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comunidades-imaginadas-facetas-identitarias-del-proceso-formativo-de-un-estado-nacional-en-el-paso-del-norte-Mexico-1848-1853

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1 
 
Universidad Nacional Autónoma de México 
 
 
Programa de Posgrado en Estudios Latinoamericanos 
Maestría en Estudios Latinoamericanos 
 
 
 
 
¿Comunidades imaginadas? Facetas identitarias del proceso formativo de un Estado-nacional en el 
Paso del Norte, México, 1848-53. 
 
 
 
 
 
 
 
Tesis para optar por el grado de maestría en Estudios Latinoamericanos 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Presenta: Lic. Elizabeth A. Gilbert 
Tutora: Dra. Alicia E. Eguiluz de Antuñano 
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales 
 
 
Ciudad Universitaria, Cd Mx, abril 2018. 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
2 
 
3 
 
 
Introducción: “Tal y como verdaderamente fue” los procesos históricos de la 
formación del Estado-nación en América Latina 
 
5 
Capítulo 1: La fragilidad de las identidades en los límites de Hispanoamérica en el 
siglo XIX. 
13 
 1.1 La nación: receptáculo de comunidades en busca de Estado y de identidad 14 
 1.2 Los criollos mexicanos: se llama México, no se llama Nueva España 27 
 1.3 La territorialidad, la cultura y el espacio fronterizo: identidades entramadas 38 
 1.4 La frontera en la historiografía: desde el individualismo rudo a las zonas de 
interacción 
 
50 
Capítulo 2: Identidades en flujo. Paso del Norte y la construcción de un Estado-
nacional mexicano. 
59 
 2.1 México y la gran derrota: la guerra en contexto 60 
 2.2 Después de 1848: la supervivencia de la “mexicanidad” ante la pérdida de sus 
territorios más alejados. 
69 
 2.3 Desde una parada en el Camino Real a Santa Fe a la nueva frontera: la vida 
cotidiana en Cantón del Bravo, 1848-1853. 
 
77 
Capítulo 3: La formación del Estado-nación latinoamericano: las fronteras como 
comunidades imaginadas y el Estado-nación imaginado 
85 
 3.1 Las políticas locales fronterizas y su fomento de comunidades imaginadas 
locales, estatales y nacionales 
86 
 3.2 La frontera y los mitos nacionales 92 
 3.3 Las zonas fronterizas y la formación de la comunidad imaginada nacional: la 
militarización de la frontera para crear una consciencia nacional. 
 
97 
Conclusiones La frontera como la encrucijada de la identidad 107 
Bibliografía 109 
 
 
 
 
 
 
 
4 
Agradecimientos: 
 
Sin Diana y Jimena este trabajo no existiría. Lo dedico a ellas, mis hermanas. Lo dedico a Gabriela 
también. Gracias por guiarme, enseñarme y acompañarme durante todo este proceso. Agradezco a 
todas mis amigas más queridas, por su apoyo, amistad y hermandad: a Abril, Gina, Eli, Elena, Pia, 
Clau, Pau, Lili, Annequita, Bethan, Fliss, Tilly, Lisa y Kate. Gracias a Emilio, por leerme, Janko, por 
apoyarme como un hermano y a Emily por ayudarme a canalizar las energías. Gracias a Sofía por 
traerme a México. Gracias a Aldo por ayudarme a reencontrar el equilibrio. Gracias a Lesli y al C3 
por el espacio para trabajar y las pláticas y el cafe. 
 
Agradezco a mi familia step, half y todo. Agradezco los Gilbert por acobijarme y apoyarme en todo. 
A mis amados hermanos, Nick, Tom y Alex, siempre me encanta estar con ustedes. A mi madre, quien 
todo nos dio y todos los días nos da. A mi padre y mi madrasta por las platicas. 
 
Agradezco a mi tutora, Dra. Alicia Eguiluz de Antuñano, por guiarme y apoyarme durante todo este 
proceso, además agradezco a los sinodales por su tiempo, su lectura crítica y sus comentarios que 
me han ayudado tanto en mi formación como latinoamericanista. Agradezco también a todos mis 
maestros de historia, en Oxford, Londres y en México. 
 
Gracias al programa de Estudios Latinoamericanos, la UNAM y CONACYT por brindarme esta 
oportunidad. Gracias al trabajo de edición y revisión que me hicieron, a Alfonso por su trabajo 
enorme al revisar mi pobre español, y a Pamela, Gina, Diana y Gaby por pulir versiones anteriores. 
A las mantas, por esta y todas las otras aventuras que vivimos y que vienen. 
5 
Introducción: “tal y como verdaderamente fue”1 
Los procesos históricos de la formación del Estado-nación en América Latina visto desde la 
periferia 
“Me ha venido deseo de referir pocas cosas… todo sin odio ni afición, de cuyas causas estoy 
bien lejos.”2 
“No he tomado por asunto el referir aquí los pareceres de todos, sino los más excelentes 
por su honestidad, o los más notables por su infamia: cuidado y ocupación precisa de quien 
se encarga de escribir anales, para que no se pasen en silencio los actos virtuosos, y sea 
temida por los venideros la deshonra de los hechos y dichos infames.”3 
 
Esta tesis tiene como objetivo examinar los procesos históricos de formación y desarrollo preliminar 
del Estado-nación latinoamericano, visto desde la periferia. Para ello, se parte de un ejemplo 
concreto: Paso del Norte, México, entre 1848 y 1853. La formación del Estado-nación representa 
una dificultad histórica que influye en los problemas actuales que enfrenta no sólo América Latina, 
sino todo el mundo. Las ideas aquí expuestas demuestran, pues, el conflicto del historiador: ¿cómo 
escribir imparcialmente cuando simultáneamente se escribe historia con ciertos fines —ya sean 
políticos, sociales u otros— aunado a que la tarea del historiador implica reconocer que su 
investigación siempre es resultado del contexto al momento de realizar su labor? Por lo anterior, la 
historia del desarrollo de uno o varios Estados-nación es necesariamente una historia inconclusa, y 
muchas veces la forma en la que se traza y sus conclusiones dependen en gran medida del momento 
en el que se escribió, de cómo se escribió y para qué fines. 
 
1 En Tesis VI de Walter Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, p. 21. “Articular históricamente el pasado no 
significa conocerlo ‘tal como verdaderamente fue’. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relumbra en un 
instante de peligro”. 
2 Tácito, “Libro primero”, en Anales [en línea]. 
3 Tácito, “Libro tercero”, en Anales, [en línea]. 
6 
 
Hoy en día, el estudio de las fronteras históricas4 está en boga. Por su naturaleza, estos estudios 
tienden a mostrar un enfoque transnacional; mientras que el estudio del Estado-nación, en general, 
se centra en un solo Estado. Por ello, estudiar al Estado-nación desde la frontera desembocó en 
varias preguntas y detonó la disyuntiva de si hay o puede existir una sola historia para éstos. En el 
discurrir de esta tesis se hace notable que no se puede hablar de una sola formación del Estado-
nación, sino que se requiere reflexionar sobre las historias de formación de varios Estado-naciones 
que coexisten dentro de un territorio predeterminado. 
 
Escoger un caso de estudio resultó desafiante. Sin embargo, fue aun más retador encontrar quela 
zona de estudio es una región fronteriza debilitada y casi fuera del control del poder central. Pero 
por esta razón misma se eligió Paso del Norte en el Cantón de Bravo, hoy en día Ciudad Juárez, 
ubicada en la entidad de Chihuahua, México. 
 
En el siglo XVIII, la región fue dominada por los Comanches, un grupo indígena que logró controlar 
de cierta forma una zona en la que habitaban muchos otros conjuntos de indígenas, así como criollos 
hispanoparlantes y criollos francoparlantes.5 En este contexto, se debe destacar que la distancia que 
va de Paso del Norte y Santa Fe hasta la Ciudad de México es, de forma ambivalente, tanto distancia 
física como imaginada: 
 
 
4 Las fronteras históricas se definen a detalle en el primer capítulo. 
5 Vid. Pekka Hämäläinen, The Comanche Empire, p. XX y Brian DeLay, War of a Thousand Deserts: Indian Raids and the 
U.S.-Mexican War, p. XX. 
7 
El Nuevo México es la provincia más septentrional; y como destacada de todas las internas, pues desde El 
Paso del Norte, que es su primera población, hasta el primer establecimiento de lo interior de aquella 
gobernación, se cuentan como cien leguas de un desierto, lleno por su frente y costados de indios bravos.6 
 
Como indica José Agustín de Escudero en su Noticias Estadísticas del Estado de Chihuahua, Paso del 
Norte se encontraba a 106 leguas de la Ciudad de Chihuahua,7 mientras que la distancia entre Santa 
Fe y la Ciudad de Chihuahua era de 237 leguas.8 
 
Asimismo, la selección del momento histórico a estudiar también presenta particularidades para el 
desarrollo de esta tesis. En el siglo XIX, la guerra con los Estados Unidos de Norteamérica (1846-1848) 
resultó determinante para acortar la distancia entre las fronteras y acercar ambas regiones. La región 
del septentrión mexicano siempre tuvo una importancia estratégica para la administración colonial 
y posteriormente para los gobiernos nacionales, a pesar de que los habitantes se sintieron 
abandonados durante muchos siglos por la administración central.9 Es por ello que se seleccionó 
esta frontera como caso de estudio, además se ubica en un punto alejado del corazón político del 
Estado (la zona central, dentro de y alrededor de la Ciudad de México) y por consiguiente se le 
otorgaba muy poca importancia económica y cultural, aunque posteriormente se volvió una zona de 
suma relevancia política precisamente por haberse convertido en frontera. 
 
Al comparar el caso de la frontera norte de México con símiles en otros países latinoamericanos, e 
incluso en los Estados Unidos de América, la evidencia histórica muestra la importancia que tienen 
 
6 Graziella Altamirano y Guadalupe Villa, comps., Chihuahua, textos de su historia, 1824-1921, p. 170. 
7 José Agustín de Escudero, Noticias estadísticas del Estado de Chihuahua, p. 21. 
8 Ibid., p. 9. 
9 Brian Delay, “The Wider World of the Handsome Man: Southern Plains Indians Invade Mexico, 1830-1848”, en Journal 
of the Early Republic, p. 93. La nota al pie once da una lista amplia de fuentes primarias y secundarias que sustentan esta 
afirmación. 
8 
las zonas fronterizas en el imaginario del Estado-nación y en su desarrollo, pues son regiones con 
mucha influencia cultural en el momento de la adopción de la identidad. Aunque la región de estudio 
podría parecer como endeble o de poca importancia —por ejemplo como lo muestran los diarios 
estatales El Fanal y el Periódico Oficial en 1834—, sobresalen algunos incidentes y visiones 
interesantes, como el terror provocado por los ataques de los indios bárbaros, además del temor de 
que el gobierno federal no apoyaría a los a los estados de Chihuahua, Sonora y Nuevo México.10 Las 
fuentes primarias demuestran, con la poca cantidad de información que aún existe, que la frontera 
norte mexicana, después de 1848, se convirtió en una región con abundante actividad política, tanto 
para el gobierno federal, como para los estados fronterizos. Puede afirmarse que el Estado fue 
profundamente implantado en la vida política de Paso del Norte. Además, la pérdida de territorio 
nacional demostró la debilidad del Estado mexicano ante los ojos de los políticos y la prensa 
estadounidenses.11 Asimismo, la frontera norte debía ser protegida y tenía que convertirse en parte 
del imaginario mexicano, hacerse presente; todo esto para garantizar su supervivencia y fortalecer 
la imagen de superioridad del Estado-nación mexicano hacia el interior. 
 
En cuanto a su estructura, esta tesis se divide en tres capítulos. El primero plantea desde la teoría 
las definiciones de Estado-nación. Además, aborda su conformación en México y América Latina 
desde la perspectiva de las zonas periféricas, buscando entre estos temas el hilo conductor del 
nacionalismo como una pregunta clave para el estudio de la frontera: ¿qué nos dice la frontera sobre 
el Estado-nación que está en desarrollo?, ¿existe una gran diferencia entre el pensamiento fronterizo 
y el pensamiento que emana desde el centro socio-político de un país? Se puede evidenciar que 
 
10 G. Altamirano y G. Villa, op. cit., pp. 425-426. 
11 Kenya Bello, “The American Star: el destino manifiesto y la difusión de una comunidad imaginaria”, en Estudios de 
historia moderna y contemporánea de México, pp. 39-40, 47-54. 
9 
tienen intereses y problemas muy distintos, por ejemplo en México la sociedad de Paso del Norte 
fue una de población pequeña, principalmente agraria y enfocada en el comercio. Su seguridad fue 
un problema constante para el gobierno local y estatal.12 Por eso, estudiar cómo era visto y pensado 
el Estado-nación desde su periferia puede dar otra perspectiva de su construcción identitaria. 
Aunque el estudio de las zonas fronterizas ha sido un tema trabajado a profundidad, durante el 
proceso de investigación no se encontró una investigacción sobre el Estado-nación visto desde la 
perspectiva del pensamiento fronterizo. Esta tesis, pues, se justifica por llenar un vacío teórico y 
metodológico en este aspecto. 
 
El segundo capítulo busca examinar, desde las fuentes primarias, qué tan importante fue el Estado-
nación para los habitantes, con énfasis en el caso de estudio. El periodo (1848-1853) se seleccionó 
de forma metódica y cuidadosa, buscando estudiar el periodo entre intervenciones de los Estados 
Unidos, cuando el Estado-nación mexicano y su aparato burocrático se encontraban en ciernes. Por 
una parte, la guerra con los Estados Unidos (1846-1848) fue un punto sumamente impactante de 
ruptura nacional, mientras por otro lado la compra de la Mesilla (1853), en tanto incursión de los 
Estados Unidos de Norteamérica, cambió considerablemente la geografía y la seguridad política y 
militar del país. Al respecto, se encontró copiosa información en el archivo municipal, pero por 
cuestiones de tiempo no resulta posible estudiar las fuentes con la profundidad que se merecen. 
Queda pendiente, pues, un estudio a profundidad de estos documentos, y cabe mencionarlo tanto 
como un área de oportunidad para esta tesis, como una oportunidad para estudios posteriores. 
 
Finalmente, el tercer capítulo busca comparar lo descubierto mediante el estudio de caso del 
 
12 G. Altamirano y G. Villa, op. cit., pp. 570-643. 
10 
septentrión mexicano con otros casos fronterizos de América Latina —principalmente con los países 
del Cono Sur y Brasil—, que fueron clave para la construcción identitaria de sus respectivos Estados-
nación. En este apartado se examinan sus contextos como naciones en ciernes durante el siglo XIX, 
siglo que abarca la independencia y el desarrollo de estos nuevos Estados-nación. Cabe destacar, 
que la región de los Mapuches en el cono sur fue determinante para la integración territorial e 
incorporación en el espacio reale imaginario de los países sudamericanos: Argentina y Chile. 
Asimismo, tenemos el caso de Brasil, con su integración del noreste con la parte central del país y la 
región de las amazonas, en donde las comunidades imaginadas también fueron esenciales para la 
formación de un Estado-nación brasileño. A través de estas comparaciones se espera llegar a un 
mejor entendimiento del fenómeno de la construcción imaginaria del Estado-nación 
latinoamericano visto desde sus fronteras. 
 
Es necesario destacar que al hablar de las comunidades nacionales imaginadas se puede hablar de 
varias comunidades en varios niveles, de lo micro a lo macro, lo cual se analiza a detalle en el primer 
capítulo. Para ejemplificar de forma concreta lo anterior, se puede hablar de la comunidad 
imaginada fronteriza desde el punto de vista de una delegación chihuahuense que llegó a la Ciudad 
de México para pedir que el gobierno federal no firmara el tratado de Guadalupe Hidalgo: 
 
[…] se ve claramente cuánto perdería éste [estado], si como generalmente se afirma, debe formar el río 
Bravo, según los tratados, la línea oriental de la República entre Chihuahua y los Estados Unidos […] no es 
menos cierta la ruina completa que vendrá al resto del Estado de enajenar los terrenos que pertenecen al 
otro lado del Bravo […] si ve desmembrarse una gran parte de su territorio, no podrá considerarse con las 
suficientes garantías de que algún día no se enajenen por el Gobierno Mexicano.13 
 
13 Delegación chihuahuense al Gobierno Federal, 5 de febrero 1848, citado en G. Altamirano y G. Villa, op. cit., pp. 463-
465. 
11 
 
Para propósitos de esta tesis, las comunidades imaginadas políticas, sociales y culturales a estudiar 
son las que se encuentran principalmente en las fuentes históricas del archivo municipal de Ciudad 
Juárez. Al centrarse en el estudio de fuentes históricas locales, se espera que la tesis brinde hallazgos 
acerca de la importancia de concebir la trama de conexiones políticas que se formaron a nivel local, 
estatal y federal, con el propósito de gobernar y delinear una comunidad de forma física, geográfica 
y política. Observando la complejidad de las redes humanas, resulta evidente que el Estado-nación 
no es y nunca fue la única unidad de estudio para conocer una sociedad en todo su aparato, y que 
como una faceta identitaria de una comunidad no es necesariamente primaria. 
 
En lo que a las fuentes concierne, cabe mencionar que no existiría un título para este trabajo —y por 
consiguiente no existiría— sin el texto Comunidades imaginadas de Benedict Anderson, un libro que 
detonó una serie de preguntas que aún no han podido ser respondidas en su totalidad. Asimismo, 
los trabajos de Eric Hobsbawm y la escuela de territorios fronterizos de los EUA fueron de suma 
importancia para dar forma a las preguntas base para esta investigación. El trabajo de Claudio 
Lomnitz fue otra guía, así como los escritos de los especialistas en la historia chihuahuense, Luis 
Aboites Aguilar, J. Chávez Chávez, Andres Reséndez y Ana Lilia Nieto Camacho. 
 
Así pues, en las zonas fronterizas de América Latina la formación del Estado-nación se presenta como 
un proceso tempestuoso, traumático y complejo. En suma, en esta tesis se retoman las preguntas 
centrales de Comunidades imaginadas, de Benedict Anderson: ¿si el Estado-nación fue y es una 
comunidad imaginada, cómo se le concibe desde las zonas fronterizas, zonas de interacción con 
múltiples actores, ya que no todos ellos necesariamente se imaginaron como parte de una nación? 
12 
¿Se puede hablar de un “pensamiento nacional” desde las fronteras? 
 
Trabjando con esta hipotesis, los resultados fueron inesperados. Mientras se imaginó inicialmente 
que se hallarían en las fuentes consultadas documentos que evidenciaran la resistencia hacia la idea 
de formar parte del Estado-nación mexicano, a menudo se encontró información que resaltaba la 
necesidad de tener una autoridad céntrica a quien apelar. Además, el problema fronterizo benefició 
al Estado nacional para poder delimitar al país y comenzar a integrar las regiones, dado que la 
amenaza de los indios y de los otros estados hizo necesaria esta incorporación. Cabe mencionar, que 
dentro de este análisis no existen soluciones directas ni beneficiarios directos, ya que la finalidad de 
esta tesis es la de ser una investigación histórica que ayude a encontrar otra historia, una que no sea 
ni totalizante ni teológica: 
 
[…] la recuperación del pasado se refiere al desenvolvimiento de la nación y los usos políticos de la 
historia que apuntan a la identidad nacional […] como algo que debe ser construido o afirmado a través 
de formas más o menos impositivas, desde el Estado o desde formaciones políticas y tradiciones 
ideológicas. Y frente a las historias “oficiales” estatales, se alzan las contrahistorias.14 
 
 
 
 
14 Hugo Vezzetti, “Conflictos de la memoria en la Argentina. Un estudio histórico de la memoria social”, p. 6. 
13 
 
Capítulo 1 
La fragilidad de las identidades en los límites de Hispanoamérica en el siglo XIX 
En toda América Latina, una problemática constante deriva de que la frontera fue imaginada por la 
clase política criolla, desde las zonas centrales, como una región falta de control, como freno ante 
sus propósitos expansionistas territoriales y comerciales y, por otra parte, fue pensada por los 
múltiples grupos de indios como una intrusión para destruir la sociedad criolla y bien sus propios 
propósitos expansionistas. 
 
De esta forma, se generó la relación entre los dos “grupos”, indios y criollos, aunque por supuesto el 
escenario fue mucho más complejo que el binario aquí propuesto. Como destaca James F. Brooks en 
su texto Captives and Cousins: Slavery, Kinship and Community in the South West Borderlands, la 
sociedad fronteriza fue una zona de múltiples interacciones en donde los indios podrían ser los 
“otros”, tanto los salvajes como parte de la familia. En ese caso, el Estado tomó un papel reducido y 
las conexiones por lazos familiares presentaron mayor importancia que la simple etiqueta de “indio”, 
“ranchero” o “criollo”. 
 
 
 
 
 
 
 
14 
 
1.1. La nación: receptáculo de comunidades en busca de Estado y de identidades 
 
“…es una comunidad política imaginada –e imaginada inherentemente limitada y 
soberana”15 
 
Así define Anderson a la nación en su libro Comunidades imaginadas, definición que resultó ser de 
suma importancia en el estado de la cuestión16 de la historia del nacionalismo, y también incitó 
mucho al debate. En el presente subcapítulo, se busca trazar la importancia del término “nación” y 
de su contraparte, el “Estado”, reconociendo su importancia en la geopolítica mundial actual así 
como su importancia (o falta de) durante el periodo de estudio. Revisando el estado de la cuestión, 
se espera delimitar al Estado-nación como concepto analítico en lo general y en lo específico para el 
caso latinoamericano. La selección de los autores para este subcapítulo se justifica por su 
importancia en la historiografía del nacionalismo: Anderson, Hobsbawn, Gellner y Smith; por su 
transcendencia en lo referente a América Latina: Briones y Giménez, y su proyección en la crítica del 
Estado-nación como concepto socio-político: Scott. No obstante, existen muchos otros autores con 
aportaciones clave, aunque aquí no hay espacio suficiente para incluirlos a todos. 
 
Para Anderson, nación es un concepto fundamental para entender el mundo actual, así como para 
entender la historia mundial. Resulta fundamental porque es una categoría cambiante y frágil, 
siempre bajo un proceso de reproducción. En Comunidades imaginadas, buscó resaltar “los orígenes 
 
15 Benedict Anderson, Imagined Communities: Reflections on the Origins and Spreadof Nationalism, p. 6. Traducción 
propia del original: “It is an imagined political community —and imagined as both inherently limited and sovereign”. 
16 Se define estado de la cuestión como la producción historiográfica acerca de un tema. 
15 
del Nuevo Mundo del nacionalismo”,17 pero, a la vez, subrayó los orígenes del Estado-nación en los 
estados coloniales, principalmente los que pertenecieron a las potencias europeas en siglo XIX, 
“podría decir que el estado [colonial] imaginó a sus adversarios locales, como si fueran un sueño 
profético, mucho tiempo antes de que llegaran a la existencia histórica.”18 
 
Con base en lo anterior, se puede decir que en el libro de Anderson existen dos argumentos en 
conflicto para explicar el fenómeno del surgimiento del Estado-nación. Desde un principio, Anderson 
destaca la importancia del Nuevo Mundo y del concepto de nación del estado colonial en ciernes. 
Asimismo, vincula las exploraciones del mundo en la época moderna con el incremento del uso de 
las lenguas vernáculas en su formato escrito a costa del latín, con el aumento de libros impresos y 
luego de los periódicos para formar sus “comunidades imaginadas”. Enfatiza la importancia de un 
cambio radical en la forma de concebir el espacio y el tiempo justo en esta época, anteriormente la 
sociedad se regía por el tiempo y espacio sacros, sin embargo, en la edad moderna el tiempo se 
vuelve, citando a Walter Benjamin, “vacío, homogéneo”.19 Este vacío se hace notable con la 
interacción entre el capitalismo, hecho posible por una clase weberiana de Protestantes, y la 
imprenta, así como por la diversidad lingüística humana.20 
 
El análisis de Anderson se centra frecuentemente en el caso de las Américas. Rechaza la teoría de 
Nairn, quien vinculó el nacionalismo con la entrada política de las clases bajas.21 Según Anderson, 
uno de los factores más importantes fue la falta de una clase media en las Américas en el siglo XIX, 
 
17 B. Anderson, op. cit., p. XVIII. Traducción propia. 
18 Idem. 
19 Ibid., p. 24. Traducción propia. 
20 Ibid., p. 44. Traducción propia. 
21 Ibid., p. 47. Traducción propia. 
16 
tomando como ejemplos los lugares que actualmente corresponden a México, Venezuela y Perú, en 
los que vincula la aparición de movimientos nacionales con el miedo a un levantamiento indio o 
negro a causa de las reformas borbónicas, impuestas por la Corona española, las cuales incluyeron 
una medida diseñada para proporcionar más derechos a los indios y a los esclavos. 
 
Paradójicamente, Anderson señala que los movimientos nacionalistas pretendieron la libertad para 
todos, y formula una pregunta clave: ¿por qué fue en las comunidades criollas donde se 
desarrollaron conceptos tempranos de ser “naciones” antes que en gran parte de Europa? Para 
Anderson, son las ideas del liberalismo y una intensificación del control por parte de la corte 
española, aunado a un aumento en el número de peninsulares viviendo en las zonas administrativas 
de América. Estos factores dieron luz al movimiento para la independencia criolla del control 
español, un movimiento que pretendió liberar a los criollos de la clase política del control español, 
pero que en ninguna medida fue un movimiento popular.22 
 
Según el autor, el desarrollo del nacionalismo se evidencia en el republicanismo manifestado en los 
gobiernos independientes del Nuevo Mundo, construidos sobre las zonas administrativas coloniales 
de España.23 El éxito económico y social de estas zonas coloniales se había manifestado en la 
movilidad de los peninsulares en América a diferencia de la permanencia de los criollos.24 Los 
criollos, obligados a permanecer en la zona donde nacieron, empezaron a desarollar una identidad 
 
22 Ibid., pág. 50. 
23 Desde mi perspectiva analítica, el nacimiento de los Estados-naciones en América Latina no fue tan simple y el papel 
del republicanismo y el liberalismo fue más complejo, dado que se experimentaban varios tipos de gobierno; por 
ejemplo el llamado Imperio mexicano, bajo Agustín de Iturbide, entre 1822 y 1823. Para ahondar, véase la introducción 
de José Antonio Aguilar Rivera (ed.), Liberty in México, Writings on Liberalism from the Early Republican Period to the 
Second Half of the Twentieth Century. 
24 B. Anderson, op. cit., pp. 56-58. 
17 
propia. Así, esta diferenciación fue la base para los movimientos de independencia. 
 
En la última parte de su libro, Anderson destaca la importancia que tuvieron los símbolos y la 
formación de una historia común —en conjunción con la expansión de aparatos del Estado como el 
censo, el mapa y el museo— para la formación en el siglo XX de los Estado-naciones que conocemos 
hoy en día. 
 
Por otra parte, el texto del historiador marxista Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismos desde 
1780: programa, mito y realidad (1991) se puede entender como una respuesta a Anderson. En él, 
destaca la dificultad de definir a la nación y afirma que el consenso popular es lo que las construye: 
“las naciones no construyen Estados y nacionalismos, sino que ocurre al revés”.25 Según Hobsbawm, 
la nación consiste en un sentido de pertenencia creado por el Estado y los nacionalismos.26 Cita al 
autor francés, Renan: “la nación es un plebiscito diario”;27 es decir, ser nación significa elegir de 
forma colectiva serlo. 
 
Sin embargo, Hobsbawm anota las dificultades para descubrir “la visión desde abajo”, destacando el 
carácter vacilante de la nación. Como cualquier categoría sociológica, esta idea cambia a través del 
espacio, el tiempo y el sector social,28 más cuando una sociedad entra en crisis y cuanto mayor 
profundidad presenta la crisis, como occurió en Paso del Norte entre 1848 y 1853. De la misma 
forma que Anderson, Hobsbawm enfatiza el carácter imaginarío de la nación, en el que diversos 
 
25 Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismos desde 1780: programa, mito y realidad, p. 18. 
26 Idem. 
27 Ibid., p. 15. 
28 Ibid., pp. 11-12. 
18 
movimientos nacionalistas activan sentimientos de pertenencia común que ya existían para 
formarla. Otra diferencia notable con Anderson radica en que Hobsbawm sostiene que las lenguas 
nacionales yacen sobre el constructo imaginario de la nación, no forman parte de ella y sólo alcanzan 
a ser idiomas “nacionales” a través de los mecanismos del Estado, por ejemplo la educación básica.29 
 
En su discurso, Hobsbawm nos advierte que aunque desde el contexto del siglo XX es fácil pensarlo, 
no se puede presumir que la identidad nacional sea suprema y que una “consciencia nacional” se 
desarrolla de forma desigual. De la misma manera, ve el movimiento nacionalista como uno de las 
élites, que muchas veces no incluyó ni consultó a las masas. Asimismo, destaca el concepto de 
etnicidad como algo paralelamente divisivo y unificador en la construcción de una nación. Para él, 
ésta es una categoría cultural, no biológica, y por ello mismo resulta divisiva; se puede observar el 
ejemplo de individuos con una fuerte identidad tribal que frecuentemente buscan mantener su 
independencia en vez de ser absorbidos por un Estado.30 
 
Por su parte, Ernest Gellner también enfatiza la idea de nación como un constructo, algo que no es 
natural: la nación “no es el despertar de las naciones a la autoconsciencia: inventa naciones donde 
no existen”.31 Según Gellner, las naciones hacen al hombre y éstas son los constructos de las 
convicciones, fidelidades y solidaridades de los seres humanos.32 Smith resalta ideas parecidas, y 
concibe al nacionalista como arqueólogo, que excava el pasado para entenderlo o describirlo. Dado 
 
29 Ibid., capítulo II. 
30 Idem. Hobsbawn da el ejemplo de los escoces, los berber y los pashtu, entre otros. En un contexto latinoamericano 
podríamos pensaren grupos indígenas organizados y/o indómitos como los mapuches, los comanches y las tribus de las 
Amazonas. 
31 B. Anderson, op. cit., p. 6. Traducción propia. 
32 Ernest Gellner, Naciones y nacionalismo, p. 91. 
19 
lo anterior, existe un triple papel del nacionalismo y los nacionalistas: 1) redescubrir el pasado, 2) 
reinterpretarlo, 3) hacer una regeneración colectiva. Al respecto, se puede observar la importancia 
del mito y la leyenda en la formación de las comunidades imaginadas, y se puede hacer referencia a 
la leyenda mexicana de Aztlán, el mítico lugar de origen de los Mexicas, sitio que han buscado en 
vano por siglos, pero que sigue siendo presentando gran relevancia en el imaginario popular, tanto 
que incluso fue retomado por los chicanos como parte de su identidad.33 Al respecto, como expone 
Renan, “interpretar mal la propia historia forma parte de ser una nación”.34 En efecto, se puede decir 
que los nacionalistas usan lo que les sirve dependiendo de sus circunstancias y descartan lo demás. 
 
Claudia Briones propone ideas sobre la formación de la nación en el contexto gramsciano de la 
hegemonía. Según Gramsci, un fundamento clave de la hegemonía es que se trata de un constructo 
que se crea entre ambos participantes: los que toman el poder y los que lo ceden. Así que sólo existe 
debido a un pacto social entre los participantes.35 En uno de sus artículos, explora el cambiante tema 
de la nación en el contexto de la apariencia de una sociedad capitalista y un estado burócrata.36 Para 
la autora, la nación es un mecanismo utilizado por grupos hegemónicos para incluir o excluir, sobre 
todo en el proceso llamado “Estado-como-nación”. 
 
Citando a Brennan, Briones sostiene que “la nación constituye, en menor medida, una alegoría o 
visión imaginativa que la de una "formación discursiva" en sentido foucaultiano, es decir, se 
 
33 Vid. capítulo 1: “The Homeland, Aztlán / El Otro México”, en Gloria Anzaldúa, Borderlands / La Frontera: The New 
Mestiza. 
34 E. Hobsbawm, op. cit., p. 21. 
35 Vid. entrada de hegemonía, Carlos Aguirre, en Mónica Szurmuk y Robert McKee Irwin (coords), Diccionario de estudios 
culturales latinoamericanos, pp. 124-130. 
36 Claudia Briones, “Hegemonía y construcción de la ´nación´. Algunos apuntes”, en Centro Interdisciplinario de 
Etnolingüística y Antropología Social. Papeles de trabajo, núm. 4, abril, p. 1. 
20 
constituye una estructura política con potencial de gestación, tanto de instituciones, como de 
sujetos y grupos sociales, donde el nacionalismo oficia de tropo para cosas tales como ‘pertenencia’, 
‘entitividad de las fronteras´ y ´compromiso´”.37 
 
Haciendo referencia a lo anterior, Brionnes pretende destacar que el proceso de crear un Estado-
nación inscribe en las masas participantes cierta homogenia, dado que tienen que formar parte de 
un sólo grupo originario del lugar en cuestión. Además, describe la importancia del término “Estado-
nación”, separando los términos y vinculándolos a la vez: “la nación tipifica la comunidad ficcional 
en la que todos nosotros aparecemos como ciudadanos, mientras el ‘Estado’ —la nación hecha 
manifiesta— aparece como la agencia material a través de la cual se concretan reformulaciones de 
órdenes anteriores”.38 
 
En este sentido, la nación se ha convertido en una categoría natural desde un encauzamiento 
burgués, une grupos diversos, los hace diferenciar el “nosotros” de los “otros”. Por lo tanto, para la 
formación exitosa de una nación, el paradigma de nacional/extranjero como categoría de división se 
encuentra necesariamente presente. 
 
Dentro de este marco, Gilberto Giménez también explora la tensión entre el Estado y la nación en 
la actualidad. Él sostiene que “sólo si un Estado coincide [geográficamente y socioculturalmente] 
con una nación se podría hablar de un Estado-nación, pero la inmensa mayoría de estos, hoy, son 
 
37 Ibid., p. 5. 
38 Ibid., p. 7. 
21 
multinacionales, multiétnicos o una combinación”.39 En efecto, tal vez en el Estado-nación existen 
muchas naciones, pero hay una cultura hegemónica que puede unirlas. De este modo, la categoría 
de la etnicidad se vuelve imprescindible, pues el mismo proceso de la formación de un Estado-nación 
contiene un periodo sobre dicha categoría, un “proceso de etnización” mediante el cual diversos 
grupos culturales experimentan un desalojo, tanto territorial como mental, y se encuentran 
obligados a convertirse en una etnia, puesto que el Estado-nación se construye en un espacio en 
donde casi siempre hay pluralidad de etnias, lenguajes y sociedades, que viven en la misma zona, 
pero no comparten una sola visión. Desde la perspectiva de este autor, el simple hecho de existir 
como nación implica cierta incertidumbre al convivir con otras múltiples identidades para luego 
dominarlas. 
 
Es preciso, además, mencionar el libro de James C. Scott, Seeing Like a State, en el que describe las 
diferencias entre el Estado pre-moderno y el Estado moderno. Para Scott, el Estado pre-moderno 
intenta intervenir en la sociedad pero por falta de conocimiento y control sobre su población no 
logra hacerlo. En cambio, el Estado moderno presenta las siguientes características: “legibilidad de 
una sociedad [que ] provee la capacidad para una ingeniería social a gran escala, una ideología de la 
alta-modernidad [que] provee el deseo, el estado autoritario proporciona la determinación para 
actuar sobre el deseo y una sociedad civil incapacitada proporciona el terreno social nivelado sobre 
el que se construye.”40 Por consiguiente, el Estado funciona como una forma para controlar a 
diversos individuos. 
 
39 Gilberto Giménez, "Identidades étnicas: estado de la cuestión", en Leticia Reina (coord.), Los retos de la etnicidad en 
los estados-nación del siglo XXI, p. 50. 
40 James C. Scott, Seeing like a state: How Certain Schemes to Improve the Human Condition Have Failed, p.5. Traducción 
propia. 
22 
 
Los conceptos de Estado, nación y Estado-nación provocan múltiples explicaciones y contrastantes 
discursos. Se puede decir que estos conceptos son vistos como “invenciones en proceso de 
construcción”. Los autores antes mencionados están de acuerdo con la artificialidad de los 
conceptos, aunque Gellner y Hobsbawn destacan más la “falsedad” de la nación; mientras Anderson 
prefiere enfatizar sobre el simbolismo asociado con la comunidad imaginada. Anderson, Gellner y 
Hobsbawn discursan sobre la importancia de los mitos históricos y la invención de un pasado común 
como una base unificadora para los diversos grupos que conforman una nación. Sin embargo, se 
presenta una marcada contradicción en la categorización de la nación: une pero a la vez es artificial. 
La nación, o más bien el Estado que parece haber crecido a su lado, propaga una imagen de la nación 
como una cultura, un idioma, una etnicidad, construcción sumamente falsa, o mejor dicho, 
imaginaria en la mayoría de los casos, así como destaca Giménez. 
 
Dentro de este orden de ideas, es indispensable ubicar al Estado-nación como un término vinculado 
a las relaciones de poder y la concepción de la identidad. Cabe mencionar que las relaciones de 
poder se ejercen y se conforman de maneras diversas dependiendo de los contextos locales, así 
como de las particularidades en el tiempo y el espacio. Si la dominación del Estado-nación se vincula 
con el boom del capitalismo, ¿podríamos ver a América como la cuna de la nación? ¿No sería más 
obvio buscar los orígenes de la nación en la cuna del capitalismo, en el norte de Inglaterra o en las 
ciudades-estados de Países Bajos o Alemania? 
 
En atención a lo antes expuesto, cabe mencionar la aportación de Anderson, quien argumenta que 
el descubrimiento del “nuevo mundo” fue un cambio paradigmático que proporcionóal escenario 
23 
mundial las primeras naciones, idea que no se refleja en muchas fuentes históricas. Al tomar como 
referencia la palabra nación, debemos recordar que su significado fue y sigue siendo diverso.41 Aún 
en el siglo XVIII, la gente usaba este vocablo para referirse a un pueblo o a una comunidad tangible, 
en vez de a una comunidad imaginada. La etimología de dicha palabra no refleja el discurso de la 
consolidación del Estado-nación, asunto en el que se profundizará en el siguiente subcapítulo. 
 
En efecto, los “estados republicanos” que vieron la luz a principios del siglo XIX no fueron utopías 
llenas de gente dispuesta a morir en defensa de su nación. La serie de guerras civiles e inestabilidad 
económica y social del siglo XIX demuestran que estas comunidades imaginadas permanecían muy 
lejos de lo “natural”. Sin duda, el liberalismo y la revolución francesa jugaron un papel importante 
en la creación de las repúblicas, pero al respecto Anderson destaca la importancia de un cambio casi 
moralista de mentalidades en diversos personajes, como Simón Bolívar, quien rechazó la idea de la 
liberación de los esclavos hasta decir que todos eran ciudadanos.42 
 
Por consiguiente, es sencillo pensar en la idea de los Estados-naciones como representativos del 
pensamiento de la Ilustración y el liberalismo, pero al mirar más a detalle a los Estados nacientes de 
América Latina se devela una situación mucho más compleja y llena de matices. Por ello, esta 
particularidad de ser repensada con cierto pragmatismo: si la comunidad se construye de manera 
artificial, o al menos apropiándose lo mejor posible de símbolos, historias e idiomas, ésta representa 
una sociedad que por su naturaleza es muy diversa y cambiante. 
 
 
41 Claudio Lomnitz, Deep Mexico, silent Mexico: an Anthropology of Nationalism, pp. 7-11. 
42 B. Anderson, op. cit., pp. 49-50. 
24 
Desde la perspectiva de los estudios culturales, Hall destaca la identidad como algo cambiante,43 y 
la identidad involucra en gran medida a la cultura y al Estado-nación. Por lo tanto el Estado-nación 
es cambiante, diverso, se construye y reconstruye, y sobre todo existe dentro de su tiempo y espacio. 
Ahora bien, en la historia se acostumbra pensar retroactivamente, pero ello no implica que se 
proporcionen explicaciones objetivas de por qué surgieron en ese momento los Estado-naciones, y 
se tiende a sobresimplificar su formación con la finalidad de colocarla en una narrativa más amplia 
de la época del capitalismo, época que nació con el descubrimiento de América. 
 
Del mismo modo, otro problema en el argumento de Anderson se evidencia con la división entre los 
peninsulares y los criollos, es decir la población que arribó de España, y la población hispana nacida 
en América Latina.44 Desde muy temprano en el periodo colonial, los criollos buscaron tener más 
poder local, sin embargo, a menudo encontraron grandes obstáculos. El exorbiante texto de 
Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, El Cautiverio Feliz (1673), describe con mucho detalle cómo 
se podría mejorar el control hispano sobre Chile si España cediera más poder a los criollos. Era 
evidente que la tensión entre la metrópoli y sus colonias ya existía desde aquella época. Otro famoso 
ejemplo se observa en el intento repetido de Cortés por mantener su control sobre Nueva España, 
mientras la corte española buscó imponer administradores más fáciles de controlar.45 
 
Los dos ejemplos presentados acaso son emblemáticos de los problemas que tuvieron las potencias 
europeas en sus colonias: ¿cómo podrían controlar un espacio tan vasto pero tan lejano? La 
 
43 Vid. Stuart Hall, “¿Quién necesita identidad?”, en Stuart Hall y Paul du Gay (comps)., Cuestiones de identidad cultural, 
pp. 13-39. 
44 John Lynch “The Origins of Latin American Independence”, en Leslie Bethell (ed.), The Cambridge History of Latin 
America, p. 8. 
45 Ibid., pp. 8-15. 
25 
respuesta sencilla es la misma que se usó para explicar la hegemonía mexica y maya: el control fue 
imposible, y en esta falta de dominio efectivo nacieron las naciones americanas. Evidentemente, los 
poderes coloniales no tenían los recursos para controlar tanto espacio, además de que nunca habían 
emprendido tal empresa: en las colonias británicas, los colonos fueron limitados a la zona al este de 
las montañas apalachianas; mientras en América Latina, las potencias locales fueron cooptadas 
como parte de la máquina del Estado colonial, aunque existieron a su vez las importantes 
excepciones de los indios del Amazonas, los Comanches, Apaches y Kikapú —entre otros en el 
septentión mexicano— y los Mapuches en el Austral chileno.46 El último grupo no sólo evadió 
exitosamente el dominio de los españoles, sino que cambió su sociedad por completo, adaptándola 
para evadir la colonización e incluso logró incrementar su territorio e influencia.47 Estos grupos 
seguían ejerciendo control sobre las poblaciones locales, sólo que tenían que relacionar y compartir 
su poder con el Estado colonial. Las poblaciones nomádicas se mantuvieron en su estatus social 
como bárbaros y muchas veces se quedaron excluidas del Estado colonial y, posteriormente, del 
Estado-nación.48 
 
Por lo tanto, podemos decir que sigue siendo complicado definir las categorías de nación, 
nacionalismo y Estado-nación. Cabe considerar que, para dirigirse tentativamente hacía una 
definición, se puede hablar de la nación como una comunidad política imaginada y delimitada pero 
a la vez cambiante. Asimismo, resulta relevante mencionar que en su dimensión de categoría 
identitaria, como bien explica Hobsbawm, no tiene que ser primaria. El Estado se compone de la 
 
46 Para una síntesis de los grupos que habitaron las zonas fronterizas en América Latina, véase Alistair Hennessy, The 
Frontier in Latin American History. 
47 Robert Charles Padden, “Cultural Change and Military Resistance in Araucanian Chile, 1550-1730”, en Southwestern 
Journal of Anthropology, vol. 13, núm. 1, primavera, 1957, pp. 103-121. 
48 El texto de Scott intenta entender esta tendencia exclusionista. 
26 
burocracia que se construye sobre la idea de una nación. Por consiguiente, es preciso aclarar que el 
Estado se manifiesta de formas variadas y múltiples dependiendo del contexto. Con base en lo 
anterior, y para los fines de esta investigación, se puede definir al Estado-nación como la burocracia 
que abarca la comunidad imaginada y cambiante. Dentro de este marco, se buscará delimitar su 
expresión en el caso mexicano.
29052017 Liz Gilbert 
27 
1.2: Los criollos mexicanos: se llama México, no se llama Nueva España49 
 
“En el momento de la independencia, la mayoría de los países hispanoamericanos 
no estuvieron muy bien integrados económicamente. Las nuevas élites nacionales 
muchas veces fueron conformadas por hacendados, de ahí que las preocupaciones 
comerciales y financieras que les ataron al imperio fueron controladas, en mayor 
parte, por peninsulares. Por lo tanto, la independencia que inauguró procesos de 
desarticulación territorial… y la consolidación nacional solamente se ganaría 
después de una secuencia prolongada de pronunciamientos, guerras de castas, 
guerras civiles e intervenciones extranjeras.”50 
 
Así describe Lomnitz al México profundo, silencioso México: una antropología del nacionalismo. En 
esta obra, argumenta la complejidad del proceso en curso de articulación y rearticulación de la 
nación. Según Lomnitz, la independencia de América Latina tenía menos que ver con la prensa y las 
divisiones entre los criollos y peninsulares, y más con una independencia forjada en una política 
española de “regionalización”de las Américas.51 Esto se puede vincular con el subcapítulo anterior 
de esta tesis, donde se compara la movilidad que tuvieron los peninsulares con respecto a los 
criollos, quienes se encontraron obligados a permanecer en su lugar de orígen. 
 
En este segundo apartado, se considera el caso del nacionalismo mexicano a través de las reflexiones 
académicas sobre el texto de Anderson. Asimismo, se analizan los argumentos de Lomnitz, 
Hobsbawm y Gilberto López y Rivas, con miras a vislumbrar una mejor comprensión de las 
 
49 C. Lomnitz, op. cit. p. 47. 
50 Ibid., p. 99. Traducción propia. 
51 Ibid., pp. 33-34. 
29052017 Liz Gilbert 
28 
particularidades de los nacionalismos fomentados en México. 
 
Con el objetivo de entender mejor los procesos de consolidación de los Estados-nación mexicano, 
dice Lomnitz, hay que entender la idea de la nación y su concepción desde España, y, cómo fue 
concebida en la América Latina colonial. Según el autor, la palabra nación fue sometida a muchos 
cambios semánticos durante este periodo. Mientras la Real Academia Española definió la palabra a 
principios del siglo XVIII como “el grupo de habitantes de una provincia, país o reino”,52 lo que 
implicaba que se podía hablar de los nacionales de España como de todos los habitantes bajo el 
control del rey, incluyendo, entonces, a los criollos. De esta forma, también se podía entender a la 
nación como una región, en relación con un territorio y con enlaces de consanguinidad.53 
 
Lo nacional, entonces, se podía referir a una característica que tiene su origen en una nación. Estas 
manifestaciones semánticas complican aún más la situación de Hispanoamérica, debido a sus 
múltiples actores de diversas localidades. A propósito, un criollo en México podría haber sido 
considerado español, mexicano, africano o con otra identidad, dependiendo de qué hacía y cómo lo 
hacía dentro del marco de la sociedad de castas. En efecto, las palabras nación y república también 
fueron usadas para demarcar pueblos indígenas. Debido a estas ambigüedades, también se 
consideraron los territorios españoles como patrias españolas, en donde a su vez radicaban varias 
naciones. Lo notable del término nación, según Lomnitz, se encuentra en su flexibilidad. 
 
 
52 Ibid., p. 8. Traducción propia. 
53 Ibid., pp. 12 y 48. 
29052017 Liz Gilbert 
29 
Asimismo, empezando con Carlos III, Lomnitz detecta un vínculo entre la idea de la nación con la 
sujeción al rey, pero anota que en vez de crear enlaces horizontales de hermandad, como señaló 
Anderson, las relaciones sociales fueron más complejas: la nación se vinculó a través de relaciones 
verticales y horizontales. Por ende, existió una naturaleza conflictiva de las relaciones de inclusión 
“entre el Estado nacional, el ciudadano y las corporaciones”54 (en este caso, entendemos por 
corporaciones a las comunidades a nivel local o regional, incluyendo las haciendas). Así, en este 
conflicto se encuentra en la inestabilidad nacional de América Latina en el siglo XIX. Adicionalmente, 
Lomnitz subraya la importancia que da Anderson al sacrificio por la nación, pero no explica a detalle 
este fenómeno. Por su parte, Anderson menciona que la gente usaba su posición como ciudadano 
para interpelar al Estado como parte de las varias comunidades a las que pertenecía.55 
 
Lomnitz, entonces, define nación de este modo: 
“una comunidad que está concebida en términos de una camaradería profunda 
entre sus ciudadanos de primera: cada uno de ellos funciona como un 
intermediario potencial entre el Estado nacional y los ciudadanos débiles, 
embrionarios o de segunda a los que se puede construir como dependientes.”56 
 
A lo largo de su argumentación, Lomnitz destaca la importancia del contexto histórico de 
Hispanoamérica y su relación con la Corona española. Durante las guerras de reconquista en el siglo 
XV los españoles desarrollaron su nacionalidad a través de la “militancia religiosa”, cuestión que 
 
54 Ibid., p. 10. Traducción propia. 
55 Ibid., pp. 12-13. 
56 Ibid., p. 13. Traducción propia. 
29052017 Liz Gilbert 
30 
resultó de suma importancia durante todo su imperio.57 Usando este discurso, se unió al pueblo 
español mediante el catolicismo, un vínculo que seguiría teniendo mucha importancia en las 
naciones latinoamericanas. 
 
Si bien la sociedad en Hispanoamérica fue construida usando las sociedades existentes de pueblos 
indígenas como base, no se puede disminuir la importancia de la formación de identidades locales. 
Con respecto a este punto, cabe mencionar que la sociedad en Hispanoamérica se basaba en 
instituciones españolas, personificadas en individuos: los caudillos, el hacendado, el párroco, los 
militares, etcétera. Incluso la concepción española de la barbarie, construida a lo largo de la 
Reconquista, era de importancia en América Latina: desde el estatus social de los “conversos”, hasta 
el sistema complejo de castas que regía a la sociedad con su estrategia militar de presidios ubicados 
en las tierras más alejadas de sus centros de control. Tal vez se puede observar de forma más clara 
la forma de concebir a la nación en el Nuevo Mundo a partir de la distribución de las órdenes 
religiosas y en los textos intelectuales de los indígenas cristianos, por ejemplo Chimalpahin, 
Ixtlilxóchitl y Tezozómoc, quienes hablaban de su “nación” como un pueblo de Dios que se perdió 
en el camino, y solamente gracias a la intervención española (y el regalo de la lengua española, para 
comunicarse mejor con Dios) regresaba al camino de verdad.58 
 
Más aún, la necesidad de mantener la pureza de la “sangre”59 española (porque las autoridades 
 
57 Ibid., pp. 15-16. 
58 Ibid., p. 16. 
59 Uso el término sangre para destacar la importancia de la “pureza” de sangre en el universo socio-político español. 
Para irse al Nuevo Mundo, la gente debía presentar un título de su “pureza”, así que cuestiones de descendencia se 
volvieron muy importantes en las colonias. 
29052017 Liz Gilbert 
31 
percibían a los criollos como una mala imitación de los peninsulares) implicaba que los puestos más 
importantes se mantuvieran en manos de los peninsulares, debido a la creencia de que los criollos 
se iban “degenerando” por el clima y las condiciones materiales del nuevo mundo. Según Lomnitz, 
eso hizo que los criollos desarrollaran cierto nivel de “patriotismo” u orgullo por la tierra en donde 
radicaban.60 Sin embargo, aun con este regionalismo, la Corona española, sobre todo en el siglo XVIII, 
buscaba unir su territorio. 
 
De ahí que, después de su declive económico en el siglo XVIII y las guerras en Europa —incluyendo 
las Guerras Italianas (1494-1559), la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648), la guerra de los Treinta 
Años (1618-1648), la guerra franco-española (1635-1659) y, sobre todo la Guerra de Sucesión 
Española (1701-1713)—, España necesitaba su imperio para enfrentar la amenaza de los 
estadounidenses en su movimiento por la independencia, además de para frenar el expansionismo 
por parte de las potencias británicas y francesas. Así que la política de la nación como “cuerpo unido” 
buscaba tanto imponer reformas administrativas y económicas para obtener un mejor rendimiento 
y launidad interna de las diversas regiones del imperio, como unir a todos los habitantes, ofreciendo 
un mejor trato para los estratos más bajos de la sociedad. Eso es evidente en la Constitución de 
Cádiz (1812), que definía como “español” a cualquier persona que hubiera nacido en territorio 
perteneciente a España.61 Habría que mencionar que, al mejorar la infraestructura de cada unidad 
administrativa, se esperaba obtener un imperio más fuerte y vinculado. 
 
 
60 Ibid., p. 17. 
61 Ibid., p. 25. 
29052017 Liz Gilbert 
32 
Por otra parte, en la última parte de su texto, Lomnitz menciona los cambios profundos y difíciles 
provocados por la consolidación de los Estados-nación independientes. Resulta importante concebir 
estos movimientos en plural, porque aunque compartían ideas, no eran iguales ni resultaban 
asociados. La violencia que se ve en la historia de los países latinoamericanos en desarrollo se puede 
atribuir a esta falta de unidad y dirección, que también encuentra Lomnitz en la falta de una clase 
burguesa, anotando que los intelectuales latinoamericanos más bien se encontraban interpuestos 
en una red transnacional. Según Lomnitz, sólo había dos instituciones suficientemente desarrolladas 
para construir un Estado: el ejército y la Iglesia, debido a que eran las instituciones más grandes, con 
más recursos y con más importancia socio-cultural.62 
 
Al respecto, es conveniente subrayar que la Iglesia no podía actuar como clase gobernante, y que el 
ejército se encontraba sumamente dividido, de ahí que la primera mitad del siglo XIXse caracterizó 
por guerras internas que provocaron guerras civiles. Entonces, Lomnitz leyendo a Anderson nos 
presenta una América Latina muy distinta: una que se sustenta en la fe católica, poseedora de una 
identidad de “pueblo escogido” basada en una ficticia “pureza de sangre” y con vínculos sociales 
diversos y complejos. En este caso, no se percibe tanto como la cuna del Estado-nación, sino como 
un territorio habitado por diversas sociedades e individuos que imitaban una cultura política basada 
en la cultura política española. 
 
Hobsbawm aborda también la construcción del Estado-nación en América Latina después de 
Comunidades imaginadas… y, como Lomnitz, discute varios puntos clave del argumento de 
 
62 Ibid., p. 30. 
29052017 Liz Gilbert 
33 
Anderson. Entre otros argumentos importantes, Hobsbawm destaca la falta de coherencia de los 
movimientos nacionales y las definiciones cambiantes de lo que es una nación. El autor describe que 
las élites de cada país se encontraban divididas y que los movimientos de independencia se dieron 
por el temor a la “política indigenista” de la Corona española, vista en las reformas borbónicas, a 
través de las cuales el gobierno español prometió mejorar las condiciones y el trato a los indios que 
vivían bajo su mando. 
 
La nación, dice Hobsbawm, dejó más poder en las manos de los hacendados que en la idea de una 
“consciencia nacional”. La “invención de las tradiciones” nacionales es un fenómeno estudiado por 
Hobsbawm y Terence Ranger en su libro The Invention of Tradition, donde argumentan que muchas 
supuestas “tradiciones” fueron inventadas para sostener el nacionalismo. Según Hobsbawn, estas 
nuevas tradiciones excluían a las masas. Otro aspecto interesante de su argumento es la idea de que 
en América Latina el nacionalismo no fue muy importante hasta la Revolución mexicana. Además (y 
sobre todo en el Cono Sur), el nacionalismo de la clase media se ligó a la inmigración europea. De lo 
anterior no resulta claro que fuera en América Latina donde se forjó el nacionalismo en primera 
instancia. De hecho, un argumento muy importante de Hobsbawm radica en que destaca el papel 
transnacional del llamado “pensamiento latinoamericano”, proponiendo que los intelectuales 
hablaban entre ellos del republicanismo y del liberalismo; sin embargo, estas ideas no fueron 
populares ni itrascendentes para la mayoría de la población latinoamericana.63 
 
 
63 Vid. el capítulo de E. Hobsbawm, “Nacionalismo y nacionalidad en América Latina”, en Phablo Sandoval (comp.), 
Repensando la subalternidad. Miradas críticas desde/sobre América, pp. 311-324. 
29052017 Liz Gilbert 
34 
Gilberto López y Rivas, por su parte, en La guerra del 47 y la resistencia popular a la ocupación nos 
ofrece una mirada interesante acerca de la construcción del Estado-nación mexicano, desde una 
perspectiva muy distinta a la de Anderson. Siguiendo un argumento marxista, López y Rivas describe 
los cuatro elementos que caracterizan a una nación: a) territorio, b) idioma, c) economía y d) carácter 
nacional. Queda claro en su argumento que estas características muchas veces son impuestas e 
“imaginadas”, de la misma manera que lo destaca Anderson.64 Por una parte, de acuerdo con Bartra, 
López y Rivas explica que estas características encuentran sus particularidades locales dependiendo 
de la zona. Por otra parte, y de forma distinta a la de Anderson, López y Rivas sugiere que el Estado 
no se debe confundir con una nación, coincidiendo con una idea de Lomnitz: una nación se puede 
encontrar bajo el control de un Estado aunque no sea congruente con éste. 
 
De este modo, un aspecto muy importante de su argumento se encuentra en el intento por explicar 
la formación del Estado-nación al interior del sistema mundial: “en África, Asia y América Latina el 
proceso de consolidación nacional fue efectuado en el contexto del colonialismo y del 
imperialismo”.65 No obstante, debemos señalar que si bien las minorías en Europa también sufrieron 
una incorporación violenta al Estado-nación dominante, las particularidades geográficas, históricas 
y étnicas que se encontraron en el llamado “tercer mundo” implicaron una gran diferencia en su 
formación: 
 
“1) Formaciones nacionales que resultando de la etapa colonial no descansan 
sobre una tradición histórica y específica [...]. 
 
64 Gilberto López y Rivas, La guerra del 47. La resistencia popular a la ocupación, pp. 22-23. 
65 Ibid., p. 25. 
29052017 Liz Gilbert 
35 
2) Formaciones nacionales con una tradición histórica específica, pero que han 
sufrido una profunda ruptura en su existencia étnica o nacional [...]. 
3) Formaciones nacionales de origen europeo sobrepuesto a culturas indígenas 
[aquí ubica el autor a América Latina]. 
4) Formaciones nacionales que descansan sobre la base de una tradición histórica 
milenaria, con periodos de dependencia y decadencia [...].”66 
 
Si bien López y Rivas —y Anouar Abdel-Malek, en quien basa su argumento— pone a América Latina 
en una sola categoría, luego de una nueva revisión podemos encontrar elementos de las cuatro 
categorías en los países latinoamericanos. El Estado-nación, entonces, no debe de ser considerado 
una categoría fija y estable; además de que su construcción depende mucho del contexto local. 
Entonces, la idea de América Latina como el lugar de nacimiento del nacionalismo se vuelve aún más 
incierta, dado que sus nacionalismos se construyeron de distinta forma conforme a sus diferencias 
locales. 
 
A lo largo de este subcapítulo se han explorado diversas contraargumentaciones a Anderson, entre 
las que destacan varios elementos importantes,como el “patriotismo” criollo, o su 
“territorialización” a raíz de su exclusión del estado colonial por la preferencia hacia los peninsulares. 
Dentro de este marco, destaca la herencia católica en las instituciones regionales, y con ello la 
herencia de la ideología colonial en las ideologías nacionales: una herencia profundamente compleja 
y muchas veces contradictoria, basada en clase social, etnia y dinero.67 
 
 
66 Idem. 
67 C. Lomnitz, op. cit., capítulo II. 
29052017 Liz Gilbert 
36 
Dentro de este orden de ideas, el problema de definición del nacionalismo por parte de Anderson 
se observa tanto en el papel transnacional de los intelectuales como en el binario 
tradición/modernidad, a través del cual se busca seguir el pensamiento de la Ilustración e ideas 
republicanas para ligarlos con las instituciones viejas de la colonia. Esto se puede ver expresado en 
el concepto mal definido de ciudadanía, así como en la inestabilidad de los países en la primera 
mitad del siglo XIX. Sin duda, esta falta de identidad y la inestabilidad política y geográfica se puede 
considerar como lo más llamativo de esta época de caos e incertidumbre, y se expresa en la 
repetición de Lomnitz de que el Estado latinoamericano no existió hasta el último tercio del siglo XIX: 
“fue hasta 1867, después de la partida de los franceses y el asesinato de Maximiliano que México 
finalmente ganó su ´derecho´ para existir como nación.”68 
 
Cabe señalar que el nacionalismo latinoamericano se debe pensar en plural, como nacionalismos 
latinoamericanos, pues existen en varias formas dependiendo del contexto histórico regional y las 
particularidades sociales, culturales y geográficas de la zona. La situación en América Latina fue muy 
distinta a la de Europa, y resulta difícil creer que el nacionalismo latinoamericano se anticipó al 
nacionalismo europeo, debido a sus contextos tan distintos, la invención de tradiciones y las culturas 
tan diversas, además de la caótica cualidad de la identidad nacional durante el siglo XIX. 
 
Al mismo tiempo, el proceso latinoamericano de independencia requería de una diferenciación del 
peninsular y del criollo, pero en el proceso de diferenciación las élites urbanas céntricas iniciaron un 
 
68 Idem., p. 87. Traducción propia. 
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proceso discriminatorio que iba en contra de las masas en las zonas rurales y fronterizas.69 Con base 
en lo anterior, se puede decir que las nuevas naciones perpetúan de muchas formas la 
discriminación y la jerarquización social que caracterizó a la época colonial: las naciones eran nuevas, 
distintas, ubicadas en su propio espacio y tiempo, pero fueron sumamente excluyentes. 
 
69 Vid. A. Hennessey, The Frontier in Latin American History. 
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1.3: La territorialidad, la cultura y el espacio fronterizo: identidades entramadas 
 
“El espacio no es una entidad que existe por sí misma, es una dimensión que 
articula a otras bajo nociones objetivables del territorio en el que sujetos 
desempeñan roles de poder hegemónicos. El espacio como sinónimo de vacío es 
la noción más generalizada que existe del mismo en la vida cotidiana; aunque 
problemática y errónea hoy día, esta visión permite entender la lógica de 
concepción, producción y ocupación del territorio que permeaba el pensamiento 
colonial a lo largo de los siglos XVI al XIX.”70 
 
Partiendo de esta explicación del espacio y el vacío, este subcapítulo articulará visiones de la 
territorialidad, la cultura y el espacio fronterizo en conjunto con la identidad. La relación entre estos 
conceptos es determinante para comprender la construcción de la categoría Estado-nación, y para 
reflexionar sobre la importancia de la frontera en el siglo XIX en las construcciones nacionales. Dicha 
discusión gira alrededor de las cuatro categorías analíticas, y el Estado-nación funge como hilo 
conductor. 
 
Cabe resaltar que la formación del Estado, tanto colonial como nacional, fue fundamentalmente un 
proyecto colonizador. Al respecto, Barney Warf destaca que el colonialismo es un fenómeno espacial 
en donde se encuentran las llamadas “zonas de contacto” entre distintos grupos.71 Según Carlos 
Gonçalves, “el espacio vital puede entenderse como el espacio necesario para dar sustentabilidad al 
desarrollo del Estado nacional72 Entonces, construir una nación implica tomar el espacio necesario 
para ser próspero o al menos autosustentable. 
 
70 Ana Elvira Cervera Molina, “Todo es cuestión de enfoque: de piratas a settlers. La construcción simbólica de la 
península de Yucatán como una islacontinental. Una aproximación a la creación del discurso histórico”, en Margaret 
Shrimpton Masson y Óscar Ortega Arango (eds.), Interrogando los límites del texto. Ensayos de crítica literaria, p. 23. 
71 Mariselle Meléndez, "The Cultural Production of Space in Colonial Spanish America: From Visualizing Difference to the 
Circulation of Knowledge", en Barney Warf y Santa Arias (eds.), The Spatial Turn: Interdisciplinary Perspectives, pp. 173-
191. 
72 Carlos Walter Porto Gonçalves, Geo-grafias: Movimientos sociales, nuevas territorialidades y sustentabilidad, p.12. 
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Desde este punto de vista, en América Latina el problema se complejiza aún más debido a su 
herencia colonial. Sergio Bagú expuso la teoría de que el régimen colonial más bien fue un régimen 
de capitalismo colonial, lo cual generó problemas para la formación de los Estados latinoamericanos 
a causa de la dependencia que esta región presentaba ante su colonizador, en primer lugar, hacia los 
Estados “semi-colonizadores” como Inglaterra, en segundo, y finalmente hacia los Estados Unidos.73 
 
En cambio, René Zavaleta afirma que la debilidad de los Estados latinoamericanos no proviene de la 
dependencia de los centros colonizadores, sino de la debilidad de su propia política interna.74 
Gonçalves argumenta que “la afirmación del carácter nacional fue principalmente anticolonial”.75 
Además destaca, a través de Thomson, que la “bipolaridad” del conflicto entre una vinculación 
comercial fuerte, a nivel mundial, con la formación de un Estado-nación robusto demuestra que en 
muchos países ex coloniales “las élites dominantes… supieron capturar al estado por sus fines 
desarrollistas”, no sólo por su propio bien económico, sino también para asegurar su dominación 
contínua de su universo político-social .76 
 
Siguiendo esta idea, el Estado, o al menos su formación, beneficia a las élites. Pero, una vez que 
consolidan su idea de cofnormarse como Estado, ¿de qué forma ocupan el espacio? Roger Bartra 
destaca que la reproducción de los sistemas capitalistas modernos radica en una tecnología científica 
racional, en el espíritu ético de Max Weber y en una estructura política demócrata que es cada vez 
más ineficiente. El poder político se visualiza como redes imaginarias, “un espacio repleto de 
 
73 Vid. Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial: ensayo de la historia comparada de América Latina. 
74 Vid. René Zavaleta Mercado, “El Estado en América Latina”, en Revista Internacional de Ciencias Sociales, núm. 7, 1986. 
75 C.W.P. Gonçalves, op. cit.,p.26. 
76 Idem., p.27. 
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“supervivencias”.77 Esto mismo se relaciona con el territorio, y el espacio se relaciona con el poder 
(político o de otra índole).78 
 
Asimismo, Giménez define el territorio como “el espacio apropiado y valorizado” y señala tres 
ingredientes en su formación: la apropiación de un espacio, el poder y la frontera.79 Los espacios 
“son puntos específicos que responden a la intencionalidad humana, a los valores y a la memoria”.80 
Al mismo tiempo, dice que la región es un “entramado de matrias”,81 y sostiene que los territorios 
culturales resultan de una “apropiación simbólico-expresiva del espacio”.82Por otra parte, Michel 
Foucault describe espacio en términos de utopía y heterotopía. Según el quinto principio de 
Foucault, las heterotopías “suponen siempre un sistema de apertura y uno de cierre que, a la vez, 
las aíslan y las vuelven penetrables”.83 Los seres humanos, entonces, al ocupar un espacio, inscriben 
sus valores, creencias y memoria colectiva en ellos. Los espacios son permeables pero impermeables 
a la vez. 
 
A su vez, para Robert D. Sack, la territorialidad es el “resultado de estrategias para afectar, influir y 
controlar a la gente, a los elementos y sus interrelaciones.”84 Al parecer, el vínculo espacio-poder-
cultura resulta imprescindible para entender cómo vive la gente en un espacio y cómo se crea un 
Estado-nación: “la territorialidad, marcar el territorio, conocer su forma y su composición, fue una 
 
77 Roger Bartra, Territorios del terror y la otredad, p.27. 
78 Robert D. Sack, “El significado de la territorialidad”, en Pedro Pérez Herrero (ed.), Región e historia en México (1700–
1850), p. 203. Asimismo, véase M. Meléndez, op. cit., p. 175. 
79 G. Giménez, “Territorio, cultura e identidades, la región socio-cultural”, en Rocío Rosales Ortega, Globalización y 
regiones en México, p. 21. 
80 Alicia M. Lindon, “La concurrencia de lo espacial y lo social”, en Enrique de la Garza Toledo y Gustavo Leyva (eds.), 
en Tratado de Metodología de las ciencias sociales: perspectivas actuales, p. 598. 
81 G. Giménez, “Territorio, cultura e identidades, la región socio-cultural”, p. 43. Por matria se entiende una pequeña 
patria hacia la cual un grupo siente pertenencia. 
82 G. Giménez, “Territorio, cultura e identidades, la región socio-cultural”, pp. 26-27. 
83 Michel Foucault, “Los espacios otros”, en Architecture, Mouvement, Continuité, octubre, 1984, p. 5. 
84 R.D. Sack, op. cit. p. 194. 
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de las tareas que debía asumir todo Estado-nación que aspiraba a ser soberano”.85 Controlar, 
someter y adaptar un territorio, así como llenarlo de símbolos y significados parece ser una forma 
efectiva para controlar a la gente que radica allí, porque de esa forma se ejerce el poder sobre ellos. 
La territorialidad, entonces, se presenta como un marco importante en la construcción del poder de 
un Estado-nación. 
 
Como se ha planteado, la formación del Estado-nación en América Latina fue y sigue siendo 
problemática. Una gran parte de estos problemas proviene de sus delimitaciones, que a menudo 
parecen arbitrarias, dibujadas en un mapa por los europeos colonizadores. Sin embargo, se puede 
pensar en la división del espacio de forma distinta. Con respecto a lo anterior, Achille Mbembe 
enfatiza la delimitación geográfica del espacio a partir de ríos, desiertos o montañas, y destaca la 
fluidez de estos límites en el periodo pre colonial, como “espacios de encuentro, negociación y 
oportunidad”.86 Tanto para los pueblos africanos como para los pueblos prehispánicos, el espacio no 
se conceptualizó de una manera tan limitada como “frontera”, sobre todo en la forma en la que lo 
describe Anderson, quien menciona que las fronteras son “entrecaras verticales”.87 
 
Por otra parte, en el siglo XIX, Frederick Jackson Turner propuso una tesis de la tierra salvaje como 
área del renacimiento, oportunidades y expansión, a través de la cual se fomentó una imagen del 
hombre fuerte y el macho que tuvo que amansar o domesticar la tierra para apropiársela. En el siglo 
XX, Herbert E. Bolton intentó ver a la frontera de una forma menos binaria, proponiendo el nombre 
y la teoría de las tierras fronterizas (borderlands en inglés). Por lo tanto, en vez de ver a la frontera 
y su domesticación como la marcha hacia el progreso (la dominación del Estado-nación sobre el 
 
85 Carlos D. Altagracia Espada, El cuerpo de la patria: intelectuales, imaginación geográfica y paisaje fronterizo durante 
la Era de Trujillo (tesis doctoral), p. 36. 
86 Achille Mbembe, “Al borde del mundo”, en Sandro Mezzadra (comp.), Estudios poscoloniales. Ensayos fundamentales, 
p. 174. 
87 B. Anderson, op. cit. p. 239. 
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territorio que pretende controlar), las tierras fronterizas se conceptualizan como una zona rica en 
interacciones sociales, sincretismo cultural e intercambio de bienes, donde se encuentran 
sociedades pluriculturales e inesperadas que no conforman las expectativas históricas de territorios 
divididos y fijos, como los que la historia del Estado-nación trata de exponer. 
 
“Lejos de ser meros productos del colonialismo, las fronteras actuales reflejan, 
pues, las realidades comerciales, religiosas y militares, las rivalidades, las 
relaciones de poder y las alianzas [...]. Desde este punto de vista, su constitución 
dependió de un proceso social y cultural de una relativa larga duración.”88 
 
En esta investigación, se hace un planteamiento del espacio fronterizo como un concepto 
fundamental para entender a las tierras fronterizas. El espacio fronterizo se define entonces como 
un área de interacción, movimiento, intercambio y alianzas en movimiento constante.89 Por lo tanto, 
se le puede ver como una zona especialmente fructífera para el estudio del desarrollo de la identidad 
debido a su riqueza socio-cultural. De esta forma, el espacio fronterizo es concebido como un centro, 
en vez de una periferia, debido a la cantidad de influencias socio-culturales que florecían y florecen 
allí. Debemos considerar que las fronteras representan “espacios de encuentro, negociación y 
oportunidad”,90 pero también en el contexto de la nación, son los espacios fronterizos los que dan 
paso a un “cercado moderno de espacio nacional”.91 Como señala Anderson, la construcción 
cartográfica, que vino de la mano con el proyecto del Estado-nación, y la idea de ver el espacio 
dividido por muros debió ser absurda para la mayoría de los habitantes del mundo. 
 
 
88 Pekka Hämäläinen y Samuel Truett, “On Borderlands”, en The Journal of American History, septiembre, 2011, pp. 343. 
89 Vid. idem.; David J. Weber, Foreigners in Their Native Land: Historical Roots of the Mexican Americans; y D.J. Weber, 
The Mexican Frontier; 1821-1846: The American Southwest under Mexico. 
90 A. Mdembe, op. cit. p.174. 
91 Adelman and Aron, citado en P. Hämäläinen y S. Truett, op. cit, p. 344. Traducción propia. 
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No obstante, “es una práctica universal establecer un espacio ´nuestro´ y otro que es el ´suyo´ una 
distinción geográfica que puede ser totalmente arbitraria”.92 Desde los mapas medievales que 
pusieron Gog y Magog al otro lado del territorio musulmán, hasta los mapas de

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