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Las-Palabras-que-no-se-ven--de-la-hermeneutica-analogica-a-la-simbolica

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE 
MEXICO 
 
 
FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS 
 
COLEGIO DE LETRAS HISPANICAS 
 
 
 
 
“Las palabras que no se ven. (De la hermenéutica Analógica a la 
Simbólica)” 
 
 
 
 
 
 TESINA 
 
Que para obtener el título de licenciado rn lerngua y literaturas hispánicas 
presenta: 
 
 
 
 Eduardo López Hernández 
 
 
 
Asesor: mtro. Fernando A. Morales Orozco 
 
 
 
 
 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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 LAS PALABRAS QUE NO SE VEN 
 
 (De la hermenéutica Analógica a la Simbólica) 
 
 Eduardo López Hernández 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 PROLOGO 
 
 
Entender que la misma naturaleza, es decir, el mundo, es en sí un lenguaje supuesto que 
“dice” de su presencia mediante sus específicos códigos o señales; entender eso como un 
principio para darse cuenta de que de tal manera ella, la naturaleza, el mundo, está ahí para 
interpretarse, es ya un principio para que nosotros sintamos la innata necesidad de efectuar 
una decodificación de ese “sistema”; en otras palabras entender que es preciso buscar la 
manera de hacer hablar a ese aparente silencio que, para la mayoría de las personas pasa 
desapercibido. Interpretarlo es hacerlo hablar, verlo más cercanamente, porque ver el 
mundo es entenderlo, saberse en él y por ese camino anda el arte, en la decodificación, que 
es su patente, dar a conocer, con su complejo lenguaje, la propia complejidad del lenguaje 
del mundo. Ésa parece ser la mayor de sus virtudes. En este caso me refiero a la literatura, 
supuesto que esta manifestación pretende, entre otras cosas no menos importantes, hacer 
evidente ese lenguaje por medio de la lengua escrita, ya de por sí compleja. En efecto, una 
de las primordiales características de la literatura es poner en evidencia al mundo, 
despojándolo de sus aparentes secretos, de esa maravillosa desnudez que significa aislar un 
fragmento del mundo para hacerlo hablar por medio de la palabra escrita, pero además de 
una manera “bella”, lo que implica fundamentalmente su exactitud, su corrección, en fin, su 
manera de hacernos sentir y entender lo inexplicable del mundo, tal y como lo han hecho lo 
mitos del hombre. 
Ahora bien, si el arte en general y la literatura en lo particular guardan como 
pretensión manifestar ese silencio aparente del mundo, desvelar ese lenguaje, se hace 
necesario, por lo tanto, darse cuenta de que se trata de un ejercicio de necesaria 
interpretación, un medio para conocer y, de paso, reconciliarnos con el mundo al tener a 
posibilidad de acceso a ese lenguaje, para lo cual hemos de acudir a la ayuda de algún 
sistema con el fin de tener la orientación de acceder a ese aparente silencio; como lo he 
manifestado ya, una manera de poder llegar ahí para no caer en el posible equívoco de 
entender ese mundo referido. Desde este punto de vista, una manera por demás útil y 
adecuada es atender a la hermenéutica, ese recurso tan necesario para interpretar el 
mensaje, lo que significa acceder al mundo. Es conveniente entender asimismo, que la 
literatura, la lengua escrita, como todas las artes, busca desvelar ese lenguaje del mundo 
que ha visualizado el autor y que guarda su propia complejidad; darlo a conocer a los 
receptores-lectores, de ahí la conveniencia de que éstos puedan contar con las adecuadas 
herramientas para ingresar a eso que el autor manifiesta, lo que no quiere decir, por 
supuesto, que dichas herramientas que proporciona la hermenéutica deban ser conocidas 
por todos esos lectores-receptores, sino que más bien, por tratarse de eso, de métodos, tal 
hecho se dirige, o parece dirigirse a quienes están interesados en ingresar al texto de una 
manera más sistemática, para quienes es preciso acercarse al estudio que otorga tales 
herramientas o modos útiles para que la decodificación de los lenguajes y ese asunto sea 
más asequible; es así que la hermenéutica se ha convertido en un método en sí mismo que, 
aparte de lectores avezados, parece estar dirigido a aquéllos que se encuentran en las 
escuelas. 
El lenguaje del mundo, de la naturaleza, parece complejo, es complejo; interpretarlo 
y manifestarlo es consecuentemente complejo; y percibir esa interpretación es, por simple 
 4 
consecuencia, complejo, de ahí, como digo, la necesidad de contar con una base 
hermenéutica para encontrar con menos dificultad las significaciones. 
A manera de justificación aduzco que, como profesor de literatura en el nivel de 
bachillerato, he visto que los programas son muy ambiciosos en cuanto a sus contenidos, es 
decir, que al menos en lo que respecta a la historia y corrientes de la literatura son muy 
extensos, razón por la cual me he avocado a trabajar a partir del contexto que yo explique a 
los alumnos y de otorgar mayor atención a las propias lecturas, razón por la que hago 
hincapié en los aspectos de la significación de cada una de ellas. Trabajar con el texto 
requiere primeramente de entender que se trata de un lenguaje que habla de otro lenguaje 
(escritura-mundo). Leer la literatura requiere entonces de entender que se trata ante todo de, 
al menos, tratar de interpretar eso que es una interpretación, y para ello resulta muy útil 
poder decodificar ese mensaje con la hermenéutica, entendiendo por supuesto que existen 
variados métodos o sistemas para la interpretación, todos ellos válidos por el hecho que 
proponen a los receptores de los textos una posibilidad de acercamiento a la comprensión. 
En el caso que ocupa el presente trabajo haré referencia a la Hermenéutica 
simbólica, una metodología que he utilizado en mis clases de literatura con alumnos del 
nivel de bachillerato. Lo he decidido así por encontrar en ese sistema una manera de hacer 
creativas las lecturas, es decir que he tratado, con éxito, así lo estimo, de convertir el 
estudio de la literatura, primeramente, en un ejercicio del pensamiento a partir de la 
estimulación emotiva, pero sobre todo sensitiva de los alumnos. La Hermenéutica 
simbólica otorga, según mi experiencia, una mayor facilidad para la comprensión de los 
textos, lo que no quiere decir, claro está, que otros métodos hermenéuticos no funcionen, 
no, sino que la simbólica resulta muy pertinente por el hecho de que parte de la experiencia 
visual, es decir, que sitúa a los receptores desde el mero inicio de la lectura, en el lugar de 
los hechos, algo que hace partícipes a los alumnos de ese texto, y aún cuando la acción 
propiamente dicha no inicie en su rol anecdótico, ya tenemos una lectura de cierta precisión 
con la “simple” visión del ambiente físico o presentación, en donde las “cosas”, los 
“íconos” ya muestran la actividad ideológica del texto, es decir, que ya están ahí las ideas 
del autor, facilitando el necesario acercamiento entre la escritura y la lectura. Así es que 
decodificar los textos literarios con la simbólica resulta ser un ejercicio muy activo, 
supuesto que los lectores forman parte de una suerte de recreación del texto, o sea que se 
tratade un conocimiento literario a partir de la experiencia propia, más allá, mejor dicho 
más acá de lo que advierten los libros de historia o teoría de la literatura. Aprehender por sí 
mismo es un buen ejercicio de conocimiento, ya que el propio lector va formando sus 
vectores, sus propias ideas, sus premisas, para adentrarse en ese conocimiento. Vivida 
como una experiencia personal. Ver el texto es un buen intento de cercanía con él porque 
describir es descubrir. Y lo que se “ve” ahí en ese mundo de la diégesis facilita a los 
lectores el acercamiento, el intento de conocer la o las ideas que el autor envía mediante su 
escrito. 
La hermenéutica simbólica otorga entonces una suerte de empatía entre el lector y el 
autor por el sencillo hecho de que el autor, al escribir su obra, no observa las palabras sino 
que va más allá de ellas, es decir que se basa en figuraciones, en imágenes en donde se sitúa 
la diégesis, que es lo mismo que realiza el lector cuando se adentra en el texto, dándose así 
una mayor facilidad para que la decodificación funcione mejor y el lector tenga más 
posibilidades de asentir o disentir con el autor. Y es que leer la literatura basándose en las 
imágenes, es decir en los símbolos, provoca una mayor posibilidad de acercarse a las ideas 
que se encierran en todo texto literario. El sentido de la vista parece ser la primera ruta para 
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captar el mundo, y con ella ya están de manifiesto las ideas, pues éstas no son sino el 
resultado de un acomodo adecuado de las imágenes, que son necesariamente símbolos. 
Éstos siempre están acomodados, estructurados de tal manera, que en su dialéctica van 
ofreciendo una clara visión de lo ahí acontecido, es decir del Ser del texto literario. Los 
símbolos marchan al parejo de los sucesos anecdóticos, sólo que ofreciéndonos la 
profundidad de éstos poniendo de manifiesto que cada texto literario guarda un nivel 
simbólico, el que va más allá de la mera anécdota, supuesto que ahí, según mi parecer, está 
el mensaje esencial del autor, un mensaje que va más allá de su tiempo, incluso del espacio 
para convertirlo en un texto “universal”. Cuando un autor escribe, lee el texto y, cuando un 
lector lee, escribe el texto. Doble creación que corresponde a doble escritura. Doble 
comprensión. 
Por lo que a mi trabajo como profesor de literatura respecta debo apuntar que la 
hermenéutica simbólica hace que los educandos incluso se diviertan, debido a que la 
simbólica los obliga a interpretar, es decir llegar a su conocimiento mediante una 
experiencia propia, como digo; su contacto con el texto es muy cercano, muy vívido. 
Interpretar conectando la “visión literaria”, tanto con la emotividad como con las ideas 
provoca toda una experiencia, es decir “pensar”, que es un acto íntimo; pensar que es 
encontrarse con las propias deducciones, lo que me parece más válido que sólo exponer la 
teoría de la corriente a la que supuestamente corresponde tal o cual texto, en el entendido 
que, desde mi punto de vista no hay textos iguales, incluso si pertenecen a la misma 
corriente estética. Así es que trabajar con la Hermenéutica simbólica es descubrir que el 
texto literario corresponde a un lector que debe atender a su cultura para que, al conseguir 
la decodificación de ese lenguaje, no sólo lo interprete más o menos bien (no hay 
interpretaciones inequívocas), sino que, al atender a los símbolos, que son producto de la 
cultura, conozca de paso esos elementos que lo acercan a ella. 
No obstante que al leer desde las meras imágenes resulta agradable por ir 
encontrando deducciones propias en tanto que esta lectura es un estímulo a la creatividad 
lectora, estoy proponiendo, tal como lo sugiere Mauricio Beuchot, ir también más allá de la 
mera Hermenéutica simbólica, analogarla con otros métodos hermenéuticos, compararla, es 
decir, buscar otras formas hermenéuticas para que, comparándolas, produzcan menos 
posibilidades equívocas para la interpretación, aunque, como lo propone el autor 
mencionado, se hace preciso reunir o comparar más las diferencias que las similitudes con 
el fin de que el lector del texto busque un acomodo más verosímil en la comprensión. 
Este documento se estructura a partir de una serie de reflexiones a propósito de la 
lengua y su importancia como signo fundamental de la cultura, sobre todo con la idea de 
entender que la lengua hablada es esencial y ha de ser considerada como el signo que ha 
hecho de la humanidad casi todo lo que hoy conocemos de ésta, supuesto que con la lengua 
los hombres han podido señalar el mundo y entenderse como parte intrínseca de él; que la 
lengua hablada, al ser “producto” de los hablantes ha encontrado otros asuntos esenciales 
que conciernen tanto al desarrollo humano, pero sobre todo a su propio desarrollo; que 
frente a ella, en ese estado de continuo cambio, se encuentra la otra lengua, es decir, la 
escrita, nacida por supuesto de la hablada, pero al mismo tiempo producto de haber 
encontrado en la escritura un ideal, un modelo que, no obstante fijarla en el tiempo, algo 
aparentemente contradictorio, ya que la lengua hablada se encuentra en constante cambio, 
al detenerla, la consagra, tanto como un ideal o referente de su tiempo como base 
inobjetable para el conocimiento de la sociedad del autor por quien fue escrita en forma de 
literatura. Fijar la lengua es negarla como un ente móvil, es decir vivo, tan vivo como que 
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es capaz de consagrarse en el hecho de haberse fijado, sobre todo con las altas aspiraciones 
de la literatura. He ahí una de las grandezas de la lengua. Pero la lengua es tan rica, tan 
poderosa, que es capaz de rebasarse a sí misma, no tanto en su oralidad, sino, en este caso, 
en su escritura, como si en ésta su ser luchara por no perder esa supuesta inmovilidad que el 
texto le confiere. Aun ahí se mueve y por ahí van las reflexiones hasta llegar a esas otras 
salidas al movimiento que encuentra, digo irónicamente en la propia escritura. Su valor es 
dual, y más: al hablarse se mueve, al escribirse se detiene, pero la función profunda es su 
movilidad, que en el caso de la escritura no se niega a ese respecto, al contrario, en la 
escritura, sobre todo en la literaria, la lengua busca sus caminos para seguir en su proceso 
de ebullición. En el habla va hacia delante, en la escritura hacia adentro de sí misma, de ahí 
que la hermenéutica simbólica ayude también a entender ese proceso: explosión-implosión. 
 El expreso motivo de esas reflexiones es encontrar un intento para analizar los textos 
literarios más allá de la propia lengua, es decir en eso que señala dentro de la ficción. En 
este asunto que hoy no se pone ya en tela de juicio (nunca se ha apuesto) es preciso 
entender que la hermenéutica es herramienta siempre útil porque se propone con un orden, 
es decir un método, que en este documento propongo para la Simbólica: analizar la ficción 
atravesando los límites lingüísticos y entrando directamente a esas imágenes que la “visión 
literaria” nos otorga. “Ver” es esencial para conocer, pues implica una observación, un acto 
basado indefectiblemente, por principio de cuentas, en el sentido de la vista. La 
hermenéutica simbólica nos ayuda a “ver” las ideas en el texto literario. 
 Con el fin de ejemplificar una hermenéutica simbólica pongo a consideración un examen 
de dos textos: el cuento “Bola de sebo” del autor francés del siglo XIX Guy de Maupassant 
por considerarlo sumamente idóneo para este ejercicio por pertenecer a esa corriente 
llamada “Realismo”, en donde las cosas, los objetos, las imágenes son esenciales en el 
desarrollo literario, y en esas imágenes se puede aplicar muy bien la lectura del texto con la 
Simbólica. En “Bola de sebo” me he fijado por el hecho de que prácticamente no hay 
diálogos, sino que es el narrador quien va señalando el suceso a partir de las meras 
descripciones de la ambientación física. La palabra es la imagen y ésta es la idea, lo que no 
quiere decir, por supuesto, que la Simbólica sólo sepueda aplicar en textos realistas. Todos 
tienen imágenes. Ahora bien, he seleccionado para su ejercicio de análisis simbólico un 
poema de Pablo Neruda y lo he hecho al azar. Tomé el libro “Memorial de isla negra” y en 
la primera página que abrí, ahí estaba el poema “El pescador”. La prueba para la Simbólica 
era que ésta se forzara para leer con esas palabras que no se ven como lengua, o sea con sus 
puras imágenes el posible mensaje del texto, que la escritura está más allá, más adentro de 
la escritura, en su movimiento implosivo, y que la poesía, en este caso la de Neruda, por ser 
tan rica en imágenes, resulta ser un buen proyecto para el análisis simbólico y, repito, que 
ello no quiere decir que otros trabajos poéticos no lo sean. Estimo que toda poesía se ve. 
Homero y Dante, por sólo decir de ellos, así lo han establecido. 
 Espero que compartir mi experiencia resulte, si no enriquecedora, al menos inquietante 
para disentir con ella. No hay aquí “arrebatos” de poética, sólo el afán de compartir el 
vértigo maravilloso que para mí y muchos de mis alumnos implica abrir un libro de 
literatura, cerrar los ojos y abrir las imágenes: ver más adentro de las palabras, dejarse caer 
en la implosión de este profundo camino de la lengua, porque aquí, en el vértigo de la 
literatura la lengua se desvanece para encontrar su más profunda esencia, que es decir de sí 
misma cuando dice del tiempo de los hombres que se han atrevido a trasponer las 
limitaciones de lo cotidiano y entrar en la subjetividad de los libros y encontrar ahí la 
satisfacción de los deseos o la sublimación de los miedos. 
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 EL TEXTO LITERARIO Y SUS CONDICIONES 
 
Ingresar a un texto literario requiere fundamentalmente de saberse enterado de que ahí 
existe un mundo nuevo, otro “mundo”, lo que se conoce como una “diégesis”, es decir un 
mundo creado, el que usualmente se parece mucho a lo que conocemos como “la realidad”. 
Es verdad, la literatura no es la vida, pero mucho se le parece aun y cuando los hechos 
presentados por el autor sean inverosímiles o incluso demasiado fantásticos; y aquí sería 
conveniente recordar que el autor ha de tener la facultad, y la tiene, de presentar su texto 
con el recurso de que, por más inverosímil que sea su texto, será válido en cuanto parezca 
verosímil en sí mismo, que dentro de él exista una lógica propia, es decir que ese texto sea 
finalmente algo creíble, algo que parezca real, aunque no lo sea, pero aun así, “dentro” del 
texto, como diégesis, sí que lo es. Ahí hay una “realidad” a la que convenimos en llamar 
literatura, aunque de alguna manera muy parecida a la realidad del lector, la de “fuera” del 
texto. Y es que fundamentalmente eso que leemos ahí, en esa diégesis, viene a ser una 
suerte de representación, alegoría o metáfora del mundo; es una “señal” de la cultura del 
mundo, de ése que el autor atestigua o da fe. 
Ahora bien ¿qué hacer para que los lectores se comprometan con la lectura? 
Sabemos que existen guías, métodos o claves para estar “cerca” del texto y comprenderlo 
mejor, todos ellos válidos, lo que no quiere decir, por supuesto, que se necesite ser un 
experto en hermenéutica para leer un libro de literatura, que es lo que generalmente ocurre 
con los lectores, pues en general ellos no son lectores “profesionales” o expertos en 
métodos hermenéuticos, porque generalmente se conforman con el puro gusto de la historia 
o el poema leídos, que ya es harto decir, aunque en el caso de la enseñanza de la literatura, 
es decir en las escuelas, es más que deseable proporcionar a los alumnos las herramientas 
mínimas necesarias para que, a más de simplemente degustar la historia, indicar que existen 
métodos para entender que con ello estarán en mejores posibilidades de acceder a ese gusto, 
que es algo más que un “simple” acto lúdico, es decir que se trata de un conocimiento y 
que ahí dentro existen sistemas o lenguajes para conocer a fondo lo leído, así es que 
decodificar esos lenguajes implicaría en consecuencia saber el porqué del gusto por la 
lectura en cuestión. Insisto en el término “gusto” porque, a mi entender, se puede tener un 
acceso más viable a ese conocimiento si el gusto se convierte en elemento, o herramienta 
para llegar a la comprensión, como causa o efecto, al conocimiento de lo que ahí ocurre. Es 
verdad, si pensamos que al estar creando su texto el autor es movido por el gusto, eso 
mismo ha de suceder cuando alguien lo lee. No creo que algún autor cree su obra movido 
por el disgusto, al menos en el mero acto de la escritura, aunque puede ser que el disgusto 
de algo que ha visto en el mundo lo impulse a escribir su obra, como por ejemplo la 
injusticia, la intolerancia o el desamor humanos que ha presenciado y que no lo puede 
callar, por ejemplo. No olvidemos que muy posiblemente la inconformidad con algo del 
mundo suele ser el resorte que mueve a los escritores a exhibir o exponer sus puntos de 
vista a los demás. Así que es muy necesario, indispensable, otorgar facilidades, recursos a 
los estudiantes, en ocasiones incluso muy elementales, para la comprensión de la literatura, 
de entender que ese escrito ha sido el producto de algo, que no ha sido fortuito el simple 
hecho de escribir. 
 Desentrañar los “misterios” de un texto literario les proporcionará con toda 
seguridad elementos mejores para llegar a degustar con más intensidad el contenido, 
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supuesto que se ama más lo que se conoce más, y el gusto por el conocimiento adquirido en 
la lectura resulta fundamental, no solamente para que los estudiantes aprendan a leer sino 
que a partir de esa lectura entiendan más el mundo y por ende a sí mismos. Conocer 
implica una experiencia, y el gusto puede resultar fundamental como medio para obtener 
esa experiencia. Ya Roland Barthes advierte que 
“…ya no se siente a la literatura como un modo de circulación socialmente 
privilegiado, sino como un lenguaje consistente, profundo, lleno de secretos, dado a la vez 
como sueño y como esperanza…”1 
El sueño que significa leer; leer como si se cerraran los ojos al mundo para abrirlos 
hacia otro lado. 
Es verdad, la literatura no puede ser vista ya como un mero pasatiempo, sino que la 
misma época nos concita a encontrar ese “privilegio” mediante una lectura disciplinada, 
atenta a lo que los autores, mediante lenguajes específicos, ahí nos comunican. Puedo 
afirmar por eso mismo que la literatura no sólo es arte, sino que asimismo una ciencia, por 
ser objeto de observación y estudio. Para ello será preciso primeramente hacer comprender 
a los lectores, los alumnos en este caso, que un texto literario, en cualquiera de sus géneros, 
se sostiene mediante varios lenguajes, varias maneras de llegar a la comprensión esperada, 
ya que es con ésta que se puede acceder con mayor facilidad a una de las bases que no 
pasan de moda: el gusto por el arte, un gusto que, como ya se dijo, puede ser más 
susceptible de ser captado mediante una comprensión profunda en su estructura, como si se 
tratara de una experiencia vital, profunda, es decir, en saber encontrar los lenguajes que 
componen esa estructura, una estructura (o forma) que ya por sí misma es un lenguaje para 
comunicar algo, a saber: cada género, a partir de su mera forma ya hace, al menos intuir, 
por dónde puede ir el mensaje, ya que ellos, los géneros, guardan, cada uno de ellos en lo 
particular, una función muy específica. No es la misma intención la de una novela que la de 
un a obra dramática. Así es que ya desde el principio, o sea desde antes de entrar a esa 
diégesis, ya podemos estar en la posibilidad de la lectura. Se trata ya de una preparación, de 
una primera lectura, de acceder al primer lenguaje. Este primer paso requiere entonces de 
un conocimiento previo para la lectura: entender que hay géneros literarios, y que cada uno 
de ellos ya encierra en sí mismo una preparación para su lectura. 
Luego de contar con el conocimiento de los géneros y de su intención literaria, 
entonces será precisoentrar ya con alguna facultad a su lectura y comprensión. Voy a 
referirme ahora, con el fin de ejemplificar, acerca del género narrativo. En primer lugar nos 
vamos a encontrar con la “simple” historia narrada, lo que denominaré el Nivel Anecdótico, 
es decir lo que se conoce como la anécdota, la historia, un lenguaje que, como lo señala 
Barthes, es ya en sí mismo un lenguaje de suyo consistente, supuesto que entramar una 
anécdota o historia no es un hecho tan simple como pudiera parecer, cuyas características 
nos indican que ahí el autor nos presenta un retrato del mundo, una visión muy particular 
que de éste tiene. En este nivel, que es aparentemente superficial, nos encontramos con 
datos muy ilustrativos acerca de ese mundo que “observa” el autor, como lo sería por 
ejemplo una interpretación sociológica de su tiempo, una suerte de retrato, ya que señala, 
por ejemplo, cómo se movía esa sociedad y de qué manera, incluso, cómo ha podido 
desarrollarse después de ese momento, lo que ya implica un lenguaje específico, un 
conocimiento. Este hecho tal vez no sea tanto como historiografía, sino que meramente 
 
1 Barthes, Roland. “El grado cero de la escritura –seguido de nuevos ensayos críticos.--” México: Siglo XXI, 
8ava. edición en español., 1986. p.13 
 9 
datos sociológicos, los que, a mi entender, nos dicen más que la misma historiografía, ya 
que ésta es muy relativa, por depender de lo que los mismos historiógrafos denominan las 
“estructuras profundas”, es decir aquellas características ideológicas, muy personales o 
especiales que un historiador mantiene, sea de si se trata de un autor que habla desde el 
“régimen” o bien del interés de cierto grupo o de sus intereses muy personales, para 
describir esto o aquello y no otra perspectiva o punto de vista, por ejemplo. No podemos 
olvidar aquella sentencia que nos advierte que la historia la escriben los vencedores, que 
por ello es algo subjetivo, incluso ficción, y si es ficción, hasta podría considerarse 
literatura, o algo muy similar. 
La literatura entonces, desde su mera anécdota, nos muestra ya el retrato de un 
mundo (sociología o historia), un lenguaje presente, que es el que ha determinado plasmar 
en su texto el autor, ése del que indefectiblemente es producto, un retrato del mundo que le 
ha tocado vivir (o sufrir) y que conlleva usualmente una crítica social, incluso ética, del 
mundo que describe, lo que ya implica otro lenguaje o código. Este retrato, aunque se 
califique de sociológico o bien histórico, de cualquier forma no es sino ficción, supuesto 
que solamente existe dentro del texto. Habría aquí que entender que esa facultad que posee 
el autor de hacer parecer su ficción a la realidad es lo que lo hace importante dentro de la 
cultura a la que pertenece. La ficción existe por sí misma y es valedera en tanto que 
contenga una lógica propia en los diversos lenguajes que la integran, así como en sus 
propuestas, pero al mismo tiempo que, aunque relate algo inverosímil, se parezca al mundo 
real. 
Así pues, en la mera lectura del Nivel Anecdótico ya pueden los lectores estar en la 
posibilidad de un ingreso más o menos seguro a la comprensión. La historia que se narra: 
he ahí un segundo lenguaje del género narrativo en el cual ya se pueden observar esas 
características sociológicas, esos señalamientos del mundo a los que antes me he referido. 
Haber tenido la posibilidad, lo cual no es difícil, de localizar esas características, es decir 
por ejemplo, hablar de las costumbres de los personajes del texto, de las características 
físicas de ese mundo referido, la ubicación de la época, etcétera, pero sobre todo discernir 
de si esos datos son verosímiles y por ende hacen válido al texto desde esta perspectiva. 
Pero es preciso también tener en cuenta que en ocasiones el autor obliga al lector a deducir, 
sobre todo en los casos en que la obra en cuestión pertenezca a lo que se conoce como el 
subgénero “fantástico” o parezca que se ha salido de la verosimiltud, como lo serían por 
ejemplo “Los viajes de Gulliver”, “Alicia en el país de las maravillas” o “Cien años de 
soledad”, por citar algunas. En estos casos el autor sí que está obligando a sus lectores a ser 
más competentes, a esforzarse, a estar comprometidos más en la operación de la lectura en 
esta operación de “localizar” o bien buscar una similitud con la realidad de fuera del libro. 
Al final el texto viene a ser una representación o alegoría del mundo “real”. Aunque en 
ocasiones sea un poco o muy difícil buscar la relación de ese Nivel Anecdótico con los 
datos sociales de la realidad mundana, de cualquier manera existe siempre la posibilidad de 
buscar la lógica exclusivamente dentro del texto, aunque éste sea una analogía del mundo 
real. 
 Ya he mencionado que un texto literario tiene la solidez de ser por y en sí mismo, 
pero su valor definitivo lo alcanza cuando se trasciende en el acto de la lectura; y si ésta 
alcanza cierto grado de profundidad debido a la riqueza de los diversos lenguajes u 
opciones que lo componen, entonces ya estamos hablando de que ha alcanzado el deseo del 
autor, que no es otro sino el de haber alcanzado a sus receptores. 
 10 
Ahora bien, si aceptamos en principio que un texto literario tiene varias 
posibilidades de lectura, o sea que puede ser abordado desde varias perspectivas en los 
diversos lenguajes que ahí están contenidos, ello no quiere decir que dicho texto sea 
necesariamente polisémico. Cuando el creador piensa y escribe puede estar concibiendo 
algo que no necesariamente deba contener multiplicidad de significaciones, sino que más 
bien puede tratarse, debido precisamente a que el texto contiene una variedad de lenguajes 
o posibilidades de abordaje, es entonces que ya no es algo polisémico, sino más bien se 
trata de que es multidimensional, es decir, que el texto puede ser abordado desde diferentes 
perspectivas y no con multiplicidad de significaciones o registros. A pesar de haber 
infinidad de lectores para el mismo texto, eso no quiere decir que haya muchos textos, aun 
a pesar de que cada lector debe conceder que se trata de un texto que puede ser abordado, 
según su experiencia, expectativa o incluso la actitud que guarda frente al texto. Esa 
intencionalidad de lectura hace que se pueda pensar que en ocasiones dos o más lectores de 
la misma obra estén leyendo diferentes cosas. No son diferentes significados los leídos, 
sino diferentes dimensiones o registros, por eso se requiere entender de antemano que el 
proceso de la lectura puede tener variables, pero éstas dependen en muchas ocasiones de si 
los lectores pueden advertir que acceder al texto requiere de saber, por principio de cuentas, 
a más de la buena voluntad o suma entrega, que ahí dentro existen varios lenguajes o 
maneras de captarlo, independientemente del estado de ánimo o intencionalidad de ellos. 
Por supuesto que no es lo mismo que un lector “común y corriente” lea una novela a que lo 
haga con esa misma novela un filólogo. Las intenciones determinan en mucho la entrada al 
texto, pero a más de la entrada, la estancia (la lectura) dentro del texto; parecen muchos 
ojos, pero siempre es el mismo texto. En el caso de las lecturas estipuladas en los 
programas escolares es necesario entender que una obra literaria es ya un conocimiento 
que, para conseguirse, requiere de conocimientos alternos, laterales, aunque sean muy 
básicos, de una hermenéutica. Conocer cómo conocer, esa es la función de la 
hermenéutica, dirigirse al significado, acceder con mayor facilidad al mensaje contenido en 
el texto, al menos entender que ahí existen varias maneras de conseguirlo, sin olvidar por 
supuesto que no existen fórmulas inequívocas para la interpretación. 
Ahora bien, regresando al Nivel Anecdótico, es indispensable prever que el libro 
nos muestra, desde su mero principio algo fundamental: que está manifestado con palabras, 
que son letras, de ahí su nombre de“litera”-tura, así que el primer lenguaje de acceso es la 
lengua escrita; y de ahí partir a lo que ya he mencionado, al género al que pertenece la obra 
en cuestión. El uso que de la lengua hace el autor resulta ser una herramienta muy útil para 
afianzar la entrada a la diégesis. Ahí se puede advertir, por ejemplo, el tipo de palabras 
utilizadas, lo que se llama el estilo literario, ya sea por “boca” de los narradores o bien de 
los personajes, o bien si corresponde a las necesidades del género al que pertenece. La 
lengua aquí nos induce a un conocimiento sincrónico, a ver si las palabras utilizadas en su 
entramado son coherentes con el suceso, y si también transmiten un conocimiento de la 
lengua de la época (el aspecto sincrónico), es decir si aportan algo importante a la 
verosimilitud a que he aludido, aunque es muy necesario entender, así lo estimo, que la 
lengua no la ha inventado el autor, a excepción de algunos neologismos, pero con esa 
lengua ha escrito su obra. Sin embargo la lengua escrita, incluso sin las intenciones 
literarias, suele tener diferencias con la hablada. Es difícil que, incluso el autor, hable como 
escribe. Ambas manifestaciones tienen, por decirlo así, sus propios registros. Esa lengua 
escrita suele deslumbrarnos e incluso aceptar que se trata de una lengua bella. Se trata por 
supuesto de que el autor tiene la maestría de manejarla con la suficiente propiedad como 
 11 
para hacer entender a los lectores de que bien puede tratarse de una lengua ideal, de que 
podría ser bueno utilizarla en la cotidianeidad, y que por lo mismo se trata de una suerte de 
incitación o sugerencia para hablar de tal manera. No olvidemos que la lectura literaria 
propone una referencia para el habla dada la maestría con la que usualmente está manejada. 
Y si no es con maestría, al menos se manifiesta con un cuidado especial, el que no se tiene 
normalmente con la lengua hablada. 
No está de más señalar aquí que, a más de que la lengua en sí misma, incluso la 
hablada, es el recurso del pensamiento, que pensamos a partir de las posibilidades o 
limitaciones de la lengua y, si ésta está bien manejada, es entonces que ella, la literaria, se 
convierte en elemento referente para hablar y en consecuencia para pensar, por eso he 
comentado que la lengua literaria bien puede ser el ideal de la lengua, aunque ella, dentro 
del texto, es real en su propia esencia, y con esa realidad se convierte en un referente más 
preciso para que el pensamiento cuente con mayores posibilidades de manifestación. Leer 
implica conocer mejor la lengua y sus posibilidades. El léxico, incluso la morfosintaxis de 
los lectores se amplía por contar con ese referente, y ya que la lengua proporciona ideas, 
leer literatura implica no solamente tener la posibilidad de contar con más referentes para el 
habla, o inclusive para cualquier tipo de escritura, que la propiedad, la precisión de la 
lengua escrita la podemos encontrar en muchos tipos de textos, como por ejemplo los que 
se refieren a las ciencias, a la filosofía, al periodismo, etcétera. Esto confirma el hecho de 
que, al escribir, cualquier hablante pone más cuidado para comunicarse que cuando lo hace 
mediante el habla, y más todavía en su escritura, pues ahí nos encontramos precisamente 
con un número más amplio, más rico de nuestro léxico y por ende en esas palabras y su 
sintaxis o morfología los lectores encuentran no tan sólo palabras, sino que mayores 
posibilidades y modos más propios para expresarse en su habla cotidiana, y en 
consecuencia, al ampliarse y enriquecerse esa posibilidad, se amplía la posibilidad de 
pensamiento, la referencia para pensar. Verba volant, scripta manent, reza un adagio 
latino. 
 La lengua literaria, no obstante provenir de la realidad, es decir de la lengua de 
todos, al encontrarse manifestada en la obra que refiere, y por ser parte fundamental de esa 
diégesis, adquiere la validez de existir en su propia realidad; ahí dentro cobra un valor 
distinto, propio, por el hecho de que debe guardar una congruencia, una exactitud con los 
hechos narrados; debe ser correspondiente, por ser forma, a su contenido. Por ser un 
referente para la lengua en general es que me atrevo a afirmar que esa lengua de “ahí 
dentro” puede considerarse como una lengua ideal, en primer lugar porque forma parte de 
la ficción, de algo que “objetivamente” no existe, pero que al mismo tiempo es real, por 
estar conformando esa “nueva” realidad, la literatura, que existe en sí misma porque “ahí” 
está cumpliendo una función objetiva en esa subjetividad denominada ficción o diégesis. 
Me parece entonces que la lengua literaria posee un doble valor: si idealidad desde 
dentro del texto hacia fuera de él y su propia realidad como lenguaje propio del mismo 
texto. En la medida en que esa lengua literaria exprese con claridad, precisión, propiedad, 
los hechos referidos ahí dentro de ese texto (texto>tejido), en esa medida podría 
considerarse como parte la belleza de la obra, y no necesariamente debemos esperar que 
esa lengua sea elegante, sino que su precisión, propiedad o postura estriba en si es 
congruente, es decir, si es pertinente con lo descrito, tanto en la forma, el género, como en 
su estilo. Es claro que debe guardarse una congruencia entre la escritura y su significado 
con el fin de que el relato sea lo más verosímil posible, por ejemplo, si pensamos en el 
tipo de lengua utilizan los escritores del indigenismo, o bien de la novela de la revolución 
 12 
mexicana, incluso en esos personajes de “baja ralea” que aparecen el naturalismo, pasando 
desde luego por el tipo de lengua que utilizan los personajes de las comedias, tan diferentes 
a los trágicos, sobre todo los clásicos. En cualquier caso la lengua literaria ha de formar la 
parte primera de la verosimilitud del texto, ya que ella es la puerta de entrada a la lectura. 
Entonces la intencionalidad de esa lengua debe corresponder al comunicado. En el caso de 
la narrativa o bien de la literatura dramática, es preciso que la lengua utilizada, tanto por 
narradores pero sobre todo por los personajes, sea la “piedra de toque” para poder entender 
que se está ante la verosimilitud, algo fundamental en la literatura; su manejo es esencial 
para que los lectores entren con mayor facilidad a ese mundo de la ficción. Me parece aquí 
necesario también hacer alusión a ejemplos de literatura, como lo serían, digamos, Martín 
Fierro de José Hernández o bien a la poesía de Bukowski, la de los beatniks, inclusive a la 
llamada “Literatura de la onda”, desde luego pasando por autores como Henry Millar, 
quienes utilizan una lengua en muchas ocasiones de carácter soez, o incluso como una calca 
del habla. La “lengua literaria” ahí es válida en tanto que corresponda al tema a que se 
alude. 
 Ahora bien, independientemente de lo que he manifestado ahora a propósito de la lengua 
en la escritura (en la literaria), de cualquier manera estimo que, aunque la lengua utilizada 
en la literatura deba ser congruente con el tipo de “hablantes ficticios”, de todas formas no 
es tan igual a la de la lengua hablada fuera del texto, la de los hablantes; se parece mucho, 
pero no es igual, por el simple hecho que cualquier hablante, desde el más culto hasta el 
que apenas hace balbuceos, no reacciona igual cuando habla que cuando escribe, aun y 
cuando lo escrito sea de lo más sencillo; cuando escribimos ponemos un afán extra con el 
fin de que nuestro comunicado sea claro, ya que, por ejemplo, al escribir no contamos con 
la ayuda del lenguaje corporal. Ahora bien, sabemos que no es lo mismo leer a Virgilio, 
Dante, que a Bukowski,, Ginsberg o Nicolás Guillén, cada uno de ellos escribe como lo 
hace porque es la intención que solicitan sus propios textos, sus comunicados. Y qué decir 
también de las personas que se encargan del estudio de la lengua desde el punto de vista 
científico, lo filólogos o los lingüistas, y ni qué hablar asimismo de la empleada por los 
filósofos,quienes han de apoyarse en ella desde una perspectiva que tenga que ver con el 
rigor de su materia, sólo por decir de algunos. Ellos conocen tan bien la lengua, pero me 
parece que no hablan como escriben sus ensayos o tratados. El habla usada en asuntos 
cotidianos no da el mismo registro que la que se usa en la retórica de algún discurso, 
inclusive la que utiliza un profesor para decir su clase. Acudo asimismo a los conceptos 
de “habla” y “norma” con el fin de afirmar que la misma lengua hablada no es igual a sí 
misma, que depende de quién y dónde se lleve a cabo. Si no es igual en ese sentido, menos 
lo sería si se compara con la escrita. Esa lengua entonces, desde mi punto de vista, es bella, 
es un ideal en tanto otorga, ante todo, verosimilitud e intencionalidad al texto, dada la 
forma en que está manejada, dada su correspondencia con su referente. 
 Equilibrio y solidez.- La lengua encuentra en el texto un equilibrio en tanto que, sin 
desprenderse de la relidad del habla, es manifiesta como referente o modelo de ella, así 
precisamente, en esa retroalimentación consigue su solidez, así es que resulta de mucha 
utilidad que el elctor reconozca su habla en el texto que lee, pero asimismo sepa entender 
que ese escrito está hecho con el afán de la precisión.Saber, al menos intentar darse cuenta 
de que a partir de un análisis o reflexión a propósito del tipo de lengua utilizada en el texto, 
ya sería un paso importante para adentrarse en el libro, toda vez, claro está, luego de haber 
reflexionado acerca del género al que pertenece, buscar desde ahí la correspondencia entre 
la lengua literaria y su contenido temático previsto. Ante esta posibilidad sería conveniente 
 13 
invitar a los lectores, y en el caso de la escuela, a los alumnos, por ejemplo, si ellos 
consideran que el estilo va acorde con la historia contada, si es congruente con su género 
literario y más todavía, con el tipo de personajes o narradores que la usan, o bien si pudiera 
representar, en sus significados, la ideología del autor o de su tiempo, incluso si esa lengua, 
esa escritura, se acomoda al género literario correspondiente. Reflexionar acerca de la 
lengua, de la morfosintaxis utilizada en el texto, del estilo del autor, ya invita a entender 
que apreciar esa lengua va a dotar a los receptores de una mayor posibilidad para 
expresarse en el habla. 
 Si partimos del acuerdo de que la lengua hablada está siempre en movimiento, que se 
trata de un proceso ininterrumpido y dialéctico, entonces podemos colegir que son los 
hablantes los que operan ese movimiento, hablantes que por lógica no siempre están 
conscientes de ese proceso (no todos somos científicos de la lengua) y que son la absoluta 
mayoría. En ese procede es claro que los hablantes se “encargan” de descomponerla, 
transformarla, en ese proceso de facilitación para su uso. No es un descuido, es una lógica 
consecuencia. Así es que, si por un lado tenemos con que los hablantes usan la lengua 
modificándola cada vez en ese transcurrir, (así se entiende el estudio diacrónico) 
aparentemente debilitándola, incluso en muchos casos dándole vuelcos en su semántica o 
morfología, por el otro lado tenemos la escritura, lo que documenta y da precisión y guía 
para el habla, en la inteligencia que toda escritura es válida para esto, sobre todo la literaria, 
porque la literatura no es solamente lo que se lee, sino aquello hacia nos conduce eso que se 
lee. 
 Así es que, si pensamos que la escritura puede detener el proceso lógico de la dialéctica 
de la lengua, es probable que nos aborde la idea de que ésta, la escritura, niegue la lengua 
en su lógica construcción o lógico desarrollo, pero a más de eso, al dejarla plasmada en el 
texto con una intención de que sea lo más precisa y correcta posible, sólo así encontramos 
la validez de los estudios sincrónicos de ella. Y si los hablantes, que “jalan” a la lengua 
hacia su “descomposición” (aparente), los escritores lo hacen hacia el lado opuesto, hacia la 
“recomposición” (aparente). Si sucede que los hablantes leen, es entonces que van a 
encontrarse con más referentes de precisión para utilizar su habla. Es ahí en donde se 
encuentra el equilibrio de la lengua; y en ese equilibrio, su fuerza, su solidez. Desde este 
punto de vista es en donde se aprecia el triunfo de la lengua: su capacidad no sólo de 
moverse por sí misma en el habla, sino en su búsqueda de precisión en la escritura, pero 
sobre todo en la manera de cómo se van acercando una y otra para mediante la lectura y en 
ese equilibrio o acercamiento conseguir una suerte de consagración para consolidar la 
cultura, ya que la lengua es signo esencial de ésta, pues con ella se reconocen los miembros 
de una cultura, y ésta es básicamente un proceso de reconocimiento. 
 Entonces ya tenemos dos posibles puntos de partida para un análisis del texto: atender 
primeramente al género y a la lengua que se utiliza para su desarrollo, y si con ese tipo de 
uso de la lengua, es comprensible ese “relato” o relación de la anécdota. Creo que así ya 
tenemos los elementos necesarios para entrar en la diégesis, en la ficción, es decir en el 
Nivel Anecdótico, en la pura historia, en la mera relación de los hechos. Es en este nivel en 
donde será preciso entender que los sentidos del lector, por supuesto los que ya están en el 
proceso de la lectura, van a jugar un papel fundamental; y me parece que por mera lógica, 
por tratarse de una “ubicación”, el sentido que hace entrar al lector en el relato es el de la 
vista, y luego vienen los demás, todos. En la medida que el autor haya echado a andar los 
sentidos de quien lee, los sentidos (con la herramienta de la lengua) dentro de la ficción, 
obviamente, en esa medida el texto ha cobrado ya su carta patente en el renglón de la 
 14 
verosimilitud. A mayor juego de los sentidos, los que mentalmente han hecho que el lector 
se integre a la ficción, justo en esa medida también se puede acceder a un análisis más o 
menos profundo de la obra de que se trate. Incitar a los lectores en esa suerte de 
verificación, de si el autor ha sido capaz de integrarlos con certeza, es ya una manera de 
continuar el análisis textual. ¿Ha sido capaz el autor de seducir a esos receptores a 
continuar con la lectura con el desarrollo de la presencia de esos sentidos que se mueven en 
la ficción? preguntas como ésta bien pueden continuar con el interés de la lectura, y es que 
con los sentidos expuestos el autor ya ha conseguido una conveniente ambientación o 
presentación de su obra, una esclusa a la verosimilitud. 
 Sin embargo, con la vigencia de esos sentidos, parecería que no es todavía contundente el 
análisis en este nivel de la anécdota. Existe otro asunto al que se puede acudir para este tipo 
de análisis, supuesto que la obra requiere todavía de una fuerza mayor, ya que se trata de 
que en este nivel el autor lleva a cabo una suerte de “retrato” del mundo que lo rodea, que 
es una esencial necesidad de la literatura: mostrar el mundo, describirlo, a su manera, claro, 
y en esa descripción es necesario que “eso” de ahí dentro parezca más humano, y eso se 
consigue haciendo que los lectores echen andar, al tiempo que los mismos sentidos lo 
hacen, la emotividad. Si hay emotividad en la ficción, el lector ya se ha considerado “parte” 
de ese mundo, ya lo seduce la lectura, porque ya ha encontrado buena parte de la lógica del 
texto. Los sentidos se afianzan con la presencia de las emociones. 
 En el Nivel Anecdótico, a más de encontrarnos con un mundo, implícita o explícitamente 
el autor, mediante su “voz narradora”, por lo general presenta una crítica de ese mundo 
referido (que suele ser el de su vida real), y en consecuencia mostrará una propuesta para 
los lectores, una propuesta que ellos pueden o no tomar como suya, algo que convierte, por 
supuesto, a esa obra en un acto ético, ya que da la oportunidad de dilucidar y en 
consecuencia elegir, de disertar acerca del tema referidoen ese acto de ficción. Pero todo 
ello pertenece a la anécdota, así es que resulta imprescindible enfocarse en si la 
estructuración o entramado es pertinente con la intención de la historia, de si con ello 
también se puede acceder a la lógica del texto. Los sentidos, comenzando por el de la vista 
y los grados de emotividad, he ahí las llaves de la entrada segura a ese otro mundo. 
 En este nivel es imprescindible, por supuesto, ver si la historia que se cuenta es lógica, si 
corresponde con la voz que la dice. Esas voces que “hablan” en un texto literario suelen 
mostrar, no solamente los recursos estilísticos del autor, sino que además mantienen a los 
lectores a determinada distancia del suceso con el fin de hacerlos más o menos partícipes 
del mismo. Analizar “la voz que habla”, poder determinar si el narrador o los personajes, al 
igual que la lengua usada y su intencionalidad son pertinentes, porque eso es también un 
lenguaje adecuado que requiere de una atención para el análisis en este nivel. Ahí existe 
también una intencionalidad, otra manera de acceder al texto. Y ver de qué manera la 
historia, en su completud, es lógica. El gusto, en este nivel, resulta fundamental, ya que es 
movido por los sentidos, así como por las emociones de los lectores, aunque todavía no 
profundicen en los aspectos intelectivos de la obra. 
 El Nivel Anecdótico ha cumplido con su función cultural primera: mostrar el mundo con 
los sentidos y las emociones, hacer una crítica de él y hacer una propuesta a los lectores; y 
todo a partir del gusto, mismo que suele iniciar desde la elección del género a leer, de la 
lengua utilizada para efectuar el comunicado, del rejuego de los sentidos de los lectores, 
algo que permite una reconciliación con el mundo por el hecho de que se nos recuerda que 
es vital observar el mundo en el que vivimos, darnos cuenta, porque saber ver al mundo es 
estar en la posibilidad de saber vernos a nosotros mismos, ya que en él vivimos, por eso es 
 15 
muy importante despertar en los lectores la emotividad en la lectura, la pasión que es 
descubrirse ahí, reconocerse en la verosimilitud de la historia con la precisión de la lengua, 
el entramado y al final, asentir o disentir con el autor. Observar las cosas de la literatura es 
una suerte de incitación a observar el mundo que nos rodea. Leer enseña a observar. 
 Entonces,si uno de los factores primordiales es la comparación entre textos, es evidente 
que ese mismo acto de comparar se ajuste desde dentro del mismo texto con el fin de que la 
intertextualidad no resulte del todo ajena a los lectores; la riqueza y su posibilidad de 
encontrarla reside dentro de la propia trama del texto en cuestión; su complejidad vine a ser 
su riqueza. Cuando leemos un libro usualmente acudimos a emitir un juicio acerca de él, y 
lo hacemos a partir de una comparación con otros textos, y es que la literatura suele ser 
referencia intertextual, tanto en su escritura como en su lectura. 
 
Las palabras y el texto 
 
Ahora bien, y esto es algo que considero esencial para “leer” un texto literario: cuando se 
está leyendo se ven muchas cosas (las de dentro del texto), excepto, irónicamente, las 
palabras, supuesto que los sentidos, el de la vista primordialmente, por supuesto, de los 
lectores se echan a andar, dando así comienzo a la verosimilitud del texto. En efecto, quien 
lee literatura, incluso cualquier otro tipo de lectura, observa todo menos las palabras. Quien 
ve las palabras está fuera del texto, aun cuando ellas mismas, en su escritura, tal lo he 
señalado, indican ya una posibilidad de análisis u observación de ese texto. Las palabras 
son, existen, pero al integrarse en la profundidad de la ficción, es decir, al ser ya literatura, 
se convierten en otra realidad o posibilidad de realidad; nadie las ve y no obstante son la 
esclusa de entrada a esa otra estancia que proporciona la escritura. Otro triunfo de la 
lengua. Es como si ahí dentro pasaran a ser la lengua en otra forma de articulación. Las 
palabras de la literatura se hacen invisibles para dejarnos ver otras cosas. Grandeza y 
triunfo del arte. Son entonces las palabras mero transporte para llegar a la literatura. Las 
palabras son así un medio para transgredir dos “realidades”: la del lector como persona que 
deja de existir para encontrar ubicación en lo ficticio, entrar en otro estadio vital: “vivir” en 
la ficción, porque es experiencia. Ahí dentro de esa diégesis o mundo creado, en la ficción 
literaria, las palabras, la escritura, la lengua, adquiere otra dimensionalidad al convertirse en 
otro lenguaje: ya es más que palabra o lengua, sino que mero signo, uno de varios 
lenguajes que “abre” una esclusa para convertirse en otro lenguaje, un lenguaje que 
proporciona otras posibilidades para una lectura más estrictamente literaria, más profunda. 
Cito aquí a Mauricio Beuchot: 
 
 …los signos contienen imágenes mentales, y éstos son los objetos de 
 esos actos intencionados. El objeto tiene un representante en la mente, 
 que es la imagen. Así, el signo tiene un aspecto físico y un aspecto 
 psíquico o mental <…> el lenguaje es más que el lenguaje tal cual, 
 es más que la lengua y el habla, es más que lo dicho y el decir; es todo 
 junto, y adquiere dimensiones gigantescas, tanto en su concepción del 
 hombre como en la estructuración de su pensamiento…2. 
 
 
2 Beuchot, Mauricio. “Historia de la filosofía del lenguaje”, en.. México: Fondo de Cultura Económica, 
(Breviarios, 549), 2005 p. 292 - 293 
 16 
 No obstante que el término “litera” se refiera semánticamente a “letra” o “palabra”, 
éste desaparece al reconvertirse en el significado profundo de lo que denominamos 
“literatura”, así que es preciso darse por enterados, advertir, que la lengua en este caso va 
más allá de sí misma para hacerse otro lenguaje, y por tanto susceptible de ser decodificado 
de otra manera, ya como parte de otro lenguaje en esa estructura literaria; susceptible 
asimismo de formar parte muy importante de la interpretación. La lengua, como podemos 
advertir, adquiere otro tipo de articulación cuando se transforma en literatura, por tanto 
“articula” de una manera que va más allá de lo que los estructuralistas de la lingüística 
denominaran las dos “articulaciones” de la lengua; una palabra se une con otras palabras 
para formar enunciados, pero dentro de sí ya hay elementos fonéticos (o letras) que 
conforman a esa palabra. Así es que en la literatura, siguiendo esta interpretación, la lengua 
adquiere lo que bien pudiera denominarse “la tercera articulación”. La lengua va más allá 
de sí. 
Este recurso sensorial, que sirve para la descripción de “ese” mundo en el proceso 
de la lectura, como lo fue en el de la escritura, va haciendo que el texto se parezca, sólo se 
parezca, a lo que denominamos el “mundo real”, pero sólo se trata de asumir la 
verosimilitud, de hacerse creíble, pero las “palabras literarias” ya han ingresado a los 
lectores en un nuevo nivel de lectura, en un lenguaje más profundo. Así que por tratarse, 
como queda asentado, de un mundo aparte, la literatura se convierte en una realidad en sí 
misma por guardar sus propias reglas de existencia, en forma y fondo. 
No obstante el poder que otorgan los sentidos a la anécdota, todavía existe un 
elemento más para la verosimilitud, que es el que se refiere a la aparición de la emotividad 
en los lectores debido al “comportamiento” de los personajes, también producto de esas 
“palabras literarias”, pero ya en esa tercera articulación. Ese lenguaje literario conmueve al 
lector debido a la posibilidad de rebasar una realidad, la suya,, y hacer contacto con algo 
tan aparentemente subjetivo como es la propia emotividad, asdí que puede convencer con 
su fuerza descriptiva, es decir cuuando consigue que la propia escritura ingrese a esa 
“tercera articulación”.Un buen autor siempre provoca, seduce. Describir los procesos 
sensorialesy emotivos en la percepción de la lectura es ya un agregado al lenguaje del texto 
referido. En la aparición de la emotividad, tanto de los personajes, pero sobre todos de los 
lectores, esos signos que señala Beuchot van adquiriendo cada vez mayor validez. Ésa es, 
muy probablemente, la dimensión gigantesca a que se refiere este autor. Desde lo 
simplemente físico hasta el absoluto pensamiento. 
Creo que, por otro lado, no está de más señalar que la intuición, la creatividad 
lectora, es decir la capacidad de reproducir del lector debe jugar un papel importante en la 
interpretación de su proceso de lectura, ya que lo conmina a su creatividad, a sus 
capacidades emotivas y pensantes, un aspecto elemental para leer la literatura. Esa 
intuición no sólo se refiere, por supuesto, a las características personales del lector, sino que 
se alimenta con el efecto que en él están operando esas palabras que aparentemente no 
percibe, pero que son la esclusa para ingresar con mayor fuerza a la búsqueda de la 
interpretación. Con la creatividad del mismo autor, o con un gran parecido, con esa misma 
los lectores, con su mera intuición recreativa puesta en juego, ya se ven en la necesidad de 
responder así, supuesto que el mismo texto literario es o puede ser producto de la 
creatividad del autor íntimamente relacionada con la creatividad de sus lectores, 
considerando que la literatura, como toda manifestación artística es esencialmente un 
comunicado de un humano para otros humanos y, para ello, ha de valerse de varios 
lenguajes, como ya lo he apuntado, que tengan necesariamente que armar e ir reafirmando 
 17 
la lectura del texto con el fin de que sean proporcionados al lector o estudioso de la 
literatura más elementos para su comprensión, y para ello a mayores posibilidades de 
ingreso a la lectura, mayor y mejor será la comprensión del mismo. La intuición de un 
lector nos dice de su entrega, de su voluntad para tratar de entender lo que “ahí dentro” 
sucede. Agrego entonces que la intuición, a más de las ya señaladas; sí, la intuición como 
herramienta o lenguaje (en este caso del puro lector mediante su experiencia propia) debe 
jugar también un papel importante en la búsqueda de la interpretación literaria, siempre y 
cuando haya “ingresado” a la posibilidad de “esa” escritura. Leer, y en particular leer 
literatura es, irónicamente, dejar de leer para leer las otras palabras, esas que se han 
“fugado” hasta la tercera articulación de la lengua, esas que ya son otro lenguaje. 
 
 A la búsqueda de los lenguajes 
 
 Mauricio Beuchot propone un modelo de interpretación, una hermenéutica (la Analógica) 
que proporcione más recursos, que otorgue la capacidad de localizar más de un lenguaje 
dentro del texto con el fin de contar con más posibilidades para la interpretación y así nos 
advierte: 
 …una hermenéutica analógica será atenta será atenta a los detalles, a los 
 aspectos menores, cuidadosa con lo que marca la diferencia, más que la 
 semejanza, con otros textos y otras interpretaciones del mismo texto. Tanto 
 
 en el ámbito intratextual como en el intertextual pondrá sumo cuidado en las diferencias 
de sentido e interpretación…”3 
Analogar, comparar lenguajes encontrados en el texto implica un recurso que es la 
suma de varios recursos: a mayor número de posibilidades de “visión” de ese texto, a 
mayor facilidad para descubrir y comparar esos lenguajes que lo conforman, mayor será la 
posibilidad de completar el comunicado literario. Revisar en el interior del texto, pero 
además mirar hacia otros textos, sean o no del mismo autor, o incluso referencias de 
consensos en otros autores, ya se trate de críticos o creativos, pues siempre habrá la 
posibilidad de un contexto. Esto se convierte también, consecuentemente, en un entramado 
de lenguajes que ha de convertirse a su vez en una suerte de método comparativo, ya sea en 
lo que se refiere a los tópicos, las estructuras u otros lenguajes, todos los que se pueden, que 
siempre serán muchos, y por lo tanto, mayormente cercanos a la suficiencia cognitiva. 
Bien se puede inducir desde este punto de vista a los estudiantes-lectores, por 
ejemplo: ¿cuál es, aun a priori lo que se sospecha es el comunicado? La opinión, aun si 
fuera “silvestre”, es decir meramente intuitiva, tendría ya una validez inicial porque el 
lector se estaría tomando el atrevimiento de tener una opinión propia, lo que ya implica el 
descubrimiento de un lenguaje, que bien puede ser, inclusive, a partir de la mera 
emotividad, o incluso a partir de la experiencia de su formación lectora. Estar frente al texto 
es ya el comienzo para una interpretación. Así, si se echaron a andar los sentidos de quien 
lee y si aparte de ello las acciones fueron capaces de provocar una conmoción, estética o 
no, quien lee ya puede emitir, por supuesto, un juicio, aun a priori, algo que ya nos dice 
que la hermenéutica está funcionando; que no se lee sin concentración, que la historia ha 
seducido efectivamente al receptor; que bien puede compararse el texto en referencia con 
 
3 Beuchot, Mauricio. “Tratado de hermenéutica analógica. Hacia un modelo de interpretación” en México: 
UNAM- Ítaca, (Seminarios) 3ª.edición 2005, p. 57. 
 18 
otro u otros del mismo autor, o incluso con la vida propia del lector, o bien, si dentro de ese 
mismo texto se pueden encontrar otras pistas, claves o lenguajes para su interpretación, tal 
lo señala Beuchot. 
 Desde luego que con esos “detalles” a que este autor se refiere, se puede muy bien 
inferir que el profesor de literatura habría de verse aun en la posibilidad de ubicar 
contextualmente a los alumnos, una ubicación, por ejemplo, en la corriente literaria a la que 
pudiera pertenecer la obra en cuestión, como ya lo he señalado, en donde se advierten, 
generalmente, las principales ideas de su tiempo, a más de considerar que cada género 
literario guarda sus propias funciones y formas, es decir que ahí existen correspondencias 
entre las formas y los contenidos. He aquí una posibilidad más, otra analogía. A mayor 
búsqueda y por ende a más posibilidades de encuentro de los lenguajes que pueden 
configurar un texto, más posibilidades para su comprensión y, de paso, en consecuencia, 
más oportunidades para emitir algún juicio acerca del mismo. 
Al promover en los estudiantes las reflexiones en este sentido, me parece que 
comienza el interés por la lectura, ya que los hace competentes, ser parte configurativa del 
acto literario, lo que personalmente me parece el mayor acierto en la propuesta de Beuchot 
con su hermenéutica analógica, debido a que el “fenómeno” de la literatura no se concibe 
nada más como su mera escritura, sino que debe haber un asentimiento por parte del lector, 
en otras palabras, una suerte de identificación con lo leído, pues ya se han tocado las 
“entrañas” del texto, se ha sido parte fundamental de esa experiencia, y bien puede ser ya a 
partir de ese momento que la literatura se puede cumplir como tal. Pero ha de quedar claro, 
desde luego, que una opinión, en principio, acerca de las características del estilo, o sea 
desde la misma búsqueda del signo con el que se ha estructurado la anécdota, resulta 
requisito elemental para emitir un juicio, pues con la escritura se da comienzo a la 
literatura, como ya lo he mencionado antes. Ir de una lengua hacia la otra, entender las 
correspondencias o analogías entre la real y la literaria, de la manera de cómo la lengua de 
“fuera” del texto se convierte en la “lengua” de “dentro” y viceversa, ya que la de dentro es 
referencia para la de afuera. La invisible ahora alimenta a la visible. La búsqueda y el 
posible encuentro con esa correspondencia es importante para entender que “éso” está 
formado con palabras. 
Insisto: un texto literario guarda en sí varios lenguajes, como lo asienta Mauricio 
Beuchot; es decir, que se puede, en consecuencia, abordar su análisis desde diferentes 
perspectivas o posibilidades,un modelo que no sea unívoco, sino que “abra” el recurso de 
la interpretación, tal lo indica en su hermenéutica analógica. Comparar, confrontar 
diferencias y similitudes en las diferentes posibilidades de lenguaje en el texto, si no 
resuelve inequívocamente, al menos da la posibilidad de integrarse de una manera más 
cercana al texto en cuestión; es la lectura misma ya como experiencia. Un libro de 
literatura será entonces una suerte de metáfora del mundo, supuesto que dice de él; es una 
analogía en sí mismo, una estructura que puede ser, y lo es, parte y totalidad; parte por el 
hecho de que se trata de un objeto; totalidad porque en ese objeto se encierran los 
elementos necesarios para saber que “eso” trata de la vida. 
Así es que más allá, o subyaciendo a la anécdota, que ya en sí misma es importante, 
existe otro u otros lenguajes con sus respectivas posibilidades de interpretación., aunque la 
sola anécdota nos señale, con su estructura o entramado, sus narradores, por ejemplo, varias 
posibilidades de discusión e interpretación. En tal sentido, siguiendo esa secuencia, insisto 
ahora que, al leer, se ve todo menos las palabras, aunque sea con ellas con las que, 
irónicamente, se “arme” la literatura. Vemos pues, el mundo de ahí dentro, percibido desde 
 19 
los diferentes sentidos, fundamentalmente con el de la vista, tal lo he referido ya. Describir 
es descubrir, develar, ver. Las palabras ahí, desaparecen para dar paso a la captación de la 
“diégesis”. La literatura es entonces algo mucho más profundo que las “simples” palabras; 
es, por decirlo así, la escritura de esa escritura, el otro lenguaje de ese lenguaje, o bien 
metáfora de sí misma. Quien “ve” esas “otras cosas” que señalan los signos está en mayor 
posibilidad de “ver” la literatura. La lengua se transfigura, desaparece para hacerse otra. 
Roland Barthes asevera que: 
…Mallarmé, finalmente, coronó esta construcción de la 
 Literatura-Objeto por medio del acto último de todas las objetivaciones, la 
destrucción: sabemos que el esfuerzo de Mallarmé se centró sobre la 
aniquilación del lenguaje, cuyo cadáver, en alguna medida, es la Literatura. 
Partiendo de una nada donde el pensamiento parecía erigirse felizmente sobre 
el decorado de las palabras, la escritura atravesó así todos los estados de una 
progresiva solidificación: primero objeto de una mirada, luego de un hacer y 
finalmente de una destrucción, alcanza hoy su último avatar, la ausencia 
<...>4 [y más adelante] “…las palabras tienen una memoria segunda que se 
prolonga misteriosamente en medio de las significaciones nuevas...”5. 
 
 Un nuevo lenguaje está “a la vista”, y por tratarse de otro lenguaje, es decir de otro 
código, será preciso encontrar su respectiva decodificación o lectura (legere, lat., recoger). 
En efecto, se trata de recoger, de “pescar eso” a que nos inducen las palabras transfiguradas 
¿transfiguradas en qué? en una “realidad “nueva” en la cual ya se encuentra el lector 
cuando ya está “dentro” de esa realidad llamada Literatura. Este mismo “suceso” se da 
cuando el escritor desarrolla su escrito; él seguramente no ve las palabras, sino que, 
transfigurado también como escritor-narrador experimenta la vivencia de esa otra realidad, 
y por lo tanto la realidad de “afuera” se convierte en algo que ya no es. La esencia es 
adentro. La transportación se da en la medida en que el escritor tenga la pericia suficiente 
para hacer desaparecer la realidad que llamamos “objetiva” para establecer en la ficción 
otra realidad, incluidos sus propios lenguajes, misma que promueve en los lectores la 
aceptación, el entendido, de que se encuentran verdaderamente en “otro mundo”. Ir más a 
lo profundo, ahí en donde descansa esa metáfora del signo que sea capaz de llegar hasta el 
símbolo, incluso de acceder, de ir a algo más elemental, como lo sería una figura, una 
“cosa”, algo así como una hermenéutica de la intuición, supuesto que el acto de leer con 
voluntad implica echar a andar tanto la intuición como la capacidad intelectual del lector 
Ya con esta otra consideración es necesario considerar una comparación, o por lo 
menos una aceptación de que ese texto puede ser abarcado desde más de una perspectiva, 
como si se tratara de una metáfora, de una analogía. Cito de nueva cuenta a Beuchot: 
…Por eso es necesario pasar de una hermenéutica analógica una icónico-simbólica, 
que nos abra a la captación del sentido de los símbolos, y que también pueda crear de 
alguna manera y en alguna medida el ámbito de su significación. Como una luz que se 
prende y brilla en la oscuridad”6. 
 
 
4
op. cit. pp. 14-15 
5 ibid. p. 24 
6 Op. cit Beuchot, M. p. 195 
 20 
En este modelo propuesto por Beuchot nos encontramos con que la más firme o bien 
una de las más firmes maneras de “ingreso” al texto en su hermenéutica analógica, será 
preciso acudir directamente, al menos por principio de cuentas, al ícono, al símbolo, que es 
la figura que se observa con claridad en esa convertibilidad del signo hacia el lenguaje 
propiamente literario, aun y cuando el propio símbolo, con toda su carga significativa, no 
deja de prestarse a lo equívoco, sobre todo si pensamos que depende de un específico 
consenso cultural, a más de posible equivocación que el lector tenga al acudir a ese 
consenso. Así, el símbolo viene a ser un asunto de correspondencias, como una metáfora o 
una metonimia; dice de sí pero al mismo tiempo representa una generalidad. Se trata de una 
analogía en sí mismo y con las otras cosas o símbolos. La escritura literaria, al ir más allá 
de sí, es decir al negarse, desemboca necesariamente en lo meramente señalado, que es en 
donde adquiere esa otra dimensión, ese otro carácter de lenguaje. Se hace objeto, que es 
símbolo por pura consecuencia, ya que se “ve”; ese es el lugar hasta donde se transporta. 
 En el símbolo ciertamente descansa esa escritura que no se ve; es la escritura 
transfigurada que va más allá de sí para conseguir su contundencia; las palabras trasladan 
necesariamente la “vista” del lector hasta los objetos, imágenes que conforman 
básicamente la diégesis. 
Las palabras, ya de suyo un lenguaje son entonces solamente el acceso para la 
lectura de un lenguaje más vívido como lo es el símbolo, ese objeto que en sí mismo ya se 
mueve como un lenguaje que vale por sí mismo y además en su entramado con los demás 
símbolos. En esa misma obra, Beuchot asevera: …El ícono es el símbolo, o el símbolo es el 
ícono [o si se prefiere, el ícono es simbólico y el símbolo es icónico]: comparten la 
propiedad de conducir, llevar, transportar a otra cosa importante; llevan al todo, al resto7. 
 
La Simbólica 
 
Jean Chevalier, en la introducción a su “Diccionario de los símbolos” señala lo siguiente: 
 
…poco es decir que vivimos en un mundo de símbolos: un mundo de 
símbolos vive en nosotros […] el símbolo está cargado de realidades 
concretas. La abstracción vacía el símbolo y engendra el símbolo; el arte, 
por el contrario, huye del signo y nutre al símbolo […] el símbolo supone 
una ruptura de plano, una discontinuidad, un pasaje a otro orden: introduce 
un orden nuevo con múltiples dimensiones <…> el símbolo anuncia otro 
plano de conciencia diferente de la evidencia racional; él es la cifra de un 
misterio, el único medio de decir aquello que no puede ser aprendido de 
otra manera; no está jamás explicado de una vez por todas; siempre ha de 
ser de nuevo descifrado…<…> Es en el rebasamiento de lo conocido hacia 
lo desconocido, de lo expresado hacia lo inefable donde se afirma el valor 
del símbolo…<…> es por ello que el símbolo es el instrumento más eficaz 
de la comprensión interpersonal, inter-grupo <…> que conduce a su más 
alta intensidad y a sus más profundas dimensiones…”8 
 
 
7 Ibid. p.191. 
8 Chevalier, jean y Gheerbrant, Alain. “Diccionario de los Símbolos”, versión castellana de Manuel Silvar y 
Arturo Rodríguez.Edit. Herder, S.A. 6ª. edición, Barcelona 1999 
 21 
 Las palabras desaparecen, se transfiguran en objetos, mismos que son ideas, así es que 
los significados se convierten en referentes y no en meros significantes. Es aquí que ya 
estamos hablando de un segundo nivel del texto literario en razón de que la anécdota, es 
decir aquello referido con las palabras, da paso, es rebasada por un nuevo lenguaje, y 
consecuentemente a otra posibilidad hermenéutica, que es la que se refiere a las ideas del 
autor Un símbolo es una idea representada, es decir a su propuesta concreta, al mensaje “de 
fondo”, al estadio de las ideas del texto, por llamarlo de alguna manera, lo que no quiere 
decir que la anécdota y sus componentes pierdan su valor como tales, no olvidemos que la 
misma estructura anecdótica es ya un lenguaje, aunque para mi propuesta, una 
hermenéutica, analógica, sí, pero a partir de una visión del símbolo como lenguaje “fuerte”, 
estimo fundamental establecer, pues, una decodificación a partir de una hermenéutica 
simbólica, aunada a las consideraciones ya mencionadas, o sea aquélla que se refiere a 
hacer una lectura, un análisis, a partir de los símbolos del texto, esos que van más allá de 
las palabras (los significados-significantes) esos elementos que están en la parte profunda 
del texto, como lo señalan tanto Beuchot como Chevalier, en la visión, justo en la parte 
ideológica de esa “vida” literaria, porque en esa profundidad, las figuras, los objetos 
visuales nos indican por sí solos, ideas, es decir aquellos referentes que conforman la 
“realidad” u “objetividad” del texto literario con que está referido. El llamado “significado” 
se convierte en el propio “referente” por la razón de que se trata de observar el objeto 
literario, leer en él, así que una lectura estrictamente visual, analogada, claro está, con otros 
lenguajes, otorga, abre, a partir del entramado de los símbolos, una posibilidad más para 
analogar con los otros lenguajes, y por ende, como lo señala Beuchot en su propuesta de la 
hermenéutica analógica, las posibilidades de “entrar” al texto son mayores, a más de que el 
propio símbolo, en sí, es ya una analogía, ya que el mismo símbolo, esa figura o “cosa” que 
nunca perdemos de “vista” es una analogía entre imagen e idea, porque al leer a partir de 
él nos dice de una idea en sí misma, y más todavía si consideramos que la secuencia con la 
que van apareciendo estos íconos, nos abre de nueva cuenta la oportunidad de entender el 
texto como un dialéctica, como una historia por y en sí misma. 
 Ir más allá de la anécdota (de la escritura o las palabras) implica desde luego otra ruta 
hacia la comprensión, de tener acceso a la capacidad de ingresar a lo aparentemente 
inefable, un lenguaje que agrega posibilidades, lo que enriquece el conocimiento, y desde 
luego la cercanía con ese mismo texto. El símbolo es signo de la cultura y por lo tanto es 
identificación, reconocimiento, y es válido en tanto que se da por consenso, convirtiéndose 
también en retrato del mundo objetivo, el de fuera del libro. 
 
 …Al nombrar, la hermenéutica analógica da lugar al símbolo, a la 
 metáfora, se abre a ellas, las acoge, las incorpora. Por ello, la razón 
 analógica también es razón simbólica, razón metafórica que no declara 
 interpretaciones únicas y absolutas, no detenta verdades definitivas; se 
 acerca a las cosas, las interpreta buscando sostener esas interpretaciones de 
 manera simbólica y metafórica, pues supone que esto es característico de 
 toda interpretación o visión del mundo9. 
 
9 Rivara Kumaji, Greta. “Hermenéutica y racionalidad” en Cuestiones hermenéuticas, de Nietzsche a 
Gadamer, coordinado por Rivero Weber, Paulina. Posgrado de maestría y doctorado en filosofía de la 
facultad de filosofia y letras, Universidad Nacional Autónoma de México. Editorial Ítaca. México 2006. p. 
131. 
 22 
 
 Analogar es encontrar una metáfora y en el caso que me ocupa, esa metáfora se 
encuentra precisamente en el ícono, que es la figura, imagen o “cosa” en que se convierte 
la escritura, ese otro lenguaje cuando ya está dentro de la literatura, pero que asimismo, 
irónicamente, proviene del mundo de “afuera” del libro; también es retrato del mundo real. 
En esta conversión, que es ya otra manera de articular, es decir otro lenguaje, lo escrito se 
hace figura, es decir que se analoga y por eso entiendo que, tanto Beuchot como Rivara, 
desemboquen la hermenéutica “analógica” en el ícono-símbolo, pues en esto parece 
deducirse el comparar lenguajes para la hermenéutica. Y es que “metáfora” en su 
semántica es “lo que se mueve más allá”, eso hacia donde desembocan indefectiblemente 
estas “nuevas palabras”, lenguaje simbólico cuando se convierten en figuras, razón por la 
que me inclino a hacer hincapié en realizar un análisis a partir de una hermenéutica 
simbólica ( que ya es analógica); de hacer una lectura desde la propia imagen (ícono-
símbolo) en que se ha convertido el texto y de cómo esta imagen, o mejor dicho esta serie 
de metáforas realiza su dialéctica en el transcurso textual, presentando en éste una lógica 
que nos remite a la posibilidad de observar aquello desde un mirador que señala las partes 
ideológicas, que eso representan los símbolos en el texto que se confronta, aunque es 
preciso advertir, por otro lado, que los símbolos pueden ser muy complejos o bien lo 
bastante simples o sencillos como para aparecer como “objetos” en la estructura literaria, 
razón por la cual se les puede llamar también “íconos”, simples figuras, pero asimismo 
incluso “metonimias”. Me parece adecuado comentar aquí que no se precisa de tener un 
diccionario de símbolos a un lado mientras leemos un texto literario y estamos tratando de 
analizarlo simbólicamente; es incómodo y además puede suceder que la intuición o la 
creatividad lectora se vea limitada a lo que se enuncia en tal diccionario, además, como he 
mencionado antes, el símbolo es consensual en la cultura del lector. Tal vez los diccionarios 
de símbolos sólo deban ser herramientas en casos extraordinarios, cuando el símbolo no se 
deje interpretar con cierta precisión. Incluso es probable que el autor de ese diccionario 
haya acudido en determinado momento a su propia intuición para hacer la glosa del 
símbolo. 
Entonces estimo conveniente indicar que un trabajo hermenéutico a partir de una 
lectura simbólica se realizaría de la siguiente manera, en el entendido de que cada ícono-
símbolo representa una idea y que, en el texto, existen dos grupos de símbolos, o sea dos 
campos semántico-simbólicos, los cuales van a enfrentarse a lo largo del texto pues en esta 
confrontación el autor está demostrando, mejor dicho, mostrando, la postura ideológica con 
una forma lógica de su comunicado, y hago alusión a la “lógica” ya que a partir de ella es 
que el texto puede conseguir su propia epifanía. Me explico: el autor comunica algo 
mediante su obra, y en esa textura o composición, para consolidar su mensaje, aparte de los 
lenguajes ya mencionados, al ingresar al segundo nivel del texto, a ese que subyace en la 
anécdota, debe hacerlo de tal forma que ésta no permanezca estática, sino que se vaya 
desarrollando conforme los propios hechos, y en ese desarrollo existen dos elementos 
contrarios que se van enfrentando a lo largo de ese mismo conflicto, y aquí es preciso 
recordar que un conflicto consiste en el enfrentamiento de dos elementos opuestos, 
contrarios, que van actuando a lo largo de la anécdota, cada uno de los cuales va mostrando 
su respectiva significación. Diciéndolo de otra manera: si en el principio, al menos en los 
textos tradicionales, es decir en la ambientación, el autor “muestra” un ambiente utilizando 
imágenes con el fin de ambientar, ubicar, su documento, ya ahí, mediante esas mismas 
imágenes, se están evidenciando los símbolos, es decir que ya ahí encontramos ese lenguaje 
 23 
que son

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