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1 
 
Universidad Nacional Autónoma de México 
Facultad de Estudios Superiores Iztacala 
 
 QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE 
 LICENCIADO EN PSICOLOGIA 
 
 
 P R E S E N T A 
 DE GANTE SOTO VÍCTOR MIGUEL ÁNGEL 
 
Director: Lic. Gerardo Abel Chaparro Aguilera 
Dictaminadores: Lic. Irma Herrera Obregón 
 Lic. Laura Castillo Guzmán 
Los Reyes Iztacala, Edo de México, Octubre, 2016. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 T E S I S T E Ó R I C A 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
“Aproximaciones del fenómeno suicida en 
México a partir de diversas disciplinas del 
conocimiento”. 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
2 
 
 
 
“Dedicado a la memoria de mi hermano 
 Christian Armando Castro Soto 
 quien dejó una enseñanza, un legado 
 y la oportunidad de ayudar y 
entender la realidad de muchas personas”. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
“En honor de todos aquellos que 
pusieron fin a su trayecto vital y no 
tuvieron la oportunidad de transmitir 
su sentir”. 
 
 
 
3 
 
AGRADECIMIENTOS 
Agradecimiento… aquella expresión que va más allá de la costumbre; una oración 
que representa la sinceridad del pensamiento que se le otorga a alguien; una 
palabra que traspasa la norma mecánica de decir “gracias”; un mensaje 
transparente que pretende llegar a la persona pensada; un toque personal escrito 
con tintes de eternidad; una serie de enunciados que no se pueden conceder 
espontáneamente, ya que requieren ser meditados por el impacto favorable que 
otros han generado en mi existencia; una emoción que se deposita 
minuciosamente en cada fibra simbólica de letra escrita; un conjunto de frases 
formales que no buscan reducirse a un tecleo temporal de computadora, una serie 
de ideas que fluyen en dirección de la oportunidad que representan ciertas figuras 
presenciales y una tinta especial plasmada que representa mi 
multidimensionalidad. 
En mi transitar académico, social, familiar y otros contextos de participación 
social, muchas ideas e interacciones me han influido, construido y edificado una 
visión particular de la realidad. Algunas personas también me han apoyado y 
brindado determinadas oportunidades. Sin embargo, para la particularidad y 
brevedad de esta tesis haré mención sólo de algunas. 
Quisiera agradecer a mi director Gerardo Abel Chaparro Aguilera por el 
tiempo que ha dedicado a revisar esta construcción teórica; la paciencia y 
comprensión que nos brinda a cada uno de sus tesistas; los señalamientos y 
propuestas realizadas; la afable actitud con la que siempre me recibió y el cobijo 
profesional que guió mi acción académica, ya que desde mi percepción como 
tesista siempre se generó una dinámica agradable durante este tiempo 
compartido. También quisiera agradecer a mis asesoras Irma Herrera Obregón y 
Laura Castillo Guzmán por el tiempo dedicado a la lectura de esta tesis, las 
observaciones realizadas y su apoyo profesional. 
Agradezco a Francisco Javier Anguiano Aguilar, Marisol Loera García y a 
Pamela Loera García por el intercambio intersubjetivo que tuvimos a través de 
 
4 
 
conversaciones esporádicas que incitaron a la reflexión crítica de algunas ideas 
plasmadas en el presente trabajo. 
Por último, brindo un sincero agradecimiento a mi tía María Rocío Soto 
Vega por su dirección, consejo, apoyo incondicional y afectivo a lo largo de mi 
vida, la confianza otorgada y la influencia en mi toma de decisiones a nivel 
personal y profesional. Así mismo, a mi padre Víctor De Gante Torres y a Marcela 
López Mancilla por el apoyo, acompañamiento afable, transparente confianza, 
enseñanzas significativas e intercambios verbales sustanciosos. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
5 
 
ÍNDICE 
INTRODUCCIÓN…………………………………………………................................. 7 
1 LA EPIDEMIOLOGÍA DEL SUICIDIO EN MÉXICO……………………………... 14 
1.1 La epidemiología y el suicidio como problema de salud……………………………... 14 
1.2 El crecimiento progresivo del suicidio en México……………………………………… 15 
1.3 El suicidio diferenciado y los métodos utilizados en México……..…………………. 18 
1.4 El suicidio juvenil…………………………………….……………………………………….. 20 
1.5 El suicidio en las entidades federativas……….…………………………………………. 21 
1.6 Cierre de capítulo uno…..……………………………………………………………….…… 22 
 
2 EL SUICIDIO: UNA CONCEPCIÓN RELIGIOSA………………………………… 24 
2.1 El suicidio como acto “malo”……………………………………………………………… 24 
2.2 Los “no suicidios”…………………………………………………………………………… 29 
2.3 El sufrimiento…………………………………………………………………………………. 31 
2.4 Desplazamiento profesional……………………………………………………………….. 32 
2.5 Cierre de capítulo dos………………………………………………………………………. 33 
 
3 LA VISIÓN SOCIAL-FAMILIAR DEL SUICIDO…………………………………. 35 
3.1 Sociedad y familia………………………...…………………………………………………. 35 
3.2 Funciones de la familia……………………………………………………………………… 42 
3.4 El sentido de pertenencia y la “llamada de atención”………………………………… 45 
3.5 El establecimiento de reglas……………………………………………………………….. 46 
3.6 El suicidio explícito infantil y otros factores asociados……………………………… 50 
3.7 Cierre de capítulo tres………………………………………………………………………. 52 
 
 
 
 
6 
 
4 EL CUERPO Y EL SUICIDIO………………………………………………………. 54 
4.1 El abandono y mensaje corporal…………..…………………………………………….. 53 
4.2 “cuerpos suicidas”…………………………………………………………………………… 58 
4.3 El cuerpo y los métodos suicidas…………………………………………………………. 60 
4.4 Diferencias corporales suicidas entre varones, mujeres y niños………..………….. 64 
4.5 EL daño autoinfligido………..……………………………………………………………… 67 
4.6 El cuidado del cuerpo………………………………………………………………………… 69 
4.7 Cierre de capítulo cuatro..…………………………………………………………………… 71 
 
CONCLUSIÓN…………………………………………………………………………….. 72 
REFLEXIÓN……………………………………………………………………………….. 76 
BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………………………… 78 
ANEXOS……..…………………………………………………………………………….. 82 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
7 
 
INTRODUCCIÓN 
Indudablemente en algún momento de la existencia, todo hombre ha pensado en 
un acontecimiento que es parte de nuestra vida cotidiana, que posee la etiqueta 
de “inevitable”, que ocurre en cualquier época y que para muchas culturas puede 
presentarse como un hecho lamentable y doloroso. Me refiero a la muerte. 
Probablemente muchos de nosotros hemos escuchado esa frase tan 
característica y popular que dice “todo tiene solución menos la muerte”. Dicha 
frase no carece de importancia para la humanidad, alberga un pensamiento que 
nos concierne directamente y que ocurrirá, ya que morir es parte de la vida. 
Las personas saben que la muerte es el fin de la existencia de un ser vivo, 
no solo de nosotros, sino también de la flora y la fauna que existe a nuestro 
alrededor. Sinembargo, de este hecho no se puede reducir a una dialéctica de 
vida-muerte, a una visión lineal que la explique de forma tan sencilla. No basta 
percibirla como la última parte de un proceso de vida, en el que nacemos, 
crecemos, nos reproducimos, transmitimos la cultura y morimos. Tampoco como la 
falta de funcionamiento de los órganos internos, ya que estaríamos dejando de 
lado su comprensión y el impacto que puede producir en algunos. 
Seguramente, desde pequeños hemos tenido alguna clase de contacto con 
la muerte, ya sea por algún acontecimiento cercano, la historia de alguien o, 
pensemos incluso en el lugar en el que nos encontramos, es decir en México. 
Nuestro país es sede de una de las tradiciones más importantes del mundo 
dedicadas a la muerte, heredadas desde el México Prehispánico, me refiero al día 
de muertos, en el que se tiene la creencia de que las personas fallecidas nos 
visitan en el día 1 (dedicado a los adultos) y 2 (dedicado a los niños) de noviembre 
(Gómez, 2011). 
La importancia de contemplar el contexto en el que nos encontramos, en 
este caso México, radica en entender las prácticas sociales que se llevan a cabo 
de forma habitual en una población (como la elaboración de ofrendas en el día de 
muertos) y así comprender cómo su influencia permite la construcción de 
 
8 
 
determinados pensamientos, percepciones y de comportamientos respecto de la 
muerte en determinados lugares (Dreier, 1999). 
La muerte es algo tan cotidiano en nuestra cultura, que basta con el simple hecho 
de encender la televisión y ver algún noticiero reportando muertes, leer en la 
primera plana del periódico del día sobre el fallecimiento de algún individuo o en 
alguna red social (como facebook) algún mensaje dedicado a alguien en particular 
o anunciando su deceso. No obstante, el que sea cotidiano no quiere decir que no 
genere angustia, miedo o algún estado emocional que cause conflicto en las 
personas, ya sea por el desconocimiento que se tiene de la muerte, permeado por 
creencias y costumbres; por la forma en la que ésta sucede y/o por no haber 
tenido la oportunidad de realizar “algo” para con el fallecido. 
A diferencia de los demás seres vivos, como los animales que conocen su 
muerte hasta el momento en el que llega, nosotros durante la mayor parte de 
nuestro ciclo de vida tenemos conocimiento de que ese evento sucederá, no es 
una alternativa, es el desenlace de un trayecto vital. Cuando el fin biológico de 
nuestra existencia concluye de forma inesperada, es decir, no se llega a la vejez y 
se muere de forma “natural”, estamos más propensos a entrar en conflicto o 
angustia (Hernández ,2006). Es probable que cuando una persona fallece 
“naturalmente” (sin dolor), se pueda pensar que ésta, ha cumplido su ciclo de vida 
y de cierta forma hay una aceptación más rápida por parte de los allegados. Hay 
que considerar que al referirme a “una aceptación más rápida”, no doy por sentado 
que emociones de tristeza, enojo o estados de ansiedad no surjan a lo largo del 
proceso. 
Quintanar (2007) quien se ha dedicado en gran parte de su vida al estudio 
del fenómeno suicida, alude a la existencia del Sistema NASH, el cual es una 
clasificación de los cuatro tipos de muertes que existen y que sus siglas 
pertenecen a cada una de ellas. La primera, que ya ha sido mencionada es la 
“natural”; la segunda, es la muerte accidental, un evento inesperado que ocasiona 
el deceso; la tercera es el homicidio, que ocurre generalmente cuando una 
persona priva de la vida a otra y la última es el suicidio, que ocurre cuando un 
9 
 
individuo se desprende de su propia vida, aunque realmente la definición de este 
fenómeno va más allá de 10 palabras. De acuerdo con lo mencionado hasta el 
momento, las muertes que generan el conflicto o angustia más severa, son 
representadas por la muerte accidental, el homicidio y el suicidio. Es en éste 
último tipo de muerte en el que centraré mi atención, esfuerzo, dedicación y 
desarrollo de la presente tesis. 
Hablar de suicidio requiere hacerse de antemano con un profundo respeto 
por todas aquellas personas que han tomado esa dolorosa decisión y que fueron 
orilladas (por múltiples factores) a percibir una única solución a sus conflictos, 
dando fin a su trayecto vital. La decisión del suicida puede ser precipitada o 
meditada durante algún tiempo, pero finalmente es suya y alberga un último y 
confuso mensaje para sí mismo, los allegados, la familia y la sociedad. 
Podemos percibir al suicidio como la consecuencia de la máxima expresión 
de dolor y sufrimiento insuperable que una persona puede llegar a albergar en su 
ser. Es un comportamiento que puede realizarse de múltiples formas, pero la 
finalidad siempre es la misma… la muerte. 
El concepto “suicidio” está conformado a partir de dos raíces provenientes 
del latín. La primera de ellas es “Sui” que significa “sí mismo” y la segunda es 
“cidium” cuyo significado es “matar”. De acuerdo con esto, el término suicidio 
alude a “matarse a sí mismo” o en palabras de Hernández y Flores (2011) “una 
forma extrema de violencia contra sí mismo”. Sin embargo, esta definición no ha 
sido suficiente, por ello diversos autores han contribuido a dar otras mucho más 
enriquecedoras, que permiten a todo aquel que se ha dedicado en alguna parte de 
su vida a observar, describir, interpretar, explicar o analizar el suicidio, 
comprenderlo más allá de lo obvio y unidimensional (visto desde una sola 
disciplina de manera aislada). 
 Carbonell (2007) reconoce al suicidio como un fenómeno social y lo define 
como la clausura del propio tiempo de vida. Por otro lado, Pérez, Del pino y Ortega 
(2002) argumentan que el suicidio es un fenómeno universal que se manifiesta en 
10 
 
todas las épocas y culturas. Sin duda una de las definiciones que es mayormente 
aceptada (incluso mencionada por Eliseu Carbonell) y cuya influencia ha 
permeado otras disciplinas es la elaborada por Emile Durkheim, quien analizó al 
suicidio desde un punto de vista social. 
La propuesta de Durkheim (2011) es la siguiente: “Se llama suicidio a toda 
clase de muerte que resulte directa o indirectamente de un acto positivo o 
negativo, ejecutado por la propia víctima, a sabiendas de que habría de producir 
este resultado”. Podemos resaltar tres aspectos importantes que se encuentran 
plasmados en la definición. El primero de ellos es la dimensión lineal (lo obvio, lo 
que se sabe a primera instancia), es decir, la persona provoca su muerte y conoce 
el resultado del acto previo (aun si es un sacrificio voluntario); el segundo aspecto 
clasifica al suicidio en directo que se refiere a la inmediatez en la que ocurre el 
deceso e indirecto, el cual es producto de varias acciones; el tercer aspecto alude 
a un acto positivo, que ocurre cuando una acción es realizada por el suicida y a un 
acto negativo, que sucede cuando determinadas acciones se dejan de hacer, 
como el no comer, la persona sabe que tarde o temprano la omisión de dicha 
conducta lo llevará a la muerte. Cabe señalar que al leer la última parte de la 
oración… “a sabiendas de que habría de producir este resultado”, se excluye a los 
animales de la misma. 
Es necesario señalar que el suicidio es un comportamiento exclusivo de los 
humanos. No obstante, se ha llevado a cabo un debate sobre la veracidad de este 
argumento porque existen casos en el reino animal de “suicidios” como el de la 
“Viuda negra”. Durante el apareamiento de esta especie de araña, el macho suele 
ser devorado por la hembra (Arratua, Castro, Lacambra, Lanata, Roldán y Ruíz; 
2007). Se podría considerar como un “sacrificio” (recordando que es un tipo de 
suicidio) para la preservación de la especie. Otras situaciones similares son las de 
un escorpión que se inyecta su propio aguijón cuando se ve rodeado por fuego, 
cuando una cabra montés se arroja al precipicio al verse rodeada por lobos o el 
casoen el que dos delfines fueron separados y la hembra, tiempo después nadó a 
una gran velocidad para impactarse con una de las paredes del lugar que la 
11 
 
contenía, muriendo en el instante al romperse el cuello (Aja, 2007). Teniendo en 
cuenta esto podríamos considerar el suicidio animal, pero aún no hay la seguridad 
de que éste tenga la intención y la anticipación de un comportamiento suicida 
como ocurre con las personas, por eso es indispensable diferenciar esta idea que 
podría causar confusión en el entendimiento del fenómeno. 
Hasta el momento, se dice que el primer suicidio ocurrido (del cual se tiene 
registro) pertenece a Periandro de Corinto, uno de los 7 sabios Griegos, quien 
suprimió su existencia en el siglo VI a.C. De forma breve… Él ordenó a dos 
varones que lo asesinarán y enterraran en el bosque, a su vez, había dado una 
orden similar a cuatro individuos, sólo que ahora debían matar a los dos primeros. 
Posteriormente, apareció un grupo más numeroso para exterminar a los cuatro 
mencionados (Diógenes, 1792; González, 2011). Periandro siempre tuvo la 
intención de darse muerte de forma indirecta y además sabía el más cercano 
posible resultado al emitir esas órdenes. 
Este suceso nos permite identificar desde qué tiempo han ocurrido este tipo 
de muertes, incluso no se niega la posibilidad de que decesos similares hayan 
ocurrido en tiempos más remotos a éste, lo cual es dudoso a falta de información 
que lo constate. También surge la interrogante de si este acto podemos 
considerarlo como suicidio, ya que la construcción del término y su percepción 
como tal comenzó en el siglo XVII (año 1734) con el abate Desfontaines (Martínez 
y Pérez, 1999; Quintanar, 2007), por lo que en realidad no existía, incluso para 
considerarlo en la forma en que lo plantea Durkheim hay que remontarse al 
momento preciso en que él así lo explica y a partir de ese instante plantearse esa 
línea de conocimiento, sino suena paradójico que se hable de un primer suicidio 
cuando en realidad no se había planteado la existencia de éste. 
Actualmente el INEGI (2015) argumenta que los datos duros que se tienen 
indican que la conducta suicida se ha presentado en más de 800 mil personas por 
año alrededor del mundo. En el 2012 sucedieron 804 mil casos de suicidio 
aproximadamente. Esta cifra ha posicionado a este fenómeno en el lugar número 
12 
 
14 del ranking de muertes en el mundo según la OMS. Sin embargo, ocupa el 
segundo lugar como causa de muerte en los jóvenes de 15 a 29 años. 
En México hubo 5 909 suicidios en el 2013 (representa una tasa de 5 
aproximadamente por cada 100 mil habitantes), siendo Aguascalientes, Quintana 
Roo y Campeche los estados con la mayor tasa de muertes por este hecho, 9.2, 
8.8 y 8.5 para cada uno respectivamente. Por otro lado, los estados que tienen las 
tasas más bajas son Guerrero con 2.7; Oaxaca con 3.0 y Tlaxcala con 3.1. 
Hernández y Flores (2011) argumentaban que la tasa de suicidios había 
aumentado con el paso de las décadas, reportando que en 1950 la tasa era de 1.5 
por cada 100 mil habitantes y en el 2008 ya era de 4.8 por cada 100 mil 
habitantes. Si comparamos lo que mencionan estos autores con la tasa de 5 (por 
cada 100 mil habitantes), reportada actualmente, evidentemente obviaremos que 
siguen aumentando las muertes por suicidio. 
Este fenómeno ha transitado de múltiples formas. Cuando reflexionamos 
sobre la génesis del suicidio surge la oportunidad de entender las diferentes 
dimensiones que lo han ido conformando a lo largo del tiempo y cómo éstas varían 
dependiendo de la época y el lugar, es decir del contexto histórico. Como se 
mencionó anteriormente en el siglo XVI ni siquiera existía el término, pero durante 
el transcurso de los siglos se le ha rotulado como un honor en el caso de los 
sacrificios que se hacían en el México Prehispánico, un pecado desde la religión, 
un delito por parte del estado y como una enfermedad “mental” sostenida desde la 
psiquiatría. Dichos discursos han propiciado exaltar, “satanizar”, moralizar, 
castigar y prevenir el suicidio. Al punto tal vez de propiciar que la gente en general 
perciba a los suicidas como “anormales”, enfocando la atención en ellos como si 
fueran el “problema”, dejando de lado lo que nosotros como sociedad hemos 
generado. 
 Actualmente además de los mencionados podemos percibir matices 
históricos, filosóficos, sociales, políticos, epidemiológicos, psicológicos, entre 
13 
 
otros, que nos permiten abordar y construir formas distintas de concebir al suicidio 
y por ende generar alternativas que dejen atrás los discursos ya conocidos. 
Desde la psicología podemos analizar la multidimensionalidad del 
fenómeno suicida, primero entendiéndolo como una forma de comportamiento, 
después enfocando nuestra atención en la disciplina correspondiente y cómo ésta 
explica al suicidio. Eventualmente entender las perspectivas no como dimensiones 
aisladas sino como un conjunto que es influenciado entre sí y que no pretende 
imponer etiquetas. Quintanar (2007) señala que pensar al suicidio como forma de 
comportamiento crea diferencias conceptuales que tienen un impacto fuerte en el 
tratamiento del suicidio. 
Cuando elaboramos conocimientos de esta índole, buscamos acercarnos al 
bienestar biopsicosocial, específicamente reducir el número de decesos 
voluntarios (que en ocasiones solo representan estadísticas) y contribuir a la 
creación de planes de intervención y prevención. Comprender lo que lleva a una 
persona a cometer suicidio no es tarea fácil y requiere además de un interés 
fidedigno, contemplando principalmente nuestro contexto y época actual, porque 
no es lo mismo atender las áreas de oportunidad de nuestro país considerando lo 
que ocurre en él, que extraer alternativas extranjeras o “arcaicas” que pueden no 
ajustarse al lugar y el tiempo en el que vivimos. Es por eso, que el objetivo del 
presente trabajo es realizar aproximaciones del fenómeno suicida en México a 
partir de diversas disciplinas del conocimiento. 
 
 
 
 
 
 
14 
 
1. LA EPIDEMIOLOGÍA DEL SUICIDIO EN MÉXICO 
1.1. La epidemiología y el suicidio como problema de salud 
Muchas de las disciplinas que constituyen la estructura de un conocimiento se han 
ido modificando con el paso de los años. La epidemiología no es la excepción. En 
la época de su consolidación, esta disciplina estaba enfocada únicamente a la 
identificación de los factores causantes de las epidemias. Posteriormente, se 
reemplazaría el término “epidemia” por el de enfermedad. 
Actualmente podemos hablar de una definición más amplia la cual es 
proporcionada por Alarcón (2009) quien nos dice que la epidemiología “se encarga 
del estudio de las causas de la aparición, propagación, mantenimiento y descenso 
de los problemas de salud en poblaciones, con el objetivo de prevenirlos o 
controlarlos”. En dicho enunciado el autor resalta que ya no se habla de 
enfermedad sino de “problemas de salud”, la cual es pensada como bienestar y no 
como un opuesto de enfermedad. 
El suicidio entonces, al formar parte de los fenómenos que la epidemiología 
se encarga de sistematizar estadísticamente, ha sido posicionado como un 
“problema de salud” que representa una amenaza para el bienestar del individuo. 
Se ha buscado tener un referente de la magnitud del fenómeno, con la intención 
de erradicarlo no solo del país, sino también del mundo, pero esto no ha sido así. 
Los investigadores dedicados al fenómeno suicida han aportado datos 
interesantes a lo largo de los años que van desde el número de muertes que han 
ocurrido por año en México y en el mundo, hasta los métodos más frecuentes 
empleados por las personas. 
Actualmente podemos apreciar que México no se encuentra en los primeros 
lugares con mayor tasa de suicidios alrededor del mundo. De hecho si hiciéramos 
la comparación con el resto del mundo nos daríamos cuenta que el número desuicidios es relativamente “bajo” en nuestro país. 
 
15 
 
Tan sólo en el año 2004 México ocupó el lugar número 80 con una tasa de 
suicidios relativamente “baja” (4.3) respecto de otros países (Hernández y Flores, 
2011). Más tarde, la Organización Panamericana de la Salud (2014) resalta que 
en el periodo comprendido entre los años 2005 a 2009 ni siquiera se encontraba 
entre los países de América que poseen las tasas más altas de suicidio. 
1.2. El crecimiento progresivo del suicidio en México 
Si nuestra percepción se enfocara en ver a México a partir de la comparación con 
otros países, como Japón por ejemplo que ha llegado a tener tasas hasta de 23.7 
suicidios por cada 100 mil habitantes (Borges, Orozco, Benjet y Medina, 2010), 
pudiera darse la impresión de que nuestro país se encuentra “bien” y 
probablemente el fenómeno suicida sería minimizado al punto de pasar 
desapercibido. Sin embargo, no es del todo así, ya que algunos autores han 
mostrado datos e investigaciones que incitan a reflexionar específicamente sobre 
el desarrollo del suicidio en México. 
Es evidente que uno de los aspectos que más han resaltado diversos 
autores e instituciones como el Instituto Nacional de Estadísticas Geografía e 
Informática (INEGI) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) es el número de 
muertes por suicidio que a lo largo de las décadas han ido en aumento en el país. 
En el cuadro 1 (anexo 1) se presenta una tabla que permite ver el 
crecimiento progresivo del suicidio en México desde 1970 con sus respectivas 
variaciones, lo cual considero permite incitar a la reflexión sobre lo que ha 
sucedido desde entonces en nuestra sociedad. Los datos fueron obtenidos de los 
artículos elaborados por Borges, Rosovsky, Gómez y Gutiérrez (1996); Borges, 
Orozco, Benjet y Medina (2010); Hernández y Flores (2011) y Jiménez y Cardiel 
(2013). A su vez, los datos revisados por estos autores provienen principalmente 
de dos fuentes de información principalmente: Los anuarios estadísticos del INEGI 
y los certificados de defunción de la Secretaria de Salud. 
 
16 
 
Este cuadro, no sólo tiene la intención de mostrar el aumento del número de 
suicidios a lo largo de los años, sino también de hacer una comparación entre los 
datos obtenidos por los diversos autores y que a su vez provienen de fuentes de 
información primarias. Según Borges et al (1996) ambas fuentes son dependientes 
del INEGI. Lo interesante es que dichos investigadores en sus conclusiones ya 
hacían énfasis en la falta de concordancia de los datos de ambas dependencias, 
es decir, desde 1996 y aún sigue sucediendo. 
Como se puede observar en ambas columnas hay variaciones que llegan 
casi a los 500 suicidios de diferencia como es el caso del año 1971. Esto es 
alarmante ya que, ¿cómo podemos percibir un fenómeno con tal magnitud de 
distinción en sus datos? Si bien el número de suicidios no es lo único, es relevante 
para posicionar al suicidio y tener una referencia del mismo. No obstante, es 
evidente que ha ido en aumento y muchos autores ya lo han mencionado con 
anterioridad. 
De acuerdo con la columna de “Certificados de Defunción” podemos 
apreciar que en 1970 hubo 554 suicidios consumados y 4701 en el año 2008. El 
aumento es de 4147 suicidios. En el caso de la segunda columna (“Anuarios 
Estadísticos”) vemos que en 1970 hubo 740 suicidios y 4890 en 2008. Una 
diferencia de 4150. No es casualidad que la diferencia sea casi de 4150 suicidios 
consumados en ambas columnas a pesar de la variación de información de las 
fuentes. 
Centrándome únicamente en la columna de “Certificados de Defunción” se 
puede observar que hubo un aumento abrupto de 863 suicidios en el periodo 
comprendido entre 1973-1974 y 647 entre 1984-1985, lo que podría hacernos 
reflexionar sobre lo que sucedía en México a nivel social en los años mencionados 
y los eventos que pudieron haber incitado a la gente a terminar su trayecto vital. 
Otros años que destacan por tener aumentos medianamente alarmantes en 
comparación con las cifras anteriores son 1996-1997, 2000-2001, 2007-2008; con 
351, 336 y 364 (313 tomando los datos de Borges et al (2010)) suicidios 
17 
 
respectivamente. Todos con un crecimiento por encima de los 300 suicidios 
consumados y menores a 600. 
Con relación a la columna de “Anuarios Estadísticos” se puede observar 
que los aumentos medianamente alarmantes ocurren entre los años 1990-1991, 
1996-1997 y 2000-2001; con 421 (189 si contemplamos los datos obtenidos por 
Hernández y Flores (2011)), 371 y 338 suicidios. 
De acuerdo con lo anterior se puede percibir que los periodos de 
coincidencia en ambas columnas respecto del aumento de muertes por suicidio 
medianamente alarmantes son 1996-1997 y 2000-2001, es decir, que tanto los 
certificados de defunción como los anuarios estadísticos muestran un incremento 
de más de 300 suicidios. Sería interesante posicionar nuestra atención 
nuevamente en estos periodos que resultan sobresalir de los demás y que pueden 
ser una alternativa para explicar posibles factores que han ido constituyendo el 
fenómeno suicida y han generado un incremento impresionante de mortalidad en 
nuestro país. 
En las figuras 1 (anexo 2) y 2 (anexo 3) se representa la evolución del 
suicidio a partir de los años ya mencionados. En ambas gráficas se nota 
explícitamente el crecimiento de este fenómeno (con sus variaciones), el cual ya 
se ha ido abordando a lo largo de esta redacción. 
En la figura 1 (anexo 2) particularmente, se puede observar que es en el 
año 1974 donde el número de suicidios pasa de los cientos a los miles. En 1980 
(976 suicidios) y 1984 (937 suicidios) se reduce la cantidad de nuevo a los cientos. 
Sin embargo, el incremento sucede nuevamente al punto de que en 1991 alcanza 
un valor mayor a los 2000 suicidios en los dos tipos de datos obtenidos de los 
Certificados de Defunción. Posteriormente en 1996 supera los 3000 y en 2003, los 
4000 suicidios. Cabe señalar que en esa gráfica se pusieron las etiquetas de valor 
en algunos casos para puntualizar las diferencias existentes entre algunos datos. 
En la figura 2 (anexo 3) a diferencia de la anterior, vemos que la transición 
de los cientos a los miles, ocurre en 1979 y hay reducciones a los cientos en los 
18 
 
años 1980, 1981 y 1983 con 672, 951 y 990 suicidios respectivamente. No 
obstante, según los dos tipos de datos, el paso a los 2000 suicidios consumados 
ocurre en los años 1990 y 1993. Eventualmente, en 1995 supera los 3000 y en 
2002 los 4000. 
La preocupación no sólo recae en el aumento evidente de las muertes por 
suicidio, sino también por la velocidad con que crece dicho fenómeno, ya que las 
últimas transiciones a 3000 y 4000 suicidios han ocurrido después de 5 y 7 años 
en los datos de las dos gráficas. 
Ahora bien, los suicidios desde el año 2008 han seguido un patrón de 
crecimiento como ya se predecía. Según algunos datos proporcionados por el 
INEGI (2010, 2012, 2013 y 2015) y El Financiero (2014), en 2009 (año de 
transición) hubo un total de 5190; en el 2010 la cifra se redujo a 5012; en el 2011 
aumentó abruptamente a 5718; en 2012 se presentó de nuevo una reducción a 
5549 y finalmente en el 2013 hubo un registro de 5909 suicidios como se muestra 
en la figura 3 (anexo 4). 
1.3. El suicidio diferenciado y los métodos utilizados en México 
Se sabe que el suicidio consumado en nuestro país ha sido más frecuente en los 
varones que en las mujeres. Hernández (1998), egresada de la Facultad de 
Estudios Superiores Iztacala, concluye en su tesis que “3 veces más los hombres 
se suicidan, pero las mujeres hacen más intentos”. Esta idea tiene una estrecha 
relación con lo escrito por Jiménez y Cardiel (2013) quienes argumentan que las 
mexicanas tienden a ser más vulnerables ante deseos y pensamientos de muerte 
(ideación suicida) que suelen conducir al intento de suicidio y en el peor de los 
casos secumple la finalidad del mismo. En los datos más actuales el INEGI (2015) 
reporta que “Ocurren más de cuatro suicidios de hombres por cada suicidio de 
mujer” y se reitera que las mujeres siguen intentándolo más. 
Cualquier persona que revise las estadísticas que hay del suicidio desde 
1970 hasta los años más recientes, encontrará que lo anterior no es algo nuevo y 
que los hombres suelen suicidarse más que las mujeres. 
19 
 
En la figura 4 (anexo 5) se representa el número de suicidios consumados 
en hombres y mujeres desde el año 2009 (los datos se obtuvieron gracias a las 
mismas fuentes utilizadas para realizar la figura 3). 
Se corrobora que el suicidio en hombres es mucho más frecuente que el de 
las mujeres y que la predicción apunta a que pueden llegar a ser 5 suicidios de 
varones por cada 1 de mujer. Sin embargo, no existen datos más actuales para 
corroborar dicha idea. Incluso la información del año 2013 aún es aproximada ya 
que se desconocen los registros realizados durante el 2014 correspondientes al 
año anterior. Cabe señalar que en algunos casos se desconoce el sexo de la 
persona por lo que se puede generar un sesgo mínimo. En el INEGI se registran 
con la categoría “no especificado”. 
Los suicidios diferenciados por sexo nos llevan a pensar en la influencia 
que puede llegar a tener la construcción social como varón y mujer en nuestra 
sociedad, es decir, al nacer ya estamos dentro de una cultura y en grupos 
sociales que tienen determinadas creencias, costumbres, tradiciones, formas de 
pensamiento y comportamiento que nos enseñan a vivirnos y percibirnos de 
determinadas maneras. Por ello, han existido diferencias en los medios utilizados 
por hombres y mujeres para suicidarse. Jiménez y Cardiel (2013) audazmente 
comentan que las mujeres han elegido usar métodos menos “agresivos” 
(envenenamiento), para preservar su imagen (que nos habla de la importancia del 
cuerpo aún después de la muerte). Los varones por otro lado, suelen optar por 
métodos más letales (ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación y disparo de 
arma de fuego). 
No es una regla que siempre los métodos utilizados sean en su mayoría los 
antes mencionados (porque la sociedad también va cambiando con los años), ya 
que en el año 2010 la población femenina recurrió a la muerte por ahorcamiento, 
estrangulamiento y sofocación y en 2011 también al disparo de arma. 
En el artículo “Estadísticas a propósito del… día mundial para la prevención 
del suicidio (10 de septiembre)” (INEGI, 2015) se tiene la misma tendencia en la 
20 
 
que el ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación ocupa ya el lugar del método 
suicida más utilizado por ambos sexos (78.9% hombres y 69.9% mujeres). 
En el cuadro 2 (anexo 6) podemos observar los “métodos de suicidio 
utilizados en México del 2009 al 2013” (obtenidos nuevamente por parte de la 
información publicada por el INEGI). Efectivamente el ahorcamiento, 
estrangulamiento o sofocación es el método más frecuente, seguido del disparo de 
arma y el envenenamiento para todos los años. En cuarto lugar se encuentra 
“saltar de un lugar elevado” y en último la categoría “Otro”. En el caso del año 
2012, no se encontró información sobre la quinta columna, en cambio se hizo una 
diferencia en el tipo de envenenamiento, se presentaron 420 muertes por 
envenenamiento de gases, vapor, alcohol y plaguicidas y 88 muertes por 
envenenamiento de medicamentos, drogas o sustancias biológicas (El Universal, 
2014). 
1.4. El suicidio juvenil 
Algo que ha llamado la atención es el aumento de suicidios en la población joven. 
En el periodo que va del año 2000 al 2005 se presentó un incremento notable del 
suicidio en los jóvenes de entre 15 y 24 años de edad, contemplado en esos 
momentos como un “fenómeno novedoso”. Posteriormente, en el 2007 el suicidio 
en la juventud (15 a 29 años de edad) se había convertido en una de las primeras 
causas de muerte y en el 2013 ya no hablamos de “novedad” sino de constancia, 
porque los jóvenes son ahora el grupo más vulnerable (Borges et al., 2010; 
Jiménez y Cardiel, 2013 e INEGI (2015)). 
 Incluso si reducimos los grupos de edad, la mayor cantidad de suicidios (de 
acuerdo a los últimos años de los cuales se tienen datos) se concentra en las 
personas de entre 15 y 24 años como se puede ver en el cuadro 3 (anexo 7). 
Idealmente se espera que lo que fue una “novedad” y ahora una constante, 
no se convierta en algo “normal” en nuestra sociedad. 
21 
 
Recordando el sistema NASH algunas de las muertes seguro pueden ser 
registradas como “Accidentes” por lo que la veracidad de los datos también 
depende del testimonio que dan sobre los decesos y en particular de los suicidios 
en la niñez. Valdría la pena empezar a centrarnos en las edades entre 10 y 14 
años, que aparentemente representan una cifra “pequeña”. 
 La reflexión dirige a un cuestionamiento acerca de lo que puede incitar a un 
niño a suicidarse y la forma en la que los grupos sociales perciben este evento, 
principalmente la familia. Además surge la incertidumbre de saber por qué en 
1976 aparecieron las primeras cifras en este grupo de edad. 
1.5. El suicidio en las entidades federativas 
Al paso del tiempo se ha registrado que ciertas entidades federativas en la 
República Mexicana son las que concentran la mayor cantidad de suicidios 
consumados. Se encontró que en 1994 los estados con las tasas de suicidios más 
elevadas fueron Tabasco (9.74) y Campeche (7.78), y con tasas más bajas 
Tlaxcala (1.17) y el Estado de México (1.19) (Borges et al, 1996). Más tarde 
Jiménez y Cardiel (2013, p. 224) argumentan que “si se considera el promedio de 
tasas de entre 2005 y 2011 por entidad federativa”, los estados con mayor 
cantidad de suicidios son Quintana Roo, Yucatán, Tabasco y Campeche. 
Resulta interesante revisar la “Estadística de Suicidios de los Estados 
Unidos Mexicanos” (INEGI, 2003, 2004, 2005, 2008ª, 2008b, 2009, 2010, 2012, 
2013). Porque hay registros que indican que son Jalisco, Estado de México y el 
Distrito Federal (conocido ahora como Ciudad de México) las entidades 
federativas en las que se presentó un mayor número de suicidios. En el lado 
opuesto, son Colima y Tlaxcala las que han tenido un menor número de suicidios 
en el país como se puede observar en el cuadro 4 (anexo 8). 
 Retomando nuevamente la información obtenida del último informe 
realizado por parte del INEGI (2015) se encuentra que Aguascalientes, Quintana 
Roo y Campeche presentan las tasas más altas, 9.2, 8.8 y 8.5 por cada 100 000 
habitantes, respectivamente, y Guerrero (2.7), Oaxaca (3.0) y Tlaxcala (3.1) las 
22 
 
más bajas del país. Al igual que en años anteriores Campeche y Quintana Roo 
vuelven a posicionarse en los primeros lugares con tasas altas y Tlaxcala se 
mantiene en los últimos. 
A pesar de la actualización, la información del INEGI apuntaba a que el 
Estado de México, Jalisco y el Distrito Federal tendrían los primeros lugares, pero 
no es así ¿qué sucedió entonces? ¿Habrá un sesgo en la información 
nuevamente? ¿Será que en dichos estados están ocurriendo fenómenos 
particulares que han propiciado un incremento abrupto al punto de superar a las 
entidades federativas que se encontraban en los primeros lugares con las tasas 
más altas hasta el 2011? Es necesario mencionar que también en el 2013 los 
mismos estados albergan la cantidad más elevada de suicidios juveniles de los 15 
a los 29 años de edad. 
1.6. Cierre de capítulo uno 
Retomando algunas ideas esenciales expuestas a lo largo de esta construcción 
teórica con la intención de cerrar el presente apartado de epidemiología, se alude 
así al aumento de suicidios que en México se ha presentado desde 1970 hasta la 
actualidad, alcanzando la cantidad de 5909 suicidios en 2013. Los hombres suelen 
ser más afectados por dicho fenómeno, ya que por cada cuatro suicidios de varón 
hay uno de mujer (por lo generalsuelen tener mayor cantidad de intentos); los 
métodos más frecuentes en ambos sexos son el ahorcamiento, sofocación y 
estrangulamiento, el disparo de arma de fuego y el envenenamiento y los jóvenes 
de 15 a 24 años de edad se han convertido en la población más vulnerable, al 
igual que los habitantes de Aguascalientes, Quintana Roo y Campeche. 
Complementando, se ha identificado que el suicidio es cometido en primer 
lugar por personas que han concluido la secundaria (31.8% hombres, 32% 
mujeres), en segundo por los varones que tienen la primaria completa (19.8%) y 
las mujeres con bachillerato (22%). La mayor parte de las ocasiones ocurre en la 
vivienda particular (72.5% hombres, 81.1% mujeres), en los hombres que trabajan 
(73.3%) y en las mujeres que no lo hacen (67.1 %) (INEGI, 2015). El estado 
23 
 
conyugal de soltería es el más frecuente y a menudo se asocia un estado 
depresivo en las personas suicidas. 
Finalmente, no hay que descartar que cualquier individuo puede ser víctima 
de este hecho, la epidemiología sólo es una aproximación que nos brinda 
conocimiento sobre los posibles factores de riesgo vinculados. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
24 
 
2. EL SUICIDIO: UNA CONCEPCIÓN RELIGIOSA 
2.1. El suicidio como acto “malo” 
Me parece que exponer aspectos teóricos concernientes a la praxis religiosa 
implica situarse en una discusión que ha acontecido durante el transcurso de 
varios siglos y que suele llegar a ser un tabú en la sociedad. Incluso algunos 
cuantos aventureros que llegaron a contradecir la veracidad de algunos supuestos 
religiosos han perecido. 
Pensemos en el caso de Giordano Bruno quien defendió los argumentos 
que sostenían la Teoría Heliocéntrica propuesta por Nicolás Copérnico, causando 
conmoción entre las personas porque se suponía que el hombre era un ser divino 
situado en el centro del universo. Dicha propuesta en la que el sol es el centro de 
la vía láctea y no la Tierra como hasta el momento se había creído, contradecía 
algunas ideas y acciones llevadas a cabo por parte de la iglesia Católica Romana, 
por ello G. Bruno fue condenado a morir quemado vivo en el año 1600 y más tarde 
Galileo Galilei sufrió un destino similar, por sustentarla al realizar observaciones 
minuciosas a través del telescopio que él mismo construyó (Ochoa, Aranda y 
Aguado, 2013). 
 En la actualidad tal vez no se pueda hablar de actos tan explícitos como el 
morir quemado vivo por estar en contra de una religión. Sin embargo, no quiere 
decir que no existan grupos de fieles y líderes de los mismos que violenten, 
critiquen, agredan o discriminen de forma encubierta a otros por no compartir la 
misma ideología. Estas acciones las podemos encontrar en nuestra vida cotidiana 
o incluso en vídeos o páginas del famoso internet de nuestra época. 
 Quiero aclarar (antes de plantear los argumentos que competen a este 
apartado) que no se pretende favorecer ni oponerse a la religión o a alguna iglesia 
en particular; argumentar la existencia o inexistencia de “Dios”, ni mucho menos 
entablar cuestiones sobre juicios morales que busquen establecer fundamentos 
sobre si algo es “bueno” o “malo”. La razón de este breve capítulo está enfocada a 
la percepción generada en la sociedad mexicana acerca del fenómeno suicida 
 
25 
 
influenciada por las concepciones derivadas de la religión cristiana, teniendo en 
cuenta que el discurso desarrollado en este apartado teórico es una aproximación 
y no una generalización que aplica a todas las concepciones del cristianismo 
existentes. 
 Considero que para evitar confusión en algunos términos utilizados como el 
de “religión” que a menudo se usa en nuestra cultura indiscriminadamente, es 
necesario dilucidar su significado. 
 En palabras de Durkheim, la religión es algo más que una consideración de 
dioses o cuestiones sobrenaturales, es un conjunto de prácticas y creencias 
referentes a lo concebido como “sagrado” (Camarena y Tunal, 2009). Una religión, 
puede ser vislumbrada como una forma de vida que las personas han incorporado 
a la cotidianeidad de sus contextos sociales. En algunos casos convirtiendo esas 
creencias en normas que regulan su comportamiento. ¿Por qué? Porque una de 
las finalidades del seguimiento de las prácticas religiosas, es la idea de que a 
través de la obediencia se puede establecer un acercamiento con lo divino. 
Los autores previamente citados, hacen alusión a que la religión y la cultura 
no son diferentes, sino que se encuentran estrechamente relacionadas siendo 
dimensiones generales que “definen la edificación de las sociedades”. De esta 
forma, la religión puede colaborar e influir en la construcción de la identidad y 
esquemas de pensamiento en los miembros de nuestra sociedad. 
El cristianismo es por excelencia la religión que predomina en el mundo, 
particularmente México, de acuerdo con Greene (2011) ha llegado a ocupar uno 
de los primeros lugares que alberga a más cantidad de gente que profesa el 
cristianismo, por ello es de interés cuestionarse sobre el impacto que esto 
representa en nuestro país. 
Antoni (2014) expresa que si bien es cierto que el cristianismo tiene una 
influencia importante alrededor del mundo, también existe una gran diversidad del 
mismo, por lo que se cuestiona si podemos entablar discusiones sobre el 
cristianismo o los cristianismos (todos seguidores de Cristo), ya que la religión 
26 
 
tiene sus respectivas derivaciones en múltiples iglesias y tradiciones con 
diferencias minuciosamente específicas en su práctica y corpus doctrinal. 
La gran diversidad dentro del cristianismo se encuentra dividida 
principalmente en tres grandes grupos que se declaran a sí mismos como 
católicos, ortodoxos o protestantes, entre ellos existen variaciones en ideas 
específicas, como en el caso de los católicos que son los únicos que aceptan el 
establecimiento y la exaltación de las ideas de un papa y la existencia de un 
purgatorio. No obstante, todas coinciden en que al final de la existencia humana 
habrá una especie de juicio (entre otras similitudes) por lo que en la religión 
cristiana conocen con el nombre de “pecados”. 
Se podría tener la falacia de que una persona que se declara cristiana a sí 
misma incorporará a sus días cada una de las normas que dicta su iglesia, pero no 
siempre es así, ya que esa actitud puede estar en ocasiones sólo en el ideal del 
discurso. Así como existen personas que sólo acuden al profesional de la salud 
cuando lo requieren, también se supondría que sólo acuden a la iglesia cuando 
perciben que es necesario de acuerdo con sus ideas. 
 Antoni (2014) refiere precisamente a la actitud que tienen las personas que 
practican el cristianismo. Encontrando así que algunos se apropian de la etiqueta 
“cristiano” por ser la religión de sus antecesores. Otros se dicen cristianos por 
asistir ocasionalmente a la iglesia y/o llevar a cabo prácticas específicas como lo 
es el matrimonio y por último, los que asisten cotidianamente a la iglesia. 
Complementando esta respetable opinión, agregaría al grupo de individuos que no 
sólo en su discurso tiene el compromiso ante la comunidad religiosa, sino que 
también lo traslada a otros contextos sociales. 
Es difícil establecer un enunciado que establezca el porqué de la variación 
en las actitudes de las personas que se declaran cristianas, pero si el cristianismo 
se constituyó como la primera religión en formular criterios de lo que está “bien” y 
“mal” en el mundo según Antoni (2014), y esto genera múltiples discursos en la 
gente, no es de extrañarse que muchos se construyan una identidad como 
27 
 
cristianos por “temor” a un castigo divino o a lo que socialmente se pueda decir 
y/o pensar de ellos, ya que al no ser cristianos pueden ser “malos” y criticados. 
Claro que también depende de los contextos en los que se relacionan, de la idea 
que se tiene de“Dios”, entre otras cosas. No obstante, no hay que olvidar que 
México es uno de los países con más cristianos. 
 Camarena y Tunal (2009) también asumen que “el accionar moral” de la 
sociedad es influenciado por la religión. Dicho esto, se puede reflexionar si el 
suicidio es situado desde esta perspectiva como un acto “malo”, ya que si desde el 
cristianismo así se ha percibido, se podría asumir que ese esquema de 
pensamiento es transmitido a los miembros de toda una congregación. 
 El suicidio no sólo ha sido visto como un acto “malo” contrario a las normas 
del cristianismo, también ha recibido severamente el rótulo del “peor crimen” por 
parte de Calvino, que además encasilla a las personas que han terminado con su 
vida como seres orgullosos y vanidosos; Tomás de Aquino lo etiqueta como algo 
“inaceptable” por contradecir las normas establecidas (Ley natural) por Dios y 
finalmente el catolicismo ha exaltado su aversión a dicha acción suicida. 
(Blandón, Andrade, Quintero, García y Layne, 2015 y López, Hinojal y Bobes, 
1993). 
 Es abrumador reflexionar sobre el suicidio como una personificación que se 
ha vestido con tintes de satanización y nuevamente en la creencia de éste 
heredada a las siguientes generaciones. 
 A mi consideración subjetiva, supongo que gran parte de la adopción de 
este discurso se debe a que uno de los mandamientos establecidos como leyes 
para todo cristiano dice “no matarás”. Desde esta aproximación aquellos que 
matan se convierten automáticamente en “pecadores” por oponerse a las leyes de 
Cristo que han sido posicionadas como inquebrantables y es requisito cumplirlas 
para alcanzar la salvación cristiana. 
A diferencia de otros enfoques, el cristianismo no hace distinción entre el 
homicidio y el suicidio. En ambas situaciones la persona está cometiendo 
28 
 
asesinato, sólo que en el caso del suicidio se “mata a sí mismo”, yendo en contra 
del mandamiento “no matarás” y finalmente visto como un “pecador” que ha 
asesinado. 
 Cuando se ha tomado una consideración como ésta, en la que el suicidio 
es considerado como un pecado hay que explicar dos aspectos fundamentales 
que no pueden pasar desapercibidos. El primero de ellos es que en la biblia nunca 
se habló de suicidio y mucho menos de su consideración como pecado de manera 
explícita y el segundo, que el término suicidio aún no existía como tal. 
 En la biblia se podrán encontrar casos en los que se hable de personajes 
como Judas o Saúl y su escudero que se dieron muerte a sí mismos (Verdad y fe, 
2012 y Blandon, Andrade, Quintero, García y Layne, 2015) pero no de suicidio. 
Aparentemente no hay diferencia, ya que una de las definiciones de suicidio es 
“muerte a sí mismo”, pero no es así. Decir que en la biblia se narran casos de 
suicidio, es como mencionar que el “bullying” o el “Trastorno por Déficit de 
Atención con Hiperactividad” siempre han existido. Lo que busco expresar es que 
no es pertinente hablar de suicidio porque en ese tiempo, ni siquiera estaba 
establecido como tal, empezando por la instauración del propio término. Es por 
ello que no se pudo haber contemplado como pecado algo que todavía no existía. 
 Suena bastante contradictorio decir que el suicidio es considerado un 
pecado pero que nunca fue establecido de esa manera ni en Antiguo, ni el Nuevo 
testamento (Pérez, Del pino y Ortega, 2002). Como ya intenté explicar, el discurso 
probablemente se fue edificando a partir de la interpretación del mandamiento “no 
matarás” y la voz de personajes influyentes como Tomás De Aquino. 
 Otra idea que considero que ha influido en esta construcción es la que nos 
dice que “la vida no es nuestra”. Se tiene la creencia de que no podemos disponer 
de ella ya que “somos administradores y no propietarios” y el único dueño de la 
existencia que cada uno de nosotros cuida durante su estadía en la Tierra es Dios. 
Aun así estamos obligados a “recibirla” y conservarla porque de eso depende “la 
29 
 
salvación” y porque “el derecho a la vida es el primero de los derechos del ser 
humano” (Arrieta, 2000 y Loring, 2008). 
 Al respecto López, Hinojal y Bobes (1993) escriben que el cristianismo en 
un inicio no se oponía de forma tan rotunda al suicidio. Fue precisamente a partir 
de que la vida se comenzó a considerar un “regalo de Dios”. 
Con lo anterior se instaura cierto parámetro para juzgar al suicidio como un 
“pecado” porque si la vida no nos pertenece y la “voluntad de Dios” es que la 
conservemos entonces los suicidas están contradiciendo una “norma cristiana” al 
no perpetuarla. No sólo se están oponiendo a una norma, sino que están violando 
la más importante de todas. 
Se puede entender que cuando una persona se suicida deja su cuerpo 
como evidencia del “pecado” porque en el cristianismo se tiene la idea de que el 
cuerpo es un contenedor que debe y tiene que ser utilizado de acuerdo a como lo 
marca la norma religiosa porque es deseo o voluntad de Dios. Otra idea que se 
genera en torno a este contexto es aquella que dicta que si alguien daña su 
cuerpo tendrá una penitencia “después de su muerte”, por lo que un suicida que 
no sólo ha terminado con su vida, sino que también ha dañado su cuerpo a través 
de métodos como el ahorcamiento, la sofocación o el disparo de arma, estaría 
siendo rotulado como un “pecador” que debe cubrir una penitencia. 
En el pasado la iglesia cristiana castigaba a los suicidas al no enterrar los 
cuerpos en cementerios “sagrados” y al no rendirles una ceremonia religiosa en su 
funeral, lo cual generaba una sensación de deshonor en las familias directas del 
fallecido. Actualmente y desde 1971 sólo hay negación en caso de saber que la 
persona rechazaba explícitamente a Dios. Cabe explicitar que la iglesia ortodoxa 
sigue manifestando ese rechazo a través de la negación de una ceremonia en el 
funeral, argumentando que la persona no es digna de ella por no tener suficiente 
fe en Dios y dar prioridad a su creencia “terrenal”, sólo en caso de que se 
compruebe que el suicidio consumado fue producto de una “enfermedad mental” 
30 
 
se puede hacer la excepción y brindar la ceremonia (López et al, 1993 y 
Arquidiócis Ortodoxa Griega de Buenos Aires y Sudamérica, 2006). 
2.2. Los “no suicidios” 
Desde la perspectiva cristiana no todos los casos en los que una persona decide 
terminar con su trayecto vital son considerados suicidios, por lo que se han 
externado las siguientes tres excepciones: 
1.- Acto de servicio o caridad 
2.- Salvar a otro 
3.- Proteger a su país 
Ejemplos de los “no suicidios” anteriores pueden ser cuando una persona 
que no sabe nadar decide tratar de salvar a otra que se está ahogando y perder la 
vida en el intento; cuando alguien ofrece su vida a cambio de la de otro (s), como 
fue el caso del padre Maximiliano Kolbe que intercambió su vida por la de un 
padre de familia en un campo de concentración alemán o que un espía no tenga 
más opción que matarse para proteger secretos de su país (Loring, 2008). 
Contrario a la definición de Durkheim en la que se menciona que el suicidio 
lo es porque la persona tiene pleno conocimiento de que su muerte ocurrirá, al 
parecer en el cristianismo no lo es cuando el objetivo de la muerte es la salvación 
de otros, aunque la persona sepa puede morir. En este caso el sacrificio queda 
descartado de ser un suicidio y por lo tanto no hay pecado 
Llama la atención la diferencia que se establece entre el suicidio y el “no 
suicidio”, ya que cuando se pone a discusión el primero surgen inmediatamente 
las etiquetas de “malo” y “pecado”, en éste, la persona se mata para sí misma, ya 
sea con la intención de poner fin a un estado de tensión o alguna otra razón, pero 
el objetivo siempre es para aliviar algo en sí. En cambio un “no suicidio” es 
percibido como “acto desinteresado” y “no malo” porque alguien pone fin a su vida 
por sus creencias religiosas, por otro y/o para proteger a supatria. La instauración 
31 
 
de la diferencia es simple, si el individuo se mata para sí es “pecado”, si se mata 
por otros no lo es, por eso la definición tan precisa de Durkheim no tiene cabida en 
esta aproximación teórica. 
2.3. El sufrimiento 
¿Por qué el suicida cuando comete el acto para sí es encasillado como 
“despreciable”? La respuesta está en la observación de segundo orden, es decir 
en lo que se puede encontrar detrás de la distinción que se hace en el párrafo 
anterior. Generalmente, en el cristianismo se ha gestado el pensamiento de que 
debemos estar sujetos al sufrimiento para que Dios nos bendiga con la compasión 
de otros. 
 Idealmente las personas buscan eliminar ese sufrimiento que modifica los 
procesos emocionales, corporales y de pensamiento en el transitar de la vida 
diaria, es decir, a “nadie le gusta sufrir” y en la medida en que ese dolor o malestar 
pueda reducirse se buscan medios para evitar que se convierta en “sufrimiento”. 
En palabras dichas por Del Carmen (2012) “El sentido del sufrimiento 
depende fundamentalmente de la actitud de la persona” por lo que se puede 
entender que es particular. No puedo generalizar el concepto de sufrimiento y 
explicarlo en términos de prácticas comunes porque eso implica negar la 
individualidad y la experiencia perceptiva de cada uno de nosotros, ya que lo que 
para mí es sufrimiento, para otro puede ser algo distinto, pero tampoco niego que 
dentro de nuestra cultura no se nos enseñe a sufrir por eventos determinados. 
Dentro del cristianismo, las situaciones que generan una sensación o 
pensamiento de sufrimiento en las personas son concebidos como un “bien 
necesario” o “pruebas de fe” para alcanzar la salvación. Condiciones que “deben” 
y “tienen” que soportar para ser purificados, ya que se dice que “el sufrimiento de 
Cristo es amor” y para terminar de entenderlo, hay que padecerlo. Textualmente, 
el mismo autor dice: “sin sufrimiento no sería posible conocer lo que significa el 
amor de Dios por el hombre”. 
32 
 
El discurso del “sufrir para merecer” se encuentra presente y se va 
consolidando a través de estas ideas. Las personas llegan a tomar la firme 
creencia de que serán merecedoras de “bendiciones” y “salvaciones” al aceptar 
sufrir, diciendo frases como “tienes que aceptar tu cruz”. Idealmente (como ya se 
mencionó) uno prefiere evitar esta situación de afrontamiento, pero por ser una 
norma cristiana, surge la necesidad de transitar por la situación no deseada 
esperando el consuelo a través de otros. McDowell y Stewart (2002) hacen alusión 
a esto al comentar que “el consuelo es el plan de Dios para bendecir a los que 
sufren”. 
El suicida entonces, es un ser “despreciable” porque nuevamente no aceptó 
la voluntad de Dios de padecer el sufrimiento, no esperó la bendición prometida ni 
tuvo la suficiente fe para soportar una situación así. La aseveración de que el 
suicida es el único culpable se hace presente, encontrando así renglones que 
aluden a dicha culpa escrita por otros: “Ofende también al amor del prójimo porque 
rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y 
humana con las cuales estamos obligados” (Arrieta, 2000) porque “el suicidio no 
arregla nada: lo estropea todo y para siempre” (Loring, 2008). Este tipo de juicios 
pueden acrecentar la “satanización” que se hace en la cultura y dejando de lado la 
aceptación de lo que nosotros como sociedad hemos realizado. Aquel que ha 
terminado con su vida no ha ofendido a la sociedad, es la sociedad quién lo ha 
ofendido por no ofrecerle un sentido de vida a su existencia en la medida de la 
posibilidad contextual. 
2.4. Desplazamiento profesional 
Las recomendaciones que pueden hacerse desde el contexto cristiano a las 
personas que tienen pensamientos suicidas se limitan a que se contacte en 
muchos casos a los líderes de la congregación, para recibir “ayuda cristiana 
profesional, un apoyo espiritual, la guía de adultos cristianos maduros y el consejo 
de la familia”. Esto llama la atención porque dentro de este discurso no aparece la 
figura de un profesional especializado en estos casos y también el 
cuestionamiento sobre lo que se percibe como madurez. No se minimiza el 
33 
 
esfuerzo de las personas dentro de este contexto, pero que una persona sea líder 
dentro de la tradición o iglesia cristiana no quiere decir que estará preparada para 
afrontar una situación de tal magnitud. 
En el caso de las personas que ya se han suicidado, la iglesia busca 
tranquilizar a las familias argumentando la existencia de un arrepentimiento por 
parte del individuo que consumó el acto, por lo que podría generarse un estado de 
consuelo y tranquilidad respecto de la idea de que su allegado alcance la 
salvación (Verdad y Fe, 2012). 
2.5. Cierre de capítulo dos 
Por último, se concluye que la religión cristiana puede llegar a generar en la 
sociedad mexicana la percepción de que el suicidio es un crimen, un acto “malo” y 
un pecado. Éste se construye a partir de la idea de que el suicidio es un asesinato 
de sí mismo que contradice el mandamiento “no matarás”; de una vida y un cuerpo 
que no nos pertenece porque sólo somos administradores; de la creencia de que 
hay que “sufrir para merecer” la bendición de la compasión y la salvación divina y 
de los discursos de personajes que han tenido una importante influencia a lo largo 
del tiempo. El suicida puede causar una impresión de vergüenza en las familias 
cristianas por oponerse a la voluntad de Dios, por lo que puede ocultarse el acto 
en sí y “afectar la veracidad de la información” del deceso según Hernández y 
Flores (2011). También se concibe al suicida como el único responsable del acto, 
se desplaza a los grupos de interacción social exonerándolos de toda culpa y la 
única forma de minimizar esta “satanización” es a través de la inclusión del 
discurso de la “enfermedad mental”. 
Por último, la pertenencia al cristianismo y la actitud hacia el mismo, 
mencionada por Antoni (2014), puede fungir como un elemento de prevención del 
suicidio, ya sea por el temor al castigo, fidelidad a las normas religiosas o por 
determinada integración social. Algunos autores como Marchiori (2015) lo han 
rotulado como un “efecto protector” que inhibe los comportamientos 
autodestructivos. Cabe mencionar que no siempre fue así, ya que Lora (2005) 
34 
 
argumenta que entre 1900 y 1910 la gente se suicidaba con la esperanza de pasar 
a la vida prometida pidiendo perdón a Dios con antelación (aunque en los 
periódicos católicos de la época escribían sobre la “falta de creencias religiosas” 
en los suicidas). 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
35 
 
3. LA VISIÓN SOCIAL-FAMILIAR DEL SUICIDIO 
3.1. Sociedad y familia 
Desde antes de nuestra llegada a la complejidad que yace en este mundo, las 
personas ya tenemos una existencia simbólica y formamos parte de la estructura 
de múltiples uniones. Somos pensados como un miembro más que ocupará aquel 
lugar que ha sido destinado para nosotros en el plano real; se nos depositan 
emociones, pensamientos, objetivos de vida y se nos atribuyen determinadas 
características tanto individuales como sociales para encajar en el grupo ya 
constituido que es la sociedad. 
Una sociedad es más que un conjunto de grupos conformados por 
personas que se relacionan entre sí y que buscan la convivencia humana. Es una 
construcción que surge a partir de la colectividad de pensamientos que construyen 
nuestras realidades y que se encuentra constituida por una serie de elementos 
que la complejizan como pueden ser las leyes, normas, reglas (directas o 
indirectas), creencias, tradiciones, formas de comunicación y liderazgo, metas en 
común, valores, actitudes, estatus, clases, jerarquías, experiencias, alianzas, 
tabúes, secretos, percepciones, presiones, emociones compartidas, 
comportamientos, determinada estructura, entre otros. 
En palabras sencillas de Gutiérrez, Reza y Ramírez (1999) “la sociedad es 
un complejo de relaciones heterogéneas formada por múltiples unidades 
homogéneas” y la vida del ser humano depende de estas relaciones que va 
formando con otros a lo largo del tiempo. Idealmente, se espera que todo miembro 
de nuestra sociedad cumpla con ciertas expectativas y determinados roles 
encaminados a contribuir con aquello que algunos han denominado “bien común”. 
Para ello, estamos bajo la mirada de la unidad grupal primaria de la sociedad, es 
decir, la familia. 
La familia encaminará nuestra acción, pensamiento y emoción desde el 
nacimiento hasta el desprendimiento, donde ya se es capaz de sobrevivir fuera de 
ella. Mientras ese día llega, estaremos resguardados por el grupo. Sin embargo, si 
 
36 
 
la familia es la encargada de proteger al individuo hasta su crecimiento, ¿por qué 
razón éste decide que el suicidio es una mejor opción que la vida misma? 
Sabemos que existen múltiples factores que conllevan a que la persona 
tome una decisión de esta magnitud, numerosos autores han dado cuenta de 
ellos. Pero también debemos contemplar la idea de que el suicida pertenece a una 
familia y que las acciones u omisiones, las formas en las que se establecen sus 
relaciones y/o la modificación de estructuras familiares actualmente, pudieran 
tener efectos importantes sobre su decisión de consumar el acto. O ¿acaso la 
familia nunca ha tenido influencia en la decisión del suicida? De hecho, Hernández 
y Flores (2011) atribuyeron la tendencia al suicidio en nuestro país a la 
organización familiar: 
“Una razón muy importante en la explicación de esta tendencia del suicidio 
ha sido el proceso de Modernización en México… pero también cambios 
importantes en la organización de las familias y en las formas tradicionales de 
integración social”. 
Ahora bien, de acuerdo con las estadísticas revisadas en el primer capítulo, 
el número de suicidios en la población infantil va en aumento. Si nos atrevemos a 
dar una mirada a este periodo probablemente podemos anticiparnos al incremento 
del suicidio tanto en la niñez, como en los jóvenes de entre 15 y 24 años, 
recordando que ellos en algún momento fueron niños y que tal vez en este periodo 
se suban los primeros peldaños para la toma de decisión de un suicidio. De aquí 
surge la importancia de contemplar para este capítulo la influencia de la familia 
como unidad social de protección en la gestación de la idea suicida de los infantes 
como aproximación. 
Muchas preguntas pueden surgir en el instante en el que nuestros sentidos 
atienden y se concentran en el hogar y no en la psique del individuo como tanto se 
ha hecho, porque finalmente es el primer grupo al que pertenecemos, donde 
adquirimos y desarrollamos muchas de nuestras competencias para poder 
ponerlas en práctica al relacionarnos con otros. Es el lugar en donde se nos 
37 
 
enseña a pensar, a ver al mundo de cierta manera y en el cual, por excelencia se 
nos brinda protección. 
Desde 1948 la “Declaración de los Derechos Humanos” definió a la familia 
como “el elemento natural y fundamental de la sociedad, cuyo derecho es la 
protección de la misma y del estado” (INEGI, 2015). Resaltando dos elementos 
claros, “sociedad” y “protección”. La protección del individuo para la sociedad, la 
cual se daba dentro de determinada estructura grupal, pero como muchas cosas 
se ha ido modificando con el tiempo. En México se ha resaltado tanto la 
importancia del papel de la familia al punto de destinar el 2 de marzo como el día 
de su celebración. 
Tradicionalmente cuando se hacía alusión a las familias, inmediatamente 
aparecía esa imagen idealizada en la que se encuentra un padre y una madre 
(matrimoniados) y los hijos (todos ellos hermanos). En la actualidad, cuando se 
habla de la familia se contemplan diferentes formas de organización de la misma, 
ya que su estructura ha cambiado con el paso de los años por lo que ahora 
tenemos una noción distinta de ella. 
 Robles (2003) nos proporciona información sobre el tipo de estructuras 
familiares que se integran en nuestro siglo. Tales como las familias nucleares, 
extensas, de padres divorciados, reconstituidas, adoptivas y homosexuales, cada 
una con su dinámica particular. 
 La familia nuclear: Fue descrita previamente. Es aquella que se compone 
de un hombre y una mujer unidos en matrimonio cuyos hijos son genéticamente 
de ambos. No obstante, en palabras de la misma académica “Actualmente 
podemos hablar de familia nuclear como la unión de dos personas que comparten 
un proyecto de vida en común en el que se generan fuertes sentimientos de 
pertenencia a dicho grupo, hay un compromiso personal entre los miembros, y son 
intensas las relaciones de intimidad, reciprocidad y dependencia”. En este tipo de 
grupo familiar, no precisamente tienen que existir los hijos, basta con el 
38 
 
establecimiento de dos personas (hombre mujer) que posteriormente tendrán 
descendencia. 
 La familia extensa: La palabra extensión de acuerdo con Robles (2003) se 
utiliza para describir la prolongación más allá de la familia nuclear, para unirse con 
la colateral. Es un grupo familiar en el que aparecen otras figuras, como los 
abuelos, tíos, primos, nietos, entre otros. Éstas se forman por múltiples factores 
entre los que se encuentran la enfermedad, soledad, estabilidad económica y la 
separación o divorcio de las familias nucleares. 
 La familia de padres divorciados: Redundando en esta misma categoría, es 
un grupo familiar en el que los padres han tomado la decisión de separarse, por lo 
que la integración de los hijos es afectada ya que suelen no habitar en un sólo 
lugar por la continua movilización hacia donde se encuentran cada uno de los 
progenitores. 
La familia reconstituida: Este grupo familiar es constituido por progenitores 
que provienen de una unión anterior y que toman la decisión de establecer esta 
nueva relación social afectiva de pareja. Cabe mencionar que basta con que sólo 
uno de los miembros de la nueva pareja haya tenido un “vínculo matrimonial” 
anteriormente. 
La Familia monoparental: Este tipo de familia se caracteriza por la 
presencia de sólo uno de los padres, el cual generalmente se encarga del cuidado 
de los hijos en varios aspectos (físicos, psicológicos, económicos, afectivos, entre 
otros). Este grupo se forma cuando los padres deciden separarse, divorciarse o 
uno de ellos fallece. 
La Familia adoptiva: Es un grupo familiar en el que no existe un vínculo 
bilógico entre los padres y los hijos. Éste se constituye cuando a la pareja se le 
presenta la imposibilidad de procrear y/o deciden adoptar independientemente de 
la condición anterior. Cabe mencionar que la adopción puede llevarse a cabo con 
la presencia de sólo una de las figuras paterna o materna. 
39 
 
La Familia homosexual: Ésta se basa en la unión que establecen dos 
personas del mismo sexo las cuales pueden llegar a adoptar por decisión de 
pareja o a partir de la reconstitución. 
Respecto a este último término, en la actualidad ya no se habla 
propiamente de “familia homosexual” sino que ahora se conoce como “familia 
homoparental”. Aunque, en México aún no están reconocidas por las ideas 
tradicionales, legales y sociales que aún se encuentran latentes y sólo se tiene 
información incipiente como que en la Ciudad de México de cada 10 matrimonios 
3 son parejas del mismo sexo (UNAM, 2016), para el interés del tema sería 
importante conocer las formas que la sociedad va tomando y ver si hay un impacto 
social en el suicidio respecto de estas dinámicas familiares. 
Asimismo, encontramos clasificaciones que varían de las anteriores y que 
son proporcionadas en el artículo “Estadísticas a propósito del… Día nacional de 
la familia mexicana (1 de Marzo)” elaborado por parte del INEGI (2015). 
Encontramos el mismo término de “familia nuclear”,con la diferencia de que en 
éste se incluye también a la “familia monoparental”, es decir, que la familia nuclear 
puede ser contemplada como aquella que “está integrada por un jefe y cónyuge 
sin hijos; cónyuge e hijos o un jefe con hijos”. Los otros dos términos 
corresponden a la “familia ampliada” que se estructura a partir de una familia 
nuclear y otra familia, y a la “familia compuesta” que está “conformada por una 
familia nuclear o ampliada y al menos otro miembro sin parentesco 
consanguíneo”. 
 De esta forma se dice que en México los hogares nucleares siguen siendo 
predominantes en un 72.1%, seguidos de los ampliados con 24.1% y los 
compuestos en un 3.8%. No obstante, al analizar a las familias bajo estas 
condiciones se deja de lado la particularidad de la estructura nuclear y 
monoparental, de acuerdo con las clasificaciones proporcionadas por Robles ya 
mencionadas. 
40 
 
Las compiladoras García y Rivera (2007) compartieron hace casi diez años 
que las familias nucleares y monoparentales correspondían a un 74.6% y a un 
13.5% del total de las familias en México respectivamente. Llama la atención que 
la fuente de información de estas autoras fue el mismo Instituto Nacional de 
Estadística, Geografía e Informática (INEGI) en 1999, que ahora en 2015 nos 
brinda esta nueva clasificación que, puede llegar a ser engañosa por el hecho de 
seguir usando el término “nuclear” y que las personas probablemente continúen 
con la idea de que en México las familias “nucleares” tradicionales siguen siendo 
“estables” bajo el ideal de la familia “perfecta”. 
En otras fuentes de información más recientes, La Jornada (2014) hace 
mención a que “una quinta parte de los hogares en nuestro país son 
monoparentales (18.5%) y tienen como jefe de familia a una mujer” y por otro lado, 
el boletín recientemente expedido por la UNAM (2016) indica que en los últimos 20 
años se han modificado las formas en las que se han estructurado las familias y 
que de los 28 millones que hay en nuestro país la mitad ya no son nucleares. 
Estimando así que aproximadamente 14 millones de familias son monoparentales, 
compuestas, ampliadas o correlacionales (sin consanguinidad). 
Lo anterior denota que aquel modelo tradicional conformado por un padre 
que ejercía el poder, la posesión y la toma de decisiones sobre el patrimonio 
familiar, una madre que era la encargada del desarrollo emocional y la formación 
psicológica de los hijos, y unos hijos que estaban adscritos a la familia del padre 
(se consideraba a los familiares paternos como grupo secundario de convivencia) 
y llevaban el primer apellido del mismo, ha ido desapareciendo con el paso del 
tiempo. Dicho de otra manera “La familia nuclear conyugal, patrilineal, 
patrinominal, patriarcal y matricéntrica” (Macías, 1995) ha disminuido aumentando 
por ende, otro tipo de estructuras que ya corresponden al 50% de las familias, 
como son las monoparentales que en su mayoría son dirigidas por mujeres, 
situación que antes no era así. 
Algunos expresan que la modificación de las estructuras familiares no ha 
dado cambios favorables, que “no necesariamente han implicado mayor 
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comunicación, igualdad o respeto” y que incluso, hay una fuerte relación entre el 
suicidio de individuos que son parte de familias monoparentales, en su mayoría 
con ausencia del padre (Buitrago y Constanza, 2011 y Tello, 2005). Entonces, 
¿será casualidad que las familias nucleares se han ido desintegrando con el paso 
de los años y el suicidio ha ido en aumento? 
Retomando los puntos anteriores, se empieza a elaborar la posible 
influencia de las estructuras familiares en el fenómeno suicida, destacando las 
monoparentales, esencialmente por el aumento que ha tenido su conformación en 
los años señalados y las nucleares por su disminución en un 50%. Ante esta idea 
plastificada, surge una nueva interrogante: ¿La dinámica después de la 
fragmentación de las familias nucleares ha generado la falta de protección a sus 
miembros dejándolos en un estado de vulnerabilidad? 
Marchiori (2015) explica que la vulnerabilidad es un proceso en el que las 
personas no pueden reaccionar ni protegerse ante determinadas circunstancias de 
su entorno, ya que entran en un estado de indefensión que puede llegar a ocurrir 
en cualquier momento de su vida”. 
Siguiendo en esta línea, la vulnerabilidad es un modo que provoca que las 
personas omitan temporalmente sus habilidades de afrontamiento físicas, 
emocionales, espirituales y de pensamiento reduciendo sus alternativas a una 
única percepción de su realidad, a la “visión de túnel” que algunos de los autores 
contemplados ya han expuesto. También, puede ocurrir que nunca se hayan 
aprendido dichas habilidades por lo que la realidad social que viven es percibida 
como un “problema” y no como un área de oportunidad para sí mismos. 
Es aquí cuando la familia podría detectar comportamientos atípicos, es 
decir que no sean comunes en esa persona que se encuentra vulnerable y no 
tanto aludiendo a los discursos de la “anormalidad”. Por el contrario, la misma 
autora expone que “las redes de protección social no han podido percibir la 
intencionalidad de comportamiento suicida”. 
 
42 
 
3.2. Funciones de la familia 
Si las familias en muchos casos han sido incapaces de percibir la intención suicida 
de sus miembros, probablemente no ha sido en sí por la estructura que se 
relaciona con este fenómeno (como dicen algunos autores), sino más bien por la 
dinámica que se da a partir de dicho cambio, convirtiéndose en un medio de no 
protección al descuidar ciertas funciones esenciales (dirigidas a los niños 
pequeños en este caso). 
Hay diferencias conceptuales importantes entre decir que es la dinámica 
generada entre los miembros después del cambio de estructura familiar la que 
influye en el suicidio a decir que es la estructura por sí sola la que se relaciona con 
el fenómeno. 
Según Macías (1995) las funciones de la familia para con sus miembros son 
7 principalmente: 
1.- Satisfacción de necesidades biológicas de subsistencia. 
2.- Constituir la matriz emocional de las relaciones afectivas 
interpersonales. 
3.- Facilitar el desarrollo de la identidad individual ligada a la de la familia. 
4.- Proveer los modelos de identificación sexual. 
5.- Entrenamiento de los roles sociales. 
6.- Estimular el aprendizaje y la creatividad. 
7.- Transmitir valores, ideología y cultura. 
Recae en obviedad que el ser humano al nacer es el más vulnerable de las 
especies y requiere satisfacer en primer lugar sus “necesidades biológicas de 
subsistencia”, por lo que las figuras de protección son quiénes se encargan de 
proveer en palabras del autor “de forma escasa o abundante y según sus 
43 
 
recursos, alimentos, abrigo y casa,” tanto a los nuevos como a los ya establecidos 
miembros. 
“La constitución emocional de las relaciones afectivas interpersonales” se 
logra en un primer plano a partir de los vínculos que se establecen con las figuras 
paterna y materna, que servirán de referencia básica para que el niño logre 
relacionarse posteriormente con otros seres humanos basándose en lo aprendido 
dentro del mismo contexto. Dichas figuras tienen una función fundamental, ya que 
la congruencia con que digan y hagan las cosas puede o no causar confusión y 
desorientación en el infante que está en un periodo de aprendizaje. 
En el tercer punto Macías (1995) hace alusión al desarrollo de la identidad 
grupal antes que la individual. Expresado de otra forma, antes de nacer y conocer 
nuestro sexo, ya se conoce la identidad o la forma de reconocimiento que tiene 
sobre sí la familia a la que el niño va a pertenecer. Es decir, las características de 
su grupo primario que eventualmente lo harán edificar su individualidad a través 
de un trato cotidiano personal. 
Respecto al cuarto punto donde se “provee de los modelos de identificación 
sexual”, el

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