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Sociología de la Educación - Blanca Martínez

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CONTENIDO 
 
 
 
 
I La esfera de la sociología 
Maier, Joseph y Rumney, Jay. 
 
7 
II La educación, su naturaleza y su función 
Durkheim, Emilio. 
 
17 
III El salón de clase como sistema social: algunas de sus funciones dentro de la 
sociedad norteamericana 
Talcott, Parsons. 
 
32 
IV IdeologÍa y aparatos ideológicos del estado 
Althusser, Luis. 
 
44 
V La reproducción cultural 
Torres Santomé, Jurjo 
 
80 
VI El aparato escolar y la reproducción de las relaciones sociales de 
producción. 
Baudelot, Ch. Y Establet, R. 
 
100 
VII Gramsci y el Estado 
Carnoy, Martin 
 
118 
VIII Gramsci y la educación 
Portanteiro, Juan Carlos 
 
122 
IX Educación: reproducción y resistencia. 
Giroux, A. Henry. 
 
128 
X Crítica al reproductivismo educativo 
Juan Carlos Tedesco 
 
150 
XI Identidades de género y derechos humanos. La construcción de las 
humanas. 
Lagarde, Marcela 
161 
 
 
 7 
MAIER, Joseph y Rumney, Jay. 
Sociología, la ciencia de la sociedad. 
Editorial Piados, Buenos Aires, 1989. 
 
 
La esfera de la sociología 
 
 
A ningún hombre en su sano juicio se le ocurriría tratar de componer un automóvil sin saber nada 
acerca de sus engranajes y de la forma en que las diferentes partes ajustan unas con otras; sin 
embargo, existe un sinfín de gente que se lanza, sin más, a componer la sociedad, sin conocimiento 
alguno de su mecanismo y estructura. Y así como la sociedad es mucho más complicada que un 
auto, del mismo modo, un auto es mucho más complicado que una chapa de hierro; pues bien: 
imagínese ahora, el lector, dicha chapa de hierro, no está del todo lisa y deseamos que el lector nos 
diga cómo plancharla. 
 
 
Complejidad de la sociedad 
 
Como se verá, esta chapa de hierro forjado no está perfectamente planchada, aquí, hacia la 
izquierda, presenta una ligera protuberancia, está "abollada", como se dice comúnmente. ¿Cómo 
haremos para plancharla? Evidentemente, responde el lector, habrá que golpear sobre la parte que 
sobresale. Perfectamente bien. Aquí tenemos un martillo y le damos un golpe a la chapa siguiendo 
el consejo. Más fuerte, se nos dice. Y sin embargo, ningún resultado todavía. ¿Le daremos otro 
mazazo? Bueno, ahí va otro y otro y otro más, Pero todavía la protuberancia sigue en su lugar; el 
efecto persiste exactamente igual que antes, quizá peor todavía. Pero eso no es todo. En efecto, 
cerca del borde opuesto de la chapa, ha aparecido ahora una comba que no tenía. Lo que antes era 
perfectamente liso se ha curvado ahora visiblemente. ¡En buena nos hemos metido! En vez de 
subsanar el inconveniente original hemos provocado un segundo defecto. Si en lugar de ello 
hubiésemos llamado a un operario, experto en el planchado de chapas, éste nos habría advertido 
que golpeando en la parte saliente nada bueno conseguiríamos. Y no hubiera enseñado cómo darle 
pequeños golpes correctamente dirigidos y dosificados, en los lugares precisos, atacando el mal, no 
por medio de una acción directa, sino por una vía indirecta, pero más efectiva. El proceso total se 
vuelve, entonces, menos simple de lo que había parecido. Los métodos basados en el sentido 
común, que tanta confianza nos inspiran, no siempre sirven, ¡ni aun para alisar una lámina de metal! 
¿Qué diremos entonces de la sociedad? “¿Crees que es más fácil manejarme a mí que a un 
caramillo?", dice Hamlet. ¿Será acaso más fácil enderezar a la humanidad que a una plancha de 
hierro? 
 
Herbert Spencer, de cuyas obras hemos tomado este ejemplo, lo empleó contra la creciente 
intervención del Estado en los problemas sociales, intervención a la cual, como individualista 
acérrimo, se oponía categóricamente. Al valernos ahora del mismo ejemplo, perseguimos un 
propósito totalmente distinto. Nuestro deseo es hacer resaltar que el conocimiento de la sociedad o 
la sociología es tan esencial para la planificación de la sociedad como el conocimiento del 
"planchado" para el alisamiento de las chapas metálicas. No queremos significar con esto que el 
conocimiento, exclusivamente, sea la llave indicada para curar todos los males sociales, y llevar a 
cabo la transformación de la sociedad, pero sí que es una condición necesaria. La planificación, casi 
 
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no hace falta decirlo, es un problema harto más complejo que el planchado. 
 
En efecto, la planificación presupone la comprensión de la estructura de la sociedad, así como 
también de las interrelaciones íntimas existentes entre la vida social y los procedimientos técnicos 
materiales. De este modo, la construcción de una red de ferrocarriles se convierte en un problema 
que sobrepasa los aspectos meramente técnicos o de la ingeniería. Ella demanda una clara 
concepción del propósito a que se destina dicha obra, y exige, asimismo, un estudio de los efectos 
que habrá de tener sobre la gente, sobre los hábitos, costumbres e instituciones. Si Queremos 
comprender una obra de fines sociales, se hace absolutamente necesario efectuar un estudio 
sociológico de su naturaleza. La incomprensión de este hecho es la razón que yace oculta detrás de 
muchas dificultades de nuestro tiempo, tales como la desocupación, la pobreza, los crímenes y la 
delincuencia, y también, la falta de fe en la ciencia y la razón. Dado que no lograron procurar los 
beneficiosos frutos que se esperaba, la razón y la ciencia han caído en un desprestigio general, 
¿Pero podría haber sucedido de otro modo con las diferentes instituciones de la sociedad, 
involuntariamente en pugna, y con la minuciosa atención dedicada a la tecnología, en tanto que la 
sociología sólo merecía el olvido? 
 
 
Fines de la sociología 
 
La preeminencia de la tecnología deriva de tres supuestos dudosos. El primero equipara el aumento 
de las máquinas con el de las satisfacciones humanas o, para decirlo con una expresión ya pasada 
de moda, con el de la felicidad humana. El segundo considera la ciencia como un mero catálogo de 
métodos, medidas y procedimientos técnicos. El tercero, relacionado con el anterior, ve a la ciencia 
como un instrumento para alcanzar un fin dado. La actitud predominante de los hombres de ciencia 
parecería poder sintetizarse así: "Díganos lo que desean, y les enseñaremos cómo obtenerlo. Si, se 
trata de un explosivo para barrer a un millón de personas, haremos una bomba de hidrógeno. Si lo 
que se desea es, en cambio, un remedio para curar a las víctimas de ese explosivo, en seguida 
encontraremos un tratamiento adecuado”. Por nuestra parte, no aceptamos esta popular opinión 
sobre la naturaleza y función de la ciencia. No creemos, en efecto, que la ciencia se halle separada 
de los más caros propósitos e ideales del hombre por un abismo insalvable. También los ideales y 
los valores pueden ser estudiados como hechos. No sobrepasan tanto el reino de los hechos como 
para que no lo toquen. La opinión de que la ciencia es un simple medio técnico para alcanzar cierto 
fin establecido, constituye en sí misma un juicio axiológico, pero, no obstante ello, se halla en franca 
oposición con las exigencias axiológicas de la ciencia y de la razón, es decir, de la felicidad humana. 
 
Pero aún fuera del terreno de la planificación social, el conocimiento de la sociología se hace 
necesario para todo aquel que desee comprender el mundo en que vive. Aprendiendo a comprender 
lo que es, aprenderá quizás a concebir lo que debe ser. Adquirirá, además, algo que es sumamente 
difícil de lograr: un conocimiento racional de todos los problemas relativos a sí mismo y a su religión, 
a sus costumbres, instituciones y moral. Aprenderá a adoptar una actitud objetiva, crítica y 
ecuánime. Aprenderá a eliminar los prejuicios, las emociones y los propios deseos que distorsionan 
los diversos puntos de vista y traban las soluciones. Aprenderá, como dice Spinoza, "a considerar 
las acciones y los apetitos humanos exactamente del mismo modo en que podría considerar las 
líneas, planos y cuerpos geométricos". Su propósito deberá ser, ante todo, comprender los "afectos y 
actos humanos, sin alabarlos ni denigrarlos".Sólo después de lograr una cabal comprensión llegará 
el tiempo de las alabanzas y las censuras. La visión íntima y profunda de un mundo que él no ha 
 
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hecho le hará darse cuenta de que es a la vez hijo y creador de las circunstancias. 
 
Desde nuestro punto de, vista particular, la sociología procura estudiar al hombre y sus instituciones 
en la misma forma desapasionada en que la biología estudia el animal y su medio físico. Y este 
estudio objetivo no es menos científico que el examen objetivo de los coleópteros o de los 
renacuajos. "Si -escribió un pensador norteamericano muchos años atrás- las investigaciones de los 
hábitos de los coleópteros y de los renacuajos, así como también de los medios y condiciones en 
que se desarrolla su existencia, son acreedores del nombre de Ciencia, por cierto que las 
investigaciones semejantes de la naturaleza, las necesidades, las adaptaciones y del, por así 
llamarlo, medio moral y social -verdadero o exigido- del animal espiritual denominado Hombre, 
deberán gozar también, siempre que sean llevadas a efecto de acuerdo con los severos métodos de 
la inducción científica basada en los hechos observados, del derecho a dicha denominación". 
 
Es la firme convicción del sociólogo que el estudio científico de los problemas humanos terminará 
por proporcionar un cuerpo coherente de conocimientos y principios los que le permitirán controlar y 
mejorar las condiciones de la vida social. Es por ello que se muestra tan ansioso por saber todo 
cuanto hay que saber acerca de las sociedades humanas, así como también acerca de las 
interacciones e interrelaciones de los individuos que las componen. Esta afanosa curiosidad no sólo 
deriva de su lema: "Soy hombre y nada de lo humano me es ajeno", sino también de su creencia de 
que el conocimiento significa poder, tanto en el reino de la naturaleza como en el reino humano. 
 
 
Tres tareas 
 
Podemos decir, en consecuencia, que una de las primeras tareas del sociólogo consiste en 
determinar la naturaleza y carácter de las sociedades humanas y de las instituciones sociales. Más 
concretamente, ésta significa que debe tratar de descubrir la evolución del hombre y de la sociedad, 
sus sistemas y estructuras, el desarrollo y funcionamiento de las instituciones sociales, las 
costumbres y normas de conducta por medio de las cuales se rigen y mantienen las sociedades, la 
índole y cohesión de la vida social y, finalmente, la clase de grupos y comunidades que el hombre ha 
construido a lo largo de su historia y la variedad de experimentos que ha ideado o introducido en la 
vida. 
 
Una sociedad, en forma bastante semejante al automóvil del párrafo inicial, puede analizarse en sus 
partes constitutivas, tales como la ciencia, el lenguaje, la moral, las instituciones familiares, políticas, 
económicas, religiosas y educacionales. Plantease entonces el problema de cómo estos diversos 
elementos encajan unos con otros, según las distintas circunstancias. De este modo, la segunda 
tarea del sociólogo, íntimamente relacionada con la primera, consiste en indagar la naturaleza de la 
interdependencia existente entre las estructuras y funciones de la vida social y la índole de la 
cohesión social, El sociólogo se pregunta, por ejemplo, cuál es la relación que media entre la 
estructura de la familia y la organización económica de la sociedad; entre las formas de gobierno y la 
distribución de la riqueza; entre la esclavitud y la tecnología; entre la inestabilidad social y la 
moralidad; entre la religión y el capitalismo, y así sucesivamente. La permanente interacción entre 
los individuos que componen la sociedad y los diferentes elementos sociales tiende a producir cierta 
integración y equilibrio -si bien parcial- cuyo conocimiento es indispensable si deseamos comprender 
el mecanismo y estructura de la sociedad. 
 
 
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Podemos llamar a este aspecto de la sociología -el estudio de las partes de la sociedad mutuamente 
interrelacionadas- estática social distinguiéndola de la dinámica social, cuyo objetivo consiste en 
desentrañar las leyes que rigen las transformaciones sociales, es decir, en establecer la forma en 
que un estado social sucede a otro. En la estática social, el interés principal del sociólogo se orienta 
hacia las interrelaciones de las partes que hacen posible el fácil desenvolvimiento de la sociedad. En 
la dinámica social, su atención se concentra sobre el movimiento, la velocidad y el mecanismo que 
rige los cambios. En efecto, todas las sociedades, instituciones y civilizaciones surgen, florecen y 
finalmente declinan. Nada se mantiene inalterable y estático; la única permanencia pertenece 
exclusivamente al cambio mismo. Y pese a todo, puede alcanzar a percibiese cierta continuidad en 
el incesante fluir de las transformaciones. Es aquí, precisamente, donde radica la tercera tarea del 
sociólogo, ella consiste en formular generalizaciones empíricas o leyes que expliquen los cambios y 
el crecimiento de la vida social y de ser posible, en interpretarlas a la luz de las leyes fundamentales. 
 
 
Definiciones 
 
El alto grado de concordancia entre los sociólogos modernos con respecto al campo de estudios y 
tareas que les concierne se manifiesta claramente en las diversas definiciones de la sociología que 
éstos han propuesto. Veamos algunas de ellas: "La sociología es el estudio de las interacciones e 
interrelaciones humanas y de sus condiciones y consecuencias" (M. Ginsberg), "El objeto de la 
sociología es la interacción de las mentes humanas" (L, T. Hobhouse). "Es la ciencia de la conducta 
colectiva" (R. E. Park y E. W. Burguess). "Es la ciencia de la sociedad o de los fenómenos sociales" 
(Ward). Su Objetivo consiste en "tratar los hechos sociales como cosas" (Durkheim). "Su finalidad 
consiste en establecer un cuerpo de principios válidos, una base de conocimientos objetivos que 
tornen factible la dirección y control de la realidad social y humana" (E. B. Reuter). "La sociología 
general es, en su conjunto, la teoría de la convivencia humana" (Tönnies). Es "una ciencia social 
especial que estudia la conducta interhumana en los procesos de sociación, asociación y 
disociación, en cuanto tales" (Von Wiese). "La sociología es una ciencia coordinatoria e inclusiva 
sólo en la medida en que representa una ciencia social fundamental. Lejos de ser tan sólo una suma 
de las ciencias sociales, es, más bien, su base común" (Giddings). "La sociología se pregunta qué 
les sucede a los hombres y según qué normas se comportamiento en la medida en que manifiestan 
sus existencias individuales comprensibles, en su totalidad, sino en tanto forman grupos y se ven 
determinados por su existencia de grupo, debido a la interacción" (Simmel). "La sociología -dice 
Melver- procura descubrir los principios de cohesión y de orden dentro de la estructura social; la 
forma como se arraiga y crece dentro de su medio, el equilibrio móvil de su estructura cambiante y 
de su medio también cambiante; las principales tendencias de su continuo transformarse; las fuerzas 
que determinan su dirección en cierto momento dado, las armonías y conflictos, los ajustes y 
desajustes dentro de la estructura tal como se revelan a la luz de los deseos humanos, y, de este 
modo, la aplicación práctica de los medios a los fines de las actividades creadoras del hombre 
social.' 
 
Las diferencias entre estas variadas definiciones sólo radican en el mayor o menor énfasis con que 
han sido formuladas. La médula común a todas ellas que yace debajo de su forma exterior 
aparentemente diversa, es la idea de que la sociología se halle vinculada con las relaciones 
humanas, con la conducta del hombre en su relación con los demás hombres. Algunas de las 
escuelas europeas tienden a distinguir la sociología con mayor claridad de las demás ciencias 
sociales. En términos generales, la sociología inglesa se ha preocupado principalmente por 
 
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averiguar la naturaleza y crecimiento de las instituciones sociales. La sociología americana,por lo 
contrario, se ha ocupado, en primer término, de ciertos fenómenos sociales especiales, tales como, 
por ejemplo, las normas del crecimiento urbano, la naturaleza de las pandillas criminales, "la escoria 
y la costa de oro", "el complejo de los estadistas", etc., estudios éstos que sólo recientemente han 
sido sintetizados y sistematizados, configurando una teoría social más general. Fue mérito 
principalmente de los sociólogos europeos el haber proporcionado una base sistemática y una teoría 
general de la sociedad y, en los casos particulares, el haber señalado y delimitado el objeto de la 
sociología, distinguiéndolo del de las demás ciencias sociales. 
 
 
El objeto de la sociología 
 
La concepción de la sociología como una ciencia más, con su objeto de estudio propio, ha sido 
criticada desde tres puntos de vista distintos, si bien se basan todos ellos en un error de perspectiva. 
Antes de seguir adelante, sería conveniente decir unas palabras al respecto. 
 
La primera crítica afirma que la sociología no es sino una mezcla de estudios diversos imbuidos de 
contenido social. Pero la respuesta es simple. Si estos estudios variados que se supone caen dentro 
de la esfera de la sociología, no han sido tratados antes por las demás ciencias sociales, la labor de 
la sociología será entonces, por cierto, altamente fructífera, al navegar mares desconocidos. No es 
posible negar que la sociología ha aportado gran cantidad de valiosos datos con respecto a las 
instituciones sociales, tales como la familia, la propiedad, la iglesia y el estado; con respecto a los 
cambios en las migraciones y poblaciones; con respecto a los cambios de los hábitos, costumbres y 
modas sociales, y con respecto a la pobreza, la delincuencia y el suicidio. Ninguno de estos tópicos 
puede ser objeto de tratamiento adecuado por parte de otra ciencia. Y con completa prescindencia 
del argumento de la utilidad de la sociología, el derecho de la sociología a ser considerada una 
ciencia con su objeto de estudio propio procede del hecho de que estudia la historia y conquistas del 
hombre, así como también su biología, no en sí mismos, sino tan sólo en la medida en que estos 
fenómenos influyen sobre las interrelaciones humanas y son influidos a la vez, por las interacciones 
humanas. 
 
La segunda crítica es de índole más fundamental. Sostiene ésta que no existe un campo especial 
para la sociología, puesto que su objeto de estudio está dividido en cierto número de ciencias 
sociales: economía, ciencia política, psicología, antropología, historia y jurisprudencia. Esta crítica no 
se halla plenamente justificada en lo que atañe a los tópicos antes mencionados. Pero aun cuando lo 
estuviese, la presencia de estas disciplinas independientes no impediría la existencia de una ciencia 
más general cuya tarea consistiese en relacionar estas conclusiones separadas, ocupándose de las 
condiciones más generales de la vida social. En realidad, esto no sólo es deseable sino también 
necesario. La existencia de la botánica, la fisiología, la bioquímica, etc., no ha anulado la utilidad de 
la biología, la cual procura establecer un cuerpo coherente de conocimientos -virtualmente, de todos 
los conocimientos- referentes a los seres dotados de vida. En la misma forma, el trabajo de las 
ciencias sociales independientes no impide la existencia de la sociología, cuyos fines apuntan a 
desarrollar un cuerpo de conocimientos relativos a las relaciones humanas o a la vida social en su 
conjunto. Las ciencias sociales son tan numerosas y detalladas hoy día, que la necesidad de una 
ciencia general -y "general" no significa aquí "superficial"- se ha hecho cada vez más imperiosa. La 
ciencia alcanza un punto crítico de su desarrollo cuando los especialistas de ramas separadas de un 
mismo campo -digamos la protohistoria y la arqueología- empiezan a no poder comprenderse entre 
 
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sí. 
 
La tercera crítica no es, en realidad, sino una variante de la segunda. La sociología -afirma- toma 
prestado de las demás ciencias. Es un medio de economizar trabajo, de saberlo todo sin aprender 
nada. Pero esta crítica pasa por alto la naturaleza esencial de la ciencia; en efecto, ésta sólo puede 
crecer "pidiendo prestado". El hecho es que en la vida social, al igual que en el desarrollo de la 
ciencia, no existe principio alguno más fructífero que aquel de la fecundación cruzada de la difusión. 
La biología se desarrolla valiéndose de las conclusiones alcanzadas por la química y la física, del 
mismo modo que la sociología cuando se sirve de los descubrimientos de la psicología y la 
antropología. Pero al pedir prestado, la biología y la sociología devuelven mucho más de lo que 
habían recibido en cuanto a la controversia sobre si la sociología es una simple coordinación de 
ciencias individuales e independientes, o si constituye en sí misma, en cambio, una ciencia 
particular, con la finalidad de estudiar las relaciones sociales no comprendidas en los dominios de 
otras ciencias sociales, no estará de más citar las acertadas palabras de Bosanquet. Este habla de 
la "falsa antítesis formal de que la sociología consiste sólo en un número de ciencias carentes de 
una ciencia central común, o, bien, es una ciencia individual que no forma parte de un grupo de 
ciencias equivalentes. 
 
 
Visión de conjunto 
 
La razón por la cual la sociología depende tanto más que cualquier otra ciencia del desarrollo de las 
demás ciencias radica en su magnitud y complejidad. Su campo de estudio —la totalidad de las 
relaciones humanas— es tan vasto que ningún individuo aislado podría abarcarlo por completo. En 
efecto, para ello necesitaría la ayuda de muchos colaboradores. Para comprender una sociedad 
particular, por ejemplo, la sociología debe llegar a conocer algo acerca de sus miembros y de sus 
caracteres innatos y adquiridos, de su medio geográfico, de sus instituciones sociales, de su 
lenguaje, estética, religión, moral y leyes, de su estructura económica y diferenciación en clases, y, 
finalmente, de sus relaciones con otros pueblos y su interacción con el resto del mundo. Si ha de 
cumplir esta tarea satisfactoriamente, la sociología deberá cooperar siempre con otras muchas 
especialidades. Esta cooperación se halla necesariamente involucrada en la tentativa de 
comprender la vida social como un todo homogéneo. En este sentido, la sociología es una ciencia 
sinóptica, puesto que estudia un objeto complejo en su totalidad. No se limita a analizar o disecar el 
objeto en sus partes, para luego sintetizarlo o reunir las partes en un todo. La sociología trata de 
procurar una vue d' ensemble, una visión de conjunto. 
 
Esto implica que la sociología estudia el todo a partir de las partes y las partes a partir del todo. Si 
nos detenemos a reflexionar un instante, comprenderemos inmediatamente que es imposible aislar 
un problema social particular de la totalidad de la vida social. Para descubrir el papel desempeñado 
por la raza en la evolución de la cultura, el sociólogo debe valerse de las investigaciones de la 
genética, de la antropología física, de la psicología, de la arqueología, de la historia, etc. Si quiere 
realizar un estudio inteligente del decrecimiento del índice de natalidad, deberá tener en cuenta la 
urbanización, la industrialización, la situación de la mujer, la educación, el nivel medio de vida, la 
influencia de los descubrimientos médicos, tales como los anticonceptivos, etc. Si desea llegar a 
comprender el sistema político de un país, deberá conocer su historia, sus instituciones familiares, 
educacionales, militares y religiosas, así como también la interacción de éstas. Nunca valdrá de 
nada limitarse a leer constitución escrita. Y del mismo modo, el especialista deberá tener en cuenta 
 
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las investigaciones del sociólogo. El eugenista, por ejemplo, sólo podrá mejorar la calidad biológica 
de una población si está bien familiarizado con su estructura y organización sociales. El matrimonio, 
la industrialización, la guerra,etc., producen diferentes efectos selectivos según el tipo de sociedad 
en que tienen lugar. Con demasiada frecuencia se deja de lado un miembro de la ecuación. No es 
suficiente, por ejemplo, estudiar los efectos de la geografía sobre el hombre, y pasar por alto los 
efectos del hombre sobre la geografía. 
 
 
La sociología y la economía 
 
Tomemos otro ejemplo. Gran parte del pensamiento económico actual parece inclinarse hacia una 
jurisdicción autónoma, con completo olvido de la vida social como un todo homogéneo. Pero cuando 
la economía es llamada a considerar la desocupación o la miseria, o problemas más específicos, 
tales como el ciclo de la moneda o la inflación, descubre entonces que no puede ir muy lejos sin la 
cooperación de la psicología social, de la historia, de las ciencias políticas, del derecho y de muchas 
otras disciplinas. 
 
La sociología es necesaria para la economía aplicada, dado que le proporciona los datos específicos 
y las conclusiones particulares de espacio y tiempo a que deben ajustarse las generalizaciones 
económicas. Además, dota a la economía de una visión dinámica del proceso social en su conjunto 
y de sistemas alternativos de funcionamiento diverso: un sistema feudal, una economía liberal, el 
capitalismo, el socialismo. Pero no menos importante es la sociología para la teoría económica 
"pura". 
 
En este terreno, su función consiste en desenmarañar los supuestos y postulados sobre los cuales 
descansa la teoría. La teoría moderna "escoge ciertos conjuntos de datos posibles y de allí deduce 
movimientos y estados de reposo según diversas hipótesis. Cualquiera de estos conjuntos implica 
un juego completo de premisas sociológicas". El "equilibrio objetivo" de algunos economistas 
contemporáneos descansa sobre supuestos políticos, psicológicos y técnicos, los cuales postulan un 
mundo económico cerrado, donde las fluctuaciones son de pequeña magnitud y donde no hay 
influencias de las demás partes del sistema o de la evolución del sistema en su conjunto. 
 
Del mismo modo, la sociología también puede aprender mucho de la economía. Puede asimilar no 
sólo los procedimientos técnicos involucrados en el análisis económico, sino también el importante 
papel que las fuerzas económicas desempeñan en todos los aspectos de la vida social, a saber, la 
religión, la política, el afán de poder, etcétera. 
 
Nuestro argumento de la necesidad de una ciencia social sinóptico se ve nuevamente confirmado si 
se recuerda que los especialistas tienen el hábito de verlo todo en función de su propia especialidad. 
Así, el perito en ciencia aristotélica tiende a identificar el estado con la sociedad, El economista se 
inclina a interpretarlo todo en función de los factores económicos. El biólogo, frecuentemente, 
considera toda la historia humana en función de la especie. El historiador -moral o religioso- puede 
inclinarse a asignar un papel decisivo a la religión o a la moral. Pero todas estas interpretaciones 
están condenadas a la unilateralidad. La sociología debe ponerse en guardia contra las 
interpretaciones parciales. En su lugar, debe tratar de interrelacionar los resultados de todas las 
ciencias especiales y de proporcionar una visión de la sociedad en conjunto, no en función de sin 
solo proceso, actividad o principio. Y en este aspecto, la tarea de la sociología no es tan sólo la de 
 
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coleccionar una serie de ciencias particulares, sino la de coordinar y sistematizar los frutos por ellas 
alcanzados. 
 
Esta concepción de la sociología, según la cual las conclusiones de las ciencias sociales deben ser 
reexaminadas a la luz de otros hechos sociales, y las disciplinas especiales deben ser puestas en 
contacto unas con otras, no se basa en un procedimiento mecánico, En efecto, no se identifica aquí 
a las leyes biológicas con las sociales; por lo contrario, se las mantiene separadas, si bien 
estudiando, al mismo tiempo, sus mutuas interacciones. El sociólogo señala que en un nivel superior 
los hechos biológicos cambian de carácter. El hombre es, sin duda un animal biológico, pero también 
es algo más. 
 
En la sociología de Hobhouse y Durkheim esta concepción es fundamental. Para Hobbouse "la 
sociología general no es una ciencia independiente, completa en sí misma, antes de tener lugar la 
especialización, ni tampoco una mera síntesis de las ciencias sociales, consistente en la 
yuxtaposición mecánica de estos descubrimientos. Es más bien un principio vitalizante que cubre 
toda la investigación social dando vida y tomándola a su vez, estimulando la indagación, 
correlacionando resultados, exponiendo la vida del todo en las partes y regresando del estudio de 
las partes a una captación más completa del todo". 
 
La opinión de Durkheim es similar. "La sociología -declara- es y sólo puede ser el sistema, el cuerpo 
total de las ciencias sociales. Esta conciliación (de las ciencias sociales) bajo una denominación 
común no sólo constituye una operación verbal, sino que implica y señala un cambio radical en el 
método y organización de estas ciencias". 
 
El procedimiento de poner en mutua relación las conclusiones de las ciencias sociales y de 
vincularlas, a la vez, con la totalidad de la sociedad, se impone así, obligatoriamente, al sociólogo, 
por la índole misma de su objeto de estudio y de la realidad social. La sociedad es un ente único, y 
cada ciencia social estudia solamente cierto aspecto o fragmento del mismo. Pero a fin de 
convertirse en instrumentos útiles, tanto para la comprensión teórica como para su aplicación 
práctica, las ciencias sociales no pueden permanecer aisladas, sino que deben ponerse en íntimo 
contacto. Y esto es precisamente lo que hace la sociología. 
 
 
Especialidades 
 
A no dudarlo, es ésta una difícil tarea y tanto más cuanto que se ha desarrollado recientemente, en 
la propia sociología toda una serie de especialidades. Los brotes y ramas secundarios alcanzan ya 
el tamaño del árbol padre. Mencionaremos aquí sólo las más importantes: 
 
La sociología de la familia se ocupa de la naturaleza, la historia, la estructura y el funcionamiento 
de la familia en las diferentes sociedades y en las diferentes épocas y países. Desde la aparición de 
la obra precursora de Bachhofen, Westermarck y Briffault, gran parte de la cual es de carácter 
especulativo, se ha producido, en tiempos recientes, un gran incremento de la investigación empírica 
de problemas tales como la relación de la familia con la estratificación social y con los distintos 
sistemas políticos; las relaciones de autoridad dentro de la familia; la educación en la familia y la 
estructura de la personalidad; los factores de la felicidad conyugal; los métodos para predecir el éxito 
o fracaso en el matrimonio, etc. 
 
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La sociología política estudia las diferentes estructuras y funciones de esa unidad política de la 
organización social conocida con el nombre de Estado. La sociología política trata de analizar 
problemas tales como, la fuente, el mantenimiento y cambio de las relaciones del poder. el papel y 
composición de los partidos políticos, la tendencia aparentemente creciente hacia la oligarquía, el 
origen de las élites, los fundamentos de la dirección unipersonal y la naturaleza y causa de los 
levantamientos políticos. Si la definición de la política en función de cuándo, cómo y qué 
corresponde a cada uno es insuficiente, no deja de indicar, por ello, hasta qué punto ha sido influido 
el pensamiento político moderno por los estudios sociológicos, De especial significación son las 
recientes investigaciones sobre la propaganda, la opinión pública y la guerra psicológica, que han 
proporcionado innumerables herramientas para el estudio y manejo de las grandes masas. 
 
La sociología industrial se relaciona con la organización económica, y, más especialmente, con la 
organización industrial de los diferentes sistemas sociales. Esta rama de la sociología trata de hacer 
la luz en cuestiones tales como las disposiciones institucionales de la actividadindustrial, los 
incentivos y motivos que impulsan a la gente en la vida, las relaciones de las organizaciones obreras 
y patronales entre sí y con el Estado, el papel de las valuaciones pecuniarias en la sociedad 
industrial, el impacto de la tecnología y de la ciencia sobre las relaciones humanas, los problemas 
del descanso y de las normas de consumo. Los procesos básicos de producción, consumo, 
intercambio, y distribución ya no son considerados categorías inmutables de la vida social. 
 
El estudio de la población configura un nuevo campo de especialización de la sociología. Es 
fundamental para la comprensión de cualquier sociedad el conocimiento de la naturaleza cualitativa 
y cuantitativa de sus miembros. El crecimiento y declinación de las poblaciones, el equilibrio entre 
los nacimientos y las muertes, la inmigración y la emigración, el número óptimo de individuos, el 
índice de sustitución de una sociedad, la superpoblación y la despoblación, en relación con la lucha 
por los recursos naturales y el poder político en el terreno internacional, etc., etc., son todos 
problemas que debe enfrentar el estudioso actual de la población. Los procesos demográficos 
reflejan los cambios metabólicos de la vida social. 
 
La sociología criminológica se ocupa del estudio sistemático del delito y de la conducta delictuosa, 
no en función de la ley y la jurisprudencia, sino de los procesos genéricos que conducen a la 
conducta anormal, asocial y antisocial. Si bien es posible que las tendencias actuales a explicar 
dicha conducta refiriéndola a conflictos culturales y asociaciones diferenciales no nos proporcionan 
respuestas enteramente satisfactorias a los problemas de las causas del delito y de la delincuencia, 
nos suministran, en cambio, un valioso antídoto contra el unilateral análisis biológico y psicológico, 
tan de moda en el pasado. En estrecha relación con la criminología se halla la penología, la cual 
trata de los efectos de los diversos sistemas y métodos penales sobre la conducta de los seres 
humanos, las relaciones entre las estructuras sociales y los sistemas de castigo, y la eficacia de los 
programas de reforma y rehabilitación tendientes a modificar la conducta del delincuente. 
 
La sociología de la religión estudia la estructura y función de lo "sagrado" en los diversos sistemas 
sociales. Trata de explicar la naturaleza y origen de la religión, especialmente la función de la 
religión como agente de cohesión para el mantenimiento de la solidaridad y homogeneidad del grupo 
y para el suministro de una serie de racionalizaciones y valores no racionales inmunes a la 
subversión y corrosión ordinarias de la vida "profana". Es de particular interés para el sociólogo de la 
religión la forma en que ésta influye sobre otras instituciones y es, a su vez, influida por éstas en la 
 
 16 
producción de una superestructura ideológica para un interés social en marcha. 
 
Los campos de la sociología urbana y rural han sido últimamente objeto de vasta exploración debido 
a la creciente tendencia hacia la urbanización y la declinación concomitante de las relaciones de 
grupos primarios. Fuera de todas las demás consecuencias de la urbanización sobre las relaciones 
humanas, sus características sobresalientes parecen ser la concentración de masas de gente en 
áreas relativamente pequeñas, la creciente impersonalidad y anonimato de la vida, la preeminencia 
del nexo monetario, la creciente división del trabajo, el aumento de especialistas, expertos, peritos y 
funcionarios. No debe olvidarse que durante casi toda su historia el hombre ha vivido en pequeñas 
comunidades, ganándose la vida por medio del contacto directo e íntimo con la naturaleza. 
 
Otras zonas especiales de la sociología que merecieron cierta atención en los últimos años son la 
sociología del derecho, la ecología humana, la geografía social, la sociología del arte y de la 
educación. Quizá sea mejor considerar a algunos campos especiales, tales como la estadística 
sociológica y la sociología del conocimiento, como la base de la metodología de las ciencias 
sociales. En efecto, todas las ramas de la estadística sociológica y del método científico son 
herramientas indispensables y todas las ramas exigen un análisis crítico y concienzudo de sus 
supuestos y puntos de vista filosóficos. 
 
Todas estas especializaciones de la sociología señalan la necesidad de relacionar e integrar sus 
descubrimientos especiales mediante una vue d'ensemble, dentro de una teoría de la sociedad o 
sociología general. La misma consideración se aplica a la obra realizada en las áreas fronterizas 
entre la sociología y las demás ciencias sociales. Cada vez se ha hecho más evidente que a fin de 
comprender la personalidad o "la estructura básica de la personalidad", es necesario comprender 
también la cultura y la sociedad. Del mismo modo, las neurosis y psicosis no pueden comprenderse 
cabalmente con prescindencia del encuadre social concreto dentro del cual se manifiestan. Las 
obras de Erich Fromm, Karen Horney, Franz Alexander y otros muchos, son otros tantos testimonios 
del itinerario sociológico a lo largo del cual han marchado la psiquiatría y el psicoanálisis desde los 
días de Freud. 
 
 
 17 
DURKHEIM, Emilio. Educación 
 y Sociología. Leega, 1994. 
 
 
LA EDUCACIÓN, SU NATURALEZA Y SU FUNCIÓN 
 
 
1.- Las definiciones de la educación 
 
Examen crítico 
 
La palabra educación se ha empleado algunas veces en un sentido muy extenso para designar el 
conjunto de los influjos que la naturaleza o los otros hombres pueden ejercer, ya sobre nuestra 
inteligencia, ya sobre nuestra voluntad. Comprende, dice Stuart Mill, todo lo que hacemos nosotros 
mismos y todo lo que les demás hacen por nosotros con objeto de acercarnos a la perfección de 
nuestra naturaleza. En su acepción más amplia, comprende hasta los efectos indirectos producidos 
sobre el carácter y sobre las facultades del hombre por medio de cosas cuyo objeto es 
completamente distinto; por medio de las leyes, de las formas de gobierno, de las artes industriales y 
de los hechos físicos independientes de la voluntad del hombre, tales como el clima, el suelo y la 
situación local. Pero esta definición comprende hechos completamente dispares y que no pueden 
reunirse bajo un mismo vocablo sin exponerse a confusiones. La acción de las cosas sobre los 
hombres es muy diferente, por sus procedimientos y sus resultados, de lo que proviene de los 
hombres mismos; y la acción de los contemporáneos difiere de la que los adultos ejercen sobre los 
más jóvenes. Sólo ésta última nos interesa aquí y, por lo tanto, a ella conviene concretar la palabra 
educación. 
 
Pero ¿en qué consiste esta acción sui generis? Se han dado contestaciones muy diferentes a esta 
pregunta; pueden reducirse a dos tipos principales. 
 
Según Kant, «el objeto de la educación es desarrollar en cada individuo toda la perfección de que es 
susceptible». Pero ¿qué debe entenderse por perfección? Es, se ha dicho muchas veces, el 
desarrollo armónico de todas las facultades humanas. Llevar al punto más elevado que pueda 
alcanzarse todas las potencias que residen en nosotros, realizarlas tan completamente como sea 
posible, pero sin que se perjudiquen las unas a las otras, ¿no es esto un ideal, al que no puede 
superar ningún otro? 
 
Pero si, hasta cierto punto, este desarrollo armónico es, en efecto, necesario y deseable, no es 
integralmente realizable; porque está en contradicción con otra regla de la conciencia humana que 
no es menos imperiosa: la que nos ordena consagrarnos a una tarea especial y restringida. No 
podemos y no debemos consagrarnos todos al mismo género de vida; tenemos, según nuestras 
aptitudes, funciones distintas que desempeñar, y hace falta que nos pongamos a tono con la que 
nos incumbe. No todos estamos hechos para meditar; hacen falta hombres de sensación y de 
acción. Inversamente, hacen falta otros que tengan como función el pensar. Ahora bien, el 
pensamiento no puede desarrollarsemás que desligándose del movimiento, recogiéndose en sí 
mismo, apartándose de la acción exterior el sujeto que se le consagra por completo. De ahí una 
primera diferenciación que no puede dejar de producir una ruptura de equilibrio. Y, a su vez, la 
acción, lo mismo que el pensamiento, es susceptible de tomar una cantidad de formas diferentes y 
 
 18 
especiales. Sin duda, esta especialización no excluye un cierto fondo común y, por tanto, tanto 
cierto equilibrio de las funciones, lo mismo orgánicas que psíquicas, sin el cual la salud del individuo 
quedaría comprometida, al mismo tiempo que la cohesión social. No es por ello menos cierto que 
una armonía perfecta no puede presentarse como fin último de la conducta y de la educación. 
 
Menos satisfactoria es todavía la definición utilitaria según la cual la educación tendría por objeto 
«hacer del individuo un instrumento de felicidad para sí mismo y para sus semejantes», (James Mill); 
porque la felicidad es una cosa esencialmente subjetiva que cada uno aprecia a su manera. Una 
fórmula semejante deja, pues, indeterminado el objeto de la educación, y, por consiguiente, la 
educación misma, ya que la abandona a lo arbitrario individual. Spencer, es cierto, ha intentado 
definir objetivamente la felicidad. Para él, las condiciones de la felicidad son las de la vida. La 
felicidad completa es la vida completa. Pero ¿qué hemos de entender por la vida? Si se trata sólo de 
la vida física, puede bien decirse que es aquello sin lo cual ella sería imposible; sobreentiende, de 
hecho, un cierto equilibrio entre el organismo y su medio, y, puesto que los dos términos que están 
en relación son datos que pueden definirse, lo mismo debe ocurrir con su relación. Pero no pueden 
expresarse así sino las necesidades vitales más inmediatas. Ahora bien, para el hombre, y sobre 
todo para el hombre de hoy día, esa vida no es la vida. Pedimos a la vida algo más que el 
funcionamiento aproximadamente normal de nuestros órganos. Un espíritu cultivado prefiere no vivir 
a tener que renunciar a los goces de la inteligencia. Aun sólo desde el punto de vista material, todo 
lo que excede de lo estricto necesario, rehuye toda determinación. El standard of life, la medida de 
vida, como dicen los ingleses; el mínimo más abajo del cual no nos parece que debamos consentir 
en llegar, varía infinitamente según las condiciones, el ambiente y los tiempos. Lo que ayer 
encontrábamos suficiente, nos parece hoy por bajo de la dignidad del hombre, tal como la sentimos 
en la actualidad, y todo hace creer que nuestras exigencias, en este punto, irán creciendo cada vez 
más. 
 
Tocamos con esto a la censura general en que incurren todas estas definiciones. Parten del 
postulado de que hay una educación ideal, perfecta, que vale para todos los hombres 
indistintamente; y es esta educación, universal y única, la que el teórico trata de definir. Pero, en 
primer lugar, si se considera la historia, nada se encuentra en ella que confirme semejante hipótesis. 
La educación ha variado infinitamente según los tiempos y según los países. En las ciudades 
griegas y latinas, la educación preparaba al individuo para subordinarse ciegamente a la 
colectividad, para llegar a ser la cosa de la sociedad. Hoy día trata de hacer de él una personalidad 
autónoma. En Atenas pretendíase formar espíritus delicados, discretos, sutiles, enamorados de la 
medida y de la armonía, aptos para saborear lo bello y los goces de la pura especulación; en Roma 
se pretendía, antes que nada, que los niños se hicieran hombres de acción, apasionados por la 
gloria militar, indiferentes a lo que concierne a las letras y a las artes. En la Edad Media la educación 
era, ante todo, cristiana; en el Renacimiento toma el carácter más laico y más literario; hoy día la 
ciencia tiende a tomar el lugar que antiguamente tenía el arte en la educación. ¿Se dirá que el hecho 
no es el ideal; que si la educación ha variado es porque los hombres se han equivocado sobre lo que 
ella debía ser? Pero si la educación romana hubiera tenido impreso un individualismo comparable al 
nuestro, la ciudad romana no habría podido mantenerse; la civilización latina no habría podido 
constituirse ni, por consiguiente, nuestra civilización moderna, que, en parte, deriva de ella. Las 
sociedades cristianas de la Edad Media no habrían podido vivir si hubieran dado al libre examen el 
lugar que le damos nosotros hoy en día. Hay, pues, en todo ello necesidades inevitables de las 
cuales es imposible abstraerse. ¿Para qué puede servir el imaginarse una educación que sería 
mortal para la sociedad que la pusiese en práctica? 
 
 19 
Este postulado tan discutible proviene, a su vez, de un error más general. Si empezamos 
preguntándonos cuál debe ser la educación ideal, abstrayendo toda condición de tiempo y de lugar, 
es que admitimos implícitamente que un sistema educativo no tiene nada real en sí mismo. No 
vemos en él un conjunto de prácticas y de instituciones que se organizaron lentamente en el curso 
del tiempo, que son solidarias de todas las otras instituciones sociales y que son expresión suya, y 
que, por tanto, como ocurre con la estructura misma de la sociedad, no pueden cambiarse cuando 
se quiere. Mas parece que es un simple sistema de conceptos realizados; desde este punto de vista, 
parece sólo relacionado con la lógica. Nos figuramos que los hombres de cada tiempo lo organizan 
voluntariamente para realizar un fin determinado; que si esta organización no es en todas partes la 
misma, es porque la gente se ha equivocado sobre la naturaleza del objeto que conviene perseguir, 
o sobre los medios que permiten alcanzarlo. Desde este punto de vista, las educaciones del pasado 
se nos presentan como otras tantas equivocaciones, totales o parciales. No hay, pues, que contar 
con ellas; no tenemos porqué solidarizarnos con los errores de observación o de lógica que hayan 
podido cometer los que vivieron antes de nosotros; pero podemos y debemos ponernos el problema, 
sin ocuparnos de las soluciones que se le hayan dado, es decir, que, dejando a un lado todo lo que 
ha sido, no debemos preguntarnos sino lo que debe ser. Las enseñanzas de la historia pueden servir 
a lo sumo para ahorrarnos la reincidencia en los errores que se cometieron antes. 
 
Pero, de hecho, cada sociedad, considerada en un momento determinado de su desarrollo, tiene un 
sistema de educación que se impone a las gentes con una fuerza generalmente irresistible. Es inútil 
creer que podemos educar a nuestros hijos como queremos. Hay costumbres con las que estamos 
obligados a conformarnos; si las desatendemos demasiado, se vengan en nuestros hijos. Estos, una 
vez adultos, no se encuentran en estado de vivir entre sus contemporáneos, con los cuales no se 
hallan en armonía. Que se les haya educado según ideas demasiado arcaicas o demasiado 
prematuras, no importa; en un caso o en otro, no son de su tiempo, y, por tanto, no se encuentran en 
condiciones de vida normal. Hay, pues, en cada momento del tiempo, un tipo regulador de 
educación, del cual no podemos apartarnos sin chocar con resistencias vivas, que contienen las 
veleidades de disidencias. 
 
Ahora bien, las costumbres y las ideas que determinan este tipo no somos nosotros, 
individualmente, quienes las hemos hecho. Son producto de la vida en común, y expresan sus 
necesidades. Hasta son, en su mayor parte, obra de las generaciones anteriores. Todo el pasado de 
la humanidad ha contribuido a hacer este conjunto de máximas que dirigen la educación en la 
actualidad; toda nuestra historia ha dejado rasgos allí, como asimismo la historia de los pueblos que 
nos han precedido. De esta suerte, los organismos superiores llevan en sí mismos como el eco de 
toda la evolución biológica del cual son resultado. Cuando se estudia históricamente la manera cómo 
se formaron y se desarrollaron los sistemas de educación, nos damos cuenta de que dependen de la 
religión, de la organización política, del grado de desarrollode las ciencias, del estado de la 
industria, etc. Si los separamos de todas estas causas históricas, quedan incomprensibles. ¿Cómo, 
entonces, puede pretender el individuo reconstruir, por el solo esfuerzo de su reflexión privada, lo 
que no es obra del pensamiento individual? No se halla frente a una tabla rasa sobre la cual pueda 
edificar lo que le plazca, sino frente a realidades existentes, que no puede ni crear ni destruir, ni 
transformar a su gusto. No puede actuar sobre ellas más que en la medida en que ha aprendido a 
conocerlas, en que sabe cuál es su naturaleza y las condiciones de que dependen; y no puede llegar 
a saberlo sino yendo a su escuela, empezando por observarlas, como el físico observa la materia 
bruta y el biólogo los cuerpos vivos. 
 
 
 20 
Además, ¿cómo proceder de otro modo? Cuando se pretende determinar, por la simple dialéctica, lo 
que debe ser la educación, hay que empezar por definir los fines que debe tener. Pero, ¿qué es lo 
que nos permite decir que la educación tiene tales fines con preferencia a tales otros? No sabemos a 
priori cuál es la función de la respiración o de la circulación en el ser viviente. ¿Por qué privilegio 
hemos de estar mejor informados respecto a la función educativa? Se contestará que, con toda 
evidencia, ésta tiene por objeto educar a los niños. Pero esto es sólo presentar el problema en 
términos algo diferentes; no es resolverlo. Haría falta decir en qué consiste esa educación, a qué 
tiende, a qué necesidades humanas responde. Ahora bien, no puede contestarse a estas preguntas 
más que empezando por observar en qué consistió esa educación, a qué necesidades respondió en 
el pasado. Así, aunque sólo fuera para constituir la noción preliminar de la educación, para 
determinar la cosa que se denomina de este modo, la observación histórica aparece como 
indispensable. 
 
 
2.- Definición de la educación 
 
Para definir la educación hace falta, pues, considerar los sistemas educativos que existen o que han 
existido, relacionarlos, separar los caracteres que les son comunes. La reunión de estos caracteres 
constituirá la definición que buscamos. 
 
De pasada hemos determinado ya dos elementos. Para que haya educación, es necesario que estén 
en presencia una generación de adultos y una generación de jóvenes, y una acción ejercida por los 
primeros sobre los segundos. Queda por definir la naturaleza de esta acción. 
 
No hay, como quien dice, ninguna sociedad en la cual el sistema de educación no presente un doble 
aspecto: éste es, a la vez, uno y múltiple. 
 
Es múltiple. En efecto; en un sentido puede decirse que hay tantas clases de educación distintas en 
esa sociedad como medios distintos. ¿Se halla ésta formada por castas? La educación varía de una 
casta a otra; la de los patricios no era la de los plebeyos; la del brahmán no era la del sudra. Lo 
mismo, en la Edad Media ¡Qué separación entre la cultura que recibía el joven paje, instruido en 
todas las artes de la caballería, y la del villano, que iba a aprender a la escuela de su parroquia 
algunos escasos elementos de cálculo, de canto y de gramática! Todavía hoy, ¿no vemos variar la 
educación con las clases sociales y hasta con los medios especiales? La de la ciudad no es la del 
campo, la del burgués no es la del obrero. ¿Se dirá que esta organización no puede justificarse 
moralmente; que no puede verse en ella más que una supervivencia destinada a desaparecer? La 
tesis es fácil de defender. Es evidente que la educación de nuestros hijos no debería depender del 
fracaso que les hace nacer aquí o allá, de tales o cuales padres. Pero aunque la conciencia moral de 
nuestro tiempo hubiese recibido, en este particular, la satisfacción que espera, no por ello la 
educación se haría más uniforme. Aun dado que la carrera de cada niño dejase de estar, en gran 
parte, predeterminada por una herencia ciega, la diversidad moral de las profesiones no dejaría de 
arrastrar consigo una gran diversidad pedagógica. Cada profesión, en efecto, constituye un medio 
sui generis que reclama aptitudes particulares y conocimientos especiales, en las que predominan 
ciertas ideas, ciertas costumbres, ciertas maneras de ver las cosas; y cómo al niño se le debe 
preparar para en vista de la función que será llamado a desempeñar, la educación, a partir de una 
cierta edad, ya no puede seguir siendo la misma para todos los sujetos a quienes se aplica. Por esto 
es por lo que vemos a todos los países civilizados tendiendo cada día más a diversificarse y a 
 
 21 
especializarse; y esta especialización se hace cada día más precoz. La heterogeneidad que se 
produce así, no depende, como aquella cuya existencia señalábamos antes, de injustas 
desigualdades; pero no es menor. Para encontrar una educación absolutamente homogénea e 
igualitaria haría falta que nos remontásemos hasta nuestras sociedades prehistóricas, en el seno de 
las cuales no existe ninguna diferenciación; y aun esta clase de sociedades no representa más que 
un momento lógico en la historia de la humanidad. 
 
Pero, sea cual fuere la importancia de estas educaciones especiales, no son ellas toda la educación. 
Hasta puede decirse que no se bastan a sí mismas; dondequiera que se las observe, no se 
distinguen las unas de las otras mas que a partir de un cierto punto, más allá del cual se confunden, 
se apoyan todas en una base común. No hay pueblo donde no exista un cierto número de ideas, de 
sentimientos y de prácticas que la educación debe inculcar a todos los niños indistintamente, sea 
cualquiera la categoría social a que pertenezcan. Aún allí donde la sociedad está dividida en castas, 
cerradas las unas a las otras hay siempre una religión común a todos y, por tanto, los principios de la 
cultura religiosa, que es entonces fundamental, son los mismos en toda la extensión de la población. 
 
Si cada casta, cada familia tiene sus dioses especiales, hay divinidades generales que son 
reconocidas por toda la gente y que todos los niños aprenden a adorar. Y como estas divinidades 
encarnan y personifican ciertos sentimientos, ciertas maneras de concebir el mundo y la vida, no se 
puede ser iniciado en su culto sin contraer, a la vez, toda clase de hábitos mentales, que trascienden 
de la esfera de la vida puramente religiosa. De la misma manera, en la Edad Media, siervos, villanos, 
burgueses y nobles recibían igualmente la misma educación cristiana. Si esto es así con sociedades 
donde la diversidad intelectual y moral alcanza este grado de contrastes ¡con cuánta más razón no 
ocurre lo mismo en los pueblos más adelantados, en los cuales las clases, aun permaneciendo 
distintas, están sin embargo separadas por un abismo menos profundo! Allí donde estos elementos 
comunes a toda educación no se expresan bajo la forma de símbolos religiosos, no dejan, a pesar 
de todo, de existir. En el curso de nuestra historia se ha venido constituyendo un conjunto de ideas 
sobre la naturaleza humana, sobre la importancia respectiva de nuestras diferentes facultades, sobre 
el derecho y sobre el deber, sobre la sociedad, sobre el individuo, sobre el progreso, sobre la 
ciencia, sobre el arte, etcétera, que están en la base misma de nuestro espíritu nacional; toda 
educación, lo mismo la del rico que la del pobre, la que conduce a las carreras liberales como la que 
prepara para las funciones industriales, tiene por objeto fijarlas en las conciencias. 
 
Resulta de estos hechos que cada sociedad se forma un cierto ideal del hombre, de lo que éste 
debe ser, tanto desde el punto de vista intelectual como físico y moral; que este ideal es, hasta cierto 
punto, el mismo para todos los ciudadanos; que a partir de cierto punto se diferencia según medios 
particulares que toda sociedad lleva en su seno. Es este ideal, a la vez uno y diverso, lo que 
constituye el polo de la educación. Este tiene, pues, por función suscitar en el niño: primero, un 
cierto número de estados físicos y mentales que la sociedad a la que pertenece considera como nodebiendo estar ausentes en ninguno de sus miembros; segundo, ciertos estados físicos y mentales 
que el grupo social particular (castas, clase, familia, profesión) considera igualmente como debiendo 
encontrarse en cuantos lo forman. Así, son la sociedad, en su conjunto, y cada medio social 
particular, quienes determinan ese ideal que la educación realiza. La sociedad no puede vivir si entre 
sus miembros no existe una suficiente homogeneidad: la educación perpetúa y refuerza esta 
homogeneidad, fijando de antemano en el alma del niño las semejanzas esenciales que exige la vida 
colectiva. Pero, por otra parte toda cooperación sin una cierta diversidad, sería imposible: la 
educación asegura la persistencia de esta diversidad necesaria, diversificándose y especializándose 
 
 22 
ella misma. Si la sociedad llegó a este grado de desarrollo, en el cual las antiguas divisiones en 
castas y en clases no pueden ya mantenerse, ella prescribirá una educación más unitaria en su 
base. Si en el mismo momento, el trabajo está más dividido, esa educación provocará en los niños, 
sobre un primer fondo de ideas y de sentimientos comunes, una diversidad más rica de aptitudes 
profesionales. Si vive en estado de guerra con las sociedades ambientes, se esfuerza por formar los 
espíritus según un modelo fuertemente nacional; si la concurrencia internacional toma una forma 
más pacífica, el tipo que ella pretende realizar es más general y más humano. La educación no es 
pues, en sí misma, más que el medio con que prepara en el corazón de los niños las condiciones 
esenciales de su propia existencia. Veremos más adelante cómo el mismo individuo tiene interés en 
someterse a estas exigencias. 
 
Llegamos, pues, a la fórmula siguiente: La educación es la acción ejercida por las generaciones 
adultas sobre las que todavía no están maduras para la vida social. Tiene por objeto suscitar y 
desarrollar en el niño cierto número de estados físicos, intelectuales y morales, que exigen de él la 
sociedad política en su conjunto y el medio especial, al que está particularmente destinado. 
 
 
3.- Consecuencia de la definición precedente: carácter social de la educación 
 
Resulta de la definición precedente que la educación; consiste en una socialización metódica de la 
generación joven. En cada uno de nosotros puede decirse existen dos seres que, no siendo 
inseparables sino por abstracción, no dejan de ser distintos. El uno está hecho de todos los estados 
mentales que se refieren únicamente a nosotros mismos y a los sucesos de nuestra vida personal: 
es lo que podría llamarse el ser individual. El otro es un sistema de ideas, de sentimientos y de 
hábitos que expresan en nosotros, no nuestra personalidad, sino el grupo, o los grupos diferentes, 
de los cuales formamos parte; tales son las creencias religiosas, las creencias y las prácticas 
morales, las tradiciones nacionales o profesionales, las opiniones colectivas de todo género. Su 
conjunto forma el ser social. Constituir este ser en cada uno de nosotros, tal es el fin de la 
educación. 
 
Así es, además, como mejor se demuestra la importancia de su papel y la fecundidad de su acción. 
En efecto, no sólo este ser social no aparece ya hecho, en la constitución primitiva del hombre, sino 
que no ha resultado de ella por desarrollo espontáneo. Espontáneamente, el hombre no tendía a 
someterse a una autoridad política a respetar una disciplina moral, a consagrarse y a sacrificarse. 
No había nada en nuestra naturaleza congénita que nos predispusiese necesariamente a venir a ser 
los servidores de divinidades, emblemas simbólicos de la sociedad, a rendirles un culto, a privarnos 
de algo para prestarles honores. Fue la sociedad misma la que, según se iba formando y 
consolidando, sacó de su propio seno estas grandes fuerzas morales ante las cuales el hombre ha 
sentido su inferioridad. Ahora bien, si hacemos abstracción de las vagas e inciertas tendencias que 
pueden ser debidas a la herencia, el niño, al entrar en la vida, no aporta más que su naturaleza 
individual. La sociedad se encuentra, pues, a cada nueva generación en presencia de una tabla casi 
rasa, en la cual tendrá que construir con nuevo trabajo. Hace falta que, por las vías más rápidas, al 
ser egoísta y asocial que acaba de nacer, agregue ella otro, capaz de llevar una vida moral y social. 
He ahí cuál es la obra de la educación, y bien se deja ver toda su importancia. No se limita a 
desarrollar el organismo individual en el sentido indicado por la naturaleza, a tornar aparentes 
fuerzas ocultas, que no piden más que revelarse. Ella crea en el hombre un ser nuevo. 
 
 
 23 
Esta virtud creadora es, además, un privilegio especial de la educación humana. Completamente 
distinta es la que reciben los animales, sí podemos aplicar este nombre al entrenamiento progresivo 
a que se hallan sometidos por parte de sus padres. Puede esta educación apresurar el desarrollo de 
ciertos instintos dormidos en el animal, pero no le inicia en una vida nueva. Facilita el juego de las 
funciones naturales, pero no crea nada. Instruido por su madre, el hijo sabe volar más pronto o hacer 
su nido; pero no aprende casi nada que no hubiese podido descubrir por su experiencia personal. Es 
que los animales, viven fuera de todo estado social o forman sociedades bastante simples, que 
funcionan gracias a mecanismos instintivos que cada individuo lleva consigo, ya constituidos, desde 
su nacimiento. La educación no puede, pues, agregar nada esencial a la naturaleza, ya que ésta 
llega para todo, en la vida del grupo como en la del individuo. Por el contrario, en el hombre, las 
aptitudes de toda clase que supone la vida social son demasiado complejas para poder encarnarse, 
de cualquier modo, en nuestros tejidos y materializarse bajo la forma de predisposiciones orgánicas. 
Resulta que no pueden transmitirse de una generación a otra por la vía de la herencia. Es mediante 
la educación como la transmisión se hace. 
 
Sin embargo, se dirá: si se puede concebir, en efecto, que las cualidades propiamente morales, 
porque imponen privaciones al individuo, porque dificultan sus movimientos naturales, no pueden ser 
suscitadas en nosotros sino bajo una acción venida de fuera, ¿no hay otras también que todo 
hombre tiene interés en adquirir y que busca espontáneamente? Tales son las distintas cualidades 
de la inteligencia, que le permiten acomodar mejor su conducta a la naturaleza de las cosas. Tales 
son también las cualidades físicas, y todo lo que contribuye al vigor y a la salud del organismo. Con 
éstas, por lo menos, parece que la educación, desenvolviéndolas, no hace más que ir al encuentro 
del propio desenvolvimiento de la naturaleza, llevar al individuo a un estado de perfección relativa, 
hacia el cual tiende él por sí mismo, si bien puede conseguirlo más rápidamente gracias al concurso 
de la sociedad. 
 
Pero lo que muestra bien, a pesar de las apariencias que, aquí como allá, la educación responde 
antes que nada a necesidades sociales, es que hay sociedades en las cuales estas cualidades no 
fueron cultivadas en absoluto, y que, no obstante, fueron muy diversamente entendidas según las 
sociedades. Estamos lejos de que las ventajas de una sólida cultura intelectual hayan sido 
reconocidas por todos los pueblos. La ciencia, el espíritu crítico, que hoy ponemos tan alto, han 
estado durante mucho tiempo en entredicho. ¿No conocemos una gran doctrina que declara felices 
a los pobres de espíritu? Hemos de guardarnos bien de creer que esta indiferencia hacia el saber 
haya sido impuesta artificialmente a los hombres contra su naturaleza. Por sí mismos, éstos no 
tienen la sed instintiva de ciencia que, con frecuencia y arbitrariamente, se les ha atribuido. No 
desean la ciencia más que hasta donde la experiencia les ha mostrado que no pueden pasar sin ella. 
Ahora bien, por lo que hace al manejo de su vida individual, no tenían nada que hacer con ella. 
Como ya decía Rousseau, para satisfacer las necesidades vitales,la sensación, la experiencia y el 
instinto, podía bastar, como bastan al animal. Si el hombre no hubiese conocido otras necesidades 
que las, muy simples, que radican en su constitución individual, no se habría echado a buscar la 
ciencia; tanto más cuanto que ésta no se ha adquirido sin grandes y dolorosos esfuerzos. No 
conoció la sed del saber hasta tanto que la sociedad no la despertó en él, y la sociedad no la 
despertó hasta que no sintió ella misma su necesidad. Este momento llegó cuando la vida social, 
bajo todas sus formas, se hizo demasiado compleja para poder funcionar sin el concurso del 
pensamiento reflexivo, es decir, del pensamiento esclarecido por la ciencia. Entonces, la cultura 
científica se hizo indispensable, y por ello es por lo que la sociedad la exige de sus miembros y se la 
 
 24 
impone como un deber. Pero, en un principio, mientras la organización social es muy sencilla, muy 
poco variada, siempre igual a sí misma, la ciega tradición es bastante, como el instinto al animal. 
 
Entonces, el pensamiento y el libre examen son inútiles y hasta peligrosos, ya que no pueden sino 
amenazar a la tradición. Es por lo que se les proscribe. 
 
No pasan de otro modo las cosas con las cualidades físicas. Basta con que el medio social incline la 
conciencia pública hacia el ascetismo, y la educación física quedará relegada al segundo plano. Es 
un poco lo que sucedió en las escuelas de la Edad Media; y este ascetismo era necesario porque la 
única manera de adaptarse a la rudeza de aquellos tiempos difíciles era amándola. Del mismo 
modo, siguiendo la corriente de la opinión, esta misma educación se entenderá en los sentidos más 
diferentes. En Esparta, tenía, sobre todo, como objeto fortalecer los miembros contra el cansancio; 
en Atenas, era un medio de hacer cuerpos bellos a la vista; en el tiempo de la caballería se te pedía 
que formase guerreros ágiles y flexibles; en nuestros días no tiene más que un fin higiénico, y se 
preocupa sobre todo de contrarrestar los peligrosos efectos de una cultura intelectual demasiado 
intensa, Así, hasta las cualidades que parecen, a primera vista, tan espontáneamente deseables, el 
individuo no las busca más que cuando la sociedad le invita a ello, y las busca de la manera que ella 
le ordena. 
 
Llegamos así al punto de contestar a una cuestión suscitada por todo lo que precede. Mientras que 
mostrábamos la sociedad formando, según sus necesidades, a los individuos, podía parecer que 
éstos sufrían con ello una insoportable tiranía. Pero, en realidad, ellos mismos tienen interés en esta 
sumisión; porque el nuevo ser que la acción colectiva edifica, mediante la educación, en cada uno de 
nosotros, representa lo que hay de mejor en nosotros, de propiamente humano. El hombre, en 
efecto, no es hombre más que porque vive en Sociedad. Es difícil, en el curso de un artículo, 
demostrar con rigor una proposición tan general, tan importante y que resume los trabajos de la 
sociología contemporánea. Pero, desde luego, puede afirmarse que ella es cada vez menos 
impugnada. Además, no es imposible recordar someramente los hechos más esenciales que la 
justifican. 
 
En primer término, si existe hoy día un hecho, históricamente establecido, es que la moral tiene una 
relación estrecha con la naturaleza de las sociedades, ya que, como hemos mostrado de paso, ella 
cambia cuando las sociedades cambian. Es, pues, cierto que ella es una resultante de la vida el 
común. Es la sociedad, en efecto, quien nos saca fuera de nosotros mismos, quien nos obliga a 
contar con otros intereses diferentes de los nuestros; es ella quien nos enseña a dominar nuestras 
pasiones, nuestros instintos, a imponerles una ley, a molestarnos, a privarnos, a sacrificarnos, a 
subordinar nuestros fines personales a fines más altos. Todo el sistema de representación que 
mantiene en nosotros la idea y el sentimiento de la regla, de la disciplina, lo mismo interna que 
arrastrar a la sociedad quien lo instituyó en nuestras conciencias. Así es como hemos adquirido este 
poder de resistencia contra nosotros mismos, este dominio sobre nuestras tendencias, que es uno 
de los rasgos distintivos de la fisonomía humana y que se encuentra tanto más desarrollada cuanto 
más plenamente somos hombres. 
 
No debemos menos a la sociedad, desde el punto de vista intelectual. Es la ciencia la que elabora 
las nociones cardinales que dominan nuestro pensamiento; nociones de causa, de leyes, de 
espacio, de número; nociones de los cuerpos, de la vida, de la conciencia, de la sociedad, etcétera. 
Todas estas ideas fundamentales están perpetuamente en evolución: es que son el resumen, la 
 
 25 
resultante de todo el trabajo científico lejos de su punto de partida, como creía Pestalozzi. Nosotros 
no nos representamos al hombre, la naturaleza, las causas, el espacio mismo, como se los 
representaban en la Edad Media: es que nuestros conocimientos y nuestros métodos científicos no 
son ya los mismos. Ahora bien, la ciencia es una obra colectiva, puesto que supone una vasta 
cooperación de todos los sabios, no sólo de un mismo tiempo, sino de todas las épocas sucesivas 
de la historia. -Antes de haberse constituido las ciencias, la religión llenaba la misma función: porque 
toda mitología consiste en una representación, ya muy elaborada, del hombre y del universo. La 
ciencia, además, fue heredera de la religión. Y una religión es una institución social. Al aprender una 
lengua, aprendemos todo un sistema de ideas distintas y clasificadas, y heredamos todo el trabajo 
de donde salieron esas clasificaciones, que resumen siglos de experiencias. Hay más: sin el 
lenguaje no tendríamos, como quien dice, ideas generales, puesto que es la palabra la que, 
fijándola, da a los conceptos una consistencia suficiente para que puedan ser cómodamente 
manejados por el espíritu. Es, pues, el lenguaje lo que nos ha permitido elevarnos por encima de la 
sensación pura, y no hay necesidad de demostrar que el lenguaje es, en el más alto grado, una cosa 
social. 
 
Se deja ver, por estos pocos ejemplos, a qué quedaría reducido el hombre si se le despojara de todo 
lo que le viene de la sociedad: caería en el rango del animal. Si ha podido transponer el estadio en 
que se detuvieron los animales ha sido, primero, porque no está reducido al solo producto de sus 
esfuerzos personales, sino que coopera regularmente con sus semejantes, lo que refuerza la 
resultante de la actividad de cada uno. Luego, y principalmente, porque los productos del trabajo de 
una generación no quedan perdidos para la que la sigue. De lo que un animal haya podido aprender 
en el curso de su existencia individual, casi nada puede sobrevivirle. Por el contrario, los resultados 
de la experiencia humana se conservan casi íntegramente y hasta en los detalles, gracias a los 
libros, a los monumentos representativos, a los utensilios, a los instrumentos de toda clase que se 
transmiten de generación en generación a la tradición oral, etc. El suelo de la naturaleza se cubre 
así de un rico aluvión que va creciendo sin cesar. En lugar de disiparse, cada vez que una 
generación se extingue, y viene otra a sustituirla, la sabiduría humana se acumula sin cesar, y esta 
acumulación indefinida es la que eleva al hombre por encima del animal y por encima de sí mismo. 
Pero, igual que con la cooperación de que tratábamos antes, esta acumulación no es posible más 
que en la sociedad y por la sociedad. Pues para que el legado de cada generación pueda 
conservarse y añadirse a los otros, hace falta que exista una personalidad moral que perdure más 
allá de las generaciones que pasan, que ligue unas a las otras: es la sociedad. Así, el antagonismo, 
que con excesiva frecuencia se ha admitido que existe entre la sociedad y el individuo, no 
corresponde a nada en los hechos. Muy lejos de que estos dos términos se opongan y no puedan 
desarrollarse más que en sentido inverso uno del otro, se implican mutuamente. El individuo, al 
querer a la sociedad, se quierea sí mismo. La acción que ésta ejerce sobre él, señaladamente por 
medio de la educación, no tiene, de ningún modo, como objeto y como efecto, comprimirle, 
disminuirle, desnaturalizarle; sino, por el contrario, engrandecerle y hacer de él un ser 
verdaderamente humano. Es cierto que no puede engrandecerse a sí mismo, más que poniendo su 
esfuerzo. Pero es que, precisamente, la facultad de hacer voluntariamente un esfuerzo es una de las 
características más esenciales del hombre. 
 
 
 
 
 
 
 26 
4.- Función del Estado en materia de educación 
 
Esta definición de la educación permite resolver fácilmente la cuestión, tan debatida, de los deberes 
y los derechos del Estado en materia de educación. 
 
Se les opone los derechos de la familia. El niño, se dice, pertenece primeramente a sus padres; es, 
pues, a éstos a quienes toca dirigir, como ellos entiendan, su desarrollo intelectual y moral. Se 
concibe entonces la educación como una cosa esencialmente privada y doméstica. Colocados en 
este punto de vista, la tendencia natural es reducir al mínimo posible la intervención del Estado en la 
materia. Este debería, se dice, limitarse o servir de auxiliar y de sustituto a las familias. Cuando 
éstas no se encuentran en estado de cumplir sus deberes, es natural que aquél se encargue de ello. 
Es hasta natural que les haga su tarea lo más fácil posible, poniendo a su disposición escuelas 
donde puedan, si quieren, enviar a sus hijos. Pero debe concretarse estrictamente a estos límites, y 
prescindir de toda acción positiva destinada a imprimir una orientación determinada en el espíritu de 
la juventud. 
 
Pero no debe, ni mucho menos, limitarse a un papel tan negativo. Si, como hemos tratado de 
establecer, la educación tiene antes que nada una función colectiva; si tiene por objeto adaptar el 
niño al medio social en que está destinado a vivir, es imposible que la sociedad se desinterese de 
semejante operación. ¿Cómo podría estar ausente, cuando es ella el punto de referencia por el cual 
la educación debe dirigir su acción? Es a ella a quien corresponde recordar incesantemente al 
maestro cuáles son las ideas, los sentimientos que hay que imprimir en el niño para ponerle en 
armonía con el medio en que debe vivir. Si no estuviera siempre presente y vigilante, para obligar a 
la acción pedagógica a ejercerse en un sentido social, ésta se pondría necesariamente al servicio de 
creencias particulares, y la grande alma de la patria se dividiría y se resolvería en una multitud 
incoherente de pequeñas almas fragmentarias, en conflicto unas con otras. No se puede ir de 
manera más completa contra el objeto fundamental de toda educación. Hay que elegir: si atribuimos 
algún valor a la existencia de la sociedad -y acabamos de ver lo que ella es para nosotros- hace falta 
que la educación asegure entre los ciudadanos una suficiente comunidad de ideas y de 
sentimientos, sin la cual toda sociedad es imposible; y para que ella pueda producir este resultado, 
importa mucho que no quede por completo abandonada al arbitrio de los particulares. 
 
Desde el momento en que la educación es una función esencialmente social, el Estado no puede 
desinteresarse de ella. Por el contrario, todo lo que es educación debe estar, hasta cierto punto, 
sometido a su acción. No quiere esto decir que deba necesariamente monopolizar la enseñanza. La 
cuestión es demasiado compleja para que se la pueda tratar así, de paso; la reservaremos para otra 
ocasión. Puede creerse que los progresos escolares son más fáciles y más rápidos donde se deje 
cierto margen a las iniciativas individuales; porque el individuo tiene más propensión a ser innovador 
que el Estado. Pero que el Estado deba, por interés público, dejar que se abran otras escuelas 
además de aquellas en que su responsabilidad es más directa, no quiere decir que deba 
desentenderse de lo que pasa en ellas. Por el contrario, la educación que se da allí, debe quedar 
sometida a su inspección. No llega a ser admisible que la función de educador pueda ser 
desempeñada por alguien que no presente garantías especiales, de las cuales es el Estado el único 
juez. Sin duda, los límites en que debe mantenerse su intervención, pueden ser bastante difíciles de 
determinar siempre. No hay escuela que pueda reclamar el derecho de dar con toda libertad, una 
educación antisocial. 
 
 
 27 
Sin embargo, hemos de reconocer que el estado de división en que se encuentran actualmente los 
espíritus en nuestro país, hace que sea particularmente delicado este deber del Estado, al mismo 
tiempo que más importante. En efecto, no pertenece al Estado el crear esa comunidad de ideas y de 
sentimientos sin la cual no hay sociedad; debe ésta constituirse por sí misma, y el Estado sólo puede 
consagrarla, sostenerla, hacer que sea más consciente en los particulares. 
 
Ahora bien, es desgraciadamente innegable que, en nuestro país, esa unidad moral no es, en todos 
los puntos, lo que debería ser. Estamos divididos entre conceptos divergentes y algunas veces hasta 
contradictorios. Hay en estas divergencias un hecho que es imposible negar y que hay que tener en 
cuenta. No puede ser cuestión el reconocer a la mayoría el derecho de imponer sus ideas a los hijos 
de la minoría. La escuela nunca podrá ser el negocio de un partido, y el maestro falta a sus deberes 
cuando emplea la autoridad de que dispone, para arrastrar a sus alumnos por el camino de sus 
prejuicios, por muy justificados que puedan parecerle. Pero, a pesar de todas estas disidencias, 
existen ya hoy, en la base de nuestra civilización, un cierto número de principios que, implícita o 
explícitamente, son comunes a todos, principios que muy pocos se atreven a negar abiertamente y 
de frente: respeto a la razón, a la ciencia, a las ideas y a los sentimientos que están en la base de la 
moral democrática. La función del Estado es abrir paso a estos principios esenciales, hacer que 
sean enseñados en las escuelas, velar para que en ninguna parte se consienta que los ignoren los 
niños, por que en todas partes se hable de ellos con el debido respeto. Hay, en este punto, una 
acción que debe ejercerse y que será quizá tanto más eficaz cuanto menos agresiva sea y menos 
violenta, y cuanto mejor sepa contenerse dentro de discretos límites. 
 
 
5.- Poder de la educación. Los medios de acción 
 
Después de haber determinado el objeto de la educación, importa que tratemos de determinar cómo 
y en qué medida se puede alcanzar este objeto; es decir, cómo y en qué medida puede ser eficaz la 
educación. 
 
La cuestión ha sido siempre muy debatida. Para Fontenelle, «ni la buena educación hace el buen 
carácter, ni la mala lo destruye». Por el contrario, para Locke, para Helvetius, la educación lo puede 
todo. Según este último, «todos los hombres nacen iguales y con aptitudes iguales; sólo la 
educación hace las diferencias». La teoría de Jacotot se acerca mucho a la precedente. La solución 
que se da al problema depende de la idea que se tiene de la importancia y de la naturaleza de las 
predisposiciones innatas, de un lado, y, de otro, de la potencia de los medios de acción de que 
dispone el educador. 
 
La educación no hace al hombre de la nada, como creían Locke y Helvetius; se aplica a 
disposiciones que encuentra ya hechas. Por otro lado, se puede admitir de una manera general que 
esas tendencias congénitas son muy fuertes, muy difíciles de destruir o de transformar radicalmente, 
porque dependen de condiciones orgánicas en las cuales el educador puede influir muy poco. Por lo 
tanto, en la medida en que ellas tienen un objeto definido, en que ellas inclinan el espíritu y el 
carácter hacia ciertas maneras de obrar y de pensar, estrechamente determinadas, todo el porvenir 
del individuo se encuentra determinado de antemano, y no queda mucho que hacer a la educación. 
 
Pero, afortunadamente, una de las características del lo que pueda reclamar disposiciones innatas 
son en él muy generales y muy vagas. En efecto, el tipo de la predisposición

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