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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE PSICOLOGÍA DIVISIÓN DE ESTUDIOS PROFESIONALES RELACIÓN AMOROSA DE MUJERES CON HOMBRES CASADOS: IDENTIDAD, AUTOESTIMA Y DEPENDENCIA EMOCIONAL T E S I N A PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADA EN PSICOLOGÍA PRESENTA LAURA SANTOS JALLATH DIRECTORA: DRA. LUZ MA. DEL ROSARIO ROCHA JIMÉNEZ CIUDAD UNIVERSITARIA, CDMX 2018. UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. ii ÍNDICE INTRODUCCIÓN 1 CAPÍTULO 1 IDENTIDAD DE GÉNERO 4 1.1 Identidad de género 4 1.2 Cultura de género 9 1.3 Género y autoestima 12 CAPÍTULO 2 AUTOESTIMA E INFIDELIDAD 16 2.1 Autoestima 16 2.2 La mujer y su autoestima 22 2.3 Infidelidad 25 2.3.1 Etapas de la infidelidad 28 2.3.2 Consecuencias de la infidelidad 29 2.4 La mujer amante 32 CAPÍTULO 3 DEPENDENCIA EMOCIONAL 34 3.1 Dependencia emocional 34 3.2 Trastorno de la personalidad por dependencia 40 3.2.1 Características clínicas 42 3.3 Características de los dependientes emocionales 46 3.3.1 Área de las relaciones de pareja 46 3.3.2 Área de las relaciones con el entorno interpersonal 49 3.3.3 Área de la autoestima y estado anímico 50 3.4 Características de las personas con las que se relacionan 52 CAPÍTULO 4 METODOLOGÍA 54 4.1 Justificación 55 4.2 Objetivo 55 4.3 Población 4.4 Procedimiento 55 56 iii CAPÍTULO 5 ANÁLISIS E INTERPRETACIÓN DE LAS ENTREVISTAS 57 Caso 1 Martha 5.1 Presentación de Martha 57 5.2 Contexto y antecedentes de Martha 58 5.3 Identificación de los indicadores 61 5.4 Análisis e interpretación de las entrevistas 72 Caso 2 Soledad 5.2.1 Presentación de Soledad 82 5.2.2 Contexto y antecedentes de Soledad 83 5.2.3 Identificación de los indicadores 86 5.2.4 Análisis e interpretación de las entrevistas 96 CAPÍTULO 6 CONCLUSIONES 105 BIBLIOGRAFÍA 110 1 INTRODUCCIÓN El interés por realizar esta investigación, surge a partir de la expectación que se generó en la práctica clínica, al observar el papel de desigualdad que las mujeres siguen asumiendo dentro de una relación de pareja. Más aún, cuando esta relación se establece con un hombre casado. En un principio, el interés por el estudio de los géneros se centró en el análisis de la condición de las mujeres, ante la situación de inequidad y subordinación que guardaban respecto a los hombres. En la actualidad, se han logrado muchos avances al respecto en varias esferas de la vida. Sin embargo, pareciera que por el lado emocional las mujeres no han logrado romper con muchos de los patrones culturales con los que fueron educadas. Partiendo de la idea de que hoy en día las mujeres pueden ser: novias, esposas, madres, amas de casa, profesionistas con altos mandos, mujeres independientes económicamente, etc., en pocas palabras, mujeres exitosas y empoderadas en muchas áreas de su vida. Todavía en la actualidad, muchas mujeres siguen debilitadas y ancladas emocionalmente ante las exigencias y demandas de su pareja, sometidas y dependientes ante el miedo excesivo que les genera la posibilidad de perder al ser amado, que desde su percepción, es quien les brinda amor y seguridad. Agudizándose aún más esta situación, si la mujer aparece como un tercer elemento dentro de una relación ya establecida, es decir, que la pareja en cuestión sea un hombre casado con todas las repercusiones que esto implica. Esta situación desigual para las mujeres dentro de una relación con un hombre casado, es compleja y difícil para el estado emocional de ellas. Lo primero que se encuentra afectada es la identidad, y por consecuencia la autoestima y la dependencia hacia la figura masculina. De esta manera, se plantean las siguientes preguntas ¿Cómo surge esta actitud femenina de subordinación, dependencia y autoestima disminuida?, ¿Cómo es que una mujer llega a aceptar una relación de este tipo? ¿De qué manera influye la familia en la formación de esta dependencia? ¿Por qué a las mujeres les es tan difícil terminar una relación que les provoca tanto sufrimiento? Con estas interrogantes, era importante indagar en la familia de origen para tener una visión más integral. 2 Debemos entender primero lo que significan los temas mencionados. La identidad se entiende como la definición que los seres humanos hacen de sí mismos, la cual está integrada por los atributos asignados desde el género. El ser hombre y ser mujer hace evidente un conjunto de obligaciones, prohibiciones, comportamientos y características que están ancladas a las dimensiones psicológicas de la masculinidad y la feminidad (Silva, 2004). Consecuentemente, a la mujer se le ha relegado por siglos a la esfera privada, limitando su desarrollo al ámbito doméstico, mientras que el hombre se ha desenvuelto ampliamente en la esfera pública. Esto lejos de promover el desarrollo de la mujer, le ha generado graves retrasos, lo que nos lleva a ver, cómo funciona el desigual intercambio de las necesidades de hombres y mujeres, manifestándose en todos los niveles: en el psicológico, el económico, el sexual, el político y el social (Silva, 2004). De acuerdo con Lagarde (1997) la condición genérica de la mujer es una de las creaciones de las sociedades y culturas patriarcales. “La condición de la mujer es una creación histórica cuyo contenido es el conjunto de circunstancias, cualidades y características esenciales que definen a la mujer como ser social y cultural genérico: ser de y para otros”. Históricamente ha existido una supremacía del hombre sobre la mujer que se ha traducido en ejercer el control y el poder por medio de ideas construidas con base en las diferencias biológicas sexuales. La autoestima de las mujeres se ha ido integrando con la valoración y aprobación que se les adjudica cuando cumplen con los estereotipos patriarcales de ser mujeres, y además de aceptar estar en segundo plano, asumiendo esta subordinación y que el control de sus vidas sea ejercido por los otros (Lagarde, 2001). Con base en esto y de acuerdo con Branden (1995) “la autoestima es mucho más que ese sentido innato de nuestra valía personal”; en otras palabras, “se trata de algo más que de una opinión o un sentimiento. Es una fuerza motivadora que inspira un tipo de comportamiento” De estamanera, la autoestima se ve afectada por la opresión de género, la cual presenta diversas manifestaciones como la discriminación, la subordinación, la 3 descalificación, el rechazo, la violencia y el daño, que cada mujer experimenta en diferentes grados a lo largo de su vida (Lagarde, 2001). Asimismo, es importante resaltar el papel que la dependencia emocional, “necesidad extrema de carácter afectivo que una persona siente hacia su pareja a lo largo de sus diferentes relaciones” (Castelló, 2005), juega en el desarrollo y crecimiento de la mujer, tanto personal como socialmente, y las repercusiones que esto puede generar para no poder establecer una relación, satisfactoria, benéfica y equitativa para ambas partes. Más aún, cuando la relación de pareja se establece con un hombre casado, ya de inicio, esto coloca a la mujer en un segundo plano, sometiéndose a las limitaciones que esto implica. Mientras que la religión ha considerado al matrimonio como una unión monogámica indisoluble, con una serie de obligaciones y derechos como la fidelidad. La diferenciación entre el comportamiento sexual de hombres y mujeres dio paso al ejercicio de una doble moral, es decir que a los hombres se les permitían ciertos comportamientos sexo afectivos que en las mujeres han sido señalados y castigados (Zumaya, 2009). Generalmente el uso que se le da al término “infidelidad” es para referirse a una “relación amorosa fuera del matrimonio”, relación que compite o amenaza con la permanencia y estabilidad del mismo. La clave para hablar de infidelidad está en el vínculo que se construye tras bambalinas con esa “otra” persona (Oceguera, 2015). Si bien el término amante denota amor y afecto por una persona determinada, suele utilizarse de manera peyorativa para referirse a alguien que, comprometido, carece de valores morales y no respeta las normas familiares y culturales de la sociedad (Ayón, 2016). Por todo lo anterior, el objetivo de investigación fue identificar los indicadores de identidad, autoestima y dependencia emocional en mujeres que sostienen una relación amorosa con hombres casados, desde una perspectiva de género y desde las teorías que subyacen a estos conceptos. 4 CAPÍTULO 1 IDENTIDAD DE GÉNERO 1.1 Identidad de Género En un principio, el interés por el estudio de los géneros se centró en el análisis de la condición de las mujeres, ante la situación de inequidad y subordinación que guardaban respecto de los hombres. El objetivo principal desde la perspectiva de género ha sido alcanzar igualdad de oportunidades, ya que el respeto implica la valoración social tanto de lo masculino como de lo femenino. Asimismo, implica visualizar la condición de la mujer respecto al hombre, a fin de identificar lo que le impide desarrollar todas sus potencialidades y su valor dentro de la sociedad (Silva, 2004). Dentro del campo de la psicología, Erickson (1968) fue uno de los pioneros en hablar de identidad, refiriéndose a ésta como una afirmación que manifiesta la unidad de identidad personal y cultural. De acuerdo con el autor, el desarrollo de ésta es una tarea larga que inicia en la infancia, adquiere una gran importancia en la adolescencia y continúa a lo largo de la vida. Proponía que la identidad se daba como resultado de tres procesos: biológico, psicológico y social. Asimismo, William James (1890) fue uno de los primeros teóricos en considerar estas dimensiones, al indicar que una identidad estable se deriva de la sensación de continuidad que la persona experimenta, proponía que una falta de esta continuidad podía desequilibrar a la persona y alterar su sentido de sí misma En torno a la identidad de género como tal, Rossan (1987) habla de una identidad global, pero en su concepto bosqueja la primera noción del género como parte de ésta. Bajo su propuesta, la identidad es definida como “el complejo conjunto, más o menos integrado, de actitudes que la persona tiene sobre sí mismo” (Rocha y Díaz-Loving, 2011). 5 Partiendo de este punto, la identidad de género, es el aprendizaje de cómo ser hombre o ser mujer y definirse como tal. Lo que implica un proceso de construcción de significados e interpretaciones que se dan dentro de cada grupo cultural en relación con la posesión de ciertos atributos biológicos. Por lo tanto, desarrollar una identidad implica entonces internalizar el conjunto de normas y reglas que culturalmente se establecen sobre el papel que tiene cada género. De acuerdo con Díaz-Guerrero (1982), la cultura se convierte en el marco de referencia de los individuos. Es a través de una serie de premisas histórico- socioculturales, entendidas como las tradiciones respecto a los valores, creencias, pensamientos y acciones, como se configura, condiciona y justifica la actuación de los géneros (Rocha y Díaz-Loving, 2011). Por lo tanto, la identidad se define a partir de los elementos que singularizan a las personas y las hacen específicas, distintas, o bien las hacen semejantes a otras y otros. La identidad se entiende como “la definición que los seres humanos hacen de sí mismos (sean conscientes o no de ello) en un grupo determinado, y que estará integrada por los atributos asignados desde el género, la raza, la clase social, el lugar de nacimiento, la religión, la edad, los intereses y las actividades, etc.”(Grajales, 2004). Así de esta manera, la identidad se vincula con aquellos aspectos o características que permiten diferenciarnos de otras personas y ubicarnos a la vez como parte de un grupo, de modo que podamos identificarnos con determinado grupo y diferenciarnos de otro (Rocha y Díaz-Loving, 2011). Con frecuencia, se hace una analogía entre los términos sexo y género, parecería que se habla de lo mismo, sin embargo, son dos categorías muy distintas. El sexo parte de las características anatómico-fisiológicas (con base en las diferencias de los órganos genitales y reproductivos) (Infante, 2004). Por el contrario, el término género se refiere fundamentalmente a categorías sociales. Así como señala Unger (1979), el término “género” recoge las características y rasgos considerados socioculturalmente apropiados para hombres y mujeres. Para Hegelson (2002), estas categorías se diferencian por una serie de características psicológicas y roles que la sociedad ha asignado a la categoría biológica del sexo (Matud, 2002). La dimensión de género pretende conocer cuáles son las relaciones que se establecen entre hombres y mujeres en sí mismos y entre ambos. De esta manera, los rasgos anatómicos van a determinar si se pertenece al sexo masculino o al femenino, 6 mientras que el género constituye la interpretación, la construcción social acerca de qué significa ser mujer y ser hombre, y cómo deben relacionarse entre sí (Infante, 2004). Entonces bajo estas condiciones, género se refiere a un modelo de organización social en función del cual la diferencia biológica hombre-mujer se traduce en desigualdad social. Inicialmente se identificaron tres instancias básicas de esta categoría (Bleichmar, 1986; Lamas, 1986, citados en Infante, 2004). Atribución, asignación o rotulación de género. Rol o papel de género. Identidad de género. Por género se considera a una serie de atributos y funciones que van más allá de lo biológico/reproductivo, constructos sociales y culturales adjudicados a los sexos para justificar diferencias y relaciones entre los mismos. El género se interioriza a través de todo un trabajo de socialización entendida como un complejo y detallado proceso cultural de incorporación de formas de representarse, valorar y actuar en el mundo. Las diferencias que se dan entre ambos géneros se reflejan en los espacios, las tareas, los sentimientos y las características que, cuando son calificadas como positivas, están principalmente ubicadas dentro de lo considerado como propio de los hombres, y cuando negativas,dentro de lo propio de las mujeres. Algunas de estas diferencias, supuestamente naturales, se refuerzan con los roles. El rol de género alude al conjunto de expectativas acerca de los comportamientos sociales considerados apropiados para las personas que poseen un sexo determinado. Éste se forma con el conjunto de normas, prescripciones y representaciones culturales que dicta la sociedad sobre el comportamiento masculino y el femenino. Aunque hay variaciones de acuerdo con la cultura, la clase social, el grupo étnico y hasta el nivel de las personas en general, se hallan claramente diferenciadas las conductas y actitudes que se esperan de los varones y cuales se 7 esperan de las mujeres, además, se tienden a establecer estereotipos y pautas morales diferentes para cada uno de los géneros. Es por ello, que la identidad de género se relaciona con el esquema ideo- afectivo de pertenencia a un sexo, que se establece entre los dos y los tres años de edad. Consiste en la autopercepción o la conciencia de ser varón o de ser mujer, núcleo esencialmente inalterable de la persona, es decir, cómo debe comportarse para corresponder con la idea de masculinidad o de feminidad que se maneja a nivel cultural. Desde la identidad de género el/la niño/a estructura su experiencia vital: sus sentimientos, formas de pensar y relacionarse (Infante, 2004). La familia es el núcleo de la sociedad donde el individuo aprende a vivir y a adaptarse al medio ambiente y a la cultura que le rodea, asimilando gradualmente sus usos costumbres, tecnologías y normas de convivencia social y además los roles de género, presentes en todo momento en nuestra vida. Bustos, (2001) enfatiza el rol que desempeña la familia en el trato diferenciado para niños y niñas a partir de su nacimiento (Rocha, 20017). En la definición de lo que significa ser hombre y ser mujer se hace evidente un conjunto de obligaciones, prohibiciones, comportamientos y características que están ancladas a las dimensiones psicológicas de masculinidad y feminidad y que no necesariamente parecen situarse en el contexto de las diferencias biológicas, tal como lo han sugerido diversos autores (Cazés, 2000; Díaz-Loving, Rocha y Rivera, 2007; Fernández, 1996; Hegelson, 2002; Lamas, 2003 citado en Rocha y Díaz- Loving, 2011 citado en Silva, 2004). Desde la primera infancia, los y las niñas reciben información sobre el rol que van a ejercer dentro de la sociedad, a través del lenguaje, la comunicación no verbal, los juegos, los juguetes, las tareas asignadas, entre otros aspectos. Se espera que el niño sea fuerte, rudo, de facciones toscas, y la niña, se espera que sea suave, tranquila y de facciones finas. De esta manera, los estereotipos del rol masculino se encuentran asociados también a características positivas si son desempeñadas por un varón, como el valor, la agresividad, la fuerza y son también consideradas erróneamente como una expresión de lo biológico. Es decir, lo masculino y lo femenino tienen adscrito diferente valor, mayor o menor, dependiendo de si es hombre o mujer. Aunque se sigue categorizando a los hombres con el estereotipo de dominantes, independientes, agresivos, activos, arriesgados, valientes, fuertes, poco 8 emocionales, progresistas, emprendedores y severos, a las mujeres se les asocia con características de dependencia, sumisión, temor, debilidad, emocionalidad, sensibilidad, superstición afectividad, sentimentalismo y ternura Monreal, (2006), ha habido una evolución en las creencias sobre los estereotipos de género. Tanto la situación social de la mujer como las relaciones de género han cambiado, en poca medida, pero ha habido un pequeño avance. Vemos que los hombres han empezado a desarrollar algunas tareas domésticas, sin que necesariamente cambie su actitud dominante, y las mujeres cada vez participan más del trabajo remunerado y demuestran habilidades antes no reconocidas por los grupos dominantes y por ellas mismas (Rocha , 2017). Joan Scott (1990) plantea que se requiere analizar no sólo la relación entre la experiencia masculina y femenina, sino que es necesario comprender cómo actúa el género en la configuración de los distintos ámbitos de las relaciones humanas. Identificando así, cuatro elementos que en conjunto configuran el sistema sexo/género: Las organizaciones e instituciones sociales: la familia, la escuela, las instituciones educativas, jurídicas y de salud, etc. Los sistemas normativos: doctrinas religiosas, morales, jurídicas y científicas. La división sexual del trabajo: los espacios público y privado. Los sistemas de representación simbólica: lenguajes verbales, corporales, representaciones culturales y prácticas simbólicas. A partir de este modelo de organización social se construyen las identidades individuales y colectivas, así como los espacios, las funciones, las responsabilidades y la forma de relación con los otros, las otras y consigo misma/o (Infante, 2004). El objetivo principal desde la perspectiva de género ha sido la búsqueda de la equidad entre géneros; es decir, alcanzar igualdad de oportunidades, respetando las diferencias biológicas entre ambos sexos, ya que el respeto implica la valoración social tanto de lo masculino como de lo femenino. Asimismo, implica visualizar la 9 condición de la mujer respecto del hombre, a fin de identificar lo que le impide desarrollar todas sus potencialidades y su valor dentro de la sociedad (Silva, 2004). Debido a lo anterior, aun cuando hoy en día hombres y mujeres son partícipes de serias transformaciones, individuales, sociales y culturales que entre otras cosas cuestionan la exclusividad con la que han sido impuestos comportamientos y tareas diferenciales y excluyentes entre los géneros, hoy por hoy sigue existiendo una resistencia social e individual al rompimiento de esta polarización, lo que constituye una de las barreras psicológicas, sociales y culturales más fuertes en el proceso de una transformación verídica de identidades (Rocha y Díaz-Loving, 2011). 1.2 Cultura de Género De acuerdo con algunos autores (Cazés, 2000; Rocha y Díaz-Loving, 2005 citado en Roche y Díaz-Loving, 2011) la cultura de género se refiere al conjunto de normas, reglas, expectativas y mitos que son transmitidos de múltiples formas y a través de diferentes agentes con el propósito de incorporar a los nuevos individuos a la sociedad asegurando su funcionamiento “óptimo”. Autores como Díaz-Guerrero (1972) ha referido la importancia que tienen los mitos, los refranes y el bagaje cotidiano en la conformación de las normas y reglas que rigen el comportamiento humano. En gran medida, la cultura puede ser evaluada, bajo las premisas o afirmaciones que un grupo en particular crea para explicar, justificar y normar el comportamiento del mismo. Siendo esto, el resultado de una relación bidireccional entre la cultura y el comportamiento; de manera que la cultura no sólo influye en el comportamiento, sino que a través de la historia, al modificarse la cultura, también se modifica el comportamiento; por tanto las llamó -premisas históricas socioculturales- (Rocha y Díaz-Loving, 2011). Hay que entender que en sus inicios las sociedades simbolizaron todo a partir de la diferencia sexual; con base en ella dividieron el mundo que les rodeaba y las actividades que habían de realizar. Con esto encontramos la respuesta al hecho de que la mujer se haya relegado por siglos a la esfera privada, limitando su desarrollo al ámbito doméstico, mientras que el hombre se ha desenvuelto ampliamente en la esfera pública (Silva, 2004). 10 En México, a mediados de la década de los setentas se le dio mayor auge a estos procesos que ahora se traducen en roles desempeñados históricamente por los géneros. Por tanto, una cultura delimita cuáles son los contenidos de lo que significa ser hombre o ser mujer y cuáles son los deberes y obligaciones,así como las posibilidades y limitaciones de cada uno. De hecho, las sociedades establecen no sólo las pautas de comportamiento, sino también los mecanismos a partir de los cuales se fomenta y mantiene esta diferenciación (Rocha y Díaz Loving, 2011). Sabemos que la brecha existente entre los géneros ha sido ampliada o reducida por el actuar cultural de la sociedad, limitando y relegando a las mujeres al ámbito de lo privado en la mayoría de las sociedades. Esto, lejos de promover su desarrollo, ha generado graves retrasos. Esto nos lleva a ver cómo funciona el desigual intercambio de las necesidades de hombres y mujeres, lo que se manifiesta en todos los niveles: el social, el político, el económico, el psicológico y el sexual (Silva, 2004). Históricamente ha existido una supremacía del hombre sobre la mujer que se ha traducido en ejercer el control y el poder por medio de ideas construidas con base en las diferencias biológicas sexuales (Silva, 2004). Para Foucault (en Grajales, 2004) “el poder es un acto en el cual intervienen sujetos o instancias en conflicto susceptibles de movimiento y libertad, en donde alguno induce al otro a realizar una acción”. En este sentido Lagarde (2014), plantea que “el ciclo cultural de vida de las mujeres se estructura en torno a dos ejes fundamentales: su cuerpo vivido (sexualidad) y la relaciones con otros (el poder)”. La condición genérica de la mujer ha sido construida históricamente, y es una de las creaciones de las sociedades y culturas patriarcales. De tal manera que, desde el nacimiento hasta la muerte la mujer es en la sociedad patriarcal un ser incompleto y en permanente transformación. Por lo tanto, podemos encontrar que estas características construidas han sido la causa de desigualdades, marginación y subordinación para la mayoría de las mujeres, porque se considera el hecho de que la mujer tenga la capacidad biológica del embarazo y la lactancia, la limita de por vida al trabajo en la esfera privada, para ser madre, esposa, ama de casa, independientemente de las actividades remuneradas o no que realice fuera de casa (Silva, 2004). Asimismo, Lagarde (2014) señala que “la condición de la mujer es una creación histórica cuyo contenido es el conjunto de circunstancias, cualidades y características 11 esenciales que definen a la mujer como ser social y cultural genérico: ser de y para los otros”. Si en nuestra sociedad se exhorta a las mujeres a desarrollar características de cuidado, nutrición, pasividad, debilidad y dependencia y todo alrededor está al servicio del condicionamiento y reforzamiento de otros, no se puede esperar que las mujeres sean diferentes. Por esta razón la dependencia constituye a las mujeres y las hace vivir y sentirse subjetivamente así. Ciertamente, los esquemas estereotipados a los que tradicionalmente se ha considerado a las mujeres es que deben ser sumisas y dependientes, centradas en las emociones y en las relaciones, en tanto que los hombres deben ser más autónomos, asertivos, independientes, orientados hacia el logro y la producción (Díaz- Loving, Díaz-Guerrero, Helmreich y Spence, (1981) citado en Rocha y Díaz-Loving, 2011). La situación de la mujer expresa su existencia a partir de sus condiciones reales de vida: la formación social en la que nacen, las relaciones de producción, de reproducción, el grupo de clase, el tipo de trabajo o de actividad vital, los niveles de vida y el acceso a los bienes materiales y simbólicos, la lengua, la religión, los conocimientos, el grupo de edad, las relaciones con los hombres y con el poder, las costumbres y las tradiciones propias. Se puede decir que comparten como género la misma condición histórica, pero difieren en cuanto a sus situaciones de vida y en los grados y niveles de opresión (Lagarde, 2014). Para el caso de México, se considera que impera un modelo hegemónico de masculinidad visto como un esquema culturalmente construido, donde se presenta al varón como esencialmente dominante que sirve para discriminar y subordinar a la mujer y a otros hombres. En esta apreciación social desigual, las actividades desempeñadas por las mujeres son menos valoradas que las desarrolladas por los hombres. El ejemplo más claro de esto es el modelo familiar: tradicionalmente el hombre es el jefe, la autoridad, pero es responsabilidad de la mujer administrarla, contenerla y cuidarla. En la actualidad, se presentan cambios en los cuales se puede aplicar la frase “El que manda es el que aporta”. Si el hombre es el que lo hace en mayor proporción, impone sus condiciones. De igual manera, si la mujer gana más, el hombre tiene que sujetarse a lo que la mujer diga, y es entonces cuando el hombre 12 se siente amenazado y en consecuencia, inseguro. En la mayoría de los hogares los hombres son los que aportan. Desde luego, esto es relativo, porque algunos hogares son sostenidos por mujeres y, sin embargo, el poder es ejercido, por los hombres, desde las decisiones más simples hasta las más trascendentales. A través de esta concepción queda expresada la forma como se distribuyen las responsabilidades, las tareas, la autoridad y el poder. Actualmente algunos hombres empiezan a desempeñar el papel de colaboradores en el entorno familiar. Esto, de hecho, va a significar un gran cambio, pues se está reconociendo que el hombre es corresponsable dentro de una familia. Es necesario asegurar la responsabilidad y participación del hombre, ya que este desempeña un papel clave en el logro de la igualdad entre los géneros, puesto que, en la mayoría de las sociedades, ejerce un poder preponderante en casi todas las esferas de la vida. El cambio de percepciones, las actitudes y la conducta de los hombres y de las mujeres constituye la condición necesaria para el logro de una colaboración armoniosa entre ambos (Infante, 2004). Al observar la situación actual son los cambios sociológicos que estamos viviendo, encontramos que las relaciones de género comienzan a dar un giro; es decir, la identidad femenina/masculina está reconociendo la transformación que ocurre en términos de relación social e incorpora ambos géneros. Lo realmente rescatable de esto es que ya se han comenzado a sacudir las estructuras tradicionales (Silva, 2004). 1.3 Género y Autoestima El feminismo de los años 60’ y principios de los 70’ recogió en muchos países el deseo de las mujeres que padecían un malestar sin nombre. En aquel entonces, se hacía referencia a mujeres norte-americanas, de clase media, educadas, que cumplían con todos los anhelos matrimoniales, familiares, incluso de buen nivel de vida, y no obstante, vivían depresión y malestares sin fin. Se sentían atrapadas y paralizadas. Vivían cómo viven millones de mujeres en el mundo, apoyando el desarrollo y la realización de sus seres queridos, eso las deprimía. Ellas fueron, en parte, quienes se rebelaron y participaron en movimientos sociales (sexuales, feministas y pacifistas). A través de diversas épocas, muchas mujeres han participado 13 en movimientos sociales y políticos que han buscado transformar el mundo en beneficio de las mayorías. De acuerdo con el enfoque feminista, se establece como primordial el desarrollo de cada mujer concebido como la construcción de los derechos humanos de las mujeres en la vida propia. Partiendo de que el vivir bajo condiciones patriarcales daña a las mujeres. No se considera suficiente intervenir con acciones educativas, laborales y políticas. Se plantea como principal objetivo la compleja transformación de la sociedad y la cultura para construir una convivencia de mujeres y hombres sin supremacía y sin opresión. Se trata de una revolución radical, porque su perspectiva es la de trastocar el orden del mundo patriarcal, derribar sus estructuras, desmantelar sus relaciones jerárquicas y construir un nicho social que acoja a todos los sujetos en condiciones equitativas. Por eso, que desde hacedécadas, uno de los ejes del trabajo feminista consiste en realizar acciones a favor de la autoestima de las mujeres, en primer término promover una nueva conciencia del mundo desde la autoconciencia feminista de la propia individualidad. Y un segundo eje, la práctica ética que define al feminismo actual: la acción política para eliminar las causas de la opresión de las mujeres, articulada con la acción reparadora de los daños de cada mujer (Lagarde, 2001). En este sentido, Lagarde (2001) pone de manifiesto que todavía es común encontrar que la primera discriminación de género se recibe dentro de las familias, por el sexo, al nacer. La frustración y la molestia por el nacimiento de niñas aún son frecuentes. Partiendo de esto, el primer mundo que se conoce ya está marcado por el estigma de género; por ende la construcción de la autoidentidad y el desarrollo de la subjetividad también lo están. Una segunda discriminación personal ocurre frente a los pares de hermanos o frente a hombres con autoridad como el padre. En efecto las mujeres deben atender o cuidar a sus hermanos. Y desde luego atender, servir, temer y obedecer a su padre. De alguna manera, la autoestima de las mujeres también se va integrando con la valoración, la exaltación y la aprobación que se les adjudica cuando cumplen con los estereotipos patriarcales de ser mujeres vigentes en su entorno, y además al aceptar quedar en segundo plano, asumiendo esta subordinación y permitiendo que el control de sus vidas sea ejercido por los otros. 14 Es importante resaltar que la opresión de género afecta la formación y el desarrollo de la autoestima marcando negativamente a cada mujer, teniendo diversas manifestaciones como la discriminación, la subordinación, la descalificación, el rechazo, la violencia y el daño, que cada mujer experimenta en diferentes grados a lo largo de su vida. Es evidente el cúmulo de desventajas que derivan de la real supremacía de los hombres y de la posición subordinada de las mujeres en la sociedad. El enorme poder que ejercen los hombres y las instituciones sobre las mujeres, daña irremediablemente su autoestima. Con todo esto, las mujeres no solo se sienten socialmente inferiores, sino que asumen que son inferiores y que eso es inmodificable. Asocian la inferioridad con la deficiencia subjetiva de sus capacidades, de inteligencia y de posibilidades. Aunado a esto, el mundo social las coloca en sitios de subordinación y sometimiento, reforzando estas ideas. En este sentido, la afectividad asignada a las mujeres se relaciona con la incompletud y la dependencia afectiva, la culpa, el miedo, la confusión del amor, con la entrega; el sacrificio y el cuidado corresponden con el ser para otros., con la supresión del amor propio, el autocuidado y la autonomía de las mujeres. La autoestima derivada de esta manera de ser mujer aumenta o disminuye si no se obtiene la mirada o reconocimiento de los otros. No importa a que costo se obtenga esa la mirada. Ya que al no ser dueñas de su de afectividad, la autoestima se ve truncada. En su lugar se genera una hipersensibilidad intelectual y afectiva a la estima de los otros, una profunda dependencia vital (Lagarde, 2001). Con base en esto, Lagarde (2001) pone de manifiesto que el interés por la autoestima, parte de la conciencia de que cada mujer tiene recursos propios, ha desarrollado habilidades y capacidades, que son parte de ella misma que la van constituyendo. La conciencia de la autoestima conduce a que cada mujer visualice y aprecie sus cualidades y habilidades vitales, las fortalezca y las comparta con otras mujeres. En esta visión se destacan dos puntos importantes: uno consiste en reconocer las capacidades de las mujeres y el otro consiste en conceder un rango de autoridad a las mujeres por sus conocimientos y sus habilidades subjetivas para vivir. El valorar y reconocer a cada mujer sus aportes, contribuye a crear la autoridad de las mujeres: dimensión legítima de identidad, cimiento de autoestima personal y colectiva. 15 Partiendo de la perspectiva feminista lo fundamental de fortalecer la autoestima consiste en lograr el empoderamiento personal y colectivo de las mujeres. El objetivo es ir siendo, aquí y ahora, la mujer que se quiere ser. El empoderamiento es un proceso que la misma persona conquista, no es que alguien empodere a otra persona, lo que si puede hacer es apoyarla o promover ciertas acciones para que las ejecute y logre el poder para sí misma. De otra manera, si alguien nos otorga el poder, de la misma manera nos lo puede quitar, las mismas personas actúan su empoderamiento. En términos generales, empoderarse significa: “que las personas adquieran el control de sus vidas, logren la habilidad de hacer cosas y definan sus propios proyectos” (León, 1998 citado en Rocha, 2017) La autoestima se fortalece cuando cada mujer se sobrepone, avanza consigue objetivos, logra sus metas y recibe a cambio un lugar en el mundo o reconocimiento o bienes simbólicos o materiales, poderes cuando desarrolla y potencia su existencia. El empoderamiento se concreta, al lograr que cada mujer consolide los poderes personales que tiene y que cada día los aumente. Por lo tanto, el empoderamiento promueve en la mujer, que ella es la principal satisfactora de sus necesidades y defensora de sus intereses, la principal promotora de su sentido de vida, de su desarrollo y enriquecimiento vital, de sus libertades y de su placer (Lagarde, 2001). 16 CAPÍTULO 2 AUTOESTIMA E INFIDELIDAD 2.1 Autoestima A la autoestima se le considera como una necesidad psicológica básica del ser humano, debido a que: proporciona una contribución esencial al proceso vital, es indispensable para un desarrollo normal y saludable. El valor de la autoestima radica no solamente en el hecho de que nos permite sentir mejor sino en que nos permite vivir mejor, responder a los desafíos y a las oportunidades con mayor ingenio y de forma más apropiada. Dentro del ámbito psicológico ha habido autores de gran prestigio que se ocuparon del tema de la autoestima, prácticamente desde el nacimiento de la psicología científica en el siglo XIX. Entre ellos pueden mencionarse a William James quien definió la autoestima como el resultado de lo que la persona hace para obtener el éxito en aquellas metas que pretenden alcanzar (Fensterheim, 1990). Alfred Adler, por su parte, enfatizó el papel de la autoestima como elemento relevante de la dinámica personal que caracteriza la vida humana. El hombre, según Adler, “se mueve hacia una meta que él siente que le dará un lugar en el mundo. Él actúa como si el logro de esta meta ideal le ofreciera seguridad, le diera un lugar y le preservara su autoestima” (Corsini, 1973 citado en Mézerville, 2004). Por otro lado, el propio Sigmund Freud, fundador de la escuela psicodinámica, aunque explícitamente ignoró el abordaje de la autoestima, de manera implícita sí la trató al teorizar sobre los mecanismos de defensa. Esto lo establece claramente el Dr. Nathaniel Branden, cuando afirma que “donde Freud pensaba en términos de mecanismos de defensa del yo, de estrategias para evitar la amenaza al equilibrio del yo que suponía la ansiedad, yo pienso en términos de mecanismos de defensa de la autoestima, estrategias para defendernos contra cualquier tipo de amenaza, de cualquier origen, interna o externa, a la autoestima… En otras palabras, todas las 17 famosas defensas que identificó Freud pueden entenderse como esfuerzos por proteger la autoestima” (Branden, 1995 citado en Mézerville, 2004). Sin embargo, ha sido Abraham Maslow, uno de los representantes de la psicología humanista, quien más ha difundido el papel que la autoestima desempeña en la vida humana, al incluirla dentro de su conocida jerarquía de necesidades. Para Maslow existen dos tipos de necesidades de estima, a saber la estima propia y aquella que proviene de los demás.Ambas las ubica jerárquicamente por encima de las necesidades fisiológicas, las de seguridad personal y las necesidades de pertenencia y afecto. Frank Goble, fue autorizado por el propio Maslow para exponer su teoría, la describe en los siguientes términos “la autoestima incluye necesidades como el deseo de confianza, competencia, maestría, adecuación personal, logro, independencia, y libertad. El respeto por parte de otros incluye conceptos como el prestigio, reconocimiento, aceptación, atención, estatus, reputación y aprecio” (Goble, 1973). Maslow afirma que “la autoestima más estable y, por tanto, la más sana, se basa en el respeto merecido por parte de otros, más que en la fama y la celebridad externa, o en la adulación injustificada”(Maslow, 1954 citado en Mézerville, 2004). Diversos autores coinciden también con esta apreciación de que existe una doble fuente promotora de la autoestima. Entre ellos, White (1972) considera que “el teorizar sobre la autoestima se ha visto a menudo obstaculizado por el fracaso a la hora de apreciar que ésta se alimenta de dos manantiales diferentes. Existe una fuente externa, la estima en que se nos tiene por otra gente, y una fuente interna, el propio sentido de competencia al enfrentarnos con nuestro entorno” (White, 1972 citado en Mézerville, 2004). Aunque Branden (1995) le concede una importancia mucho mayor a la fuente interna sobre la externa, no deja de reconocer y desarrollar la interacción entre ambas. Él insiste en que “la autoestima está configurada por factores tanto internos como externos. Entendiendo por factores internos, los factores que radican o son creados por el individuo -ideas, creencias, prácticas o conductas-. Entendiendo por factores externos los factores del entorno: los mensajes transmitidos verbal o no verbal, o las experiencias suscitadas por los padres, los educadores, las personas significativas, las organizaciones y la cultura” (Branden, 1995 citado en Mézerville, 2004). 18 En su sentido más restringido, la autoestima se refiere, como lo señala White, a “el valor del yo, o sea el valor de uno como persona ante los ojos de otros, pero especialmente ante los ojos de uno mismo” (White, 1972 citado en Mézerville, 2004). Por su parte, Branden (1995) considera “por autoestima mucho más que ese sentido innato de nuestra valía personal”; en otras palabras, “se trata de algo más que de una opinión o un sentimiento. Es una fuerza motivadora que inspira un tipo de comportamiento”. También señala que el concepto de uno mismo se basa tanto en lo que pensamos de nosotros, como en quiénes somos; en nuestros rasgos físicos y psicológicos, en nuestros valores y responsabilidades; en nuestras posibilidades y limitaciones, en nuestras fortalezas y debilidades. Esto nos da la idea de quiénes somos y quiénes creemos que somos. De tal manera, que no se puede entender el comportamiento de una persona sin entender el concepto que tiene de sí misma. Además plantea, que durante la infancia, del alguna forma se nos enseñó a fingir lo contrario a lo que pensábamos y sentíamos, porque le resultaba molesto a los adultos. Se nos premiaba con amor y aprobación por sacrificar partes de nosotros mismos. De esta manera, negábamos tener miedo, evitábamos dar nuestra opinión, sepultábamos nuestra ira, rechazábamos nuestra sexualidad y renunciábamos a nuestras aspiraciones con el fin de “ser buenos”. Después de adquirir este hábito de autorechazo, continuamos llevándolo a cabo a lo largo de la vida en busca de aceptación (Branden, 1999). Con base en esto, la autoestima crea un conjunto de expectativas acerca de lo que es posible y apropiado para uno. Estas expectativas tienden a ir generando acciones que se convierten en realidades, las cuales confirman y refuerzan las creencias que se formaron originalmente. La autoestima -alta o baja- tiende a generar que las profecías se cumplan por sí mismas. De esta manera se van formando teorías acerca de sí mismo y del mundo (Branden, 1995). Es muy importante resaltar, que el nivel de autoestima, no es inamovible, no se consigue de una vez y para siempre en la infancia. Puede crecer durante el proceso de maduración o se puede deteriorar. La autoestima puede aumentar o decrecer a lo largo de la vida (Branden, 1995). 19 Partiendo de esto, Branden (1999) pone de manifiesto que “La autoestima es estar dispuestos a ser conscientes de que somos capaces de ser competentes para enfrentarnos a los desafíos básicos de la vida y que somos merecedores de felicidad“. En esta definición es necesario destacar dos componentes básicos: a) La Autoeficacia, es decir, confianza en la propia capacidad de pensar, aprender, elegir y tomar las decisiones adecuadas. b) El Autorrespeto, es decir, confianza en el derecho de ser felices. Confianza en que los logros, el éxito, la amistad, el respeto, el amor y la satisfacción personal son adecuados para nosotros. Por su parte, Lagarde (2001) la define de la siguiente manera “La autoestima es el conjunto de experiencias subjetivas y prácticas de vida que cada persona experimenta y realiza sobre sí misma”, la cual está conformada por los pensamientos, conocimientos, dudas y creencias acerca de uno mismo. Lo que en realidad constituye la autoestima son percepciones, pensamientos y creencias ligados a deseos, emociones y afectos. Los modos y estilos de vida son la materialización concreta de nuestra autoestima, la manera en que vivimos y convivimos, como experimentamos nuestra existencia, y la forma en como reaccionamos y nos relacionamos con los otros. Con base en esto, una autoestima saludable se correlaciona con la racionalidad, el realismo y la intuición; con la creatividad, la independencia, la flexibilidad y la capacidad para aceptar los cambios; con los deseos de admitir y de corregir errores. Por el contrario, una autoestima baja se correlaciona con la irracionalidad y la ceguera ante la realidad; con la rigidez, el miedo a lo nuevo y a lo desconocido; con la conformidad inadecuada o con una rebeldía poco apropiada; con estar a la defensiva, con la sumisión o el comportamiento reprimido de forma excesiva y el miedo a los demás. De esta forma, se hacen obvias las implicaciones para la supervivencia, la adaptación y la realización personal. Es por ello que una autoestima alta busca el desafío y el estímulo de metas dignas y exigentes. El alcanzar dichas metas nutre positivamente la autoestima. En cambio, una autoestima baja busca la seguridad de lo conocido y la falta de exigencia, limitándose a lo familiar y a lo fácil, contribuyendo al debilitamiento de la autoestima. 20 Cuanto más sólida es la autoestima, mejor preparada se está para hacer frente a los problemas que se presentan en la vida privada y profesional; cuanto más rápido se levanta de una caída, mayor energía se tiene para empezar de nuevo (Branden, 1995). De esta manera, se puede decir que la autoestima es el respeto a una misma, la capacidad de recabar para sí, todo lo bueno y cuidar vitalmente del propio Yo. Consecuentemente, es una experiencia ética de fidelidad a una misma: una experiencia que fluye y se transforma constantemente. Construir la autoestima es vivir, de hecho, bajo las pautas éticas del paradigma feminista, es decir, ser libre. La política feminista plantea como principal aspiración que, además de ser libres, las mujeres vivan en libertad (Lagarde, 2001). Una vez definido y desarrollado este concepto, Branden (1999) destaca seis prácticas esenciales que contribuyen significativamente al fortalecimiento de la autoestima. Vivir conscientemente es respetar la realidad sin evadirla ni negarla, estar presente en lo que se hace mientras se hace, intentar comprender todo lo que concierne a los propios intereses, valores, objetivos y finalmente, ser consciente tanto del mundo externo al yo como del mundo interno. Autoaceptarse es comprender yexperimentar, sin negar ni rechazar, los verdaderos pensamientos, emociones y acciones; ser respetuoso y compasivo con nosotros mismos, incluso cuando se cree que los sentimientos y decisiones no son dignos de admiración ni nos gustan y, por último negarse a tener una relación de conflicto y rechazo con uno mismo. Autorresponsable es reconocer que uno es el autor de las propias decisiones y acciones, que uno debe ser la causa última de la propia realización como persona, que nadie vive para servirnos, que nadie va a venir a arreglarnos la vida, a hacernos felices o a darnos autoestima. 21 Autoafirmación es respetar los propios deseos y necesidades y buscar la manera de expresarlos adecuadamente en la realidad; tratarnos a nosotros mismos con decencia y respetar las relaciones con los demás; estar dispuestos a ser quienes somos y hacer que los demás se den cuenta de ello; defender la propias convicciones, valores y sentimientos. Vivir con determinación significa asumir la responsabilidad de identificar los propios objetivos, llevar a cabo las acciones que permitan alcanzarlos y mantenerse firme en la voluntad de llegar hasta ellos. Vivir con integridad es tener principios de conducta a los cuales mantenerse fieles en las propias acciones; ser congruentes entre lo que sabe, lo que se profesa y lo que se hace; mantener las promesas y respetar los compromisos, es decir, ser coherentes con lo que se manifiesta verbalmente. Por todo esto, la autoestima se vuelve de vital importancia en todas aquellas mujeres que están abandonando los roles sexuales tradicionales, las que luchan por la autonomía emocional e intelectual, las que trabajan para progresar, compartiendo ámbitos tradicionalmente masculinos y desafiando prejuicios milenarios. Partiendo de este punto, se puede observar que entre mayor sea la autoestima, probablemente las comunicaciones interpersonales serán más abiertas, honradas y apropiadas. Cuanto menor sea la autoestima, es mucho más probable que la comunicación sea más evasiva e inapropiada debido a la incertidumbre sobre los pensamientos y sentimientos personales y/o a la ansiedad acerca a la actitud de quien escucha. Con base en lo anterior, no es difícil destacar la importancia que tiene la autoestima en el éxito de las relaciones íntimas. No hay obstáculo mayor en una relación romántica que el miedo a no sentirse merecedora del amor y el pensar que se está destinada a sufrir. Al faltarse al respeto uno mismo y no se disfruta lo que uno es, queda muy poco para dar, excepto las propias necesidades insatisfechas. Con el propio 22 empobrecimiento emocional se tiende a ver a los demás esencialmente como una fuente de aprobación o desaprobación. Por lo cual, no se logra apreciar a los demás por quienes son, lo único que se aprecia es lo que ellos pueden o no pueden hacer por uno. Por lo tanto, cuando se intenta amar pero no se tienen los cimientos de una seguridad interna y en su lugar existe el temor de que sólo se está destinado al dolor o al sufrimiento. Esto ya de inicio, nos coloca en una situación de inferioridad. Ya que nadie lucha por lo que considera como imposible o poco deseable. Tales temores dan como resultado que dichas profecías se cumplan por sí mismas (Branden, 1995). Al respecto, Branden (1995) lo manifiesta de la siguiente manera “si no me siento digno de ser amado, será difícil que creer que alguien me ame: Si no me acepto a mí mismo ¿Cómo puedo aceptar que me amen? me confunde el concepto que tengo de mí mismo, desde el momento en que “sé” que no soy digno de ser amado. Lo que tú sientes por mí no puede ser real o duradero, sino me siento digno de ser amado. Incluso si conscientemente rechazo los sentimientos de ser digno de amor, el pobre concepto que tengo permanece profundamente dentro socavando los intentos de relacionarme con los demás. Me convierto, inconscientemente, en un saboteador del amor”. Ahora bien, cuanto mayor sea la autoestima habrá una mejor disposición a tener relaciones que sean más gratificantes que perjudiciales. Esto se debe a que lo igual llama a lo igual, la salud atrae a la salud. Es decir, la vitalidad y la expansión en los demás atraen más a las personas con una buena autoestima que a las personas vacías o dependientes. Ya que un principio importante en las relaciones humanas es que se tiende a sentir mayor comodidad, con las personas cuyo nivel de autoestima se parece al propio. 2.2 La Mujer y su Autoestima Se puede decir que la autoestima ha sido un rasgo poco valorado en las mujeres. A lo largo de la historia, la femineidad se le ha identificado con la pasividad, y no con la afirmación; con la complacencia, no con la independencia; con la dependencia, no con la autonomía; con el autosacrificio y no con la autosatisfacción. 23 El poder desafiar esta visión tradicional de la mujer y resaltar sus potencialidades en sí misma, se convierte en un acto de autoestima (Branden, 1999). Por su parte, Lagarde (2001) señala que la autoestima de la mujer es una extensión de la autoidentidad, que se encuentra marcada por las condiciones sociales, sobre todo fundamentalmente, por la condición de género. Conformadas como seres-para-otros, las mujeres depositan la autoestima en los otros y, en menor medida, en sus propias capacidades. La cultura y la sociedad patriarcal hacen mella de las mujeres al colocarlas en una posición inferior y secundaria, bajo el dominio de hombres e instituciones, al definirlas como incompletas. Provocando con ello, la propia desvalorización en las mujeres, al estar expuestas constantemente a injusticias por el simple hecho de ser mujer. Bajo estas condiciones, el mundo se presenta con una jerarquía de género que hace vivir a las mujeres bajo sometimiento, servidumbre y discriminación. Lo que genera ser tratadas en un segundo término; por lo que el control, la dependencia, la culpa y el miedo son las experiencias subjetivas más profundas. Esto repercute fuertemente en problemas de inferioridad, inseguridad, desconfianza e impotencia; todos ellos fenómenos de una baja autoestima. Debido a esto, las mujeres resisten la falta de libertades e injusticias a las que se ven expuestas (Lagarde, 2001). Sin embargo, todavía en ciertos sectores de la población, la autoestima se integra también con la valoración y la aprobación que las mujeres obtienen cuando cumplen con los estereotipos patriarcales y cuando aceptan quedarse en ese segundo plano y cuando la subordinación y el control de su vida es ejercido por los otros. Cumplir con estos estereotipos y ser valoradas como bien portadas, trabajadoras, silenciosas, obedientes e inocentes; en las parejas, las familias, las comunidades y el estado, provoca en la mayoría de las mujeres estados subjetivos de goce y autovaloración por el adecuado cumplimiento del deber y por la aceptación personal y social. El prestigio de género, sintetizado como ser una buena mujer, es una fuente muy importante de la autoestima femenina (Lagarde, 2001). En muchas ocasiones, la mujer puede no hacer evidente y rechazar su inteligencia, su seguridad, su fortaleza, su vitalidad o su pasión, no aceptando así, los rasgos más dignos de valorar en ella. Tienden a desconocer su potencial porque tienen miedo de que, al expresarlo, los demás dejen de quererlas. Lo que hace evidente, que la socialización de la mujer suele provocar el desconocimiento o 24 negación de su propio potencial. Dando como resultado, que todavía en la actualidad haya mujeres que tienen la sensación de que la pasividad y el desamparo son mejores que tomar las riendas de su propia vida. Pensando que llegará quien las rescate y cambie su mundo, y al mismo tiempo les proporcione felicidad, satisfacción y autoestima (Branden, 1999). Es por esto que los estereotipos y modos de vida sociales construidos a lo largo del siglo XX asignan un conjunto de valoresque definen una nueva dimensión del deber ser: el de ser afirmadas e independientes, educadas, trabajadoras, económicamente independientes y comprometidas en la participación social. Provocando que el deber de las mujeres hoy en día sea desarrollarse y avanzar en sus vidas a estadios económicos, sociales, culturales y políticos superiores y ascendentes (Lagarde, 2001). Desde una perspectiva de género, estos procesos formativos de autoestima buscan una reeducación de las mujeres, encaminado a la creación de los modos de vida que se han anhelado. Promoviendo al mismo tiempo nuevas formas de liderazgo, que generen nuevas formas de vivir, de enfrentar los problemas de desarrollo y democracia, tanto en el ámbito privado como en el público, nuevos tipos de convivencia, nuevas actitudes, pero sobre todo nuevas formas de relación democrática de las mujeres con las demás mujeres y con los hombres, buscando un beneficio personal y social. Las mujeres contemporáneas anhelan el desarrollo personal como avance, mejoría, bienestar y calidad de vida. El bienestar es planteado por las mujeres como la superación de los obstáculos vitales y el logro de metas personales concordantes con la época en que vivimos. Ahora bien, cuando la mujer tiene un buen nivel de autoestima, tiende a tratar bien a los demás y a exigir lo mismo para ella, tiene claras sus limitaciones, y sabe reconocer cuándo es aceptable o no la conducta del otro, no acepta los malos tratos y tiende a identificar el amor con la alegría y no con el sufrimiento. Se siente merecedora de amor, al igual que se siente merecedora de éxito. Una alta autoestima busca el desafío y el estímulo de objetivos difíciles, al alcanzar dichos objetivos se nutre y se va construyendo una buena autoestima. Cuanta más alta sea la autoestima, se tiene más disposición a establecer relaciones positivas en lugar de relaciones tóxicas. Inversamente, la baja autoestima 25 tiende a buscar la seguridad de lo conocido y lo fácil, debilitando así cada vez más la autoestima. Esta baja autoestima es la que provoca una relación contraria al propio bienestar (Branden, 1999). 2.3 Infidelidad En la religión judeocristiana se consideró que el matrimonio debía ser una unión monogámica indisoluble, con una serie de obligaciones y derechos como la fidelidad, que prevalece hasta el día de hoy. Aunque se supone que la elección de pareja se fundamenta en la libertad de elección del ser humano, esta misma libertad puede llevar a transgredir las normas sociales. La diferenciación en el comportamiento sexual de hombres y mujeres dio paso al ejercicio de una doble moral, es decir a los hombres se les permitía ciertos comportamientos sexo afectivos que en las mujeres eran señalados y castigados. Partiendo de este punto, es necesario primero definir qué significa ser fiel. Se dice que la fidelidad es un acto de fe, de querer creer en algo que no puede ser demostrable, y es responsabilidad de quien lo cree. La raíz de la palara fe proviene del latín fides, que significa “confianza” o “aceptación” (de ideas teóricamente indemostrables). A diferencia de lo divino, la fe en las personas significa otorgar crédito y aceptar ciegamente la palabra de alguien, por lo que se considera que la fidelidad es un comportamiento exclusivamente humano, y quien la práctica no engaña ni traiciona (Ayón, 2016). En este sentido, lo que define a una pareja como tal son “el sentimiento amoroso y el compromiso de pertenencia mutua, lo cual se traduce en el deseo de compartir e intercambiar experiencias, sobre todo emocionales y eróticas, de manera exclusiva y permanente”. Zumaya (2009), define la infidelidad como “una relación interpersonal que se da fuera de una pareja que supone, tácita o explícitamente, una exclusividad emocional y erótica” (Zumaya, 2009 p.3). La relación “extra pareja” puede ir desde un involucramiento emocional no erótico que contenga los elementos de atracción y, sobre todo el secreto, hasta la 26 ocurrencia eventual o continua, con o sin involucramiento emocional, del ejercicio del erotismo. En esta definición se habla de erotismo y no de sexualidad, junto con Manrique (1996), Zumaya (2009) considera que la sexualidad es una dimensión meramente biológica que se comparte con todos los animales que se reproducen sexualmente; y “el erotismo es otra cosa: es una dimensión fundamental y exclusivamente humana”, cultural y social que involucra todas las prácticas y construcciones mentales encaminadas al logro de la excitación y satisfacción de lo que la biología ha puesto en el ser humano: la corporalidad en sentido amplio de los genitales y áreas erógenas aledañas a fundamentalmente, el cerebro y su mente. Por lo tanto, la infidelidad no incluye de manera exclusiva un escarceo sexual. Implica también un apego afectivo con la posibilidad o el hecho de que llegue a consumarse una relación sexual. A diferencia del adulterio que se define como el acto sexual realizado con una persona fuera del matrimonio y castigado por vías religiosas o legales dado que es un compromiso escrito y hecho público ante las autoridades que dan fe y legalidad del mismo (Liquist, 2000 citado en Oceguera, 2015). Con frecuencia se considera que la intervención de un tercero en la pareja corresponde a una carencia o a un conflicto. La infidelidad es sinónimo y señal de problemas en algún nivel dentro de la vida en pareja; es la manifestación de un desacuerdo que cuestiona el desarrollo afectivo y erótico de uno o de ambos miembros. Por tal motivo, la no exclusividad erótica en una pareja suele ser traumática porque en el dispositivo amoroso actual ese erotismo ajeno a la relación amenaza de forma importante: la hombría, la feminidad, la seguridad, la intimidad, el orgullo, etc. Todas estas situaciones comparten dos de los grandes miedos que comparte el ser humano: la pérdida y el abandono (Zumaya, 2009). Para Gondonneau (1974) aceptar o rechazar una infidelidad dependerá del tipo de unión, del estado de desarrollo de la pareja, de las razones para darle o no importancia primordial a su supervivencia, y de la concepción que sus miembros tengan de la fidelidad. 27 Hay quien plantea que la infidelidad es básicamente, una “anomalía cultural”, una conducta “ampliamente practicada pero desaprobada por la vasta mayoría” (Scarf, M. 1988). En nuestra cultura los matrimonios convencionales asumen, junto a la exclusividad sexual, una serie de supuestos socialmente condicionados, por ejemplo: Una “aventura”, de ocurrir, no debe ser descubierta. Si es descubierta, significa que la relación de pareja es un “completo fracaso” y El miembro fiel de la pareja “debe” sentirse absolutamente (en todos sus aspectos como pareja) traicionado. La infidelidad, como toda conducta interpersonal, puede servir a diferentes propósitos y ser interpretada de diferentes maneras por las parejas afectadas. En algunas relaciones puede resultar sintomática, en otras puede estar en función de necesidades psicológicas individuales, o ser parte integral de la disfunción de la pareja. Para algunas escasas parejas, la infidelidad es irrelevante o para otras, aún más escasas, puede ser una experiencia positiva y benéfica dentro del desarrollo. Existe también una diferencia genérica táctica sobre los supuestos convencionales: los varones son menos fieles que las mujeres, y por eso las transgresiones masculinas son más “esperables” y, por lo tanto, “perdonables”. Comúnmente se dice, que la motivación masculina más frecuente para la infidelidad es la búsqueda de la variedad y excitación sexual. Las mujeres entran en una aventura por una serie de razones, por supuesto, pero la gran mayoría explica su motivación en términos de una búsqueda de emociones más gratificantes, de cara a una necesidad emocional no cubierta por su cónyuge. Estas mujeres se sienten, en general,poco apreciadas, tanto en términos sexuales como emocionales. En base a esto, el principal problema para las mujeres involucradas en una aventura es la culpa, hecho que parece ser unilateralmente ventajoso para el varón, ya que generalmente no experimenta lo mismo; de hecho, parece vivirlo la mayor parte de las veces con orgullo más que con vergüenza. Para un porcentaje 28 significativo de las mujeres, el hecho mismo de experimentar satisfacción sexual provoca culpa. Pocos hombres terminan actuando de la misma manera, si no ha llegado al aburrimiento con la “otra”, terminan una aventura generalmente por la preocupación de ser descubiertos, o por que empiezan a tener problemas con las demandas derivadas de la relación con la amante. La culpa rara vez entra en escena, ya que los varones tienen varias decenas de excusas que justifican la infidelidad “me hace sentir joven de nuevo”, “me ayuda a sostener y tolerar mi matrimonio”, “me ayuda a lidiar con la tensión”, “mi amante hace cosas que mi esposa no”, etc. cualquier culpa que puedan experimentar los varones se compensa con la gratificación del placer libidinoso (Zumaya, 2009). La posibilidad de la infidelidad se desarrolla, de manera acentuada, en ciertas etapas del ciclo de vida de la pareja, cuando la necesidad de ajuste y el cambio del contrato original se hacen imperativos: a) Tempranamente, cuando los miembros de la pareja están luchando para establecer los límites de su compromiso y de su intimidad. b) Cuando el primero o segundo hijo nace y la maternidad se convierte en la prioridad para la mujer. c) Cuando los hijos dejan el hogar. d) Cuando resulta claro que, no importando que haga el miembro de la pareja que será infiel, el otro no corresponderá a la imagen idealizada (Zumaya, 2009). 2.3.1 Etapas de la Infidelidad De acuerdo con Emily Brown (1991), típicamente, una aventura tiene seis etapas: Primera. Un periodo en el que se crea un “clima” en el cual la semilla de la infidelidad germinará: la insatisfacción, las heridas, los desacuerdos no discutidos ni resueltos. 29 Segunda. La traición en sí misma, cuando el miembro más insatisfecho de la relación entra de lleno en la aventura. En este estadio el infiel niega la aventura y el otro(a) se colude con el primero “ignorando” los signos de la infidelidad. El miembro fiel de la pareja siempre sabe, a nivel consciente o inconsciente, que el otro está teniendo una aventura: lo que sucede es que la existencia y puesta en escena de los mecanismos de defensa llevan a tratar de no “enterarse” de una verdad que ineludiblemente provocará dolor. Tercera. El descubrimiento de la aventura. Este es el momento decisivo, porque la imagen de los miembros de la pareja tenían de sí mismos jamás volverá a ser la misma. El descubrimiento precipita la siguiente etapa. Cuarta. La crisis de la relación. El miembro fiel se obsesiona con la aventura del otro pensando que seguramente ése es el problema. En este momento crítico se llega a la quinta etapa. Quinta. La decisión de afrontar los problemas que se encuentran detrás de la infidelidad o enterrarlos. Sexta. El proceso mutuo del perdón. El inicio y el desenlace parecen cortos, pero esto no sucede así en todos los casos, puede pasar mucho tiempo de una etapa a otra. 2.3.2 Consecuencias de la Infidelidad La infidelidad es altamente destructiva para la integridad individual y familiar. En lo psicológico, muy pocos eventos estresantes generan tantas y tan variadas repercusiones negativas. Cuando la infidelidad se hace manifiesta, e incluso antes, cuando se sospecha, la víctima del engaño recorre casi toda la gama de emociones negativas: ansiedad, depresión, resentimiento, ira, hostilidad, ansiedad, decepción, venganza, incertidumbre, envidia, asombro, incredulidad, sorpresa, aislamiento, frustración y una baja fulminante en la autoestima (Ayón, 2016). Una infidelidad significa el rompimiento unilateral de un pacto de amor entre dos y, por supuesto, de las promesas hechas en ese pacto. Se quiebra la confianza en el supuesto acuerdo táctico de exclusividad y continuidad en la pareja (Baizán, 2005). 30 La infidelidad pertenece al gran tema de la traición (Mattinson, 1980. Zumaya, 2009) por lo que se pueden hacer las siguientes consideraciones: Todos en algún momento hemos experimentado y tenemos, también la memoria, consciente o inconsciente, el recuerdo de alguna gran traición. Nosotros no somos traicionados por nuestros enemigos; lo somos sólo por nuestros amigos, aliados e íntimos, y por nuestros seres más cercanos y queridos. Mientras mayor sea el amor, la lealtad, el involucramiento y el compromiso, mayor es el sentimiento de traición. Según Hartman (1958), la gente que ha experimentado una traición importante en etapas tempranas y que desarrolla poca habilidad para confiar puede caer de manera sistemática en situaciones en las que encuentra una confianza dudosa, como si ello fuera parte necesaria de un “ambiente esperado”. Además, muchos de aquellos que fueron traicionados cuando jóvenes, resultan ser también traidores cuando adultos, ya que han aprendido poco sobre la confianza. Aquellos que traicionan con frecuencia son, a su vez, traicionados. Por lo tanto, el grado en el cual la gente se siente traicionada en su relación de pareja depende no sólo de la comunicación de su involucramiento, sino del pacto de confianza, táctico y explícito, que haya efectuado desde el inicio de la relación. Al intentar comprender la conducta de la gente que ha sido traicionada, se tiene que tomar en cuenta la idealización del estado de enamoramiento y el peso de las expectativas, conscientes e inconscientes, vertidas en el compañero(a). Lo anterior es parte de la naturaleza humana: lo que se intenta en una relación amorosa de pareja es corregir las tempranas experiencias insatisfactorias a través de los eventos posteriores de la vida. Haciéndolo, el individuo se da a sí mismo la oportunidad de curar las viejas heridas. La aparente elección al azar de una pareja contiene tanto una forma de reconocimiento inconsciente como la esperanza de que esa persona, y ninguna otra, nos provea de un ambiente en el cual exista la posibilidad de que nuestros viejos miedos sean contenidos y desaparezcan. El interés en la infidelidad deriva de entender su carácter de amenaza directa al sentimiento de pertenencia y confianza dentro de la pareja. Es la violación de estos sentimientos lo que provoca una brutal conmoción en las personas que han sido traicionadas. En el infiel, de manera independiente a los sentimientos de culpa, peligro 31 y riesgo que pueda o no experimentar, siempre existe la “profunda intuición” (Charny, 1992) de que tener una relación de involucramiento emocional y/o sexual con una tercera persona constituye un poderoso y por lo tanto doloroso ataque al inherente sentimiento de pertenencia de su pareja y a su capacidad de experimentar confianza (Zumaya, 2009). De esta manera, la infidelidad se presenta como una atractiva oportunidad para salir, escapar, aliviar o enmascarar la carga emocional de la vida cotidiana. Las relaciones extramatrimoniales son, en parte, el anhelo de encontrar “buenas” relaciones amorosas con la posibilidad de la ganancia agregada de aliviar o escapar de los problemas personales y de la insatisfacción con la pareja (Baizán, 2005). Consecuentemente, tener una aventura implica el rompimiento de los límites de la pareja; es decir que los sentimientos, el cuerpo, la sexualidad, por nombrar sólo algunos, que pertenecen a la pareja en forma exclusivamente pactada, se comparten con alguien más: no es el sexo, Es el hecho de que él ha tenido una relación con alguien más (Nichols, 1988 citado en Zumaya, 2009). Por lo tanto, la violación de esta confianza es el aspecto más significativo de la infidelidad. No es el hecho de que la pareja tengao haya tenido relaciones con un tercero(a), es la decepción por la mentira lo que produce el daño con mayor intensidad a la relación. Descubrir una infidelidad causa emergencia de intensas ideas y sentimientos de venganza que, cuando se llevan a la acción, tienen la intención de restaurar la autoestima. Lo opuesto también es cierto: un miembro de la pareja puede tratar de restaurar su autoestima, lastimada por alguno o varios de los elementos de su vida en pareja, a través de una aventura. La consecuencia final de una aventura, descubierta o no, es que la relación original de la pareja nunca volverá a ser, para bien o para mal de sus integrantes, la misma (Zumaya, 2009). 32 2.4 La Mujer Amante Generalmente el uso que se le da al término “infidelidad” es para referirse a una “relación amorosa fuera del matrimonio”, relación que compite o amenaza con la permanencia y la estabilidad del matrimonio pues daña, entre otras cosas, un elemento básico para la supervivencia de la pareja: la confianza. La clave para hablar de infidelidad está en el vínculo que se construye tras bambalinas con esa “otra” persona (Oceguera, 2015). En el diccionario de la Real Academia Española (RAE), una de las acepciones de la palabra amante es “persona a la que se ama”, ya sea hombre o mujer. Si bien el término amante denota amor y afecto por una persona determinada, suele utilizarse de manera peyorativa para referirse a alguien que, comprometido, carece de valores morales y no respeta las normas familiares y culturales de la sociedad. Por tanto, cuando se emplea este término por lo general se hace con dolo y con intención de causar daño a quien se encuentra en esta situación, cuya existencia se mantiene en secreto, principalmente ante la pareja de compromiso, ya sea de tipo ocasional o por un periodo de tiempo prolongado (Ayón, 2016). Es importante resaltar, independientemente de las concepciones que se tengan del término amante, que se trata de una mujer que tiene necesidades, deseos, dolores y angustias como cualquier otra persona. Sin embargo, lleva consigo los estereotipos y roles de género culturalmente dados que quizá han imposibilitado un acercamiento imparcial hacia su postura (Oceguera, 2015). La amante es la antagonista de la esposa, de la legítima que tiene esposo. La amante está marcada por la carencia de esposo reconocido socialmente y por su evidente relación con la poligamia masculina también sancionada en el discurso de la moral sexual. Ella puede tener un hombre junto, puede incluso convivir con él, puede ser su compañero erótico, mantenerla económicamente, detectar la propiedad sobre sus afectos, sobre su erotismo y sobre su cuerpo; es más puede ser el padre de sus hijos, pero ella aun con hijos, aun madre, es conceptualizada como mujer que carece de marido, como mujer de un hombre prohibido: es amante y no esposa. Su territorio y su espacio de vida son en todo caso la sexualidad erótica, y no la maternidad. Al tener amante, el hombre pretende probar su potencial sexual (erótico) altamente valorado. Uno de los ejes de la identidad masculina está centrado en su 33 poder erótico y en su capacidad de poseer a las mujeres. De esta manera los hombres (entre sí) encuentran reconocimiento y se valoran. Para los hombres, en efecto, significa prestigio y es a la vez signo de derroche económico y sexual -tanto erótico como procreador-. Para las mujeres, en cambio, la contradicción se agudiza por la imposibilidad de ser la legítima, de ser la novia o la esposa, por la competencia con la otra, por la necesidad de asegurar la exclusividad de su relación. Tanto la esposa como la amante compiten por el amor y las atenciones eróticas de su cónyuge, y una imagina a la otra como la más favorecida. Cada una envidia a la otra no sólo aquello de lo que carece, sino de lo que supone posee la otra. La esposa imagina a la amante como la “querida”: la deseada y la satisfecha eróticamente por el hombre, como la mujer que se divierte, que goza, que obtiene lo que ella no tiene: atenciones, afecto, erotismo gozoso, regalos, dinero, diversiones, viajes. La amante en cambio imagina que la incomunicación con la esposa -jurada por el amante-, no es tal, que la esposa es la legítima, la respetada quien posee el mando ante los ojos de todos. La amante sufre porque no puede compartir con él la vida ritual familiar, y muchas actividades de la vida pública, sufre por su soledad de mujer clandestina y porque no puede tener lo que la esposa tiene: un esposo, unos hijos, una familia, una casa compartida, un hombre, es decir, el prestigio y reconocimiento social positivo centrado en la legitimidad. De ahí que muchas amantes viven el proceso de necesitar todo lo que no tienen. Algunas se embarazan, aun en contra de la voluntad del amante, tratando de ganar espacio en la vida del hombre. Poco a poco, empiezan a transformarse de amantes en esposas. En la mayoría de los casos el desenlace consiste en que son abandonadas, o son tratadas como esposas de segunda, a quienes también se les engaña con otras mujeres que juegan el papel de amantes (Lagarde, 2014). 34 CAPÍTULO 3 DEPENDENCIA EMOCIONAL 3.1 Dependencia Emocional En la actualidad la socialización y la experiencia cotidiana entre hombres y mujeres son muy diferentes. Lo que tal vez esté provocando que las relaciones de pareja estén sufriendo grandes cambios. La inestabilidad en los vínculos evidencia la debilidad de la pareja hoy en día. Por tal motivo, es importante resaltar el papel que juega la dependencia emocional en el desarrollo y crecimiento de la mujer, tanto personal como socialmente, y las repercusiones que esto puede generar dentro de la relación de pareja y el tipo de relación que se establece. Más aún, cuando la relación que se establece es con una persona ya comprometida, es decir, con un hombre que ya se encuentra casado. La dependencia se considera como una necesidad humana básica y se pueden encontrar sus rastros en todas las relaciones humanas. A lo largo de nuestras vidas dependemos siempre de otras personas para lograr nuestro bienestar y desarrollo emocional. El mismo matrimonio moderno es una complicada mezcla de dependencia, sexualidad y autonomía (Eichenbaum y Orbach, 1989). Cada vez son más frecuentes las relaciones de pareja en las que uno de los dos integrantes entra en un estado de dependencia emocional, siendo su principal causa una disminución de la capacidad del yo para responder adecuadamente ante la realidad o para cambiarla en sintonía con los propios sentimientos. Propiciándose así, una relación asimétrica y jerarquizada donde las prioridades de uno de los miembros de la pareja se convierten en el objetivo principal de la dependencia emocional. Todo, con tal de no ser abandonados (Salcedo, 2013). Con base en esto, Dowling (1987) señala que la necesidad de dependencia es completamente normal, tanto para los hombres como para las mujeres. Pero 35 considera que a las mujeres se les ha inclinado hacia una dependencia hasta cierto punto malsana. Ya que toda mujer sabe que jamás fue educada con la idea de cuidarse a sí misma, de sostenerse por sí sola y de hacer valer sus propios derechos. Considera que las mujeres tienden a recurrir a otras personas para conseguir su propia definición como tales, la plena conciencia de quienes son. Por su parte, Castelló (2005) define la dependencia emocional como la necesidad extrema de carácter afectivo que una persona siente hacia su pareja a lo largo de sus diferentes relaciones. Cuando nos referimos a “dependencia” o a “necesidad extrema”, estamos exagerando aquello que es propio de las relaciones de pareja: los sentimientos positivos de querer estar con el otro, de contar con su apoyo, de saberse queridos y valorados. En su trabajo, Dowling (1987) plantea el problema de la dependencia como la negación a aceptar responsabilidades
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