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1
EL PENSAMIENTO REFLEXIVO~INTUITIVO
EN LA LETRA TIPOGRÁFICA PARA LECTURA
T E S I S
Que para optar por el grado de
Maestría en Diseño y Comunicación Visual
Presenta
María de Jesús Mateos Romero
Directora de tesis
Dra. Luz del Carmen Vilchis Esquivel (FAD~UNAM)
Sinodales
Mtro. Julián López Huerta (FAD~UNAM)
Dr. Salvador Juárez Hernández (FAD~UNAM)
Mtra. María Soledad Ortiz Ponce (FAD~UNAM)
Dr. Omar Lezama Galindo (FAD~UNAM)
Ciudad de México  diciembre de 2018
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
POSGRADO EN ARTES Y DISEÑO
FACULTAD DE ARTES Y DISEÑO
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
E-------_____.+ 
3
EL PENSAMIENTO REFLEXIVO~INTUITIVO
EN LA LETRA TIPOGRÁFICA PARA LECTURA
r-------------~. •• 
5
A la memoria de mis padres, Lucina y Gregorio.
Gracias por su ejemplo,
por todo su amor y apoyo incondicionales.
E--------__ • •• •• 
7
Quiero agradecer a todos los maestros que genero­
samente compartieron su conocimiento y experiencia con 
dedicación y profesionalismo, tanto como la dirección y 
la tutoría brindadas, que hicieron posible la consolidación 
del presente documento.
Aprecio el apoyo, la confianza y la atención de los 
profesores Miguel Armenta Ortiz, Javier Ruiloba Ausin, 
Ana María Luna López, María Eugenia Gamiño Cruz y Ro­
berto Hernández Aranda. 
Estimo los comentarios oportunos e inteligentes de 
Refugio Puente Anguiano, que enriquecieron el escrito. La 
colaboración de Luis Armando Barrera en la precisión de 
datos relacionados con tecnología e informática. Así como 
el respaldo de Ariadna Ortega, Jovita Cambrón y Martha 
Castellanos, al igual que el de mis hermanos María Gua­
dalupe y Marco Antonio.
Gracias a compañeros y amigos con quienes compartí 
un camino significativo y un tiempo entrañable, a Reyna 
Albarrán, Yazmín Baltazar, Josefina Escamilla, Omar Men­
doza, Sandra Serrano y Mariana Zaragoza 
E--------..... •••••• 
9
INTRODUCCIÓN | 11
1 LA LETRA TIPOGRÁFICA Y SUS TRANSFORMACIONES PARADIGMÁTICAS | 17
 1.1 Primer paradigma: la escritura | 18
 1.2 El espacio blanco en la creación de la palabra escrita | 31 
 1.3 La letra aldina, componente en la producción tipográfica comercial | 41
 1.4 La generalización de la letra autoeditable | 48
2 EL PENSAMIENTO REFLEXIVO~INTUITIVO | 59
 2.1 Panorama general de las neurociencias | 60
 2.2 Características generales de la cognición humana | 70
 2.3 Características generales de las emociones humanas | 77
 2.4 El proceso denominado pensamiento | 83
3 LA LETRA TIPOGRÁFICA PARA LECTURA | 97
 3.1 El cerebro social | 98
 3.2 La lectura, un mecanismo globalizador | 108
 3.3 Letra para lectura comprensible | 115
 3.4 Factores neurobiológicos | 122
CONCLUSIONES | 143
BIBLIOGRAFÍA | 149
HEMEROGRAFÍA Y FUENTES ELECTRÓNICAS | 154
ÍNDICE
E--------..... •••••••• 
11
INTRODUCCIÓN
La tipografía, desde que surgió a mediados del siglo XV, propició una revolución 
cultural cuyo impacto no ha dejado de estudiarse y analizarse desde diferentes 
posiciones y en múltiples aspectos; se encuentra ligada al lenguaje y, por lo tanto, 
a la escritura, ya que es representación y ornamento de la palabra para su lectura 
y es destreza e industria que asume el peso tecnológico que la condiciona y la 
hace posible. Cada fuente tipográfica es un claro reflejo del contexto histórico en 
el cual se creó, con el mérito y la capacidad particulares de lograr fusionar todos 
los matices que el espíritu de una época coloca y confiere a la preservación del 
pensamiento y conocimiento propios de su momento.
Durante siglos, la práctica de la tipografía estuvo fuera del alcance de manos 
inexpertas —dado que requería de un conocimiento y un dominio de habilidades 
particulares, así como de un financiamiento económico inaccesible a la mayo­
ría—, pero, con el advenimiento de la revolución digital, la disciplina se vio afec­
tada nuevamente debido a sus orígenes basados en la técnica; los límites para su 
manejo y manipulación desaparecieron en el último cuarto del siglo XX, cuando 
entró en un proceso de experimentación con poco rigor y exigencia por parte de 
los nacientes usuarios, con resultados no siempre afortunados.
Tal circunstancia no es la única por la cual la tipografía ha debido transitar 
desde sus orígenes, mas había salido airosa por su valor intrínseco y por la riqueza 
de la tradición que la sustenta, sólo que el entorno reciente conlleva una variable 
particular: se hizo presente un reajuste masivo entre los intermediarios tradiciona­
les con los cuales emergió, en relación directa con los usuarios, los contenidos y 
los servicios de información que la manipulan.
John Seely Brown1 y Paul Duguid,2 en The Social Life of Information, identifi­
caron seis fuerzas liberadas por la tecnología reciente: desmasificación, descentra-
lización, desnacionalización, desespacialización, desintermediación y desagrega-
ción, con un efecto manifiesto a través de la desaparición de figuras mediadoras; 
la función que en su origen éstas desempeñaron se perdió al reestructurarse el 
organigrama de los procesos que antes las requería.3 El cambio se presentó con 
1 Físico matemático y doctor en computación y ciencias de la comunicación, es uno de los primeros 
científicos en la empresa Xerox. 
2 Profesor adjunto en la Universidad de Berkeley, California.
3 Cfr., Isabel Galina y Cristian Ordoñez, Introducción a la edición digital, p. 13.
12
tal magnitud que trastocó el modelo editorial, en mayor o menor grado, desde la 
dirección general hasta la de producción y comercialización, conformado tradicio­
nalmente por: presidente y directores, asesores externos y dictaminadores, edito­
res, directores de arte, correctores, traductores, capturistas, diseñadores tipógra­
fos, formadores técnicos, fotógrafos, ilustradores, negativeros, transportistas de 
láminas, cortadores, prensistas, encuader nadores, distribuidores, promotores y 
vendedores. Varios de estos partícipes se concentraron en una sola persona.
Particularmente, la figura del tipógrafo, que había salido de las imprentas y 
se había insertado en los espacios académicos y de diseño profesional, perdió el 
grado de exclusividad que todavía conservaba y se enfrentó a la necesidad de un 
análisis profundo de su desempeño tanto en los ámbitos educativos como eco­
nómicos en los que normalmente se había desenvuelto. Por tanto, el quehacer 
tipográfico, que durante siglos se sostuvo prioritariamente en la práctica y el do­
mino alcanzados a partir de la pericia que daba el trabajo intenso, unido al interés 
cuidadoso y obsesivo del experto, salió del ámbito especializado para insertarse 
en procedimientos basados en la facilidad de su manejo.
En esas condiciones, la atención que ameritaba el diseño de letra no fue 
prioridad. Algunas de las investigaciones que se realizaron en la segunda mitad 
del siglo pasado buscaron evaluar los atributos o cualidades formales de la letra a 
partir de su legibilidad, por medio de mediciones obtenidas de la lectura de textos 
compuestos con diferentes fuentes, puntajes, interlíneas y alineaciones. Los resul­
tados indicaban que aquellos textos que se leían en menor tiempo calificaban me­
jor la percepción de la forma, pero no consideraban el sinnúmero de factores que 
podían influir, alteraro limitar las condiciones del lector; además, los criterios de 
selección tipográfica eran relativos e independientes de las unidades lingüísticas.
Sobrevino entonces que la importancia y el beneficio que la formulación teó­
rica ofrece —la mayoría de las veces previa a la práctica razonada— en la cons­
trucción y el respaldo de un método científico de estudio no fue de ningún modo 
exigencia o primacía en la tarea cotidiana que, frente a un contexto diferente, 
expuso la ausencia de proposiciones propias en los ámbitos académicos y pro­
fesionales, ante al desvanecimiento paulatino de los exhaustivos procedimientos 
tradicionales y dadas la inmediatez y la destreza operativa de los nuevos medios 
digitales empleados en composición, edición y producción masivos. 
Son muchos los motivos por los cuales debe buscarse la recuperación de la 
práctica educada de la letra, al ser ésta una de las principales mediadoras en la 
preservación del saber; más aún, debe atenderse la necesidad de formular un 
método de estudio acorde con el contexto y las técnicas de trabajo actuales, sin 
sometimiento o condescendencia a procedimientos prestos que aún no encuen­
tran una solidez teórica suficiente.
Además, en este momento existen otras opciones de estudio que han per­
mitido un acercamiento a campos de investigación especializados, como lo fue 
13
durante mucho tiempo el estudio científico del cerebro humano, restringido y en 
extremo distante de las ciencias sociales, hoy manifiesta un palpable interés por la 
apertura y la divulgación de algunos de los principales descubrimientos en torno 
a este órgano, con resultados que ayudan a vislumbrar que la profundización de 
su estudio y el conocimiento que se logre alcanzar de él permitirán, incluso, la 
preservación del ser humano.
La ciencia explica que la naturaleza del Homo sapiens contiene un compo­
nente devastador que conduce a la agresión y al deterioro de sí mismo, así como 
de aquellos con quienes coexiste, y aunque todavía no se alcanza a desentrañar 
si esa tendencia autodestructiva es una parte inseparable de la propia naturaleza 
animal de la cual proviene, se reconoce que como especie nos encontramos en 
un punto de partida que puede cambiar sustancialmente quiénes somos; además, 
ahora hay un factor sustancial: ya es viable superar el ciclo evolutivo vital —nacer, 
crecer, reproducirse y morir— por medios artificiales con las cuales el cerebro 
rebase su herencia natural para habitar en diferentes tipos de realidad sensorial. 
En consecuencia, la investigación El pensamiento reflexivo~intuitivo en la le-
tra tipográfica para lectura busca propiciar un acercamiento con las neurocien­
cias, por ser éste el campo de estudio que puede explicar los procesos psicobio­
lógicos involucrados durante la percepción de la letra como el estímulo visual que 
es, para demostrar que el reconocimiento de la forma se constriñe a un complejo 
mecanismo neuroanatómico, el único que puede dilucidar y medir la actividad 
eléctrica durante la interacción con el signo y, paulatinamente, de la mano con la 
ciencia, conducir hacia la valoración de la emotividad y al significado que la letra 
sea capaz de detonar en la mente del lector.
La investigación se desarrolla en tres capítulos. El primero, denominado La 
letra tipográfica y sus transformaciones paradigmáticas, revisa la concepción ge­
neralizada del término tipografía que, debido a su origen dado con la imprenta 
de Gutenberg, limita y reduce el estudio de la letra al estudio de la forma como 
la representación visual del habla, sometida a los recursos manuales, mecánicos 
o digitales con los cuales se manipule. Sin embargo, al centrar la atención en la 
forma escrita, tanto en su evolución gráfica como en las transformaciones semán­
ticas en las cuales ha transitado, la perspectiva de estudio se amplía y permite 
identificar momentos decisivos —o paradigmáticos, en el sentido más general del 
término— que van más allá del uso de una tecnología específica, manifiestos a 
través del desarrollo y el uso dados durante los procesos de lectura, determinantes 
para la construcción del actual lector.
Por las anteriores razones, es más oportuno para esta investigación el empleo 
del término letra tipográfica, porque permite involucrar el mayor número de gé­
neros formales que pueden desarrollarse con los variados medios de composición 
con que se cuenta hoy en día. Se parte del surgimiento de la escritura como el 
primer momento paradigmático que explica la evolución gráfica de la letra alfabé­
14
tica, seguido por tres circunstancias que ayudan a entender su permanencia como 
el elemento central de la comunicación visual en el que confluyen los medios 
impresos tradicionales y recientes: la creación de la palabra por medio del blanco, 
el diseño deliberado de la forma aldina a partir de un fin comercial y la democra­
tización del manejo de la letra autoeditable.
El segundo capítulo, titulado El pensamiento reflexivo~intuitivo, explora el 
desarrollo y la evolución de las neurociencias para poner atención en la reciente 
apertura y divulgación científica en torno al estudio del cerebro moderno, cuyas 
investigaciones buscan explicar los procesos que involucra el reconocimiento de 
letra para la lectura comprensible —como la experiencia mental, única y privada, 
evolutivamente reciente en el ser humano— y abre vías de acceso para el estudio 
de la letra tipográfica a través del trabajo interdisciplinar.
El capítulo parte del reconocimiento general del desarrollo histórico de las 
neurociencias, su avance y la paulatina y mutua aceptación con la psicología, 
que hizo posible un trabajo conjunto para el surgimiento de la neuropsicología 
cognitiva, disciplina que permite el estudio del cerebro con procedimientos no 
invasivos, con resultados comprobables y objetivos que atañen directamente al 
diseño y la composición de la palabra escrita. Asimismo, se abordan las caracterís­
ticas generales del sistema nervioso y la neurona que hacen posible el despliegue 
de imágenes mentales detonadoras del pensamiento, como la capacidad cerebral 
que reúne procesos cognitivos y emocionales, en gran parte visibles por medio 
de la reflexión y la intuición, e intrínsecos en el reconocimiento de la letra para su 
aprehensión, comprensión y coherencia funcional.
Por último, el capítulo La letra tipográfica para lectura se concentra en el acto 
de leer como la mayor proeza cognitiva exclusiva del ser humano. Se atiende el 
atributo social de la percepción como un factor relevante para la conformación 
de un entorno cultural particular y propio, en el que lenguaje y escritura fueron 
determinantes, al igual que la lectura como el mecanismo vinculante desde dos 
dimensiones: la cognitiva y la emocional. Continúa con el análisis de la letra a 
partir de la legibilidad como el recurso que permite el reconocimiento de la for­
ma, tanto en su calidad de signo material como mental; así también, se abordan 
algunos factores neurobiológicos que empiezan a explicar la organización neu­
ronal durante la identificación de las propiedades de la forma para, finalmente, 
examinar el sistema visual como la principal vía perceptiva que permite efectuar 
la lectura y el único también que puede medir la visión y cuantificar sus alcances 
por medio de la agudeza visual ordinaria. De esta manera, pueden empezar a 
esclarecerse algunos de los mitos existentes en torno a los atributos materiales de 
la letra tipográfica.
Es importante puntualizar que el interés científico por ahondar en el desem­
peño cerebral que la lectura requiere busca, entre otras cosas: 1) revelar el origen 
de una actividad que no nace propiamente de una necesidad de sobrevivencia; 
15
2) explicar cómo se detonan y cómo se establecen las relaciones entre las diver­
sas competencias cognitivas y emocionales involucradas durante el proceso; 3) 
comprender las consecuencias adaptativas ocurridasen el cerebro lector actual, 
porque tanto el intelecto como la sensibilidad requeridos en una actividad tan 
reciente, neuropsicológicamente empiezan a explicar la actividad neuronal que 
se realiza para el reconocimiento de los signos escritos —cualquiera que sea la 
forma que presenten— y cómo ésta se aúna con el instinto de aprendizaje, la 
plasticidad neuronal y la socialización del código por medio de la escolarización. 
Este indicador debe atenderse seriamente desde el campo del diseño y la comu­
nicación visual.
Las investigaciones del cerebro aún se encuentran en una etapa inicial; no 
obstante, han surgido resultados científicos en torno al estudio de la letra que 
ayudan a desechar viejas ideas prevalecientes en el campo de la tipografía, con 
la oportunidad de buscar nuevas alternativas y miradas al diseño de la forma. El 
interés por la representación del signo vocal ha llegado a adquirir tanta impor­
tancia como el signo mismo para los usuarios de la letra tipográfica, ya sea para 
resolver los enigmas que implica la lectura, para su recreación estética o bien para 
el empleo personalizado y único que busca obtenerse a través de la forma visual, 
en medio de un entorno cultural igualmente singular.
Lo cierto es que aún falta mucho por desentrañar de la experiencia subjetiva 
que se desencadena durante el proceso de lectura, situación que no impide lu­
cubrar en torno al acto creativo del diseño y la composición de letra tipográfica 
como la posibilidad de desarrollar una práctica objetiva a partir de pruebas tan­
gibles y comprobables que —contrariamente a lo que podría pensarse— permi­
tirían formular ideas mejor dirigidas e ilimitadas. La investigación científica podría 
brindar una opción para razonar, esclarecer, perfeccionar y reconstruir procesos 
descubiertos, muchas veces por medio del ensayo y el error para superar, en la 
medida de lo posible, la “intuición ingenua”4 prevaleciente en la industria coti­
diana actual.
Es momento y oportunidad de buscar aquellos caminos que den firmeza y 
continuidad al quehacer tipográfico como un elemento insustituible en el proceso 
de comunicación visual, así como atender al pensamiento consciente con bases 
científicas y tecnológicas que sostengan el desenvolvimiento de la intuición re-
flexiva, la conducta inteligente, orientada e innovadora en la práctica profesional 
del diseño de letra para lectura 
4 Blanca Hilda Quiroga, Psicología y semiología aplicadas al diseño gráfico, p. 8.
1
17
1 LA LETRA TIPOGRÁFICA Y SUS TRANSFORMACIONES PARADIGMÁTICAS
El término tipografía responde a un conjunto de definiciones, procesos y usos 
que surgieron a mediados del siglo XV, cuando nació por medio de la creación 
del tipo móvil de Johannes Gutenberg. A partir de ese momento, los cambios 
ocurridos en torno a este sistema de impresión se centraron en gran medida en 
el paso de la adaptación mecánica a la electrónica y recientemente a la digital, 
momentos erróneamente considerados como paradigmáticos que han limitado el 
análisis teórico de la letra tipográfica desde un ámbito propio.
El siglo XXI plantea diferentes criterios de análisis para abordar el estudio de 
los cambios sociales, tecnológicos y económicos presentes, puesto que han surgi-
do nuevos sistemas de producción que la era digital trajo consigo. Viviana Narot-
zky, diseñadora industrial y doctora en Historia del Diseño por el Royal College of 
Art, observa que las recientes tecnologías van más allá del mero perfeccionamien-
to de las capacidades mecánicas, porque el cambio se encuentra en la participa-
ción misma del usuario, quien puede intervenir libremente en la elaboración del 
producto final mientras se procesa como un algoritmo binario. El nuevo modelo 
teórico permite participación, personalización, código abierto y pieza única.1
No hay una respuesta definitiva, todavía no se vislumbra con total claridad si 
el diseñador ha dejado de ser el principal operador como parte del proceso de 
producción editorial, pero para la interpretación del entorno actual debe ponerse 
atención en otros momentos de la evolución del diseño que ayuden a entender 
su reciente estadio.
1 Cfr., Isabel Campi, La historia y las teorías historiográficas del diseño, pp. 117~118.
18
1.1 
PRIMER PARADIGMA: 
LA ESCRITURA
Por principio, desde la antigüedad clásica, Platón reconoció el término paradig-
ma como un modelo, copia o muestra que estaba más allá de algo que es real; 
lo identificó como un modelo ejemplar, un modelo perfecto, digno de seguir y 
de ser imitado.2 Paulatinamente, el vocablo se insertó en el lenguaje cotidiano 
y alcanzó un uso generalizado apenas en el último tercio del siglo XX. La gran 
difusión ocurrió en 1962, cuando Thomas S. Kuhn lo empleó en La estructura de 
las revoluciones científicas para designar un fenómeno sociológico capaz de mo-
dificar estructuras previas a él y construir nuevos planteamientos de una realidad. 
Las acepciones que se reconocieron en el término son más de las que podrían 
abordarse en este apartado. De hecho, frente a las críticas que surgieron en torno 
a éste, en 1974 Kuhn aclaró en el ensayo Algo más sobre los paradigmas que “Las 
críticas, sean comprensivas o no, coinciden en subrayar el gran número de senti-
dos diferentes que le doy al término”.3 Lo anterior se refiere a los veintidós usos 
que Dudley Shapere —una de las personalidades más reconocidas en el campo 
de la Filosofía de la Ciencia— identificó por medio de la elaboración de un índice 
analítico parcial que le permitió un cuidadoso escrutinio de la palabra; con ello 
también aclaró: “Independientemente de su número, los usos de ‘paradigma’, en 
el libro, se dividen en dos conjuntos que requieren tanto de nombres como de 
análisis separados”.4
Los grupos son el global y el local. El primero registra que un paradigma lo 
comparten únicamente los miembros de una comunidad científica y que, de for-
ma inversa, es esa posesión común la que constituye a la comunidad como tal; 
denota al término con la frase matriz disciplinar, de la cual enfatizó tres compo-
nentes esenciales: las generalizaciones simbólicas, los modelos y los ejemplos. El 
segundo grupo, en tanto, presenta al término como ejemplo normal que, desde 
un punto de vista filosófico, es el uso en el cual el autor pensó originalmente. La 
apropiación y el uso global que los lectores terminaron por dar a la palabra que-
daron por completo fuera del control del autor.
Por otra parte, Ludwig Fleck, médico y sociólogo polaco, mucho antes que 
Thomas Kuhn —aunque sin la difusión y el reconocimiento que éste obtuvo— 
escribió Génesis y desarrollo de un hecho científico (1935), en el cual destacó 
2 Cfr., Fredy González, “¿Qué es un paradigma? Análisis teórico, conceptual y psicolingüístico del 
término”, en Investigación y Postgrado, vol. 20, núm. 1, abril, 2005, p. 18.
3 Thomas S. Kuhn, La tensión esencial. Estudios selectos sobre la tradición y el cambio en el ámbito 
de la ciencia, pp. 317–318.
4 Ibid., p. 318.
19
conceptos precursores de paradigma e inconmensurabilidad, ejes medulares que 
sostienen el desarrollo de la obra de Kuhn; éstos son: colectivo de pensamiento, 
estilo de pensamiento y comunicación esotérica y exotérica.5 Con ellos refiere que 
una colectividad intelectual se conforma y erige a partir de una historia, una cul-
tura, referentes institucionales, agenda de investigación y objetivos centrales com-
partidos que generan una noción de identidad en la práctica de una disciplina.
En el mismo ámbito de la sociología, Pierre Bourdieu (1969) propuso la teoría 
de los campos, con la cual identificó el campo intelectual como un sistema de 
relaciones sociales cuya creación responde a un acto de comunicación que el 
creador establece con su obra y en el que ambos, creador y obra, terminan por 
ser afectados debido a esa relación, misma que incluye artistas, editores, críticos y 
público. Este sistema “es elque determina las condiciones específicas de produc-
ción y circulación de productos”.6
En consecuencia, es oportuno aclarar que sólo en el campo de la ciencia 
los paradigmas equivalen auténticamente a verdaderas revoluciones que ocurren 
con muy poca frecuencia. No obstante, el término puede recuperarse fuera del 
terreno científico para su manejo desde una perspectiva histórica. Isabel Campi 
lo expresa como “el conjunto de prácticas que definen una disciplina durante 
un período específico y que configuran un marco teórico determinado. Cuando 
el marco teórico general es superado por otro, se puede hablar de cambio de 
paradigma”.7 La historiadora catalana precisa los contrastes que existen entre las 
actividades creativas respecto a las científicas, de las cuales prefiere analizar los 
grandes cambios como “nuevos marcos teóricos” para dejar que sea el tiempo el 
que brinde a ese nuevo enfoque el carácter de paradigma o no.8
Entonces, el empleo del término es más adecuado en el terreno científico 
para aludir a un hecho, situación o cosa ejemplar que equivale a una revolución de 
las concepciones establecidas que se presentan esporádicamente, cuyo principal 
elemento es la teoría, podría decirse como el equivalente a los anteojos que usa el 
científico, aunque “el paradigma también incluye todos los supuestos sutiles que 
rodean a la teoría”.9 Esto no ocurre en el campo del diseño tipográfico, dado que 
no pueden darse grandes transformaciones ante la ausencia de teorías propias
Si bien en 1985 el tipógrafo holandés Gerrit Noordzij 10 expuso su teoría de la 
5 Cfr., Mónica Pérez Marín, “Ludwik Fleck: precursor del pensamiento de Thomas Kuhn”, Eidos: Re-
vista de Filosofía de la Universidad del Norte, núm. 13, julio–diciembre, 2010, p. 133.
6 Ana Cravino, “Creatividad y paradigmas”, Reflexión Académica en Diseño & Comunicación. XIX 
Jornadas de Reflexión Académica en Diseño y Comunicación, Facultad de Diseño y Comunicación, 
Universidad de Palermo, año XII, vol. 16, agosto 2012, p. 94.
7 I. Campi, op. cit., p. 117.
8 Cfr., Ibid., p. 117.
9 John P. Briggs y F. David Peat, A través del maravilloso espejo del universo, p. 27.
10 Diseñador gráfico, tipógrafo, escritor y profesor en la Real Academia de Arte de La Haya, desde 
1970 y durante 20 años, dirigió un curso sobre diseño de letras; en 1982 se publicó The stroke of 
the pen: fundamental aspects of western writing (El trazo de la pluma: aspectos fundamentales de 
la escritura occidental), en su país de origen; y en 2005 y 2009, se editó en inglés y español, respec-
tivamente, con el título The Stroke: Theory of Writing (El trazo: teoría de la escritura).
20
escritura, la cual permite un enfoque dirigido y consistente de estudio, indepen-
dientemente de la tecnología —herramienta o utensilio, sea manual, mecánico o 
digital— que genere la representación del trazo.
La escritura constituye un buen modelo para la percepción porque sus normas 
estrictas crean un área de trabajo artificial, similar a un laboratorio, que todo mun-
do tiene a su alcance. La interacción entre el claro y el oscuro existe en cualquier 
momento o lugar en el que haya algo que ver, pero su interacción solo se torna 
interesante cuando los contrarios están bien combinados, es decir, solo se puede 
apreciar su relación si esta está clara.11
Esta teoría tiene un valor considerable para la letra tipográfica porque: 1) cie-
rra la distancia que la imprenta generó entre la letra manuscrita y la tipografía, 2) 
permite abordar, dirigir y sostener su análisis a partir de la escritura como el hecho 
cultural que surge de una necesidad socializada, 3) hace posible la exploración 
cuidadosa y razonada de los atributos y cualidades de la forma, sea o no alfa-
bética, 4) abre el camino para un abordaje metodológico que permita construir 
el sistema tripartito teoría~método~técnica para consolidarlo como disciplina de 
conocimiento e investigación, y 5) admite el estudio y el análisis objetivos de la 
expresión fonética mínima en la letra y el origen de la palabra, no sólo como una 
unidad semántica sino también como una unidad gráfica con rigor científico, más 
allá de taxonomías, de una estética o una ideología particular.
Noordzij parte del trazo como “La primera forma, inicial y fundamental, es 
la marca simple dejada por un utensilio”.12 Nada hay antes de él. Es el rasgo 
consciente y el elemento primordial de la letra para la construcción de la palabra 
escrita, el fin primordial que se persigue. Por medio del trazo se construye la letra, 
entendida gráficamente como un binomio de blancos y negros, formas y contra-
formas que se ajustan a una convención cuya relación y equilibrio son la base de la 
percepción por los órganos sensoriales para su interpretación. Las relaciones ma-
nifiestas y las proporciones relativas de blancos y negros permiten la construcción 
de la palabra —la unidad orgánica mínima de la escritura— en la que el blanco se 
expresa como el único elemento común en todos los tipos de escrituras.
Por lo tanto, la escritura manual es la única que reúne las características del 
trazo simple. La caligrafía difiere por la finalidad que el trazo tiene en sí mismo, 
además de la destreza especializada que la técnica demanda. La rotulación con-
trasta al elaborarse por medio de formas compuestas que permiten el retoque 
independientemente de la herramienta con la cual se haya realizado. Y la tipo-
grafía puede reconocerse como una rama especial de la escritura que discrepa en 
esencia de la rotulación al ser una forma de escritura organizada reunida en una 
fuente o archivo electrónico disponible para su formación. Sin embargo, en lo que 
11 Gerrit Noordzij, El trazo. Teoría de la escritura, p. 13.
12 G. Noordzij, op. cit., p. 9.
21
se refiere a las características del diseño no hay nada que distinga la expresión del 
trazo; los utensilios manuales tradicionales han sido adaptados a la composición 
digital y permiten cualquiera de las soluciones figurativas que se necesite o desee 
representar.13
En consecuencia, la escritura es el primer gran hito que permite el estudio de 
la letra para el surgimiento de la palabra, la cual constituye y condiciona el acto 
denominado lectura. Es también el modelo que responde a la capacidad percep-
tiva consciente común en todos los grupos humanos.
EL SURGIMIENTO DE LA ESCRITURA
El origen de la escritura occidental resulta incierto, debido a que el estudio de la 
evolución humana se apoya en hallazgos materiales que permiten inferir un tiem-
po aproximado de escenarios y acontecimientos, pero es bastante más complejo 
puntualizar el momento en el que la transformación biológica se tornó cultural 
para permitir la consolidación de un proceso intelectual superior.
Es posible que los primeros protografismos, grafismos abstractos o afigu-
rativos precedieran a imágenes conscientes surgidos como trazos al azar o fi-
guraciones lineales con un determinado significado cuya complejidad aumentó 
paulatinamente, pero para el fortalecimiento mismo de la escritura fueron im-
portantes dos conductas sociales: la competición y la cooperación. La primera se 
reflejó en la rivalidad y el liderazgo que impone el miembro más fuerte del grupo, 
un atributo presente en otras especies; la segunda, en tanto, se presentó como 
ayuda y apoyo, siendo ésta la que marcó un momento decisivo para el inicio de 
la hominización: “en este proceso de coevolución biológico~cultural, el altruismo 
evolucionó paralelamente a la práctica de los castigos contra la conducta egoísta, 
lo que seleccionó a los genes que favorecían el altruismo”.14
La socialización, entendida como el “proceso de interiorización de las normas 
dominantes del grupo de referencia”,15 permite al individuo identificarse con sus 
congéneres y formar parte de una comunidad. Esto se observa en dos hechos 
significativos: en la elaboración de los primeros utensilios de piedra, que revela 
una conducta cooperativa,hace dos millones y medio de años, y en la práctica de 
enterramientos, con una antigüedad de setenta mil años que marca el surgimien-
to de un pensamiento simbólico y la capacidad para llevarlo a cabo.
Asimismo, en 1991 el arqueólogo Christopher Henshilwood anunció el des-
cubrimiento de un conjunto de hallazgos que colocan a África no sólo como 
“cuna del hombre anatómicamente moderno, sino también del comportamiento 
moderno”.16 La ubicación se encuentra a cien metros de distancia del mar, próxi-
13 Cfr., Ibid., pp. 9–10.
14 Román Gubern, Metamorfosis de la lectura, p. 15.
15 Idem.
16 Christopher Henshilwood, “Modern Human and Symbolic Behavior: Evidence from Blombos Cave, 
South Africa”, en G. Blundell (ed.), Origins. The Story of the Emergence of Humans and Humanity in 
22
ma a Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, en una zona denominada Blombos que 
indica haber sido habitada hace setenta mil años por los primeros pescadores, 
y en la cual se encontraron dos piezas de ocre con un tamaño de cinco a siete 
centímetros de largo con marcas geométricas de cruz y líneas.
No se trataba de marcas al azar; no eran líneas gestadas por el aburrimiento; eran 
símbolos elaborados que perfectamente podrían formar parte de una fase inter-
media en la evolución cultural, según la teoría de Merlin Donald. Para este psicólo-
go y neurocientífico, autor de El origen de la mente moderna (1991), la humanidad 
habría pasado por una primera etapa mimética, en la que se impulsó el desarrollo 
de los movimientos del cuerpo, una segunda etapa mítica, en la que apareció el 
habla y la necesidad simbólica, y una tercera etapa tecnológica, todavía vigente, 
en la que los soportes de almacenamiento y recuperación de la memoria estarían 
creciendo exponencialmente.17
Es un hecho confirmado que el cambio evolutivo en la especie humana de 
cuadrúpedo a bípedo permitió el desarrollo del lenguaje y otorgó libertad a las 
manos (patas frontales) para cultivar un amplio rango de destrezas. Se tienen 
registros que desde hace treinta y cinco mil años los neandertales y los Homo sa-
piens de Europa hacían cortes e incisiones en huesos y piedras. Etimológicamente, 
esta práctica se identifica en las lenguas indoeuropeas que dirigen al latín scribe-
re, “trazar caracteres”, a la raíz ker/sker que sugiere la idea de “cortar” o “realizar 
incisiones”, y al griego graphô a la raíz gerbh, “arañar”, con lo cual escritura sería 
una forma de incisión. Las lenguas semíticas, a su vez, también comparten esta si-
militud con la raíz árabe ktb, que remite a la idea de “rastros” y “reunir”, juntar las 
letras (kataba, “escribir”) o caballos (katiba, “cuadrilla”), y con otra raíz de empleo 
menos habitual, zbr, “tallar la roca”. En tanto las runas, provenientes de un campo 
semántico diferente, remiten al “misterio”: en islandés antiguo, runar, “secreto”; 
en sajón antiguo, runa, “murmullo”; en islandés, run, “secreto, misterio”; en galo, 
rhin, “secreto”.18 [Tablas. 1 y 2]
Los primeros signos gráficos no estuvieron única y estrictamente subordina-
dos a la lengua, antes bien los estudios indican la presencia de otros dos modelos 
de expresión, el gestual y el pictórico: “Lo gestual tiene sentido en el aquí y el 
ahora, en el instante, y lo pictórico encuentra su sentido en lo relativo a la dis-
tancia o a la duración, puesto que deja alguna huella”.19 El primero es fugaz; el 
segundo permite un cierto grado de permanencia o resistencia que lo vincula a 
una función específica; en ambos casos los medios de expresión son múltiples, ya 
sea con la palabra o el gesto manifiesto a través de la danza, los tatuajes y la vesti-
Africa, Ciudad del Cabo, Double Storey, 2006, pp. 78–83. Citado por Fernando Báez, Los primeros 
libros de la humanidad. El mundo antes de la imprenta y el libro electrónico, p. 37.
17 Ibid., pp. 37–38.
18 Cfr., Louis~Jean Calvet, Historia de la escritura, pp. 26–27.
19 L. J. Calvet, op. cit., p. 20.
23
menta, por mencionar algunos. Louis~Jean Calvet sostiene la tesis de que lengua 
y escritura tienen un origen común a partir de estos dos grupos que siguieron 
caminos independientes. La escritura es sólo una parte de lo pictórico, dado que 
puede reproducir cualquier otra cosa diferente del “lenguaje articulado”; supone, 
por tanto: “la sumisión de lo pictórico a lo gestual (la lengua)”.20
En todo caso, es importante enfatizar que el hombre primitivo no se apoyó 
en el concepto para desarrollar primero la palabra y después su grafía, porque la 
representación del signo no tuvo necesariamente como primera finalidad ser leído 
u oralizado, sino tan sólo el de ser visto. Además, la escritura no debe reducirse 
exclusivamente al alfabeto.
La evolución de la secuencia expresiva del Homo sapiens como “animal sim-
bólico”, así definido por el filósofo alemán Ernst Cassier, inicia con el Homo lo-
quens (200,000 años), continúa con el Homo pictor (35,000 años) y el Homo 
scriptor (6,000 años).21 Las referencias sugieren que el tiempo aproximado del 
inicio de la cultura escrita de la humanidad inició hace unos siete mil años, aunque 
se sugiere que fue durante el sexto milenio a.C. el momento en el que la protoes-
critura inicial —a la que no se le debe otorgar en su origen un lugar único ni tam-
poco el atributo de aparición repentina— tuvo un importante avance en la zona 
geográfica que hoy se conoce como la Vieja Europa, cuando “al finalizar la última 
glaciación, una oleada humana se abrió paso por las rutas pirenaicas, alpinas, 
carpáticas y urálicas”,22 puntualizándose así la cultura de la escritura. [Figura I. 1] 
20 Ibid., p. 25.
21 Cfr., R. Gubern, op. cit., p. 24.
22 F. Báez, op. cit., p. 41.
TABLA 1. ESCUELAS DE INVESTIGACIÓN
MORFOLOGÍA TEORÍA SINTÉTICA
SEGUIDA POR Buscadores de restos Genetistas
SE POYAN EN Propone que si hay diferencias 
suficientes entre formas, éstas deben 
considerarse como especies con 
líneas evolutivas distintas.
La línea evolutiva y la continuidad 
genética marcan una misma especie, sin 
importar la forma o la distancia
 en el tiempo.
TABLA 2. TEORÍA SINTÉTICA | FAMILIA HOMÍNIDOS
GÉNEROS AUSTRALOPITHECUS HOMO
ANTIGÜEDAD
(millones
de años)
•	 A. anamensis y A. afarensis | 4,3 m. a.
•	 A. bahrelghazali | 3,5~3 m. a.
•	 A. africanus | 3,5~2,3 m. a.
•	 A. aethiopicus, A. robustus y A. boisei 
 | 2,5~1,2 m. a.)
•	 Homo habilis | 2,3~1,4 m.a.
•	 Homo erectus | 1,8 m.a.~250,000 años, excepto el de Java, 
con 27,000 años.
•	 Homo sapiens arcaicos | 245,000~120,000 años.
 Homo sapiens neanderthalensis | 120,000~35,000 años.
 Homo sapiens sapiens | 120,000 años.
Tablas. 1 y 2
Aunque no hay un acuerdo científi-
co de la división válida de especies 
descubiertas hasta hoy,
las principales escuelas de inves-
tigación son: la morfológica y la 
genetista (teoría sintética).
La primera requiere de constantes 
modificaciones por cada nuevo 
hallazgo; la segunda, permite una 
división menos profusa en la que se 
destacan los géneros
Australopithecus y Homo, con una 
diferencia en la capacidad craneana 
de 300~540 cm3 y 520~1,500 cm3, 
respectivamente, pero comunes al 
incluir todos los restos de primates 
con marcha bípeda. 
24
LA ORALIDAD VS. LA ESCRITURA
En diferentes culturas, la escritura se ha visto como un regalo de los dioses: Uruk 
Enmerkar (sumerios), Quetzalcóatl (aztecas), Itzamna (mayas), Chang Ji (chinos) o 
Teut (egipcios), entre otros. A pesar de que esta visión hace a un lado cualquier 
atributo histórico al momento de ser ofrecida como un instrumento de transcrip-
ción “en su forma perfecta y definitiva”,23 las leyendas de cada pueblo conllevan 
un valor simbólico íntimo y esencial para su estudio. 
Platón relata en sus Diálogos cómo Sócrates dice a Fedro: “en Egipto, hubo 
un Dios, uno de los más antiguos del país, el mismo al que está consagrado el 
pájaro que los egipcios llaman Ibis”.24 El filósofo se refería a Teut, el dios creador 
23 L. J. Calvet, op. cit., p. 19.
24 Platón, Fedro o del amor,pp. 294–295.
Figura I. 1
Representación evolutiva de la 
especie humana que brinda una 
aproximación temporal del surgi-
miento de la escritura alfabética.
INICIO
200,000 a.C.
Homo loquens
Siglo VIII a.C.
Baja Antigüedad: Grecia y Roma
3,500 a.C.
Alfabeto más antiguo
5,000~3,000 a.C.
Alta Antigüedad: Egipto y Mesopotamia
6,000 a.C.
Homo scriptor
35,000 a.C.
Homo pictor
70,000 a.C.
Enterramientos (pensamiento simbólico)
4,3 m.a.
Marcha cuadrúpeda y bípeda
con un pulgar prensil
120,000 a.C.
Homo sapiens sapiens
77,000 a.C.
Representaciones icónicas
25
de los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, el ajedrez, los dados y la 
escritura. “Teut”, continúa Sócrates, “presentó las artes que había inventado al 
rey Tamus, monarca que reinaba la ciudad del alto Egipto con la protección del 
dios Ammon, y una a una explicó su valor y utilidad hasta llegar a la escritura, 
aquella que consideraba el gran remedio a la memoria y el medio para alcanzar la 
sabiduría.” A lo que el rey respondió:
Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contra-
rio de sus efectos verdaderos. […] Tú no has encontrado un medio de cultivar la 
memoria, sino de despertar reminiscencias, y das a tus discípulos la sombra de la 
ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas 
cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su 
mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.25
Tal respuesta se explica porque, durante la antigüedad clásica, las culturas se 
basaron en la voz y la memoria como principales medios para la preservación del 
conocimiento humano, empleaban la escritura sin ser propiamente civilizaciones 
poseedoras de la misma. Y es que, desde tiempos inmemoriales, la voz y la me-
moria permitieron una actividad intelectual autosuficiente, incomprensible a la 
actividad intelectual moderna.
El gran mérito de la facultad humana de articular palabras para expresar el 
comportamiento, la imaginación y el entendimiento humano fue una capacidad 
intelectual reconocida por las civilizaciones clásicas que estuvo por encima de 
cualquier otra forma de representación, incluida la escritura. Platón concebía la 
destreza oral como “discurso de verdad” que favorecía el proceso cognitivo:
El discurso hablado […] elige sus interlocutores, puede estudiar sus reacciones, 
esclarecer sus preguntas, responder a sus ataques. El discurso escrito, en cambio, 
es como una pintura: si se le formula una pregunta, no responde, y no hace sino 
repetirse a sí mismo hasta el infinito. Difundido en un soporte material, inerte, lo 
escrito no sabe a quién dirigirse que sea capaz de entenderlo, y a quién no debe 
hablar porque sea incapaz de recibirlo: en suma, no sabe quién, en su difusión 
incontrolada, le brindará el instrumento de la voz, que hará surgir de él un sentido 
mediante la lectura.26
La escritura no se identificó en principio como una extensión natural del pen-
samiento en un contexto basado en la oralidad, veían en ella desventajas a pesar 
de reconocerse el valor y la pertinencia de su empleo. Por un lado, el impulso y la 
inspiración de las ideas podían frenarse y quebrantar el hilo del pensamiento, lo 
cual le restaría frescura; y por otro, el mensaje escrito, al quedar separado de su 
25 Ibid, p. 295.
26 Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, “Introducción”, en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (dirs.), 
Historia de la lectura en el mundo occidental, pp. 30–31.
26
autor, sólo privilegiaba al lector generando desconfianza ante la ausencia de los 
medios retóricos que sólo podía proporcionar el orador, quien era el único que 
podía llevar un texto a lo sublime o a lo mediocre pero nunca a lo ordinario, una 
cualidad poco favorable que sí podía adquirir el documento escrito. Esta práctica 
se concibió como un recurso petrificado, estático, respecto al registro y la compo-
sición mental que un autor podía dar esencialmente con el espíritu al realizar un 
ejercicio intelectual y emocional que sólo se conseguía al escuchar, leer, memori-
zar, dictar y debatir, con la única finalidad de elaborar textos compuestos para ser 
leídos de manera expresiva y vigorosa frente a públicos expectantes y bulliciosos.
No obstante, paulatinamente la escritura se convirtió en un hábito cotidiano 
que no demandaba habilidades caligráficas ni se restringía a una clase social en 
particular, lo que permitió la elaboración de textos de manera poco amigable 
para el lector contemporáneo, ya que se realizaban en scriptio continua —la for-
ma natural de escritura en el siglo II d.C.—, una sucesión constante de letras sin 
separación entre palabras, con unos pocos signos prosódicos y prácticamente 
sin signos de puntuación, lo que daba como resultado una página gráficamente 
neutra pero abierta a la interpretación de valores fonéticos, retóricos y expresivos 
que sólo se hacían presentes hasta que el autor realizaba una lectura pública, en 
la que la voz elocuente alcanzaba un nivel de excelencia. Por tal razón, los autores 
de la antigüedad tardía dictaban sus obras a un secretario con un dominio que 
no era sencillo adquirir, sin que por ello se le diera menor importancia al texto.
El acto de dictar respondía a una composición memorística y mnemotécnica 
que demandaba del autor una actividad mental con alto grado de complejidad 
que sólo se lograba con una sólida educación. En la antigüedad, se decía que el 
proceso de composición era un acto íntimo y único que hacía el autor mientras 
se preparaba para realizar el dictado, momento en el cual vertía todo el bosquejo 
mental compuesto en su memoria con cuidadosa antelación y que, en el acto 
mismo, era capaz de dar ornamento, estilo y ritmo a la obra.
Cuando un escrito se concluía, era común que se reuniera a un grupo de 
amigos para hacer una lectura pública del mismo, acto con el cual un texto pro-
piamente se “publicaba”, después, se distribuían copias manuscritas de carácter 
privado y en círculos pequeños próximos al autor. “Así ocurrió con la gran obra 
histórica de Herodoto, difundida por las lecturas del propio autor por las ciudades 
visitadas en sus viajes”.27
Una obra se concebía para grupos específicos con la finalidad de resolver 
un problema particular, ya que incluso podía ser el medio para dirigir amigables 
recriminaciones o hacer revelaciones personales. El acto de citar a otros autores 
no era una costumbre y además se consideraba de mala educación; el autor daba 
como un hecho que el público conocía y manejaba las referencias alusivas dadas 
en la lectura, debido a que era habitual manejar un acervo de información basado 
27 Svend Dahl, Historia del libro, p. 37.
27
únicamente en la memoria. Se leían pocos textos debido a que la actividad se 
apoyaba en la retención ordenada de la información, porque tanto leer como es-
cuchar sin esa finalidad se consideraba un ejercicio inútil. En contraste, se escribía 
más, a pesar de la fatiga que implicaba el transcribir, lo cual, sin embargo, el Abad 
Pedro el Venerable (1092~1156) definía como “una oración realizada no con la 
boca, sino con las manos”.28
Dictare respondía a la invención creativa del autor basada en un largo en-
trenamiento retórico y memorístico; scribere era la transcripción de las palabras 
mediante un esfuerzo físico y artesanal. Esa diferencia subsistía aun si las asumía 
el mismo individuo, quien usualmente no realizaba las dos tareas.
Durante la antigüedad tardía y la alta Edad Media, el dictado permaneció 
como un medio privilegiado de composición que fue interrumpido por la civiliza-
ción cristiana al traer consigo nuevas formas de relación entre la lectura y la escri-
tura, así como del vínculo particular que se estableció en el binomio autor~lector.
La habilidad de escribir se concentró en unos pocos y la escritura se convirtió en 
un arte caligráfico que exigía una formación especial, alalcance únicamente de los 
miembros de la Iglesia, mientras que languidecían, hasta desaparecer, los tipos cur-
sivos cotidianos que ponían la escritura a disposición de todos. El dictado continuó 
pues vigente en tal situación. Pero el proceso no fue idéntico para los laicos y para 
los hombres de la Iglesia.29
Las últimas escuelas romanas cerraron hacia finales del siglo VI d.C. y con ellas 
una forma de vida basada en una oratoria pública. El cristianismo emergió con 
total recelo de la cultura pagana, por lo que, entre otras cosas, negaba el bautizo 
a aquellos que ejercían el oficio de maestro por considerar que tal actividad los 
ponía en contacto con la idolatría; además, fue poco flexible para dar enseñanza 
a laicos, quienes, de no seguir una carrera religiosa, no podían ser admitidos en 
escuelas episcopales o catedralicias.
La instrucción que se daba en las escuelas monásticas, episcopales y parro-
quiales era elemental, apenas suficiente para aprender a deletrear las Escrituras. 
La formación más sólida se alcanzaba en un segundo grado para los scriptoria 
monásticos, reservado sólo para hombres y mujeres de la Iglesia. El estudio con-
sistía en la copia del modelo de escritura realizado por el maestro calígrafo, lo que 
dio paso al surgimiento del escriba o amanuense y transformó a la escritura en si-
nónimo de copia. La reproducción de textos medievales se convirtió en un arte de 
valor incomparable, pero también significó acallar la expresión personal del autor.
El hecho de que la escritura se concentrara en los escribas profesionales re-
percutió en la gráfica de la letra, la cual, al disolverse el Imperio, quedó a merced 
28 Pedro el Venerable, Epístolas, 1:20. Citado por G. Cavallo y R. Chartier, “Introducción”, en G. Cava-
llo y R. Chartier (dirs.), op. cit., p. 43.
29 Sergio Pérez Cortés, La travesía de la escritura. De la cultura oral a la cultura escrita, p. 70.
28
de dos estratos sociales: los hombres de leyes y los eclesiásticos. Los primeros 
emplearon un tipo de letra compleja y hermética reservada para textos imperia-
les, sólo accesible para especialistas tanto para escribirla como para leerla. A los 
segundos, debido a que su trabajo se desarrolló en talleres artesanales normal-
mente aislados, les fue imposible cualquier posibilidad de unificación; por tanto, 
la minúscula antigua se sustituyó por una escritura libresca propia, con tal profu-
sión y diversidad que conformaron las escrituras precarolingias; no fue sino hasta 
el siglo VIII d.C. cuando surgió la minúscula carolingia, una de las innovaciones 
gráficas más importantes para la unificación y la preservación de la cultura hasta 
la aparición de la imprenta. La letra carolingia representó un logro notable por la 
belleza que alcanzó su forma y, al mismo tiempo, dejó atrás cualquier modelo de 
escritura con matices propios y de uso cotidiano empleados en la antigüedad. Fue 
un avance firme en el campo de la legibilidad y un retroceso de la técnica de escri-
tura de uso personal. Significó un cambio social en el cual la actividad de escribir, 
indispensable en la vida diaria de una colectividad, se transfirió a un grupo selecto 
preparado para una elaboración especializada de dibujo más que de escritura, 
como lo fue casi toda la escritura medieval.
El concepto de legibilidad se hizo presente en el manuscrito, sobre todo por 
razones litúrgicas, debido a que los documentos sagrados debían ser leídos e 
interpretados por lectores cuya lengua materna no era el latín; por ende, se bus-
có claridad y exactitud en la representación de las palabras. La enseñanza de la 
lectura aumentó su importancia mientras que la escritura se concentró más en la 
copia de textos.
La carga emocional en la elocuencia de las palabras nacidas de la imagi-
nación, la capacidad intelectual y la sensibilidad que el autor de la antigüedad 
brindaba en cada una de sus obras fue algo que el copista medieval no requirió 
expresar ni plasmar en los manuscritos de la época. La importancia del trabajo 
del copista fue la preservación de textos en latín, una lengua que paulatinamente 
murió hasta para los mismos escribas: “A finales de la Edad Media, Petrarca em-
pleó el término ‘pintor’ (pictor) para referirse a un amanuense que copiaba textos 
sin comprenderlos”.30
Los dictatores y los autores~escritores convivieron hasta el siglo XIII; un ejem-
plo de ello fue Santo Tomás de Aquino (1224~1274), teólogo y filósofo italiano 
que abarcó las tres funciones en la elaboración de sus escritos, no sin un gran 
esfuerzo, para realizar las escrituras protocursivas, antecedente de las cursivas 
góticas, las cuales se estandarizaron en el siglo XVI.
Finalmente, el autor, en medio de la soledad, encontró una nueva dimensión 
de creación; la argumentación y el orden de sus pensamientos podían ir y venir, 
permitir la comparación de notas y referencias, mismas que se multiplicaron hasta 
30 Paul Saenger, “La lectura en los últimos siglos de la Edad Media”, en G. Cavallo y R. Chartier (dirs.), 
op. cit., p. 174.
29
llegar al momento en que el dictado y la memoria dejaron de ser los medios apro-
piados para satisfacer tal necesidad creativa. El diálogo que con anterioridad se 
dio en un foro público se trasladó al libro, el cual se transformó de un instrumento 
de cultura a un objeto de culto.
LA ESCRITURA VS. LA IMPRENTA
El libro, considerado como un transmisor de ideas y argumentos, adquirió una re-
levancia intelectual significativa a través de la construcción paulatina de la página 
legible y silenciosa, la misma que transformó el valor retórico, la modulación de 
la voz y la lectura en voz alta en valores lógicos y gramaticales. En un principio, 
la lectura en silencio buscó el estudio del texto para su comprensión hasta llegar 
inclusive a modificar las facultades cognitivas del lector con efectos en los hábi-
tos cotidianos del entendimiento. En el siglo VIII d.C., san Isidoro estableció los 
requisitos para leer en voz alta en la Iglesia, mas él mismo prefería la lectura en 
silencio porque permitía una mayor comprensión del contenido y afirmaba: “el 
lector aprende más cuando no escucha su voz”.31
Desde el siglo VI al XV, los monasterios se constituyeron en talleres acredi-
tados de copias manuscritas tanto para su manejo interno como para su venta. 
Convivían monjes pergamineros, aprendices, calígrafos y, en el caso de requerirse 
una escritura especial, copistas, correctores que podían borrar y corregir los erro-
res de los copistas; el copista rubricator, que se ocupaba de los títulos e iniciales; el 
iluminador, que rellenaba zonas de color; o los miniaturistas, cuando se aplicaba 
minio y oro, así como encuadernadores, por mencionar algunos de los principales 
actores del proceso de producción editorial.
En consecuencia, inició una división de trabajo especializado que exigió gran 
cuidado, dominio de la técnica, meticulosidad, paciencia y amor por el libro con 
una demanda en aumento durante el siglo XIII tanto por particulares como por 
universidades. Y sobrevino que —con la misma pasión y convicción que en la 
antigüedad clásica se defendió la oralidad frente a la escritura— en la Alta Edad 
Media el trabajo del copista alcanzó un reconocimiento y valor absolutos. La de-
fensa se hizo frente a la inminente presencia de la imprenta a mediados del siglo 
XV en Alemania.
En efecto, cualquier cosa buena que hacemos, cualquier cosa de provecho que 
enseñamos, se olvida rápidamente si un copista no la escribe, porque son ellos 
quienes dan vigor a las palabras, memoria a las cosas y fuerza a los tiempos. Si 
se privara a la Iglesia de los copistas, vacilaría la fe, se empobrecería la caridad, se 
terminaría la esperanza, se extinguiría el derecho, se volvería confusa la ley y se 
olvidaría el Evangelio. En resumen, si faltaran copistas, se perdería el pueblo del 
Señor, se extinguiría la devoción y se perturbaría la paz de la unidad católica.Sin 
31 Malcolm Parkes, “La Alta Edad Media”, en G. Cavallo y R. Chartier (dirs.), op. cit., p. 132.
30
los amanuenses la escritura no podría estar a salvo durante mucho tiempo, ya que 
ésta se pierde con el azar y se corrompe con el paso de los años.32
La escritura surgió como una forma de expresión y un medio para la preser-
vación del pensamiento humano, el cual responde al dominio de una técnica so-
cializada que sólo se asimila con el paso del tiempo al hacer extensiva su práctica, 
lo cual la hace inseparable del instrumento que la crea. Jack Goody, antropólogo 
social, y Ian Watt, historiador y crítico literario, calificaron a la escritura “como 
una ‘tecnología del intelecto’ […], que sirvió para fijar y estabilizar la textualidad 
oral”.33 Por ello, el surgimiento y la implantación de la imprenta representó un 
cambio tecnológico y un paso descomunal en el perfeccionamiento de la compo-
sición de texto existente hasta ese momento.
La imprenta, principalmente, hizo posible la distribución y la producción ma-
siva de objetos culturales e intelectuales. Con el diseño, la manufactura y la pro-
ducción del tipo móvil de manera generalizada, la tipografía34 inició un recorrido 
subordinado prioritariamente al conjunto de operaciones y procedimientos que 
—durante medio siglo— se diversificó de manera amplia tanto en el diseño de 
letra, la historia y uso como en la cultura tipográfica.
La innovación tipográfica de Gutenberg se mantuvo básicamente igual hasta 
el siglo XIX y gran parte del siglo XX, cuando se buscó la mecanización de la 
elaboración del tipo móvil y la composición de la página con la invención del 
linotipo, el pantógrafo tipográfico y la fotocomposición, con lo que, en el últimas 
tres décadas del milenio, se definieron tanto las formas de adaptación de la escri-
tura como las de composición: 1) manual, basada en los principios originales de 
la imprenta, 2) en caliente, con el linotipo que fundía el metal y ordenaba letras 
o renglones, y 3) composición en frío, que se valía de películas fotográficas para 
impresionar papel sensible a la luz.35
El surgimiento y la difusión masiva de la computadora personal, que podría 
asociarse con el lanzamiento mundial de la Macintosh el 24 de enero 1984, dio 
paso a la letra y la escritura digitales en medio de un conjunto de variaciones o 
anomalías que pronto la transformó en un bien de consumo masivo y dio paso 
al surgimiento del diseño tipográfico independiente. Los mercados de masas se 
convirtieron en mercados de nichos, de excesos y éxitos efímeros de numerosas 
propuestas, con el apoyo de la desintermediación e interconectividad libre.
Durante todo este recorrido, se destacan tres momentos significativos (pa-
radigmáticos) en la evolución gráfica de la letra que la redefinieron como una 
32 Johannes Trithemius, Elogio de los amanuenses, pp. 31–32.
33 R. Gubern, op. cit., p. 31.
34 La palabra se compone por el vocablo tipo– o –tipo, elemento prefijo o sufijo del gr. “týpos”, huella, 
modelo, tipo; grafo o –grafo, a, elemento prefijo o sufijo del gr. “gráphõ”, escribir; –ía, sufijo que 
sirve para formar nombres abstractos derivados de nombres y adjetivos, equivalente a cualidad, facul-
tad o estado. Cfr. María Moliner, Diccionario de uso del español, vols. II, p. 1238; I, 1412 y II, p. 7.
35 Cfr., Jorge de Buen Unna y José Scaglione (colab.), Introducción al estudio de la tipografía, p. 81.
31
parte esencial del contenido y de los soportes que la contienen, y a los cuales se 
debe. Éstos son: 1) la importancia de la inserción del blanco para la creación o 
surgimiento propiamente de la palabra escrita, 2) el diseño de la letra aldina como 
un componente que favoreció la producción tipográfica comercial, y 3) la gene-
ralización de la tipografía autoeditable en la que actualmente se desenvuelve la 
letra para lectura comprensible o de texto corrido.
La escritura y la lectura no forman parte de la biología humana como ocurre con 
el lenguaje hablado que, si bien no le es natural al ser humano, sí lo es la facultad 
que hace posible la construcción de una lengua, la cual es una parte esencial del 
lenguaje mismo.
Es a la vez un producto social la facultad del lenguaje y un conjunto de conven-
ciones necesarias adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esa 
facultad en los individuos. Tomado en su conjunto, el lenguaje es multiforme y 
heteróclito; a caballo en diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, 
pertenece además al dominio individual y al dominio social; no se deja clasificar 
en ninguna de las categorías de los hechos humanos, porque no se sabe cómo 
desembrollar su unidad.36
Normalmente, lectura y escritura se presentan en una relación inseparable 
que, aunque no deja de ser una visión parcial justificada,37 es cierta, en la medida 
en que no es posible leer aquello que no esté escrito. El acto de leer se realiza 
por medio de la voz, el murmullo o el silencio, tres estrategias que surgieron de 
diferentes técnicas: vocalizar el texto, murmurar para sí mismo o guardar silencio; 
una no limita a las otras porque pueden intercalarse sin dificultad, aunque cada 
una involucra y denota diferentes habilidades intelectuales.
Cuando los antiguos leían en silencio lo hacían momentáneamente, con el fin de 
ocultar el contenido de documentos breves o como una reacción involuntaria de 
sorpresa ante un mensaje inesperado. La lectura sigilosa se encuentra con frecuen-
cia en situaciones de una fuerte sobrecarga emocional. Por ejemplo, San Agustín 
leía en silencio en el momento de su conversión espiritual, cuando escuchó la voz 
de un niño que le ofrecía las Escrituras y le amonestaba: ¡Toma, lee!38 
36 Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general, p. 57.
37 La lengua se presenta en dos formas, oral y escrita, en donde la segunda se da por cierto el com-
plemento visual de la primera. Si bien es oportuno hacer notar que la escritura no está automática-
mente subordinada a la oralidad porque esa visión dejaría de lado a todas aquellas lenguas que no 
disponen de un sistema escrito. Louis~Jean Calvet es muy enfático al respecto: “lo que parece más 
importante aquí, ya que se trata de una cuestión de principios, es rechazar a priori considerar todo 
grafismo como prefiguración de una escritura.” L. J. Calvet, op. cit., p. 24.
38 S. P. Cortés, op. cit., p. 99.
1.2 
EL ESPACIO BLANCO
EN LA CREACIÓN
DE LA PALABRA ESCRITA
32
La lectura en voz alta permitía llegar a un mayor número de personas, a dife-
rencia de aquellos pocos manuscritos que sólo podían ser leídos por aquellos que 
poseían tal habilidad; el reducido número de gente alfabetizada y la reproducción 
limitada de copias hacía de la voz una estrategia insustituible en las reuniones 
privadas o plazas públicas, en hogares aristocráticos cultivados y en los que no lo 
eran. Tanto en Grecia como en Roma, las personas pudientes sabían leer y escri-
bir, pero no era una práctica que debieran realizar de manera cotidiana porque 
para ello existían los lectores, siervos educados como lectores profesionales para 
realizar tal actividad. Era común leer en voz alta el contenido de una carta si se 
tenía compañía en el momento en que ésta llegaba o escuchar leer durante la 
comida, lo cual representaba un auténtico placer colectivo, un acompañamiento 
muy preciado que hoy poco se puede entender. 
La lectura en voz alta respondía a una necesidad funcional, a una tradición 
de prestigio y a un acto habitual. La alfabetización era más “fonética” que “de 
comprensión”, es decir, era la capacidad de descifrar un texto sílaba por sílaba y 
no por medio de una lectura instantánea en la que se desentraña cada una de las 
palabras de un texto y al mismo tiempo se comprende su significado.
Debido a la complejidad que tal proceso requería, se emplearon algunos di-
visores para dar pausas, los puntos o interpuncta. Originalmente, el signo era 
una línea verticalque se sustituyó por tres puntos alineados en igual forma para 
evitar confusiones con la letra “I”, paulatinamente se redujeron a dos y después 
a uno.39 Este sistema se le atribuye al erudito griego Arisfófanes de Bizancio (ca. 
257 a.C.~ca. 180 a.C.), quien manejó las siguientes normas: el punto al pie de la 
letra equivalía a la coma actual; a media altura, era media pausa, similar a los dos 
puntos y al punto y coma; y en la zona superior, marcaba el punto final.40 
En los textos griegos, el interpunto cayó en desuso; no así, en los latinos. Sé-
neca (ca. 65 d.C.), filósofo, orador, escritor y político romano, creía que aun cuan-
do los griegos dejaron de utilizarlo, en Roma siguió vigente debido al manejo de 
una oratoria más pausada. Pero no pasó más de un siglo para que se copiaran las 
prácticas griegas y, así, sin ser del todo claras las razones, a finales del siglo II d.C., 
se abandonó el uso del signo, lo que restó legibilidad a la página para su lectura. 
Es posible que haya influido la existencia de los lectores, o porque se haya querido 
reservar el privilegio del acceso a la página al reducir la legibilidad lo más posi-
ble: “Los signos ortográficos o de puntuación eran funcionales, no tanto para la 
interpretación lógica, sino más bien para la estructuración ‘retórica’ del escrito, y 
tenían como objeto señalar pausas de respiración y de ritmo para la lectura en voz 
alta”.41 Esto obligó a que la copia de los textos se realizara en scriptio continua.
39 Cfr., S. P. Cortés, op. cit., pp. 174–175.
40 Cfr., Roberto Zavala Ruiz, El libro y sus orillas. Tipografía, originales, corrección de estilo y pruebas, 
pp. 132, 134.
41 Guglielmo Cavallo, “Entre el volumen y el códex. La lectura en el mundo romano”, en G. Cavallo y 
R. Chartier (dirs.), op. cit., p. 111.
33
LA NUEVA FE: EL CRISTIANISMO Y LOS MONASTERIOS MEDIEVALES
Fue Irlanda el país donde inició la cristianización en Europa en la primera mitad del 
siglo VII d.C. La conquista de Inglaterra, iniciada por Julio César a mediados del 
siglo I a.C. y concluida por Julio Agrícola más de un siglo después, introdujo en la 
isla tanto la cultura como la escritura latinas, pero las condiciones adversas de la 
región, las invasiones germánicas y la lejanía del Imperio frenaron en gran medida 
el total influjo de la cultura romana. Este contexto permitió el desarrollo de dos 
escuelas de escritura, una en el Norte, de origen irlandés que posteriormente dio 
paso a la escuela nacional al conseguir mantener su pureza frente al dominio ro-
mano; la segunda fue la que establecieron los misioneros enviados de Roma, con 
una carga cultural emanada de los diversos estilos de otros países que no llegó a 
influir plenamente en la naturaleza británica.
Desde su surgimiento y de manera decisiva, el cristianismo influyó en la cul-
tura del continente sin alcanzar el mismo impacto en la vida cultural inglesa. San 
Gregorio Magno, nuncio de Constantinopla y después papa, se encargó del for-
talecimiento de la nueva fe en Roma y también de la evangelización de Inglaterra; 
a su vez, dio la encomienda al monje Agustín en el año 597 d.C., posteriormente 
obispo de Canterbury.42
Los monjes que fueron enviados a la isla llevaron con ellos un conjunto con-
siderable de códices que emplearon como modelos los copistas ingleses, quienes 
entraron en contacto con la escritura libraria de la Roma de aquel periodo, con lo 
cual inició propiamente una conquista tanto cultural como religiosa.
El nivel de alfabetización de la comunidad cristiana primitiva no era tan dife-
rente del que poseían las sociedades de la antigüedad; en ambas, la gente letrada 
representaba una minoría no mayor al diez por ciento, diferencia que no estigma-
tizaba a las personas ni era un impedimento para desempeñar una ocupación res-
petable. El analfabetismo no fue un obstáculo para la integración de las comuni-
dades conversas, porque las primeras enseñanzas del cristianismo se apoyaron en 
la lectura en voz alta que a su vez se valió de la alfabetización funcional y difusa.
… existían diversos grados de participación en la página: los semianalfabetos, 
quienes tenían una cierta familiaridad con la escritura, capaces de leer inscripcio-
nes o panfletos breves y de realizar escritos ocasionales, invocaciones, expresiones 
amorosas y hasta frases salaces, como los grafitti callejeros, o bien los analfabetas 
funcionales que dictaban cartas y testamentos y quizá podían escribir su nombre 
en los documentos oficiales, lo que les aseguraba una mejor posición social.43
 El resultado inmediato fue que la lectura adquirió una importancia notable 
que superó a la escritura. El grupo menos culto se apoyaba en la instrucción ver-
42 Cfr., Jaume Aurell, et al., Comprender el pasado. Una historia de la escritura y el pensamiento histó-
rico, p. 79.
43 S. P. Cortés, op. cit., p. 129.
34
bal, y los más preparados se encargaban de cuidar la fidelidad de los textos reli-
giosos. Se cree que la preparación más sólida encontrada en los primeros grupos 
conversos a la nueva fe se debió al conocimiento que provenía del estudio de los 
textos hebreos, y que paulatinamente descendió cuando la divulgación se hizo en 
griego y latín. De hecho, es importante destacar que Jesús no se comunicó por 
medio de la escritura o el dictado. Se reconoce su conocimiento de las Escrituras 
judías; por tanto, se deduce su dominio de la lectura, no así de la escritura, puesto 
que no hay registros que indiquen que él o sus discípulos hayan dedicado tiempo 
a la preservación escrita de las enseñanzas o de los sucesos vividos.
Los primeros documentos escritos que ayudaron a la difusión de la nueva fe 
los escribió el apóstol san Pablo, en unas cartas auténticas que datan del año 60 
del siglo I d.C.; siguió el Evangelio de Marcos (65 y 70 d.C.), de Mateo y Lucas (80 
y 90 d.C.), y hasta la última década del siglo I, de Juan. Esto significa que, desde 
la muerte de Jesús hasta los registros de Juan, la palabra se transmitió oralmente 
de un converso a otro y de una región a otra. El arameo, la lengua de Jesús, pau-
latinamente cambió al llegar a culturas no judías, al igual que los observadores 
directos de los hechos, hasta convertirse en relatos divulgados de voz en voz. El 
valor literario en los documentos escritos surgió propiamente con los Evangelios 
en la tercera generación cristiana. Una de las principales narraciones es la “Pasión 
de Cristo crucificado”, que da testimonio de su salvación y es el centro del ritual 
cristiano, la eucaristía.44 La producción de los textos cristianos fue en aumento 
hacia el siglo II d.C. para predicar en la catequesis, para debates teológicos y sobre 
todo para oficios divinos, en los cuales los creyentes escuchaban y memorizaban 
las enseñanzas. En el siglo III d.C., el latín empezó a predominar en el cristianismo 
romano y se convirtió en la lengua oficial de la liturgia (360~382 d.C.).
La fe de los primeros cristianos descansó en la herencia de Jesús, cuya pre-
sencia y palabra se preservó por medio de la memoria y la oralidad, no por escrito 
alguno; la nueva religión en su etapa temprana no estuvo representada por el 
“libro”: la Biblia. Los textos que al paso del tiempo la conformaron se reunieron 
gradualmente por la misma comunidad cristiana en medio de desacuerdos y dife-
rencias internas, sin autoridades eclesiásticas que marcaran alguna norma. No fue 
sino hasta mediados del siglo IV d.C. cuando los libros que se empleaban en los 
oficios públicos se convirtieron en “regla de fe” y eran los únicos que se leían en 
los oficios religiosos. Durante la Edad Media, se incorporaron otros textos toma-
dos de sermones pronunciados por papas o Padres de la Iglesia. El lector cristiano 
—al igual que el lector de la antigüedad— mantuvo la expresividad, misma que 
debía ser “simple, clara, adaptada a todo género de elocución e igualmente debe 
poseer juego viril, ni humilde, ni exageradamenteorgullosa, ni quebradiza, ni 
44 “Sacramento instituido por Jesucristo en la última cena, que consiste en que, por las palabras pro-
nunciadas por el sacerdote en la consagración, el pan y el vino de ésta se transforman en el cuerpo 
y la sangre de Jesucristo”. M. Moliner, op. cit., vol. I, p. 1239.
35
gélida y carente sobre todo de cualquier inflexión femenina”,45 pero a diferencia 
del lector antiguo, contaba con una notable mejoría en la legibilidad de la página.
Hasta el siglo IV, los libros eran modestos, se elaboraban entre los fieles le-
trados más capaces, por escribas no profesionales y sólo tenían como finalidad 
el uso interno. Los libros tenían un tamaño promedio entre 20 y 25 cm de alto, y 
de 8 a 15 cm de ancho, la escritura empleada era la “documentaria reformada” 
(cercana con las variantes de la cursiva) y cada ejemplar contenían un solo docu-
mento. Eran libros de factura y apariencia sencillas, pero en ellos ya se encontraba 
la preocupación por la presentación correcta de los textos que realizaban los 
editores cristianos cultos. De tal forma, el lector cristiano podía leer en público 
una página que gráficamente presentaba menor número de líneas de texto por 
página, menos letras por renglón y una mayor frecuencia de acentos, puntuación 
y pausas de respiración.
La vida abacial fue determinante para la construcción del texto destinado a la 
lectura, en la medida en que los monasterios concentraron un ambiente cultural 
de inigualable riqueza intelectual y estética que repercutió en el diseño, la com-
posición y la concepción misma de la página, dado que sólo podían ingresar a los 
claustros aquellos que tenían el conocimiento suficiente en el manejo de las letras 
y querían dar seguimiento a una vida de estudio. Fue el tiempo en el que el lector 
pagano se extinguió, al igual que las páginas elaboradas en scriptio continua.
El acto de leer de forma personal, la lectio divina, no se reconocía como 
una actividad intelectual ni se practicaba para reunir un conocimiento con la fi-
nalidad de argumentar y demostrar algo: no existía ningún atisbo de curiosidad 
intelectual. La lectura se hacía con grandes pausas (divitio) para la reflexión y la 
profundización de la palabra divina, con la cual el lector se involucraba para lograr 
expresar a través de ésta los propios sentimientos. La completa significación de 
esta forma de lectura se entiende si se asocia a su vez con una particular forma 
de oración: la meditatio, que consistía en la repetición constante de la palabra por 
medio del murmullo o la voz en alto para impregnarse de la palabra en un plano 
psíquico espiritual. Para mediados del siglo VIII d.C., la lectura silenciosa había 
terminado por implantarse, al grado que san Isidoro de Sevilla la consideraba un 
método digno de elogio: “leer sin esfuerzo, reflexionar sobre lo que se ha leído y 
hacer más difícil que se escape luego de la memoria”.46
El valor del texto y, en consecuencia, el del libro que lo contenía, no radicaba 
en el objeto ni tampoco representaba mayor cultura su posesión; la verdadera im-
portancia era la formación espiritual a la que se aspiraba a través del documento.
Con el cristianismo, los libros se concentraron en manos de instituciones religiosas 
para servir a la Iglesia o la formación espiritual y educativa de sus miembros, y úni-
45 S. P. Cortés, op. cit., p. 150.
46 Isidoro de Sevilla, Libri sententiae, III, 13:9. Citado por Alberto Manguel, Una historia de la escritura, 
p. 89.
36
camente unos cuantos clérigos pertenecientes a la alta jerarquía se encontraban en 
posesión de libros propios. El nombre mismo de bibliotheca, que era una herencia 
de la cultura latina clásica, al inicio de la Edad Media fue largamente restringido has-
ta significar sobre todo la Biblia y no perdió ese sentido especial hasta los siglos XII 
y XIII d.C., cuando las Escrituras empezaron a ser designadas con el término Biblia.47
En el siglo VIII, el acopio, la catalogación, la recopilación y la preservación 
de los libros estuvieron a cargo de los armarius, cuyas funciones eran múltiples 
y vitales para el desarrollo de lo que hoy se conoce como proceso editorial; su 
trabajo iniciaba con la planeación y el equipamiento de la biblioteca y del scrip-
torium: inspeccionaban e inventariaban el material resguardado y atendían todas 
las funciones que ahí se requerían; también eran las personas que planeaban la 
manufactura de los libros copiados, proveían de los materiales y el equipo de 
escritura, e inclusive supervisaban a los copistas. Los armarius eran la única auto-
ridad que podía corregir los manuscritos, hacer cambios gramaticales, cambiar la 
puntuación y la acentuación, ya que sólo ellos tenían el conocimiento y la prepa-
ración necesarios; se le puede ver como el personaje emblemático que sintetiza 
las complejas relaciones entre la página escrita y la voz en el monacato medieval: 
Fue la lectura y su importancia pastoral, más que el arte de la escritura, las que 
dieron el gran impulso a la búsqueda de legibilidad, a la gradual constitución de 
una página con amplias ayudas al lector, en breve, a una página legible. El arte de 
la escritura debió sin duda crear los medios visuales para ello, pero la voluntad no 
provenía de las necesidades de expresión del escritor. No fue sino hasta el siglo XI 
d.C., en los umbrales del periodo escolástico, que la lectura y la escritura, el autor y 
su página personal, encontraron una novedosa relación funcional.48
Por consiguiente, el monacato representa un mundo espiritual en el que la 
voz, el murmullo y el silencio fueron puestos al servicio de Dios. 
EL INTERVALO O BLANCO
Los conceptos de palabra, frase o párrafo no estaban presentes en las columnas 
de texto realizadas en scriptio continua que, desde su surgimiento en la época he-
lenística, permaneció hasta el siglo X d.C., cuando se generalizó en Europa el es-
pacio blanco entre palabras, primero en libros religiosos y después en libros laicos.
La gramática latina carecía de un término que definiera “palabra” (difícil de 
enunciar, aun para los lingüistas actuales), así como de las técnicas de reconoci-
miento de las unidades analíticas para hacer una distinción entre palabras y unida-
des significantes menores o mayores. Los términos cercanos eran pars orationes, 
dictio o vox, que no son del todo claros ni la definen lo suficiente.
47 S. P. Cortés, op. cit., p. 163.
48 Ibid., pp. 169–170.
37
El lector antiguo, cuando se encontraba frente a una página que carecía de 
marcas de división, quedaba a cargo del reconocimiento de las unidades de senti-
do y de la aplicación de las pausas que considerara necesarias, para lo cual, de for-
ma inmediata y por única vez, hacía sus propios registros para presentar el texto 
frente al público expectante, sin intentar en ningún momento alterar el contenido 
original. De tal forma: “llamaba distinguere al trabajo de señalar gráficamente las 
unidades de sentido; la misma tarea que los gramáticos llamaban discretio, segun-
da parte de la ciencia de la lectura. Por derivación, distinguere llegó a significar 
‘marcar, dividir mediante un punto’, es decir ‘puntuar’”.49
Al momento de puntuar su página, el lector tenía como propósitos retirar am-
bigüedades y recuperar los valores retóricos y estilísticos que no estaban presen-
tes en el texto. Poco a poco, se incorporó a este ejercicio la inserción del espacio 
entre palabras al advertir el aumento de la legibilidad en la página, un mérito que 
se debe a los monjes irlandeses del siglo VI d.C., con quienes propiamente surgió 
el concepto de palabra.
Antes de este periodo, no se aplicaba el blanco de manera sistemática; los 
manuscritos de la época muestran más una sucesión de letras continuas y sólo 
pueden apreciarse algunos espacios reducidos para señalar el final de una frase o 
un periodo. Los amanuenses anglosajones, al copiar los textos latinos sin el domi-
nio de la lengua,

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