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DICCIONARIO DE PSICOANALISIS Redpsicología. Biblioteca de psicología y ciencias afines Módulo 307 Diccionario de psicoanálisis Por José Luis Valls y otros autores Abasia (astasia-abasia) – Abreacción - Acción específica (o acorde a un fin) - Activo-pasivo - Acto fallido – Afecto – Agorafobia – Aislamiento - Alianza Fraterna - Aloplástica, conducta - Alteración del yo - Alteración interna - Alucinación - Amencia de Meynert (confusión alucinatoria aguda) - Amnesia infantil – Amor - Amor de transferencia – Anna O - Analogía – Angustia - Angustia, teoría de la - Angustia ante el superyo - Angustia automática - Angustia de castración - Angustia de muerte - Angustia de pérdida de amor - Angustia de pérdida de objeto - Angustia neurótica - Angustia realista - Angustia señal - Anulación de lo acontecido - Añoranza, investidura de - Aparato psíquico - A posteriori - Apremio de la vida (ananke) - Apronte angustiado - Apuntalamiento o apoyo – Arte – Asco - Asistente ajeno – Asociación - Asociación libre - Ataque histérico – Atención - Atención libremente flotante - Autoerotismo - Autoestima (sentimiento de sí) - Autoplástica, conducta – Autorreproches - Banquete totémico - Barreras- contacto - Belle indifférence - Beneficio primario (de la enfermedad) - Beneficio secundario (de la enfermedad) – Bisexualidad - Bordeline, personalidad - Cantidad de excitación – Carácter - Carta 52 (a Fliess) - Castigo, necesidad de - Catarsis - Catarsis, según Freud – Cecilia M - Celos – Censura - Ceremonial obsesivo – Chiste – Cloaca – Cómico - Complejo de castración - Complejo de Edipo - Complejo del semejante - Complejo materno - Complejo paterno – Comprensión – Compulsión - Compulsión a la repetición - Conciencia - Conciencia moral – Condensación - Conflicto psíquico – Construcción - Contenido latente (del sueño) - Contenido manifiesto (del sueño) – Contigüidad – Contrainvestidura – Contratransferencia – Conversión - Cosa (del mundo) - Creencia (en la realidad) – Cualidad - Culpa, conciencia de - Culpa primordial - Culpa, sentimiento de - Culpa, sentimiento inconciente (o necesidad de castigo) - Cultura (humana) - Curación por el amor - Defensa - Defensa, mecanismos de - Degradación del objeto erótico (o sexual) – Delirio – Depresión – Deseo – Desesperación – Desestimación – Desexualización - Desinvestidura (sustracción de la investidura) – Desmentida – Desplazamiento – Desvalimiento - Dinámica psíquica – Displacer – Dolor - Domeñamiento pulsional – Duelo Economía psíquica - Elaboración secundaria - Elección de objeto – Ello – Emma – Emma von N - Energía indiferente - Energía libremente móvil - Energía ligada – Katharina – Lucy R - Masturbación – Mathilde H - Muerte, representación de la – Neocatarsis - Neurastenia, según Freud - Psicoanálisis de control - Psicoanálisis de niños - Psicoanálisis didáctico – Rosalía H Actualizado Diciembre 2005. Más informes: pcazau@gmail.com Aclaraciones Ricardo Bruno y Pablo Cazau Al final de casi todas las entradas el lector encontrará [José Luis Valls, Diccionario freudiano] porque unas pocas no fueron escritas por este psicoanalista argentino. Al comienzo, [freud.] quiere recordar que el Dr. Valls se propuso escribir un diccionario “freudiano” y no “de psicoanálisis”, como lo llamamos en esta edición, con una expresión más popular. Ricardo Bruno Ricardo Bruno fue entre 1978 y 1998 asesor literario de la Revista de Psicoanálisis de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina), y ha dirigido el Diccionario de Psicología (Ed. Claridad, Buenos Aires, 2000). Actualmente modera la lista de correos http://groups.yahoo.com/group/lenguasuelta/ Este Diccionario tiene registro de propiedad intelectual, y fue cedido gentilmente por el Dr. José Luis Valls por la intermediación de Ricardo Bruno. Periódicamente se irán agregando nuevas entradas. Pablo Cazau Abasia (astasia-abasia) José Luis Valls http://www.galeon.com/pcazau/307-dic-psicoan.htm [freud.] Tipo de afección característico de la histeria de conversión*, aunque también se lo encuentre en algunos trastornos neurológicos. Consiste en una fuerte dificultad de caminar, la que puede llegar hasta la imposibilidad absoluta, sin tener el paciente parálisis en los miembros inferiores y pudiendo realizar con éstos otro tipo de movimientos correctamente. Es el síntoma* predominante de Elisabeth von R.*, una de las pacientes más famosas de la primera época de Freud. “[La señorita Elisabeth von R.] padecía de dolores en las piernas y caminaba mal [...] Caminaba con la parte superior del cuerpo inclinada hacia adelante, pero sin apoyo; su andar no respondía a ninguna de las maneras de hacerlo conocidas por la patología, y por otra parte ni siquiera era llamativamente torpe. Sólo que ella se quejaba de grandes dolores al caminar, y de una fatiga que le sobrevenía muy rápido al hacerlo y al estar de pie; al poco rato buscaba una postura de reposo en que los dolores eran menores, pero en modo alguno estaban ausentes. El dolor era de naturaleza imprecisa; uno podía sacar tal vez en limpio: era una fatiga dolorosa. Una zona bastante grande, mal deslindada, de la cara anterior del muslo derecho era indicada como el foco de los dolores, de donde ellos partían con la mayor frecuencia y alcanzaban su máxima intensidad. Empero, la piel y la musculatura eran ahí particularmente sensibles a la presión y el pellizco; la punción con agujas se recibía de manera más bien indiferente. Esta misma hiperalgesia de la piel y de los músculos no se registraba sólo en ese lugar, sino en casi todo el ámbito de ambas piernas. Quizá los músculos eran más sensibles que la piel al dolor; inequívocamente, las dos clases de sensibilidad dolorosa se encontraban más acusadas en los muslos. No podía decirse que la fuerza motriz de las piernas fuera escasa; los reflejos eran de mediana intensidad, y faltaba cualquier otro síntoma, de suerte que no se ofrecía ningún asidero para suponer una afección orgánica más seria. La dolencia se había desarrollado poco a poco desde hacía dos años, y era de intensidad variable” (1893a, A. E. 2:. 151-2). En el historial de “Elisabeth von R.” Freud logró hacer una reconstrucción bastante exhaustiva de cada uno de los elementos de la conversión histérica correspondientes a su parte asociativa, vinculándolos con distintos momentos en que a través de éstas, las zonas histerógenas*, se habían concretado cierto tipo de vínculos con el marido de su hermana, todos los que participaban a su vez de una fantasía global incestuosa en el vínculo con este cuñado y ante la cual la parálisis expresaba, simbólicamente, el giro lingüístico de “No avanzar un paso” (A. E. 2:188). Durante el tratamiento la cura del síntoma histérico se va produciendo a medida que vuelven a la memoria consciente todos estos hechos traumáticos cargados de momentos de hiperexcitación libidinal; como pruebas de su participación en la idea global incestuosa. El significado del síntoma va entonces pasando al proceso secundario*, y se puede así expresar ahora el deseo* con palabras y descargarlo por abreacción*. No se necesita más, por lo tanto, de la expresión corporal sintomática. El significado del síntoma tiene aquí entonces dos vertientes: como símbolo mnémico* de los sucesos que produjeron la excitación o las contigüidades de ellos, dejando hiperalgesia o anestesia de esas zonas histerógenas. La otra está en su globalidad impidiendo la acción, como contrainvestidura* del deseo* incestuoso, del que es un retoño el amor al cuñado. A este último corresponde esencialmente la astasia- abasia que es un trastorno motriz contrario al deseo reprimido. Sería una metáfora cuya significación es la contraria a la satisfacción del deseo, a favor de la represión defensiva yoica. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Abreacción José Luis Valls [freud.] Mecanismo principal de la cura de la psicoterapia propuesto por Breuer y Freud en la “Comunicación preliminar”, de Sobre el mecanismopsíquico de fenómenos histéricos (1893a). La cura consistía básicamente en la expresión en palabras del suceso traumático reprimido, acompañada de la liberación del afecto* retenido en oportunidad del trauma*, ambas cosas no recordables en la vida normal de vigilia. Para la revivencia, la técnica más utilizada era la hipnosis. “[...] los síntomas histéricos singulares desaparecían enseguida y sin retornar cuando se conseguía despertar con plena luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, convocando al mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese proceso de la manera más detallada posible y expresaba en palabras el afecto” (A. E. 2:32). La abreacción consistía en la descarga del afecto retenido junto a la representación* responsable de él, la que había sido separada, al formarse el síntoma*, de la consciencia* a una “consciencia segunda”. Se la retornaba de ésta por medio de la hipnosis. Al ser entonces recordada y hablada la escena traumática, se “abreaccionaba” el afecto correspondiente que no había sido descargado en su momento, por diferentes causas. Derivado el afecto, la escena traumática perdía su valor patógeno, pasando a ser idéntico al de una representación cualquiera, y cesando por lo tanto el síntoma. Definiríamos, entonces, la abreacción como una descarga afectiva actual, producida durante la cura, del afecto correspondiente a un trauma psíquico de otrora, que no se descargó en aquel momento, quedando, mientras tanto, en una consciencia segunda alejada del comercio asociativo y generando, desde ahí síntomas y ataques histéricos*. El esquema básico, a pesar de estar principalmente centrad en la revivencia con descarga afectiva y el recuerdo* de la escena traumática, y no en la reelaboración* de ella, y de no tener todavía claridad conceptual el concepto de inconsciente* más que merced a lo que aquí llama “consciencia segunda”, es muy similar al luego trabajado por Freud en la primera tópica e incluso en la segunda. Se cumplen, en gran parte, reglas psicoanalíticas importantes como el hacer consciente lo inconsciente (aquí “consciencia segunda”) y rellenar ciertas lagunas mnémicas. El centro de la escena lo ocupa el alivio sintomático, lugar de que fue desplazado* con el tiempo, quizá en demasía, volviéndose importante su recuerdo actualmente, en una nueva “vuelta de tuerca”, para darle el lugar que le corresponde en el mecanismo de la cura. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Acción específica (o acorde a un fin) José Luis Valls [freud.] Acción adecuada realizada por el sujeto en el mundo exterior al que altera en algo. Merced a ella produce una descarga duradera en la fuente de la pulsión*. Se contrapone, en ese sentido, a la “alteración interna”* (expresión de emociones) y a la satisfacción alucinatoria de deseos*, las que, justamente, no producen descarga en la fuente pulsional. Freud la mencionó en el Proyecto de psicología (1950a [1895]) y en La interpretación de los sueños (1899-1900), pero está implícita en muchos de sus otros trabajos, desde el texto sobre “la neurosis de angustia” (1894-1895), pasando por La represión (1915), hasta El malestar en la cultura (1929-1930). Por ejemplo, en Pulsiones y destinos de pulsión (1915) dice que la fisiología “[...] nos ha proporcionado el concepto de estímulo y el esquema del reflejo, de acuerdo con el cual un estímulo aportado al tejido vivo (a la sustancia nerviosa) desde afuera es descargado hacia afuera mediante una acción. Esta acción es “acorde al fin”, por el hecho de que sustrae a la sustancia estimulada de la influencia del estímulo, la aleja del radio en que éste opera”. Renglones más abajo dice que “la pulsión sería un estímulo para lo psíquico [...] el estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior del propio organismo”, además de que “no actúa como una fuerza de choque momentánea, sino siempre como una fuerza constante”. [ ... ] “Será mejor que llamemos ‘necesidad’ al estímulo pulsional; lo que cancela esta necesidad es la ‘satisfacción’. Ésta sólo puede alcanzarse mediante una modificación, apropiada a la meta (adecuada), de la fuente interior de estímulo” (1915, A. E. 14:. 114). Por lo tanto la acción específica debería ser el fin del arco que comienza en el polo perceptual* del modo de una sensación displacentera que se expresa como afecto* (alteración interna, expresión de emociones, llanto, inervación vascular) y que se dirige a través del aparato psíquico* luego, ligándose con las representaciones* que conducen a la acción específica. Esta debe realizarse en el polo motor* y disminuirá, entonces, la sensación de tensión que se había producido al entrar el estímulo en el aparato psíquico. El concepto de acción específica, referido originalmente a la pulsión de autoconservación*, se complejiza muchísimo al referirlo a la pulsión sexual*, pues es en los avatares de ésta donde existe básicamente el conflicto generador de las escisiones y enfrentamientos entre partes del aparato psíquico. Y se complejiza aún más si agregamos la pulsión de muerte* y su deflexión hacia el exterior del sujeto a través del aparato muscular, o sea pulsión de destrucción*. Incluso la reintroducción de ésta vuelta contra el yo* desde el superyó*, o la que queda flotando desde un principio en el aparato psíquico como masoquismo* primario o erógeno. En todos estos casos la acción en que debe culminar el esfuerzo (Drang) de la pulsión pierde especificidad o ésta se hace más relativa. Por ejemplo: ¿Se puede considerar a la sublimación*, una acción específica? ¿Y a la perversión*? La pulsión busca la descarga. En su enfrentamiento con la cultura* (en parte exterior, al aparato psíquico, en parte interior a él como es el caso del superyó) puede “sucumbir” o se desinvestida su representación (sepultamiento* o represión exitosa), o puede satisfacerse en forma sustitutiva como en 1 sublimación (satisfacción parcial, pero satisfacción al fin). También puede descargarse en parte a través de la alteración interna (expresión afectiva) por ejemplo como angustia*; o por retorno de lo reprimido* por fallas de la represión que generan síntomas (degradación de la pulsión, o satisfacción pulsional que no puede de ser sentida como tal) neuróticos. La pulsión también puede descargarse en forma perversa. Desde luego puede hacerlo e forma “normal”, como lo serían las acciones sexuales permitida en general por la cultura. En términos generales la problemática hasta ahora expuesta respecto de la pulsión sexual gira alrededor de la libido* objetal y sus conflictos. En cuanto a la libido narcisista también ésta tiene su propia problemática cuando no consigue devenir en libido objetal. En el caso de las perversiones, se consigue u espacio intermedio de satisfacción libidinal entre objetal y narcisista (objetal por satisfacerse en un objeto y narcisista por representar éste al yo). Si se satisface entonces la pulsión narcisista erotizada se generarán conflictos con la cultura, en lo vínculos sociales, al no estar la pulsión homosexual inhibida en su meta (pulsión social). Incluso puede haber conflictos con el superyó y éstos generar los aspectos neuróticos (sentimiento de culpa*) de una perversión. La libido narcisista se satisface en gran parte (en el adulto) complaciendo al ideal del yo* que exige sublimación. Por lo tanto, las acciones que realizará el yo deberán apuntar en es dirección; también la libido narcisista se satisface con el amor proveniente de los objetos*. En las psicosis*, la libido es puramente (en términos generales) narcisista y la acción es autoplástica*. No se necesita modificar el mundo exterior, se puede regresar al autoerotismo*. La acción es pura o casi pura“compulsión de repetición”*, pierde así su característica de acorde a un fin. En cuanto a las principales posibilidades que poseemos de acción específica existen, entonces, los ya mencionados actos sexuales permitidos por la cultura, y básicamente los vínculos de meta inhibida como la ternura, la amistad, las actividades grupales y sociales, las actividades sublimatorias en general (libido homosexual). Al irse inhibiendo la meta se va generando la necesidad de variación del tipo de acto, dado lo parcial de su satisfacción, lo que a su vez da cabida y hasta impone la actividad creativa y cambiante, característica de la cultura pero no de la pulsión. La creación resulta, entonces, más bien un efecto cultural sobre la compulsión repetitiva pulsional. Resumiendo: la acción específica o “acción acorde al fin”, es la descarga parcial o total de la fuente que realiza el yo en forma adecuada (según la pulsión esté más o menos desexualizada*). Esta adecuación se produce, en forma importante, al ser aceptada la acción de descarga por el superyó (representante de la cultura y el narcisismo* en el aparato psíquico) y por la cultura (su no adecuación a ésta le producirá “angustia social”). Las así diferentes y cambiantes formas de descarga pulsional, aunque limitadas seriamente por todos estos procesos, producirán bienestar. Implican una acción en el mundo exterior “que cambiará la faz de la tierra”, una adecuación al principio de realidad*, pleno funcionamiento del proceso secundario*, incluyendo probablemente cierta dosis de agresión* (odio* perteneciente en parte a la pulsión de autoconservación, a la pulsión sexual y a la pulsión de destrucción), y tan extrema complejidad se consigue contadas veces en la vida del sujeto, a merced de tantos vasallajes opuestos constantemente. De todas maneras es una aspiración constante y debe ser incluida en el concepto de salud. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Activo-pasivo José Luis Valls [freud.] Puede hablarse de varias polaridades en la vida anímica: sujeto (yo*)-objeto* (mundo exterior), placer*-displacer*. Activo-pasivo es una de ellas. La actividad es una característica universal de las pulsiones* que tiene que ver con el esfuerzo (Drang) o sea su factor motor, la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que representa. Toda pulsión, en ese sentido, es un fragmento de actividad. Pero ¿hay pulsiones pasivas? Una pulsión es activa en cuanto a su esfuerzo, su perentoriedad, su factor motor, pero puede ser activa o pasiva en cuanto su meta. A esto último aluden los destinos de pulsión anteriores a la represión*, como la vuelta contra la persona misma* y vuelta de la actividad a la pasividad. Los ejemplos más claros son los pares sadismo-masoquismo y el mirar-ser mirado, en los que de la meta activa (sadismo, mirar) se pasa a la pasiva (masoquismo*, ser mirado). Pueden ocurrir en la vida del sujeto, en su prehistoria infantil sobre todo, situaciones traumáticas* que fijen a la pulsión o a su meta, transformándola de activa en pasiva y derivar luego esto en rasgo de carácter*. En el análisis del “Hombre de los lobos”, Freud mostró cómo en la pulsión inicialmente ambivalente (activa y pasiva) predominaba al principio la tendencia activa. Después de un hecho traumático (ser seducido por la hermana), precedido por un amenaza de castración, la pulsión regresó de su incipiente y adelantada genitalidad, a la fase sádico-anal con meta pasiva, 1 que hizo que cambiara su carácter de bondadoso a díscolo buscando masoquistamente el castigo paterno. Esta pasividad quedó fijada y. derivó en un rasgo de carácter distintivo de “Hombre de los lobos” adulto. También apareció en uno de su síntomas* histéricos más rebeldes, como la constipación. En el pequeño Hans aparecen algunos ejemplos de la dupla mirar-ser mirado como alternativamente cambiantes, los que posteriori* son reprimidos y transformados en ese dique pulsional que es la vergüenza*. Las pulsiones de meta activa o pasiva se presentan tanto en el niño como en la niña. Lo más común es que las pasivas predominen en la niña y las activas en el varón. A lo que por supuesto contribuyen de hecho las costumbres culturales. Después de la pubertad, prácticamente tomarán el carácter de masculinas (activas) o femeninas (pasivas). La pulsión de meta pasiva retiene el objeto narcisista (el yo), a diferencia de la activa, cuya meta está en el objeto. De aquí podrán derivarse las diferencias que posteriormente existirán entre las maneras del enamoramiento masculino (el deseo* activo de amar al objeto) y el amor* femenino (el deseo pasivo de ser amada por el objeto), como características masculinas y femeninas en general. Las pulsiones sexuales* son, entonces y en cuanto a su meta, activas o pasivas (aunque pueda haber variaciones de acuerdo a los hechos traumáticos que sucedan al sujeto) desde un principio. Con el advenimiento de la etapa fálica, se les suma la diferenciación fálico-castrado, la que llega a masculino-femenino en el momento del desarrollo puberal. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Acto fallido José Luis Valls [freud.] Acto aparentemente erróneo realizado por el yo* oficial (Prec. y Cc.), que posee un significado de realización de deseos* reprimidos. En realidad no es un error sino un acto que puede ser sumamente complejo de realizar, pero que es visto o juzgado por la consciencia* o, mejor dicho, por el yo consciente, como fuera de sus intenciones. Las intenciones son las del ello* inconsciente, las que a través de símbolos, de analogías* o de contigüidades* entre las representaciones* consiguen por un momento comandar la acción y, en cierta manera, producir la identidad de percepción*. Se da lugar así a una filtración del proceso primario* en el proceso secundario* a través de un acto (el hablar también es un acto), esto lo considera el yo consciente como un error, o acto fallido. Freud describe distintos tipos de actos fallidos como el olvido*, en el habla o en la acción, de nombres propios, palabras extranjeras, nombres y frases, impresiones y designios; el trastrabarse, deslices en la lectura y en la escritura, el trastrocar las cosas confundido, acciones casuales y sintomáticas, errores en general y operaciones fallidas combinadas. Serían, al igual que los sueños y los síntomas, realizaciones de deseos reprimidos Inc., no reconocidos como propios por el yo oficial. La explicación dada por Freud al fenómeno se sustenta solamente (como en el caso de los sueños y los síntomas excepciones) en la primera tópica y primera teoría pero se puede enriquecer con la teoría de la pulsión y la estructural (véase: aparato psíquico), utilizando para ello explicaciones realizadas por él mismo con respecto a similares, es el caso de los sueños punitorios* que como “[...] cumplimientos de deseos, pero no de las mociones pulsionales, sino de la instancia criticadora, censuradora y punitoria de la vida anímica” (1933, A. E., 22:26), o del humor*. En esta misma línea Freud describe a las personas con necesidad de castigo*, la que se infiere por su propensión a accidentes, enfermedades autodestructivas, etcétera. Los castigos son atribuidos al destino, etcétera. En realidad provienen del superyó* inconsciente o son buscados inconscientemente por el yo para expiar el sentimiento inconsciente de culpa* que le produce el superyó. A diferencia del acto fallido clásico, en éstos se satisfaría el autocastigo* producido por el sadismo del superyó Inc. o el masoquismo* del yo. Se trata de actos involuntarios también vividos como error, que producen fracaso, castigo, autodestrucción, a los que habría que ubicar dentro de las desmezclas pulsionales*,por lo tanto acciones más allá del principio de placer*, regidas por el principio de nirvana*, puras compulsiones de repetición*. Los actos fallidos también pueden expresar la resistencia*, producto de la contrainvestidura* defensiva del yo Inc., por lo tanto no satisfaciendo a la pulsión sino a la defensa* contra ella, sin necesidad de pertenecer, por lo menos absolutamente, a la necesidad de castigo, pero sí a la parte Inc. defensiva, la resistencia del yo. Ésta puede producir, por ejemplo: olvidarse de concurrir a una sesión, el llegar tarde, o una equivocación de horario, etcétera, actos todos vividos como errores por el yo Cc. del paciente y en realidad producidos por causas Inc. contrarias a las satisfacciones de los deseos Inc. Mezclándose de todas maneras con las otras formas de satisfacción, la pulsional y la necesidad de castigo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Afecto José Luis Valls [freud.] Sensación que es registrada por la consciencia* (PCc-polo percepción-consciencia*, 1915-17) correspondiente a los aumentos o disminuciones en la unidad de tiempo (el ritmo, 1924) de las cantidades de excitación* libidinal provenientes desde dentro de la superficie corporal. Los aumentos, en términos generales, son registrados como displacer* y las disminuciones como placer*; en las variaciones cualitativas (producidas por la forma o el tiempo en que se producen estos mismos aumentos o disminuciones) existentes entre cada uno de estos dos extremos, se sitúan los otros diferentes afectos placenteros o displacenteros. Dentro de los displacenteros, uno es la moneda corriente a la que los demás toman como referencia: la angustia*. En el Proyecto de psicología (1950a [1895]) Freud habló explícitamente del afecto refiriéndose al recuerdo* de la vivencia de dolor*, la que deja una elevación de la tensión cuantitativa Qη en Psi y con ello unos motivos compulsivos a la descarga. Es decir: tras la vivencia de dolor, queda como secuela la aparición del afecto (seguramente se refiere al miedo o angustia real) ante cualquier hecho que se asemeje al que otrora produjo dolor. En el mismo texto, al hablar de “alteración interna”* -forma corporal esencialmente vascular y respiratoria de expresión de los sentimientos, que acompañan al grito prototípico-, esa válvula de escape previa al aprendizaje de la “acción específica”*, estaba hablando también del origen del afecto o de la descarga afectiva como sentimiento que anuncia el deseo del objeto*. En los escritos metapsicológicos de 1915 habla de un psiquismo compuesto por representaciones-cosa* y representaciones-palabra* y un montante de energía libidinal (pulsión sexual*) que las inviste (representa éste la perentoriedad, Drang, o esfuerzo de trabajo de la pulsión*, al mismo tiempo que “enciende” a la representación* convirtiéndola en deseo*). A este montante de energía libidinal se lo llama también monto o “quantum de afecto”*. Corresponde al factor cuantitativo de la pulsión (invistiendo y siendo investido a su vez por la representación) y como tal es percibido por el polo percepción consciencia (o PCc.). Mientras no hay descarga de la fuente pulsional, a través de la “alteración interna” se lo percibe como afecto displacentero de diferentes tipos. Cuando se produce la descarga total o parcialmente merced a la realización de la acción específica, se sienten afectos esta vez placenteros, también de diversa índole. En el inconsciente* existen representaciones. La mayor o menor investidura de éstas es registrada directamente por la consciencia (PCc) como afecto. Por lo tanto, el afecto en rigor no es inconsciente dado que es sentido en forma inmediata por la consciencia. La que puede ser inconsciente es la representación que lo produce. Esto está siempre referido al afecto producido por causas representacionales, por lo tanto psíquicas, por lo tanto históricas. Algunos afectos son producidos por causas biológicas o mecánicas (como la angustia de las neurosis actuales*, producida por la acumulación de cantidad de excitación sexual somática, 1894-1925), en los que la problemática no está referida a lo representacional, por lo menos directamente. De todas maneras la angustia también en esta ocasión es consciente. Cuando Freud describe en Inhibición, síntoma y angustia (1925-26) la “angustia señal”*, dice que la angustia en ese caso no es producida como algo nuevo a raíz de la represión*, sino que lo es como estado afectivo siguiendo una imagen preexistente, el recuerdo de las situaciones traumáticas * de la infancia que ahora devinieron en situaciones de peligro*, señales de peligro que obligan al yo* Inc. a utilizar mecanismos de defensa* (o represiones en sentido amplio), automáticamente. Los estados afectivos además están incorporados en la vida anímica como unas sedimentaciones de antiquísimas vivencias traumáticas y, en situaciones parecidas, despiertan como unos símbolos mnémicos*. En ese mismo sentido, el trauma* del nacimiento prestaría el modelo que luego tomará el yo como símbolo mnémico de la angustia, al que usará como señal para conducir al ello* adonde el yo quiere; en otras palabras, le aplicará sus mecanismos de defensa inconscientes. A la angustia señal, en este caso, no le cabe una explicación económica pues consiste en una reproducción, un recuerdo, un símbolo mnémico, de una situación que fue traumática y ahora es peligrosa. No es más que una señal, es más representación que quantum de afecto en sí, de éste resulta solamente una pizca de lo que podría llegar a percibirse, en caso de persistir la pulsión del ello en la dirección en que iba y llegar al yo Prec., y con ello al hecho de ser pensada o a la posibilidad de la acción. Este tipo de angustia le da gran poder al yo, pues merced a ella consigue dominar al ello, usando a su favor el omnipotente principio de placer-displacer, y utilizando para esto los mecanismos de defensa inconscientes, que se rigen por el mismo. La explicación sería: lo que en un momento formó parte de una acción específica puede participar a posteriori* como símbolo afecto. Por ejemplo: lo que fue necesario para el bebé, para su autoconservación (respirar intensamente, taquicardia), queda como símbolo mnémico en la misma hiperpnea, taquicardia, hipersudoración, etcétera, componentes corporales de la angustia que expresan unas sensaciones de displacer muy particular, cuyo recuerdo será usado como señal por el yo Inc. para defenderse del ello. En un sentido más amplio del concepto de afecto se podría incluir a los sentimientos en general, los que tienen una explicación más compleja y más particular para cada caso (véanse: amor, odio, agresión, dolor, etcétera). Todos tienen una base común corporal en la “alteración interna” (expresión de las emociones, grito, inervación vascular), la que va tomando mayor dimensión psicológica a medida que se suceden las vivencias de satisfacción* y dolor que se viven con el objeto. Las huellas dejadas por estas vivencias forman los complejos representacionales cosa, compuestos por la imagen de un objeto luego generadora del deseo de él, y la de un movimiento a realizar con él para que se produzca una sensación (afecto) que es la esencia de lo deseado. La representación-cosa, investida por el (e invistiendo al) quantum afectivo, va a constituir la base del psiquismo inconsciente. La investidura es mutua, es el punto de unión de la cantidad de excitación con el representante estrictamente psíquico. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Agorafobia José Luis Valls [freud.] Tipo de fobia*, consistente en el temor a hallarse en espacio abiertos (miedo a salir “afuera”, “a la calle”). Es más común en los adultos que en los niños. Freud lo atribuye al temordel neurótico a la tentación de ceder a sus concupiscencias eróticas, lo que le haría convocar como en la infancia, el peligro de la castración o uno análogo. Pone el ejemplo de un joven que temía ceder a los atractivos de prostitutas y recibir como castigo la sífilis. La agorafobia gana terreno paulatinamente, como toda fobia, y va imponiendo limitaciones al yo* para sustraerlo de los peligros pulsionales. Puede conducir al encierro del sujeto y su aislamiento social (introversión libidinal*), para evitar los peligros de “la calle”. Se produce, a la vez, una “regresión* temporal” a la época infantil en que podía “salir a la calle” siempre que fuera acompañado por alguien que lo cuidara. Ahora este acompañante lo cuidaría, más que de los peligros reales, de sus propias tentaciones pulsionales que merced al desplazamiento* y proyección son sentidos como peligros provenientes de “afuera”, “de la calle”, lo que era de alguna manera “real” en la infancia. En esta misma formación sintomática se hace evidente e influjo de los factores infantiles que gobiernan al adulto a través de su neurosis*. En contraposición aparente a la agorafobia está la “fobia a la soledad”, una forma de la claustrofobia, que Freud explica como el querer escapar a la tentación del onanismo solitario. La agorafobia se instaura como enfermedad, por lo general, después de haber vivenciado un ataque de angustia en alguna de la circunstancias desencadenantes y luego temidas, a las que se dedicará a evitar. Cuando no lo logra, reaparece el ataque angustioso. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Aislamiento José Luis Valls [freud.] Mecanismo de defensa* o forma de la represión secundaria*, producido por el yo* Inc. ante la angustia señal* sentida por éste frente a una pulsión* que le ha sido prohibida por el superyó*. La representación-cosa* pulsional, sin embargo, puede tener acceso a la representación-palabra* (por lo tanto al yo Prec. y la Cc.), siempre que ésta permanezca desafectivizada; para lo que se la aísla de todas sus conexiones posibles (asociaciones*, ligaduras, etcétera) con las demás. Se logra así el efecto represivo sobre la pulsión por parte del yo y el impedimento del acceso a la acción específica*; en este sentido el mecanismo es eficaz. El paciente realiza acciones en las que están representadas la desconexión del vínculo entre las representaciones*. Dice Freud: “Recae también sobre la esfera motriz, y consiste en que tras un suceso desagradable, así como tras una actividad significativa realizada por el propio enfermo en el sentido de la neurosis, se interpola una pausa en la que no está permitido que acontezca nada, no se hace ninguna percepción ni se ejecuta acción alguna” (1925, A. E. 20:115). Es como si se cortaran los puentes con aquello que se quiere aislar, dejándolo exactamente así, como una isla. El sujeto realiza actos que representan este hecho (como la “rayuela” secreta que va jugando el obsesivo con las baldosas, o la dificultad de encontrar relaciones entre un tema y otro, o entre una sesión y otra, por ejemplo). Al conseguirse el aislamiento, la representación queda desafectivizada (el quantum de afecto* lo da, en estos casos, la investidura representacional y su posibilidad de asociación con otras representaciones), y no es posible que partícipe del comercio asociativo, de la actividad de pensamiento*. Por lo tanto queda fuera de la posibilidad de ser usada por el yo Prec. El aislamiento es un mecanismo de defensa típico de la neurosis obsesiva*. Cae dentro de uno de los mecanismos de la represión secundaría, la sustracción de investidura Prec., con la salvedad de que -en vez de desinvestirse* la palabra o desplazarse* su investidura a otra o a una inervación corporal- la palabra permanece en el preconsciente* pero desafectivizada y cortados sus puentes de asociación con el resto de las palabras. Incluso puede mezclarse o afianzarse con otros mecanismos como el desplazamiento a lo nimio, etcétera. El aislamiento pertenece, en medidas moderadas y usado con plasticidad, al pensamiento normal, es parte de la tendencia al orden, rasgo sublimatorio anal. En su contrapartida patológica, llevado a su extremidad, constituirá el “defire de toucher” (delirio de ser tocado), que en parte configura su esencia, el no ser tocado, lo que se extiende a que nada se “toque” entre sí. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Alianza fraterna José Luis Valls [freud.] En la hipótesis freudiana, expuesta en Tótem y tabú (1912-1913), consiste en los vínculos de unión homosexual que se establecieron entre los hermanos echados de la horda primitiva* por el padre primitivo. Así merced a la invención de un arma y a esos lazos de unión que se generaron en el destierro, lograron consumar el parricidio y devorar al padre omnipotente y cruel. Después del asesinato del padre, que descargó el odio* contra él, quedó como resabio la añoranza* del mismo y la culpa* por lo realizado, amén de un deseo* de mantener los vínculos conseguidos entre los hermanos en el destierro. Así fueron naciendo, desde dentro de su propio psiquismo, las leyes básicas de prohibición del incesto y del parricidio, leyes sobre las cuales se edificó la cultura*. El cambio de estructuras sociales generado por la alianza fraterna y su consecuencia, el parricidio, posibilitó así el progreso a un nivel más alto de nivel cultural, nuestra cultura actual en general, y configuró a su vez una nueva estructura del aparato psíquico* humano, dejando como legado para siempre en él al superyó*. Se pactó durante este período hipotético una suerte de contrato social: “Nació la primera forma de organización social con renuncia de lo pulsional, reconocimiento de obligaciones mutuas, erección de ciertas instituciones que se declararon inviolables (sagradas), vale decir: los comienzos de la moral y el derecho. Cada quien renunciaba al ideal de conquistar para sí la posición del padre, y a la posesión de madre y hermanas. Así se establecieron el tabú del incesto y el mantenimiento de la exogamia. Buena parte de la plenipotencia vacante por la eliminación del padre pasó a las mujeres; advino la época del matriarcado. La memoria del padre pervivía en este período de la "liga de hermanos". Como sustituto del padre hallaron un animal fuerte -al comienzo, acaso temido también-. Puede que semejante elección nos parezca extraña, pero el abismo que el hombre estableció más tarde entre él y los animales no existía entre los primitivos ni existe tampoco entre nuestros niños, cuyas zoofobias hemos podido discernir como angustia frente al padre. En el vínculo con el animal totémico se conservaba íntegra la originaria bi-escisión (ambivalencia) de la relación de sentimientos con el padre. Por un lado, el tótem era considerado el ancestro carnal y el espíritu protector del clan, se lo debía honrar y respetar; por otro lado, se instituyó un día festivo en que le deparaban el destino que había hallado el padre primordial. Era asesinado en común por todos los camaradas, y devorado (banquete totémico, según Robertson Smith). Esta gran fiesta era en realidad una celebración del triunfo de los hijos varones, coligados, sobre el padre” (1939, A. E. 23:79). Esta cita de Moisés y la religión monoteísta es la mejor definición y subrayado de la importancia otorgada por Freud, hasta el final de su obra, de sus hipótesis expuestas en 1913, dentro de las que se desarrolla el concepto de alianza fraterna, liga entre hermanos unidos para realizar el parricidio, consecuencia posterior de aquella. Germen de la cultura humana. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Aloplástica, conducta José Luis Valls [freud.] Es la que resulta adecuada a fines, la que a su vez se empeña en modificar la realidad*, sin desmentirla (véase: desmentida), enun trabajo sobre el mundo exterior que produce cambios en él. Dentro de ella podemos incluir todos los tipos de acción específica*, o sea acciones que descarguen la fuente de la pulsión*, en la forma más completa posible. Incluimos en ellas, por ejemplo, la producción o captura de alimentos, la posesión del objeto* sexual, y todas las sublimaciones*, generadoras de y generadas, por la cultura*. La aloplástica es un tipo de conducta que conduce a la descarga pulsional. Por el hecho de funcionar dentro del principio de realidad*, produciendo cambios en el mundo exterior, como por ejemplo los hechos de la cultura misma, podemos emparentarla con el concepto de salud. Cuando son desexualizadas, fruto de identificaciones* con atributos de seres que antes tuvieron investidura de objeto, constituyen las sublimaciones. Éstas son aquellas que justamente pierden su capacidad de realizar los paranoicos al resexualizárseles los vínculos homosexuales con los objetos, generando el yo* la defensa* paranoica contra éstos. La libido* homosexual desexualizada es aquella de la que están compuestos los vínculos sociales. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Alteración del yo José Luis Valls [freud.] Concepto expuesto por Freud en Análisis terminable e interminable (1937) y el Esquema del psicoanálisis (1938), donde expresa que el yo* cooperador del paciente es una ficción ideal. El yo está “alterado” directamente en relación con las marcas que le dejaron las experiencias vividas, especialmente las situaciones traumáticas* (cuanto más traumáticas y menos formado el yo en el momento de su vivencia, más alterado o más defendido y con defensas* más extremas quedará fijado el yo Inc.) y las situaciones de peligro* en las que sus defensas le sirvieron. Estas últimas si bien pueden permanecer actualmente en acción, en parte forman una infraestructura Inc. yoica, formándose sobre ellas una superestructura Prec., también yoica, que desconoce la anterior pero cuyas acciones pueden estar más o menos modeladas desde el yo Inc., en algunos casos de tal manera que el funcionamiento yoico total queda alterado. Constituyendo, entonces, especialmente cuando las defensas yoicas están muy consolidadas, una de las dificultades del progreso del tratamiento, pues en lugar de cooperar surgen como verdaderos obstáculos para ello. “Cada persona normal lo es sólo en promedio, su yo se aproxima al del psicótico en esta o aquella pieza, en grado mayor o menor, y el monto del distanciamiento respecto de un extremo de la serie y de la aproximación al otro nos servirá provisionalmente como una medida de aquello que se ha designado, de manera tan imprecisa, "alteración del yo"“ (1937, A. E. 23: 237). Está incluida dentro de los factores que hacen prolongar el período de análisis creándole inconvenientes, resistencias* o directamente generando imposibilidades de curación. La “alteración del yo” está formada, entonces, principalmente por los diferentes mecanismos de defensa* inconscientes del yo, los que pueden ser más o menos regresivos, más o menos comprometedores de las investiduras yoicas. Los mecanismos de defensa yoicos Inc. generan, amén de su función específica, y cuando la función defensiva contra lo pulsional especialmente se rigidifica o resulta extrema, diversos tipos de trastornos alteradores del yo. Ahí ubicamos los rasgos patológicos de carácter* (más o menos rígidos), la patología narcisista en general, desde las perversiones* homosexuales (cuando las fijaciones* producidas por las represiones primarias* se producen en el período del primer nivel de reconocimiento de diferencias sexuales, en el período fálico, y la fijación se basa en la desmentida de la diferencia, por ejemplo), hasta los fenómenos de restitución* psicótica. La función que cumplen los mecanismos defensivos yoicos, a pesar de la alteración yoica que puedan producir, es, entonces, la de defender al yo de los peligros generados a él por la pulsión*. En líneas generales lo consiguen, desconociéndola, devolviéndola al ello* inconsciente. Al proponerse justamente el analista como investigador y por consiguiente alguien que busca conocer la pulsión, el mecanismo de defensa perteneciente al yo inconsciente del paciente puede generar una resistencia del yo contra el progreso del análisis. No olvidemos que el yo llama en su ayuda al “omnipotente principio de placer*” para generar sus mecanismos de defensa inconscientes y que, por lo tanto, éstos se rigen por aquel. Ubicándonos en esa tesitura vemos que el desconocimiento de la pulsión resguarda al yo de la angustia*, por lo tanto, sería raro que de alguna manera no opusiera resistencias contra el conocimiento de la historia de su pulsión, Cuando esto es lo absolutamente predominante, dominando al yo, decimos que éste está alterado. El mecanismo de defensa es, en parte, un sistema de desconocimiento de sí mismo, de la pulsión, el deseo*, el “[...] núcleo de nuestro ser” (1900, A. E. 5: 593). Mecanismo que por un lado protege al yo, formando la parte inconsciente de él y dándole cierto nivel de ligadura que sofoca a la pulsión y le impide esencialmente el llegar a la acción, además de desconocerla y transformarla en “[...] tierra extranjera interior” (1933, A. E. 22: 53). Por otro lado, o por el mismo, empobrece al yo, pues todo lo que queda inconsciente pasa a no ser sentido como algo propio, de él; verbigracia no lo puede pensar, sublimar*, gozar, etcétera, en realidad deja de pertenecer al yo Prec. y pasa a engrosar las filas de lo reprimido, presente en el temido ello. Por cierto también cumple su objetivo principal: conseguir que la pulsión no acceda al yo y por lo tanto a la acción, constituyéndose así una infraestructura yoica Inc. que permite el funcionamiento de la superestructura Prec., menos apremiada por la pulsión, si bien en los casos en que la infraestructura defensiva es demasiado importante se lleva la mayoría de la investidura energética, alterando así tanto al yo, que éste resulta entonces muy difícil de modificar. La superación de las “alteraciones del yo” y sus resistencias concomitantes, pasan así a ser una de las metas del psicoanálisis y principalmente del análisis del yo, incluido su carácter. Un yo que funciona dominado por sus mecanismos de defensa inconscientes, es un yo empobrecido, un yo alterado ante sus capacidades de enfrentarse con las dificultades de la realidad, que es su esencia. , Este yo se enriquecerá cuando conozca aquello interior de lo que se defiende automáticamente y además sepa que se defiende. Entonces podrá elegir si defenderse o no, o sí vale la pena defenderse, la defensa podrá pasar a integrar su comercio asociativo, su actividad de pensamiento*, con lo que se logrará así un domeñamiento* en un nivel más alto de la pulsión, enriqueciéndose. Es interesante recordar que en el manuscrito K,* de 1896, Freud expone la alteración del yo como uno de los medios de formación de los síntomas* del yo, los que lo van alterando. Esta alteración consiste en el delirio* que va formando el paciente, a partir de los síntomas primarios (desconfianza) y de los síntomas de retorno de lo reprimido* (las alucinaciones*). En esta conceptualización se toma al delirio como alteración del yo. Lo que por otro lado resulta evidente: cualquier defensa altera aquello que está defendiendo; si la defensa es extrema, dificulta el retornar las cosas a su punto original. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Alteración interna José Luis Valls [freud.] Fenómeno conceptualizado por Freud en relación con la forma de expresión emocional, descrito en principio respecto del recién nacido,pero extensible a los adultos. Freud lo expuso en el Proyecto de psicología (1950a [1895]), La interpretación de los sueños (1900) y lo mencionó en otras obras, como Lo inconciente (1915), en donde dice: “La afectividad se exterioriza esencialmente en una descarga motriz (secretoria, vasomotriz) que provoca una alteración (interna) del cuerpo propio sin relación con el mundo exterior; la motilidad, en acciones destinadas a la alteración del mundo exterior” (A. E. 14:175. Nota al pie). También la menciona en Inhibición, síntoma y angustia (1925), como formando parte del síntoma* neurótico: “El proceso sustitutivo es mantenido lejos, en todo lo posible, de su descarga por la motilidad; y si esto no se logra, se ve forzado a agotarse en la alteración del cuerpo propio y no se le permite desbordar sobre el mundo exterior; le está prohibido (verwehren) trasponerse en acción” (A. E. 20:91). Esencialmente la alteración interna consistiría en la primera forma de descarga que tiene el cuerpo ante el Drang (esfuerzo, fuerza de trabajo) de la pulsión* que en lugar de producir una alteración en el mundo exterior (provisión de alimento, acercamiento del objeto* sexual), produce una alteración en el interior del cuerpo mismo, expresándose ésta cualificada como emoción, a través del llanto y la inervación vascular. La alteración interna va a ser entonces la forma de expresión de las emociones (grito, inervación vascular), las que tendrán, así, una forma de expresión corporal principalísima. En Inhibición, síntoma y angustia (1925) describe para la angustia* tres partes constituyentes: una pequeña descarga corporal, la percepción* de esa descarga y por último la percepción de una sensación displacentera particular. Esta última es la percepción cualitativa de la cantidad por la que deviene esencialmente sensación psíquica, La forma de descarga corporal está principalmente compuesta por taquicardia e hiperpnea y dice también que esta modalidad de descarga e.- adquirida durante el trauma* del nacimiento. En ese momento, esta reacción corporal es la adecuada, la específica, dado que es la forma de conseguir oxígeno, después del cambio de sistema respiratorio. Sin embargo pareciera que el organismo quedara fijado a esta situación prototípica, y respondiera luego a toda otra situación de peligro* con este tipo de respuesta. Pasa así esta vía a ser expresión de angustia y expresión de las emociones en general. Al aumentar posteriormente la tensión de necesidad* en el organismo, el bebé expresa su emoción a través del llanto y la inervación vascular. Luego esta “alteración interna” es entendida por un “asistente ajeno”*, generalmente la madre, encargado en ese momento de realizar la acción específica*. Ésta hará descender la cantidad de estimulación en la fuente de la pulsión, produciéndole una “vivencia de satisfacción”*. La expresión de la emoción, simple descarga corporal al principio, se irá transformando paulatinamente en llamado, en el mismo vínculo que se irá estableciendo entre madre e hijo, y ésta será una de las bases sobre las que irá naciendo el lenguaje*. El concepto de “alteración interna” es, por lo tanto, un concepto dinámico, pues se refiere a un proceso que por un lado se va transformando (de expresión de emoción, deviene en llamado y de éste en lenguaje) y por otro persistirá siempre como forma de expresión de la emoción, principalmente de la angustia. Una forma de respuesta biológica se va transformando en vínculos sociales con las sensaciones que éstos producen, man- teniéndose a su vez como respuesta corporal. Es interesante entonces volver a subrayar los diferentes temas, que nos llevan a otros insospechados, provenientes todos de este concepto: la expresión de las emociones (la angustia), el grito (el lenguaje), y la inervación vascular (patología psicosomática. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Alucinación José Luis Valls [freud.] Percepción* de un deseo, un pensamiento*, un recuerdo*, incluso un castigo o una- amenaza también provenientes del acervo mnémico, corno si provinieran del mundo exterior, registrados -corno cualquier percepción y, por lo tanto dándole creencia* de real- por el aparato perceptual (PCc.). Hay alucinaciones cuando el yo* se altera momentánea- mente, como en los sueños*, o se pasa por un estado de privación por causas externas. Otras veces la causa es tóxica (drogas alucinógenas). Puede deberse a una alteración del yo* más o menos profunda, como en los casos de las alucinaciones de las psicosis* histéricas y las psicosis alucinatorias agudas o amencia de Meynert*. En ellas la alteración consiste en 'no poder discriminar el yo entre las fantasías de deseo y las percepciones visuales reales. En el caso de la histeria*, más que deseos realizados, pueden ser alucinados castigos derivados de ellos, o también deseos disfrazados que generan angustia*, a la manera de los sueños de angustia, por ejemplo: la alucinación de las víboras en Anna 0. * En la amencia o psicosis alucinatoria aguda las alucinaciones están más relacionadas con procesos de desmentida* de duelos* ante la pérdida de un objeto, desmentida producida junto a una regresión* del yo a la percepción, retirándole la investidura al PCc. (sistema de percepción consciencia). Merced a esto el PCc., perteneciente al yo, confunde el recuerdo deseante del objeto* con su percepción real. En los casos de esquizofrenia*, la esquizofrenia paranoide y la paranoia*, la regresión yoica es mayor: se perciben los propios pensamientos preconscientes* como proviniendo desde afuera, como si el yo ahora estuviera en máquinas (símbolos* del cuerpo,) o en otras personas que lo manejan. También como percepción de la parte crítica del yo (superyó*), que es sentida como percepción por el PCc., dándosele creencia en la realidad*. Lo que debiera ser un simple pensamiento propio es sentido como una voz exterior, lo que sucede por la regresión a la percepción, de la manera en que originalmente lo fuera (las voces observadoras, críticas de los padres). En estas últimas afecciones con retracción libidinal* narcisista, predominan las alucinaciones auditivas, mientras que en la histeria y en la amencia predominan las visuales. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Amencia de Meynert (confusión alucinatoria aguda) José Luis Valls [freud.] Tipo de psicosis* mencionada por Freud varias veces en su obra y descrita por uno de- sus maestros, el psiquiatra Meynert. Es un tipo de psicosis aguda que se produce como reacción ante la pérdida de un ser querido (quizá con una previa discriminación incompleta entre yo* y objeto*), al desmentirse la percepción* de este aspecto doloroso de la realidad*. Freud trae el ejemplo de la madre que perdió su bebé y sigue acunando un leño, y el de la novia abandonada que sigue esperando la llegada de su novio en cada llamada de la puerta. Se desmiente* la pérdida del objeto*, al que se sigue percibiendo, o mejor dicho, se recibe como percepción el recuerdo* de la imagen de aquel, Hay una alteración del yo* por la que éste retira investidura del polo percepción consciencia* (PCc.) y pasa a funcionar regido por el principio de placer* en vez de por el principio de realidad*, para el que es tan necesario el aparato perceptual; confundiéndose, entonces, la fantasía de deseo* de la presencia del objeto con la percepción real de su ausencia. La amencia de Meynert se diferencia de otro tipo de psicosis. Por ejemplo en la psicosis histérica, las fantasías* que se perciben como alucinación* son reprimidas (disfrazadas, angustiantes, retornan de lo reprimido*) mientras que en la amencia no, todo lo contrario, son queridas por el yo. En la esquizofrenia*, la investidura se retira de la representación-cosa* con lo que se pierde el deseo* inconscientedel objeto, siendo que éste es el motor del aparato psíquico. Para que pueda suceder semejante hecho, o como consecuencia de él, el yo queda prácticamente arrasado e incluso se lo proyecta al mundo exterior, siendo percibido en forma alucinatoria retornando desde él (sonorización del pensamiento*), también a través de órdenes enviadas por máquinas (símbolos del cuerpo, origen del yo) u observaciones críticas (el superyó*, que también es proyectado y percibido alucinatoriamente) de sus actos. En la amencia la alteración es menor y mucho menos profunda, por lo tanto menos irreversible, aunque pueden existir cuadros intermedios, o un cuadro puede devenir en el otro y esto dependerá del grado de alteración y regresión* yoica que se produzca. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Amnesia infantil José Luis Valls [freud.] Proceso universal por el cual el ser humano no recuerda en general todos los sucesos acaecidos en su vida antes de los cinco años, más o menos, a pesar de haber poseído durante gran parte de ese período recursos, si bien incipientes, para recordar (len- guaje*, pensamiento*, yo*, principio de realidad*, angustia de pérdida de objeto*, reconocimiento de éste como fuente de placer*, etcétera). La amnesia se produce después del sepultamiento* del complejo de Edipo* y la instauración definitiva del superyó* en el aparato psíquico, el que actúa como una inmensa contrainvestidura* que engloba todas las contrainvestiduras previas (represiones primarias*) produciendo la represión* (también primaria, incluyendo todas las represiones primarias anteriores) y, por lo tanto, el olvido* de toda la sexualidad infantil*. Ésta podrá luego ser reconstruida merced al psicoanálisis de sueños*, síntomas*, recuerdos encubridores*, actos fallidos*, etcétera. Un interesante ejemplo de amnesia infantil es el de Hans, primer paciente niño de la historia del psicoanálisis, que se trató entre los tres y los cinco años. A sus diecinueve años, Hans no recordaba casi nada de su proceso analítico y de todos los sucesos durante él acaecidos. El producto de la amnesia infantil no es ni más ni menos que la sexualidad infantil comandada ya por la zona erógena* fálica; con la unión bajo su supremacía de todas las zonas erógenas generando un yo realidad definitivo*, que definitivamente reconoce al objeto* (centro de la realidad*) como fuente de placer, ahora con características diferentes del yo (tiene otro sexo, aunque la diferencia reconocida sea solamente la de posesión o no de falo), en fin, toda la problemática edípica. Ésta se “hundirá” o pasará al estado de represión y, junto con ella, toda la problemática anterior; así terminarán de constituirse la represión primaria, el superyó y el aparato psíquico en general. Se hunde o reprime la sexualidad infantil y nace el inconsciente* reprimido -descubrimiento crucial de Freud- conteniendo a toda esa sexualidad infantil en su interior. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Amor José Luis Valls [freud.] En Pulsiones y destinos de pulsión (1915) Freud define el amor como “[...] la relación del yo con sus fuentes de placer” (A. E. 14:130). Las fuentes de placer* del yo* pueden estar en su propio cuerpo, en sí mismo o en el objeto*. Cuando las fuentes están en el propio cuerpo, esto lleva el nombre de autoerotismo*. Una vez que el cuerpo se constituye en yo y la libido* se ubica en él, hablamos de narcisismo*. La libido que encuentra placer en el yo se llama narcisista. El narcisismo sería una forma del amor: el amor al yo. Cuando se comienza a reconocer al objeto como la fuente principal de placer del yo, la libido que busca complacerse en el vínculo con él se llama libido objetal*. Ésta constituirá el amor más elevado, el amor por excelencia, el amor objetal, el que puede a su vez poseer diferentes matices, clases o formas. La capacidad de amor objetal se va desarrollando junto con el yo de una manera muy compleja. “Luego que la etapa puramente narcisista es relevada por la etapa del objeto, placer y displacer significan relaciones del yo con el objeto. Cuando el objeto es fuente de sensaciones placenteras, se establece una tendencia motriz que quiere acercarlo al yo, incorporarlo a él; entonces habíamos también de la “atracción” que ejerce el objeto dispensador de placer y decimos que llamamos al objeto” (1915, A. E. 14:131). En las primeras etapas infantiles el amor es ambivalente, no se distingue totalmente del odio*. Tampoco se distingue el ser* y el tener*. De ahí que la forma primera del lazo afectivo sea la identificación*. El modelo analógico es el del canibalismo, en el que la tendencia amorosa hacia el objeto implica el incorporarlo, por lo tanto su desaparición y transformación en parte del propio ser. Es un tipo de amor que lleva implícita la destrucción del objeto como tal. En el apoderamiento de la etapa anal (véase: erotismo anal y pulsión de apoderamiento) la ambivalencia* es menor aunque más evidente, y mayor la diferenciación entre las categorías ser y tener. Cuando la síntesis de las pulsiones sexuales* se ha cumplido, estableciéndose la etapa genital (véase: genital), el amor deviene el opuesto de] odio y coincide con la aspiración sexual total. Existe toda una gradación de posibilidades dentro del fenómeno del amor. Durante el periodo del complejo de Edipo* el niño encuentra un primer objeto de amor en uno de sus progenitores; en él se reúnen todas sus pulsiones sexuales que piden satisfacción. La represión que después sobreviene obliga a renunciar a la mayoría de estas metas sexuales infantiles y deja como secuela una profunda modificación de las relaciones con los padres. En lo sucesivo el niño permanece ligado a ellos, pero con pulsiones que es preciso llamar de “meta inhibida”, Los sentimientos que en adelante alberga hacia esas personas amadas reciben la designación de “tiernos”. Este amor de “meta inhibida” o ternura es el que logra crear ligazones más duraderas entre los seres humanos, 1.0 que se explica por el hecho de no ser susceptible de una satisfacción plena. El amor sensual está destinado a extinguirse con la satisfacción; para perdurar tiene que encontrarse mezclado desde el comienzo con componentes puramente tiernos, vale decir, de meta inhibida, o sufrir un cambio en ese sentido. El amor de meta inhibida es el que liga a los miembros de la masa* y es factor esencial generador de cultura*. El amor sensual es antisocial, la pareja quiere intimidad, no puede compartir su amor. También “[...] el niño (y el adolescente) elige sus objetos sexuales tomándolos de sus vivencias de satisfacción. Las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas son vivenciadas a remolque de funciones vitales que sirven a la autoconservación. Las pulsiones sexuales se apuntalan al principio en la satisfacción de las pulsiones yoicas, y sólo más tarde se independizan de ellas; ahora bien, ese apuntalamiento sigue mostrándose en el hecho de que las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la protección del niño devienen los primeros objetos sexuales; son, sobre todo, la madre o su sustituto”. En otros casos no se elige el objeto siguiendo el modelo de la madre, sino el de la persona propia: “Decimos que [el sujeto] tiene dos objetos sexuales originarios: él mismo y la mujer que lo crió” (1914, A. E. 14: 84). De ellos saldrán los modelos de la elección de objeto* según el tipo de apuntalamiento* (más comúnmente masculino) y según el tipo narcisista (más típicamente femenino). El amor, entonces, podríamos decir que deriva de complejizaciones realizadas por el yo de los destinos de la pulsión sexual. Ésta produce a su vez mezclas complejas con la tendencia a la vuelta a lo inorgánico, propia de la pulsión de muerte*. El principal obstáculo -casi podríamos decir el único- que encuentra la pulsiónde muerte en su camino hacia lo inorgánico, es esta complicación que le surge con los fenómenos de la vida, de los cuales el principal exponente es el amor. A medida que aumenta la complejización, aparecen fenómenos diferentes. La pulsión sexual se mezcla* con la pulsión de muerte y con eso consigue domeñarla. El acto sexual genital llevado a su meta final, el amor sensual, resulta la principal forma de domeñamiento* de la pura cantidad (véase: cantidad de excitación), de la no-cualidad, de la pulsión de muerte. La cultura está edificada, básicamente, sobre la sofocación* de la pulsión sexual, específicamente del incesto. La represión* hace cabeza de playa en la represión del incesto y luego se va extendiendo hacia toda la sexualidad posible. También se sofoca la pulsión de destrucción* que resulta de un primer nivel de mezcla con la pulsión sexual, en el que no se distinguen el odio del amor, en cambio sí se perciben en la agresión* y el apoderamiento (en el primero se ve quizá más claro el, dominio de la tendencia destructiva sobre la -.morosa, no así en el segundo que retiene al objeto por amor, sin tener en cuenta que en esa retención está implícito el daño al objeto). Las ligazones libidinales sobre las que se forman las masas culturales, son de meta inhibida. Todas las creaciones culturales son fruto de esta libido que podríamos llamar sublimada. El domeñamiento de la pulsión de muerte en ellas es menor. Queda un plus de pulsión de muerte no mezclado. Así nace la paradoja de que esta complicación que le surgió a lo inorgánico y que generó los fenómenos de la vida, de los que a su vez nació la cultura, lleva incluida en su propio interior las pulsiones de muerte con cierta libertad, no domeñadas, en la esencia de la creación del hecho cultural. Cultura en la que entonces pareciera que por momentos predominaran las tendencias destructivas del ser humano sobre las del amor. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] [sida] Amor de transferencia José Luis Valls [freud.] Situación por la que pueden pasar algunos tratamientos psicoanalíticos. Consiste, según el ejemplo freudiano, en el enamoramiento básicamente sensual de la paciente mujer por su terapeuta hombre. Cabe que pueda enamorarse un paciente hombre de su terapeuta mujer aunque Freud, por alguna causa que no podemos adjudicar simplemente a machismo, no la menciona. También puede darse, obviamente, cuando paciente y terapeuta pertenecen al mismo sexo, pero en esos casos tendríamos que pensar más detenidamente si entran dentro de la categorización específica del fenómeno descrito, dada la libido* narcisista puesta en juego en ellos. En el caso de que el enamoramiento provenga desde el terapeuta se trata de un fenómeno de la contratransferencia*. El fenómeno descrito es considerado, desde luego, un obstáculo para el análisis, parte de la “transferencia* negativa” y como tal expresión de la resistencia* del yo* del paciente con serios riesgos para la continuidad del tratamiento. Si bien en última instancia todo amor* es transferencial, en estas ocasiones lo que suele estar en juego es más la transferencia inconsciente que el amor. Cada caso tendrá su especificidad y cada terapeuta deberá recurrir a su creatividad para salvar la situación, pero básicamente la actitud debería ser la de siempre, la actitud analítica, no rechazando al paciente ni aceptándole sus propuestas. Simplemente a éstas se las tomará como un emer- gente más del inconsciente* que se está repitiendo en la transferencia en forma vívida, por lo que el correcto análisis y construcción* de los hechos que se repiten permitirán avanzar más profundamente en el conocimiento del yo. Cierto grado de “enamoramiento” del terapeuta hay en cualquier análisis, y como cualquier otro implica el fenómeno de la idealización*, la que se va desvaneciendo con el progreso del tratamiento, pero este “enamoramiento” por lo general es deserotizado y por lo tanto más manejable, menos compulsivo, incluso puede tener momentos o cierto grado no desexualizado y participar de la transferencia positiva por “amor al terapeuta” como otrora lo fuera con los padres de la infancia. En ese caso las “mejorías” serán por amor a él. De todas maneras si no se debelara durante el curso del tratamiento no se generarían cambios en el yo, habría simples repeticiones, nada más. El tratamiento psicoanalítico busca conocer la verdad histórica* del yo y de la historia pulsional del paciente y en esa tarea el analista debe encontrarse con situaciones que ponen a prueba su propio yo, sus propios afectos*. De este y otros tipos de situaciones nació la necesidad de la institucionalización del análisis didáctico en las instituciones psicoanalíticas. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] Anna O. José Luis Valls [psicoan.] Nombre figurado de la primera paciente a la que se le aplicó el método que dio a luz a lo que luego sería el psicoanálisis. El tratamiento fue realizado por J. Breuer entre 1880 y 1882. Es uno de los historiales publicados por Breuer y Freud en los Estudios sobre la histeria (1895). Se trata de un caso de psicosis histérica de una joven de veintiún años sumamente inteligente, razonadora, de una voluntad enérgica y tenaz, uno de cuyos rasgos de carácter principales era su bondad compasiva. Sus síntomas principales eran: parafasia, strabismus convergens, perturbaciones graves de la visión, parálisis por contractura, total en la extremidad superior derecha (con cierta anestesia especialmente en el codo) y en las dos inferiores, parcial en la extremidad superior izquierda, paresia de la musculatura cervical; también alucinaciones visuales, sonambulismo, tussis nervosa, asco ante los alimentos, imposibilidad de beber pese a tener sed, ataques de sueño a ciertas horas, etcétera. A medida que avanzó el tratamiento aparecieron nuevos síntomas: alteraciones progresivas del lenguaje, primero con pérdida de palabras, luego pérdida de gramática y sintaxis y conjugación del verbo, utilización de un infinitivo creado a partir de formas débiles del participio y el pretérito, sin artículo. Luego faltaron casi por completo las palabras, rebuscándolas trabajosamente entre cuatro o cinco lenguas, entonces apenas si se le entendía. Escribía también en este trabajoso dialecto. Hubo un período (dos semanas) en que estuvo en total mutismo. Breuer entiende que algo la había afrentado mucho y ella se había decidido a no decir nada. Al comunicarle esto a la paciente, ceden algunas contracturas y comienza a hablar en inglés y a entender el alemán, sin darse cuenta de que contesta en inglés. Esta sintomatología no era permanente, sino de algunas horas del día (a la mañana, a la tarde). Después de hablar con Breuer de ella, se sentía alegre y jovial pero no recordaba nada del episodio anterior, hecho al que Breuer llamaba “condición segunda”. La enferma estaba fragmentada en dos personalidades: a ratos era psíquicamente normal y a ratos entraba en “condición segunda”, alienada. Como desencadenantes de la enfermedad coinciden el descubrimiento de una gran dolencia en el padre y la posterior muerte de éste. Cuidaba a su padre en el lecho de enfermo cuando, al comenzar a presentar un cuadro de debilidad con las contracturas, tos, espasmo de glotis, etcétera, se decidió separarla del paciente, el que un tiempo después falleció. Breuer realizaba sesiones con ella en las que reconstruía todos los hechos y fantasías que había tenido Anna 0. en relación con los síntomas, llegando al motivo de su origen. Por ejemplo, la paciente recordó en estado hipnótico, conducido por Breuer, que la contractura con parálisis y anestesia del brazo derecho había comenzado cuando una noche en que cuidabaa su padre en su lecho de enfermo, estando semidormida, tuvo una alucinación: “vio cómo desde la pared una serpiente negra se acercaba al enfermo para morderlo” (en el parque de la casa solía haber serpientes). “Quiso espantar al animal, pero estaba como paralizada; el brazo derecho, pendiente sobre el respaldo, se le había "dormido", volviéndosele anestésico y parético, y cuando lo observó, los dedos se mudaron en pequeñas serpientes rematadas en calaveras (las uñas). Probablemente hizo intentos por ahuyentar a la serpiente con la mano derecha paralizada, y por esa vía su anestesia y parálisis entró en asociación con la alucinación de la serpiente. Cuando ésta hubo desaparecido, quiso en su angustia rezar, pero se le denegó toda lengua, no pudo hablar en ninguna, hasta que por fin dio con un verso infantil en inglés y entonces pudo seguir pensando y orar en esa lengua” (A. E. 2:62). Tras estas reconstrucciones, la gravedad de los síntomas cedía. Luego podían surgir otros, hasta que se realizaba el mismo tipo de cura y demás. En el período que pasaba hasta que se lograba encontrar el recuerdo (hecho que al ser hablado con el terapeuta producía la mejoría), podía haber un cierto reagravamiento de los síntomas, “estos entraban en la conversación”. Esta talentosa paciente se curó, al cabo de dos años de tratamiento, de su psicosis histérica y de todos los síntomas neuróticos que la acompañaban. A ella se debe el acertado nombre de “talking cure” (cura de conversación) y el humorístico de “chimney-sweeping” (limpieza de chimenea) para la tarea realizada por Breuer. En el historial los síntomas que surgían en la condición segunda se comparan con los mecanismos del sueño. Además se habla del soñar despierto o fantaseo diurno habitual de esta paciente como predisponente de la histeria y generador de síntomas. La paciente llamaba a su fantaseo su “teatro privado”. Dice Breuer: “Yo acudía al anochecer, cuando la sabía dentro de su hipnosis, y le quitaba todo el acopio de fantasmas (Phantasme) que ella había acumulado desde mi última visita. Esto debía ser exhaustivo si se quería obtener éxito. Entonces ella quedaba completamente tranquila, y, al día siguiente, amable, dócil, laboriosa, hasta alegre” (A. E. 2:54-5) pero luego volvía al estado anterior, insistentemente. También son mencionadas en este historial como disparador de la “condición segunda” y aparición consecuente de los síntomas, las asociaciones por analogía o contigüidad. Además se exponen otros múltiples síntomas e interpretaciones teóricas dignas de ser reconsideradas y profundizadas. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]. Aporte de Ricardo Bruno “Joseph Breuer era un eminente médico vienés con el cual Freud trabó una estrecha amistad en el Instituto de Brücke. El tratamiento de “Ana O” (y de manera específica su comunicación a Freud de los detalles del caso) fue uno de los factores que llevaron al desarrollo del psicoanálisis. Breuer trató a “Ana O”. (Bertha Pappenheim) desde diciembre de 1880 a junio de 1882. La paciente era una inteligente chica de 21 años que había desarrollado un conjunto de síntomas histéricos en asociación con la enfermedad de su padre, al cual quería apasionadamente. Estos síntomas comprendían parálisis de las piernas, contracturas, anestesias, alteraciones de la visión y del habla, incapacidad para ingerir alimento y una tos dolorosa de origen nervioso. Más adelante, su enfermedad se caracterizó por dos fases distintas de conciencia. Durante una, ella era normal, durante la segunda, adquiría otra personalidad. La transición entre estos estados de conciencia fue efectuada por auto- hipnosis, que Breuer suplementó luego con hipnosis artificial. Anna había compartido con su madre los deberes de cuidar a su padre hasta su muerte. Durante sus estados alterados de conciencia podía relatar las vívidas fantasías e intensas emociones que había experimentado cuando atendía a su padre, y ante el gran asombro de la paciente (y de Breuer) sus síntomas podían hacerse desaparecer si lograba recordar con una expresión asociada de afecto, las escenas de circunstancias en que habían aparecido. Cuando se dio cuenta del valor de esta “cura de habla”, Anna empezó a ocuparse de cada uno de sus múltiples síntomas, uno después de otro. En el curso del tratamiento, Breuer se había ido preocupándose cada vez más por esta paciente insólita, y su esposa se había ofendido y puesto progresivamente celosa. Cuando se dio cuenta de esto, Breuer terminó bruscamente el tratamiento. Sin embargo al cabo de unas pocas horas fue llamado urgentemente al lado de Anna. Encontró a la paciente, que creía que estaba muy mejorada, en un estado de excitación aguda. Anna que nunca había aludido al tema prohibido del sexo en el curso del tratamiento, estaba experimentado un parto histérico (seudociesis) y el final lógico del embarazo fantasma que había desarrollado en respuesta a los esfuerzos terapéuticos de Breuer, el desarrollo del cual éste desconocía completamente. Breuer intentó calmarla mediante hipnosis. Sin embargo, la experiencia lo acobardó y, en consecuencia, tuvo que restringir posteriormente su participación en las investigaciones de Freud sobre el desconocido y, por tanto, impredecible y peligroso juego de la mente” (página 69). Kaplan H y Sadock B (1992) Compendio de psiquiatría. México: Salvat. 2ª edición. Analogía José Luis Valls [freud.] Una de las leyes de la asociación, junto a la contigüidad*, la oposición* y la causa- efecto. Ha sido descrita desde Aristóteles, pero tomó impulso con la escuela asociacionista de la psicología, que explicaba todos los fenómenos psíquicos como formas de asociación* sin nada que las rigiera más que la forma de asociación en sí. Esta escuela tuvo cierto predicamento entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Entre sus miembros más destacados figura John Stuart Mill, a quien Freud tradujo y a quien cita en su trabajo sobre La concepción de las afasias (1891) (escrito en el que, entre otras cosas, expone ideas muy interesantes sobre las representaciones-cosa* y representaciones-palabra*). Freud no abrazó esta filosofía, aunque extrajo de ella algunos conceptos que le fueron útiles para sus propios razonamientos y descubrimientos. Él concibe un psiquismo compuesto por representaciones* y energía (libidinal básicamente). La energía que circula entre ellas invistiéndolas (la energía adquiere el nombre de libido* en el momento que inviste a la representación) en busca de la descarga. Las leyes por las cuales la libido pasa de la investidura de una representación a otra, son las de la asociación. Una de ellas es la ley de analogía*. El proceso primario* aprovecha las analogías para producir identidades más fácilmente. Cuando hay un yo* con un proceso secundario*, esto se modera. Dicho de otro modo, la actividad de pensamiento* permite distinguir la contigüidad de la identidad (véase: identidad de percepción e identidad de pensamiento), la analogía de la identidad y hasta la oposición, aproximándose más a la causa-efecto. La asociación por analogía además será la principal generadora de los símbolos universales*, previos o probablemente simultáneos a la aparición del lenguaje* (en la humanidad) y luego olvidados y pertenecientes al inconsciente*. Símbolos que reaparecen en los sueños*, en los mitos* de los pueblos e incluso en algunos síntomas* neuróticos. El mecanismo de la represión*, realizado por la parte inconsciente del yo, elige su formación sustitutiva*, también por leyes analógicas (o por contigüidad) con la representación reprimida, de manera que el parecido pueda escapar a la consciencia*. El parecido o analogía se
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