Logo Studenta

Bonaparte Marie - La Sexualidad De La Mujer - Leonardo Anaya Carmona

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

LA SEXUALIDAD 
DE LA MUJER
<§
E D I C I O N E S H O R M É S. A.
Distribución Exclusiva 
E D IT O R IA L PAIDÓS
BUENOS AIRES
Titulo del Original Francés
Se x u a l it e d e l a F e m m e
E d itad o p o r Presses U niversita ires de F rance
Traducido por
SUSANA DUBCOVSKY 
e
IR E N E F R IE D E N T H A L
©
Copyright de todas las ediciones en castellano por 
EDICIONES HORMÉ, S. A.
Santa Fe 4981 — Buenos Aires
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 
IMPRESO EN LA ARGENTINA
La Bisexualidad en la mujer
C A PÍT U L O I
SOBRE LA FRECUENTE INADAPTACIÓN DE 
LA MUJER A LA FUNCIÓN ERÓTICA
L a naturaleza no siempre realiza una perfecta adaptación 
de los organismos a las funciones que deben cum plir en su 
medio; a m enudo se ve que la adaptación a la función erótica 
es más deficiente en la m ujer que en el hom bre.
Digo función erótica y no función de reproducción, por­
que es sabido que hay innum erables m ujeres perfectam ente 
fecundas, y por lo tan to muy bien adaptadas a la función de 
reproducción, que perm anecen, sin embargo, inadaptadas a la 
función propiam ente erótica. Frigidez y esterilidad son facto­
res generalm ente disociados.
T a l como Freud lo h a dem ostrado en su ensayo Sobre la 
sexualidad femenina,1 parecen existir tres grandes grupos de 
mujeres; cuyas características surgen de la diferente forma de 
reaccionar al traum atism o decisivo que es para la n iña el des­
cubrim iento de la diferencia de los sexos. Unas reemplazan 
tem pranam ente el deseo de tener un pene por el deseo de te­
ner un hijo, y se convierten en verdaderas m ujeres normales, 
vaginales, m aternales. Otras abandonan la com petencia con el 
hom bre porque sintiéndose armadas en form a desigual renun­
cian a toda sexualidad objetable y alcanzan psíquica y social­
m ente, dentro de la especie hum ana un status semejante al de 
las obreras de un horm iguero o de una colmena. Otras, final­
m ente, a pesar de la realidad, que ellas no pueden aceptar 
y niegan, se aferran a aquello que toda m ujer guarda de viri­
lidad psíquica y orgánica, el complejo de virilidad y el clítoris.
Por otra parte, no hay que olvidar que estos diversos ti­
pos raram ente se presentan puros. A m enudo concurren en
l Über die tueibliche Sexualitdt, 1931.
12 M ARIE BONAPARTF
una misma m ujer cosas de cada uno de estos tres tipos, si bien 
el predom inio de uno de ellos es suficiente para dar al ser 
entero su característica individual.
No nos ocuparemos por el m om ento del segundo grupo, 
el de las “renunciadoras”, que frecuentem ente tienen más ras­
gos en común con el tercer grupo, el de las “reivindicadoras”, 
que con el prim ero, el de las “aceptadoras”. De este últim o 
grupo nos ocuparemos al final. D irigiremos toda nuestra aten­
ción hacia las “reivindicadoras”, dado los im portantes proble­
mas psicobiológicos que nos plantea su observación.
Ya hemos dicho que las m ujeres que pertenecen a este 
grupo se aferran a lo que pueden conservar de viril. Pero se 
produce un hecho curioso: frecuentem ente hay en ellas un 
divorcio entre los dos factores de adaptación a su función. La 
m ujer para llegar a ser plenam ente m ujer, debe cam biar su 
zona erógena directriz clitorídica-infantil y su objeto de am or 
i: cial. El prim er objeto de amor es para la niña, su madre, 
la m ujer am ada y deseada por ella, según parece, du ran te el 
estadio fálico por el que todo ser atraviesa, con la misma 
orientación libid inal, y las mismas zonas erógenas que el niño. 
Hay que tener en cuenta las im portantes observaciones que 
•Jeanne Lam pl de G ro o t2 ha form ulado en este sentido.
E ntre las m ujeres que no abandonan su virilidad, algunas 
no renuncian ni a su objeto de amor prim itivo ni a la zona 
erógena directriz fálica y se convierten en homosexuales. Otras, 
por el contrario, habiendo efectuado en form a satisfactoria 
el pasaje de la m adre al padre como objeto de amor, y no 
pudiendo im aginar un objeto de am or tan despreciable como 
ellas mismas por estar privadas del falo, conservan con tena­
cidad como zona erógena dom inante la zona fálica, y am arán 
y desearán con ese órgano masculino inapropiado para la 
función fem enina, a objetos de amor masculinos.
T odo analista conoce la dificultad que presenta la cura­
ción de este últim o tipo de mujeres. En realidad, el psicoaná­
lisis registró éxitos en estos casos: son testigo de ello el núm ero 
de recién casadas a las que les fue perm itido o facilitado 
gracias al análisis el pasaje de la sensibilidad clitorídica exclu­
2 Zur Entwicklungsgeschichte des (Edipuskomplexes der Frau 
(Sobre la evolución del complejo de Edipo en la mujer), 1927.
siva, a la sensibilidad vaginal, es decir la adaptación a la fun­
ción erótica fem enina. Pero en estos casos de análisis precoz 
de una función que no está plenam ente establecida, es difícil 
determ inar lo que realizó el análisis y lo que la vida por sí 
misma ha logrado; pues se sabe, que a la inversa del hom bre, 
a la m ujer siempre le es necesario u n cierto tiempo para adap­
tarse a la función erótica, pero pasado éste generalm ente lo 
consigue.
Más asombrosos son los casos tardíos de adaptación de 
m ujeres clitorídicas a la función vaginal, que el psicoanálisis 
perm ite a veces señalar.
Sin embargo, en muchos casos de clitoridism o de larga 
data, la acción terapéutica analítica se hace difícil; la tenaci­
dad de la fijación a la zona fálica es desconcertante, y sobre­
vive incluso al análisis de las prim eras fijaciones fálicas a la 
m adre. Esta frigidez parcial, y lim itada a una anestesia vagi­
nal, tiene un pronóstico menos favorable que la frigidez total, 
anestesia de la vagina y del clítoris a la vez.
Las m ujeres totalm ente frígidas, aún duran te largo tiem ­
po, en general evolucionan m ejor que las m ujeres clitorídicas, 
ya sea bajo la influencia del análisis o sim plem ente de la vida, 
en v irtud del carácter esencialmente histérico de sus inh ib i­
ciones.
Como se ve, me ocupo aquí de una cuestión que Helene 
Deutsch ha dejado de lado en su estudio sobre la frigidez 
de la m ujer en relación con el masoquismo fem enino norm al 
fundam ental.3 En efecto, escribió que en su trabajo descuidaba 
“esas formas de la frigidez que se encuentran bajo el signo 
del complejo de virilidad, de la envidia del pene. En ellas, la 
m ujer continúa con su exigencia inicial de un pene, no aban­
dona la organización fálica, y no se lleva a cabo el viraje hacia 
la actitud fem enina pasiva, condición de la sensibilidad va­
ginal” .
Sin em bargo, esta form a parcial de frigidez es, a m i pare­
cer, no sólo la más rebelde sino tam bién la más frecuente. El 
núm ero de m ujeres que la padece, es m ucho mayor de lo que 
los hombres, en general sospechan, dada la costumbre feme­
3 Der feminine Masochismus und seine Beziehung zur Frigiditüt 
(El masoquismo femenino y sus relaciones con la frigidez), 1930.
n ina de disim ular con u n a m entira sus carencias en el plano 
erótico. Por otra parte, la forma en que las m ujeres soportan 
este tipo de frigidez, es muy variable. Unas se resignan como 
si fuese u n a orden del destino, y se conform an con im aginar 
a todas las m ujeres según su prop ia imagen, para consolarse. 
Para muchas clitorídicas, las m ujeres que se vanaglorian de 
los placeres del abrazo masculino son jactanciosas y em buste­
ras, salvo algunas excepciones.
Otras clitorídicas sobrecompensan su inferioridad, sin em­
bargo m anifiesta, en la un ión sexual, haciendo de ésta un 
m otivo de vanidad. Son las que pueden perm anecer indepen­
dientes de las seducciones del acoplam iento, libres del hom bre, 
lo que les perm ite en ocasiones evitarlo, en particular por la 
m asturbación, siempre posible para estas mujeres. Algunas 
clitorídicas, sin embargo, más sinceras consigo mismas reco­
nocen su sufrimiento.
HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS Y 
BIOLÓGICAS
a) T r a b a j o s p s i o o a n a l í t i c o s
C o m o l o h e m o s señalado, elestudio de estas m ujeres plantea 
los más im portantes problem as psicobiológicos. Gracias a las 
observaciones de Freud sobre la necesaria transferencia pube- 
ral del centro de la sensibilidad erógena fem enina del clíto­
ris a la vagina, es posible considerar que la perm anencia del 
clítoris como zona erógena fem enina dom inante, indica una de­
tención evolutiva. Pero esta com probación por sí sola está le­
jos de agotar la cuestión. Por variadas que puedan ser las 
causas de semejante perturbación de la evolución, y en vista de 
la m ultip licidad de factores que pueden favorecer o dificul­
tar, el desarrollo de todo ser hum ano, conviene buscar en 
esta m ism a m ultip licidad los lincam ientos de algunas leyes.
Como se sabe, diversos autores psicoanalíticos se han ocu­
pado ya de este tema, no circunscribiéndose al tem a en sí, 
pero indirectam ente diríam os a sus diversos contextos, enten­
diéndolo siempre en función del complejo de virilidad de la 
m ujer y del complejo de castración en general. Ya sea para afir­
marlos o para negarlos. Basta con citar aqu í los nombres de 
Van O phuijsen, con sus Contribuciones sobre el complejo de 
virilidad de la m ujer (1916-1917), donde ha considerado en 
form a adecuada la relación fundam ental entre el complejo de 
virilidad femenino, el erotismo uretra l y la m asturbación cli­
torídica; Abraham , con su extenso y bello estudio Sobre las 
manifestaciones del complejo de castración en la mujer (1921); 
Helene Deutsch en Psicoanálisis de las funciones sexuales fe-
meninas (1925) y su bien pensado artículo sobre el Maso­
quismo femenino y su relación con la frigidez (1930); Karen 
H orney con sus estudios sobre la Génesis del complejo de casr 
tración en la m ujer (1923), sobre la Fuite hors la féminité
(1926) y sobre la Negación de la vagina (1933); Josine Mü- 
11er con su Contribuciones sobre el problema de la evolución 
libidinal de la niña en la fase genital (1931); Jeanne Lam pl 
de Groot, con sus profundas observaciones sobre la prehisto­
ria de la Evolución del complejo edípico en la niña (1927); 
M elanie Klein, con su Estados precoces de conflicto edipico 
(1928) y su Psicoanálisis de los niños (1932); Ernest Jones, 
sobre el Desarrollo primario de la sexualidad en la mujer
(1927) y la Fase fálica (1933) ; R u th Mack Brunswick, con su 
Análisis de un delirio de celos (1928); O tto Fenichel con su es­
tudio sobre la Prehistoria pregenital del complejo de Edipo 
(1925) en el que sólo la fijación prefálica a la m adre, está 
notablem ente es tu d iad a ;1 y por fin los dos grandes estudios 
de Freud que com pletan las observaciones fundam entales de 
los Tres ensayos sobre la teoría sexual (1905) : Algunas conse­
cuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos 
(1925) y Sobre la sexualidad femenina (1931) y tam bién los 
ensayos sobre Femineidad, contenidos en las Nuevas conferen­
cias sobre Psicoanálisis (1932).
Cada uno de estos trabajos contiene observaciones y refle­
xiones valiosas. Su error principal consiste en negar, a m enudo, 
en forma demasiado exclusiva todo aquello que no sea su 
prop ia y fragm entaria verdad. Yo no los discutiré aqu í en 
detalle, a quienes interese la cuestión podrán leerlos, y los 
puntos de concordancia y divergencia con mis propias op i­
niones se verán fácilmente. Me basta con subrayar aqu í que, 
en lo que se refiere al problem a central del complejo de v iri­
lidad femenino, los autores analíticos están orientados hacia 
dos grandes tendencias opuestas. Unos, como Freud, Jeanne 
Lam pl de Groot, H elene Deutsch, y yo misma, le asignan, en 
prim er lugar, raíces biológicas, que luego pueden ser secun­
dariam ente reforzadas. Los otros, como Karen H orney, M e­
lanie Klein, Ernest Jones, le atribuyen raíces psicógenas más
l Nota de 1948: También de SAndor Radó: Fear of Castration in 
Women, 1933.
l a s e x u a l id a d d e l a m u j e r 17
tardías: la hu ida frente a la fem ineidad, ya sea por tem or a 
sus peligros, por un sentim iento de culpa edípico, incestuoso, 
o bien, por la decepción experim entada en la relación amo­
rosa hacia el padre. Todos los trabajos en que estos factores 
figuran en prim er plano, finalizan por derivar el complejo de 
v irilidad de la m ujer de una reacción em inentem ente secun­
daria. En verdad, no se puede desconocer la im portancia 
psíquica de estas influencias secundarias, pero a tribu irle el 
rol dom inante en la génesis del complejo de virilidad de la 
m ujer, parece una actitud antibiológica, que relega a segundo 
p lano la bisexualidad fundam ental, a la que es necesario no 
perder de vista en n ingún m omento. Lo m asculino y lo fe­
m enino coexisten originariam ente en todo ser hum ano; el 
sexo predom inante acentúa más uno u otro aspecto, y los 
acontecimientos infantiles vienen luego sim plem ente a edifi­
car sus reacciones sobre este fondo, donde lo bisexual, en toda 
la am plitud del térm ino, es lo biológicam ente prim ario. La 
bisexualidad está en la raíz misma de las manifestaciones psí­
quicas prim arias, en la envidia del pene, en las prim eras 
manifestaciones lih iinales, de las que dice Freud en su ensa­
yo Sobre la sexualidad femenina (1931): “ la in tensidad que 
les es propia es superior a todas las emociones ulteriores; in ­
tensidad que verdaderam ente podemos calificar como incon­
m ensurable”.
En los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad (1905), 
Freud hab ía ya escrito que “en el ser hum ano no se encuen­
tran, ni en el sentido psicológico, ni en el sentido biológico, 
virilidad o fem ineidad puras. Cada individuo presenta una 
mezcla de sus caracteres sexuales biológicos con rasgos del otro 
sexo, y una com binación de actividad y pasividad, tan to en la 
m edida en que los rasgos psíquicos dependen de los biológi­
cos, como en la m edida en que son independientes” . No po­
dría haberse reconocido m ejor en nosotros, la parte que corres­
ponde a la biológico y a lo psicológico.
T am bién se puede pensar que, cuando la tenacidad de la 
fijación de la libido en el clítoris es muy grande, puede tener 
el valor de un rasgo biológico viril fundam ental incorporado 
al organism o femenino.
b) U n a t e o r í a b i o l ó g i c a d e l a b i s e x u a l i d a d
El estudio de la bisexualidad en la naturaleza, está desde 
hace un cierto tiem po ocupando un prim er plano, no sola­
m ente en la ciencia psicoanalítica, sino tam bién en todas las 
ramas de la biología.
No pasaré revista aqu í a todos los trabajos sobre el tema, 
tampoco me ocuparé en particular, en este m om ento, de aque­
llos que estudian la bisexualidad anim al, o se apoyan sobre 
todo en ella. Por más im portantes que puedan parecer las 
conclusiones que derivan de ellos, y aunque parezcan aplicar­
se al ser hum ano, es el estudio directo del hom bre lo que se 
im pone a un psicoanalista en prim er lugar.
Pero la obra de un autor que no pertenece al grupo psico- 
analítico, merece igualm ente la atención de éstos. Y quisiera 
m ostrar aquí las divergencias y las concordancias que existen 
entre los puntos de vista del biólogo Gregorio M arafión y los 
de los psicoanalistas. Para hacerlo me referiré a su obra: La 
evolución de la sexualidad y los estados intersexuales,2 que 
sería más adecuado llam ar bisexuales.
Basada en una larga experiencia médico-clínica, la tesis 
general del biólogo español se apoya en el descubrim iento de 
la ley general que considera que, todo ser hum ano viene al 
m undo conteniendo en potencia los dos sexos, uno de los cua­
les, ulteriorm ente, bajo influencia horm onal (si ésta es creado­
ra o sim plem ente protectora, poco im porta para é l ) , se des­
arrolla en forma predom inante, sin llegar jamás a ahogar to­
das las m anifestaciones del otro sexo.
Pero, m ientras el sexo masculino sería progresivo, el sexo 
femenino sería regresivo, es decir, sólo el hom bre alcanzaría 
el pleno desarrollo somático que corresponde a la especie. La 
m ujer vería detenida su evolucióngeneral alrededor de la 
pubertad , por el crecimiento de anexos destinados a la m a­
ternidad, los cuales absorben gran parte de las fuerzas em­
pleados por el hom bre para edificar su organismo propiam en­
te dicho. De estas leyes se inferiría que, el hom bre general-
2 La Evolución de la Sexualidad y los Estados intersexuales, 1930.
m ente sufre una crisis intersexual, fem inoide, antes de su p le­
na pubertad , cuando su virilidad no está todavía afirm ada. 
En tan to que la m ujer, sufre su crisis intersexual norm al, vi- 
riloide, después de la menopausia, cuando desaparece la in ­
fluencia inhibidora de sus ovarios.
La fem ineidad sería así, “una etapa del desarrollo com­
prendida entre la adolescencia y la virilidad, a su vez esta ú l­
tima, una etapa que, por motivos estrictam ente biológicos y 
no metafísicos, podemos considerar como la fase term inal de 
la evolución orgánica”.
Estos puntos de vista son m uy discutidos; se les rebate 
que las diferencias entre la evolución fem enina y la m asculina 
no son una cuestión de grado sino de calidad, que el hom bre 
y la m ujer son, sim plem ente, una cosa distinta. Creo que con 
este argum ento no se hace justicia al pensam iento de Mara- 
ñón. Él no ha dicho que la m ujer no fuera más que una ado­
lescente; sino que ella contiene yuxtapuestos, o m ejor dicho, 
imbricados, una adolescente, representada por su organismo 
más grácil, y una m ujer, por sus anexos m aternales que 
además, tiñen con su. influencia el conjunto de ese cuerpo grá­
cil. Esto equivale a decir que la m ujer es a la vez fem enina 
por sus órganos femeninos y sus tendencias m aternales, y mas­
culina por su complejo de virilidad. Sería inoportuno para 
un psicoanalista oponerse a este argum ento.
M arañón consagra numerosos capítulos al estudio de los 
rasgos intersexuales en el hom bre y en la m ujer. Pasa revista 
a los grandes síndromes de bisexualidad: herm afroditism o, 
pseudoherm afroditism o, crip torquidia, hipospadias; y luego a 
los rasgos viriloides o feminoides que pertu rb an el cuadro 
unisexual de cada ser, ya sean éstos físicos o psíquicos, de 
orden propiam ente erótico o aun de orden social.
Nos detendrem os en el enfoque que este biólogo hace del 
problem a de la libido (a la que atribuye un sentido mucho 
más restringido que el freu d ian o ), y del orgasmo. “El orgas­
m o de la m ujer, que no es in d isp en sab le ... (para la repro­
ducción) , es según todas las apariencias una característica de 
naturaleza viriloide, intersexual, como ya lo hemos dicho a 
propósito de la lib ido”. H e aquí una opinión que armoniza 
con el pu n to de vista de Freud sobre la esencia m asculina, o
por lo menos única de la libido.3 En otro lugar, hab ía dicho 
M arañón: “En el hom bre, el orgasmo tiene por substratum 
un órgano muy diferenciado, ricam ente vascularizado e iner­
vado, el pene. En la m ujer, el órgano correspondiente, es el 
clítoris, que queda en estado rudim entario , y frecuentem ente 
es poco sensible a las excitaciones que no sean enérgicas y 
prolongadas; en cambio hay en ella, una gran difusión de la 
sensibilidad erótica hacia las mucosas vecinas (vulvar y a n a l) , 
y a toda la piel, hiperestesiada de los senos. Por esta razón, 
como ya lo hemos dicho, la m ujer es más sensible a las cari­
cias que el hom bre”. Estas observaciones son correctas y n in ­
gún psicoanalista puede eludirlas, pero la divergencia co­
mienza a p artir de este punto. C uando M arañón, basándose 
en la observación justa de que los apetitos eróticos de la m u­
jer y sus posibilidades orgásticas van creciendo con la edad 
agrega, y vuelve sobre este punto en varias oportunidades: 
“El orgasmo femenino, además de ser lento, es casi siempre 
tardío en su aparición cronológica. En muchos casos su des-
8 En Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, 1905, Freud 
escribió: “Si se toman en consideración las manifestaciones autoeróticas 
y masturbatorias, se puede presentar la tesis de que en la sexualidad de 
las niñas hay un carácter esencialmente masculino. Más aún, uniendo a 
los conceptos de masculino y femenino nociones más precisas, se puede 
afirmar que la libido es de una manera constante y regular de naturaleza 
masculina, que aparece en el hombre o en la mujer con abstracción de 
su objeto, hombre o mujer”. (Trad R e v e r c h o n , Paris, Gallimard, 1932, 
pp. 147 y 148).
En las Nuevas conferencias sobre psicoanálisis, 1935, Freud escri­
bió: "No hay más que una libido, que se encuentra al servicio de la 
función sexual tanto masculina como femenina. Si nos basamos en las 
relaciones convencionales hechas entre la virilidad y la actividad, la 
calificaríamos de viril, pero no hay que olvidar que ella también repre­
senta tendencias con fines pasivos. Cualquiera sea la relación con las 
palabras “libido femenina”, ésta no puede justificarse. Más aún, parece 
que la libido sufriera una represión cuando está obligada a ponerse al 
servicio de la función femenina y que, para emplear una expresión teleo- 
lógica, la naturaleza tiene menos en cuenta sus exigencias que en el 
caso de la virilidad. La causa puede encontrarse en el hecho de que la 
realización del objetivo biológico: la agresión, se encuentra confiada 
al hombre y permanece, hasta un cierto punto, independiente del con­
sentimiento de la mujer” (Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung 
in die Psychoanalyse, 1932, p. 183, trad. A n n e B e r m a n , París, Gallimard, 
1936, p. 180).
arrollo espontáneo no se com pleta hasta que la m ujer se acer­
ca a los cuarenta, y a veces, incluso, goza por prim era v e z .. . 
La verdadera razón consiste a mi entender, en que el órgano 
específico del orgasmo femenino, el clítoris, siendo de filia­
ción masculina, alcanza muy tarde su desarrollo completo, 
com parable, en este sentido, al desarrollo de otros caracteres 
viriles que preceden o acom pañan a la m enopausia fem enina”. 
M arañón parece ignorar algo que es elem ental para el psico­
análisis: la existencia de dos zonas erógenas dominantes en la 
m ujer, capaces cada una a su m anera de procurar el orgasmo 
a la m ujer, pero que a m enudo son antagónicas.
Todos los psicoanalistas conocen el obstáculo que significa 
la persistencia y, con más razón, la intensificación de la sen­
sibilidad clitorid iana para el establecim iento de la función 
vaginal, indispensable para la sensibilidad de la m ujer en el 
coito norm al. Desde el pu n to de vista de la victoria sobre la 
frigidez en el coito, no es con un Tanto m ejor, sino con un 
Tanto peor, como hay que recibir la recrudescencia de que 
hab la M arañón.4
A pesar de la exactitud de las observaciones del biólogo 
español sobre el valor m asculino del clítoris, parecería que 
siendo él mismo del sexo masculino, no pudiera llegar a pen­
sar en un orgasmo que no tenga relación con un órgano del 
tipo del pene. Sin embargo, la realización biológica más no ta­
ble del organismo femenino, es justam ente el poder derivar
4 En su Psicoanálisis de las funciones sexuales femeninas (Psy- 
choanalyse der weiblichen Sexualfunktionem, 1925), H e l e n e D e u t s c h 
pretende haber observado varias veces una regresión de la sensibilidad 
erógena de la vagina al clítoris, después de la menopausia, lo que estaría 
de acuerdo con la tesis de Marañón sobre la fase viriloide post-menopáu- 
sica de- la mujer, pero no con aquella según la cual se observa en la 
hiperexcitabilidad del clítoris un progreso en la adaptación de la mujer 
a la función propiamente erótica. Porque, me dijo Helene Deutsch, estas 
mujeres que antes estaban satisfechas con «1 coito normal, ya no lo están 
más y le son necesarias caricias externas para llegar al orgasmo.
Sin embargo yo creo, que en general, la mujer que tuvo posibilidad 
del orgasmo vaginal durante la época de su plena femineidad, la conserva 
después de su menopausia, como ella conserva, (y Marañón lo ha obser­
vado así tam bién), la elección heterosexual del objeto, a pesar de la 
fase más o menosviriloide en la que ha entrado. El automatismo de 
repetición del sistema nervioso central continúa haciéndola reaccionar 
como antes.
la libido clitoridica, que es una fuerza masculina, y su m áxim a 
expresión, el orgasmo, hacia vías propiam ente femeninas, trans­
firiendo el centro erógeno desde el clítoris, substratum mas­
culino, hacia la vagina cloacal; y esta transferencia es a veces 
tan completa, que el clítoris queda insensible. La m ujer con 
posibilidades orgásticas vaginales, supera entonces a m enudo 
al hom bre, ya que parecería que las m ujeres ultravaginales, 
fueran justam ente aquellas en las que el orgasmo se produce 
con la mayor facilidad e intensidad.
El carácter de inadaptación para la función erótica fe­
m enina prop ia de la hipersensibilidad clitoridica, parece así 
haber escapado al exam en de M arañón. En un sentido, esta 
hipersensibilidad es m ucho más de lo que él cree un fenóme­
no “in tersexual” , ligado a la bisexualidad de los seres, y al 
complejo de virilidad tan profundam ente pertu rbador de la 
fem ineidad de la m ujer.
Esta laguna en la obra del biólogo español, por o tra par­
te observador y pensador de valor, m uestra hasta qué punto 
los conocimientos, y yo d iría más, la experiencia psicoanalí- 
tica, es indispensable para todo aquel que quiera estudiar los 
problem as de la sexualidad hum ana.
Las dos disciplinas están íntim am ente relacionadas como 
para poder, de aquí en adelante, ignorarse m utuam ente. En 
lo sucesivo, será imposible dejar de lado los irreemplazables 
métodos de exploración psicoanalíticos en el estudio de la 
psicosexualidad. “Los matices de la sexualidad de la m ujer, 
—escribe M arañón—, form an parte de un todo im penetrab le . . . 
para el investigador”. Se entiende, para el investigador no 
analista. Como lo ha dicho Freud,5 en realidad, la psicosexua­
lidad de la m ujer es un “continente negro”, y aún lejos de 
estar explorado; los únicos pioneros que han logrado penetrar 
en él llevaban la bandera del psicoanálisis.
6 Die Frage der Laienanalyse (Psicoanálisis y medicina), 1926.
EVOLUCIÓN COMPARADA DE LA LIBIDO 
EN LOS DOS SEXOS
Si r e u n i m o s l o s d a t o s psicoanalíticos que nos han proporcio­
nado en el curso de estos últim os años los trabajos de los 
diversos autores, y nuestras observaciones clínicas personales, y 
los relacionamos con los datos actuales de la biología, creo 
que tendrem os en nuestro poder suficientes elementos como 
para in ten ta r un ensayo biológico-psíquico sobre la evolución 
com parada de las dos sexualidades hum anas. Después de ha­
cerlo volveremos al problem a particu lar de la sexualidad fe­
m enina, del que hemos partido.
a) U n a r e s e ñ a e m b r i o l ó g i c a
Abraham , en su Ensayo sobre la historia de la evolución 
de la libido,1 escribía: “Hace mucho tiem po que hemos tras­
ladado la ley biogenética fundamental de la evolución orgá­
nica del hom bre, a su evolución psíquica (psicosexual). La 
experiencia cotidiana del psicoanálisis m uestra al analista que 
el individuo, tam bién en el dom inio psíquico, reproduce la 
evolución de la especie. U na am plia experiencia clínica nos 
autoriza a proponer además una regla especial para la evolu­
ción psicosexual, según la cual, esta últim a sigue desde lejos,
i Versuch einer Entwicklungsgeschichte der Libido, 1924. Se sabe 
que la ley biogenética de Haeckel, según la cual la ontogenia reproduci­
ría en forma abreviada la filogenia, actualmente es muy discutida. Ver 
en particular G. R. de Beer: Embryologie et évolution, traducido por 
Jean Rostand, donde el autor trata de establecer esencialmente, que en 
la ontogénesis no hay una recapitulación, sino una repetición, me parece 
que los paralelos fisiopslquicos de Abraham pueden mantenerse.
y como cojeando a la evolución orgánica, somática, y constitu­
ye una reedición o una reproducción tardía de sus procesos. 
El proto tipo biológico de estos procesos evolutivos a cuyo 
estudio está consagrado este ensayo, se da en el período em­
brionario más precoz, aunque los procesos psicosexuales que 
nos interesan se extiendan duran te el período de años de vida 
extra-uterina, desde el prim er año hasta la pubertad . Echemos 
un vistazo en el dom inio de la em briología; u n paralelism o 
bastante am plio se establece entre la progresión psicosexual 
por etapas, observada por nosotros, y los procesos evolutivos 
del período em brionario más precoz”.
Los paralelos biológicos puestos de relieve por Abraham , 
así como otras coincidencias que se podrían agregar, los en­
contraremos y los estudiarem os más adelante. Extendiendq el 
paralelism o biológico hasta los prim eros estadios de la evolu­
ción hum ana, comenzaremos por recordar las prim itivas dife­
renciaciones de la gonada.
Al principio habría un germ en casi indiferenciado; digo 
casi, y no totalm ente, porque parece imposible im aginar que 
las glándulas endócrinas, cuyas horm onas determ inarán en el 
curso del desarrollo em brionario, y aun después, el predom i­
nio de un sexo sobre el otro, no deban su existencia y su 
función a un estado prim itivo zigótico más o menos bien d i­
ferenciado según el caso, de la célula inicial.
L a em briología nos enseña que lo que será la glándula 
sexual del ser hum ano, aparece muy tem prano en el em brión 
(lo vemos cada vez más tem prano, a m edida que progresan 
nuestros métodos para descubrirlo) y comienza por presentar, 
macroscópicamente, un aspecto indiferenciado con los cordo­
nes sexuales prim arios. Si el organismo por nacer se inclina 
hacia el sexo m asculino, las pequeñas células germ inativas in i­
ciales de estos cordones, con tinuarán desarrollándose en la 
masa celular prim itiva y se irán diferenciando en el sentido 
masculino. Si, por el contrario, se inclina hacia el sexo feme­
nino, aparecen en la superficie de esa masa los cordones de 
Pflüger, que darán nacim iento a las células propiam ente fe­
m eninas, las que m odificarán más y más la masa celular p r i­
m itiva, que en la especie hum ana se atrofiará. Se puede decir, 
que el sexo femenino, que según M arañón se afirm aría más 
tarde, ya desde este m om ento, y de este estadio em brionario
de la gonada, se estructura biológica y psíquicam ente como 
un im portante apéndice femenino en un organism o que hu­
biera pod ido llegar a ser masculino, si no hubiera m ediado la 
influencia inh ib idora del sexo opuesto.2
No vamos a discutir aquí las variadas hipótesis propues­
tas sobre estos temas, en la oscuridad que reina todavía en el 
terreno de la biología, y que sostienen en parte un probable 
substractum orgánico de la bisexualidad hum ana fundam en­
tal. M arañón las enum era en su capítulo sobre el herm afrodi­
tismo. Fuera de los casos comprobados de herm afroditism o con 
un ovario-testículo, ¿se tra taría de insospechados restos repre­
sentativos del otro sexo que se encontrarían "fuera de las go- 
nadas, bajo la forma de corpúsculos accesorios o de células 
dispersas a lo largo del tracto urogenital?” (K rabbe). O bien, 
si la coexistencia histológica de los dos tejidos no es indispen­
sable, ¿podría una gonada de m orfología aparentem ente nor­
mal, haber recuperado en parte la ap titu d bi-horm onal que 
tenía al comienzo de su evolución, y segregar por medio de su 
tejido intersticial las dos clases de horm onas que condicionan 
la fem ineidad o la virilidad? (Zawandoski, L ipschütz). Las in ­
vestigaciones recientes que perm iten cada* vez más pensar en 
una probable p luralidad de horm onas sexuales, nos abren h i­
pótesis de más amplias perspectivas. En efecto, se ha encon­
trado que hay foliculina en la sangre y en la orina de los 
machos (Dohrn, Hirsch, Ashheim y o tro s); y tam bién que por 
medio de esta horm ona es posible hacer m adurar el tractus 
genital de jóvenes ratas machos impúberes. T odo esto, sin ol­
vidar la sim ilitud en uno y otro sexo, de una probable un idad 
de las sustancias que sirven de soporte a la libidopropiam en­
te dicha, a la excitación sexual en el sentido más amplio.
U na últim a hipótesis hace depender la existencia de ras­
gos masculinos en un organism o hem bra, y viceversa, a pesar 
de la ausencia actual de un soporte g landular de los rasgos 
bisexuales, de la existencia anterior de ese) sustrato que habría 
desaparecido después que los rasgos quedasen fijados. En la 
un idad neuroglandular form ada de esta m anera, el elemento 
nervioso irreversible, que no desaparece y que está constituido
2 Este modo de evolución embriológica de las gonadas aparece, 
especialmente, en los vertebrados.
en este caso por todo el sistema nervioso, bastaría para ex­
plicar las reacciones bisexuales del sujeto aun después de la 
desaparición del elem ento glandular que las habría condi­
cionado prim itivam ente.
b) L a s f a s e s d e l a e v o l u c i ó n d e l a l i b i d o h u m a n a
Abandonemos el terreno propiam ente biológico, tan poco 
explorado aún, para buscar en la investigación psicoanalítica 
datos más certeros.
Tom arem os como base el esquema general de la evolu­
ción de la libido trazado por Freud, y com pletado en algunos 
puntos por Abraham , tratando de aclararlo a la luz de los 
nuevos datos analíticos. Posiblem ente de esta m anera se acla­
re m ejor cómo la bisexualidad fundam ental preside la evolu­
ción hum ana.
Sabemos que el pequeño ser hum ano comienza su vida 
bajo el im perio del erotismo oral y que su libido se apoya, 
al principio sobre las grandes necesidades vitales orgánicas 
(F reu d ). La m adre es entonces su prim er objeto, por así decir­
lo, porque para el bebé es preobjetal, y está fijado a ella sin 
distinguirla de sí.
En esta prim era fase autoerótica, caracterizada por el 
impulso a succionar, todavía no hay diferencias entre el com­
portam iento de la n iña y el del varón.
La segunda fase oral, distinguida de la prim era por A bra­
ham, y que es propiam ente canibalística, está todavía centra­
da siempre sobre la m adre, a quien el bebé quisiera m order 
y devorar con los dientes que comienzan a crecerle. En esta 
fase, que correspondería, en la escala del am or objetal a la 
fase narcisística, el n iño tiene ya, seguramente, una imagen 
psíquica más clara de la m adre como un objeto separado, y 
aunque es por cierto imposible para un cerebro adulto im a­
ginar la naturaleza de esta imagen psíquica, ella debe existir. 
Sin embargo, el bebé ama este objeto narcisísticamente, como 
si fuera un apéndice de sí mismo, correspondiendo a esta fase 
canibalística, el im pulso a incorporarlo totalm ente. En este 
estadio, en el que la m adre sigue siendo el objeto central,
el com portam iento respectivo de la n iña y el. varón parecen 
ser todavía casi iguales.
No olvidemos que en los estadios pregenitales dom ina la 
distinción entre actividad y pasividad, que preceden y fundan 
am pliam ente la distinción u lterior entre masculino y femeni­
no. Como lo hab ía escrito Freud: “La m asculinidad com pren­
de el sujeto, la actividad y la posesión del pene; la fem ineidad 
continúa el objeto y la pasividad”.3
La actividad y la pasividad, tal como Freud lo ha obser­
vado muy bien, comienzan a hacerse evidentes desde que el 
niño en tra en el estadio sádico-anal, hacia el principio de su 
segundo año. Asistimos entonces al desarrollo concom itante 
de su sistema m uscular activo, y del erotismo de su mucosa 
anal pasiva.
Según nosotros, es en este m om ento, que lo masculino y 
lo femenino, y prim eram ente lo prem asculino y lo prefemeni- 
no, se esbozan a la vez en el pequeño ser. Esto se realiza en 
proporción a las acentuaciones respectivas más o menos fuer­
tes, que conducen a la erotización de su sistema m uscular ac­
tivo y a la del sistema pasivo constituido por las mucosas di­
gestivas rectales y cloacales.
La tendencia agresiva que aparece en el análisis de algu­
nos adultos, pero sobre todo de niños, y en tantos mitos y 
supersticiones prim itivas,4 y que consiste en querer dañar v 
m atar por m edio de los propios excrementos, orina y heces, 
proyectados hacia el exterior, se relaciona con la pulsión m us­
cular sádica activa, utilizada analm ente, que se m anifiesta por 
medio de los únicos proyectiles (la expectoración de la saliva 
o el esputo) que el n iño tiene a su disposición en su propio 
cuerpo. Así, el ano —como la boca— puede ser a la vez pa­
sivo o activo, aunque la pasividad sigue siendo su a tributo 
esencial.
Pero el acento lib id inal mayor que tienen, según el caso, la 
actividad m uscular sádica, o la zona erógena anal pasiva, no
3 Die infantile Genitalorganisation (La organización genital infan­
til), 1923.
4 Ver en particular a M e l a n i e K l e i n , Die Psychoanalyse des Kindes 
(El psicoanálisis del niño), 1932, ya citado en todos los trabajos de Ró- 
heim, sobre los Aurtralianós centrales.
sigue siempre paralelo al sexo predominante de las gonadas. 
El varón, para llegar a ser plenam ente viril, debería presen­
tar desde ya una mayor libidinización del sistema muscular 
activo que de la zona anal pasiva; y la niña, para llegar a ser 
p lenam ente m ujer una erotización predom inante de esta ú lti­
m a zona. Así se notaría, ya en este estadio, la mayor, o menor 
predisposición para la unisexualidad predom inante. Pero éste 
no es siempre el caso, y la bisexualidad actual y fu tu ra del 
n iño se expresa a m enudo ya en este m om ento por una eroti­
zación excesiva de la actividad m uscular activa en la niña, o 
del erotismo anal pasivo en el niño. La deficiencia relativa 
de estos dos erotismos ligados al sexo, favorecería igualm ente 
la bisexualidad.
No quiero decir con esto que el erotismo anal del varón, 
por ejemplo, sea un fenómeno bisexual tan deplorable que 
su supresión, desde ya imposible, constituyera un ideal. No, 
porque el hom bre debe poder utilizar este erotismo anal, 
transform ándolo para in tegrarlo en el conjunto de su psico­
sexualidad, de su carácter. Sólo he querido m encionar la in ­
tensidad excesiva de este erotismo. Las mismas consideracio­
nes se aplican a la erotización excesiva del sistema m uscular 
sádico-activo en la niña. Se trata de una cuestión cuantitativa, 
“económica”.
T odo lo que acabamos de decir se refiere a la prim era 
fase sádico-anal, en la que la agresividad m uscular aún no 
está inhibida, como tampoco lo está el erotismo prim itivo de 
la zona anal. Es el período en el que el n iño quisiera poder 
dedicarse librem ente tanto a sus placeres excrementicios como 
a su actividad m uscular. Pero, he aquí, que las prohibiciones 
de la educación han comenzado ya a intervenir para refrenar 
una u otra de estas manifestaciones, sobre todo la prim era.
La segunda fase anal va a comenzar con la transform a­
ción del placer de gozar librem ente con la excreción, en el 
deber, posteriorm ente placer, de guardar las heces den tro de sí.
D urante m ucho tiem po me ha sorprendido no encontrar 
m encionada, a esta a ltu ra del cuadro trazado por Abraham , la 
fase fálica positiva. Este cuadro pasa sin transición de la se­
gunda fase sádico-anal, a la llam ada fase genital primitiva 
(fálica), que corresponde al amor por el objeto con exclusión 
del órgano genital. T raduzco aquí, para perm itir al lector
LA
orientarse, el, cuadro 
ham:
s e x u a l id a d d e l a m u j e r 2 9
Fases de organización 
de la libido
Fases evolutivas del 
amor objetal
1. Primera fase oral 
(succión)
2. Segunda fase oral 
(canibalística)
3. Primera fase sádico- 
anal
4. Segunda fase sádico- 
anal
5. Primera fase genital 
(fálica)
Autoerotismo (sin ob­
jeto)
Narcisismo (incorpora­
ción total del objeto)
Amor parcial (con in­
corporación)
Amor parcial
Amor por el ob jeto 
(con exclusión del 
órgano genital)
Preambivalente
Ambivalente
6. Fase genital terminal Amor por el objeto Post-ambivalente
A la luz de lo que sabemos actualm ente con respecto a la 
evolución sexual de la niña, pero tam bién de lo que ya sabía­
mos de la del rarón, parece imposible aceptar como prim era 
fase genital la exclusión fálica inicial del falo, porque es jus­
tam ente el falo, el que m ientras tan to es el único órgano 
genital prim itivo, al que se refiere todo el contexto de 
Abraham .
En verdad, a,sí como se hab ía visto, el pasaje de la fase 
oral a la fase anal que la sucede, es la reproducción psicose­
xual tard ía de lo que ha tenido lugar en ciertos embriones 
( b a tr a c io s )e l pasaje real de la boca prim itiva 5 a la función 
de ano prim itivo, A braham cree reconocer en la fase fálica con 
exclusión del falo el reflejo tardío de la aparente indiferen- 
ciación sexual inicial del em brión. Pero podemos p reguntar­
nos si esto es justificado. Fue justam ente en un típico caso 
de histeria, con cleptom anía y pseudología, que A braham ha-
fi Que además, es funcionalmente, aún en su situación primitiva, 
un ano.
bía encontrado muy claram ente la “regresión” a ese estadio. 
Sabemos que la histeria es una neurosis que se edifica sobre 
el plano genital-fálico, con represión, pero sin regresión. T am ­
bién estamos en condiciones de decir que la fase fálica con 
exclusión del falo, no debe ser la fase fálica inicial, sino más 
bien la fase fálica secundaria, producida por efecto de la re­
presión de la prim era.
En la evolución de la libido hum ana el falo, antes de 
ser negado histéricam ente, o más simple, fem eninam ente, debe 
haber sido afirmado; y esto es precisam ente lo que vemos du ­
rante la primera fase fálica, m ientras que la segunda, indicada 
tan exactam ente por Abraham , no es más que una reacción.®
Recordemos ahora en pocas palabras la evolución hab i­
tual de la m asturbación en el niño.
La m asturbación del lactante, como ya lo ha señalado 
Freud, es un fenómeno m uy generalizado. Pero sería, por así 
decir, una m asturbación em brionaria, mal localizada aún en las 
zonas erógenas. Seguramente el autoerotism o del varón está 
mejor centralizado en el pene, de lo que lo está el de la niña
6 En la sesión de la Sociedad Psicoanalítica de Berlín (febrero 
de 1923), donde Abraham expuso por primera vez su teoría sobre la 
evolución de la libido, el autor hizo en el pizarrón un esquema más 
extenso del que publicó en su libro. Yo pude tener en mis manos ese 
esquema gracias al Dr. Odier, que asistió a esa sesión y la tradujo. 
Frente a su fase genital primitiva con exclusión del órgano genital, 
Abraham escribió como correspondiente a la evolución edípica, este 
estado, “período latente con represión”, lo que implica que esta fase 
fálica negativa no sería más que una reacción a una fase fálica positiva 
precedente, forzosamente implicada. Es además, esa fase fálica positiva que 
F r e u d describió en su artículo La organización genital infantil, apare­
cido primeramente en el 2Q fascículo de la Zeitschrift sin duda, en la 
primavera de 1923.
En el Ensayo de una historia de la evolución de la libido, publi­
cado en 1924, llama la atención, que Abraham no haya tenido en 
cuenta el artículo “fálico” de Freud, redactando y simplificando para la 
publicación el cuadro de sus fases de la Evolución de la libido.
Comparar mi división en dos del estado fálico, con los conceptos 
de J o n e s expuestos igualmente en el Congreso de Wiesbaden de 1932: 
The phallic phase (La fase fálica) protofálica y la deuterofálica, carac­
terizadas, la primera por un concepto unisexual de todos los seres y la 
segunda por el concepto de la diferencia entre los sexos. Mis conceptos 
difieren notablemente con los de Jones en lo que respecta al carácter 
primario de la falicidad de la niña. Él niega la fase fálica en ella, no 
considerándola una etapa biológica normal.
en el pequeño clítoris. Por esto parece poco acertada la in ten ­
ción de distinguir en ella m asturbación pericloacal de la que 
es m asturbación fálica. Además, la m asturbación en esta edad 
sólo es susceptible de proporcionar un placer prelim inar, vago, 
difuso, sin conclusión; el placer term inal orgástico no es ac­
cesible al organismo hum ano, hasta épocas de variada preco­
cidad según los individuos, y sin duda para muchos recién en 
los albores de la pubertad . Y la m asturbación del lactante, es 
la que se abandona con más facilidad, como si la actividad 
m uscular, despertándose en el estadio siguiente, derivara a su 
servicio todas las fuerzas libidinales del niño. Pero la activi­
dad general despertada refluye bien pron to hacia el falo que 
despierta a su vez como zona erógena activa. Y com únm ente 
desde la segunda fase sádico-anal, en que se reprim e la p r i­
m era libertad anal, el niño vuelve a la m asturbación p rop ia­
m ente dicha, que culm ina, en el varón con el complejo de 
Edipo positivo, m asculino, activo; y en la niña, con el mismo 
complejo de Edipo activo (negativo fem en ino). Ambos reco­
nocen el mismo objeto, la m adre, y sin duda el mismo órgano 
ejecutivo central, el pene, o su dim inutivo homólogo, el clí­
toris.
Sólo el complejo de castración pone fin a esta fase, inau­
gurando para la niña, como para el varón, como esperamos 
m ostrarlo más adelante, la fase que A braham ha calificado de 
fálica, con exclusión del órgano genital (falo) y que para nos­
otros equivale a la transform ación que sufre la fase fálica des­
pués de haber sido herida po r el traumatismo del complejo 
de castración.
Solamente en el histérico, y como fenóm eno patológico, 
se produce la exclusión del falo. En la n iña esta exclusión 
debería producirse norm alm ente, para perm itirle adaptarse 
más tarde a la función erótica como m ujer.
La exclusión del falo de Abraham , es según nos parece, 
la prim era ola de represión que desde entonces, debe oponerse 
a la m asturbación fálica de la n iña y a la sensibilidad del 
clítoris, que para algunos autores es el órgano ejecutivo del 
efímero complejo de Edipo activo de la n iña, homólogo pero 
muy atenuado y truncado del complejo de Edipo positivo del 
varón, considerándolo en el mismo plano en que lo es e) 
clítoris fem enino con respecto al pene masculino.
Por otra parte, una ola análoga parece oponerse regular­
m ente a la m asturbación fálica del varón en la m ism a época, 
dado que su complejo de Edipo activo, bajo la influencia del 
complejo de castración declina y lo hace con los mismos efec­
tos que en la niña, en lo que respecta al objeto, al fin sexual 
y a las zonas erógenas.
T an to en la n iña como en el varón, el complejo de cas­
tración pone fin al prim er complejo de Edipo, el complejo de 
Edipo activo, en el cual la m adre es el objeto deseado con el 
falo activo. Y es el mismo tam bién, el que inaugura el segundo 
complejo de Edipo, el pasivo (siguiendo el orden cronológi­
co) , en el que el padre y su falo se convierten en los objetos 
pasivos deseados de una m anera cloacal.
Pero m ientras que el complejo de Edipo activo de la niña 
(actividad dirigida hacia la m ad re ), es en los casos normales, 
definitivam ente reemplazado por el complejo de Edipo pasivo 
(pasividad durable hacia el padre o sus sustitutos masculinos 
posteriores); el complejo de Edipo pasivo del varón, m om entá­
neam ente sometido al padre, debe ser pasajero, y él debe tr iu n ­
far por la afirm ación narcisista de su virilidad activa volvien­
do a las m ujeres, sustitutos de la m adre abandonada.7
Puede que aquí se nos objete que hasta el m om ento sólo 
nos ocupemos de la exclusión del falo en el sujeto y no en el 
objeto. Verdaderam ente A braham nos ha autorizado a ello, ya 
que ha escrito en relación a esta fase postu lada por él: “El 
rechazo de la zona genital se extiende tan to al cuerpo del 
propio individuo como al objeto” .
7 Complejo de Edipo activo y complejo de Edipo pasivo son los 
términos propuestos por Freud mismo, con el fin de designar las acti­
tudes sucesivas que hemos tratado respecto a la niña y al varón en rela­
ción con la madre o el padre. Yo he tenido conocimiento de ello por la 
comunicación de R u t h M a c k B r u n s w ic k en el Congreso de Wiesbaden 
(1932),Observations on male preoedipal Sexuality (Observaciones sobre 
la sexualidad masculina preedipica).
Se deberá señalar que mientras F r e u d , en La declinación del com­
plejo de Edipo (Der Untergang des (Edipuskomplexes, 1924), dice que 
el complejo de castración, en el varón pone fin a un doble complejo 
de Edipo, al activo y al pasivo, por preocupación narcisística por el 
pene, y no distingue cronológicamente, diferentes tiempos en la decli- 
íación de los mismos, yo me inclino hacia una declinación en dos 
tiempos. Sin embargo, la imbricación entre las dos corrientes, activa y 
pasiva es tal, que resulta difícil precisar la determinación cronológica.
En este m om ento nos es necesario hab lar de la exclusión 
del falo a la luz de nuestros propios puntos de vista. Esta 
fase de exclusión, es según nosotros, la que inaugura el com­
plejo de castración y que teniendo en cuenta el sexo del su­
jeto considerado, posee una orientación prim itiva diferente. 
P ara la niña, la exclusión del falo de su propio cuerpo con 
la afirm ación narcisística com pensadora del conjunto, que es 
el fenómeno central, no es más que una percepción exacta 
de la realidad, en la cual la aceptación es un paso decisivo 
hacia su fu tu ra femineidad.
Para el varón, la exclusión del falo es un fenómeno que 
debe transferir al objeto: la niña, la m ujer, la madre. No es 
a su falo, sino al falo del objeto am ado al que debe renunciar 
para convertirse en un heterosexual norm al.
Para poder am ar más tarde a la m ujer virilm ente, el niño 
debe poder am ar a un ser total con exclusión del falo, el ser 
real, en suma, que es la m ujer. Y el éxito o el fracaso de 
estas fases infantiles, ya sea que se refieran a uno u otro 
sexo, condicionarán la norm alidad psicosexual del fu tu ro 
hom bre o m ujer.
M ientras que el niño para llegar a ser hom bre no debe 
considerar bajo n ingún concepto la pérdida de su propio 
pene, la n iña para llegar a ser m ujer debe aceptar la pérdida 
de este pene. Porque el hom bre que psíquicam ente excluye 
al falo, tam bién se castra psíquicam ente y la im potencia vi­
r il es el resultado de los diversos grados en que esta exclu­
sión se ha llevado a cabo.
Por el contrario, la m ujer que aspira a arrancar psí­
quicam ente el pene m asculino por envidia y venganza con­
tra el hom bre que lo posee, proyectando retaliativam ente- su 
prop ia castración sobre él, se prepara de ese modo a no 
aceptar am orosam ente el pene del hom bre, de donde surgen 
ciertos tipos histéricos de frigidez por rechazo de la sensibili­
dad aceptadora vaginal.
Estas formas de carencia psicosexual han sido b ien es­
tudiadas por A braham , cuando él escribió que hay “dos sín­
tomas particularm ente comunes y prácticam ente muy im por­
tantes, la im potencia del hom bre y la frigidez de la m ujer, 
que en gran parte tienen su explicación en este estado de
cosas.” (el amor del objeto con exclusión del órgano genital, 
del fa lo ) .
A la luz de lo que hemos expuesto, nos creemos auto­
rizados a m odificar el cuadro de A brahan.8 El mismo escri­
bió que ese cuadro se podía com parar con un horario de tre­
nes en el cual sólo algunas grandes estaciones serían seña­
ladas, dejando siempre lugar para otras.
Consideramos que un a de esas grandes estaciones olvi­
dadas es la prim era fase fálica positiva, y que es necesario 
agregar a las dos columnas referentes a las fases de la o rJ 
ganización de la libido y a las fases evolutivas del am or ob- 
jetal, una tercera colum na en la que se señalarán actitudes 
activas o pasivas frente al objeto, ya sea que se refieran al 
n iño o a la niña.
c) L a e v o l u c i ó n d e l a p a s iv id a d EN l a n i ñ a y e n e l n i ñ o
Pero sigamos de cerca el destino que sufre paralelam en­
te a los bloqueos libidinales del falo activo, la cloaca pasiva.
Parece que duran te toda la infancia, la fu tu ra libido 
genital, que todavía no está organizada, pero sí en constante 
vía de organización, oscila en los dos sexos, entre esos dos 
polos vecinos.
L a cloaca comienza a m anifestarse como un órgano eró­
tico desde la prim era fase anal. Y es un órgano pasivo du ­
rante toda la vida, como lo es tam bién la boca en la fase 
prim itiva, antes de que aparezcan los dientes. La cloaca n u n ­
ca tendrá dientes, excepto en la fantasía de los im potentes, 
quienes adjudican esa posibilidad a la m ujer, o en ciertas 
creencias prim itivas; 9 la cloaca duran te toda la vida será 
el soporte esencial de la pasividad. T am bién la acentuación 
particular de este prim itivo erotismo anal pasivo es un signo 
de predisposición a actitudes psicosexuales pasivas, cualquiera 
sea el sexo del sujeto.
Pero no hay que olvidar, que tanto la n iña como el niño 
no han conocido más que un solo objeto de amor: la m adre,
s V er el cuadro de la pág. 29.
» En algunos primitivos, la vagina de la suegra era temida porque 
se la consideraba provista de dientes, sin duda en represión a los deseos 
incestuosos traspuestos de la madre a la suegra.
8
'O’S
i i
C3 -O
hn
M‘o»
x¡tí
rOO
•ao
<
T33 s
» 0 rá w
-O, o
rt
r t í
,3 sw BT3 T3a V rt3 -o 3 > >’t» fí H o
OOh
.&<•§ T3 B H _n djx¡ «Tj
£ e
I ^
s , . °ir"5L3 t
<utío °
T3 tíW —
u
Q.a “oU
<ü ’rS t ífi s-3
§ 8 “Ic/3 ítí
O h
* 5 ° r2
o
O h
tíO
o rs
4H 03 £ 
03 u
t» c3 ctf u4H 03OT3 i tí °§ .a
bJDTd£ 'S
zo
U
2H3a
w
wjph
aou
I'
T5títífcuO
Pos
t- 
| 
Ac
tivi
dad
 g
eni
tal
 
fin
a] 
Pas
ivid
ad 
fin
al 
hac
ia 
e!
am
bi-
 < 
"■ 
Fas
e 
gen
ita
l 
fin
al 
Am
or 
del
 o
bje
to 
(pu
ber
tad
) 
hac
ia 
la 
mu
jer
 
(pe
- 
hom
bre
 
(va
gin
al)
 
val
ent
e 
i 
nia
na
)
y esta prim era fase de pasividad es vivida bajo el signo de 
la m adre o de la m ujer que la sustituye (tal es el caso de 
Kala, estudiado por R u th Mack Brunswick donde una pa­
ranoia fem enina derivaba de una prim itiva fijación pasiva 
a una herm ana mayor, sustituto de la madre) .10 Los cuida­
dos brindados duran te el aseo por la m adre, despiertan pa­
sivamente las zonas erógenas cloacales del niño, sin necesidad 
de que ello constituya una seducción propiam ente dicha. 
Además, la tendencia a recibir caricias generalizadas, excita­
ciones cutáneas y mucosas difusas, pasivas, está más desarro­
llada que la tendencia opuesta a la actividad m uscular sá­
dica, que comienza a despertarse. Es necesario pues ver una 
predisposición fem enina, desfavorable al niño y favorable para 
la niña, agregándose a los efectos de las excitaciones cloacáles 
en el sentido prefem enino de la pasividad. Pero la segunda 
fase anal está a punto de comenzar. L a cloaca tiende a es­
trecharse, a cerrarse: el n iño retiene las heces, en parte por 
prescripción de la m oral prim itiva que le ordena controlar 
los esfínteres para no expulsar en cualquier parte o m om ento 
(Ferenczi), y por otra parte por una razón biológica, el re­
fuerzo de esos esfínteres. A braham , siguiendo con sus para­
lelos biológicos, escribió: “De un cuarto estadio de la evolu­
ción psicosexual, hemos reconocido que el objetivo sexual es 
el m antenim iento y conservación del objeto. Las disposicio­
nes, en el canal in testinal tienen por objeto guardar lo que 
ha sido absorbido, pareciendo ser éste su corolario en la on­
togénesis biológica. Se encuentran allí, estrechamientos, en­
sanchamientos, retracciones en form a de anillo, apéndices cie­
gos, repliegues numerosos, en fin, músculos de cierre involun­
tario y voluntario . Pero m ientras se form an estos m últiples 
aparatos de retención, todavía falta todo esbozo de aparato 
urogenital.
HO M BR E
Prim era fase pasiva (anal) dirigida hacia la madre.
Prim era fase activa (fálica) dirigida hacia la m adre 
(complejo de Edipo activo positivo ).
n» Die Analyse eines Eifersuchtswahnes (Análisis de un delirio de 
celos), 1928.
COMPLEJO DE CASTRACIÓN
Segunda fase pasiva (fálica), con parcial exclusión del 
falo y afirm ación parcial de la cloaca, d irigida hacia el padre 
(complejode Edipo negativo pasivo pasajero).
FINALIZANDO A TRAVES DEL PERÍODO DE LATENCIA
En la segunda fase activa (genital pen iana puberal) h a ­
cia la mujer con afirmación del falo y exclusión erógena de 
la cloaca.
M U JE R
Prim era fase pasiva (anal) dirigida hacia la madre.
P rim era fase activa (fálica) dirigida hacia la m adre 
(complejo de Edipo activo negativo pasajero).
COMPLEJO DE CASTRACIÓN
Segunda fase pasiva (cloaca con exclusión relativa del 
falo) dirigida hacia el padre (complejo de Edipo pasivo po­
sitivo durable) .
FINALIZANDO A TRAVES DEL PERÍODO DE LATENCIA
En la tercera fase pasiva (genital vaginal, puberal) con 
exclusión relativa durable del falo y afirmación de la vagina.
El seno uro-genital se esboza cuando la m em brana cloa­
cal ya ha desaparecido, pero el in testino aún se halla lejos de 
estar term inado, y el tubérculo genital se bosqueja m ientras 
el in testino se perfecciona.
Podríamos considerar que la segunda fase anal es un 
reflejo que queda de este estadio embriológico, pero conven­
dría seguir el paralelo de Abraham un poco más lejos. En el 
m om ento de la evolución lib id inal in fan til al cual nos refe­
rimos, la libertad del orificio anal está siendo restringida y 
por m edio del esfínter aprende a cerrarse. Por lo tanto , la 
tenaz erotización de la zona anal no disminuye, los músculos 
del esfínter se ponen a su servicio, y la mucosa anal prepara
un bolo fecal duro, resistente, más apto para la excitación, 
que será el precursor anal, en la cloaca femenina, del pene 
vaginal. Pero yo creo que este estadio de la evolución es biva­
lente con respecto al erotismo cloacal. Prim ero favorece el 
erotismo anal, pero progresando lo atenúa por la tendencia 
al cierre del orificio anal.
En realidad, el ano digestivo, como condición vital, debe 
perm anecer abierto, persistir; pero el ano erógeno, por la evo­
lución de este estadio tiende a cerrarse.
Entonces la libido anal, del m acho o de la hem bra así 
como la del niño o de la niña, es poco a poco rechazada y 
dirigida hacia el falo en el que ahora se despierta, pudiendo 
compararse con el estadio em brionario en el que al ser des­
plazada emigró hacia afuera y adelante, es decir hacia el tu ­
bérculo genital.
Parece que la segunda fase fálica se insinúa cuando aún 
persiste la segunda fase sádico-anal y m ientras refluyen sobre 
el falo, no sólo el erotismo anal prim itivo, sino tam bién las 
pulsiones activas musculares sádicas, de la prim era fase sádico- 
anal ya superada.
Es éste el m om ento más v iril o previril de la niña, siendo 
para el niño el más femenino o prefem enino la fase anal p ri­
mitiva. Pero ahora entra en juego el complejo de castración, 
complejo que en el n iño es sobre todo cultural realizándose 
en nom bre de la m oral patriarcal; y que en la niña es sobre 
todo biológico teniendo por causa una realidad anatóm ica 
que es fácil comprobar.
Volviendo a la situación que se opera en la niña, vemos 
que de ahora en adelante gran parte de su agresión se d iri­
girá hacia la m adre por haberla hecho sin falo, castrada. En 
efecto, la n iña debe a trib u ir su m utilación a la m adre, po r­
que sólo secundariam ente y en tan to ella haya aceptado y ero- 
tizado su propia castración, puede im aginarse masoquística- 
m ente castrada por el padre, en una fantasía de corte sádico.
Es bajo la influencia prim itiva de su decepción, de su 
castración y bajo otras influencias biológicas más profundas 
todavía, em anadas sin duda de las gonadas, que la n iña pue­
de pasar al amor dom inante del padre, al deseo m asoquista de
sufrir la tríada: castración-violación-parto.11 Y el deseo de 
tener un falo se transform a en el deseo de tener un hijo cloa­
cal. Al mismo tiem po el clítoris sufre un a especial involución 
funcional que finaliza con la exclusión del falo, de la que ya 
hemos hablado. El erotismo cloacal debe entonces reactivarse 
preparando el erotismo vaginal adulto propiam ente dicho, el 
cual, según Freud, no se despertará verdaderam ente hasta que 
pase por la vagina la sangre m enstrual en la pubertad . Si estos 
son los hechos, podríam os recordar aquí, siguiendo el parale­
lo biológico, que en el em brión el tapón vaginal comienza 
obliterando la vagina, la que cronológicam ente se abre des­
pués que el recto y después que se form a el tubérculo genital, 
por lo tanto, podríam os ver en esta evolución el proto tipo de 
desarrollo post-anal, post-fálico y púber de este órgano especí­
fico de la m ujer que es la vagina.
C ualquiera sea el cambio que realiza el organismo feme­
nino al llegar al estadio púber, es decir la m adurez de sus 
glándulas sexuales, el rol receptor de la vagina, función pasi­
va femenina, está dado por la utilización de una fuerza lib id i­
nal originariam ente m asculina, las posibilidades erógenas y 
orgásticas del falo (clítoris). N o podemos precisar el m om en­
to en que se cum ple este repliegue hacia la vagina.
F reud escribió sobre ello en su ensayo Sobre la sexuali­
dad femenina'. “Son los factores biológicos los que desvían 
(las fuerzas libidinales) de sus fines iniciales, orientando las 
aspiraciones activas en el cam ino de la fem ineidad, en todos 
los sentidos del térm ino v iril” .
Se puede hacer aquí un nuevo paralelo biológico al 
considerar el reflujo de la libido fálica sobre la vagina en d i­
rección de los ovarios, com parable si bien en sentido inverso, 
al descenso fetal de los testículos hacia el pene, como si el 
órgano ejecutivo y las gonadas propias de cada sexo se a tra­
jeran m utuam ente. En el hom bre el pene erotizado parece 
atraer hacia él las gonadas, en la m ujer las gonadas perm a­
necen in traperitoneales y conducen hacia ellas la sensibilidad 
erógena fálica vaginalizándola.
l l H e l e n e D e u t s c h , Der feminine Masochismus und seine Bezie- 
hung m r Frigiditdt (El masoquismo femenino y sus relaciones con la 
frigidez), 1930
d) D is c u s i ó n d e a l g u n a s t e o r í a s a n a l í t i c a s d i v e r g e n t e s
En estos últim os años, muchas voces femeninas han puesto 
en duda el carácter secundario de la erotización de la vagina 
asignado por Freud. Los trabajos de Karen Horney, Melanie 
Klein, en particular, convergen en este sentido. Ernest Jones, 
ha edificado una nueva teoría de la evolución prim itiva de 
la sexualidad femenina, basándose en las observaciones sobre 
niños hechas por M elanie Klein.
Según Karen Horney, la vagina de lá n iña se despertaría 
erogenéticamente m uy tem prano: lo testim onian los casos de 
m asturbación vaginal infantil, o bien de todos modos precoi- 
to, que pudo deducir u observar analíticam ente, y los recuér- 
dos conservados en el inconsciente de sensaciones vaginales 
espontáneas, a m enudo muy precoces, todo ello con ante­
rioridad al coito. Esto se realizaría bajo influencia de la an­
gustia relacionada con la herida profunda y peligrosa en el 
cuerpo que el coito podría causar, considerándolo como un cas­
tigo por los deseos incestuosos infantiles, y que en algunas n i­
ñas haría rechazar la sensibilidad vaginal nata y desarrollar 
secundariamente su sensibilidad clitoridica m asculina como 
acto de defensa; yo d iría que es como si se colocara un para­
rrayos sobre una casa para im pedir que el rayo penetre.
La tesis de M elanie Klein tiene muchos puntos comunes 
con la precedente, pero se desarrolla con mayor am plitud en 
el campo de la teoría de los instintos, tan vasto, y en el que 
tantas regiones perm anecen aún poco exploradas.
M elanie Klein piensa que el complejo de Edipo comienza 
m ucho antes de la fase fálica, desde el destete. Según ella, en 
ese m om ento el erotismo oral del niño se extendería desde 
arriba hacia abajo, desde la boca hasta la cloaca — y en la niña 
en particular, hasta la vagina. Bajo la influencia de la pro­
funda decepción que provoca la m adre, que le ha suspendido 
la leche, y de la observación del coito de los padres, o de 
quienes ocupen su lugar, observación queella parece postular 
casi siempre como realm ente realizada, más que como reem ­
plazada por fantasías filogenéticas; el bebé femenino furioso 
contra la madre, comenzaría a querer vaciarla de su contenido:
entrañas, fetos, el pene paterno incluso, para más o menos 
devorarlos.
La n iña de uno a dos años desarrollaría su prim er superyó 
represivo de las agresiones prim itivas, a fin de salvar el inte­
rior de su propio cueqao, por el tem or de una venganza reta- 
liatoria que la m adre podría ejercer por esas fantasías agre­
sivas — tal como las brujas de los cuentos. Es decir, que la 
niña tendría un complejo de castración cloacal cóncavo, p ro­
piam ente femenino, réplica en bajorrelieve del complejo de 
castración fálico, convexo del varón. Este complejo de castra­
ción cloacal sería el que frenaría la agresión femenina, y el 
que condicionaría tam bién, la anestesia vaginal tan frecuente 
de las mujeres, las que en estos casos, habrían perm anecido 
inconscientem ente presas del terror de ser heridas, despojadas 
de sus propios órganos internos. En cuanto a la envidia del 
pene, M elanie Klein la atribuye en las niñas, en las que reco­
noce su im portancia, a la envidia del pene objetal, al deseo 
precozmente edípico de apropiarse, de incorporar el pene pa­
terno, envidia de la m adre en el acto del coito observado por 
la niña. Para ella, en el niño, la representación de los padres 
acoplados es fundam ental. La incorporación del pene es de­
seada al principio de la única m anera real que conoce el bebé, 
el modo oral; el niño se im aginaría que la m adre, duran te el 
coito, succionaría y comería el pene paterno, como él mismo 
succiona y m uerde el seno m aterno.
Por una transferencia ulterior desde arriba hacia abajo, 
que se inspira además, en la realidad, y que inauguraría el 
pasaje del estadio oral al estadio sádico-anal, la n iña comen­
zaría a envidiar el pene paterno poseído por la m adre de 
modo ventral.
Vemos así, que los trabajos de M elanie Klein, como los 
de Karen H orney, llevan a negar en mayor o m enor grado 
el carácter prim ario , fundam entalm ente bisexual del comple­
jo de viril idad de la m ujer. La fase fálica positiva desapare­
cería en estas teorías como etapa inevitable del desarrollo fe­
m enino; y no sería esencialmente más que una reacción pa­
tológica psicógena. Esto es lo que Freud ha reprochado a los 
autores que defendían estas concepciones, cuando en ocasión 
de las publicaciones de Horney como de Jones, escribió en su 
ensayo Sobre la sexualidad femenina:
“Por seguro que sea que las prim eras tendencias libidina- 
les son reforzadas ulteriorm ente por regresiones y por form a­
ciones reactivas y por difícil que sea estim ar el rol respectivo 
de los componentes libidinales que confluyen, creo sin em bar­
go que no deberíam os dejar de reconocer que aquellos p ri­
meros im pulsos tienen una intensidad propia, superior siem­
pre a las que siguen, una in tensidad que en realidad sólo 
puede ser calificada de inconm ensurable. C iertam ente es 
exacto que entre la vinculación al padre y el complejo de 
m asculinidad reina una antítesis —la antítesis general entre 
actividad y pasividad, entre m asculinidad y fem ineidad—, pero 
eso no nos da el derecho de suponer que sólo una de las dos 
sería prim aria, m ientras que la otra sólo debería su fuerza a 
una actitud defensiva. Y si la defensa contra la fem ineidad 
llega a adquirir tal energía, ¿de qué fuente puede derivar su 
fuerza, sino del afán de m asculinidad, que halló su prim era 
expresión en la envidia del pene de la niña, y que por lo 
tan to merece ser denom inado con el nom bre de esa misma 
envidia?”
Los autores que acabo de citar podrían desde su pu n to de 
vista reprochar a Freud no haber señalado suficientem ente el 
carácter primario de la fem ineidad en la m ujer. La concep­
ción de la evolución lib id inal fem enina en la que la vagina, 
sin prehistoria no despertaría hasta la pubertad , les debe pa­
recer, en efecto, demasiado teñida por la idea de que la 
niña comienza su evolución lib id inal m asturbatoria nada más 
que como un varón y piensan sin duda que es esa cualidad 
masculina la que ha hecho que Freud acentuara indebida­
mente en su teoría de los instintos, la virilidad encerrada en 
la m ujer y sobre todo el deseo en ella de virilidad.
Inversam ente, se podría reprochar a las autoras femeninas 
partidarias de conceder igual im portancia a la vagina y al 
pene, según el sexo, a estas apologistas femeninas de la vagi­
na, el m anifestar en sus teorías algo de aquella reivindicación 
que anim a a las “sufragistas” -y tender, a negar, a anu lar jus­
tam ente la envidia del pene, que tan realm ente existe en el 
fondo de todo corazón femenino. Es como si estas m ujeres 
proclam aran: “¿De qué tienen que vanagloriarse los hombres? 
¡Nuestra vagina vale am pliam ente su pene!”
Pero renunciando a este empleo “agonal” del análisis al
servicio de la lucha eterna entre los sexos, nosotros in ten ta­
remos mejor, con la ayuda de la luz em anada de la biología, 
realizar un esbozo sintético de estos diversos puntos de vista, 
ya que todos contienen posiblem ente una parte de verdad.
Creo que los analistas hom bres pueden tender sobre todo 
a no tar la virilidad, ya que la encuentran fuera de sí mismos, 
por proyección de sí mismos hacia afuera. Pero los analistas 
m ujeres pueden tam bién tender a proyectar hacia afuera, y re­
trospectivamente, en la historia de la evolución de la niña, 
su prop ia fem ineidad cuando ya han alcanzado, podríam os de­
cir, la individualidad de su vagina adulta.
No vemos sin embargo, por qué uno de los dos puntos 
de vista excluiría tan am pliam ente al otro, porque en particu ­
lar, este “combate alrededor de la vagina” que se libra actual­
m ente en la litera tu ra psicoanalítica tendría que tener como 
corolario la im portancia de la vagina desde la infancia, y ne­
cesariamente la desvalorización en la n iña de toda falicidad 
biológica. Éste sería, en efecto, el ideal de la evolución feme­
nina, pero este ideal no debe pertu rb ar el cuadro de los he­
chos, tal como ellos son realm ente.
Mis propias observaciones analíticas me inclinan a im a­
ginar que Abraham , cuando hablaba de fase genital p rim iti­
va con exclusión del órgano genital, no estaba errado en el 
fondo; parece entonces que con esto me critico a m í misma, 
al criticar la crítica que hice a A braham más arriba. Pero para 
poder darle la razón, habría que hacer abstracción del hecho 
de que él mismo calificaba a esta fase como correspondiente 
al “período de latencia con represión”.12
A p artir del m om ento en que el bebé entra en el estadio 
sádico-anal (y nosotros sabemos cuán flotantes son las barre­
ras que separan los estadios evolutivos, y cómo éstos cabalgan 
unos sobre otros) la evolución lib id inal aparece, en efecto, 
bajo el signo de la cloaca.
Digo cloaca y no ano, porque si bien el varón no tiene 
como agujero cloacal profundo, más que el ano (si se consi­
dera, a pesar de la confusión de lo genital y lo ure tra l que allí 
se realiza, que la extensión de la ure tra hasta la pu n ta del 
pene ha sido extraída, por así decirlo de la invaginación cloa­
12 Ver pág. 30, nota 6.
ca l) , en la niña la cloaca se ha m antenido más profunda; el 
ano y la entrada de la vagina form an u n todo abierto que 
no se separa más que por el tabique recto-vaginal.
Parece, pues, que en el estado tan indiferenciado de las 
sensaciones cenestésicas infantiles, la n iña a m enudo percibe 
y adivina el con junto de esas aberturas, sin n inguna selecti­
vidad particu lar todavía por la vagina o el ano. Por esto, si 
se considera la evolución libid inal de los dos sexos y no sola­
m ente la del varón, sería sin duda más exacto calificar al es­
tadio sádico-anal como sádico-cloacal.
En este estadio, en el que la vagina no se esboza más que 
como un anexo del ano, que lo es por o tra parte, es el aguje­
ro cloacal entero el que dom ina laorganización libidinal. El 
agujero parece afirmarse, si así se puede decir, en toda la or­
ganización libid inal, antes que la protuberancia: el predom i­
nio del erotismo oral y el anal han sido reconocidos desde hace 
m ucho tiem po por Freud como precediendo al predom inio 
del erotismo fálico. Se podría ver en esto una confirmación 
psicobiológica de las observaciones propiam ente biológicas de 
M arañón, según las cuales el varón sería en el cam ino del 
“progreso”, una etapa u lterio r a la hem bra. Pero el agujero 
seguirá siendo fem enino; es la saliencia sim plem ente, lo que 
fundam enta lo m asculino. Así, en el estadio cloacal reside el 
substractum de lo femenino, y lo fem enino en la historia de 
la evolución lib id inal es anterior a lo viril.
Pero volvamos a Abraham . Su fase genital prim itiva, la 
fase fálica con exclusión del órgano genital podría ser enton­
ces concebida sim plem ente como exclusión de la cloaca que 
seguiría al cierre erógeno de ésta, y esta fase sería entonces la 
que inauguraría la fase fálica positiva (que, sin embargo, ha 
dejado de m encionar en su cu ad ro ). Es decir que según el 
sentido que se atribuya a la “exclusión del órgano genital” 
postulado en esta fase por Abraham , sea la exclusión de la 
cloaca fem enina o del falo viril, la fase fálica negativa que él 
señala se ubicaría antes o después de la fase fálica positiva 
de Freud, es decir, según que ella negara la cloaca fem enina 
(actitud masculina) o el falo v iril (actitud fem en in a).
Sin embargo, A braham no ha podido ver más que la ne­
gación del falo, y m i argum entación anterior subsiste en con­
secuencia enteram ente.
Sea como fuere, vemos que la fase fálica positiva aparece, 
a la luz de lo que acabamos de decir, como encerrada, en 
sandwich, diríamos, entre dos grandes fases cloacales. L a fase 
sádico-cloacal precede así, a la instauración del predom inio fá- 
lico, tal como en el terreno de la em briología los repliegues 
intestinales se to rnan más complicados antes de la aparición 
de los aparatos uro-genitales, según ya lo había señalado 
Abraham .
Pero un retorno o una regresión a la organización cloacal 
sucede a la organización fálica, después del tratam ien to del 
complejo de castración que im prim e, como lo hemos visto más 
arriba, tanto al objeto como al sujeto, la exclusión psíquica­
m ente percibida del jalo, que conferirá la marca psíquica 
adulta a cada sexo en la m edida en que corresponda a la 
realidad sexual fisiológica del sujeto o del objeto.
Se puede ver en estas oscilaciones de la cloaca al falo y 
viceversa, un reflejo de las oscilaciones en el estado em brioló­
gico entre lo m asculino y lo femenino, oscilaciones que pue­
den existir en vista de la bisexualidad original, aun cuando el 
resultado del combate entre los dos sexos en u n solo ser, está 
probablem ente predeterm inado.
El varón, al salir del estado sádico-cloacal, en trará en 
el estadio fálico positivo para no salir más de él, a pesar de 
la conmoción poderosa pero pasajera del complejo de castra­
ción. La fase fálica positiva de la niña, que no es para mí 
un simple accidente reactivo, sino un a etapa regular de su 
evolución, debería en los casos ideales ser tan pasajera como 
la fase fálica negativa del varón, dado que más tarde, la m ujer 
debe adaptarse biológicam ente a su función erótica femenina. 
La cloaca debería volver a reinar sobre la organización feme­
nina infantil; pero la cloaca en nuestras civilizaciones, duran te 
el período de latencia más o menos duerm e, en una espera 
pasiva del hom bre que la despertará más tarde bajo la figura 
electiva de la vagina receptiva. Sin embargo, si las dos fases 
cloacales femeninas, tanto la pre como la post-fálica, se re­
únen podríam os decir por debajo de la em inencia del falo, 
sería difícil im aginar que no existe una prehistoria vaginal 
cloacal para la niña.
Yo me im agino que, para la mayoría de los varoncitos la 
vagina perm anece, según la expresión de Freud, no descu­
bierta (unen td eck t). Cuando Karen Horney, en la Angustia 
ante la mujer 13 adelanta que el varoncito conocería tam bién 
en general la vagina, me parece im posible seguirla. Debe haber 
en esta teoría una “proyección hacia atrás” por parte de los 
hombres analizados, o por lo menos de las m ujeres analistas. 
No, el varoncito según la ley universal antropom órfica del 
psiquism o hum ano perm anece en general duran te m ucho tiem ­
po “egomórfico”, e im agina a todos los seres hum anos a su 
imagen, es decir, dotados de falo y sin vagina. N unca apoya­
remos demasiado esta observación tan exacta de Freud, a pesar 
de algunas excepciones que la litera tura psicoanalítica podrá 
registrar, debidas sin duda a circunstancias y a una precoci­
dad excepcionales.14
Pero otras deben ser las experiencias de la niña. Cuando 
ésta se m asturba m anualm ente, lo que es tan frecuente (las 
otras formas de m asturbación infantil, como Freud me lo de­
cía, son a m enudo sustituto de la m asturbación m anual p rim i­
tiva) , cuando juega con su pequeño clítoris, parece imposible 
que sus pequeños dedos no percib ieran u n d ía u otro el agu­
jero que está a su lado.
Estoy de acuerdo con Karen Horney cuando ve en ciertos 
sueños típicos de mujeres, un eco probable del descubrim iento 
de ese agujero que es la vagina: “C uando aparecen temores 
relativos a las consecuencias nocivas del onanismo, entonces 
se m anifiestan a veces en sueños en los que en un bordado en 
el cual se está trabajando se produce de repente un agujero 
del que debe avergonzarse; o bien atravesando un puente éste 
se abre súbitam ente sobre un abismo o un río; o bien circu­
lando por la ladera resbaladiza de una pendiente repen tina­
m ente se comienza a resbalar y se encuentra en peligro de 
caer al fondo de un precipicio”.15
En otra parte he estudiado 16 el simbolismo de los puen­
13 Die Angst vor der Frau, 1932.
14 El Dr. Charles Odier me dijo que había analizado a dos hom­
bres, que conocían desde muy temprana edad "el agujero de adelante” 
de la mujer.
ib Die Verleugnung der Vagina (La negación de la vagina), 1933.
16 Edgar Poe, 1933, en la interpretación de su cuento No engalanes 
nunca tu cabeza para el diablo.
tes en general, y de los puentes truncos en particular, en fun­
ción del erotismo fálico, pero creo que esta in terpretación 
“fálica” no excluye aquella cloacal, vaginal de los abismos en 
que los puentes se desploman.
Conozco un a n iña cuyos cuadernos infantiles están reple­
tos de historias fantásticas, en las que los agujeros y los p re­
cipicios juegan un rol muy im portante.
Además se encuentran los “sueños de vértigo” que tan 
frecuentem ente se pueden observar en las mujeres, en el mis­
mo grado que el “vértigo” 17 real; a propósito de los cuales 
relataré el siguiente:
“La protagonista del sueño está en el teatro, sentada en 
un palco, sobre la platea, pero no hay pared delante de ella 
y está sentada justo en el borde y sus pies cuelgan. No puede 
m antenerse allí sino haciendo un gran esfuerzo para conser­
var el equilibrio , m ientras que este esfuerzo continuo contra 
el vértigo, le pertu rba el placer del espectáculo que ha venido 
a ver” .
Este sueño repetido de una paciente —que pertenecía al 
tipo clitorídico— me parece que confirm a las observaciones de 
Karen Horney sobre el terror a la vagina descubierta duran te 
la infancia. Esta m ujer hab ía tenido ocasión de observar du ­
rante su prim era infancia el coito de los adultos: el “espec­
táculo”, aquí como en tantos otros sueños ocupa el lugar de 
éste. La n iña debió m asturbarse como ocurre frecuentem ente 
bajo la influencia de la excitación que este “espectáculo” par­
ticular despertaba en su joven organismo. Pero los pequeños 
dedos descubrieron el agujero ju n to a la em inencia clitoríd i­
ca, y el vértigo del abismo “sobrecogió” a la niña reaparecien­
do más tarde en la m ujer adu lta en el síntom a de la anestesia 
vaginal y en los sueños vertiginosos

Continuar navegando