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1 Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Estudios Superiores Iztacala QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN PSICOLOGIA P R E S E N T A DE GANTE SOTO VÍCTOR MIGUEL ÁNGEL Director: Lic. Gerardo Abel Chaparro Aguilera Dictaminadores: Lic. Irma Herrera Obregón Lic. Laura Castillo Guzmán Los Reyes Iztacala, Edo de México, Octubre, 2016. T E S I S T E Ó R I C A “Aproximaciones del fenómeno suicida en México a partir de diversas disciplinas del conocimiento”. UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 “Dedicado a la memoria de mi hermano Christian Armando Castro Soto quien dejó una enseñanza, un legado y la oportunidad de ayudar y entender la realidad de muchas personas”. “En honor de todos aquellos que pusieron fin a su trayecto vital y no tuvieron la oportunidad de transmitir su sentir”. 3 AGRADECIMIENTOS Agradecimiento… aquella expresión que va más allá de la costumbre; una oración que representa la sinceridad del pensamiento que se le otorga a alguien; una palabra que traspasa la norma mecánica de decir “gracias”; un mensaje transparente que pretende llegar a la persona pensada; un toque personal escrito con tintes de eternidad; una serie de enunciados que no se pueden conceder espontáneamente, ya que requieren ser meditados por el impacto favorable que otros han generado en mi existencia; una emoción que se deposita minuciosamente en cada fibra simbólica de letra escrita; un conjunto de frases formales que no buscan reducirse a un tecleo temporal de computadora, una serie de ideas que fluyen en dirección de la oportunidad que representan ciertas figuras presenciales y una tinta especial plasmada que representa mi multidimensionalidad. En mi transitar académico, social, familiar y otros contextos de participación social, muchas ideas e interacciones me han influido, construido y edificado una visión particular de la realidad. Algunas personas también me han apoyado y brindado determinadas oportunidades. Sin embargo, para la particularidad y brevedad de esta tesis haré mención sólo de algunas. Quisiera agradecer a mi director Gerardo Abel Chaparro Aguilera por el tiempo que ha dedicado a revisar esta construcción teórica; la paciencia y comprensión que nos brinda a cada uno de sus tesistas; los señalamientos y propuestas realizadas; la afable actitud con la que siempre me recibió y el cobijo profesional que guió mi acción académica, ya que desde mi percepción como tesista siempre se generó una dinámica agradable durante este tiempo compartido. También quisiera agradecer a mis asesoras Irma Herrera Obregón y Laura Castillo Guzmán por el tiempo dedicado a la lectura de esta tesis, las observaciones realizadas y su apoyo profesional. Agradezco a Francisco Javier Anguiano Aguilar, Marisol Loera García y a Pamela Loera García por el intercambio intersubjetivo que tuvimos a través de 4 conversaciones esporádicas que incitaron a la reflexión crítica de algunas ideas plasmadas en el presente trabajo. Por último, brindo un sincero agradecimiento a mi tía María Rocío Soto Vega por su dirección, consejo, apoyo incondicional y afectivo a lo largo de mi vida, la confianza otorgada y la influencia en mi toma de decisiones a nivel personal y profesional. Así mismo, a mi padre Víctor De Gante Torres y a Marcela López Mancilla por el apoyo, acompañamiento afable, transparente confianza, enseñanzas significativas e intercambios verbales sustanciosos. 5 ÍNDICE INTRODUCCIÓN…………………………………………………................................. 7 1 LA EPIDEMIOLOGÍA DEL SUICIDIO EN MÉXICO……………………………... 14 1.1 La epidemiología y el suicidio como problema de salud……………………………... 14 1.2 El crecimiento progresivo del suicidio en México……………………………………… 15 1.3 El suicidio diferenciado y los métodos utilizados en México……..…………………. 18 1.4 El suicidio juvenil…………………………………….……………………………………….. 20 1.5 El suicidio en las entidades federativas……….…………………………………………. 21 1.6 Cierre de capítulo uno…..……………………………………………………………….…… 22 2 EL SUICIDIO: UNA CONCEPCIÓN RELIGIOSA………………………………… 24 2.1 El suicidio como acto “malo”……………………………………………………………… 24 2.2 Los “no suicidios”…………………………………………………………………………… 29 2.3 El sufrimiento…………………………………………………………………………………. 31 2.4 Desplazamiento profesional……………………………………………………………….. 32 2.5 Cierre de capítulo dos………………………………………………………………………. 33 3 LA VISIÓN SOCIAL-FAMILIAR DEL SUICIDO…………………………………. 35 3.1 Sociedad y familia………………………...…………………………………………………. 35 3.2 Funciones de la familia……………………………………………………………………… 42 3.4 El sentido de pertenencia y la “llamada de atención”………………………………… 45 3.5 El establecimiento de reglas……………………………………………………………….. 46 3.6 El suicidio explícito infantil y otros factores asociados……………………………… 50 3.7 Cierre de capítulo tres………………………………………………………………………. 52 6 4 EL CUERPO Y EL SUICIDIO………………………………………………………. 54 4.1 El abandono y mensaje corporal…………..…………………………………………….. 53 4.2 “cuerpos suicidas”…………………………………………………………………………… 58 4.3 El cuerpo y los métodos suicidas…………………………………………………………. 60 4.4 Diferencias corporales suicidas entre varones, mujeres y niños………..………….. 64 4.5 EL daño autoinfligido………..……………………………………………………………… 67 4.6 El cuidado del cuerpo………………………………………………………………………… 69 4.7 Cierre de capítulo cuatro..…………………………………………………………………… 71 CONCLUSIÓN…………………………………………………………………………….. 72 REFLEXIÓN……………………………………………………………………………….. 76 BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………………………… 78 ANEXOS……..…………………………………………………………………………….. 82 7 INTRODUCCIÓN Indudablemente en algún momento de la existencia, todo hombre ha pensado en un acontecimiento que es parte de nuestra vida cotidiana, que posee la etiqueta de “inevitable”, que ocurre en cualquier época y que para muchas culturas puede presentarse como un hecho lamentable y doloroso. Me refiero a la muerte. Probablemente muchos de nosotros hemos escuchado esa frase tan característica y popular que dice “todo tiene solución menos la muerte”. Dicha frase no carece de importancia para la humanidad, alberga un pensamiento que nos concierne directamente y que ocurrirá, ya que morir es parte de la vida. Las personas saben que la muerte es el fin de la existencia de un ser vivo, no solo de nosotros, sino también de la flora y la fauna que existe a nuestro alrededor. Sinembargo, de este hecho no se puede reducir a una dialéctica de vida-muerte, a una visión lineal que la explique de forma tan sencilla. No basta percibirla como la última parte de un proceso de vida, en el que nacemos, crecemos, nos reproducimos, transmitimos la cultura y morimos. Tampoco como la falta de funcionamiento de los órganos internos, ya que estaríamos dejando de lado su comprensión y el impacto que puede producir en algunos. Seguramente, desde pequeños hemos tenido alguna clase de contacto con la muerte, ya sea por algún acontecimiento cercano, la historia de alguien o, pensemos incluso en el lugar en el que nos encontramos, es decir en México. Nuestro país es sede de una de las tradiciones más importantes del mundo dedicadas a la muerte, heredadas desde el México Prehispánico, me refiero al día de muertos, en el que se tiene la creencia de que las personas fallecidas nos visitan en el día 1 (dedicado a los adultos) y 2 (dedicado a los niños) de noviembre (Gómez, 2011). La importancia de contemplar el contexto en el que nos encontramos, en este caso México, radica en entender las prácticas sociales que se llevan a cabo de forma habitual en una población (como la elaboración de ofrendas en el día de muertos) y así comprender cómo su influencia permite la construcción de 8 determinados pensamientos, percepciones y de comportamientos respecto de la muerte en determinados lugares (Dreier, 1999). La muerte es algo tan cotidiano en nuestra cultura, que basta con el simple hecho de encender la televisión y ver algún noticiero reportando muertes, leer en la primera plana del periódico del día sobre el fallecimiento de algún individuo o en alguna red social (como facebook) algún mensaje dedicado a alguien en particular o anunciando su deceso. No obstante, el que sea cotidiano no quiere decir que no genere angustia, miedo o algún estado emocional que cause conflicto en las personas, ya sea por el desconocimiento que se tiene de la muerte, permeado por creencias y costumbres; por la forma en la que ésta sucede y/o por no haber tenido la oportunidad de realizar “algo” para con el fallecido. A diferencia de los demás seres vivos, como los animales que conocen su muerte hasta el momento en el que llega, nosotros durante la mayor parte de nuestro ciclo de vida tenemos conocimiento de que ese evento sucederá, no es una alternativa, es el desenlace de un trayecto vital. Cuando el fin biológico de nuestra existencia concluye de forma inesperada, es decir, no se llega a la vejez y se muere de forma “natural”, estamos más propensos a entrar en conflicto o angustia (Hernández ,2006). Es probable que cuando una persona fallece “naturalmente” (sin dolor), se pueda pensar que ésta, ha cumplido su ciclo de vida y de cierta forma hay una aceptación más rápida por parte de los allegados. Hay que considerar que al referirme a “una aceptación más rápida”, no doy por sentado que emociones de tristeza, enojo o estados de ansiedad no surjan a lo largo del proceso. Quintanar (2007) quien se ha dedicado en gran parte de su vida al estudio del fenómeno suicida, alude a la existencia del Sistema NASH, el cual es una clasificación de los cuatro tipos de muertes que existen y que sus siglas pertenecen a cada una de ellas. La primera, que ya ha sido mencionada es la “natural”; la segunda, es la muerte accidental, un evento inesperado que ocasiona el deceso; la tercera es el homicidio, que ocurre generalmente cuando una persona priva de la vida a otra y la última es el suicidio, que ocurre cuando un 9 individuo se desprende de su propia vida, aunque realmente la definición de este fenómeno va más allá de 10 palabras. De acuerdo con lo mencionado hasta el momento, las muertes que generan el conflicto o angustia más severa, son representadas por la muerte accidental, el homicidio y el suicidio. Es en éste último tipo de muerte en el que centraré mi atención, esfuerzo, dedicación y desarrollo de la presente tesis. Hablar de suicidio requiere hacerse de antemano con un profundo respeto por todas aquellas personas que han tomado esa dolorosa decisión y que fueron orilladas (por múltiples factores) a percibir una única solución a sus conflictos, dando fin a su trayecto vital. La decisión del suicida puede ser precipitada o meditada durante algún tiempo, pero finalmente es suya y alberga un último y confuso mensaje para sí mismo, los allegados, la familia y la sociedad. Podemos percibir al suicidio como la consecuencia de la máxima expresión de dolor y sufrimiento insuperable que una persona puede llegar a albergar en su ser. Es un comportamiento que puede realizarse de múltiples formas, pero la finalidad siempre es la misma… la muerte. El concepto “suicidio” está conformado a partir de dos raíces provenientes del latín. La primera de ellas es “Sui” que significa “sí mismo” y la segunda es “cidium” cuyo significado es “matar”. De acuerdo con esto, el término suicidio alude a “matarse a sí mismo” o en palabras de Hernández y Flores (2011) “una forma extrema de violencia contra sí mismo”. Sin embargo, esta definición no ha sido suficiente, por ello diversos autores han contribuido a dar otras mucho más enriquecedoras, que permiten a todo aquel que se ha dedicado en alguna parte de su vida a observar, describir, interpretar, explicar o analizar el suicidio, comprenderlo más allá de lo obvio y unidimensional (visto desde una sola disciplina de manera aislada). Carbonell (2007) reconoce al suicidio como un fenómeno social y lo define como la clausura del propio tiempo de vida. Por otro lado, Pérez, Del pino y Ortega (2002) argumentan que el suicidio es un fenómeno universal que se manifiesta en 10 todas las épocas y culturas. Sin duda una de las definiciones que es mayormente aceptada (incluso mencionada por Eliseu Carbonell) y cuya influencia ha permeado otras disciplinas es la elaborada por Emile Durkheim, quien analizó al suicidio desde un punto de vista social. La propuesta de Durkheim (2011) es la siguiente: “Se llama suicidio a toda clase de muerte que resulte directa o indirectamente de un acto positivo o negativo, ejecutado por la propia víctima, a sabiendas de que habría de producir este resultado”. Podemos resaltar tres aspectos importantes que se encuentran plasmados en la definición. El primero de ellos es la dimensión lineal (lo obvio, lo que se sabe a primera instancia), es decir, la persona provoca su muerte y conoce el resultado del acto previo (aun si es un sacrificio voluntario); el segundo aspecto clasifica al suicidio en directo que se refiere a la inmediatez en la que ocurre el deceso e indirecto, el cual es producto de varias acciones; el tercer aspecto alude a un acto positivo, que ocurre cuando una acción es realizada por el suicida y a un acto negativo, que sucede cuando determinadas acciones se dejan de hacer, como el no comer, la persona sabe que tarde o temprano la omisión de dicha conducta lo llevará a la muerte. Cabe señalar que al leer la última parte de la oración… “a sabiendas de que habría de producir este resultado”, se excluye a los animales de la misma. Es necesario señalar que el suicidio es un comportamiento exclusivo de los humanos. No obstante, se ha llevado a cabo un debate sobre la veracidad de este argumento porque existen casos en el reino animal de “suicidios” como el de la “Viuda negra”. Durante el apareamiento de esta especie de araña, el macho suele ser devorado por la hembra (Arratua, Castro, Lacambra, Lanata, Roldán y Ruíz; 2007). Se podría considerar como un “sacrificio” (recordando que es un tipo de suicidio) para la preservación de la especie. Otras situaciones similares son las de un escorpión que se inyecta su propio aguijón cuando se ve rodeado por fuego, cuando una cabra montés se arroja al precipicio al verse rodeada por lobos o el casoen el que dos delfines fueron separados y la hembra, tiempo después nadó a una gran velocidad para impactarse con una de las paredes del lugar que la 11 contenía, muriendo en el instante al romperse el cuello (Aja, 2007). Teniendo en cuenta esto podríamos considerar el suicidio animal, pero aún no hay la seguridad de que éste tenga la intención y la anticipación de un comportamiento suicida como ocurre con las personas, por eso es indispensable diferenciar esta idea que podría causar confusión en el entendimiento del fenómeno. Hasta el momento, se dice que el primer suicidio ocurrido (del cual se tiene registro) pertenece a Periandro de Corinto, uno de los 7 sabios Griegos, quien suprimió su existencia en el siglo VI a.C. De forma breve… Él ordenó a dos varones que lo asesinarán y enterraran en el bosque, a su vez, había dado una orden similar a cuatro individuos, sólo que ahora debían matar a los dos primeros. Posteriormente, apareció un grupo más numeroso para exterminar a los cuatro mencionados (Diógenes, 1792; González, 2011). Periandro siempre tuvo la intención de darse muerte de forma indirecta y además sabía el más cercano posible resultado al emitir esas órdenes. Este suceso nos permite identificar desde qué tiempo han ocurrido este tipo de muertes, incluso no se niega la posibilidad de que decesos similares hayan ocurrido en tiempos más remotos a éste, lo cual es dudoso a falta de información que lo constate. También surge la interrogante de si este acto podemos considerarlo como suicidio, ya que la construcción del término y su percepción como tal comenzó en el siglo XVII (año 1734) con el abate Desfontaines (Martínez y Pérez, 1999; Quintanar, 2007), por lo que en realidad no existía, incluso para considerarlo en la forma en que lo plantea Durkheim hay que remontarse al momento preciso en que él así lo explica y a partir de ese instante plantearse esa línea de conocimiento, sino suena paradójico que se hable de un primer suicidio cuando en realidad no se había planteado la existencia de éste. Actualmente el INEGI (2015) argumenta que los datos duros que se tienen indican que la conducta suicida se ha presentado en más de 800 mil personas por año alrededor del mundo. En el 2012 sucedieron 804 mil casos de suicidio aproximadamente. Esta cifra ha posicionado a este fenómeno en el lugar número 12 14 del ranking de muertes en el mundo según la OMS. Sin embargo, ocupa el segundo lugar como causa de muerte en los jóvenes de 15 a 29 años. En México hubo 5 909 suicidios en el 2013 (representa una tasa de 5 aproximadamente por cada 100 mil habitantes), siendo Aguascalientes, Quintana Roo y Campeche los estados con la mayor tasa de muertes por este hecho, 9.2, 8.8 y 8.5 para cada uno respectivamente. Por otro lado, los estados que tienen las tasas más bajas son Guerrero con 2.7; Oaxaca con 3.0 y Tlaxcala con 3.1. Hernández y Flores (2011) argumentaban que la tasa de suicidios había aumentado con el paso de las décadas, reportando que en 1950 la tasa era de 1.5 por cada 100 mil habitantes y en el 2008 ya era de 4.8 por cada 100 mil habitantes. Si comparamos lo que mencionan estos autores con la tasa de 5 (por cada 100 mil habitantes), reportada actualmente, evidentemente obviaremos que siguen aumentando las muertes por suicidio. Este fenómeno ha transitado de múltiples formas. Cuando reflexionamos sobre la génesis del suicidio surge la oportunidad de entender las diferentes dimensiones que lo han ido conformando a lo largo del tiempo y cómo éstas varían dependiendo de la época y el lugar, es decir del contexto histórico. Como se mencionó anteriormente en el siglo XVI ni siquiera existía el término, pero durante el transcurso de los siglos se le ha rotulado como un honor en el caso de los sacrificios que se hacían en el México Prehispánico, un pecado desde la religión, un delito por parte del estado y como una enfermedad “mental” sostenida desde la psiquiatría. Dichos discursos han propiciado exaltar, “satanizar”, moralizar, castigar y prevenir el suicidio. Al punto tal vez de propiciar que la gente en general perciba a los suicidas como “anormales”, enfocando la atención en ellos como si fueran el “problema”, dejando de lado lo que nosotros como sociedad hemos generado. Actualmente además de los mencionados podemos percibir matices históricos, filosóficos, sociales, políticos, epidemiológicos, psicológicos, entre 13 otros, que nos permiten abordar y construir formas distintas de concebir al suicidio y por ende generar alternativas que dejen atrás los discursos ya conocidos. Desde la psicología podemos analizar la multidimensionalidad del fenómeno suicida, primero entendiéndolo como una forma de comportamiento, después enfocando nuestra atención en la disciplina correspondiente y cómo ésta explica al suicidio. Eventualmente entender las perspectivas no como dimensiones aisladas sino como un conjunto que es influenciado entre sí y que no pretende imponer etiquetas. Quintanar (2007) señala que pensar al suicidio como forma de comportamiento crea diferencias conceptuales que tienen un impacto fuerte en el tratamiento del suicidio. Cuando elaboramos conocimientos de esta índole, buscamos acercarnos al bienestar biopsicosocial, específicamente reducir el número de decesos voluntarios (que en ocasiones solo representan estadísticas) y contribuir a la creación de planes de intervención y prevención. Comprender lo que lleva a una persona a cometer suicidio no es tarea fácil y requiere además de un interés fidedigno, contemplando principalmente nuestro contexto y época actual, porque no es lo mismo atender las áreas de oportunidad de nuestro país considerando lo que ocurre en él, que extraer alternativas extranjeras o “arcaicas” que pueden no ajustarse al lugar y el tiempo en el que vivimos. Es por eso, que el objetivo del presente trabajo es realizar aproximaciones del fenómeno suicida en México a partir de diversas disciplinas del conocimiento. 14 1. LA EPIDEMIOLOGÍA DEL SUICIDIO EN MÉXICO 1.1. La epidemiología y el suicidio como problema de salud Muchas de las disciplinas que constituyen la estructura de un conocimiento se han ido modificando con el paso de los años. La epidemiología no es la excepción. En la época de su consolidación, esta disciplina estaba enfocada únicamente a la identificación de los factores causantes de las epidemias. Posteriormente, se reemplazaría el término “epidemia” por el de enfermedad. Actualmente podemos hablar de una definición más amplia la cual es proporcionada por Alarcón (2009) quien nos dice que la epidemiología “se encarga del estudio de las causas de la aparición, propagación, mantenimiento y descenso de los problemas de salud en poblaciones, con el objetivo de prevenirlos o controlarlos”. En dicho enunciado el autor resalta que ya no se habla de enfermedad sino de “problemas de salud”, la cual es pensada como bienestar y no como un opuesto de enfermedad. El suicidio entonces, al formar parte de los fenómenos que la epidemiología se encarga de sistematizar estadísticamente, ha sido posicionado como un “problema de salud” que representa una amenaza para el bienestar del individuo. Se ha buscado tener un referente de la magnitud del fenómeno, con la intención de erradicarlo no solo del país, sino también del mundo, pero esto no ha sido así. Los investigadores dedicados al fenómeno suicida han aportado datos interesantes a lo largo de los años que van desde el número de muertes que han ocurrido por año en México y en el mundo, hasta los métodos más frecuentes empleados por las personas. Actualmente podemos apreciar que México no se encuentra en los primeros lugares con mayor tasa de suicidios alrededor del mundo. De hecho si hiciéramos la comparación con el resto del mundo nos daríamos cuenta que el número desuicidios es relativamente “bajo” en nuestro país. 15 Tan sólo en el año 2004 México ocupó el lugar número 80 con una tasa de suicidios relativamente “baja” (4.3) respecto de otros países (Hernández y Flores, 2011). Más tarde, la Organización Panamericana de la Salud (2014) resalta que en el periodo comprendido entre los años 2005 a 2009 ni siquiera se encontraba entre los países de América que poseen las tasas más altas de suicidio. 1.2. El crecimiento progresivo del suicidio en México Si nuestra percepción se enfocara en ver a México a partir de la comparación con otros países, como Japón por ejemplo que ha llegado a tener tasas hasta de 23.7 suicidios por cada 100 mil habitantes (Borges, Orozco, Benjet y Medina, 2010), pudiera darse la impresión de que nuestro país se encuentra “bien” y probablemente el fenómeno suicida sería minimizado al punto de pasar desapercibido. Sin embargo, no es del todo así, ya que algunos autores han mostrado datos e investigaciones que incitan a reflexionar específicamente sobre el desarrollo del suicidio en México. Es evidente que uno de los aspectos que más han resaltado diversos autores e instituciones como el Instituto Nacional de Estadísticas Geografía e Informática (INEGI) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) es el número de muertes por suicidio que a lo largo de las décadas han ido en aumento en el país. En el cuadro 1 (anexo 1) se presenta una tabla que permite ver el crecimiento progresivo del suicidio en México desde 1970 con sus respectivas variaciones, lo cual considero permite incitar a la reflexión sobre lo que ha sucedido desde entonces en nuestra sociedad. Los datos fueron obtenidos de los artículos elaborados por Borges, Rosovsky, Gómez y Gutiérrez (1996); Borges, Orozco, Benjet y Medina (2010); Hernández y Flores (2011) y Jiménez y Cardiel (2013). A su vez, los datos revisados por estos autores provienen principalmente de dos fuentes de información principalmente: Los anuarios estadísticos del INEGI y los certificados de defunción de la Secretaria de Salud. 16 Este cuadro, no sólo tiene la intención de mostrar el aumento del número de suicidios a lo largo de los años, sino también de hacer una comparación entre los datos obtenidos por los diversos autores y que a su vez provienen de fuentes de información primarias. Según Borges et al (1996) ambas fuentes son dependientes del INEGI. Lo interesante es que dichos investigadores en sus conclusiones ya hacían énfasis en la falta de concordancia de los datos de ambas dependencias, es decir, desde 1996 y aún sigue sucediendo. Como se puede observar en ambas columnas hay variaciones que llegan casi a los 500 suicidios de diferencia como es el caso del año 1971. Esto es alarmante ya que, ¿cómo podemos percibir un fenómeno con tal magnitud de distinción en sus datos? Si bien el número de suicidios no es lo único, es relevante para posicionar al suicidio y tener una referencia del mismo. No obstante, es evidente que ha ido en aumento y muchos autores ya lo han mencionado con anterioridad. De acuerdo con la columna de “Certificados de Defunción” podemos apreciar que en 1970 hubo 554 suicidios consumados y 4701 en el año 2008. El aumento es de 4147 suicidios. En el caso de la segunda columna (“Anuarios Estadísticos”) vemos que en 1970 hubo 740 suicidios y 4890 en 2008. Una diferencia de 4150. No es casualidad que la diferencia sea casi de 4150 suicidios consumados en ambas columnas a pesar de la variación de información de las fuentes. Centrándome únicamente en la columna de “Certificados de Defunción” se puede observar que hubo un aumento abrupto de 863 suicidios en el periodo comprendido entre 1973-1974 y 647 entre 1984-1985, lo que podría hacernos reflexionar sobre lo que sucedía en México a nivel social en los años mencionados y los eventos que pudieron haber incitado a la gente a terminar su trayecto vital. Otros años que destacan por tener aumentos medianamente alarmantes en comparación con las cifras anteriores son 1996-1997, 2000-2001, 2007-2008; con 351, 336 y 364 (313 tomando los datos de Borges et al (2010)) suicidios 17 respectivamente. Todos con un crecimiento por encima de los 300 suicidios consumados y menores a 600. Con relación a la columna de “Anuarios Estadísticos” se puede observar que los aumentos medianamente alarmantes ocurren entre los años 1990-1991, 1996-1997 y 2000-2001; con 421 (189 si contemplamos los datos obtenidos por Hernández y Flores (2011)), 371 y 338 suicidios. De acuerdo con lo anterior se puede percibir que los periodos de coincidencia en ambas columnas respecto del aumento de muertes por suicidio medianamente alarmantes son 1996-1997 y 2000-2001, es decir, que tanto los certificados de defunción como los anuarios estadísticos muestran un incremento de más de 300 suicidios. Sería interesante posicionar nuestra atención nuevamente en estos periodos que resultan sobresalir de los demás y que pueden ser una alternativa para explicar posibles factores que han ido constituyendo el fenómeno suicida y han generado un incremento impresionante de mortalidad en nuestro país. En las figuras 1 (anexo 2) y 2 (anexo 3) se representa la evolución del suicidio a partir de los años ya mencionados. En ambas gráficas se nota explícitamente el crecimiento de este fenómeno (con sus variaciones), el cual ya se ha ido abordando a lo largo de esta redacción. En la figura 1 (anexo 2) particularmente, se puede observar que es en el año 1974 donde el número de suicidios pasa de los cientos a los miles. En 1980 (976 suicidios) y 1984 (937 suicidios) se reduce la cantidad de nuevo a los cientos. Sin embargo, el incremento sucede nuevamente al punto de que en 1991 alcanza un valor mayor a los 2000 suicidios en los dos tipos de datos obtenidos de los Certificados de Defunción. Posteriormente en 1996 supera los 3000 y en 2003, los 4000 suicidios. Cabe señalar que en esa gráfica se pusieron las etiquetas de valor en algunos casos para puntualizar las diferencias existentes entre algunos datos. En la figura 2 (anexo 3) a diferencia de la anterior, vemos que la transición de los cientos a los miles, ocurre en 1979 y hay reducciones a los cientos en los 18 años 1980, 1981 y 1983 con 672, 951 y 990 suicidios respectivamente. No obstante, según los dos tipos de datos, el paso a los 2000 suicidios consumados ocurre en los años 1990 y 1993. Eventualmente, en 1995 supera los 3000 y en 2002 los 4000. La preocupación no sólo recae en el aumento evidente de las muertes por suicidio, sino también por la velocidad con que crece dicho fenómeno, ya que las últimas transiciones a 3000 y 4000 suicidios han ocurrido después de 5 y 7 años en los datos de las dos gráficas. Ahora bien, los suicidios desde el año 2008 han seguido un patrón de crecimiento como ya se predecía. Según algunos datos proporcionados por el INEGI (2010, 2012, 2013 y 2015) y El Financiero (2014), en 2009 (año de transición) hubo un total de 5190; en el 2010 la cifra se redujo a 5012; en el 2011 aumentó abruptamente a 5718; en 2012 se presentó de nuevo una reducción a 5549 y finalmente en el 2013 hubo un registro de 5909 suicidios como se muestra en la figura 3 (anexo 4). 1.3. El suicidio diferenciado y los métodos utilizados en México Se sabe que el suicidio consumado en nuestro país ha sido más frecuente en los varones que en las mujeres. Hernández (1998), egresada de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala, concluye en su tesis que “3 veces más los hombres se suicidan, pero las mujeres hacen más intentos”. Esta idea tiene una estrecha relación con lo escrito por Jiménez y Cardiel (2013) quienes argumentan que las mexicanas tienden a ser más vulnerables ante deseos y pensamientos de muerte (ideación suicida) que suelen conducir al intento de suicidio y en el peor de los casos secumple la finalidad del mismo. En los datos más actuales el INEGI (2015) reporta que “Ocurren más de cuatro suicidios de hombres por cada suicidio de mujer” y se reitera que las mujeres siguen intentándolo más. Cualquier persona que revise las estadísticas que hay del suicidio desde 1970 hasta los años más recientes, encontrará que lo anterior no es algo nuevo y que los hombres suelen suicidarse más que las mujeres. 19 En la figura 4 (anexo 5) se representa el número de suicidios consumados en hombres y mujeres desde el año 2009 (los datos se obtuvieron gracias a las mismas fuentes utilizadas para realizar la figura 3). Se corrobora que el suicidio en hombres es mucho más frecuente que el de las mujeres y que la predicción apunta a que pueden llegar a ser 5 suicidios de varones por cada 1 de mujer. Sin embargo, no existen datos más actuales para corroborar dicha idea. Incluso la información del año 2013 aún es aproximada ya que se desconocen los registros realizados durante el 2014 correspondientes al año anterior. Cabe señalar que en algunos casos se desconoce el sexo de la persona por lo que se puede generar un sesgo mínimo. En el INEGI se registran con la categoría “no especificado”. Los suicidios diferenciados por sexo nos llevan a pensar en la influencia que puede llegar a tener la construcción social como varón y mujer en nuestra sociedad, es decir, al nacer ya estamos dentro de una cultura y en grupos sociales que tienen determinadas creencias, costumbres, tradiciones, formas de pensamiento y comportamiento que nos enseñan a vivirnos y percibirnos de determinadas maneras. Por ello, han existido diferencias en los medios utilizados por hombres y mujeres para suicidarse. Jiménez y Cardiel (2013) audazmente comentan que las mujeres han elegido usar métodos menos “agresivos” (envenenamiento), para preservar su imagen (que nos habla de la importancia del cuerpo aún después de la muerte). Los varones por otro lado, suelen optar por métodos más letales (ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación y disparo de arma de fuego). No es una regla que siempre los métodos utilizados sean en su mayoría los antes mencionados (porque la sociedad también va cambiando con los años), ya que en el año 2010 la población femenina recurrió a la muerte por ahorcamiento, estrangulamiento y sofocación y en 2011 también al disparo de arma. En el artículo “Estadísticas a propósito del… día mundial para la prevención del suicidio (10 de septiembre)” (INEGI, 2015) se tiene la misma tendencia en la 20 que el ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación ocupa ya el lugar del método suicida más utilizado por ambos sexos (78.9% hombres y 69.9% mujeres). En el cuadro 2 (anexo 6) podemos observar los “métodos de suicidio utilizados en México del 2009 al 2013” (obtenidos nuevamente por parte de la información publicada por el INEGI). Efectivamente el ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación es el método más frecuente, seguido del disparo de arma y el envenenamiento para todos los años. En cuarto lugar se encuentra “saltar de un lugar elevado” y en último la categoría “Otro”. En el caso del año 2012, no se encontró información sobre la quinta columna, en cambio se hizo una diferencia en el tipo de envenenamiento, se presentaron 420 muertes por envenenamiento de gases, vapor, alcohol y plaguicidas y 88 muertes por envenenamiento de medicamentos, drogas o sustancias biológicas (El Universal, 2014). 1.4. El suicidio juvenil Algo que ha llamado la atención es el aumento de suicidios en la población joven. En el periodo que va del año 2000 al 2005 se presentó un incremento notable del suicidio en los jóvenes de entre 15 y 24 años de edad, contemplado en esos momentos como un “fenómeno novedoso”. Posteriormente, en el 2007 el suicidio en la juventud (15 a 29 años de edad) se había convertido en una de las primeras causas de muerte y en el 2013 ya no hablamos de “novedad” sino de constancia, porque los jóvenes son ahora el grupo más vulnerable (Borges et al., 2010; Jiménez y Cardiel, 2013 e INEGI (2015)). Incluso si reducimos los grupos de edad, la mayor cantidad de suicidios (de acuerdo a los últimos años de los cuales se tienen datos) se concentra en las personas de entre 15 y 24 años como se puede ver en el cuadro 3 (anexo 7). Idealmente se espera que lo que fue una “novedad” y ahora una constante, no se convierta en algo “normal” en nuestra sociedad. 21 Recordando el sistema NASH algunas de las muertes seguro pueden ser registradas como “Accidentes” por lo que la veracidad de los datos también depende del testimonio que dan sobre los decesos y en particular de los suicidios en la niñez. Valdría la pena empezar a centrarnos en las edades entre 10 y 14 años, que aparentemente representan una cifra “pequeña”. La reflexión dirige a un cuestionamiento acerca de lo que puede incitar a un niño a suicidarse y la forma en la que los grupos sociales perciben este evento, principalmente la familia. Además surge la incertidumbre de saber por qué en 1976 aparecieron las primeras cifras en este grupo de edad. 1.5. El suicidio en las entidades federativas Al paso del tiempo se ha registrado que ciertas entidades federativas en la República Mexicana son las que concentran la mayor cantidad de suicidios consumados. Se encontró que en 1994 los estados con las tasas de suicidios más elevadas fueron Tabasco (9.74) y Campeche (7.78), y con tasas más bajas Tlaxcala (1.17) y el Estado de México (1.19) (Borges et al, 1996). Más tarde Jiménez y Cardiel (2013, p. 224) argumentan que “si se considera el promedio de tasas de entre 2005 y 2011 por entidad federativa”, los estados con mayor cantidad de suicidios son Quintana Roo, Yucatán, Tabasco y Campeche. Resulta interesante revisar la “Estadística de Suicidios de los Estados Unidos Mexicanos” (INEGI, 2003, 2004, 2005, 2008ª, 2008b, 2009, 2010, 2012, 2013). Porque hay registros que indican que son Jalisco, Estado de México y el Distrito Federal (conocido ahora como Ciudad de México) las entidades federativas en las que se presentó un mayor número de suicidios. En el lado opuesto, son Colima y Tlaxcala las que han tenido un menor número de suicidios en el país como se puede observar en el cuadro 4 (anexo 8). Retomando nuevamente la información obtenida del último informe realizado por parte del INEGI (2015) se encuentra que Aguascalientes, Quintana Roo y Campeche presentan las tasas más altas, 9.2, 8.8 y 8.5 por cada 100 000 habitantes, respectivamente, y Guerrero (2.7), Oaxaca (3.0) y Tlaxcala (3.1) las 22 más bajas del país. Al igual que en años anteriores Campeche y Quintana Roo vuelven a posicionarse en los primeros lugares con tasas altas y Tlaxcala se mantiene en los últimos. A pesar de la actualización, la información del INEGI apuntaba a que el Estado de México, Jalisco y el Distrito Federal tendrían los primeros lugares, pero no es así ¿qué sucedió entonces? ¿Habrá un sesgo en la información nuevamente? ¿Será que en dichos estados están ocurriendo fenómenos particulares que han propiciado un incremento abrupto al punto de superar a las entidades federativas que se encontraban en los primeros lugares con las tasas más altas hasta el 2011? Es necesario mencionar que también en el 2013 los mismos estados albergan la cantidad más elevada de suicidios juveniles de los 15 a los 29 años de edad. 1.6. Cierre de capítulo uno Retomando algunas ideas esenciales expuestas a lo largo de esta construcción teórica con la intención de cerrar el presente apartado de epidemiología, se alude así al aumento de suicidios que en México se ha presentado desde 1970 hasta la actualidad, alcanzando la cantidad de 5909 suicidios en 2013. Los hombres suelen ser más afectados por dicho fenómeno, ya que por cada cuatro suicidios de varón hay uno de mujer (por lo generalsuelen tener mayor cantidad de intentos); los métodos más frecuentes en ambos sexos son el ahorcamiento, sofocación y estrangulamiento, el disparo de arma de fuego y el envenenamiento y los jóvenes de 15 a 24 años de edad se han convertido en la población más vulnerable, al igual que los habitantes de Aguascalientes, Quintana Roo y Campeche. Complementando, se ha identificado que el suicidio es cometido en primer lugar por personas que han concluido la secundaria (31.8% hombres, 32% mujeres), en segundo por los varones que tienen la primaria completa (19.8%) y las mujeres con bachillerato (22%). La mayor parte de las ocasiones ocurre en la vivienda particular (72.5% hombres, 81.1% mujeres), en los hombres que trabajan (73.3%) y en las mujeres que no lo hacen (67.1 %) (INEGI, 2015). El estado 23 conyugal de soltería es el más frecuente y a menudo se asocia un estado depresivo en las personas suicidas. Finalmente, no hay que descartar que cualquier individuo puede ser víctima de este hecho, la epidemiología sólo es una aproximación que nos brinda conocimiento sobre los posibles factores de riesgo vinculados. 24 2. EL SUICIDIO: UNA CONCEPCIÓN RELIGIOSA 2.1. El suicidio como acto “malo” Me parece que exponer aspectos teóricos concernientes a la praxis religiosa implica situarse en una discusión que ha acontecido durante el transcurso de varios siglos y que suele llegar a ser un tabú en la sociedad. Incluso algunos cuantos aventureros que llegaron a contradecir la veracidad de algunos supuestos religiosos han perecido. Pensemos en el caso de Giordano Bruno quien defendió los argumentos que sostenían la Teoría Heliocéntrica propuesta por Nicolás Copérnico, causando conmoción entre las personas porque se suponía que el hombre era un ser divino situado en el centro del universo. Dicha propuesta en la que el sol es el centro de la vía láctea y no la Tierra como hasta el momento se había creído, contradecía algunas ideas y acciones llevadas a cabo por parte de la iglesia Católica Romana, por ello G. Bruno fue condenado a morir quemado vivo en el año 1600 y más tarde Galileo Galilei sufrió un destino similar, por sustentarla al realizar observaciones minuciosas a través del telescopio que él mismo construyó (Ochoa, Aranda y Aguado, 2013). En la actualidad tal vez no se pueda hablar de actos tan explícitos como el morir quemado vivo por estar en contra de una religión. Sin embargo, no quiere decir que no existan grupos de fieles y líderes de los mismos que violenten, critiquen, agredan o discriminen de forma encubierta a otros por no compartir la misma ideología. Estas acciones las podemos encontrar en nuestra vida cotidiana o incluso en vídeos o páginas del famoso internet de nuestra época. Quiero aclarar (antes de plantear los argumentos que competen a este apartado) que no se pretende favorecer ni oponerse a la religión o a alguna iglesia en particular; argumentar la existencia o inexistencia de “Dios”, ni mucho menos entablar cuestiones sobre juicios morales que busquen establecer fundamentos sobre si algo es “bueno” o “malo”. La razón de este breve capítulo está enfocada a la percepción generada en la sociedad mexicana acerca del fenómeno suicida 25 influenciada por las concepciones derivadas de la religión cristiana, teniendo en cuenta que el discurso desarrollado en este apartado teórico es una aproximación y no una generalización que aplica a todas las concepciones del cristianismo existentes. Considero que para evitar confusión en algunos términos utilizados como el de “religión” que a menudo se usa en nuestra cultura indiscriminadamente, es necesario dilucidar su significado. En palabras de Durkheim, la religión es algo más que una consideración de dioses o cuestiones sobrenaturales, es un conjunto de prácticas y creencias referentes a lo concebido como “sagrado” (Camarena y Tunal, 2009). Una religión, puede ser vislumbrada como una forma de vida que las personas han incorporado a la cotidianeidad de sus contextos sociales. En algunos casos convirtiendo esas creencias en normas que regulan su comportamiento. ¿Por qué? Porque una de las finalidades del seguimiento de las prácticas religiosas, es la idea de que a través de la obediencia se puede establecer un acercamiento con lo divino. Los autores previamente citados, hacen alusión a que la religión y la cultura no son diferentes, sino que se encuentran estrechamente relacionadas siendo dimensiones generales que “definen la edificación de las sociedades”. De esta forma, la religión puede colaborar e influir en la construcción de la identidad y esquemas de pensamiento en los miembros de nuestra sociedad. El cristianismo es por excelencia la religión que predomina en el mundo, particularmente México, de acuerdo con Greene (2011) ha llegado a ocupar uno de los primeros lugares que alberga a más cantidad de gente que profesa el cristianismo, por ello es de interés cuestionarse sobre el impacto que esto representa en nuestro país. Antoni (2014) expresa que si bien es cierto que el cristianismo tiene una influencia importante alrededor del mundo, también existe una gran diversidad del mismo, por lo que se cuestiona si podemos entablar discusiones sobre el cristianismo o los cristianismos (todos seguidores de Cristo), ya que la religión 26 tiene sus respectivas derivaciones en múltiples iglesias y tradiciones con diferencias minuciosamente específicas en su práctica y corpus doctrinal. La gran diversidad dentro del cristianismo se encuentra dividida principalmente en tres grandes grupos que se declaran a sí mismos como católicos, ortodoxos o protestantes, entre ellos existen variaciones en ideas específicas, como en el caso de los católicos que son los únicos que aceptan el establecimiento y la exaltación de las ideas de un papa y la existencia de un purgatorio. No obstante, todas coinciden en que al final de la existencia humana habrá una especie de juicio (entre otras similitudes) por lo que en la religión cristiana conocen con el nombre de “pecados”. Se podría tener la falacia de que una persona que se declara cristiana a sí misma incorporará a sus días cada una de las normas que dicta su iglesia, pero no siempre es así, ya que esa actitud puede estar en ocasiones sólo en el ideal del discurso. Así como existen personas que sólo acuden al profesional de la salud cuando lo requieren, también se supondría que sólo acuden a la iglesia cuando perciben que es necesario de acuerdo con sus ideas. Antoni (2014) refiere precisamente a la actitud que tienen las personas que practican el cristianismo. Encontrando así que algunos se apropian de la etiqueta “cristiano” por ser la religión de sus antecesores. Otros se dicen cristianos por asistir ocasionalmente a la iglesia y/o llevar a cabo prácticas específicas como lo es el matrimonio y por último, los que asisten cotidianamente a la iglesia. Complementando esta respetable opinión, agregaría al grupo de individuos que no sólo en su discurso tiene el compromiso ante la comunidad religiosa, sino que también lo traslada a otros contextos sociales. Es difícil establecer un enunciado que establezca el porqué de la variación en las actitudes de las personas que se declaran cristianas, pero si el cristianismo se constituyó como la primera religión en formular criterios de lo que está “bien” y “mal” en el mundo según Antoni (2014), y esto genera múltiples discursos en la gente, no es de extrañarse que muchos se construyan una identidad como 27 cristianos por “temor” a un castigo divino o a lo que socialmente se pueda decir y/o pensar de ellos, ya que al no ser cristianos pueden ser “malos” y criticados. Claro que también depende de los contextos en los que se relacionan, de la idea que se tiene de“Dios”, entre otras cosas. No obstante, no hay que olvidar que México es uno de los países con más cristianos. Camarena y Tunal (2009) también asumen que “el accionar moral” de la sociedad es influenciado por la religión. Dicho esto, se puede reflexionar si el suicidio es situado desde esta perspectiva como un acto “malo”, ya que si desde el cristianismo así se ha percibido, se podría asumir que ese esquema de pensamiento es transmitido a los miembros de toda una congregación. El suicidio no sólo ha sido visto como un acto “malo” contrario a las normas del cristianismo, también ha recibido severamente el rótulo del “peor crimen” por parte de Calvino, que además encasilla a las personas que han terminado con su vida como seres orgullosos y vanidosos; Tomás de Aquino lo etiqueta como algo “inaceptable” por contradecir las normas establecidas (Ley natural) por Dios y finalmente el catolicismo ha exaltado su aversión a dicha acción suicida. (Blandón, Andrade, Quintero, García y Layne, 2015 y López, Hinojal y Bobes, 1993). Es abrumador reflexionar sobre el suicidio como una personificación que se ha vestido con tintes de satanización y nuevamente en la creencia de éste heredada a las siguientes generaciones. A mi consideración subjetiva, supongo que gran parte de la adopción de este discurso se debe a que uno de los mandamientos establecidos como leyes para todo cristiano dice “no matarás”. Desde esta aproximación aquellos que matan se convierten automáticamente en “pecadores” por oponerse a las leyes de Cristo que han sido posicionadas como inquebrantables y es requisito cumplirlas para alcanzar la salvación cristiana. A diferencia de otros enfoques, el cristianismo no hace distinción entre el homicidio y el suicidio. En ambas situaciones la persona está cometiendo 28 asesinato, sólo que en el caso del suicidio se “mata a sí mismo”, yendo en contra del mandamiento “no matarás” y finalmente visto como un “pecador” que ha asesinado. Cuando se ha tomado una consideración como ésta, en la que el suicidio es considerado como un pecado hay que explicar dos aspectos fundamentales que no pueden pasar desapercibidos. El primero de ellos es que en la biblia nunca se habló de suicidio y mucho menos de su consideración como pecado de manera explícita y el segundo, que el término suicidio aún no existía como tal. En la biblia se podrán encontrar casos en los que se hable de personajes como Judas o Saúl y su escudero que se dieron muerte a sí mismos (Verdad y fe, 2012 y Blandon, Andrade, Quintero, García y Layne, 2015) pero no de suicidio. Aparentemente no hay diferencia, ya que una de las definiciones de suicidio es “muerte a sí mismo”, pero no es así. Decir que en la biblia se narran casos de suicidio, es como mencionar que el “bullying” o el “Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad” siempre han existido. Lo que busco expresar es que no es pertinente hablar de suicidio porque en ese tiempo, ni siquiera estaba establecido como tal, empezando por la instauración del propio término. Es por ello que no se pudo haber contemplado como pecado algo que todavía no existía. Suena bastante contradictorio decir que el suicidio es considerado un pecado pero que nunca fue establecido de esa manera ni en Antiguo, ni el Nuevo testamento (Pérez, Del pino y Ortega, 2002). Como ya intenté explicar, el discurso probablemente se fue edificando a partir de la interpretación del mandamiento “no matarás” y la voz de personajes influyentes como Tomás De Aquino. Otra idea que considero que ha influido en esta construcción es la que nos dice que “la vida no es nuestra”. Se tiene la creencia de que no podemos disponer de ella ya que “somos administradores y no propietarios” y el único dueño de la existencia que cada uno de nosotros cuida durante su estadía en la Tierra es Dios. Aun así estamos obligados a “recibirla” y conservarla porque de eso depende “la 29 salvación” y porque “el derecho a la vida es el primero de los derechos del ser humano” (Arrieta, 2000 y Loring, 2008). Al respecto López, Hinojal y Bobes (1993) escriben que el cristianismo en un inicio no se oponía de forma tan rotunda al suicidio. Fue precisamente a partir de que la vida se comenzó a considerar un “regalo de Dios”. Con lo anterior se instaura cierto parámetro para juzgar al suicidio como un “pecado” porque si la vida no nos pertenece y la “voluntad de Dios” es que la conservemos entonces los suicidas están contradiciendo una “norma cristiana” al no perpetuarla. No sólo se están oponiendo a una norma, sino que están violando la más importante de todas. Se puede entender que cuando una persona se suicida deja su cuerpo como evidencia del “pecado” porque en el cristianismo se tiene la idea de que el cuerpo es un contenedor que debe y tiene que ser utilizado de acuerdo a como lo marca la norma religiosa porque es deseo o voluntad de Dios. Otra idea que se genera en torno a este contexto es aquella que dicta que si alguien daña su cuerpo tendrá una penitencia “después de su muerte”, por lo que un suicida que no sólo ha terminado con su vida, sino que también ha dañado su cuerpo a través de métodos como el ahorcamiento, la sofocación o el disparo de arma, estaría siendo rotulado como un “pecador” que debe cubrir una penitencia. En el pasado la iglesia cristiana castigaba a los suicidas al no enterrar los cuerpos en cementerios “sagrados” y al no rendirles una ceremonia religiosa en su funeral, lo cual generaba una sensación de deshonor en las familias directas del fallecido. Actualmente y desde 1971 sólo hay negación en caso de saber que la persona rechazaba explícitamente a Dios. Cabe explicitar que la iglesia ortodoxa sigue manifestando ese rechazo a través de la negación de una ceremonia en el funeral, argumentando que la persona no es digna de ella por no tener suficiente fe en Dios y dar prioridad a su creencia “terrenal”, sólo en caso de que se compruebe que el suicidio consumado fue producto de una “enfermedad mental” 30 se puede hacer la excepción y brindar la ceremonia (López et al, 1993 y Arquidiócis Ortodoxa Griega de Buenos Aires y Sudamérica, 2006). 2.2. Los “no suicidios” Desde la perspectiva cristiana no todos los casos en los que una persona decide terminar con su trayecto vital son considerados suicidios, por lo que se han externado las siguientes tres excepciones: 1.- Acto de servicio o caridad 2.- Salvar a otro 3.- Proteger a su país Ejemplos de los “no suicidios” anteriores pueden ser cuando una persona que no sabe nadar decide tratar de salvar a otra que se está ahogando y perder la vida en el intento; cuando alguien ofrece su vida a cambio de la de otro (s), como fue el caso del padre Maximiliano Kolbe que intercambió su vida por la de un padre de familia en un campo de concentración alemán o que un espía no tenga más opción que matarse para proteger secretos de su país (Loring, 2008). Contrario a la definición de Durkheim en la que se menciona que el suicidio lo es porque la persona tiene pleno conocimiento de que su muerte ocurrirá, al parecer en el cristianismo no lo es cuando el objetivo de la muerte es la salvación de otros, aunque la persona sepa puede morir. En este caso el sacrificio queda descartado de ser un suicidio y por lo tanto no hay pecado Llama la atención la diferencia que se establece entre el suicidio y el “no suicidio”, ya que cuando se pone a discusión el primero surgen inmediatamente las etiquetas de “malo” y “pecado”, en éste, la persona se mata para sí misma, ya sea con la intención de poner fin a un estado de tensión o alguna otra razón, pero el objetivo siempre es para aliviar algo en sí. En cambio un “no suicidio” es percibido como “acto desinteresado” y “no malo” porque alguien pone fin a su vida por sus creencias religiosas, por otro y/o para proteger a supatria. La instauración 31 de la diferencia es simple, si el individuo se mata para sí es “pecado”, si se mata por otros no lo es, por eso la definición tan precisa de Durkheim no tiene cabida en esta aproximación teórica. 2.3. El sufrimiento ¿Por qué el suicida cuando comete el acto para sí es encasillado como “despreciable”? La respuesta está en la observación de segundo orden, es decir en lo que se puede encontrar detrás de la distinción que se hace en el párrafo anterior. Generalmente, en el cristianismo se ha gestado el pensamiento de que debemos estar sujetos al sufrimiento para que Dios nos bendiga con la compasión de otros. Idealmente las personas buscan eliminar ese sufrimiento que modifica los procesos emocionales, corporales y de pensamiento en el transitar de la vida diaria, es decir, a “nadie le gusta sufrir” y en la medida en que ese dolor o malestar pueda reducirse se buscan medios para evitar que se convierta en “sufrimiento”. En palabras dichas por Del Carmen (2012) “El sentido del sufrimiento depende fundamentalmente de la actitud de la persona” por lo que se puede entender que es particular. No puedo generalizar el concepto de sufrimiento y explicarlo en términos de prácticas comunes porque eso implica negar la individualidad y la experiencia perceptiva de cada uno de nosotros, ya que lo que para mí es sufrimiento, para otro puede ser algo distinto, pero tampoco niego que dentro de nuestra cultura no se nos enseñe a sufrir por eventos determinados. Dentro del cristianismo, las situaciones que generan una sensación o pensamiento de sufrimiento en las personas son concebidos como un “bien necesario” o “pruebas de fe” para alcanzar la salvación. Condiciones que “deben” y “tienen” que soportar para ser purificados, ya que se dice que “el sufrimiento de Cristo es amor” y para terminar de entenderlo, hay que padecerlo. Textualmente, el mismo autor dice: “sin sufrimiento no sería posible conocer lo que significa el amor de Dios por el hombre”. 32 El discurso del “sufrir para merecer” se encuentra presente y se va consolidando a través de estas ideas. Las personas llegan a tomar la firme creencia de que serán merecedoras de “bendiciones” y “salvaciones” al aceptar sufrir, diciendo frases como “tienes que aceptar tu cruz”. Idealmente (como ya se mencionó) uno prefiere evitar esta situación de afrontamiento, pero por ser una norma cristiana, surge la necesidad de transitar por la situación no deseada esperando el consuelo a través de otros. McDowell y Stewart (2002) hacen alusión a esto al comentar que “el consuelo es el plan de Dios para bendecir a los que sufren”. El suicida entonces, es un ser “despreciable” porque nuevamente no aceptó la voluntad de Dios de padecer el sufrimiento, no esperó la bendición prometida ni tuvo la suficiente fe para soportar una situación así. La aseveración de que el suicida es el único culpable se hace presente, encontrando así renglones que aluden a dicha culpa escrita por otros: “Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados” (Arrieta, 2000) porque “el suicidio no arregla nada: lo estropea todo y para siempre” (Loring, 2008). Este tipo de juicios pueden acrecentar la “satanización” que se hace en la cultura y dejando de lado la aceptación de lo que nosotros como sociedad hemos realizado. Aquel que ha terminado con su vida no ha ofendido a la sociedad, es la sociedad quién lo ha ofendido por no ofrecerle un sentido de vida a su existencia en la medida de la posibilidad contextual. 2.4. Desplazamiento profesional Las recomendaciones que pueden hacerse desde el contexto cristiano a las personas que tienen pensamientos suicidas se limitan a que se contacte en muchos casos a los líderes de la congregación, para recibir “ayuda cristiana profesional, un apoyo espiritual, la guía de adultos cristianos maduros y el consejo de la familia”. Esto llama la atención porque dentro de este discurso no aparece la figura de un profesional especializado en estos casos y también el cuestionamiento sobre lo que se percibe como madurez. No se minimiza el 33 esfuerzo de las personas dentro de este contexto, pero que una persona sea líder dentro de la tradición o iglesia cristiana no quiere decir que estará preparada para afrontar una situación de tal magnitud. En el caso de las personas que ya se han suicidado, la iglesia busca tranquilizar a las familias argumentando la existencia de un arrepentimiento por parte del individuo que consumó el acto, por lo que podría generarse un estado de consuelo y tranquilidad respecto de la idea de que su allegado alcance la salvación (Verdad y Fe, 2012). 2.5. Cierre de capítulo dos Por último, se concluye que la religión cristiana puede llegar a generar en la sociedad mexicana la percepción de que el suicidio es un crimen, un acto “malo” y un pecado. Éste se construye a partir de la idea de que el suicidio es un asesinato de sí mismo que contradice el mandamiento “no matarás”; de una vida y un cuerpo que no nos pertenece porque sólo somos administradores; de la creencia de que hay que “sufrir para merecer” la bendición de la compasión y la salvación divina y de los discursos de personajes que han tenido una importante influencia a lo largo del tiempo. El suicida puede causar una impresión de vergüenza en las familias cristianas por oponerse a la voluntad de Dios, por lo que puede ocultarse el acto en sí y “afectar la veracidad de la información” del deceso según Hernández y Flores (2011). También se concibe al suicida como el único responsable del acto, se desplaza a los grupos de interacción social exonerándolos de toda culpa y la única forma de minimizar esta “satanización” es a través de la inclusión del discurso de la “enfermedad mental”. Por último, la pertenencia al cristianismo y la actitud hacia el mismo, mencionada por Antoni (2014), puede fungir como un elemento de prevención del suicidio, ya sea por el temor al castigo, fidelidad a las normas religiosas o por determinada integración social. Algunos autores como Marchiori (2015) lo han rotulado como un “efecto protector” que inhibe los comportamientos autodestructivos. Cabe mencionar que no siempre fue así, ya que Lora (2005) 34 argumenta que entre 1900 y 1910 la gente se suicidaba con la esperanza de pasar a la vida prometida pidiendo perdón a Dios con antelación (aunque en los periódicos católicos de la época escribían sobre la “falta de creencias religiosas” en los suicidas). 35 3. LA VISIÓN SOCIAL-FAMILIAR DEL SUICIDIO 3.1. Sociedad y familia Desde antes de nuestra llegada a la complejidad que yace en este mundo, las personas ya tenemos una existencia simbólica y formamos parte de la estructura de múltiples uniones. Somos pensados como un miembro más que ocupará aquel lugar que ha sido destinado para nosotros en el plano real; se nos depositan emociones, pensamientos, objetivos de vida y se nos atribuyen determinadas características tanto individuales como sociales para encajar en el grupo ya constituido que es la sociedad. Una sociedad es más que un conjunto de grupos conformados por personas que se relacionan entre sí y que buscan la convivencia humana. Es una construcción que surge a partir de la colectividad de pensamientos que construyen nuestras realidades y que se encuentra constituida por una serie de elementos que la complejizan como pueden ser las leyes, normas, reglas (directas o indirectas), creencias, tradiciones, formas de comunicación y liderazgo, metas en común, valores, actitudes, estatus, clases, jerarquías, experiencias, alianzas, tabúes, secretos, percepciones, presiones, emociones compartidas, comportamientos, determinada estructura, entre otros. En palabras sencillas de Gutiérrez, Reza y Ramírez (1999) “la sociedad es un complejo de relaciones heterogéneas formada por múltiples unidades homogéneas” y la vida del ser humano depende de estas relaciones que va formando con otros a lo largo del tiempo. Idealmente, se espera que todo miembro de nuestra sociedad cumpla con ciertas expectativas y determinados roles encaminados a contribuir con aquello que algunos han denominado “bien común”. Para ello, estamos bajo la mirada de la unidad grupal primaria de la sociedad, es decir, la familia. La familia encaminará nuestra acción, pensamiento y emoción desde el nacimiento hasta el desprendimiento, donde ya se es capaz de sobrevivir fuera de ella. Mientras ese día llega, estaremos resguardados por el grupo. Sin embargo, si 36 la familia es la encargada de proteger al individuo hasta su crecimiento, ¿por qué razón éste decide que el suicidio es una mejor opción que la vida misma? Sabemos que existen múltiples factores que conllevan a que la persona tome una decisión de esta magnitud, numerosos autores han dado cuenta de ellos. Pero también debemos contemplar la idea de que el suicida pertenece a una familia y que las acciones u omisiones, las formas en las que se establecen sus relaciones y/o la modificación de estructuras familiares actualmente, pudieran tener efectos importantes sobre su decisión de consumar el acto. O ¿acaso la familia nunca ha tenido influencia en la decisión del suicida? De hecho, Hernández y Flores (2011) atribuyeron la tendencia al suicidio en nuestro país a la organización familiar: “Una razón muy importante en la explicación de esta tendencia del suicidio ha sido el proceso de Modernización en México… pero también cambios importantes en la organización de las familias y en las formas tradicionales de integración social”. Ahora bien, de acuerdo con las estadísticas revisadas en el primer capítulo, el número de suicidios en la población infantil va en aumento. Si nos atrevemos a dar una mirada a este periodo probablemente podemos anticiparnos al incremento del suicidio tanto en la niñez, como en los jóvenes de entre 15 y 24 años, recordando que ellos en algún momento fueron niños y que tal vez en este periodo se suban los primeros peldaños para la toma de decisión de un suicidio. De aquí surge la importancia de contemplar para este capítulo la influencia de la familia como unidad social de protección en la gestación de la idea suicida de los infantes como aproximación. Muchas preguntas pueden surgir en el instante en el que nuestros sentidos atienden y se concentran en el hogar y no en la psique del individuo como tanto se ha hecho, porque finalmente es el primer grupo al que pertenecemos, donde adquirimos y desarrollamos muchas de nuestras competencias para poder ponerlas en práctica al relacionarnos con otros. Es el lugar en donde se nos 37 enseña a pensar, a ver al mundo de cierta manera y en el cual, por excelencia se nos brinda protección. Desde 1948 la “Declaración de los Derechos Humanos” definió a la familia como “el elemento natural y fundamental de la sociedad, cuyo derecho es la protección de la misma y del estado” (INEGI, 2015). Resaltando dos elementos claros, “sociedad” y “protección”. La protección del individuo para la sociedad, la cual se daba dentro de determinada estructura grupal, pero como muchas cosas se ha ido modificando con el tiempo. En México se ha resaltado tanto la importancia del papel de la familia al punto de destinar el 2 de marzo como el día de su celebración. Tradicionalmente cuando se hacía alusión a las familias, inmediatamente aparecía esa imagen idealizada en la que se encuentra un padre y una madre (matrimoniados) y los hijos (todos ellos hermanos). En la actualidad, cuando se habla de la familia se contemplan diferentes formas de organización de la misma, ya que su estructura ha cambiado con el paso de los años por lo que ahora tenemos una noción distinta de ella. Robles (2003) nos proporciona información sobre el tipo de estructuras familiares que se integran en nuestro siglo. Tales como las familias nucleares, extensas, de padres divorciados, reconstituidas, adoptivas y homosexuales, cada una con su dinámica particular. La familia nuclear: Fue descrita previamente. Es aquella que se compone de un hombre y una mujer unidos en matrimonio cuyos hijos son genéticamente de ambos. No obstante, en palabras de la misma académica “Actualmente podemos hablar de familia nuclear como la unión de dos personas que comparten un proyecto de vida en común en el que se generan fuertes sentimientos de pertenencia a dicho grupo, hay un compromiso personal entre los miembros, y son intensas las relaciones de intimidad, reciprocidad y dependencia”. En este tipo de grupo familiar, no precisamente tienen que existir los hijos, basta con el 38 establecimiento de dos personas (hombre mujer) que posteriormente tendrán descendencia. La familia extensa: La palabra extensión de acuerdo con Robles (2003) se utiliza para describir la prolongación más allá de la familia nuclear, para unirse con la colateral. Es un grupo familiar en el que aparecen otras figuras, como los abuelos, tíos, primos, nietos, entre otros. Éstas se forman por múltiples factores entre los que se encuentran la enfermedad, soledad, estabilidad económica y la separación o divorcio de las familias nucleares. La familia de padres divorciados: Redundando en esta misma categoría, es un grupo familiar en el que los padres han tomado la decisión de separarse, por lo que la integración de los hijos es afectada ya que suelen no habitar en un sólo lugar por la continua movilización hacia donde se encuentran cada uno de los progenitores. La familia reconstituida: Este grupo familiar es constituido por progenitores que provienen de una unión anterior y que toman la decisión de establecer esta nueva relación social afectiva de pareja. Cabe mencionar que basta con que sólo uno de los miembros de la nueva pareja haya tenido un “vínculo matrimonial” anteriormente. La Familia monoparental: Este tipo de familia se caracteriza por la presencia de sólo uno de los padres, el cual generalmente se encarga del cuidado de los hijos en varios aspectos (físicos, psicológicos, económicos, afectivos, entre otros). Este grupo se forma cuando los padres deciden separarse, divorciarse o uno de ellos fallece. La Familia adoptiva: Es un grupo familiar en el que no existe un vínculo bilógico entre los padres y los hijos. Éste se constituye cuando a la pareja se le presenta la imposibilidad de procrear y/o deciden adoptar independientemente de la condición anterior. Cabe mencionar que la adopción puede llevarse a cabo con la presencia de sólo una de las figuras paterna o materna. 39 La Familia homosexual: Ésta se basa en la unión que establecen dos personas del mismo sexo las cuales pueden llegar a adoptar por decisión de pareja o a partir de la reconstitución. Respecto a este último término, en la actualidad ya no se habla propiamente de “familia homosexual” sino que ahora se conoce como “familia homoparental”. Aunque, en México aún no están reconocidas por las ideas tradicionales, legales y sociales que aún se encuentran latentes y sólo se tiene información incipiente como que en la Ciudad de México de cada 10 matrimonios 3 son parejas del mismo sexo (UNAM, 2016), para el interés del tema sería importante conocer las formas que la sociedad va tomando y ver si hay un impacto social en el suicidio respecto de estas dinámicas familiares. Asimismo, encontramos clasificaciones que varían de las anteriores y que son proporcionadas en el artículo “Estadísticas a propósito del… Día nacional de la familia mexicana (1 de Marzo)” elaborado por parte del INEGI (2015). Encontramos el mismo término de “familia nuclear”,con la diferencia de que en éste se incluye también a la “familia monoparental”, es decir, que la familia nuclear puede ser contemplada como aquella que “está integrada por un jefe y cónyuge sin hijos; cónyuge e hijos o un jefe con hijos”. Los otros dos términos corresponden a la “familia ampliada” que se estructura a partir de una familia nuclear y otra familia, y a la “familia compuesta” que está “conformada por una familia nuclear o ampliada y al menos otro miembro sin parentesco consanguíneo”. De esta forma se dice que en México los hogares nucleares siguen siendo predominantes en un 72.1%, seguidos de los ampliados con 24.1% y los compuestos en un 3.8%. No obstante, al analizar a las familias bajo estas condiciones se deja de lado la particularidad de la estructura nuclear y monoparental, de acuerdo con las clasificaciones proporcionadas por Robles ya mencionadas. 40 Las compiladoras García y Rivera (2007) compartieron hace casi diez años que las familias nucleares y monoparentales correspondían a un 74.6% y a un 13.5% del total de las familias en México respectivamente. Llama la atención que la fuente de información de estas autoras fue el mismo Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) en 1999, que ahora en 2015 nos brinda esta nueva clasificación que, puede llegar a ser engañosa por el hecho de seguir usando el término “nuclear” y que las personas probablemente continúen con la idea de que en México las familias “nucleares” tradicionales siguen siendo “estables” bajo el ideal de la familia “perfecta”. En otras fuentes de información más recientes, La Jornada (2014) hace mención a que “una quinta parte de los hogares en nuestro país son monoparentales (18.5%) y tienen como jefe de familia a una mujer” y por otro lado, el boletín recientemente expedido por la UNAM (2016) indica que en los últimos 20 años se han modificado las formas en las que se han estructurado las familias y que de los 28 millones que hay en nuestro país la mitad ya no son nucleares. Estimando así que aproximadamente 14 millones de familias son monoparentales, compuestas, ampliadas o correlacionales (sin consanguinidad). Lo anterior denota que aquel modelo tradicional conformado por un padre que ejercía el poder, la posesión y la toma de decisiones sobre el patrimonio familiar, una madre que era la encargada del desarrollo emocional y la formación psicológica de los hijos, y unos hijos que estaban adscritos a la familia del padre (se consideraba a los familiares paternos como grupo secundario de convivencia) y llevaban el primer apellido del mismo, ha ido desapareciendo con el paso del tiempo. Dicho de otra manera “La familia nuclear conyugal, patrilineal, patrinominal, patriarcal y matricéntrica” (Macías, 1995) ha disminuido aumentando por ende, otro tipo de estructuras que ya corresponden al 50% de las familias, como son las monoparentales que en su mayoría son dirigidas por mujeres, situación que antes no era así. Algunos expresan que la modificación de las estructuras familiares no ha dado cambios favorables, que “no necesariamente han implicado mayor 41 comunicación, igualdad o respeto” y que incluso, hay una fuerte relación entre el suicidio de individuos que son parte de familias monoparentales, en su mayoría con ausencia del padre (Buitrago y Constanza, 2011 y Tello, 2005). Entonces, ¿será casualidad que las familias nucleares se han ido desintegrando con el paso de los años y el suicidio ha ido en aumento? Retomando los puntos anteriores, se empieza a elaborar la posible influencia de las estructuras familiares en el fenómeno suicida, destacando las monoparentales, esencialmente por el aumento que ha tenido su conformación en los años señalados y las nucleares por su disminución en un 50%. Ante esta idea plastificada, surge una nueva interrogante: ¿La dinámica después de la fragmentación de las familias nucleares ha generado la falta de protección a sus miembros dejándolos en un estado de vulnerabilidad? Marchiori (2015) explica que la vulnerabilidad es un proceso en el que las personas no pueden reaccionar ni protegerse ante determinadas circunstancias de su entorno, ya que entran en un estado de indefensión que puede llegar a ocurrir en cualquier momento de su vida”. Siguiendo en esta línea, la vulnerabilidad es un modo que provoca que las personas omitan temporalmente sus habilidades de afrontamiento físicas, emocionales, espirituales y de pensamiento reduciendo sus alternativas a una única percepción de su realidad, a la “visión de túnel” que algunos de los autores contemplados ya han expuesto. También, puede ocurrir que nunca se hayan aprendido dichas habilidades por lo que la realidad social que viven es percibida como un “problema” y no como un área de oportunidad para sí mismos. Es aquí cuando la familia podría detectar comportamientos atípicos, es decir que no sean comunes en esa persona que se encuentra vulnerable y no tanto aludiendo a los discursos de la “anormalidad”. Por el contrario, la misma autora expone que “las redes de protección social no han podido percibir la intencionalidad de comportamiento suicida”. 42 3.2. Funciones de la familia Si las familias en muchos casos han sido incapaces de percibir la intención suicida de sus miembros, probablemente no ha sido en sí por la estructura que se relaciona con este fenómeno (como dicen algunos autores), sino más bien por la dinámica que se da a partir de dicho cambio, convirtiéndose en un medio de no protección al descuidar ciertas funciones esenciales (dirigidas a los niños pequeños en este caso). Hay diferencias conceptuales importantes entre decir que es la dinámica generada entre los miembros después del cambio de estructura familiar la que influye en el suicidio a decir que es la estructura por sí sola la que se relaciona con el fenómeno. Según Macías (1995) las funciones de la familia para con sus miembros son 7 principalmente: 1.- Satisfacción de necesidades biológicas de subsistencia. 2.- Constituir la matriz emocional de las relaciones afectivas interpersonales. 3.- Facilitar el desarrollo de la identidad individual ligada a la de la familia. 4.- Proveer los modelos de identificación sexual. 5.- Entrenamiento de los roles sociales. 6.- Estimular el aprendizaje y la creatividad. 7.- Transmitir valores, ideología y cultura. Recae en obviedad que el ser humano al nacer es el más vulnerable de las especies y requiere satisfacer en primer lugar sus “necesidades biológicas de subsistencia”, por lo que las figuras de protección son quiénes se encargan de proveer en palabras del autor “de forma escasa o abundante y según sus 43 recursos, alimentos, abrigo y casa,” tanto a los nuevos como a los ya establecidos miembros. “La constitución emocional de las relaciones afectivas interpersonales” se logra en un primer plano a partir de los vínculos que se establecen con las figuras paterna y materna, que servirán de referencia básica para que el niño logre relacionarse posteriormente con otros seres humanos basándose en lo aprendido dentro del mismo contexto. Dichas figuras tienen una función fundamental, ya que la congruencia con que digan y hagan las cosas puede o no causar confusión y desorientación en el infante que está en un periodo de aprendizaje. En el tercer punto Macías (1995) hace alusión al desarrollo de la identidad grupal antes que la individual. Expresado de otra forma, antes de nacer y conocer nuestro sexo, ya se conoce la identidad o la forma de reconocimiento que tiene sobre sí la familia a la que el niño va a pertenecer. Es decir, las características de su grupo primario que eventualmente lo harán edificar su individualidad a través de un trato cotidiano personal. Respecto al cuarto punto donde se “provee de los modelos de identificación sexual”, el
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