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La vida del espíritu Hannah Arendt

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La vida del espíritu, Hannah Arendt
Capítulo 9, Invisibilidad y retirada.
Hannah Arendt comienza explicando 3 conceptos básicos, denominados las tres actividades mentales básicas: El pensar, la voluntad y el juicio, las cuales componen el espíritu. Las tres actividades si bien tienen cosas en común, no pueden derivarse unas de otras.
Número uno, El Pensamiento: es la actividad de la mente que tiene que ver con un impulso interno del espíritu, marcado por una necesidad de la razón por comprender. Es un impulso interno de la razón a actualizarse.
Número dos, La Voluntad: esta no es controlada por la razón, ni tampoco por el deseo. De ella se encarga de transformar el deseo en una intención, la voluntad pone en proyecto lo que lo que no es todavía.
Número tres, El Juicio, corresponde a un don misterioso del espíritu a través del cual lo general se une a lo particular, y no puede generarse de educación alguna y cuya carencia es lo que generalmente se llama estupidez.
Estas tres actividades se definen como autónomas e irreductibles, entre ellas no hay una dependencia de acción y cada una se rige por sus propias reglas, no pueden derivarse las unas de las otras. Además, son incondicionadas, esto quiere decir que ningún condicionamiento del mundo o de la vida les afecta directamente.
A diferencia de esto, el hombre se define por estar completamente condicionado existencialmente, debido a que tiene una temporalidad definida por la vida y la muerte. También está sujeto al esfuerzo del trabajo para sobrevivir y la acción si es que pretende ser reconocido públicamente. La liberación a estas ataduras son únicamente a través del pensamiento.
Tras esto, se puede pensar en que tiene que haber una unidad entre las tres actividades y esta es que la mayor característica de las actividades mentales es su invisibilidad. Aquellas, no aparecen, aunque sí se manifiestan al YO que piensa, quiere y juzga. Es tanto invisible en su estado latente de simple potencia, como incluso cuando se actualiza, permaneciendo como no manifiesta.
De acá se desprende que el mundo de los fenómenos, es decir lo visible y lo que aparece, puede sin embargo afectar nuestros sentidos y nuestra alma. El alma, es donde nacen nuestras pasiones, nuestros sentimientos y emociones. Es una mezcla de hecho que nosotros sufrimos, tal como el dolor y el placer.
La gran diferencia entre la invisibilidad del espíritu y del alma es que el alma solo lo podemos sentir, pero no controlar, mientras que el espíritu es pura actividad, y como cualquier otra actividad, esta puede detenerse o iniciarse.
Ningún acto mental, y menos aún el acto de pensar, se contempla con su objeto tal y como le viene dado. Siempre trasciende lo simplemente dado por aquello que pueda haber suscitado su atención, y lo trasforma en una experiencia del YO consigo mismo. Dado que la pluralidad es una de las condiciones existenciales fundamentales de la vida humana en la tierra, el estar solo y tener relaciones conmigo mismo es la característica fundamental de la vida del espíritu. A este estado existencial en el que yo me hago compañía a mí mismo, se llama solitud, distinto a la soledad que es estar solo, pero privado no ya únicamente de la compañía humana, sino también de mi propia compañía potencial. Entonces, solitud es hacerse compañía uno mismo voluntariamente, mientras que la soledad es estar solo, privado de la compañía humana y de la propia de uno mismo. 
La solitud implica un estado existencial en el que “me hago compañía a mí mismo, y en él se muestra la dualidad original o la separación entre YO y yo mismo inherente a la conciencia”. Pero así mismo, implica que esta actividad silenciosa y muda comprenda mediante la reflexión su propio YO; es decir, su condición lingüística que se exterioriza mediante la conciencia. La lingüística implica la presencia de otros, las actividades mentales solo se manifiestan por medio del lenguaje, los seres pensantes sienten la necesidad de hablar y así manifestar lo que, de otra manera, nunca hubiera formado parte del mundo de las apariencias.
Las actividades mentales, especialmente el pensar puede concebirse como la actualización de la dualidad original o la separación entre YO y yo mismo que es inherente a toda conciencia. Sólo en tanto duran las actividades del espíritu (pensar, querer, juzgar), somos conscientes de dicha actividad y su reflexividad. El YO pensante, del cual soy plenamente consciente mientras dura la actividad pensante, desaparece como un espejismo cuando se vuelve a afirmar el mundo real. De esta forma, las diferentes actividades mentales no pueden hacerse presente si no es mediante una deliberada retirada del mundo de los fenómenos, una retirada de la presencia del mundo en los sentidos y un dialogo con el YO. Esta representación, es decir, el hacer presente aquello que está ausente, se apoya en metáforas extraídas de la experiencia visual, capacidad que llamamos imaginación. 
Todo acto mental se apoya en la facultad que tiene el espíritu para tener presente en sí mismo aquello que está ausente para los sentidos, el pensar debe disponer los elementos ofrecidos a los sentidos para que de esta forma el espíritu sea capaz de operar con ellos en su ausencia; es decir, los debe desensorizar para ser representados en el espíritu. En el acto de pensar, se necesita una visión de aquello en lo que se piensa, a partir de la memoria almacenada se dispone del recuerdo, es decir, de aquello es ya no es, aquello que ha dejado ser, para luego a partir de la voluntad es transformado este recuerdo en lo que no es todavía. Este proceso transforma el recuerdo de algo pasado en un proyecto a futuro, lo que no es, entra en potencia a lo que no es todavía y nos prepara para el futuro. Esto sólo lo puede hacer el espíritu una vez que se ha retirado del presente y de las necesidades de la vida cotidiana, para que podamos pensar en alguien o algo es necesario que no esté en nuestra presencia. El pensar supone siempre un recuerdo, por esto todo pensamiento al mismo tiempo es siempre un re-pensamiento, esto se explica porque el objeto del pensar dentro del espíritu ha estado sometido a una doble transformación, es un paso desde el objeto sensible y visible el cual es representado en la imagen de la memoria, para luego ser nuevamente representado en el pensar. Gracias a esta doble trasformación, el pensamiento puede ir mucho más allá y traspasar todo dominio de la imaginación.
El acto de pensar como se ha expresado, es una ausencia del yo del mundo de los fenómenos, tal acto fue percibido anteriormente como algo antinatural, ajeno a la práctica, al saber y a las necesidades de la vida, un acto contrario a la condición humana y fuera del orden. Esta ausencia supone por lo tanto una detención y un pensar, una detención que se ve tan abrupta y paralizante del ser debido a que el pensar requiere un distanciamiento del mundo de los fenómenos y del sentido común compartido con el resto el cual garantiza la percepción de la realidad, logrando tanto así construir una metáfora de que el pensar aleja a los hombres del mundo de los vivos. Sin embargo esta contradicción entre fenomenología y el pensar no es absoluta.
Capítulo 10, La guerra interior entre pensamiento y sentido común.
La historia de la filosofía se convierte en el escenario de una guerra interior entre el sentido común, ósea , aquel sexto sentido que adapta nuestros cinco sentidos a un mundo común, y la facultad del pensamiento y la necesidad de la razón, que le empujan al hombre a retirarse de él durante largos periodos. La explicación más plausible del desacuerdo entre el sentido común y el pensamiento “profesional” sigue siendo aquel ya mencionado, que nos encontramos en presencia de una guerra interior. Esta guerra se ha advertido por filósofos como una confrontación entre el hombre común mayoritario versus una minoría pensante, aunque más bien, Platón en defensa de la mayoría representante del sentido común describe que existe una visión de risa e inutilidad del filósofo por su preferenciapor escapar del mundo real y atenerse en la solitud.
A partir desde una observación del mundo de los fenómenos, es natural desear conocer nuestro hábitat común y acumular todo tipo de conocimientos que a él se refieran. Nos hemos apartado de él por la necesidad de trascenderlo que nos impone el pensamiento, hemos des-aparecido en este mundo y esto se puede entender desde el punto de vista del sentido común como una anticipación de nuestra muerte. Esta metáfora es desde una visión académica y no textual, ya que el filósofo en sí no desea su suicidio, más bien, enmarca su descontento con las necesidades y limitaciones que entrega su propia corporalidad.
Existen dos conceptos que se relacionan uno con el otro, el del recuerdo con el de la anticipación, el recuerdo es la representación del pasado en el espíritu, mientras que la anticipación es la representación del futuro. Esta representación del futuro no existe por sí sola, más bien es una representación misma del pasado, pero esta vez reorganizada con el fin de proyectar el futuro. Para este proceso, la imaginación productiva es la encargada de poder crear representación ficticia en el espíritu, esto apoyado en la imaginación reproductiva. La imaginación productiva reorganiza los elementos del mundo visible, esto es posible debido a que los elementos ya han pasado por una de-sensorialización del pensamiento. Por ejemplo, en base a la experiencia, la imaginación productiva toma la visión del humano y del caballo, los cuales de-sensorializados son reorganizados mediante la imaginación productiva como la imagen ficticia del centauro. Es por esta capacidad que la verdadera experiencia se logra a través de la imaginación y no mediante la mera percepción. Un ejemplo de esto es entender qué es el amor, uno comprenderá su significado no en el suceso inmediato, sino en la posterior imaginación y pensamiento de esta experiencia, es decir, todo exige un re-pensar.
Cómo frase que apunta aún más a este hecho, se encuentra que todo pensamiento nace de la experiencia, pero ninguna experiencia obtiene algún sentido o coherencia sin haberse sometido antes a las operaciones de la imaginación o del pensar. La vida incluso carece de sentido sin esta capacidad de repensar la experiencia, un ser que no está consciente de su experiencia es un muerto viviente. No obstante, esto entra en conflicto ya que el mismo pensamiento es autodestructivo, ya que como fue mencionado, el pensar es ajeno al curso natural de los asuntos humanos. 
Capítulo 11, Pensamiento y acción: el espectador.
Existe una contraposición entre el hecho de pensar y la acción, tanto la voluntad como el juicio tienen en común una tranquilidad, ausencia de cualquier acción o perturbación. Es una retirada del mundo que es entendida mediante la metáfora del espectador. Desde el concepto de Schole o a veces mal entendido como ocio se llega a un estado de un acto deliberado de abstraerse o retenerse de las actividades ordinarias condicionadas por nuestros deseos cotidianos. Tal retención de lo cotidiano entra en un estado de contemplación de la vida, en un estado de espectador; concepto que luego llega al término filosófico de teoría y luego al de teórico que significa que contempla. Aquel que contempla observa desde el exterior y le otorga una capacidad de observación que aquellos que actúan no poseen. Este punto de vista le otorga una mirada general y más amplia del acontecer, sin embargo, al hacer esto sacrifica toda capacidad de participación del mismo.
El actor entonces se es situado como parte del todo, de todo lo visible y de lo que acontece, sin embargo su propio sentido requiere del juicio del espectador, el actor actúa bajo la expectativa del espectador buscando su aprobación favorable o no. Esta dependencia del actor del qué dirán los espectadores supone una pérdida de la autonomía de este. Sin embargo, esta capacidad de juzgar del espectador no es la misma de la mencionada con la del filósofo, ya que el espectador nunca es completamente autónomo de su actuar, ya que el espectador se sustrae de la participación activa, pero no del mundo de los fenómenos, es decir, aquel que juzga la actuación está acompañado de otros espectadores, lo cual no lo hace indiferente de la opinión del resto. El peso del espectador cae finalmente en que el juicio entra en el ámbito moral por sobre la razón práctica, anteponiendo la pregunta de ¿qué debo hacer?, por lo cual el espectador apoya su juico en la opinión del resto de los espectadores.
Finalmente, queda preguntar entonces, a donde y a qué región se retira el espíritu, ya que si bien el espectador se retira físicamente hacia las galerías del teatro, el espíritu se ve en una situación más complicada. Platón describe en parte la situación de estar refugiado en la oscuridad del No-Ser, región al mismo tiempo difícil de percibir plenamente e igualmente es una región que brilla fuertemente, lo que encandila la visión del simple mortal. Es decir, la interioridad del No-Ser o de aquello que no es el Ser, es un lugar totalmente claro para la mente, sin embargo, ciego a los sentidos, ya que los encandila.
Capítulo 12: Lenguaje y metáfora.
Las actividades mentales, invisibles de por sí y consagradas a lo invisible, solo se manifiestan a través del lenguaje. Igual que los seres que viven en el mundo de los fenómenos, sienten la necesidad de mostrarse, por mucho que los seres pensantes se abstraigan del mundo de los fenómenos, sienten el impulso de hablar y hacer manifiesto lo que de otra manera, no hubiera sido nunca parte del mundo de los fenómenos.
Sin embargo, el pensar en su necesidad de lenguaje no exige necesariamente de oyentes, por ejemplo, la comunicación con los otros de la especie se es posible de realizar sin el habla vocal y realizarla tan solo mediante gestos, sonidos y signos. Por esto las necesidades del alma y los sentimientos pueden ser respondidos mediante estas formas de comunicación, mientras que en el caso del espíritu, este requiere del lenguaje. Ahora bien, las palabras no son verdaderas o falsas, no son proposiciones o enunciados, simplemente son significados. Esta característica es lo que hace reflejar a las palabras portadoras de significados con los pensamientos, de esta forma, dado que las palabras portadoras de significado y los pensamientos se parecen, los seres pensantes sienten la necesidad de hablar, y los hablantes de pensar.
Si el pensamiento y habla emanan de la misma fuente, el lenguaje se puede considerar una prueba de que el hombre está dotado naturalmente de un instrumento capaz de transformar lo invisible en una apariencia, de que cuerpo y espíritu, pensamiento y experiencia sensorial, lo visible y lo invisible, están unidos. El lenguaje del espíritu, por medio de la metáfora, vuelve al mundo de lo visible para ilustrar y seguir elaborando lo que no se puede ver, pero sí se puede decir. Las analogías y metáforas son los hilos mediante los cuales el espíritu se vincula al mundo y garantizan la unidad de la experiencia humana.
Capítulo 13: La metáfora y lo inefable
Desde su aparición en la filosofía, se ha concebido al pensamiento en términos visuales. Las actividades mentales han tomado las metáforas de los distintos sentidos corporales, según el grado de afinidad innata entre los datos mentales y sensoriales. La vista tiene algunas ventajas como metáfora directriz del espíritu pensante, en primer lugar, ningún otro sentido establece una distancia tan prudente entre sujeto y objeto, se obtiene el concepto de objetividad, porque la cosa en sí misma es distinta de cómo ella me afecta. Además, la vista nos ofrece una multiplicidad contemporánea. No percibimos en una secuencia temporal, como con el oído, sino que vemos un panorama instantáneo que otorga libertad de elección, lo visto me deja estar tal y como yo lo dejo estar, en cuanto que los otros sentidos me afectan directamente. Solo la vista nos dota de la base sensorial a partir de la cual el espíritu puede concebir la idea de lo eterno, de aquello que nunca cambia y está siemprepresente.
Volviendo a Platón, se presenta una contraposición entre la escritura y el lenguaje, la escritura cae en hacer a las almas en olvidadizas, debido al apoyo que otorga la escritura a la memoria, por otra parte, en la escritura el silencio no contesta preguntas y finalmente, la escritura no permite elegir a un interlocutor, por lo tanto es incapaz de defenderse, ante esto, el discurso vivo sí puede elegir a sus auditores y a partir del cual pueden desarrollarse palabas y argumentaciones.
Ahora, si separamos el discurso de la imagen, entonces podemos imaginar las cosas pensadas, así como al utilizar los sentidos para buscar la forma circular en la naturaleza, nosotros podemos reimaginar la naturaleza de lo circular en nuestro espíritu. El espíritu aprehende el círculo esencial, aquello que todos los círculos tienen en común. El círculo contenido en el alma es captado por el espíritu y solo esta intuición puede recibir el nombre de verdad.
No obstante, existe una incompatibilidad entre intuición, es decir la metáfora directriz de la verdad filosófica con el lenguaje, que es el medio para manifestar el pensamiento. El lenguaje no es más que un mero instrumento de la intuición. La verdad radica en el testimonio visual, y el lenguaje, así como el pensamiento, es auténtico en la medida que sigue tal testimonio.
Nuestros sentidos no pueden traducirse mutuamente, por eso están unidos entre sí mediante el sentido común, que se convierte en el primero de ellos. La verdad, según la metafísica es inefable por definición, es decir que la verdad no puede ser dicha con palabras, ésta se identifica con el acuerdo entre el saber y su objeto. De esta forma, la metafísica se vuelve la ciencia reverencial que estudia lo que es en tanto que es, que descubre las verdades que se imponen a los hombres por la fuerza de la necesidad. La identificación entre verdad y significado es muy antigua, porque el saber se adquiere en la búsqueda de la verdad cuya forma más elevada es la intuición. La investigación parte de los datos sensoriales, y siempre que se intente buscar las causas de los efectos visibles, la meta radicará en hacer manifiesto lo que pueda estar oculto en meras apariencias.
El pensamiento, sin embargo, al contrario de las actividades cognitivas, necesita del lenguaje, no sólo para hacerse manifiesto, sino que para activarlo. Y el fin del pensamiento no puede ser nunca una intuición. Si el pensamiento intenta buscar, guiado por una comprensión errónea de sí mismo, una verdad de su misma actividad, necesariamente será inefable, porque nada expresado en palabras tendrá nunca la inmovilidad de un objeto de mera contemplación, por esto, es necesaria la intuición. En comparación con el objeto de contemplación, el significado es esquivo.
El gran problema es que en el pensar mismo, cuyo lenguaje depende de la metáfora que atraviesa la separación entre lo visible y lo invisible, no existe ninguna metáfora capaz de iluminar esta actividad especial del espíritu, en la que algo invisible en nuestro interior opera con los invisibles del mundo. Todas las metáforas de los sentidos tropiezan con dificultades porque éstos son esencialmente cognitivos, por lo que poseen un fin fuera de ellos mismos. No son un fin en sí mismos, son un instrumento para conocer y operar el mundo.
La única metáfora concebible para la vida del espíritu es la sensación de estar en vida. Sin el soplo de vida, el cuerpo humano es un cadáver, sin el pensar el espíritu humano está muerto. La actividad del pensar es la vida, porque si el pensar fuera un proceso cognitivo habría que seguir un movimiento rectilíneo del objeto hasta su cognición. Aristóteles por el contrario habla de un motivito circular y perpetuo, que nunca llega a un resultado final. Este movimiento circular, junto con la metáfora de la vida, evoca una búsqueda de significado que para el hombre acompaña su vida y acaba solo con la muerte.

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