esto es una muestra más de la gran amplitud de significados atribuibles al término “relaciones”: observamos que, aunque haya una voluntad compartida entre los académicos de estudiar “interconexiones” (en este caso), el entendimiento de qué son éstas, y de cuáles son las “entidades” que se interconectan es diverso. Wolf también hace un reclamo a las antropologías de los años sesenta y setenta, afirmando que se concentraron en estudiar “casos aislados” como si fueran campos autónomos de producción de significados, y dejaron fuera de foco los vínculos de esos “casos pequeños” con los procesos económicos mayores en los que inevitablemente estaban envueltos. Así, sugiere que estudiemos “procesos”, y pone por ejemplo al tráfico de esclavos: siguiendo este proceso podremos trazar conexiones entre la expansión europea, la colonización de otros territorios, y los problemas materiales y organizacionales que enfrentaba la gente cotidianamente. Siguiendo estos planteamientos, cobra sentido su aspiración por hacer una sola “Historia de la humanidad”, la cual no sería más que la narración de esta serie de procesos interconectados unos con otros: los niveles “micro” encuentran su correlato en niveles “macro”. Observamos que Wolf alberga interés por estudiar procesos dinámicos, interconectados, pero de manera holista, y que en su léxico se mantienen concepciones sobre procesos micro y macro. La empresa de narrar la Historia de aquellos que nunca han 12 figurado en ella es ambiciosa, pero es posible y está justificada dentro de sus planteamientos. Volvamos al terreno de la sociología. Para ello, retomaremos algunos planteamientos hechos por Philippe Corcuff en Las nuevas sociologías, obra en la que explora los alcances de diferentes propuestas teóricas para resolver la confrontación entre “individuo” y “sociedad”, así como el lenguaje del que podemos echar mano para ello (proponiendo que el lenguaje constructivista es una posibilidad). Corcuff señala que en la sociología se adoptaron esquemas de pensamiento dualistas provenientes de la filosofía, como la distinción entre “sujeto” y “objeto”. Ello derivó en la conformación de esquemas de teorización “holistas” por una parte, e “individualistas” por otra. Frente a este problema, propone que la sociología se enfoque en estudiar relaciones, en consonancia con los planteamientos de los autores arriba recuperados. Desde su punto de vista, si se puede hablar de “individuos” o “estructuras” es sólo como emergencias secundarias, como “cristalizaciones” de las relaciones sociales. El giro “relacional” es, según Corcuff, un “tercer programa”, fundamentalmente diferente de los planteamientos holistas e individualistas (2013:28). Sin embargo, a pesar de reconocer que no habría que considerar como entidades diferentes a los “individuos” y a los “colectivos”, Corcuff sostiene que entre ambas cristalizaciones de relaciones sociales sí hay diferencias. Pasemos ahora a un planteamiento más radical, a nuestro parecer. François Dépeltau (2013) propone una ontología social “de un solo nivel”, en la que sólo existen relaciones sociales. Él sostiene que al interior del espectro relacional hay fragmentación, y no hay una serie de premisas ontológicas compartidas por todos los teóricos relacionales. Preocupado por el riesgo de que “relacional” se convierta en una etiqueta sin significado, analiza diferentes trabajos producidos por teóricos asumidos relacionales. Así, plantea que existen tres tipos de ontologías en la literatura: 1) Deterministas. Aquellos que reconocen que la vida social está constituida por relaciones, pero siguen manteniendo que los patrones de relaciones determinan la conducta de los sujetos. Siguiendo a Dépeltau, la interdependencia de los actores se anula en estas posturas, ya que están determinados por los patrones de relaciones que se forman independientemente de ellos. 13 2) Co-deterministas o dialécticas. Esta postura ontológica mantiene la distinción (aunque sea analíticamente) entre “estructuras” y “agencia”, y plantea que la vida social se puede explicar en términos de las interacciones entre tales estructuras y los individuos. El agudo análisis de Dépeltau señala que esto conlleva una dificultad: ¿cómo interactúan los agentes con las estructuras? Responde que los individuos se enganchan en transacciones con otros individuos, no con “normas” abstractas o con “patrones de relaciones”. 3) “Profunda”. Es la postura ontológica que Dépeltau asume, y a la cual nosotros nos adherimos también. Nos parece que es la única que efectivamente esquiva la confrontación entre “individuos” y “estructuras”, al plantear que en un “solo nivel” ontológico, lo único que existe son relaciones. De acuerdo con él, todo el tiempo nos encontramos situados en “campos de transacciones” como individuos interdependientes (Dépeltau, 2013:174); no podemos pensarnos de otra manera. Así, se pone de manifiesto que lo que en otras aproximaciones se considera como “estructura” es una abstracción; ya que los individuos no interactúan con “estructuras” o “patrones de relaciones”, sino con otros individuos y con otras “entidades no materiales” (como ideas o recuerdos). Ahondemos un poco en la ontología de un solo nivel de Dépeltau, que él denomina “profunda”. Ésta presupone que las “‘entidades sociales’ emergen constantemente de las relaciones entre sus ‘sub-entidades’; parecen recurrentes y ‘estructuradas’ solo si uno se enfoca principalmente en similitudes o patrones; y ninguna ‘totalidad’ social puede interactuar con individuos” (2013:175) 2 . La premisa central es que “A no hace lo que hace sin entrar en transacción con B, y viceversa. A y B son interdependientes” (2013:178) 3 . Así, no es necesario recurrir al concepto de “agencia”, ya que la preocupación por cómo interactúan los agentes y las estructuras no está presente: es empíricamente imposible. En vez de ello propone el término “trans-actores”. Ahora bien, las “estructuras” se reformulan en términos relacionales como fenómenos transaccionales, y sí se reconoce la existencia de patrones sociales, pero no se les concede de inmediato la cualidad de determinar por medio de algún canal extraño la conducta de las personas. Dépeltau sostiene que nuestra conducta 2 Traducción propia. 3 Traducción propia. 14 sólo puede ser influenciada por nuestras percepciones de los patrones de relaciones sociales. Retomando a los interaccionistas simbólicos, Dépeltau plantea que “nuestras acciones humanas provienen de nuestra percepción sobre los objetos, y no de los objetos mismos. En términos de ‘estructuras sociales’, los individuos solo pueden ser influenciados por sus propias percepciones de algunos patrones de relaciones, los cuales están relacionados con sus respectivas experiencias pasadas memorizadas, metas, deseos, emociones y así por el estilo” (2013:179) 4 . 1.2 Sobre el estatus ontológico de las relaciones Si bien la propuesta de Dépeltau nos parece la más efectiva para evadir el dualismo “individuo”/”sociedad”, queda una controversia más por apuntar: qué son las relaciones. Siguiendo a Dépeltau, las relaciones serían equivalentes a “interdependencia”, al grado que no podemos plantear explicaciones partiendo de las capacidades individuales porque éstas no existen como tal, siempre están relativizadas por nuestras interdependencias. Sirva para alimentar el debate la siguiente exposición de una serie de planteamientos de Christopher Powell en torno a qué son las relaciones, quien distingue entre dos posibles conceptualizaciones de relaciones: 1) como “vínculos concretos”, 2) como “posiciones relativas en un campo de algún tipo” (Powell, 2013:189). Powell considera que se pueden sintetizar ambas concepciones a través de distinguir “relaciones de hecho” y “relaciones potenciales”, sumando así una dimensión temporal para distinguir los tipos de relaciones. En su propuesta ontológica, las relaciones existen “potencialmente” antes de que la interacción “de hecho” las efectúe (2013:193). Es así como afirma que todo está constituido por relaciones, incluidos los objetos no humanos (sugiere entonces que una visión radicalmente relacional debería ser también no- humanista). Las relaciones sociales son observables a través de la “acción”, pero en vez de ese concepto, propone que hablemos de “trabajo”, ya que éste retrata el potencial transformatorio que tienen tanto los humanos como los no humanos. En un planteamiento algo diferente, Crossley (2013), considera que las dos concepciones de relaciones anteriores (como “vínculos concretos”/ “como posiciones en un campo”) no son tan compatibles como indica Powell. Él sostiene que las relaciones deben 4 Traducción propia. 15 ser consideradas como “historias de interacciones”, ya que ello reconoce su carácter procesual. Y para él, decir que hay una relación quiere decir que hay interacción. Contrapone esta afirmación a una concepción de Bourdieu sobre la formación de los gustos. En la concepción de Bourdieu, según Crossley, parecería que las relaciones surgen al ubicar a los actores en un “espacio social”, siendo su posición la que condiciona sus gustos, de manera que los que comparten posiciones compartirán gustos similares. La debilidad que Crossley detecta de esta postura es que sin influencia mutua entre actores, no hay justificación para que los actores situados en la “misma posición” adquieran gustos similares. Para cerrar este apartado, retomaremos algunos planteamientos de Mark Granovetter (1973) sobre lo que él llama “vínculos”, enfatizando el papel de los “vínculos débiles” como vehículos para la unión entre niveles micro y macro. Él sostiene que los vínculos interpersonales y de pequeña escala tienen impactos “macro”. Ya señalamos los inconvenientes de mantener esta distinción (micro/macro), sin embargo, Granovetter argumenta que hay que investigar las formas en que las interacciones de y entre grupos pequeños se articulan o conforman modelos más grandes. De sus afirmaciones se desprende que los vínculos pueden tener “cualidades”, que los hacen “fuertes”. “débiles” o “ausentes”: él menciona el tiempo, la intensidad emocional, y los “servicios recíprocos” (1973:1361). Sirvan todos los planteamientos recuperados en las páginas anteriores, en torno a la postura ontológica que debería implicar una visión relacional de la vida social, para mostrar la diversidad que hay dentro de la práctica investigativa que se asume “relacional”. Hemos visto que no hay acuerdos en niveles tan fundamentales como ¿qué son las relaciones?, ¿hay tipos de relaciones? y ¿qué entidades pueden entrar en relación? Sin embargo, observamos que en todos los teóricos hay una voluntad manifiesta de resolver de alguna manera el dualismo “individuo”/”sociedad” presente en la teoría sociológica como problema. En el presente escrito retomamos los planteamientos de Dépeltau que conceptualizan la realidad social como constituida por relaciones (así los “individuos” y los “grupos” no constituyen entidades de diferente “naturaleza”); y entendemos las relaciones como “interdependencia”, a semejanza con lo planteado por Elias, quien además proporciona una clave para pensar las relaciones al afirmar que “todas las relaciones […] son procesos”, y no entidades “estáticas” (Elias, 1982:109). 16 1.3 Individuos interdependientes/trans-actores Nos parece un gran avance enunciar que los “individuos” y los “colectivos” no constituyen “entidades” de diferente orden; ambos estarían conformados por cambiantes relaciones, y los entendemos como “composiciones” o “figuraciones” en el sentido de Elias. No obstante, no constituyen por ello conceptos intercambiables o equivalentes. Así, resulta necesario poner de manifiesto los matices que hacen los autores en relación con cómo conceptualizar ambas dimensiones de la vida social. Simmel (2002:28) sostiene que lo “individual” constituye una dimensión vivencial: experimentamos el mundo desde nuestra individualidad. Lo interesante radica en cómo se configura esta “individualidad”: Simmel presupone que los individuos se asocian debido a que comparten intereses o instintos (éstos serían los contenidos de la interacción), generando al asociarse diversas formas de afectarse unos a otros. Este autor plantea que los impulsos o motivaciones que orillan a los individuos a asociarse pueden ser estrictamente biológicos, tal como saciar las necesidades alimenticias, y añade que las formas de asociación se pueden independizar de los impulsos que las generaron en principio. Al haberse desvanecido el impulso primigenio que orilló a que los individuos se asociaran, Simmel también insiste en que los seres humanos se asocian por la sola satisfacción que les genera asociarse (2002:82). De esta forma, y no obstante el énfasis que hace en la acción recíproca así como en las afectaciones mutuas, el uso de este lenguaje induce a pensar que individuos constituidos entran en relación en función de ciertos intereses o “impulsos”, alejándose de lo que queremos plantear. Simmel no sostiene que lo “individual” y lo “colectivo” sean dimensiones antagónicas, sino que ambas coexisten en los individuos: “La existencia del hombre no es en parte social y en parte individual, con escisión de sus contenidos, sino que se halla bajo la categoría fundamental irreductible, de una unidad que sólo podemos expresar mediante la síntesis o simultaneidad de las dos determinaciones opuestas: el ser a la vez parte y todo, producto de la sociedad y elemento de la sociedad […]” (2002:89), pero sí caracteriza a ambas dimensiones de diferente manera. Lo “subjetivo” o la “personalidad” del individuo resulta de la posición que ocupa en múltiples círculos sociales, círculos que pueden estar organizados en torno al ejercicio de un oficio en común, en torno a intereses comunes, o en torno a ciertos fines comunes. Esta “posición” que ocupa el individuo en el 17 entrecruzamiento de múltiples círculos es lo que confiere particularidad a su personalidad, sin que por ello lo fragmente. Simmel reconoce que los individuos somos “seres unitarios”, pero constituidos de fragmentos. Este planteamiento sobre la constitución de los individuos apela a las diferentes relaciones en que se involucran los seres humanos a lo largo de su vida; la semejanza con los planteamientos relacionales contemporáneos estriba en que éstos también afirman que los individuos se conforman como tales a partir de las redes de relaciones en las que se ven envueltos desde su nacimiento. Norbert Elias también trata a lo “individual” como una cualidad de la experiencia sensible de los seres humanos: nos pensamos como “seres clausurados”, y así también percibimos a los demás, como si fueran seres completamente contenidos en su interioridad. Elias no pretende descalificar esta forma de experimentar el mundo en cuanto vivencia, sin embargo, desde la mirada sociológica, sí le parece inadecuado conceptualizar la vida social desde semejante punto de partida. Así, dirá: “En lugar de la imagen del ser humano como una ‘personalidad cerrada’ […] aparece la imagen del ser humano como una ‘personalidad abierta’ que, en sus relaciones con los otros seres humanos, posee un grado superior o inferior de autonomía relativa, pero que nunca tiene una autonomía total y absoluta y que, de hecho, desde el principio hasta el final de su vida, se remite y se orienta a otros seres humanos y depende de ellos” (2016:70). Elias también problematiza la forma “individual” de nuestra vivencia situándola históricamente como propia de la Edad Moderna, enfatizando que se han producido cambios durante largos periodos de tiempo en las estructuras de nuestra personalidad y hemos interiorizado “controles” para autorregular nuestro comportamiento, generándonos una impresión de que tenemos un “interior” y un “exterior”, como si estuviéramos contenidos en una “cáscara”. Los planteamientos de Elias sobre la conformación del individuo versan en torno a que éste, desde que nace, pasando por su infancia y juventud, hasta que llega a hacer adulto, tiene que pasar por un proceso de ceñirse al orden social que le preexiste, teniendo que auto-regular sus instintos y su conducta. De esta forma, producto de la adaptación individual: “[…] acaba por constituirse un conjunto de costumbres que funciona adecuadamente […]” (2016:550). El proceso de conformación de “lo individual” tiene una larga trayectoria histórica, que no se limita a la duración de la vida de cada persona, sino que se remonta siglos atrás, y no está “finalizado” nunca, sino que se encuentra en 18 constante transformación. Adicionalmente, es importante no perder de vista que, para Elias, el individuo “no sólo atraviesa un proceso, él mismo es un proceso”. (1982:140) En su discusión sobre la agencia humana (1998), Mustafa Emirbayer y Anne Mische manifiestan que les parece desventajoso considerar a los “individuos” y a las “estructuras” de una forma tan íntimamente ligada ya que se torna imposible analizar ambas dimensiones por separado: se vuelve indescifrable hasta qué grado un individuo está constreñido o actúa con independencia de las estructuras. Si bien coinciden con los planteamientos de que la agencia humana influye en las estructuras y viceversa, sostienen que la agencia humana tiene muchas dimensiones y posibilidades, por lo tanto, es imposible que todas las manifestaciones de agencia se encuentren completamente determinadas por “estructuras” (contextos relacionales). Para ellos, la “agencia” es tan solo una dimensión del actuar humano, así, “actor” (no “agente”) sería el término adecuado para designar al individuo. La “capacidad de agencia” radica para Emirbayer y Mische “en las estructuras y procesos del ser humano, concebido como una conversación interna que posee autonomía analítica frente a las interacciones transpersonales” 5 (1998:974). Al conceptuar a la agencia como un proceso dialógico, los autores tratan de evadir el sustancialismo que puede proyectar la noción de “ser humano” como auto-contenido en sí mismo. De cualquier manera, insisten en que la agencia “dimana” de seres humanos, no de sus contextos relacionales. Centrados en cómo lo actores resuelven problemas cotidianamente en diferentes situaciones, en cómo se orientan hacia diferentes planos temporales simultáneamente, plantean que su tratamiento de la agencia humana es “pragmatista- relacional”. François Dépeltau, por otra parte, presenta una propuesta más radical: su “sociología transaccional”, sobre la que hablamos anteriormente. Al postular una ontología de “un solo nivel”, donde lo único existente son relaciones y campos de transacciones, no es analíticamente fructífero pensar en “estructuras”, ni en “sujetos”. El paso lógico para sostener que no es posible hablar de individuos que están “sujetos a las estructuras” es que éstas no son de naturaleza distinta a los sujetos y que no existen “por encima” de ellos. Así, es incorrecto plantear que los “individuos” interactúan con las “estructuras”, eliminando 5 Traducción propia. 19 también la preocupación por “la agencia”. ¿Qué es lo que sucede entonces? Para Dépeltau (2013:180), quien también se asume pragmatista, en el transcurso de nuestras vivencias construimos una suerte de “tipos ideales” sobre los campos de transacciones en los que nos involucramos (un ejemplo es la “familia”), y echamos mano de este conocimiento para orientar nuestro actuar: así, cuando actuamos, no estamos “interactuando con estructuras”, sino valiéndonos del conocimiento que ya tenemos a nuestra disposición. Dépeltau se resiste a plantear la existencia de “sujetos individuales”, ni siquiera en el nivel vivencial, ya que siempre nos encontramos “en-relación” con otros individuos. También, la “fuente” de la acción social no emana de las capacidades individuales, sino de los campos de transacciones en los que los individuos están situados (2013:180). Así, Dépeltau prescinde de términos como “actor”, “agente”, “sujeto”, los cuales sugieren que la acción emana de individuos aislados; y propone el término “trans-actor”, el cual hace más justicia a los campos de relaciones en los que los “individuos” siempre se encuentran. De esta manera, propone que nos pensemos como individuos interdependientes que actúan y razonan de forma diversa y cuyos razonamientos no siempre son fijos y durables; así, sugiere que no nos conceptualicemos como seres susceptibles a ser determinados en mayor o menor medida por fuerzas externas a nosotros. De nuevo observamos que en las divergentes posturas que existen al interior del espectro relacional en ciencias sociales no existe acuerdo sobre cómo resolver la escisión entre los individuos y las estructuras, aunque haya voluntad por resolverlo. Lo que se disputa es una concepción de la subjetividad ligada a la acción social. La controversia más importante radica en si es pertinente –o no– mantener la división analítica entre “sujetos” y “estructuras”. Tengamos presente que el estilo relacional de teorizar apuesta por enfatizar los vínculos en que los individuos están siempre involucrados, imposibilitando plantearlos como entidades aisladas y auto-contenidas. En este sentido, la idea de que lo “individual” es una forma de experimentar el mundo sería una ilusión. En lo sucesivo, cuando se hable de “individuos”, se les considerará constituidos por una suerte de doble juego relacional: por una parte, siempre “en-relación” u orientados hacia otros individuos; por otra parte, siempre conformados en su particularidad (cambiante) por relaciones, a semejanza de un proceso dialógico siempre en curso, como lo señalan Mische y Emirbayer. 20 1.4 Sobre los grupos “Grupo” es un término que frecuentemente aparece en la literatura sociológica. Regularmente se usa para referirse a cualquier clase de colectivo o agregado de personas, o bien, para designar a un conjunto de individuos que comparten alguna característica. Este apartado pretende problematizar el uso irreflexivo de dicho concepto. Habiendo establecido, en consonancia con Simmel y Elias, que “lo individual” constituye una dimensión de la experiencia que adquiere su carácter particular a partir de su imbricación en diversas redes de relaciones, dirigimos nuestra atención ahora hacia estas últimas. Recordemos el planteamiento simmeliano de que un solo individuo puede ocupar diversas posiciones en diferentes círculos, y que esta específica combinación de círculos a los que está adscrito el individuo es lo que le imprime un sello particular a su personalidad. Sin embargo, ¿en qué consisten estos “círculos” en los que se enrolan los individuos? ¿Se trata de alguna clase de “grupo”? Nos inclinamos a responder que no. En primer momento, la noción de “círculo” parecería indicar que se trata de entramados de relaciones. Ello significaría, de acuerdo con la manera en que entendemos a las relaciones, que el hecho de estar contenidos en el territorio de una nación, o ejercer la misma profesión, pone en “acción recíproca” a unos individuos con otros. Sin embargo, el “círculo” se presta a otra interpretación: como un término que designa a una serie de individuos que “ocupan” la misma posición en una sola clase de relación, como puede ser la de obrero – patrón: “Después de que la diferenciación del trabajo ha separado sus diversas ramas, la conciencia abstracta traza a través de ellas una nueva línea, que reúne en un nuevo círculo social lo que todos tienen en común” (Simmel, 2014:453). En este caso, lo que Simmel está privilegiando para sostener la existencia de un “círculo” de personas es que todas tienen algo en común, sin reparar en la cuestión de si todos los obreros, o todos los patrones, interactúan unos con otros. Simmel pone el acento en otro proceso relacionado con la generación de los círculos sociales: el surgimiento de conceptos genéricos tales como “obrero” o “mujer”, que se independizan y pasan a designar a un conjunto de individuos que están vinculados, o bien, que tienen algo en común. En el mismo ejemplo sobre el círculo que constituyen los “obreros”, Simmel refiere que este concepto se ha independizado tanto de la diversidad de oficios para abstraer y aglutinar lo que todos tienen en común, que cristalizó en un concepto 21 jurídico que genera consecuencias prácticas (2014:453). Este concepto jurídico, el del obrero en su ejemplo, “interactúa” con las personas a quienes designa, contribuyendo a generar una suerte de “conciencia” de que se está en la misma situación que otras personas. En palabras de Simmel: “las consecuencias prácticas de la creación de conceptos generales más elevados […] con frecuencia constituyen en acción recíproca, un estímulo que ayuda a que se produzca la conciencia de la comunidad social” (2014:456). Y aquí queremos hacer la primera distinción, de la mano de Rogers Brubaker (2002), quien propone considerar al “grupo” no como una entidad con existencia fija y delimitada, con “existencia material” en la realidad social; sino como un “evento”, como algo que puede –o no– ocurrir. De esta manera, podremos hablar de un “grupo” como una “fase” de alta cohesión entre individuos así como de fulgurante “solidaridad colectiva” (2002:168). Brubaker también señala que un problema más que ha dificultado el adecuado tratamiento de los grupos sociales es que frecuentemente se les confunde con “categorías”. Su mirada del “grupo” es procesual y contingente; si bien el “grupo” se conforma con una “colectividad”, ésta debe registrar mutua interacción y comunicación efectiva entre sus participantes, tener un sentido de solidaridad, una identidad compartida y capacidad de actuación concertada (2002:169). Estas cualidades que tienen los “grupos” no se pueden imputar irreflexivamente a las “categorías”, las cuales si bien pueden tener un papel importante en los procesos de formación de grupos, no los constituyen por sí mismas. Brubaker (2002:172) se enfoca en el estudio de los denominados “conflictos étnicos”, ya que ha detectado que los analistas operan con nociones de sentido común cuando los estudian, por ejemplo, al suponer que “en el mundo” existe una serie de grupos étnicos diferenciados y delimitados, y que son éstos los protagonistas de los conflictos. Apoyándose en el trabajo etnográfico que ha realizado en Europa del Este, Brubaker muestra que en situaciones que han sido catalogadas como “violencia étnica” no se ha registrado una participación mayoritaria de aquellos catalogados como pertenecientes a tal o cual grupo étnico; en vez de ello, los protagonistas por excelencia son organizaciones que dicen actuar en nombre de tal o cual grupo étnico. Así, en palabras de Brubaker: “Es en la medida en que son organizaciones y poseen ciertos recursos materiales y organizacionales, que son capaces de acción organizada y de actuar como protagonistas más o menos coherentes del conflicto étnico. A pesar de que el sentido común atribuye 22 existencia discreta, delimitada, coherencia, identidad, interés y agencia a los grupos étnicos, estos atributos son de hecho característicos de las organizaciones” 6 (2002:172). Brubaker insiste en que la violencia es calificada como “étnica” por otros actores como periodistas e investigadores valiéndose de los marcos interpretativos vigentes, en un proceso que no es solamente “interpretativo”, sino también “constitutivo” (2002:173). Desde esta perspectiva, resulta de crucial importancia que estemos atentos a las herramientas analíticas con las que operamos, para no postular que los “grupos” actúan de tal o cual forma, sino cuestionar si el “grupo” como “evento” cristaliza o no. Procediendo de esta forma, evitamos el sustancialismo que con frecuencia acompaña a los planteamientos sobre la existencia de los “grupos”, al tiempo que afinamos la mirada para detectar qué organizaciones actúan y hablan en nombre de los grupos, así como los procesos interpretativos que contribuyen a etiquetar o catalogar a ciertos individuos como miembros de un grupo. De esta forma, también nos distanciamos de la caracterización de los “grupos” como conjuntos de individuos que comparten características como consecuencia de ocupar la misma “posición” en un tipo de relación o en un “campo” (en el sentido de Bourdieu). Sin entrar en el debate de si ello efectivamente ocurre, en este caso, en vez de hablar de “grupos”, optaríamos por usar “categorías” para designarlos: “los obreros”, “los campesinos”, “las mujeres”. Lo anterior nos lleva a reflexionar sobre la siguiente cuestión: ¿las “relaciones” entendidas como “interdependencia” o “mutua afectación” se dan solamente en contextos de co-presencia física, o pueden darse también sin que los implicados necesariamente se encuentren habitando el mismo espacio físico, uno cerca de otro? Nosotros sostenemos que la co-presencia física no es indispensable para que dos individuos ejerzan influencia mutua, y que las acciones de unas personas afectan a otras, aunque se encuentren a miles de kilómetros de distancia, incluso sin que estén conscientes de tales vínculos 7 . 6 Traducción propia. 7 Sobre esto, resulta ilustrativo un fragmento del texto “Towards a theory of communities” de Elias: “En tiempos recientes las cadenas de interdependencias entre personas se han vuelto visiblemente más extendidas y más estrechamente unidas. […] Tantos millones de seres humanos dependen de otros en tal o cuál manera que las cadenas de interdependencias parecen impersonales, aunque no son más que dependencias de personas –la mayoría desigualmente recíprocas” (2008:130). 23 Ahora retomemos el concepto de “figuración” (o “composición” en algunas traducciones) propuesto por Norbert Elias. En uno de los planteamientos que hace sobre los “grupos”, el autor privilegia la dimensión del mutuo afectarse: “Resulta más adecuado interpretar que la imagen del ser humano es la imagen de muchos seres humanos interdependientes, que constituyen conjuntamente composiciones, esto es, grupos o sociedades de diverso tipo” (2016:70). Los “grupos” o las “sociedades” designan en este caso a los entramados de relaciones que conforman y que son conformados por individuos interdependientes, sin reparar en las cualidades comunes compartidas por una serie de individuos a lo largo y ancho del globo terráqueo. Es importante añadir que los individuos no “escogen” todos los vínculos y las redes de dependencia que los atarán durante sus vidas; al contrario, debido precisamente a tales redes, los márgenes de acción de los individuos se verán restringidos: el planteamiento es que “cualquier interdependencia posible entre individuos” ejerce “coacciones” sobre ellos (Elias, 1982:109). La novedad de los planteamientos relacionales sobre los “grupos” radica en la propuesta de designar no sólo a una serie de individuos por el mero hecho de parecerse entre ellos (hemos visto que una “categoría” funciona mejor para tal efecto), sino privilegiar las afectaciones mutuas entre ellos. Si se quiere designar a un conjunto de individuos vinculados entre sí y que además comparten características, existe una herramienta conceptual que puede funcionar mejor: “catnet”, término que Charles Tilly (1991:45,46) recupera del trabajo de Harrison White 8 . Por otra parte, desde la arena constructivista, Philippe Corcuff (2013:87) señala que en relación con la conceptualización de los grupos sociales se ponen en juego dos operaciones analíticas: 1) la objetivación o institucionalización de colectivos, 2) la generación y puesta en acción de clasificaciones. Y añade que si bien estas cuestiones se han abordado por separado, algunos autores constructivistas se han esforzado por tratarlas 8 Para hablar sobre las “catnets”, Tilly (1991:45,46) se basa en planteamientos hechos por Harrison White, textualmente: “White comienza con poblaciones de dos o más individuos y distingue un par de elementos: categorías y redes. Una población forma una categoría cuando sus miembros comparten una característica que los distingue de los demás. […] Una población constituye una red cuando sus miembros están relacionados por el mismo vínculo social. […] Por último, una población compone una catnet (categoría x red) cuando se cumplen ambas condiciones: características comunes y vínculos de unión. Una catnet, así definida, se acerca al significado intuitivo del término ‘grupo’.” Finalmente, no se trata de simplemente reemplazar unos términos con otros, así, Tilly añade: “Si aquellas entidades a las que denominamos con cierta indecisión comunidades, instituciones, clases, movimientos, grupos étnicos y barrios son genuinos catnets constituye una pregunta empírica: algunas sí y otras no.” (ídem). 24 de manera conjunta. Retomando el trabajo de Bolstanki, Corcuff (2013:90) señala que aquél propone alejarse de aquellas formas de proceder que toman a los grupos como entidades con existencia material y que se preocupan por “definir” a los miembros de un grupo partiendo de si éstos cumplen con una serie de características. En este sentido, lo que hay que analizar entonces son los procesos de “naturalización” de los grupos que los hacen aparecer como entidades con existencia material. Coincidimos con Corcuff en el planteamiento de que en la construcción de los grupos está presente un trabajo de categorización social, y estamos conscientes de que en la literatura sobre ciencias sociales existen otros usos del concepto “grupo”. Uno de ellos lo encontramos en la estadística; Corcuff señala, ahora basándose en el trabajo de Alain Desrosiéres y Laurent Thévenot, que éstos mostraron que la noción de “representación” significa en estadística “poner en equivalencia a personas” [(1988) en Corcuff, 2013:94]. En este caso, “grupo” se trata de un concepto operativo construido con fines analíticos, que toma a agregados de personas y los aglutina según algún criterio. Si bien este uso del concepto se aparta del uso que nosotros proponemos, dentro del campo estadístico tiene aplicabilidad y validez. Para cerrar este apartado, queremos insistir en que la construcción de los grupos implica operaciones mentales de clasificación, llevadas a cabo por una diversidad de actores (como los investigadores y periodistas), pero también cotidianamente por todo actor social que echa mano de categorías para identificarse a sí mismo y a los demás. 1.5 Sobre el “contexto” La acción de contextualizar también puede replantearse en clave relacional, ya que no es suficiente “postular” que cierto “micro-fenómeno” se “sitúa” en un contexto “macro” sin reflexionar sobre cómo estaría constituido dicho contexto “macro”. Corcuff lo expone de una forma magistral cuando plantea que a veces los investigadores simplemente retoman una imaginería macro para contextualizar sus fenómenos: “el investigador micro situará su observación participante de un pequeño grupo de actores dentro de un marco institucional y cultural más amplio, que él da por sentado y no se propondrá interrogar, mientras que el sociólogo macro sumará las respuestas a un cuestionario, presuponiendo una competencia cognitiva y discursiva de los actores entrevistados pero sin tomarla como objeto. Ahora 25 bien, en sus informes de investigación, cada cual querrá eliminar los ‘ruidos’ macro o micro, que sin embargo sostienen en parte su trabajo” (2013:78). Esta discusión encuentra su correlato en los planteamientos que oponen las dimensiones “individual” y “colectiva” de la vida social; y en ese tenor, consideramos que la acción de contextualizar consiste no en añadir una serie de conceptos o imaginería contextual “más grande” a nuestros “micro-fenómenos”, sino en concebir al “marco” en el cual se desenvuelven las acciones de los actores como campos de relaciones y redes de interdependencia. Así, el investigador relacional cuando “contextualiza” deberá enfocarse en cadenas de interdependencias y cristalizaciones de relaciones sociales particulares, sin postular un nivel “individual” y uno “colectivo” como si se tratara de dimensiones de diferente orden o hasta contrapuestas. 1.6 Sobre las explicaciones. Alcances. Mark Granovetter, en un artículo publicado en 1985, señalaba que los análisis sociológicos y económicos frecuentemente operan con concepciones “sub” o “sobre- socializadas” de la acción humana. Por una parte, las tradiciones de pensamiento económico utilitarista postulan que los seres humanos actúan como átomos, libres de influencias culturales, y persiguiendo nada más que el interés económico. Desde otra trinchera, algunas tradiciones de pensamiento sociológico, con el interés de superar los planteamientos utilitaristas, postularon que los individuos actúan siguiendo roles prestablecidos, apegados a las normas imperantes. En este último caso, si bien se puso de manifiesto la existencia de sistemas valorativos y normativos que afectan la conducta individual, se les otorgó la capacidad de determinar casi por completo la acción humana. En palabras de Granovetter: “Las concepciones sobre-socializadas de cómo la sociedad influencia la conducta individual son muy mecánicas: una vez que conocemos la clase social del individuo, sector del mercado laboral, todo lo demás en la conducta se da de manera automática, ya que los individuos están tan bien socializados. La influencia social aquí es como una fuerza externa que se insinúa en los cuerpos y mentes de los individuos alterando su forma de tomar decisiones. Una vez que sabemos en qué forma un individuo ha sido afectado, las relaciones sociales en curso y las estructuras se tornan irrelevantes” 9 (1985:486). 9 Traducción propia. 26 El artículo de Granovetter trata sobre la “imbricación” en estructuras y relaciones sociales de la “acción económica”, la cual regularmente ha sido conceptualizada como conducta “atomizada”, o bien, “sobre-socializada”, en los términos anteriormente expuestos. En contraste, él propone que la acción humana dotada de sentido e intención se encuentra permanente “imbricada” en relaciones sociales y recibiendo influencias culturales. Así, los seres humanos no se comportan como individuos “aislados”, pero tampoco profesan total obediencia a los sistemas normativos en los cuales están inmersos. A semejanza con los planteamientos relacionales anteriormente expuestos, Granovetter añade que las influencias culturales que reciben los actores no son fijas e inmutables, sino que se transforman en la interacción cotidiana. Es decir, la cultura no es algo que los actores “reciben” y que les imprime una huella imborrable de la que jamás podrán desprenderse, que los hace “ser” y actuar de la misma forma durante toda su existencia; la cultura es entendida como un “proceso” nunca acabado, formado y transformado por los actores mismos en interacción (1985:486). Sirvan las líneas anteriores como introducción a una de las premisas para realizar explicaciones desde un abordaje relacional: no tomar como punto de partida a las categorías a las que pertenecen o son asignados los actores, ya que se puede caer en aquello que Granovetter señala como “concepciones sobre-socializadas de la acción”, y postular que un individuo se comporta de cierta manera debido a que encaja en cierta categoría, tal como “obrero” o “indígena”. Esta forma de proceder acarrea una serie de problemas: se anula la capacidad de agencia de los actores, se desdeñan los vínculos sociales en los que están inmersos, se tiende a reificar a las categorías concediéndoles existencia fija e inmutable, además de que se subsume la diversidad de situaciones a las que una sola categoría puede hacer alusión. Publicado en 1997, el “Manifiesto por una Sociología Relacional”, de Mustafa Emirbayer, presenta a los abordajes relacionales como radicalmente opuestos a lo que denomina abordajes “sustancialistas”. Estos últimos estarían caracterizados por tomar como unidad de análisis a una serie de “entidades pre-formadas”, considerándolas protagonistas y fuentes de la acción. Emirbayer (1997:285) distingue entre dos tipos de sustancialismo basándose en el trabajo de John Dewey y Arthur F. Bentley; el primero, al que llama “self- action”, que podríamos traducir como “auto-acción”, implica que las entidades (sean éstas 27 individuos, grupos, naciones, etc.) actúan por propio impulso: su acción dimana de ellas mismas; el otro tipo de sustancialismo es aquel que denomina “inter-acción”, en el cual la acción no tiene como fuente primaria a ciertas entidades, sino que transcurre en medio de ellas, manteniéndose indiferentes e inmutables. De acuerdo con Emirbayer, el gran salto que hace la propuesta relacional radica en no postular a estas unidades como fuentes de la acción, ni como unidades primarias de análisis, sino en mirarlas en conjunto con los contextos transaccionales dentro de los cuales adquieren sentido. Hay que recordar que estos flujos de transacciones son dinámicos y que las “entidades” se transforman al entrar en relación. De ahí que los análisis de variables sean considerados por Emirbayer como una variante más de sustancialismo: en éstos se estudia a las “entidades” aisladas analíticamente de sus contextos, y a las “variables” observadas se les considera fuentes de la acción: se imputa causalidad a la “edad”, el “género”, la “pobreza”, la “etnicidad”. Ésta es una forma sustancialista de proceder; en cambio, una mirada relacional nos urge a reflexionar sobre cómo construimos y empleamos tales conceptos, ya que su uso irreflexivo acarrea problemas: por ejemplo, los actores sociales difícilmente encajan con exactitud en la serie de categorías propuestas por los censos y estudios de población; y aun cuando así sucediera, ¿los actores se comportarían idénticamente debido a que encajan en una categoría? Nos inclinamos a responder que no, porque estaríamos desdeñando la dimensión contingente de la acción, así como anulando la importancia de los diversos contextos situacionales de los actores. Emirbayer nos urge a no pensar la causalidad como producto de “fenómenos inmateriales”: “Un problema persistente, legado de las formas sustancialistas de razonar, es la tendencia de muchos pensadores relacionales de describir causas como fenómenos inmateriales. Entidades como ‘fuerzas’, ‘factores’ y ‘estructuras’ impelen sustancias sociales, incluyendo personas y grupos por el camino causal” 10 (1997:307). La pugna es por encontrar una manera más adecuada de narrar la acción, para evitar adjudicarla a fuerzas que se encuentran por encima de los actores sociales. De lo anterior se desprende que, desde una mirada relacional, una de las apuestas es no tomar a las categorías como fuentes de explicación de la acción; en vez de ello, debemos 10 Traducción propia. 28 reflexionar sobre cómo se construyen las categorías. Aquí, de nuevo nos remitimos a los planteamientos de Rogers Brubaker (2002), quien insiste en que distingamos a las “categorías” de los “grupos”, debido a que estos términos suelen usarse indistintamente. Su propuesta de conceptualización de los grupos es procesual: el “grupo” se entiende como una “situación” contingente, que puede (o no) ocurrir, y mantenerse en el tiempo o tener una duración efímera. Habiendo hecho esta distinción podemos desentrañar cómo son constituidas las categorías, qué significados se les otorgan y en qué contextos; podremos observar que los “contenidos” que llenan a las “categorías” son mutables de un contexto a otro, y que a menudo no tienen un solo significado “estandarizado” o “universal”. Brubaker señala que las categorías están presentes en toda clase de situaciones de la vida social: desde las políticas gubernamentales hasta las formas en que nos pensamos a nosotros mismos y a los demás. Brubaker (2002:170) afirma que se pueden estudiar los caminos que recorren las categorías “desde arriba” (en las formas en que son articuladas en campos legitimados o dominantes de la vida social, tales como la academia y los círculos gobernantes) y “desde abajo” (en las formas en que los aludidos hacen suyas o rechazan las categorías que se usan para señalarles). Realizar este tipo de análisis nos permite evidenciar que los sustantivos que frecuentemente empleamos para narrar la vida social no tienen existencia “material” delimitada y observable (lo que vuelve a esta propuesta una alternativa muy efectiva frente a los modos sustancialistas de teorizar). Brubaker toma como caso de estudio a la “etnicidad” y la denominada “violencia étnica”, argumentando que los “grupos étnicos” no existen como entes materiales delimitados y definidos; lo que sí existe es un proceso interpretativo (y nosotros añadiríamos “de etiquetaje”) del conflicto que lo cataloga como “étnico”. Esto es posible debido a la existencia de marcos de sentido vigentes (2002:174), los cuales son empleados por diversos actores que toman parte en el proceso de etiquetaje, tales como los especialistas y los periodistas, aunque también participan en este proceso los propios etiquetados. Así, de la propuesta conceptual de Brubaker se desprende un cambio de foco: en vez de dirigir nuestros esfuerzos hacia lograr definiciones más precisas o exactas de los “grupos étnicos” (en este caso), nuestra atención deberá re-direccionarse hacia los procesos mediante los cuales ciertos fenómenos son catalogados como “conflictos étnicos”. Esto 29 lleva a Brubaker (ibid:184) a decir que “Lo étnico es en parte un fenómeno cognitivo” (y no una sustancia con existencia física), ya que estudiar los procesos de constitución de lo “étnico” nos llevará necesariamente a analizar las representaciones, tipificaciones y percepciones de diversos actores sociales. En los abordajes relacionales se presume que las influencias que recibimos unos de otros, así como la “posición” que ocupamos en los conjuntos de relaciones
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