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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
FACULTAD DE PSICOLOGÍA 
 
 
LOS CENTROS COMERCIALES COMO REFERENTES DE 
CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDAD EN JÓVENES 
 
 
 
TESIS 
 
 
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE 
LICENCIADO EN PSICOLOGÍA 
 
PRESENTA: 
 
ARTURO IGNACIO MEJÍA VÁZQUEZ 
 
 
 DIRECTORA: DRA. MARÍA EMILY REYKO ITO SUGIYAMA 
 REVISORA: LIC. BLANCA ESTELA REGUERO REZA 
 
JURADO: LIC. ISAURA ELENA LÓPEZ SEGURA 
MTRO. CARLOS ARTURO ROJAS ROSALES 
DR. PABLO FERNANDO FERNANDEZ CHRISTLIEB 
 
PROYECTO CONACYT 90189 
 
 
MEXICO, D.F. 2009 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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A mi mamá 
Sin tu apoyo, sencillamente, son sería quien soy. Infinitas gracias para ti. 
 
A mi Universidad y mis maestros 
En sus esfuerzos construí lo que hoy me define tanto personal como profesionalmente. 
 
A mis amigos 
Acompañantes de mis desvelos y pericias. Son el sabor de mi cotidianeidad. 
Centros comerciales e identidad 
2 
 
ÍNDICE 
 
 Introducción………………………………………………………………………………………………………... 2 
 
1. El entorno urbano…………………………………………………………………………………………….. 6 
1.1 El espacio y sus funciones………………………………………..………………………………. 6 
1.2 El espacio público y privado……………………………………………………………………… 7 
1.3 La vida urbana como estilo de vida…………………………………………………………… 8 
1.4 Lo colectivo en lo urbano…………………………………………………………………………. 9 
1.5 La memoria colectiva referida al espacio físico…………………………………………. 11 
 
2. Los centros comerciales……………………………………………………………………………………. 14 
2.1 Aproximaciones conceptuales………………………………………………………………….. 14 
2.2 Centros comerciales: nuevas centralidades urbanas………………………………… 15 
2.3 El centro comercial como objeto cultural…………………………………………………. 16 
2.4 Prácticas culturales de apropiación simbólica…………………………………………… 18 
2.5 Hiperrealidad……………………………………………………………………………………………. 19 
2.6 La sociedad consumista……………………………………………………………………………. 21 
 
3. La cuestión identitaria en los jóvenes……………………………………………………………….. 24 
3.1 El concepto de juventud referido a la condición social……………………………… 24 
3.2 Jóvenes urbanos: un mosaico de formas de ser……………………………………….. 25 
3.3 La cuestión identitaria en los jóvenes………………………………………………………. 26 
3.4 El problema de la identidad…..…………………………………………………………………. 28 
 
4. Método…………………………………………………………………………………………………………….. 32 
4.1 Objetivo general….………………………………………………………………………………….. 32 
4.2 Objetivos específicos………………………………………………………………………………… 32 
4.3 Tipo de estudio………..………………………………………………………………………………. 32 
4.4 Participantes….………………………………………………………………………………………… 33 
4.5 Tipo de muestreo…………………………………………………………………………………….. 34 
4.6 Instrumento……………………………………………………………………………………………… 34 
4.7 Procedimiento.………………………….…………………………………………………………….. 34 
4.8 Aspectos técnicos y éticos…………………………………………………........................ 34 
4.9 Análisis de resultados………………………………………………………………………………. 35 
4.10 Interpretación…………………………………………………………………………………………. 35 
 
5. Resultados e interpretación………………………………………………………………………………. 37 
 
6. Discusión.…………………….…………………………………………………………………………………… 56 
6.1 Conclusiones………………………………………………………………………………………….. 62 
 
Bibliografía……………………………………………………………………………………………………....... 63 
 
Apéndice. Guía de entrevista………………………………………………………………………………… 66 
 
Centros comerciales e identidad 
2 
 
Introducción 
 
La globalización es un fenómeno que tiene múltiples aristas, pues su abordaje implica la 
consideración de un amplio conjunto de factores en que incide ésta. Hay por lo tanto perspectivas 
que lo comprenden desde lo político, lo económico, lo cultural y también desde lo social. Se 
reconocen en su concepción diversos protagonistas, como los medios y el mercado, que definen la 
variedad de formas en que se traduce su influencia en la sociedad. Existe así, un sistema 
conformado por estructuras políticas y económicas que favorecen y enfatizan la reproducción de 
ideologías que influyen en la formación social de las personas. 
 
Adheridos sobre procesos globalizadores, el tiempo y el espacio han cambiado su manera de ser 
entendidos y asimilados por las personas en lo cotidiano. Las prácticas y las formas de comunicarse 
con los demás, se han diversificado a la par de los modos de entender una actualidad que gira tras 
modelos como el acceso a la información, el libre tránsito y el consumo. En esta óptica, el entorno 
se ve influido por la práctica de quienes ejercen y configuran el espacio social con el uso y desuso 
de territorios que reflejan lo que sienten, buscan e imaginan de la ciudad que pretenden. 
 
En la actualidad, se percibe un boom de estructuras comerciales que proyectan un nuevo 
panorama del entorno urbano de las ciudades. Reconfiguran espacios y modifican 
comportamientos de aquellos que buscan dentro de sus pasillos, el acceso a nuevas formas de 
pertenecer a un escenario más vigente, pero a la vez más efímero. Los centros comerciales se 
asoman como reflejo de una realidad urbana distante de las propuestas tradicionales de 
recreación, llegando a ser para sus asistentes, un escenario atractivo para satisfacer expectativas 
de relación y aplicación de prácticas culturales que al final, sirven como marco referencial para 
definirse a sí mismo y a los demás. Es decir, afirmar la identidad. 
 
Sin importar la perspectiva teórica, abordar el tema de la identidad es una tarea que involucra un 
extenso trabajo de revisión a lo largo de la historia sobre el tema. La cuestión identitaria promueve 
entender las diversas aproximaciones teóricas que se han citado a la reflexión sobre cómo 
explicamos nuestra individualidad. Dichos enfoques, desde su perspectiva reconocen factores 
sociales y culturales que permiten identificar recursos y procesos que plantean la forma en que el 
sujeto social se define a sí mismo. 
 
Desde la perspectiva psicosocial, Erikson (1968) establece que identidad sólo se posee una; la 
considera un sentimiento de mismidad personal y continuidad histórica que puede ser 
experimentado por cualquier ser humano. De esta sensación emerge una búsqueda de 
construcción mental que se define por contraste con la otra persona o grupo. La identidad 
entonces, se conforma en la integración e interacción de dos niveles, la identidad personal y la 
identidad cultural, donde los factores psicosociales y la reflexión individual definen la misma. 
 
Henri Tajfel (1974/1984) por su parte, plantea la identidad en términos de un autoconcepto 
referido a la pertenencia de grupos sociales, configurando a partir de ellos un significado 
emocional y valorativo resultado de la interacción. El individuo se define a sí mismo y a los demás 
Centros comerciales e identidad 
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en relación con las posiciones que Tajfel denomina categorías sociales y que tienen relación con un 
sentido de pertenencia. Dicha categorización sistematiza y ordena el ambiente social, orientando la 
acción y la actualización de valores. Así, a través del grupo el individuo tratará de buscar la 
diferenciación o la conservación si estos refuerzan aspectos positivos de su identidad social que 
derivan en satisfacción personal. 
 
Encontramos, entonces, que la identidad se reconoce como la integración de múltiples 
interacciones y procesos que dan forma al individuo, es común encontrar en lasaproximaciones 
teóricas, valoraciones que difirieren en el grado de importancia que le confieren a los procesos 
individuales como de aquellas que ponen acento en lo grupal. Indistinto de lo que cada 
aproximación enfatice, lo permanente en la cuestión identitaria es que la identidad se adscribe a 
una situación relacional por definición, donde tienen lugar las prácticas comunicativas que definen 
a ésta. Son múltiples las propuestas actuales que definen el sentido de la identidad como una 
unidad que se debe de abordar y situar desde marcos sociales e históricos para su comprensión, 
propuestas que retoman la posición reflexiva del sujeto, que a través del discurso, definen un 
mundo simbólico de lo que se asigna, se reconoce o se distancia de sí mismo. 
 
Encontramos también la visión ego-ecológica de Louis-Guérin y Zavalloni (1987), quienes abordan 
al individuo social como un intérprete de significados del entramado social que acopla para su 
individualidad. Por consiguiente, se enfatiza el argumento discursivo como evidencia de una 
reproducción del orden social donde se recrea un sistema de representaciones que remiten a un 
espacio imaginario y simbólico de sí mismo y del mundo. En esta línea, rescatando esta labor 
reflexiva del individuo, se encuentra la propuesta de Dubar (2000) que sitúa modos de 
identificación los cuales dependen tanto de variaciones de la historia colectiva de las sociedades 
como de la vida personal del individuo; donde además, se aplican formas de identificación que 
distinguen dos sentidos en los que se puede definir una persona, y que por lo tanto hacen alusión a 
la identidad: por una parte, la identidad atribuida por los otros, llamada “identidad para los otros”, 
como de una segunda reivindicada por uno mismo llamada “identidad para sí”. 
 
Dubar (2000) plantea en su propuesta de análisis a la identidad como un sistema de relaciones 
subjetivas en las que la identificación establece la directriz en la que el individuo entabla una serie 
de prácticas comunicativas con los demás, recreando formas para sí mismo de reconocerse como 
individuo y que establecen márgenes de relación que definen lo que se es y lo que no. Se retoma la 
entrevista y los planteamientos interpretativos como un acercamiento al reconocimiento de 
identidades que no caben en distinción de lo social y lo individual, sino como una sola pues ésta se 
construye en el trabajo cotidiano de relaciones donde existen intercambios que modifican tanto lo 
interno como lo externo. 
 
Desde la perspectiva de Dubar (2000), existe un movimiento histórico de tránsito de un modo de 
identificación a otro que a la par de procesos colectivos e individuales, modifican las formas 
identitarias con que los individuos se reconocen. Así, las modalidades de identificación para las 
sociedades capitalistas como la nuestra, reciben el nombre de “formas societarias” donde los 
individuos se adhirieren por periodos limitados a colectivos variables y efímeros en razón de los 
recursos de identificación que encuentran para sí mismos. De esta manera, el sujeto societario 
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posee múltiples pertenencias a lo largo de su vida que suponen así, una creencia en la identidad 
personal que condiciona la identificación con grupos a través de las elecciones individuales. Los 
grupos con los que puede entablar sus identificaciones pueden ser políticos, religiosos, etcétera. 
Explicar y contarse para sí mismo ¿qué es la identidad? es la demanda cotidiana, pues construir, imaginar 
y justificar nuestra individualidad, menciona Dubar, es cumplir imperativos de nuestra “segunda 
modernidad” donde lo importante es proyectarse, explicarse y conseguir éxito siendo competente. 
 
En esta exigencia, donde la incertidumbre y las relaciones son reguladas en mayor medida por los 
medios, la mayoría de nuestras sensaciones, emociones, deseos, decisiones y experiencias que son 
construidas, se han vuelto mediatizadas (Martín, 2008). Detrás del constante bombardeo 
massmediático, se trasminan intereses que buscan en la satisfacción cotidiana de necesidades de 
los consumidores algo más que cumplir con la demanda material; dotar de una parafernalia que 
reproduce e impone estilos de vida, y que más allá de cumplir con la exigencia de los 
consumidores, modelan sentidos y apreciaciones en las que se legitima el éxito, la felicidad, la 
dignidad, el reconocimiento, así como la manera de ser hombre, mujer, padre, madre, niño, 
adolescente, y por supuesto joven. 
 
La presente investigación ahonda en el proceso sobre cómo los jóvenes formulan su identidad a 
partir de la aproximación que generan hacia el interior de los centros comerciales, ya que éstos 
como elementos configuradores del espacio físico y social de las ciudades, aportan elementos y 
recursos que definen entre otros más, la manera en que los jóvenes recrean posiciones de cómo se 
perciben a sí mismos y a los demás. En este tenor, la búsqueda de espacios que se ofertan como 
una propuesta entre otras que ofrece la ciudad, posibilita el acercamiento para estudiar porque 
existen espacios que pierden actualidad o vigencia ante la demanda de ciertos sectores tanto 
sociales como etarios. De lo anterior, deriva la posibilidad de indagar a través de un estudio con 
jóvenes que acuden a los centros comerciales, si existe por parte de ellos un reconocimiento de 
espacio común de práctica grupal, así como distinguir a partir de sus argumentos, la manera en 
que los jóvenes realizan procesos de apropiación simbólica. Ello, con el propósito de encontrar 
elementos que permitan establecer si los centros comerciales constituyen referentes identitarios 
de los jóvenes. 
 
Nuestro estudio versó sobre las entrevistas realizadas a ocho jóvenes de la Ciudad de México. Las 
entrevistas fueron a profundidad y siguieron una guía de preguntas que contemplaba aspectos de 
exploración de hábitos grupales e individuales, motivos particulares para acudir al centro 
comercial, expectativas, razones e intereses relacionados con ello, frecuencia con la que acudían, 
así como las emociones que vinculaban a esa práctica. A partir de los argumentos que se 
desprendieron de éstas, se categorizó la información con el propósito de obtener, por cada 
participante una aproximación individual que en conjunto con los testimonios de los demás 
entrevistados, conformase una aproximación general. 
 
La revisión teórica que acompañó nuestro trabajo se agrupó en tres ejes que sirven de marco para 
la explicación y la comprensión de los resultados. En el primer capítulo, se hace una revisión de 
cómo el espacio sirve de escenario de la vida social definido en el marco de quienes lo recrean y lo 
construyen a través de la práctica social cotidiana. Exploramos la vida urbana como estilo vida y sus 
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implicaciones sociales para la vida del individuo remarcada en lo colectivo. Seguido de ello, el 
capítulo dos profundiza en la dinámica que vienen a proponer los centros comerciales como los 
“nuevos” espacios de reunión y esparcimiento de la ciudad, así también su concepción y 
planeación como espacios de hiperrealidad que fluyen entre la realidad y la ficción (López, 1999). 
Se reconocen las prácticas culturales de apropiación simbólica que se generan hacia el interior de 
ellos cuando el consumo se genera en dos sentidos, tanto material como ideológico. Finalmente, el 
capítulo tres establece una síntesis de la cuestión identitaria de los jóvenes fundamentado en las 
prácticas comunicativas que establecen y que sirven como referente para la conformación de 
identidades. En este contexto, se resaltan los procesos de identificación que designan los jóvenes 
en lo cotidiano para la construcción de conceptos de sí mismo y de los demás. 
 
Reflexionar sobre la forma en que los jóvenes asimilan formas de comunicarse con los demás a 
partir del uso del espacio social como lo centros comerciales, conllevaría ubicar modelos, 
creencias, valores yformas socializantes que expliquen las formas identitarias que los jóvenes 
construyen, valoran y apropian para sí mismos. Situando así, un imaginario que se fundamenta en 
una valoración simbólica. Se destaca de esta manera, el ejercicio argumentativo de los jóvenes 
como portadores de una conciencia reflexiva de su medio, de la crítica o la justificación de su 
entorno por ellos mismos. En este trabajo no se pretende recrear un perfil de los jóvenes que 
acuden a los centros comerciales, sino buscar en el diálogo con ellos actores del espacio social, que 
permita reconocer una mayor diversidad de ser joven que aquellos que los medios ofertan como 
legitimas; formas que hablan de la apreciación de la vida y de la mediación que realizan los jóvenes 
para explicarse a sí mismos. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Centros comerciales e identidad 
6 
 
1. El entorno urbano 
 
La cuestión urbana es un fenómeno reciente en la historia del hombre, su concepto y desarrollo 
están ligados al surgimiento de las ciudades industriales a principios del siglo pasado (Quiroz, 
2003). El legado de estas transformaciones se refleja en cómo los habitantes de ellas han adaptado 
su ejercicio cotidiano a los cambios cada vez más rápidos de sus espacios y la manera en que se 
relacionan (Fernández, 2004). 
 
Un espacio tan diverso como una ciudad en la actualidad, requiere de una mirada exhaustiva de las 
dimensiones en que se regulan las relaciones de quienes las habitan, ya que los lugares se definen 
por su práctica y su valoración cotidiana. En este sentido, Ramírez (2006) ejemplifica que la ciudad 
es un lugar de incesante producción simbólica que es interpretado de manera rutinaria por quienes 
la habitan; es entonces cuando la mirada interdisciplinaria converge en el objetivo de entender 
más nuestro entorno habitual. La aproximación psicológica no exenta su participación, y se 
muestra como intérprete de las relaciones que guardan el espacio social y sus participantes. 
 
 
1.1 El espacio y sus funciones 
 
El espacio como escenario de vida, es en sí, la concepción misma de los actores que lo recrean y lo 
construyen. Es la dimensión específica donde los seres vivos exploran una realidad determinada 
que invita a una constante conjugación de sus elementos. Para Harvey (1977), los fenómenos 
urbanos y la sociedad en general no se explican si no se define al espacio como una relación entre 
objetos, donde la práctica social cotidiana establece una concepción del mismo; así, los actores que 
juegan y recrean el espacio, lo definen en su práctica. 
 
Definir el espacio no es tarea sencilla, porque según Cassirer (citado en Harvey, 1977), establecer el 
espacio nos conlleva a entender cómo lo asimilamos, encontrando en ello tipos que distinguen la 
experiencia espacial en tres categorías: el espacio orgánico, el espacio perceptual y el espacio 
simbólico. 
 
El espacio orgánico se refiere a la experiencia espacial que tiene un ser vivo con el medio exterior, 
determinado por sus características biológicas y apreciables en fenómenos de orientación espacial 
instintiva y de migración. Por otra parte, el espacio perceptual confiere la síntesis de los estímulos 
exteriores (táctil, óptica, acústica y cinestésica) que promueven una orientación del sujeto con el 
medio que interactúa. Y por último, el espacio simbólico que no se experimenta directamente, sino 
a través de la interpretación de representaciones simbólicas que establece el sujeto a través de la 
experiencia. Por lo anterior, podemos entender que el espacio es diverso según sea percibido por 
el hombre, y por consiguiente, es importante para el psicólogo comprender los mecanismos que 
regulan la formulación de significaciones respecto de éste. Es decir, conforme se experimenta el 
espacio se recrea un significado propio acerca del mismo, porque se establece un reconocimiento y 
una identificación que promueve continuidad y estabilidad de su realidad, representando una 
imagen vívida capaz de adquirir una carga significativa que insta a la diferenciación de otros, 
Centros comerciales e identidad 
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promoviendo significados propios y conexiones; podemos hablar entonces ya no de espacios sino 
de lugares (Lynch, 2001). 
 
En este marco, como define Harvey (1977), se puede hablar de una conciencia espacial que 
permite al individuo apreciar su relación con el lugar y cómo éste incide en su historia personal, 
que consiste en reconocer lo propio de lo ajeno; estableciendo así, una diferencia entre lo de 
adentro y lo de afuera; lo cercano y lo lejano; parámetros físicos que a su vez, definen el marco 
social de las interacciones. 
 
 
1.2 El espacio público y el privado 
 
El espacio público es una dimensión socio-cultural. Es un lugar de relación e identificación, de 
contacto entre las personas, de animación urbana con expresión comunitaria. La dinámica propia 
de la ciudad y los comportamientos de sus habitantes pueden definir espacios públicos que 
jurídicamente no lo son, o que no estaban previstos como tales. De aquí que, lo que defina 
básicamente al espacio público es el uso y no su estatuto jurídico (Borja, 1998). 
 
Fernández (2004) explica que el espacio público ejerce una construcción del pensamiento, 
delimitando en la práctica cotidiana los lugares del entorno urbano que son fácilmente 
reconocibles, como las calles y las plazas, denotando de esta manera imágenes de “lo de afuera”. 
Podemos inferir por lo tanto que estas construcciones de lo público definen por oposición lo 
privado dentro de una colectividad específica, que ante todo se desempeña en lo simbólico. 
 
Bien podemos hablar de un espacio social referido a las prácticas de las personas, y así conformar 
una idea de cómo lo ejercen para hacerlo parte o no de ellos mismos; se establece así, que la 
práctica social del espacio es inherente a él; reflejando en las estructuras urbanas la 
materialización de las relaciones entre el espacio y sus practicantes. López (2006) confirma lo 
anterior cuando afirma que “las relaciones entre el espacio social construido y las fantasías 
ciudadanas quedan plasmadas en los edificios, en los espacios habitacionales, en las calles 
encerradas, en los letreros” (p. 162) por mencionar algunas. 
 
Al respecto, Ramírez (1995) explica que las relaciones socio-culturales definen el espacio social de 
la ciudad y configuran una dinámica explicativa de cómo se transforma el entorno urbano en 
relación con las prácticas que se realizan él. Propone entender la ciudad como “una comprensión 
de flujos culturales, donde se organiza social y espacialmente la diversidad cultural en 
circunstancias y contextos específicos, donde fluyen hacia adentro y hacia fuera múltiples 
significados” (p. 46). 
 
Así, los espacios se organizan y el espacio público supone un dominio público, un uso social 
colectivo y multifuncionalidad caracterizado físicamente por su accesibilidad. Borja (1998) agrega 
en este supuesto, que el espacio público se puede evaluar por la intensidad y la calidad de las 
relaciones sociales que se reflejan en su capacidad de estimular la identificación simbólica, la 
expresión y la integración. Un espacio será más diverso y rico mientras haya suficientes elementos 
Centros comerciales e identidad 
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que reflejen que hay una interacción y un entendimiento común para hacerlo propio a las 
necesidades que tengan sus practicantes. 
 
En la actualidad, el espacio público se ha tomado como un indicador de calidad de vida de los 
habitantes, de acuerdo con la manera en que se establecen condiciones para el desarrollo donde 
las políticas públicas inciden en beneficio de la colectividad y no a favor de una política 
encaminada a la sectorización. No obstante, revisando esto en el ámbito urbano, la percepción del 
espacio público, particularmente en las grandes ciudades, se percibe de manera negativa, 
vinculado en gran parte al modo de vida y a los eventos que suceden en ella, como la inseguridad 
y la marginación(Ramírez, 2003). 
 
1.3 La vida urbana como estilo de vida 
 
Más allá de los estereotipos, la figura de las ciudades en nuestra actualidad es una realidad 
cotidiana para un mayor número de personas, de ahí que cuando se habla de vivir en una ciudad, 
se asimile una idea común de lo que ello implica. Sin embargo, se considera que las sociedades son 
diversas en la manifestación de sus problemáticas, por lo que ninguna ciudad es igual. Wirth (1968) 
ahonda en estos razonamientos y encuentra que vivir en una ciudad conlleva estar implicado en 
una serie de características distintivas de un modo de vida, capaces de moldear y determinar la 
vida social en su forma específicamente urbana. 
 
En esencia, la vida de la ciudad parece tan complica y moldeada por tantos factores que se ha 
perdido control de cómo asimilarla y entenderla. Richard Sennett (1975) plantea la dinámica 
urbana como una diversidad de experiencias complejas, que toman una particular configuración en 
el modo en que se desarrollan las relaciones sociales dentro de ella. Pensemos en el individualismo 
o el gregarismo como muestras de ello. 
 
Con lo anterior, se comprende que la ciudad es un complicado escenario donde las prácticas 
cotidianas establecen diversos papeles a cada uno de sus habitantes, un extenso abanico de 
posibles modos de ver la vida que configuran experiencias particulares. Wirth y Sennett coinciden 
en ello: la apreciación urbana como una experiencia compleja, diversa y colectiva, ya que todos los 
que la ejercen están enlazados. 
 
Sin embargo, el mosaico social de las ciudades, diría Soja (2004), se encuentra reestructurado; 
caracterizado por la metropolaridad; que es la disposición de desigualdades sociales que generan 
una polarización de los actores de lo urbano. En ello se debaten los modos de vida de las ciudades 
globales de hoy, que en mayor o menor grado, se adaptan siguiendo pautas de desarrollo 
semejantes. 
 
Para muchos en esta colectividad, el modelo de vida en ciudad se vincula con una pérdida de la 
subjetividad ahogada por el anonimato colectivo, los habitantes no asimilan un papel o rol único y 
propio dentro de la multitud con la que “conviven” diariamente (Castells, 1991). Esta realidad es 
cada vez más frecuente, debido a las características de las megalópolis que confrontan lo individual 
con una masiva colectividad. Entrar al metro, ir al banco o acceder a servicios hospitalarios, por 
Centros comerciales e identidad 
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mencionar algunos, exigen el convencimiento por parte del sujeto, de entenderse como uno entre 
muchos -millones- más. 
 
En esta dinámica, Romero (2001) define al estilo de vida del individuo urbano como una aceptación 
continua del cambio y un alejamiento del tradicionalismo que se basa en expectativas de ascenso 
social. Existe una aparente propuesta de “vivir sin barreras”, a la que ciudades latinoamericanas se 
adhieren siguiendo el modelo de vida estadounidense, donde la libertad y el continuo consumo de 
productos culturales son los focos centrales de atención. 
 
Para ilustrar esto, cuando se recapacita sobre las ventajas de la “gran ciudad”, se consideran 
inherentes al modelo citadino el acceso y uso de servicios, que al final engloban una perspectiva de 
cambio y movimiento continuo. Aparentemente, en las ciudades no hay tiempo para detenerse; el 
transporte por ejemplo, exige por parte del usuario la continua marcha, la rápida decisión, la 
pronta solución. 
 
Las ciudades son así, un cúmulo de ideas antagónicas. Por una parte, se perfilan como el modelo 
urbano ideal para el hombre moderno, procurando libertad e igualdad; alejado de dogmas y la 
tradición costumbrista; sirviendo como escenario de revoluciones, propuestas culturales y 
tecnológicas. Por otra parte, se manifiestan distantes de la solidaridad y del control, al estar 
marcadas por la marginación y la pobreza, el deterioro ambiental que afecta a sus habitantes y la 
inseguridad que se vuelve cotidiana. 
 
1.4 Lo colectivo en lo urbano 
 
Durkheim (citado en Méndez, 2006) estableció la ciudad como un hecho social expresado en lo 
externo y de manera visible. De esta manera, la ciudad se manifiesta por indicadores de 
concentración, dispersión y volumen. Así, la concentración espacial de la población se liga a la 
exaltación colectiva, donde los sentimientos colectivos superan el nivel individual. De alguna 
manera, la ciudad demanda que el sujeto común comprenda lo colectivo como una práctica 
cotidiana para “sobrellevar” la lucha subjetiva por hacerse un lugar dentro de la sociedad urbana. 
 
Más aún, cuando Durkheim insiste en que la concentración de la sociedad y la densidad física son 
portadoras de una carga moral e integración, las ciudades adquieren el papel de núcleos de 
innovación y heterogeneidad social. De esta manera, la ciudad se muestra como reflejo de los 
cambios de la sociedad, pero también se distinguen formas elementales de la vida urbana donde se 
privilegia el valor del individualismo (Méndez, 2006). 
 
La agresión, la indiferencia y el egoísmo dibujan un panorama desolador; sin embargo, constituyen 
las soluciones para el sujeto urbano que comúnmente afronta eventos donde el exterior se percibe 
como amenazador o poco certero. Las grandes distancias, la inseguridad y violencia socializada no 
mejoran la situación, pues las personas literalmente velan por su bien, y aceptan como estilo de 
vida normal el de una sociedad de riesgo. En ello, no cabe la preocupación, la empatía o el 
momento de reflexión, pues se persigue el bien propio. 
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Todo esto, el fenómeno de la cuestión urbana precisa de una visión amplia sobre lo colectivo. El 
método sociológico de Durkheim aproxima la manera para comprender el hecho social 
centrándose en la observación histórica y etnográfica. Con esta aproximación, se recurre a la 
clasificación de los elementos del hecho social partiendo de lo complejo hasta llegar a lo simple-
elemental, permitiendo reconocer el desenvolvimiento de la sociedad en diferentes estadíos: la 
socialización del individuo a la colectividad y a su vez, la socialización del individuo a la colectividad 
manteniendo su individualidad (Méndez, 2006). 
 
Por otra parte, la colectividad en contextos urbanos se concibe por los teóricos como un problema 
de la vida moderna, ya que el individuo afronta el problema de conservar su autonomía y 
peculiaridad frente a una sociedad donde las relaciones personales son reguladas por factores 
económicos. No obstante, el individuo actúa en resistencia a ser nivelado y consumado en el 
mecanismo técnico-social, como agrega Simmel (1903/1998). 
 
¿Qué relación guarda hoy el hombre moderno con su exterior inmediato? Simmel (1903/1998) 
ahonda en esta reflexión y resuelve que el individuo urbano está caracterizado por lo que él llama 
un “acrecentamiento” de la “vida nerviosa”. Es decir, un rápido e ininterrumpido intercambio de 
impresiones internas y externas con él mismo. Cuando estos estímulos sobrepasan la capacidad 
analítica del individuo, se produce un fenómeno de desarraigo que vincula una posición distante 
de los demás, fomentando relaciones instrumentales. 
 
De esta forma, cuando se analiza la manera en que se relacionan las personas dentro del entorno 
urbano, también se proyectan las formas en que se asimila el espacio por los usuarios. Pensemos 
en la vida cotidiana, un ascenso o descenso del transporte público requiere un mínimo de relación 
con el operador, los espacios y las relaciones se vuelven intercambios muy dirigidos a completar 
ciertos objetivos. De igual manera, podríamos indagar si las personas conocen a sus vecinos o a sus 
compañeros de clase y encontraríamos un trato superficial y distante en la mayoría de esas 
relaciones. 
 
En otro orden, de acuerdo con Fernández (1994), el espacio representa la materialización de los 
pensamientos y los sentimientos colectivos de una sociedad. Así, “un lugar es ubicación, 
pertenecia e identidad”(p. 59). Es decir, los lugares expresan la materialización de lo que se busca 
proyectar, entonces no es lo mismo un restaurante en una colonia popular, que otro ubicado en 
las cercanías de una zona financiera; cada uno busca ejemplificar un modelo de cómo las personas 
se sienten cómodas y pertenecientes a lo que establece su entorno. 
 
Resulta también que la interculturalidad define los espacios sin ser perceptibles del todo. García 
Canclini (2004) define interculturalidad cuando los grupos entran en relaciones e intercambios que 
fomentan entrelazamiento de culturas; en ello, la globalización tecnológica interconecta 
simultáneamente casi todo el planeta y crea nuevas diferencias y desigualdades. Así, se establece 
una nueva configuración espacio-temporal, donde lo local se encuentra estructurado por 
influencias sociales distantes en un continuo debate entre lo propio y lo global (Giddens citado en 
Aguilar, 2001). 
 
Centros comerciales e identidad 
11 
 
En este contexto, distinguir las valoraciones de la ciudad conlleva comprender la estructuración de 
la vida social para ubicar las experiencias de habitar y ejercer los lugares (Aguilar, 2001). Distinguir 
lo propio de lo ajeno plantea identificar divisiones cada vez más sutiles, reconociendo lo global 
cuando el proceso de interculturalidad ha sido paulatino y aparentemente discreto. 
 
Si al final, lo que diferencia a los espacios es la experiencia subjetiva de cómo se construyen éstos, 
lo importante es partir de las valoraciones de lo urbano, distinguiendo narrativas argumentativas 
que definen ya no tanto los límites físicos del espacio, sino el establecimiento del territorio a partir 
de la construcción social, como menciona Aguilar (2001). De aquí, “que lo que define al lugar no 
sea la presencia de límites precisos sino las actividades que en él se realizan” (p. 21). 
 
A estas argumentaciones de cómo la ciudad pasa a ser efecto de los ciudadanos, Silva (2006) las 
reconoce como imaginarios sociales. En ellos se dimensionan aspectos identitarios y culturales que 
llevados al estudio urbano distinguen la “conformación de la ciudad imaginada que pretendemos” 
(p. 44). Se trata de pensar la ciudad desde un ángulo diferente, en vez de la ciudad física de los 
arquitectos, se mira hacia los habitantes, hacia sus sentimientos y sus culturas. 
 
Con estas acciones se promueve una desmaterialización de la ciudad, se “adquiere un significado 
urbano en el sentido cultural: los modos como los ciudadanos hacen un mundo urbano, lo 
comparten y lo imaginan viviéndolo” (Silva, 2006:61). Lo interesante es que esta imaginación 
constructiva no queda reducida a la fantasía, “sino que adquiere la capacidad de actuar con modos 
sociales cognitivos que definen percepciones colectivas de ciertos grupos” (p. 66). Así, se fomentan 
modos ser en el plano local, regional o incluso global, según Silva. 
 
El lenguaje sirve entonces como medio de nominación de un sistema de relaciones y significados; 
que refiere a cómo el territorio puede tener especificidad social capaz de estructurar sentidos y 
relaciones sociales (Aguilar, 2001). El lenguaje tan expresivo y sencillo a la vez, sirve como 
expresión de conexión con los demás, de discusión de ideas, de diferencias, de coincidencias y 
debates que definen la cuestión a significarse. 
 
 
1.5 La memoria colectiva referida al espacio físico 
 
Podemos entender las formas narrativas como evidencias de una construcción colectiva de 
percibir el espacio físico. Una construcción colectiva hace alusión a un modo de vida y subjetividad 
social, a los idearios, fundamentos y argumentos de un grupo determinado para interpretar una 
realidad. En la vida cotidiana, los habitantes de las ciudades concretan un imaginario sobre el 
modo de vida que practican (Hiernaux & Lindon, 2002). No pueden ser iguales las perspectivas de 
habitantes de distintas ciudades acerca de un mismo evento, por ejemplo la manera de entender 
las congestionamientos de tránsito, las manifestaciones sociales o la festividad pública de un 
evento. 
 
Cuando un lugar es abordado desde una valoración, es posible encontrar entre sus múltiples 
dimensiones, la referida a la identidad. El tema de la identidad adquiere dos perspectivas; la 
Centros comerciales e identidad 
12 
 
primera, en relación con elementos reconocidos de carácter físico, como diseño, dimensiones, 
apariencia, entre otros; y segundo, por los sentidos en los que los habitantes se reconocen con él 
(Hiernaux & Lindon, 2002). Por ejemplo, cuando pensamos en cómo es que los mexicanos 
podemos tener una valoración y cercanía afectiva por el Ángel de la Independencia, a pesar de ser 
un monumento que simboliza la materialización de un hecho histórico (el Centenario de la 
Independencia de México), no será igual el grado de pertenencia y filiación que tenga un 
capitalino a la que pueda presentar un habitante de Mérida o de Chihuahua. La diversidad de 
valoraciones se explica en su reconocimiento y la experiencia que haya vivido en su transcurso 
vivencial. 
 
Respecto a esto, Halbwachs (1950/2004) ubica al espacio como el medio inmediato de contacto 
con los demás, donde es fácil ubicar objetos familiares que fomentan el apego dentro de un 
proceso de apreciaciones, comparaciones y percepciones que generan modos de identificación con 
el entorno construido. Es menester entender que el espacio funge como facilitador de imágenes 
habituales que procuran puntos de apoyo, donde es fácil ubicar una percepción estable de las 
relaciones sociales. 
 
En esta vertiente, cada grupo recurre a distintas estrategias para recrear y reproducir sus 
referentes identitarios. Uno de ellos es la recreación de la memoria colectiva, articulada a los 
imaginarios sociales y a las identificaciones históricamente construidas, conformando la manera en 
como se regula la reproducción cultural de nuestra sociedad (Portal, 2006). Todo se encuentra 
enlazado y vinculado con su entorno. 
 
Tomando como ejemplo nuevamente al Ángel de la Independencia, símbolo de la Ciudad de 
México, éste actualiza y refuerza su lazo conectivo con los demás cuando a su alrededor se 
congregan las personas como punto de reunión, de protesta, de recreación, de memoria histórica, 
de conexión con el pasado o explicación de referentes urbanísticos. En síntesis, los lugares son 
referencia de una memoria colectiva que materializa los recuerdos con el fin de depositar en ellos 
un bagaje colectivamente construido. 
 
Los referentes colectivos de un lugar se constituyen en el devenir histórico del mismo, y se 
confieren cuando una sociedad determinada establece vínculos afectivos, sociales y políticos a 
partir de los cuales se entrelaza un arraigo particular. No es tan sólo la creación de determinantes 
geográficos, sino una práctica cultural significativa que se registra en la memoria por medio de 
afectos y experiencias individuales (Portal, 2006). Por ejemplo, los parques, calles, o lugares que 
tienen el potencial significativo para referir experiencias concretas, ya sean recuerdos de la 
infancia o de la madurez, experiencias positivas o negativas. En sí, todas y cada una de esas 
experiencias se dan en lugares que sirven como escenario de realización y es en este marco, 
cuando las personas vinculan recuerdos o sucesos a los espacios que terminan sintiéndolos como 
propios porque han sido elegidos para evocar un fragmento de vida. 
 
Entonces, el espacio se establece como lugar practicado e históricamente definido donde es 
posible leer dinámicas sociales. Es en él donde se vuelve significativo evocar recuerdos referidos 
tanto a la experiencia individual como a la colectiva. La memoria colectiva no se entiende por sí 
Centros comerciales e identidad 
13 
 
sola, ya que su explicación se entrelaza en función de territorios y tiempos específicos que le 
proveen un sentido específico (Portal, 2006). 
 
En resumen, los lugares son la materialización de quienes lo practican, y son desarrolladosen dos 
sentidos. Primero, como escenario de la vida social, que no surge de la casualidad sino de la 
práctica de una sociedad dada, y que busca en la asignación de lugares la satisfacción de 
necesidades. Por otra parte, los lugares expresan en su conformación el imaginario de cómo se 
ejerce la vida cotidiana, de significados y vínculos que pueden referir una historia personal y 
comunitaria, puente de enlace con el pasado y el presente. Así, los lugares permanecen en la 
memoria, se construyen y reconstruyen simbólicamente, conservando su vigencia en el ejercicio 
de ellos. 
 
Los espacios, a lo largo de su historia, se transforman y encuentran en la actualidad una presencia 
destacada en el entorno urbano. En él, se escenifica el pulso cultural, social y económico del 
mundo, se concentra la formación de las prácticas masivas del espacio y da cuenta de cómo se 
transforma la sociedad moderna. Además, encontramos en el entrono urbano, con sorpresa, las 
mayores paradojas del modelo desarrollado de la civilización: marginación, individualización, 
riesgo e incertidumbre. 
 
Con ello, los espacios se han venido a resignificar, puesto que las prácticas cotidianas de antaño se 
han adaptado a nuevas maneras de ejercerse; la recreación, la convivencia y el esparcimiento se 
han visto motivados más por intereses mercantilistas que cubren la disposición de movimiento y 
cambio continuo. Sobre esto ahondaremos en el siguiente capítulo, revisando y analizando el 
papel que juegan los centros comerciales como espacios surgidos de la vida moderna en el 
entorno urbano. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Centros comerciales e identidad 
14 
 
2. Los centros comerciales 
 
Soberbios en su concepción, los centros comerciales se han erigido como los nuevos templos de 
culto en la época actual. Ya que, más allá de sus paredes que imitan fortalezas, se legitima su 
existencia por el intercambio que sujeta a sus asistentes al evangelio universal del consumo. 
Respecto a esta dinámica, el consumo no es sólo material, sino también simbólico, seduciendo de 
manera condicional a nuevas formas de pertenecer a un escenario más global. 
 
Configuradas sobre la actividad rutinaria de sus habitantes, los centros comerciales se 
establecieron como uno de los cambios de la trama urbana, cubriendo necesidades de servicios y 
bienes de consumo a sus asistentes y reconfigurando imaginarios sobre las formas de hacer la 
ciudad. Como menciona Medina (2008), “el mall1 no es el nuevo centro de la ciudad sino uno de los 
nuevos centros de la ciudad” (p. 45). 
 
En este marco, los centros comerciales se han agregado como una opción más para ejercer la 
ciudad en lo colectivo y en lo individual, impactando la manera en como se relacionan los 
asistentes, quienes los consideran a su vez, una manera cómoda y segura de ejercer la ciudad 
(Cornejo, 2007). Así, los centros comerciales pueden ser abarcados desde la perspectiva 
arquitectónica, la urbana, la geográfica cultural, la comunicativa, la antropológica, la filosófica y por 
supuesto, la psicológica. Su comprensión no se sitúa en un solo plano para su análisis; sin embargo, 
se planteará enseguida una aproximación que facilite su comprensión. 
 
 
2.1 Aproximaciones conceptuales 
 
Los centros comerciales surgen como resultado entre muchos otros, del avance tecnológico, 
industrial y comercial que configuran a la ciudad moderna (Oliveros, 2006). Inherentes a las 
ciudades de hoy y de ayer, el modelo de compra-venta no ha variado mucho; sin embargo, lo que 
va detrás de todo ello, sí. Una parafernalia aparentemente nueva sitúa a la experiencia de comprar, 
como una actividad que justifica una compleja industria donde los centros comerciales son el 
escenario actual de esta empresa. 
 
Para entender lo que es un centro comercial, ubiquemos el concepto de la arquitecta mexicana 
Mercedes Oliveros: “Un centro comercial es un espacio construido donde se concentran tiendas 
departamentales y locales comerciales y de entretenimiento en torno a una circulación, que busca 
recrear con tecnología moderna la vida de los antiguos centros urbanos” (2006:4). Agrega además, 
que sus características arquitectónicas delimitan consecuentemente lo de adentro y lo de afuera, 
todo bajo un medio controlado de seguridad e iluminación que procura uniformidad. 
 
El concepto anterior es ilustrativo en su intención, ya que no concreta los alcances del centro 
comercial más allá de sus límites arquitectónicos, esto es, que los centros comerciales configuran 
 
1
 En alusión a los Centros Comerciales, mall designa la palabra en inglés que se refiere a Centro Comercial o Plaza 
Comercial. 
Centros comerciales e identidad 
15 
 
espacios de consumo que “juegan” con el simbolismo de las mercancías, que lucran con ello y que 
además, se postulan como nuevos ámbitos de interacción socio-cultural con impulso a la cultura 
del consumo. En este tenor, los centros comerciales son formulados en función de la aproximación 
con que se estudian. 
 
Oliveros (2006) menciona que los centros comerciales se incorporan progresivamente a la 
cotidianeidad de los ciudadanos, pues concentran además de comercios, una amplia variedad de 
servicios, cuya presencia va de la mano con el crecimiento y congestionamiento de la ciudad. Así, 
los centros comerciales se hayan en la tradicional competencia por anunciarse como los mejores y 
más completos. Aun cuando todos son iguales en su exaltación a la cultura del consumo, se 
presenta una intrincada competencia entre ellos por ver cuál ofrece más beneficios y servicios al 
asistir. 
 
Para otros, como Tamayo y Wildner (2000) los centros comerciales representan uno más de lo que 
llaman “lugares de globalización”, que son íconos de modernidad y capitalismo global. Constituyen 
parte de las actividades urbanas que definen los nodos de servicios, mismos que distinguen las 
funciones estructurales y globales de una ciudad. Podríamos entender que los centros comerciales 
no son la clave central de estos nodos; sin embargo, se encuentran insertados en la dinámica 
definitoria de la ciudad. 
 
Análogo a esta dinámica, los centros comerciales no parecen ser suficientes para las ciudades, 
como menciona Farias Galindo (citado en Oliveros 2006) “el nuevo centro comercial se ha 
convertido en el estructurador de la ciudad, representando la dinámica del desarrollo moderno”. 
En la actualidad, pareciera que los centros comerciales son la representación materializada de la 
ciudad moderna hundida en el continuo movimiento; nunca son suficientes ni bastan los que se 
construirán. 
 
 
2.2 Centros comerciales: nuevas centralidades urbanas 
 
Las ciudades no son ajenas al cambio, por lo tanto la organización de la misma da lugar a una 
nueva valoración de sus espacios. Por ejemplo, anteriormente las ciudades giraban entorno a un 
centro que representaba los valores culturales de una sociedad, imponiendo una diversidad de 
imágenes que servían como referencia, y que muchas veces hacían alusión a las etapas históricas 
de un lugar (Cantú, 2000). 
 
Antaño existió una extensa tradición en el urbanismo que data desde el Renacimiento, de 
establecer la plaza pública enlazada con la vida urbana como un espacio planeado racionalmente. 
Se procuró así un orden ventajoso, que fuera conformado por una iglesia, un palacio soberano y un 
teatro (Lezama, 1993). En México, los diseños tradicionales de nuestras ciudades siguieron una 
línea similar, una plaza o alameda central, un palacio de gobierno y la catedral del lugar. 
 
En este modelo, la vida comercial también tenía su lugar, situando pequeñas tiendas donde se 
satisfacían las necesidades de la población local y, por lo tanto, el comercio minorista era clave del 
Centros comerciales e identidad 
16 
 
centro de las ciudades desde tiempos remotos (Couch, 1999 citado en Molinillo, 2002). Estos 
establecimientos ubicados en el centro histórico constituyeron la ofertacomercial de toda ciudad 
durante gran parte la historia urbana del hombre; además, fungían como núcleo de la vida social y 
económica de la urbe. El espacio central era entendido como un “centro de comercio” en el que se 
ubicaba toda clase de empresas (Molinillo, 2002). 
 
El centro refería la expresión social, cultural, política y económica de muchas de las ciudades 
actuales. Fue un acontecimiento social desde su inicio, como también sus agregados físico-
espaciales posteriores. Su expresión arquitectónica vinculaba los valores culturales y configuraban 
una imagen concreta de las etapas históricas de ese lugar, conformando el fenómeno urbano e 
imponiendo a la ciudad una diversidad de imágenes (Cantú, 2000). Sin embargo, la dinámica actual 
de las ciudades insertadas en un crecimiento y desarrollo tecnológico conforme a la economía 
global, configuran una nueva geografía de la centralidad, conformando lo que se llaman ciudades 
policéntricas (Sassen, citado en Wildner, 2005). 
 
Todo esto lleva a pensar que el espacio urbano se ha reorganizado. Nuestras sociedades han 
cambiado y los modelos de estar y hacer la ciudad han evolucionado, a la par del surgimiento de 
nuevos subcentros urbanos y multiplicación de centros comerciales, todo ello resultado del 
crecimiento urbano registrado a mediados del siglo XX y la marcada segregación de las ciudades 
latinoamericanas (Oliveros, 2006). Las plazas comerciales, lejos de desplazar los centros 
tradicionales de convivencia, se promueven como los espacios de actualidad para la obtención de 
productos y servicios en un mismo lugar. 
 
Estos procesos de urbanización han moldeado las ciudades, y con ello han dado una nueva 
configuración a los espacios que antes eran valorados como referentes de lo cotidiano. Se entendía 
ir al centro como una actividad especial, que enlazaba actividades de esparcimiento, recreación y 
obtención de productos. Sarlo (1998) define “ir al centro” como una manera de hacer la ciudad, la 
exploración de algo que siempre ofrecía el diálogo del entorno urbano con la historia del lugar 
mismo. La configuración de un texto urbano conformado por paisajes, sonidos, luces, edificios, 
monumentos y elementos diversos que proveían identidad urbana. 
 
Ahora, los centros comerciales se incorporan progresivamente a la cotidianeidad de los habitantes 
en las ciudades, formulándose como un elemento configurador del entorno, adquiriendo mayor 
importancia en la decisión de proyectos urbanos y políticas públicas, como en el caso de Centro 
Comercial Santa Fe, que funcionó como el primer detonante de desarrollo de la zona, a la vez que 
replanteó el papel que juegan los espacios de consumo y de esparcimiento en el marco de nuestra 
sociedad actual. 
 
 
2.3 El centro comercial como objeto cultural 
 
Investir al centro comercial de un carácter fútil y banal por la relación que guarda dentro de su 
estructura con el mercado de moda y mercadotecnia sería simplista. Su existencia se presenta al fin 
de cuentas, como una expresión de la sociedad. Desde aquí, Cornejo (2005) encuentra en la 
Centros comerciales e identidad 
17 
 
práctica del centro comercial una relación experimental y simbólica basada la interacción con los 
demás, que necesariamente implica procesos comunicativos. Con ello se establecen prácticas 
culturales de apropiación simbólica, generando un entramado de significados que pretenden 
ubicar al centro comercial como objeto cultural. 
 
Cornejo (2005) define un objeto cultural como una expresión socialmente significativa que es 
audible, visible, tangible y que puede articularse. Un objeto cultural cuenta una historia propia en 
términos de su significado colectivo. Uno puede identificar un objeto cultural cuando éste se hace 
del dominio público y se expresa a través del discurso que es reflejo precisamente, de relaciones 
comunicativas como construcción e intercambio de significados. 
 
Griswold, (citado en Cornejo, 2005) explica que los elementos que dotan de un significado cultural 
a algo son: 
 
 Objetos culturales. Significado compartido y representado en una expresión socialmente 
visible y capaz de ser articulada. 
 
 Creadores culturales. Personas que articulan y comunican una idea, que labran una forma o 
una propuesta cultural. 
 
 Receptores culturales. Personas que experimentan la cultura y los objetos culturales 
específicos de tal manera que los entienden y les otorgan un significado. Por lo anterior, se 
comprende a los receptores culturales como productores activos de significados. 
 
 Mundo social. Es el contexto en que la cultura es creada y experimentada, determinada por 
factores económicos, políticos, sociales y culturales. 
 
Se establece entonces, una dinámica de relaciones con el espacio, que fomenta un intercambio de 
significados, ya que los miembros de una sociedad interactúan con mensajes o textos que procuran 
una construcción de significados que se reflejan en la cotidianeidad. Es decir, que la actividad 
consumista no queda en el espacio destinado al comercio, sino que se recrea cuando sus beneficios 
se trasladan a lo social dentro de la rutina cotidiana. 
 
Los actores principales de estos procesos son las prácticas comunicativas y culturales que se 
producen en el interior del centro comercial. Ubican al consumidor como un actor participante, 
denominado receptor cultural, en procesos de asimilación, rechazo, negociación y recreación de 
aquellos mensajes y productos que el entorno del centro comercial sugiere. Desde esta 
perspectiva, los consumidores simbólicos perciben la relación empática y afectiva vivida en 
colectividad, contemplando la necesidad de los otros y lo otro en la construcción del espacio 
simbólico. A partir de esto, se considera que los asistentes a un centro comercial participan en 
fenómenos de apropiación que definen un espacio público como parte de ellos (Cornejo, 2005). 
 
 
 
 
Centros comerciales e identidad 
18 
 
 
2.4 Prácticas culturales de apropiación simbólica 
 
Mediante sus observaciones en el Centro Comercial Santa Fe de la Ciudad de México, Cornejo y 
Bellón (2001) identificaron prácticas de apropiación simbólica por parte de los visitantes, entendió 
estas prácticas bajo los nombres de territorialización, vitrineo y socialidad. A continuación se 
explica cada una de ellas: 
 
Territorialización. Privatización afectiva de ciertos lugares como propios durante tiempos 
específicos, que las personas reconocen e interactúan con sus pares y con los demás, para 
configurar comunidades emocionales, tribus o micro-colectividades. El centro comercial es un lugar 
público que las personas/consumidores transforman en espacio simbólico, al conformar su 
pertenencia a un estilo de vida y vinculándose, de alguna manera, a la metrópoli contemporánea. 
 
Vitrineo. Referido a un consumo cultural, es decir a un consumo simbólico, visual, no material, que 
se da al mirar aparadores, recorrer las calles y ver qué se encuentra. De esta manera, asomarse a 
una vitrina, se manifiesta una propuesta de lo que se podrían llegar a ser. La manera en que son 
organizados y decorados los escaparates dependen de lo que pretende comunicar el almacén, 
marcando una tendencia entre lo que está de moda y lo vigente. Aunque un centro comercial 
resulta un espacio de encuentro y comunicación entre diferentes grupos, se produce una 
diferenciación con los consumidores que circulan por otros centros comerciales. 
 
Socialidad. Establecido como la forma en que las personas/consumidores elaboran estrategias 
(modos de relacionarse, vestir, saludar, platicar, vagar, circular,) y disponen de objetos/productos 
de mediación para interactuar y comunicarse entre sí. Para Maffesoli (citado en Cornejo y Bellón , 
2001), la socialidad es una sensibilidad colectiva que tiene poco que ver con el dominio económico-
político que ha caracterizado la modernidad; no se inscribe ya en una racionalidad orientada y 
finalizada, sino que se vive en el presente y se inscribe enun espacio dado. Con ello, el carácter 
presentista -aquí y ahora- requiere la inscripción espacial que provee al grupo de un referente 
colectivo, para configurar y reforzar integralmente a sus miembros, para autoafirmarse y crear 
colectividades de interacción genérica, de grupo social o etario. 
 
Un centro comercial se establece como un espacio simbólico cuando los receptores lo transforman 
al nombrarlo, recorrerlo, marcarlo, reconocerlo y diferenciarlo entre lo suyo y lo otro. Se 
conceptúa aquello como experiencia vivida por el sujeto, a través de diversas prácticas 
comunicativas y culturales. Concluyendo que al hacer esto, crean, recrean y construyen micro-
colectividades desde sus prácticas culturales aprendidas en sus universos simbólicos de origen 
(Cornejo, 2005). 
 
Cuando se expresa que un espacio ha sido apropiado, como en este caso, el de los centros 
comerciales, se hace referencia a que cierto grupo de individuos lo han designado como un lugar 
común de vivir y practicar la cotidianeidad, de establecer jerarquías, marcar y hacer propios 
fragmentos de una urbe, donde además se realiza una producción e intercambio de significados 
(Cornejo, 2007). 
Centros comerciales e identidad 
19 
 
Para Giménez (2005), las operaciones de apropiación del espacio pueden darse en función de 
factores económicos, políticos, sociales y culturales. De esta manera, la apropiación puede ser 
predominantemente utilitaria y funcional, o simbólico-cultural. La primera, enfatiza el modo 
instrumental y práctico de apropiación del territorio; por ejemplo, cuando este brinda refugio, 
abrigo o control militar. Por otra parte, hallamos el polo simbólico que sirve como referente de la 
identidad de un grupo, vinculado a una valoración subjetiva o colectiva. 
 
En este sentido, los asistentes de los centros comerciales han establecido estos espacios como 
territorios de recreación, disfrute y esparcimiento en relación con las representaciones que 
elaboran respecto a ellos como lugar cotidiano de la ciudad. Esto, según Cornejo (2007), ubica a la 
comprensión de un fragmento del espacio urbano como experiencia práctica y simbólica que se 
establece en la interacción con los otros. Veamos que esta aproximación de los espacios 
comerciales por parte de sus asistentes se impregna de un sentido válido de realidad personal. 
Revisemos, pues, el escenario desde una perspectiva más apegada a la noción posmoderna que 
rige actualmente. 
 
 
2.5 Hiperrealidad 
 
Hoy en día, el proceso tecnológico y los procesos económicos han propiciado que los espacios 
comunes, las relaciones interpersonales, incluso las perspectivas de la vida sean más diversas y 
complejas que el siglo pasado. La revolución tecnológica trajo a la vida cotidiana un sinfín de 
comodidades y recursos que pocas veces reflexionamos sin percatarnos de que moldean el orden 
de nuestra vida rutinaria. 
 
Empecemos ubicando al siglo XX como el siglo de las revoluciones. Los cambios sociales y 
culturales marcaron la pauta que definió a Occidente, mismo que se precisó tras un proyecto 
modernista que buscaba reconstruir una realidad auténtica, superior más allá de los signos 
convencionales. Esta reconstrucción de la realidad brindó una nueva ideología para comprender la 
materia física, la sexualidad, la realidad y la sociedad. Ideas como las de Freud, Marx y Nietzsche 
abastecieron de combustible para estas revoluciones (Epstein, 2004). 
 
Sin embargo, frente a las incongruencias del desarrollo tecnológico y el declive social que 
caracterizó a la segunda mitad del siglo XX, dichos modelos fracasaron ante la incapacidad de 
ofrecer lenguajes absolutos que explicaran los cambios. Se evidenció que no existía una “verdad 
última” ni quintaesencias absolutas; la desilusión y desencanto orillaron el nacimiento de un 
llamado posmodernismo, el cual buscaba trascender a través de la exaltación de las cosas, por 
medio de modelos convencionales (Epstein, 2004). Esta exaltación de la realidad creó vacíos no 
referenciales de la realidad que acomodan con lo llamado “hiper”. 
 
Lo hiper hace referencia al exceso y al aumento, y su popularidad refleja “el hecho de que muchas 
tendencias de la vida del siglo XX han sido llevadas a su límite del desarrollo, de tal manera que 
ellas han ganado su propia antítesis” (Epstein, 2004: 5). Así, la realidad parece distorsionada por 
sus propios límites, y surge una serie de situaciones muy particulares de la época actual. 
Centros comerciales e identidad 
20 
 
En este marco, la hiperrealidad se vuelve un elemento más común de la vida cotidiana. López 
(1999) la describe como la materialización de un objeto o situación basada en una simulación que 
se encuentra referida a una fantasía o elemento de otra realidad. Esto es, que se toman elementos 
propios que distinguen al modelo, se proyectan en otro contexto o material con el fin de simularlo. 
Entonces, la frontera entre la realidad y la ficción se hace borrosa, llevando a la confusión de 
ambas. Su característica sobresaliente es que el individuo o la sociedad terminan por aceptar dicho 
objeto como una realidad. 
 
Los primeros en citar el término de hiperrealidad fueron Umberto Eco y Jean Baudrillard -ambos en 
1983-, los cuales lo establecen como la desaparición de la realidad a través del dominio de los 
medios de comunicación. Distinguiendo a los medios de comunicación como sintetizadores de una 
realidad de otro orden, caracterizada por lo artificial y lo simplista (Epstein, 2004). 
 
Eco (citado en López, 1999) profundiza y confiere dos características básicas a la hiperrealidad. 
Primero, se encuentra la obsesión por el realismo, que se refiere a una reconstrucción semejante 
del objeto representado y que se considera copia real del existente. Y segundo, está la necesidad 
de obtener una mayor satisfacción y placer por el objeto representado que el que podría otorgar el 
verdadero en la realidad. Lo que preocupa de esta situación es que la obsesión por el realismo lleva 
a la sociedad a producir copias que adquieren un mayor valor mientras más se parezcan al original. 
Consecuentemente, se fomentan varias situaciones: a) que la copia sea tan parecida al original que 
exista una confusión entre ambas, b) que la copia sea considerada igual a la realidad, c) que se 
valore más la copia que la realidad porque la reproducción da más que la realidad, y d) que la copia 
sea de un modelo de una situación real y no de uno concreto materialmente. 
 
En la cotidianeidad, los avances tecnológicos han facilitado este proceso simulador y han acercado 
a las personas la posibilidad de elegir cuál es la realidad ajena que más les pueda brindar placer. 
Por ejemplo, López (1999) dice que Disneylandia es uno de los casos más evidentes donde las 
personas aceptan la fantasía como una propuesta más atractiva que la realidad. Los asistentes 
visualizan sin riesgos y miedos, animales salvajes o cotidianos que pueden bailar, conversar y 
ofrecer un espectáculo sin necesidad de preocupaciones, borrando las fronteras con lo imaginario. 
 
En este sentido, López (1999) propone que los centros comerciales son espacios hiperreales ya que 
se presentan como una imitación de la realidad. En ellos se simulan espacios de la vida cotidiana 
que se acercan al centro urbano de una localidad con todo y sus servicios. Por ejemplo, locales de 
ropa y accesorios que simulan tiendas y comercios de la calle; áreas de comida, accesos a servicios 
de diversión como cines, pistas de hielo, juegos mecánicos, tal y como lo podría ofertar una ciudad; 
pasillos y andadores que asemejan las calles y corredores peatonales; plantas artificiales, bancas, 
fuentes, faroles o luminarias de luz artificial que la hacen de mobiliario urbano como en el entorno 
exterior; incluso en la Ciudad de México, el centro comercial Mundo E dispone en uno de sus 
espacios de un enorme plafón a manera de cúpula que tiene pintado sobre su superficie un intenso 
cielo con todo y nubes, en dicho espacio serecrea una fuente con un obelisco que la hace de punto 
de reunión y de encuentro para los asistentes. 
 
Centros comerciales e identidad 
21 
 
Los centros comerciales se pueden visualizar como una imagen idílica del entorno urbano, ya que 
no se tiene que “padecer” los contratiempos de la ciudad como la inseguridad, el ruido, la 
polución, la uniformidad del paisaje arquitectónico, los malos olores, el tráfico, la carencia y la 
diferencia entre las personas. Por el contrario, el centro comercial oferta una imagen uniforme de 
la realidad, donde es fácil el acceso a un entorno ordenado, tranquilo, paz y de mayor riqueza, un 
entorno que se puede prestar utópico y ajeno a la realidad de la misma ciudad en su totalidad 
(López, 1999). Son una burbuja en el sentido más exacto. 
 
Así, los centros comerciales recrean escenarios alejados de la angustia provocada de la carencia, las 
personas acceden a este teatro de gozo de condiciones donde no hay infortunio ni limitación 
aparente, los asistentes si se sienten ajenos a este marco, menciona López (1999), tienen dos 
opciones: disimularlo o irse de ahí. De esta manera, el equilibrio y el orden se mantiene o al menos 
no se hace expreso. Contrario al rompimiento armónico y el desorden que pueden presentar las 
personas en el andar del entorno urbano. 
 
Dentro del centro comercial todo es orden, incluso el clima, ya que la regulación del ambiente y la 
iluminación aleja de las variaciones del clima. La percepción del tiempo es relativa porque no se 
hacen presentes la noche o el día (López, 1999). Así, las estaciones del año se deducen por los 
escaparates que toman elementos para reflejar qué época del año es, o bien por el tipo de ropa 
que se vende; las festividades locales por la decoración del centro comercial, sin padecer la espera 
hasta las fechas, por ejemplo si se acerca la navidad basta con que un mes antes la decoración 
refleje la situación y la emoción se anteponga desde antes de su presencia. 
 
Geográficamente, los centros comerciales se presentan como espacios desterritorializados, puesto 
que no tienen una relación con su entorno, permitiendo “experimentar la sensación de formar 
parte de algún tipo de comunidad que no requiere referentes físicos ni culturales anclados a una 
región” (Fuentes, Rosado & Belmont, 2004). Agrega en este apartado Sarlo (1998), que los centros 
comerciales son una experiencia que puede realizarse en cualquier país del mundo, no hay 
referencia local más que el idioma y la moneda que transite. Los centros comerciales son burbujas 
aisladas del entorno inmediato, pero conectadas con el referente global. 
 
 
2.6 La sociedad consumista 
 
Tan cotidiano como caminar o comer, consumir es una actividad ordinaria de todos los días. El 
actual panorama de consumo puede tener varias aristas, en ellas Douglas (1990), resalta al 
consumo como la base del proceso social, puesto que viene a completar una de las causas por las 
que se trabaja, proporcionado facilidad para acceder a bienes y servicios que sirven como objetos 
de mediación de nuestras relaciones sociales. 
 
Cortina (2002) por su parte, enfatiza que el problema no es consumir, sino tomar esta actividad 
como la esencia humana de las personas encaminada a una “felicidad”. Asimismo, el ejercicio 
consumista no contempla límites ni distingue formas de ejercerlo, puesto que los medios de 
comunicación han ampliado el abanico de canales dedicados al consumo, como el Internet, la 
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televisión o el telemarketing. Por su calidad de aparente elección, cuando se consume se entiende 
también “un ejercicio de libertad más perfecto que la democracia” (Idem.: 13), y que es donde las 
formas de consumo dependen del carácter, la creencias morales y los valores de las personas. 
 
Esta situación ha reforzado la creencia social de que la acumulación de bienes significa éxito 
personal, puesto que facilitan el ejercicio de una vida con dignidad que complementa el desarrollo 
personal y social de una persona. En el ejercicio de lo anterior, que busca un ideal de vida, se 
pierde noción de la estimación de las cosas y el consumir puede llegar a ser más valorado que las 
capacidades esenciales del ser humano como razonar o el amar (Cortina, 2002). 
 
En este marco, debemos ubicar que los objetos de consumo no son ajenos del marco referencial 
del espacio-tiempo, que si un objeto/servicio goza de una estimación, es porque aunado a su 
propiedad material, se enlaza el significado simbólico que le confiere una sociedad particular 
(Cortina, 2002). Por ello, los valores y significados que puedan englobar los artículos son evidencia 
de las formas y estilos de vida que reconoce un grupo o sectores de la sociedad. 
 
Al respecto, Bauman menciona (2001) que “la industria actual está montada para producir atracciones 
y tentaciones” (p. 105), con lo que la satisfacción de deseos no tiene aparente límite, puesto que el 
mandato que regula la sociedad contemporánea a sus miembros es consumir y esforzarse en cumplirla. 
Con ello, se enfatiza y se da prioridad al fin mismo de consumir, que no tiene como objetivo “…obtener 
y poseer, ni la de acumular riquezas en sentido material y tangible, sino la emoción de una sensación 
nueva e inédita. Los consumidores son, ante todo, acumuladores de sensaciones” (p. 110). 
 
La avidez por lo nuevo como menciona Bauman, proporciona elementos para entender que las 
personas buscan en los bienes materiales caminos para entenderse de distinta manera a la que 
son, puesto que “un conjunto de mercancías en propiedad de alguien constituyen un informe físico 
y visible de la jerarquía de valores que subscribe quien lo ha elegido” (Douglas, 1990: 19). 
 
Respecto a los centros comerciales, Bauman (2001) los ubica como lugares desprovistos del 
encuentro de ideas, confrontación de valores o el debatir cotidiano, puesto que el artículo exhibido 
pondera como la principal “atracción”; sin embargo, las observaciones de Cornejo y Bellón (2001) 
reconocen otra dinámica. En ella, los asistentes proyectan el espacio comercial a confines 
intangibles que enmarcan una colectividad de individuos con expectativa sobre lo que sucede 
cuando acuden a ellos. 
 
Sabemos por Auge (1998) que los espacios significan o simbolizan eventualmente algo si han logrado 
ligar, reunir, ordenar e identificar a aquéllos que habitan sus espacios o que los frecuentan. Es lo mismo 
que sucede con los centros comerciales, puesto que sus asistentes identifican cada vez con mayor 
normalidad estas estructuras como la opción actual para estar con los demás y de “hacer la ciudad” 
(Cornejo, 2007). 
 
Respecto a esto, Cornejo (2005) estiman que el grupo etario más recurrente al centro comercial es 
el de los jóvenes, ya que regularmente asisten tanto entre semana como en fin de semana. En esta 
razón, López (1999) revisa la propuesta de mercado que ofrecen los centros comerciales: por una 
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parte, son utilizados como plataforma de proyección en la conformación de modelos homogéneos 
de ciudades globales, procurando que el mercado focalice la fascinación por lo importado, la 
orientación hacia la publicidad y las tendencias que dictan mercados extranjeros como el 
estadounidense y el oriental. 
 
En este sentido, Hünermann y Eckholt (1998) establecen que los jóvenes son piezas idóneas para el 
destino de las estrategias del mercado, ya que provoca la identificación con los modelos que se 
venden, donde la clave de las sociedades posmodernas es “ser joven”. Una característica de estas 
sociedades es el individualismo y la competitividad, fomentando la búsqueda de una pertenencia 
que brinde seguridad y procurar no quedarse excluido del mundo actual. 
 
La realidad posmoderna se caracteriza por la incertidumbre, la complejidad y la necesidad de 
discernimiento (ibid.:53). Cuando ninguna manera de ser joven brinda seguridad y certeza del presente, 
la construcción y la reafirmaciónde la misma identidad (individual o grupal) se vuelve una obligación 
constante puesto que representa un modo de hacer frente a la sociedad actual (Mier y Terán, 2005). 
 
Los jóvenes por su condición de estar en construcción de una identidad propia, generan necesidad 
de enfrentar la tensión y para ello acoplan modelos externos tras la búsqueda de sentirse mejor 
dotados para soportar y asimilar los cambios. De tal modo que, como lo sitúa el Welfare State 
(Hünermann & Eckholt 1998), la orientación centrada en los bienes figura como una de las 
opciones para la satisfacción de una identidad propia, que muchas veces se relaciona con una 
pretensión de éxito y poder que pueda en parte ser exhibido ante los demás. Hünermann y Eckholt 
(1998) definen esto como una nueva cultura donde los vínculos sociales se exaltan con la idea de 
competitividad, en relación con un reconocimiento de la identidad la propia por parte del exterior. 
 
Finalmente, los centros comerciales, enrolados en la parafernalia del consumo, que es exaltada por los 
medios masivos de comunicación, funcionan como proveedores de símbolos que formulan una imagen 
de los que se debe ser, puesto que apuestan al consumo simbólico, utilizando la aspiración personal con 
base en cómo se puede llegar a ser si se consume tal o cual cosa; y, con ello, queda implícito, de igual 
manera, en qué lugar se consume. Por tanto, más importante que lo que se adquiere materialmente, 
predomina la disposición y la idea de pertenecer a algo, de compartir una práctica y una aspiración 
común con los demás, con el fin de pertenecer a un grupo, un estilo de vida o llenar una pretensión 
personal relacionada con la identidad. 
 
Es menester recordar que, al revisar aspectos de identidad se establece la intervención del otro para 
definir una pertenencia o diferencia aludiendo a una identidad social, donde la importancia subjetiva de 
pertenencia a dichos grupos recaerá en las conductas pertinentes de las relaciones intergrupales. En este 
sentido, resulta importante revisar la manera en que los espacios ubican las prácticas de socialidad como 
un fenómeno que brinda pauta para conformar la identidad en relación con los demás. Explicar la manera 
en que los jóvenes configuran relaciones involucrando aspectos de identidad social relacionados con la 
forma en que asimilan un espacio como propio, conlleva a entender las actitudes, creencias y 
expectativas que se visualizan como por efecto de la apropiación simbólica, y que en este sentido, se 
manifiestan a través del consumo en su expresión, perfil característico de las sociedades posmodernas de 
hoy en día. 
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3. La cuestión identitaria en los jóvenes 
 
Los espacios urbanos reconocidos como escenarios de práctica de la vida cotidiana, no se 
comprenden si no se ubica el grupo de edad al que se adscriben dichas prácticas. En el caso de los 
jóvenes, conocer acerca de sus prácticas culturales en relación con el entorno urbano es una labor 
extensa y exhaustiva, puesto que las dinámicas heterogéneas que se manifiestan en las ciudades 
facilitan una mayor variedad en los modos espaciales de ser y estar. En conjunto, las maneras de 
ser joven se han diversificado, y con ello las formas de expresión y de relación entre los mismos. 
Los jóvenes dentro de esta diversidad, solo son iguales en tanto que todos usan, apropian, adoptan 
y transforman los espacios públicos a través de sus prácticas culturales y de socialidad que a su vez, 
sirven de marco referencial para la conformación de Identidades sociales. 
 
Aunque la palabra joven sea una sola, encierra muchas atribuciones como dinamismo, energía, 
potencialidad; asimismo, mercado, vigencia e incertidumbre figuran en la lista. Entender cómo se 
aproximan estos significados a las prácticas de los jóvenes plantea reconocer sus necesidades, sus 
problemas y su forma de entender el mundo y sus relaciones. De esta manera, se asume que 
distinguir cuáles son sus modelos, sus referentes y sus identificaciones constituye procesos en el 
marco básico de su entendimiento. 
 
 
3.1 El concepto de juventud referido a la condición social 
 
Las orientaciones dedicadas al estudio de los jóvenes, comenta Urteaga (1993), obedecen a una 
percepción de cambios radicales en el contexto socio urbano, así como de una emergencia sensible 
de diversas culturas juveniles. En este contexto, la forma en que se expresan los jóvenes en su 
persona y hacia su entorno está en relación de criterios biológicos, psíquicos, históricos y familiares 
vinculados a aspectos socioeconómicos que definen el papel del individuo dentro de la estructura 
social. 
 
Margulis y Urresti (2000) resaltan el concepto de juventud en términos de la heterogeneidad social 
que propicia diversas modalidades de la condición de joven, puesto que representa una condición 
histórica y social que no sólo se refiere a la edad. De ahí, que existan distintos modos de 
experimentar la juventud, donde más que referir a una condición social o estado de la vida, se 
empieza a establecer como marco definitorio del mismo, la multiplicidad de situaciones sociales en 
las que se desenvuelve: la escuela, el trabajo, las instituciones religiosas, políticas y sociales. 
 
Por otra parte, el concepto de juventud también hace referencia a una condición definitoria como 
signo, pues ligadas a ella se ubican situaciones que permiten la posibilidad de postergar exigencias, 
como el trabajo y la familia, posibilitando la dedicación al estudio y el aplazamiento de formar una 
familia; aunque por otra parte, se debe resaltar que las condiciones histórico-culturales de la 
juventud no se ofrecen de igual forma para todos, por lo que el concepto de joven queda 
determinado por el contexto social en que es usado. En él, desde una perspectiva más orientada a 
la sociedad, sería más preciso ubicar que la juventud termina cuando se asumen responsabilidades 
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que van centradas a formar un hogar propio, tener hijos o vivir del propio trabajo, evitando así caer 
en la búsqueda de características uniformes que limiten el ejercicio del concepto (Margulis & 
Urresti, 2000). 
 
Asimismo, el concepto de juventud como categoría social alude a una dimensión simbólica definida 
desde diversas dimensiones, en ello se hace uso de signos sociales que refieren características 
vinculadas al paradigma deseable de ser joven. Por tanto, quienes encajan con el modelo asociado 
de joven, pudieran -en un entorno social específico- hacer emisión de estos signos que legitiman su 
posición y condición (Margulis & Urresti, 2000). En este marco, resaltar la diferencia entre ser 
juvenil y ser joven es importante, puesto que la primera se distingue por una serie de condiciones 
externas referidas a lo comercial y que pretenden portar como signo de juventud, mientras que la 
segunda se establece en el ejercicio cotidiano de la sociedad. 
 
Margulis y Urresti (2000) mencionan que “la juventud es una condición constituida por la cultura, 
pero que tiene a la vez, una base material vinculada con la edad, puesto que la condición etaria no 
alude sólo a fenómenos de orden biológico, sino también a fenómenos culturales referidos con la 
edad” (p. 18). Esto tiene relación en el marco de la etapa histórica en la que es procesada la forma 
de socializar, con lo que se distinguen formas de introyectar modelos, actitudes, percepciones y 
clasificaciones de una realidad, lo que provee de una memoria histórica capaz de dimensionar los 
modos de estar y de abrirse al mundo en un plano de temporalidad específico. 
 
 
3.2 Jóvenes urbanos: un mosaico de formas de ser 
 
En el marco de una complejización de la sociedad urbana, se fomenta la diversidad de 
colectividades juveniles urbanas desarrollándose entre otras, en términos de sociabilidad paralela 
a formas de socialización como la familia, escuela, iglesia o los massmedia (Urteaga, 1993). 
Coincidimos con Cueva (2005) cuando establece que

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