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1 EL PENSAMIENTO REFLEXIVO~INTUITIVO EN LA LETRA TIPOGRÁFICA PARA LECTURA T E S I S Que para optar por el grado de Maestría en Diseño y Comunicación Visual Presenta María de Jesús Mateos Romero Directora de tesis Dra. Luz del Carmen Vilchis Esquivel (FAD~UNAM) Sinodales Mtro. Julián López Huerta (FAD~UNAM) Dr. Salvador Juárez Hernández (FAD~UNAM) Mtra. María Soledad Ortiz Ponce (FAD~UNAM) Dr. Omar Lezama Galindo (FAD~UNAM) Ciudad de México diciembre de 2018 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO POSGRADO EN ARTES Y DISEÑO FACULTAD DE ARTES Y DISEÑO UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. E-------_____.+ 3 EL PENSAMIENTO REFLEXIVO~INTUITIVO EN LA LETRA TIPOGRÁFICA PARA LECTURA r-------------~. •• 5 A la memoria de mis padres, Lucina y Gregorio. Gracias por su ejemplo, por todo su amor y apoyo incondicionales. E--------__ • •• •• 7 Quiero agradecer a todos los maestros que genero samente compartieron su conocimiento y experiencia con dedicación y profesionalismo, tanto como la dirección y la tutoría brindadas, que hicieron posible la consolidación del presente documento. Aprecio el apoyo, la confianza y la atención de los profesores Miguel Armenta Ortiz, Javier Ruiloba Ausin, Ana María Luna López, María Eugenia Gamiño Cruz y Ro berto Hernández Aranda. Estimo los comentarios oportunos e inteligentes de Refugio Puente Anguiano, que enriquecieron el escrito. La colaboración de Luis Armando Barrera en la precisión de datos relacionados con tecnología e informática. Así como el respaldo de Ariadna Ortega, Jovita Cambrón y Martha Castellanos, al igual que el de mis hermanos María Gua dalupe y Marco Antonio. Gracias a compañeros y amigos con quienes compartí un camino significativo y un tiempo entrañable, a Reyna Albarrán, Yazmín Baltazar, Josefina Escamilla, Omar Men doza, Sandra Serrano y Mariana Zaragoza E--------..... •••••• 9 INTRODUCCIÓN | 11 1 LA LETRA TIPOGRÁFICA Y SUS TRANSFORMACIONES PARADIGMÁTICAS | 17 1.1 Primer paradigma: la escritura | 18 1.2 El espacio blanco en la creación de la palabra escrita | 31 1.3 La letra aldina, componente en la producción tipográfica comercial | 41 1.4 La generalización de la letra autoeditable | 48 2 EL PENSAMIENTO REFLEXIVO~INTUITIVO | 59 2.1 Panorama general de las neurociencias | 60 2.2 Características generales de la cognición humana | 70 2.3 Características generales de las emociones humanas | 77 2.4 El proceso denominado pensamiento | 83 3 LA LETRA TIPOGRÁFICA PARA LECTURA | 97 3.1 El cerebro social | 98 3.2 La lectura, un mecanismo globalizador | 108 3.3 Letra para lectura comprensible | 115 3.4 Factores neurobiológicos | 122 CONCLUSIONES | 143 BIBLIOGRAFÍA | 149 HEMEROGRAFÍA Y FUENTES ELECTRÓNICAS | 154 ÍNDICE E--------..... •••••••• 11 INTRODUCCIÓN La tipografía, desde que surgió a mediados del siglo XV, propició una revolución cultural cuyo impacto no ha dejado de estudiarse y analizarse desde diferentes posiciones y en múltiples aspectos; se encuentra ligada al lenguaje y, por lo tanto, a la escritura, ya que es representación y ornamento de la palabra para su lectura y es destreza e industria que asume el peso tecnológico que la condiciona y la hace posible. Cada fuente tipográfica es un claro reflejo del contexto histórico en el cual se creó, con el mérito y la capacidad particulares de lograr fusionar todos los matices que el espíritu de una época coloca y confiere a la preservación del pensamiento y conocimiento propios de su momento. Durante siglos, la práctica de la tipografía estuvo fuera del alcance de manos inexpertas —dado que requería de un conocimiento y un dominio de habilidades particulares, así como de un financiamiento económico inaccesible a la mayo ría—, pero, con el advenimiento de la revolución digital, la disciplina se vio afec tada nuevamente debido a sus orígenes basados en la técnica; los límites para su manejo y manipulación desaparecieron en el último cuarto del siglo XX, cuando entró en un proceso de experimentación con poco rigor y exigencia por parte de los nacientes usuarios, con resultados no siempre afortunados. Tal circunstancia no es la única por la cual la tipografía ha debido transitar desde sus orígenes, mas había salido airosa por su valor intrínseco y por la riqueza de la tradición que la sustenta, sólo que el entorno reciente conlleva una variable particular: se hizo presente un reajuste masivo entre los intermediarios tradiciona les con los cuales emergió, en relación directa con los usuarios, los contenidos y los servicios de información que la manipulan. John Seely Brown1 y Paul Duguid,2 en The Social Life of Information, identifi caron seis fuerzas liberadas por la tecnología reciente: desmasificación, descentra- lización, desnacionalización, desespacialización, desintermediación y desagrega- ción, con un efecto manifiesto a través de la desaparición de figuras mediadoras; la función que en su origen éstas desempeñaron se perdió al reestructurarse el organigrama de los procesos que antes las requería.3 El cambio se presentó con 1 Físico matemático y doctor en computación y ciencias de la comunicación, es uno de los primeros científicos en la empresa Xerox. 2 Profesor adjunto en la Universidad de Berkeley, California. 3 Cfr., Isabel Galina y Cristian Ordoñez, Introducción a la edición digital, p. 13. 12 tal magnitud que trastocó el modelo editorial, en mayor o menor grado, desde la dirección general hasta la de producción y comercialización, conformado tradicio nalmente por: presidente y directores, asesores externos y dictaminadores, edito res, directores de arte, correctores, traductores, capturistas, diseñadores tipógra fos, formadores técnicos, fotógrafos, ilustradores, negativeros, transportistas de láminas, cortadores, prensistas, encuader nadores, distribuidores, promotores y vendedores. Varios de estos partícipes se concentraron en una sola persona. Particularmente, la figura del tipógrafo, que había salido de las imprentas y se había insertado en los espacios académicos y de diseño profesional, perdió el grado de exclusividad que todavía conservaba y se enfrentó a la necesidad de un análisis profundo de su desempeño tanto en los ámbitos educativos como eco nómicos en los que normalmente se había desenvuelto. Por tanto, el quehacer tipográfico, que durante siglos se sostuvo prioritariamente en la práctica y el do mino alcanzados a partir de la pericia que daba el trabajo intenso, unido al interés cuidadoso y obsesivo del experto, salió del ámbito especializado para insertarse en procedimientos basados en la facilidad de su manejo. En esas condiciones, la atención que ameritaba el diseño de letra no fue prioridad. Algunas de las investigaciones que se realizaron en la segunda mitad del siglo pasado buscaron evaluar los atributos o cualidades formales de la letra a partir de su legibilidad, por medio de mediciones obtenidas de la lectura de textos compuestos con diferentes fuentes, puntajes, interlíneas y alineaciones. Los resul tados indicaban que aquellos textos que se leían en menor tiempo calificaban me jor la percepción de la forma, pero no consideraban el sinnúmero de factores que podían influir, alteraro limitar las condiciones del lector; además, los criterios de selección tipográfica eran relativos e independientes de las unidades lingüísticas. Sobrevino entonces que la importancia y el beneficio que la formulación teó rica ofrece —la mayoría de las veces previa a la práctica razonada— en la cons trucción y el respaldo de un método científico de estudio no fue de ningún modo exigencia o primacía en la tarea cotidiana que, frente a un contexto diferente, expuso la ausencia de proposiciones propias en los ámbitos académicos y pro fesionales, ante al desvanecimiento paulatino de los exhaustivos procedimientos tradicionales y dadas la inmediatez y la destreza operativa de los nuevos medios digitales empleados en composición, edición y producción masivos. Son muchos los motivos por los cuales debe buscarse la recuperación de la práctica educada de la letra, al ser ésta una de las principales mediadoras en la preservación del saber; más aún, debe atenderse la necesidad de formular un método de estudio acorde con el contexto y las técnicas de trabajo actuales, sin sometimiento o condescendencia a procedimientos prestos que aún no encuen tran una solidez teórica suficiente. Además, en este momento existen otras opciones de estudio que han per mitido un acercamiento a campos de investigación especializados, como lo fue 13 durante mucho tiempo el estudio científico del cerebro humano, restringido y en extremo distante de las ciencias sociales, hoy manifiesta un palpable interés por la apertura y la divulgación de algunos de los principales descubrimientos en torno a este órgano, con resultados que ayudan a vislumbrar que la profundización de su estudio y el conocimiento que se logre alcanzar de él permitirán, incluso, la preservación del ser humano. La ciencia explica que la naturaleza del Homo sapiens contiene un compo nente devastador que conduce a la agresión y al deterioro de sí mismo, así como de aquellos con quienes coexiste, y aunque todavía no se alcanza a desentrañar si esa tendencia autodestructiva es una parte inseparable de la propia naturaleza animal de la cual proviene, se reconoce que como especie nos encontramos en un punto de partida que puede cambiar sustancialmente quiénes somos; además, ahora hay un factor sustancial: ya es viable superar el ciclo evolutivo vital —nacer, crecer, reproducirse y morir— por medios artificiales con las cuales el cerebro rebase su herencia natural para habitar en diferentes tipos de realidad sensorial. En consecuencia, la investigación El pensamiento reflexivo~intuitivo en la le- tra tipográfica para lectura busca propiciar un acercamiento con las neurocien cias, por ser éste el campo de estudio que puede explicar los procesos psicobio lógicos involucrados durante la percepción de la letra como el estímulo visual que es, para demostrar que el reconocimiento de la forma se constriñe a un complejo mecanismo neuroanatómico, el único que puede dilucidar y medir la actividad eléctrica durante la interacción con el signo y, paulatinamente, de la mano con la ciencia, conducir hacia la valoración de la emotividad y al significado que la letra sea capaz de detonar en la mente del lector. La investigación se desarrolla en tres capítulos. El primero, denominado La letra tipográfica y sus transformaciones paradigmáticas, revisa la concepción ge neralizada del término tipografía que, debido a su origen dado con la imprenta de Gutenberg, limita y reduce el estudio de la letra al estudio de la forma como la representación visual del habla, sometida a los recursos manuales, mecánicos o digitales con los cuales se manipule. Sin embargo, al centrar la atención en la forma escrita, tanto en su evolución gráfica como en las transformaciones semán ticas en las cuales ha transitado, la perspectiva de estudio se amplía y permite identificar momentos decisivos —o paradigmáticos, en el sentido más general del término— que van más allá del uso de una tecnología específica, manifiestos a través del desarrollo y el uso dados durante los procesos de lectura, determinantes para la construcción del actual lector. Por las anteriores razones, es más oportuno para esta investigación el empleo del término letra tipográfica, porque permite involucrar el mayor número de gé neros formales que pueden desarrollarse con los variados medios de composición con que se cuenta hoy en día. Se parte del surgimiento de la escritura como el primer momento paradigmático que explica la evolución gráfica de la letra alfabé 14 tica, seguido por tres circunstancias que ayudan a entender su permanencia como el elemento central de la comunicación visual en el que confluyen los medios impresos tradicionales y recientes: la creación de la palabra por medio del blanco, el diseño deliberado de la forma aldina a partir de un fin comercial y la democra tización del manejo de la letra autoeditable. El segundo capítulo, titulado El pensamiento reflexivo~intuitivo, explora el desarrollo y la evolución de las neurociencias para poner atención en la reciente apertura y divulgación científica en torno al estudio del cerebro moderno, cuyas investigaciones buscan explicar los procesos que involucra el reconocimiento de letra para la lectura comprensible —como la experiencia mental, única y privada, evolutivamente reciente en el ser humano— y abre vías de acceso para el estudio de la letra tipográfica a través del trabajo interdisciplinar. El capítulo parte del reconocimiento general del desarrollo histórico de las neurociencias, su avance y la paulatina y mutua aceptación con la psicología, que hizo posible un trabajo conjunto para el surgimiento de la neuropsicología cognitiva, disciplina que permite el estudio del cerebro con procedimientos no invasivos, con resultados comprobables y objetivos que atañen directamente al diseño y la composición de la palabra escrita. Asimismo, se abordan las caracterís ticas generales del sistema nervioso y la neurona que hacen posible el despliegue de imágenes mentales detonadoras del pensamiento, como la capacidad cerebral que reúne procesos cognitivos y emocionales, en gran parte visibles por medio de la reflexión y la intuición, e intrínsecos en el reconocimiento de la letra para su aprehensión, comprensión y coherencia funcional. Por último, el capítulo La letra tipográfica para lectura se concentra en el acto de leer como la mayor proeza cognitiva exclusiva del ser humano. Se atiende el atributo social de la percepción como un factor relevante para la conformación de un entorno cultural particular y propio, en el que lenguaje y escritura fueron determinantes, al igual que la lectura como el mecanismo vinculante desde dos dimensiones: la cognitiva y la emocional. Continúa con el análisis de la letra a partir de la legibilidad como el recurso que permite el reconocimiento de la for ma, tanto en su calidad de signo material como mental; así también, se abordan algunos factores neurobiológicos que empiezan a explicar la organización neu ronal durante la identificación de las propiedades de la forma para, finalmente, examinar el sistema visual como la principal vía perceptiva que permite efectuar la lectura y el único también que puede medir la visión y cuantificar sus alcances por medio de la agudeza visual ordinaria. De esta manera, pueden empezar a esclarecerse algunos de los mitos existentes en torno a los atributos materiales de la letra tipográfica. Es importante puntualizar que el interés científico por ahondar en el desem peño cerebral que la lectura requiere busca, entre otras cosas: 1) revelar el origen de una actividad que no nace propiamente de una necesidad de sobrevivencia; 15 2) explicar cómo se detonan y cómo se establecen las relaciones entre las diver sas competencias cognitivas y emocionales involucradas durante el proceso; 3) comprender las consecuencias adaptativas ocurridasen el cerebro lector actual, porque tanto el intelecto como la sensibilidad requeridos en una actividad tan reciente, neuropsicológicamente empiezan a explicar la actividad neuronal que se realiza para el reconocimiento de los signos escritos —cualquiera que sea la forma que presenten— y cómo ésta se aúna con el instinto de aprendizaje, la plasticidad neuronal y la socialización del código por medio de la escolarización. Este indicador debe atenderse seriamente desde el campo del diseño y la comu nicación visual. Las investigaciones del cerebro aún se encuentran en una etapa inicial; no obstante, han surgido resultados científicos en torno al estudio de la letra que ayudan a desechar viejas ideas prevalecientes en el campo de la tipografía, con la oportunidad de buscar nuevas alternativas y miradas al diseño de la forma. El interés por la representación del signo vocal ha llegado a adquirir tanta impor tancia como el signo mismo para los usuarios de la letra tipográfica, ya sea para resolver los enigmas que implica la lectura, para su recreación estética o bien para el empleo personalizado y único que busca obtenerse a través de la forma visual, en medio de un entorno cultural igualmente singular. Lo cierto es que aún falta mucho por desentrañar de la experiencia subjetiva que se desencadena durante el proceso de lectura, situación que no impide lu cubrar en torno al acto creativo del diseño y la composición de letra tipográfica como la posibilidad de desarrollar una práctica objetiva a partir de pruebas tan gibles y comprobables que —contrariamente a lo que podría pensarse— permi tirían formular ideas mejor dirigidas e ilimitadas. La investigación científica podría brindar una opción para razonar, esclarecer, perfeccionar y reconstruir procesos descubiertos, muchas veces por medio del ensayo y el error para superar, en la medida de lo posible, la “intuición ingenua”4 prevaleciente en la industria coti diana actual. Es momento y oportunidad de buscar aquellos caminos que den firmeza y continuidad al quehacer tipográfico como un elemento insustituible en el proceso de comunicación visual, así como atender al pensamiento consciente con bases científicas y tecnológicas que sostengan el desenvolvimiento de la intuición re- flexiva, la conducta inteligente, orientada e innovadora en la práctica profesional del diseño de letra para lectura 4 Blanca Hilda Quiroga, Psicología y semiología aplicadas al diseño gráfico, p. 8. 1 17 1 LA LETRA TIPOGRÁFICA Y SUS TRANSFORMACIONES PARADIGMÁTICAS El término tipografía responde a un conjunto de definiciones, procesos y usos que surgieron a mediados del siglo XV, cuando nació por medio de la creación del tipo móvil de Johannes Gutenberg. A partir de ese momento, los cambios ocurridos en torno a este sistema de impresión se centraron en gran medida en el paso de la adaptación mecánica a la electrónica y recientemente a la digital, momentos erróneamente considerados como paradigmáticos que han limitado el análisis teórico de la letra tipográfica desde un ámbito propio. El siglo XXI plantea diferentes criterios de análisis para abordar el estudio de los cambios sociales, tecnológicos y económicos presentes, puesto que han surgi- do nuevos sistemas de producción que la era digital trajo consigo. Viviana Narot- zky, diseñadora industrial y doctora en Historia del Diseño por el Royal College of Art, observa que las recientes tecnologías van más allá del mero perfeccionamien- to de las capacidades mecánicas, porque el cambio se encuentra en la participa- ción misma del usuario, quien puede intervenir libremente en la elaboración del producto final mientras se procesa como un algoritmo binario. El nuevo modelo teórico permite participación, personalización, código abierto y pieza única.1 No hay una respuesta definitiva, todavía no se vislumbra con total claridad si el diseñador ha dejado de ser el principal operador como parte del proceso de producción editorial, pero para la interpretación del entorno actual debe ponerse atención en otros momentos de la evolución del diseño que ayuden a entender su reciente estadio. 1 Cfr., Isabel Campi, La historia y las teorías historiográficas del diseño, pp. 117~118. 18 1.1 PRIMER PARADIGMA: LA ESCRITURA Por principio, desde la antigüedad clásica, Platón reconoció el término paradig- ma como un modelo, copia o muestra que estaba más allá de algo que es real; lo identificó como un modelo ejemplar, un modelo perfecto, digno de seguir y de ser imitado.2 Paulatinamente, el vocablo se insertó en el lenguaje cotidiano y alcanzó un uso generalizado apenas en el último tercio del siglo XX. La gran difusión ocurrió en 1962, cuando Thomas S. Kuhn lo empleó en La estructura de las revoluciones científicas para designar un fenómeno sociológico capaz de mo- dificar estructuras previas a él y construir nuevos planteamientos de una realidad. Las acepciones que se reconocieron en el término son más de las que podrían abordarse en este apartado. De hecho, frente a las críticas que surgieron en torno a éste, en 1974 Kuhn aclaró en el ensayo Algo más sobre los paradigmas que “Las críticas, sean comprensivas o no, coinciden en subrayar el gran número de senti- dos diferentes que le doy al término”.3 Lo anterior se refiere a los veintidós usos que Dudley Shapere —una de las personalidades más reconocidas en el campo de la Filosofía de la Ciencia— identificó por medio de la elaboración de un índice analítico parcial que le permitió un cuidadoso escrutinio de la palabra; con ello también aclaró: “Independientemente de su número, los usos de ‘paradigma’, en el libro, se dividen en dos conjuntos que requieren tanto de nombres como de análisis separados”.4 Los grupos son el global y el local. El primero registra que un paradigma lo comparten únicamente los miembros de una comunidad científica y que, de for- ma inversa, es esa posesión común la que constituye a la comunidad como tal; denota al término con la frase matriz disciplinar, de la cual enfatizó tres compo- nentes esenciales: las generalizaciones simbólicas, los modelos y los ejemplos. El segundo grupo, en tanto, presenta al término como ejemplo normal que, desde un punto de vista filosófico, es el uso en el cual el autor pensó originalmente. La apropiación y el uso global que los lectores terminaron por dar a la palabra que- daron por completo fuera del control del autor. Por otra parte, Ludwig Fleck, médico y sociólogo polaco, mucho antes que Thomas Kuhn —aunque sin la difusión y el reconocimiento que éste obtuvo— escribió Génesis y desarrollo de un hecho científico (1935), en el cual destacó 2 Cfr., Fredy González, “¿Qué es un paradigma? Análisis teórico, conceptual y psicolingüístico del término”, en Investigación y Postgrado, vol. 20, núm. 1, abril, 2005, p. 18. 3 Thomas S. Kuhn, La tensión esencial. Estudios selectos sobre la tradición y el cambio en el ámbito de la ciencia, pp. 317–318. 4 Ibid., p. 318. 19 conceptos precursores de paradigma e inconmensurabilidad, ejes medulares que sostienen el desarrollo de la obra de Kuhn; éstos son: colectivo de pensamiento, estilo de pensamiento y comunicación esotérica y exotérica.5 Con ellos refiere que una colectividad intelectual se conforma y erige a partir de una historia, una cul- tura, referentes institucionales, agenda de investigación y objetivos centrales com- partidos que generan una noción de identidad en la práctica de una disciplina. En el mismo ámbito de la sociología, Pierre Bourdieu (1969) propuso la teoría de los campos, con la cual identificó el campo intelectual como un sistema de relaciones sociales cuya creación responde a un acto de comunicación que el creador establece con su obra y en el que ambos, creador y obra, terminan por ser afectados debido a esa relación, misma que incluye artistas, editores, críticos y público. Este sistema “es elque determina las condiciones específicas de produc- ción y circulación de productos”.6 En consecuencia, es oportuno aclarar que sólo en el campo de la ciencia los paradigmas equivalen auténticamente a verdaderas revoluciones que ocurren con muy poca frecuencia. No obstante, el término puede recuperarse fuera del terreno científico para su manejo desde una perspectiva histórica. Isabel Campi lo expresa como “el conjunto de prácticas que definen una disciplina durante un período específico y que configuran un marco teórico determinado. Cuando el marco teórico general es superado por otro, se puede hablar de cambio de paradigma”.7 La historiadora catalana precisa los contrastes que existen entre las actividades creativas respecto a las científicas, de las cuales prefiere analizar los grandes cambios como “nuevos marcos teóricos” para dejar que sea el tiempo el que brinde a ese nuevo enfoque el carácter de paradigma o no.8 Entonces, el empleo del término es más adecuado en el terreno científico para aludir a un hecho, situación o cosa ejemplar que equivale a una revolución de las concepciones establecidas que se presentan esporádicamente, cuyo principal elemento es la teoría, podría decirse como el equivalente a los anteojos que usa el científico, aunque “el paradigma también incluye todos los supuestos sutiles que rodean a la teoría”.9 Esto no ocurre en el campo del diseño tipográfico, dado que no pueden darse grandes transformaciones ante la ausencia de teorías propias Si bien en 1985 el tipógrafo holandés Gerrit Noordzij 10 expuso su teoría de la 5 Cfr., Mónica Pérez Marín, “Ludwik Fleck: precursor del pensamiento de Thomas Kuhn”, Eidos: Re- vista de Filosofía de la Universidad del Norte, núm. 13, julio–diciembre, 2010, p. 133. 6 Ana Cravino, “Creatividad y paradigmas”, Reflexión Académica en Diseño & Comunicación. XIX Jornadas de Reflexión Académica en Diseño y Comunicación, Facultad de Diseño y Comunicación, Universidad de Palermo, año XII, vol. 16, agosto 2012, p. 94. 7 I. Campi, op. cit., p. 117. 8 Cfr., Ibid., p. 117. 9 John P. Briggs y F. David Peat, A través del maravilloso espejo del universo, p. 27. 10 Diseñador gráfico, tipógrafo, escritor y profesor en la Real Academia de Arte de La Haya, desde 1970 y durante 20 años, dirigió un curso sobre diseño de letras; en 1982 se publicó The stroke of the pen: fundamental aspects of western writing (El trazo de la pluma: aspectos fundamentales de la escritura occidental), en su país de origen; y en 2005 y 2009, se editó en inglés y español, respec- tivamente, con el título The Stroke: Theory of Writing (El trazo: teoría de la escritura). 20 escritura, la cual permite un enfoque dirigido y consistente de estudio, indepen- dientemente de la tecnología —herramienta o utensilio, sea manual, mecánico o digital— que genere la representación del trazo. La escritura constituye un buen modelo para la percepción porque sus normas estrictas crean un área de trabajo artificial, similar a un laboratorio, que todo mun- do tiene a su alcance. La interacción entre el claro y el oscuro existe en cualquier momento o lugar en el que haya algo que ver, pero su interacción solo se torna interesante cuando los contrarios están bien combinados, es decir, solo se puede apreciar su relación si esta está clara.11 Esta teoría tiene un valor considerable para la letra tipográfica porque: 1) cie- rra la distancia que la imprenta generó entre la letra manuscrita y la tipografía, 2) permite abordar, dirigir y sostener su análisis a partir de la escritura como el hecho cultural que surge de una necesidad socializada, 3) hace posible la exploración cuidadosa y razonada de los atributos y cualidades de la forma, sea o no alfa- bética, 4) abre el camino para un abordaje metodológico que permita construir el sistema tripartito teoría~método~técnica para consolidarlo como disciplina de conocimiento e investigación, y 5) admite el estudio y el análisis objetivos de la expresión fonética mínima en la letra y el origen de la palabra, no sólo como una unidad semántica sino también como una unidad gráfica con rigor científico, más allá de taxonomías, de una estética o una ideología particular. Noordzij parte del trazo como “La primera forma, inicial y fundamental, es la marca simple dejada por un utensilio”.12 Nada hay antes de él. Es el rasgo consciente y el elemento primordial de la letra para la construcción de la palabra escrita, el fin primordial que se persigue. Por medio del trazo se construye la letra, entendida gráficamente como un binomio de blancos y negros, formas y contra- formas que se ajustan a una convención cuya relación y equilibrio son la base de la percepción por los órganos sensoriales para su interpretación. Las relaciones ma- nifiestas y las proporciones relativas de blancos y negros permiten la construcción de la palabra —la unidad orgánica mínima de la escritura— en la que el blanco se expresa como el único elemento común en todos los tipos de escrituras. Por lo tanto, la escritura manual es la única que reúne las características del trazo simple. La caligrafía difiere por la finalidad que el trazo tiene en sí mismo, además de la destreza especializada que la técnica demanda. La rotulación con- trasta al elaborarse por medio de formas compuestas que permiten el retoque independientemente de la herramienta con la cual se haya realizado. Y la tipo- grafía puede reconocerse como una rama especial de la escritura que discrepa en esencia de la rotulación al ser una forma de escritura organizada reunida en una fuente o archivo electrónico disponible para su formación. Sin embargo, en lo que 11 Gerrit Noordzij, El trazo. Teoría de la escritura, p. 13. 12 G. Noordzij, op. cit., p. 9. 21 se refiere a las características del diseño no hay nada que distinga la expresión del trazo; los utensilios manuales tradicionales han sido adaptados a la composición digital y permiten cualquiera de las soluciones figurativas que se necesite o desee representar.13 En consecuencia, la escritura es el primer gran hito que permite el estudio de la letra para el surgimiento de la palabra, la cual constituye y condiciona el acto denominado lectura. Es también el modelo que responde a la capacidad percep- tiva consciente común en todos los grupos humanos. EL SURGIMIENTO DE LA ESCRITURA El origen de la escritura occidental resulta incierto, debido a que el estudio de la evolución humana se apoya en hallazgos materiales que permiten inferir un tiem- po aproximado de escenarios y acontecimientos, pero es bastante más complejo puntualizar el momento en el que la transformación biológica se tornó cultural para permitir la consolidación de un proceso intelectual superior. Es posible que los primeros protografismos, grafismos abstractos o afigu- rativos precedieran a imágenes conscientes surgidos como trazos al azar o fi- guraciones lineales con un determinado significado cuya complejidad aumentó paulatinamente, pero para el fortalecimiento mismo de la escritura fueron im- portantes dos conductas sociales: la competición y la cooperación. La primera se reflejó en la rivalidad y el liderazgo que impone el miembro más fuerte del grupo, un atributo presente en otras especies; la segunda, en tanto, se presentó como ayuda y apoyo, siendo ésta la que marcó un momento decisivo para el inicio de la hominización: “en este proceso de coevolución biológico~cultural, el altruismo evolucionó paralelamente a la práctica de los castigos contra la conducta egoísta, lo que seleccionó a los genes que favorecían el altruismo”.14 La socialización, entendida como el “proceso de interiorización de las normas dominantes del grupo de referencia”,15 permite al individuo identificarse con sus congéneres y formar parte de una comunidad. Esto se observa en dos hechos significativos: en la elaboración de los primeros utensilios de piedra, que revela una conducta cooperativa,hace dos millones y medio de años, y en la práctica de enterramientos, con una antigüedad de setenta mil años que marca el surgimien- to de un pensamiento simbólico y la capacidad para llevarlo a cabo. Asimismo, en 1991 el arqueólogo Christopher Henshilwood anunció el des- cubrimiento de un conjunto de hallazgos que colocan a África no sólo como “cuna del hombre anatómicamente moderno, sino también del comportamiento moderno”.16 La ubicación se encuentra a cien metros de distancia del mar, próxi- 13 Cfr., Ibid., pp. 9–10. 14 Román Gubern, Metamorfosis de la lectura, p. 15. 15 Idem. 16 Christopher Henshilwood, “Modern Human and Symbolic Behavior: Evidence from Blombos Cave, South Africa”, en G. Blundell (ed.), Origins. The Story of the Emergence of Humans and Humanity in 22 ma a Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, en una zona denominada Blombos que indica haber sido habitada hace setenta mil años por los primeros pescadores, y en la cual se encontraron dos piezas de ocre con un tamaño de cinco a siete centímetros de largo con marcas geométricas de cruz y líneas. No se trataba de marcas al azar; no eran líneas gestadas por el aburrimiento; eran símbolos elaborados que perfectamente podrían formar parte de una fase inter- media en la evolución cultural, según la teoría de Merlin Donald. Para este psicólo- go y neurocientífico, autor de El origen de la mente moderna (1991), la humanidad habría pasado por una primera etapa mimética, en la que se impulsó el desarrollo de los movimientos del cuerpo, una segunda etapa mítica, en la que apareció el habla y la necesidad simbólica, y una tercera etapa tecnológica, todavía vigente, en la que los soportes de almacenamiento y recuperación de la memoria estarían creciendo exponencialmente.17 Es un hecho confirmado que el cambio evolutivo en la especie humana de cuadrúpedo a bípedo permitió el desarrollo del lenguaje y otorgó libertad a las manos (patas frontales) para cultivar un amplio rango de destrezas. Se tienen registros que desde hace treinta y cinco mil años los neandertales y los Homo sa- piens de Europa hacían cortes e incisiones en huesos y piedras. Etimológicamente, esta práctica se identifica en las lenguas indoeuropeas que dirigen al latín scribe- re, “trazar caracteres”, a la raíz ker/sker que sugiere la idea de “cortar” o “realizar incisiones”, y al griego graphô a la raíz gerbh, “arañar”, con lo cual escritura sería una forma de incisión. Las lenguas semíticas, a su vez, también comparten esta si- militud con la raíz árabe ktb, que remite a la idea de “rastros” y “reunir”, juntar las letras (kataba, “escribir”) o caballos (katiba, “cuadrilla”), y con otra raíz de empleo menos habitual, zbr, “tallar la roca”. En tanto las runas, provenientes de un campo semántico diferente, remiten al “misterio”: en islandés antiguo, runar, “secreto”; en sajón antiguo, runa, “murmullo”; en islandés, run, “secreto, misterio”; en galo, rhin, “secreto”.18 [Tablas. 1 y 2] Los primeros signos gráficos no estuvieron única y estrictamente subordina- dos a la lengua, antes bien los estudios indican la presencia de otros dos modelos de expresión, el gestual y el pictórico: “Lo gestual tiene sentido en el aquí y el ahora, en el instante, y lo pictórico encuentra su sentido en lo relativo a la dis- tancia o a la duración, puesto que deja alguna huella”.19 El primero es fugaz; el segundo permite un cierto grado de permanencia o resistencia que lo vincula a una función específica; en ambos casos los medios de expresión son múltiples, ya sea con la palabra o el gesto manifiesto a través de la danza, los tatuajes y la vesti- Africa, Ciudad del Cabo, Double Storey, 2006, pp. 78–83. Citado por Fernando Báez, Los primeros libros de la humanidad. El mundo antes de la imprenta y el libro electrónico, p. 37. 17 Ibid., pp. 37–38. 18 Cfr., Louis~Jean Calvet, Historia de la escritura, pp. 26–27. 19 L. J. Calvet, op. cit., p. 20. 23 menta, por mencionar algunos. Louis~Jean Calvet sostiene la tesis de que lengua y escritura tienen un origen común a partir de estos dos grupos que siguieron caminos independientes. La escritura es sólo una parte de lo pictórico, dado que puede reproducir cualquier otra cosa diferente del “lenguaje articulado”; supone, por tanto: “la sumisión de lo pictórico a lo gestual (la lengua)”.20 En todo caso, es importante enfatizar que el hombre primitivo no se apoyó en el concepto para desarrollar primero la palabra y después su grafía, porque la representación del signo no tuvo necesariamente como primera finalidad ser leído u oralizado, sino tan sólo el de ser visto. Además, la escritura no debe reducirse exclusivamente al alfabeto. La evolución de la secuencia expresiva del Homo sapiens como “animal sim- bólico”, así definido por el filósofo alemán Ernst Cassier, inicia con el Homo lo- quens (200,000 años), continúa con el Homo pictor (35,000 años) y el Homo scriptor (6,000 años).21 Las referencias sugieren que el tiempo aproximado del inicio de la cultura escrita de la humanidad inició hace unos siete mil años, aunque se sugiere que fue durante el sexto milenio a.C. el momento en el que la protoes- critura inicial —a la que no se le debe otorgar en su origen un lugar único ni tam- poco el atributo de aparición repentina— tuvo un importante avance en la zona geográfica que hoy se conoce como la Vieja Europa, cuando “al finalizar la última glaciación, una oleada humana se abrió paso por las rutas pirenaicas, alpinas, carpáticas y urálicas”,22 puntualizándose así la cultura de la escritura. [Figura I. 1] 20 Ibid., p. 25. 21 Cfr., R. Gubern, op. cit., p. 24. 22 F. Báez, op. cit., p. 41. TABLA 1. ESCUELAS DE INVESTIGACIÓN MORFOLOGÍA TEORÍA SINTÉTICA SEGUIDA POR Buscadores de restos Genetistas SE POYAN EN Propone que si hay diferencias suficientes entre formas, éstas deben considerarse como especies con líneas evolutivas distintas. La línea evolutiva y la continuidad genética marcan una misma especie, sin importar la forma o la distancia en el tiempo. TABLA 2. TEORÍA SINTÉTICA | FAMILIA HOMÍNIDOS GÉNEROS AUSTRALOPITHECUS HOMO ANTIGÜEDAD (millones de años) • A. anamensis y A. afarensis | 4,3 m. a. • A. bahrelghazali | 3,5~3 m. a. • A. africanus | 3,5~2,3 m. a. • A. aethiopicus, A. robustus y A. boisei | 2,5~1,2 m. a.) • Homo habilis | 2,3~1,4 m.a. • Homo erectus | 1,8 m.a.~250,000 años, excepto el de Java, con 27,000 años. • Homo sapiens arcaicos | 245,000~120,000 años. Homo sapiens neanderthalensis | 120,000~35,000 años. Homo sapiens sapiens | 120,000 años. Tablas. 1 y 2 Aunque no hay un acuerdo científi- co de la división válida de especies descubiertas hasta hoy, las principales escuelas de inves- tigación son: la morfológica y la genetista (teoría sintética). La primera requiere de constantes modificaciones por cada nuevo hallazgo; la segunda, permite una división menos profusa en la que se destacan los géneros Australopithecus y Homo, con una diferencia en la capacidad craneana de 300~540 cm3 y 520~1,500 cm3, respectivamente, pero comunes al incluir todos los restos de primates con marcha bípeda. 24 LA ORALIDAD VS. LA ESCRITURA En diferentes culturas, la escritura se ha visto como un regalo de los dioses: Uruk Enmerkar (sumerios), Quetzalcóatl (aztecas), Itzamna (mayas), Chang Ji (chinos) o Teut (egipcios), entre otros. A pesar de que esta visión hace a un lado cualquier atributo histórico al momento de ser ofrecida como un instrumento de transcrip- ción “en su forma perfecta y definitiva”,23 las leyendas de cada pueblo conllevan un valor simbólico íntimo y esencial para su estudio. Platón relata en sus Diálogos cómo Sócrates dice a Fedro: “en Egipto, hubo un Dios, uno de los más antiguos del país, el mismo al que está consagrado el pájaro que los egipcios llaman Ibis”.24 El filósofo se refería a Teut, el dios creador 23 L. J. Calvet, op. cit., p. 19. 24 Platón, Fedro o del amor,pp. 294–295. Figura I. 1 Representación evolutiva de la especie humana que brinda una aproximación temporal del surgi- miento de la escritura alfabética. INICIO 200,000 a.C. Homo loquens Siglo VIII a.C. Baja Antigüedad: Grecia y Roma 3,500 a.C. Alfabeto más antiguo 5,000~3,000 a.C. Alta Antigüedad: Egipto y Mesopotamia 6,000 a.C. Homo scriptor 35,000 a.C. Homo pictor 70,000 a.C. Enterramientos (pensamiento simbólico) 4,3 m.a. Marcha cuadrúpeda y bípeda con un pulgar prensil 120,000 a.C. Homo sapiens sapiens 77,000 a.C. Representaciones icónicas 25 de los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, el ajedrez, los dados y la escritura. “Teut”, continúa Sócrates, “presentó las artes que había inventado al rey Tamus, monarca que reinaba la ciudad del alto Egipto con la protección del dios Ammon, y una a una explicó su valor y utilidad hasta llegar a la escritura, aquella que consideraba el gran remedio a la memoria y el medio para alcanzar la sabiduría.” A lo que el rey respondió: Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contra- rio de sus efectos verdaderos. […] Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias, y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.25 Tal respuesta se explica porque, durante la antigüedad clásica, las culturas se basaron en la voz y la memoria como principales medios para la preservación del conocimiento humano, empleaban la escritura sin ser propiamente civilizaciones poseedoras de la misma. Y es que, desde tiempos inmemoriales, la voz y la me- moria permitieron una actividad intelectual autosuficiente, incomprensible a la actividad intelectual moderna. El gran mérito de la facultad humana de articular palabras para expresar el comportamiento, la imaginación y el entendimiento humano fue una capacidad intelectual reconocida por las civilizaciones clásicas que estuvo por encima de cualquier otra forma de representación, incluida la escritura. Platón concebía la destreza oral como “discurso de verdad” que favorecía el proceso cognitivo: El discurso hablado […] elige sus interlocutores, puede estudiar sus reacciones, esclarecer sus preguntas, responder a sus ataques. El discurso escrito, en cambio, es como una pintura: si se le formula una pregunta, no responde, y no hace sino repetirse a sí mismo hasta el infinito. Difundido en un soporte material, inerte, lo escrito no sabe a quién dirigirse que sea capaz de entenderlo, y a quién no debe hablar porque sea incapaz de recibirlo: en suma, no sabe quién, en su difusión incontrolada, le brindará el instrumento de la voz, que hará surgir de él un sentido mediante la lectura.26 La escritura no se identificó en principio como una extensión natural del pen- samiento en un contexto basado en la oralidad, veían en ella desventajas a pesar de reconocerse el valor y la pertinencia de su empleo. Por un lado, el impulso y la inspiración de las ideas podían frenarse y quebrantar el hilo del pensamiento, lo cual le restaría frescura; y por otro, el mensaje escrito, al quedar separado de su 25 Ibid, p. 295. 26 Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, “Introducción”, en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (dirs.), Historia de la lectura en el mundo occidental, pp. 30–31. 26 autor, sólo privilegiaba al lector generando desconfianza ante la ausencia de los medios retóricos que sólo podía proporcionar el orador, quien era el único que podía llevar un texto a lo sublime o a lo mediocre pero nunca a lo ordinario, una cualidad poco favorable que sí podía adquirir el documento escrito. Esta práctica se concibió como un recurso petrificado, estático, respecto al registro y la compo- sición mental que un autor podía dar esencialmente con el espíritu al realizar un ejercicio intelectual y emocional que sólo se conseguía al escuchar, leer, memori- zar, dictar y debatir, con la única finalidad de elaborar textos compuestos para ser leídos de manera expresiva y vigorosa frente a públicos expectantes y bulliciosos. No obstante, paulatinamente la escritura se convirtió en un hábito cotidiano que no demandaba habilidades caligráficas ni se restringía a una clase social en particular, lo que permitió la elaboración de textos de manera poco amigable para el lector contemporáneo, ya que se realizaban en scriptio continua —la for- ma natural de escritura en el siglo II d.C.—, una sucesión constante de letras sin separación entre palabras, con unos pocos signos prosódicos y prácticamente sin signos de puntuación, lo que daba como resultado una página gráficamente neutra pero abierta a la interpretación de valores fonéticos, retóricos y expresivos que sólo se hacían presentes hasta que el autor realizaba una lectura pública, en la que la voz elocuente alcanzaba un nivel de excelencia. Por tal razón, los autores de la antigüedad tardía dictaban sus obras a un secretario con un dominio que no era sencillo adquirir, sin que por ello se le diera menor importancia al texto. El acto de dictar respondía a una composición memorística y mnemotécnica que demandaba del autor una actividad mental con alto grado de complejidad que sólo se lograba con una sólida educación. En la antigüedad, se decía que el proceso de composición era un acto íntimo y único que hacía el autor mientras se preparaba para realizar el dictado, momento en el cual vertía todo el bosquejo mental compuesto en su memoria con cuidadosa antelación y que, en el acto mismo, era capaz de dar ornamento, estilo y ritmo a la obra. Cuando un escrito se concluía, era común que se reuniera a un grupo de amigos para hacer una lectura pública del mismo, acto con el cual un texto pro- piamente se “publicaba”, después, se distribuían copias manuscritas de carácter privado y en círculos pequeños próximos al autor. “Así ocurrió con la gran obra histórica de Herodoto, difundida por las lecturas del propio autor por las ciudades visitadas en sus viajes”.27 Una obra se concebía para grupos específicos con la finalidad de resolver un problema particular, ya que incluso podía ser el medio para dirigir amigables recriminaciones o hacer revelaciones personales. El acto de citar a otros autores no era una costumbre y además se consideraba de mala educación; el autor daba como un hecho que el público conocía y manejaba las referencias alusivas dadas en la lectura, debido a que era habitual manejar un acervo de información basado 27 Svend Dahl, Historia del libro, p. 37. 27 únicamente en la memoria. Se leían pocos textos debido a que la actividad se apoyaba en la retención ordenada de la información, porque tanto leer como es- cuchar sin esa finalidad se consideraba un ejercicio inútil. En contraste, se escribía más, a pesar de la fatiga que implicaba el transcribir, lo cual, sin embargo, el Abad Pedro el Venerable (1092~1156) definía como “una oración realizada no con la boca, sino con las manos”.28 Dictare respondía a la invención creativa del autor basada en un largo en- trenamiento retórico y memorístico; scribere era la transcripción de las palabras mediante un esfuerzo físico y artesanal. Esa diferencia subsistía aun si las asumía el mismo individuo, quien usualmente no realizaba las dos tareas. Durante la antigüedad tardía y la alta Edad Media, el dictado permaneció como un medio privilegiado de composición que fue interrumpido por la civiliza- ción cristiana al traer consigo nuevas formas de relación entre la lectura y la escri- tura, así como del vínculo particular que se estableció en el binomio autor~lector. La habilidad de escribir se concentró en unos pocos y la escritura se convirtió en un arte caligráfico que exigía una formación especial, alalcance únicamente de los miembros de la Iglesia, mientras que languidecían, hasta desaparecer, los tipos cur- sivos cotidianos que ponían la escritura a disposición de todos. El dictado continuó pues vigente en tal situación. Pero el proceso no fue idéntico para los laicos y para los hombres de la Iglesia.29 Las últimas escuelas romanas cerraron hacia finales del siglo VI d.C. y con ellas una forma de vida basada en una oratoria pública. El cristianismo emergió con total recelo de la cultura pagana, por lo que, entre otras cosas, negaba el bautizo a aquellos que ejercían el oficio de maestro por considerar que tal actividad los ponía en contacto con la idolatría; además, fue poco flexible para dar enseñanza a laicos, quienes, de no seguir una carrera religiosa, no podían ser admitidos en escuelas episcopales o catedralicias. La instrucción que se daba en las escuelas monásticas, episcopales y parro- quiales era elemental, apenas suficiente para aprender a deletrear las Escrituras. La formación más sólida se alcanzaba en un segundo grado para los scriptoria monásticos, reservado sólo para hombres y mujeres de la Iglesia. El estudio con- sistía en la copia del modelo de escritura realizado por el maestro calígrafo, lo que dio paso al surgimiento del escriba o amanuense y transformó a la escritura en si- nónimo de copia. La reproducción de textos medievales se convirtió en un arte de valor incomparable, pero también significó acallar la expresión personal del autor. El hecho de que la escritura se concentrara en los escribas profesionales re- percutió en la gráfica de la letra, la cual, al disolverse el Imperio, quedó a merced 28 Pedro el Venerable, Epístolas, 1:20. Citado por G. Cavallo y R. Chartier, “Introducción”, en G. Cava- llo y R. Chartier (dirs.), op. cit., p. 43. 29 Sergio Pérez Cortés, La travesía de la escritura. De la cultura oral a la cultura escrita, p. 70. 28 de dos estratos sociales: los hombres de leyes y los eclesiásticos. Los primeros emplearon un tipo de letra compleja y hermética reservada para textos imperia- les, sólo accesible para especialistas tanto para escribirla como para leerla. A los segundos, debido a que su trabajo se desarrolló en talleres artesanales normal- mente aislados, les fue imposible cualquier posibilidad de unificación; por tanto, la minúscula antigua se sustituyó por una escritura libresca propia, con tal profu- sión y diversidad que conformaron las escrituras precarolingias; no fue sino hasta el siglo VIII d.C. cuando surgió la minúscula carolingia, una de las innovaciones gráficas más importantes para la unificación y la preservación de la cultura hasta la aparición de la imprenta. La letra carolingia representó un logro notable por la belleza que alcanzó su forma y, al mismo tiempo, dejó atrás cualquier modelo de escritura con matices propios y de uso cotidiano empleados en la antigüedad. Fue un avance firme en el campo de la legibilidad y un retroceso de la técnica de escri- tura de uso personal. Significó un cambio social en el cual la actividad de escribir, indispensable en la vida diaria de una colectividad, se transfirió a un grupo selecto preparado para una elaboración especializada de dibujo más que de escritura, como lo fue casi toda la escritura medieval. El concepto de legibilidad se hizo presente en el manuscrito, sobre todo por razones litúrgicas, debido a que los documentos sagrados debían ser leídos e interpretados por lectores cuya lengua materna no era el latín; por ende, se bus- có claridad y exactitud en la representación de las palabras. La enseñanza de la lectura aumentó su importancia mientras que la escritura se concentró más en la copia de textos. La carga emocional en la elocuencia de las palabras nacidas de la imagi- nación, la capacidad intelectual y la sensibilidad que el autor de la antigüedad brindaba en cada una de sus obras fue algo que el copista medieval no requirió expresar ni plasmar en los manuscritos de la época. La importancia del trabajo del copista fue la preservación de textos en latín, una lengua que paulatinamente murió hasta para los mismos escribas: “A finales de la Edad Media, Petrarca em- pleó el término ‘pintor’ (pictor) para referirse a un amanuense que copiaba textos sin comprenderlos”.30 Los dictatores y los autores~escritores convivieron hasta el siglo XIII; un ejem- plo de ello fue Santo Tomás de Aquino (1224~1274), teólogo y filósofo italiano que abarcó las tres funciones en la elaboración de sus escritos, no sin un gran esfuerzo, para realizar las escrituras protocursivas, antecedente de las cursivas góticas, las cuales se estandarizaron en el siglo XVI. Finalmente, el autor, en medio de la soledad, encontró una nueva dimensión de creación; la argumentación y el orden de sus pensamientos podían ir y venir, permitir la comparación de notas y referencias, mismas que se multiplicaron hasta 30 Paul Saenger, “La lectura en los últimos siglos de la Edad Media”, en G. Cavallo y R. Chartier (dirs.), op. cit., p. 174. 29 llegar al momento en que el dictado y la memoria dejaron de ser los medios apro- piados para satisfacer tal necesidad creativa. El diálogo que con anterioridad se dio en un foro público se trasladó al libro, el cual se transformó de un instrumento de cultura a un objeto de culto. LA ESCRITURA VS. LA IMPRENTA El libro, considerado como un transmisor de ideas y argumentos, adquirió una re- levancia intelectual significativa a través de la construcción paulatina de la página legible y silenciosa, la misma que transformó el valor retórico, la modulación de la voz y la lectura en voz alta en valores lógicos y gramaticales. En un principio, la lectura en silencio buscó el estudio del texto para su comprensión hasta llegar inclusive a modificar las facultades cognitivas del lector con efectos en los hábi- tos cotidianos del entendimiento. En el siglo VIII d.C., san Isidoro estableció los requisitos para leer en voz alta en la Iglesia, mas él mismo prefería la lectura en silencio porque permitía una mayor comprensión del contenido y afirmaba: “el lector aprende más cuando no escucha su voz”.31 Desde el siglo VI al XV, los monasterios se constituyeron en talleres acredi- tados de copias manuscritas tanto para su manejo interno como para su venta. Convivían monjes pergamineros, aprendices, calígrafos y, en el caso de requerirse una escritura especial, copistas, correctores que podían borrar y corregir los erro- res de los copistas; el copista rubricator, que se ocupaba de los títulos e iniciales; el iluminador, que rellenaba zonas de color; o los miniaturistas, cuando se aplicaba minio y oro, así como encuadernadores, por mencionar algunos de los principales actores del proceso de producción editorial. En consecuencia, inició una división de trabajo especializado que exigió gran cuidado, dominio de la técnica, meticulosidad, paciencia y amor por el libro con una demanda en aumento durante el siglo XIII tanto por particulares como por universidades. Y sobrevino que —con la misma pasión y convicción que en la antigüedad clásica se defendió la oralidad frente a la escritura— en la Alta Edad Media el trabajo del copista alcanzó un reconocimiento y valor absolutos. La de- fensa se hizo frente a la inminente presencia de la imprenta a mediados del siglo XV en Alemania. En efecto, cualquier cosa buena que hacemos, cualquier cosa de provecho que enseñamos, se olvida rápidamente si un copista no la escribe, porque son ellos quienes dan vigor a las palabras, memoria a las cosas y fuerza a los tiempos. Si se privara a la Iglesia de los copistas, vacilaría la fe, se empobrecería la caridad, se terminaría la esperanza, se extinguiría el derecho, se volvería confusa la ley y se olvidaría el Evangelio. En resumen, si faltaran copistas, se perdería el pueblo del Señor, se extinguiría la devoción y se perturbaría la paz de la unidad católica.Sin 31 Malcolm Parkes, “La Alta Edad Media”, en G. Cavallo y R. Chartier (dirs.), op. cit., p. 132. 30 los amanuenses la escritura no podría estar a salvo durante mucho tiempo, ya que ésta se pierde con el azar y se corrompe con el paso de los años.32 La escritura surgió como una forma de expresión y un medio para la preser- vación del pensamiento humano, el cual responde al dominio de una técnica so- cializada que sólo se asimila con el paso del tiempo al hacer extensiva su práctica, lo cual la hace inseparable del instrumento que la crea. Jack Goody, antropólogo social, y Ian Watt, historiador y crítico literario, calificaron a la escritura “como una ‘tecnología del intelecto’ […], que sirvió para fijar y estabilizar la textualidad oral”.33 Por ello, el surgimiento y la implantación de la imprenta representó un cambio tecnológico y un paso descomunal en el perfeccionamiento de la compo- sición de texto existente hasta ese momento. La imprenta, principalmente, hizo posible la distribución y la producción ma- siva de objetos culturales e intelectuales. Con el diseño, la manufactura y la pro- ducción del tipo móvil de manera generalizada, la tipografía34 inició un recorrido subordinado prioritariamente al conjunto de operaciones y procedimientos que —durante medio siglo— se diversificó de manera amplia tanto en el diseño de letra, la historia y uso como en la cultura tipográfica. La innovación tipográfica de Gutenberg se mantuvo básicamente igual hasta el siglo XIX y gran parte del siglo XX, cuando se buscó la mecanización de la elaboración del tipo móvil y la composición de la página con la invención del linotipo, el pantógrafo tipográfico y la fotocomposición, con lo que, en el últimas tres décadas del milenio, se definieron tanto las formas de adaptación de la escri- tura como las de composición: 1) manual, basada en los principios originales de la imprenta, 2) en caliente, con el linotipo que fundía el metal y ordenaba letras o renglones, y 3) composición en frío, que se valía de películas fotográficas para impresionar papel sensible a la luz.35 El surgimiento y la difusión masiva de la computadora personal, que podría asociarse con el lanzamiento mundial de la Macintosh el 24 de enero 1984, dio paso a la letra y la escritura digitales en medio de un conjunto de variaciones o anomalías que pronto la transformó en un bien de consumo masivo y dio paso al surgimiento del diseño tipográfico independiente. Los mercados de masas se convirtieron en mercados de nichos, de excesos y éxitos efímeros de numerosas propuestas, con el apoyo de la desintermediación e interconectividad libre. Durante todo este recorrido, se destacan tres momentos significativos (pa- radigmáticos) en la evolución gráfica de la letra que la redefinieron como una 32 Johannes Trithemius, Elogio de los amanuenses, pp. 31–32. 33 R. Gubern, op. cit., p. 31. 34 La palabra se compone por el vocablo tipo– o –tipo, elemento prefijo o sufijo del gr. “týpos”, huella, modelo, tipo; grafo o –grafo, a, elemento prefijo o sufijo del gr. “gráphõ”, escribir; –ía, sufijo que sirve para formar nombres abstractos derivados de nombres y adjetivos, equivalente a cualidad, facul- tad o estado. Cfr. María Moliner, Diccionario de uso del español, vols. II, p. 1238; I, 1412 y II, p. 7. 35 Cfr., Jorge de Buen Unna y José Scaglione (colab.), Introducción al estudio de la tipografía, p. 81. 31 parte esencial del contenido y de los soportes que la contienen, y a los cuales se debe. Éstos son: 1) la importancia de la inserción del blanco para la creación o surgimiento propiamente de la palabra escrita, 2) el diseño de la letra aldina como un componente que favoreció la producción tipográfica comercial, y 3) la gene- ralización de la tipografía autoeditable en la que actualmente se desenvuelve la letra para lectura comprensible o de texto corrido. La escritura y la lectura no forman parte de la biología humana como ocurre con el lenguaje hablado que, si bien no le es natural al ser humano, sí lo es la facultad que hace posible la construcción de una lengua, la cual es una parte esencial del lenguaje mismo. Es a la vez un producto social la facultad del lenguaje y un conjunto de conven- ciones necesarias adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos. Tomado en su conjunto, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a caballo en diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al dominio individual y al dominio social; no se deja clasificar en ninguna de las categorías de los hechos humanos, porque no se sabe cómo desembrollar su unidad.36 Normalmente, lectura y escritura se presentan en una relación inseparable que, aunque no deja de ser una visión parcial justificada,37 es cierta, en la medida en que no es posible leer aquello que no esté escrito. El acto de leer se realiza por medio de la voz, el murmullo o el silencio, tres estrategias que surgieron de diferentes técnicas: vocalizar el texto, murmurar para sí mismo o guardar silencio; una no limita a las otras porque pueden intercalarse sin dificultad, aunque cada una involucra y denota diferentes habilidades intelectuales. Cuando los antiguos leían en silencio lo hacían momentáneamente, con el fin de ocultar el contenido de documentos breves o como una reacción involuntaria de sorpresa ante un mensaje inesperado. La lectura sigilosa se encuentra con frecuen- cia en situaciones de una fuerte sobrecarga emocional. Por ejemplo, San Agustín leía en silencio en el momento de su conversión espiritual, cuando escuchó la voz de un niño que le ofrecía las Escrituras y le amonestaba: ¡Toma, lee!38 36 Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general, p. 57. 37 La lengua se presenta en dos formas, oral y escrita, en donde la segunda se da por cierto el com- plemento visual de la primera. Si bien es oportuno hacer notar que la escritura no está automática- mente subordinada a la oralidad porque esa visión dejaría de lado a todas aquellas lenguas que no disponen de un sistema escrito. Louis~Jean Calvet es muy enfático al respecto: “lo que parece más importante aquí, ya que se trata de una cuestión de principios, es rechazar a priori considerar todo grafismo como prefiguración de una escritura.” L. J. Calvet, op. cit., p. 24. 38 S. P. Cortés, op. cit., p. 99. 1.2 EL ESPACIO BLANCO EN LA CREACIÓN DE LA PALABRA ESCRITA 32 La lectura en voz alta permitía llegar a un mayor número de personas, a dife- rencia de aquellos pocos manuscritos que sólo podían ser leídos por aquellos que poseían tal habilidad; el reducido número de gente alfabetizada y la reproducción limitada de copias hacía de la voz una estrategia insustituible en las reuniones privadas o plazas públicas, en hogares aristocráticos cultivados y en los que no lo eran. Tanto en Grecia como en Roma, las personas pudientes sabían leer y escri- bir, pero no era una práctica que debieran realizar de manera cotidiana porque para ello existían los lectores, siervos educados como lectores profesionales para realizar tal actividad. Era común leer en voz alta el contenido de una carta si se tenía compañía en el momento en que ésta llegaba o escuchar leer durante la comida, lo cual representaba un auténtico placer colectivo, un acompañamiento muy preciado que hoy poco se puede entender. La lectura en voz alta respondía a una necesidad funcional, a una tradición de prestigio y a un acto habitual. La alfabetización era más “fonética” que “de comprensión”, es decir, era la capacidad de descifrar un texto sílaba por sílaba y no por medio de una lectura instantánea en la que se desentraña cada una de las palabras de un texto y al mismo tiempo se comprende su significado. Debido a la complejidad que tal proceso requería, se emplearon algunos di- visores para dar pausas, los puntos o interpuncta. Originalmente, el signo era una línea verticalque se sustituyó por tres puntos alineados en igual forma para evitar confusiones con la letra “I”, paulatinamente se redujeron a dos y después a uno.39 Este sistema se le atribuye al erudito griego Arisfófanes de Bizancio (ca. 257 a.C.~ca. 180 a.C.), quien manejó las siguientes normas: el punto al pie de la letra equivalía a la coma actual; a media altura, era media pausa, similar a los dos puntos y al punto y coma; y en la zona superior, marcaba el punto final.40 En los textos griegos, el interpunto cayó en desuso; no así, en los latinos. Sé- neca (ca. 65 d.C.), filósofo, orador, escritor y político romano, creía que aun cuan- do los griegos dejaron de utilizarlo, en Roma siguió vigente debido al manejo de una oratoria más pausada. Pero no pasó más de un siglo para que se copiaran las prácticas griegas y, así, sin ser del todo claras las razones, a finales del siglo II d.C., se abandonó el uso del signo, lo que restó legibilidad a la página para su lectura. Es posible que haya influido la existencia de los lectores, o porque se haya querido reservar el privilegio del acceso a la página al reducir la legibilidad lo más posi- ble: “Los signos ortográficos o de puntuación eran funcionales, no tanto para la interpretación lógica, sino más bien para la estructuración ‘retórica’ del escrito, y tenían como objeto señalar pausas de respiración y de ritmo para la lectura en voz alta”.41 Esto obligó a que la copia de los textos se realizara en scriptio continua. 39 Cfr., S. P. Cortés, op. cit., pp. 174–175. 40 Cfr., Roberto Zavala Ruiz, El libro y sus orillas. Tipografía, originales, corrección de estilo y pruebas, pp. 132, 134. 41 Guglielmo Cavallo, “Entre el volumen y el códex. La lectura en el mundo romano”, en G. Cavallo y R. Chartier (dirs.), op. cit., p. 111. 33 LA NUEVA FE: EL CRISTIANISMO Y LOS MONASTERIOS MEDIEVALES Fue Irlanda el país donde inició la cristianización en Europa en la primera mitad del siglo VII d.C. La conquista de Inglaterra, iniciada por Julio César a mediados del siglo I a.C. y concluida por Julio Agrícola más de un siglo después, introdujo en la isla tanto la cultura como la escritura latinas, pero las condiciones adversas de la región, las invasiones germánicas y la lejanía del Imperio frenaron en gran medida el total influjo de la cultura romana. Este contexto permitió el desarrollo de dos escuelas de escritura, una en el Norte, de origen irlandés que posteriormente dio paso a la escuela nacional al conseguir mantener su pureza frente al dominio ro- mano; la segunda fue la que establecieron los misioneros enviados de Roma, con una carga cultural emanada de los diversos estilos de otros países que no llegó a influir plenamente en la naturaleza británica. Desde su surgimiento y de manera decisiva, el cristianismo influyó en la cul- tura del continente sin alcanzar el mismo impacto en la vida cultural inglesa. San Gregorio Magno, nuncio de Constantinopla y después papa, se encargó del for- talecimiento de la nueva fe en Roma y también de la evangelización de Inglaterra; a su vez, dio la encomienda al monje Agustín en el año 597 d.C., posteriormente obispo de Canterbury.42 Los monjes que fueron enviados a la isla llevaron con ellos un conjunto con- siderable de códices que emplearon como modelos los copistas ingleses, quienes entraron en contacto con la escritura libraria de la Roma de aquel periodo, con lo cual inició propiamente una conquista tanto cultural como religiosa. El nivel de alfabetización de la comunidad cristiana primitiva no era tan dife- rente del que poseían las sociedades de la antigüedad; en ambas, la gente letrada representaba una minoría no mayor al diez por ciento, diferencia que no estigma- tizaba a las personas ni era un impedimento para desempeñar una ocupación res- petable. El analfabetismo no fue un obstáculo para la integración de las comuni- dades conversas, porque las primeras enseñanzas del cristianismo se apoyaron en la lectura en voz alta que a su vez se valió de la alfabetización funcional y difusa. … existían diversos grados de participación en la página: los semianalfabetos, quienes tenían una cierta familiaridad con la escritura, capaces de leer inscripcio- nes o panfletos breves y de realizar escritos ocasionales, invocaciones, expresiones amorosas y hasta frases salaces, como los grafitti callejeros, o bien los analfabetas funcionales que dictaban cartas y testamentos y quizá podían escribir su nombre en los documentos oficiales, lo que les aseguraba una mejor posición social.43 El resultado inmediato fue que la lectura adquirió una importancia notable que superó a la escritura. El grupo menos culto se apoyaba en la instrucción ver- 42 Cfr., Jaume Aurell, et al., Comprender el pasado. Una historia de la escritura y el pensamiento histó- rico, p. 79. 43 S. P. Cortés, op. cit., p. 129. 34 bal, y los más preparados se encargaban de cuidar la fidelidad de los textos reli- giosos. Se cree que la preparación más sólida encontrada en los primeros grupos conversos a la nueva fe se debió al conocimiento que provenía del estudio de los textos hebreos, y que paulatinamente descendió cuando la divulgación se hizo en griego y latín. De hecho, es importante destacar que Jesús no se comunicó por medio de la escritura o el dictado. Se reconoce su conocimiento de las Escrituras judías; por tanto, se deduce su dominio de la lectura, no así de la escritura, puesto que no hay registros que indiquen que él o sus discípulos hayan dedicado tiempo a la preservación escrita de las enseñanzas o de los sucesos vividos. Los primeros documentos escritos que ayudaron a la difusión de la nueva fe los escribió el apóstol san Pablo, en unas cartas auténticas que datan del año 60 del siglo I d.C.; siguió el Evangelio de Marcos (65 y 70 d.C.), de Mateo y Lucas (80 y 90 d.C.), y hasta la última década del siglo I, de Juan. Esto significa que, desde la muerte de Jesús hasta los registros de Juan, la palabra se transmitió oralmente de un converso a otro y de una región a otra. El arameo, la lengua de Jesús, pau- latinamente cambió al llegar a culturas no judías, al igual que los observadores directos de los hechos, hasta convertirse en relatos divulgados de voz en voz. El valor literario en los documentos escritos surgió propiamente con los Evangelios en la tercera generación cristiana. Una de las principales narraciones es la “Pasión de Cristo crucificado”, que da testimonio de su salvación y es el centro del ritual cristiano, la eucaristía.44 La producción de los textos cristianos fue en aumento hacia el siglo II d.C. para predicar en la catequesis, para debates teológicos y sobre todo para oficios divinos, en los cuales los creyentes escuchaban y memorizaban las enseñanzas. En el siglo III d.C., el latín empezó a predominar en el cristianismo romano y se convirtió en la lengua oficial de la liturgia (360~382 d.C.). La fe de los primeros cristianos descansó en la herencia de Jesús, cuya pre- sencia y palabra se preservó por medio de la memoria y la oralidad, no por escrito alguno; la nueva religión en su etapa temprana no estuvo representada por el “libro”: la Biblia. Los textos que al paso del tiempo la conformaron se reunieron gradualmente por la misma comunidad cristiana en medio de desacuerdos y dife- rencias internas, sin autoridades eclesiásticas que marcaran alguna norma. No fue sino hasta mediados del siglo IV d.C. cuando los libros que se empleaban en los oficios públicos se convirtieron en “regla de fe” y eran los únicos que se leían en los oficios religiosos. Durante la Edad Media, se incorporaron otros textos toma- dos de sermones pronunciados por papas o Padres de la Iglesia. El lector cristiano —al igual que el lector de la antigüedad— mantuvo la expresividad, misma que debía ser “simple, clara, adaptada a todo género de elocución e igualmente debe poseer juego viril, ni humilde, ni exageradamenteorgullosa, ni quebradiza, ni 44 “Sacramento instituido por Jesucristo en la última cena, que consiste en que, por las palabras pro- nunciadas por el sacerdote en la consagración, el pan y el vino de ésta se transforman en el cuerpo y la sangre de Jesucristo”. M. Moliner, op. cit., vol. I, p. 1239. 35 gélida y carente sobre todo de cualquier inflexión femenina”,45 pero a diferencia del lector antiguo, contaba con una notable mejoría en la legibilidad de la página. Hasta el siglo IV, los libros eran modestos, se elaboraban entre los fieles le- trados más capaces, por escribas no profesionales y sólo tenían como finalidad el uso interno. Los libros tenían un tamaño promedio entre 20 y 25 cm de alto, y de 8 a 15 cm de ancho, la escritura empleada era la “documentaria reformada” (cercana con las variantes de la cursiva) y cada ejemplar contenían un solo docu- mento. Eran libros de factura y apariencia sencillas, pero en ellos ya se encontraba la preocupación por la presentación correcta de los textos que realizaban los editores cristianos cultos. De tal forma, el lector cristiano podía leer en público una página que gráficamente presentaba menor número de líneas de texto por página, menos letras por renglón y una mayor frecuencia de acentos, puntuación y pausas de respiración. La vida abacial fue determinante para la construcción del texto destinado a la lectura, en la medida en que los monasterios concentraron un ambiente cultural de inigualable riqueza intelectual y estética que repercutió en el diseño, la com- posición y la concepción misma de la página, dado que sólo podían ingresar a los claustros aquellos que tenían el conocimiento suficiente en el manejo de las letras y querían dar seguimiento a una vida de estudio. Fue el tiempo en el que el lector pagano se extinguió, al igual que las páginas elaboradas en scriptio continua. El acto de leer de forma personal, la lectio divina, no se reconocía como una actividad intelectual ni se practicaba para reunir un conocimiento con la fi- nalidad de argumentar y demostrar algo: no existía ningún atisbo de curiosidad intelectual. La lectura se hacía con grandes pausas (divitio) para la reflexión y la profundización de la palabra divina, con la cual el lector se involucraba para lograr expresar a través de ésta los propios sentimientos. La completa significación de esta forma de lectura se entiende si se asocia a su vez con una particular forma de oración: la meditatio, que consistía en la repetición constante de la palabra por medio del murmullo o la voz en alto para impregnarse de la palabra en un plano psíquico espiritual. Para mediados del siglo VIII d.C., la lectura silenciosa había terminado por implantarse, al grado que san Isidoro de Sevilla la consideraba un método digno de elogio: “leer sin esfuerzo, reflexionar sobre lo que se ha leído y hacer más difícil que se escape luego de la memoria”.46 El valor del texto y, en consecuencia, el del libro que lo contenía, no radicaba en el objeto ni tampoco representaba mayor cultura su posesión; la verdadera im- portancia era la formación espiritual a la que se aspiraba a través del documento. Con el cristianismo, los libros se concentraron en manos de instituciones religiosas para servir a la Iglesia o la formación espiritual y educativa de sus miembros, y úni- 45 S. P. Cortés, op. cit., p. 150. 46 Isidoro de Sevilla, Libri sententiae, III, 13:9. Citado por Alberto Manguel, Una historia de la escritura, p. 89. 36 camente unos cuantos clérigos pertenecientes a la alta jerarquía se encontraban en posesión de libros propios. El nombre mismo de bibliotheca, que era una herencia de la cultura latina clásica, al inicio de la Edad Media fue largamente restringido has- ta significar sobre todo la Biblia y no perdió ese sentido especial hasta los siglos XII y XIII d.C., cuando las Escrituras empezaron a ser designadas con el término Biblia.47 En el siglo VIII, el acopio, la catalogación, la recopilación y la preservación de los libros estuvieron a cargo de los armarius, cuyas funciones eran múltiples y vitales para el desarrollo de lo que hoy se conoce como proceso editorial; su trabajo iniciaba con la planeación y el equipamiento de la biblioteca y del scrip- torium: inspeccionaban e inventariaban el material resguardado y atendían todas las funciones que ahí se requerían; también eran las personas que planeaban la manufactura de los libros copiados, proveían de los materiales y el equipo de escritura, e inclusive supervisaban a los copistas. Los armarius eran la única auto- ridad que podía corregir los manuscritos, hacer cambios gramaticales, cambiar la puntuación y la acentuación, ya que sólo ellos tenían el conocimiento y la prepa- ración necesarios; se le puede ver como el personaje emblemático que sintetiza las complejas relaciones entre la página escrita y la voz en el monacato medieval: Fue la lectura y su importancia pastoral, más que el arte de la escritura, las que dieron el gran impulso a la búsqueda de legibilidad, a la gradual constitución de una página con amplias ayudas al lector, en breve, a una página legible. El arte de la escritura debió sin duda crear los medios visuales para ello, pero la voluntad no provenía de las necesidades de expresión del escritor. No fue sino hasta el siglo XI d.C., en los umbrales del periodo escolástico, que la lectura y la escritura, el autor y su página personal, encontraron una novedosa relación funcional.48 Por consiguiente, el monacato representa un mundo espiritual en el que la voz, el murmullo y el silencio fueron puestos al servicio de Dios. EL INTERVALO O BLANCO Los conceptos de palabra, frase o párrafo no estaban presentes en las columnas de texto realizadas en scriptio continua que, desde su surgimiento en la época he- lenística, permaneció hasta el siglo X d.C., cuando se generalizó en Europa el es- pacio blanco entre palabras, primero en libros religiosos y después en libros laicos. La gramática latina carecía de un término que definiera “palabra” (difícil de enunciar, aun para los lingüistas actuales), así como de las técnicas de reconoci- miento de las unidades analíticas para hacer una distinción entre palabras y unida- des significantes menores o mayores. Los términos cercanos eran pars orationes, dictio o vox, que no son del todo claros ni la definen lo suficiente. 47 S. P. Cortés, op. cit., p. 163. 48 Ibid., pp. 169–170. 37 El lector antiguo, cuando se encontraba frente a una página que carecía de marcas de división, quedaba a cargo del reconocimiento de las unidades de senti- do y de la aplicación de las pausas que considerara necesarias, para lo cual, de for- ma inmediata y por única vez, hacía sus propios registros para presentar el texto frente al público expectante, sin intentar en ningún momento alterar el contenido original. De tal forma: “llamaba distinguere al trabajo de señalar gráficamente las unidades de sentido; la misma tarea que los gramáticos llamaban discretio, segun- da parte de la ciencia de la lectura. Por derivación, distinguere llegó a significar ‘marcar, dividir mediante un punto’, es decir ‘puntuar’”.49 Al momento de puntuar su página, el lector tenía como propósitos retirar am- bigüedades y recuperar los valores retóricos y estilísticos que no estaban presen- tes en el texto. Poco a poco, se incorporó a este ejercicio la inserción del espacio entre palabras al advertir el aumento de la legibilidad en la página, un mérito que se debe a los monjes irlandeses del siglo VI d.C., con quienes propiamente surgió el concepto de palabra. Antes de este periodo, no se aplicaba el blanco de manera sistemática; los manuscritos de la época muestran más una sucesión de letras continuas y sólo pueden apreciarse algunos espacios reducidos para señalar el final de una frase o un periodo. Los amanuenses anglosajones, al copiar los textos latinos sin el domi- nio de la lengua,
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