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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
 
 
FACULTAD DE PSICOLOGÍA 
 
PROPUESTA DE UN TALLER DIRIGIDO A PADRES Y NIÑOS 
CON TRASTORNO DISOCIAL DESAFIANTE 
OPOSICIONISTA 
 
T E S I N A 
 
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE 
LICENCIADA EN PSICOLOGÍA 
 
 
P R E S E N T A: 
DENISE MÁRQUEZ CORTÉS 
 
 
DIRECTORA DE LA TESINA: 
LIC. AÍDA ARACELI MENDOZA IBARROLA 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Ciudad Universitaria, D.F. Octubre, 2012. 
Propuesta de un Taller dirigido a padres y niños con Trastorno Disocial 
Desafiante Oposicionista 
2012 
 
Denise Márquez Cortés 
 
PROPUESTA DE UN TALLER DIRIGIDO A PADRES Y NIÑOS 
CON TRASTORNO DISOCIAL DESAFIANTE OPOSICIONISTA 
 
INTRODUCCIÓN 
CAPITULO 1. DESARROLLO PSICOLOGICO INFANTIL 
CAPITULO 2. TRASTORNO DISOCIAL DESAFIANTE OPOSICIONISTA 
2.1 Definición 
2.2 Diagnóstico 
2.3 Condiciones Coexistentes 
2.4 Etiología 
2.4.1 Agresividad 
2.4.2 Variables determinantes 
a. Factores individuales 
b. Factores familiares 
 - Estilos de crianza 
 - Teoría del Apego 
 
2.5 Tratamiento 
2.5.1 Farmacológico 
2.5.2 Psicológico 
CAPITULO 3. MODELOS DE INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA 
3.1 Tipos de Intervenciones terapéuticas 
3.2 Modelos terapéuticos 
3.2.1 Modelo Conductista 
3.2.3 Modelo Cognitivo 
Propuesta de un Taller dirigido a padres y niños con Trastorno Disocial 
Desafiante Oposicionista 
2012 
 
Denise Márquez Cortés 
 
3.2.3 Modelo Cognitivo-Conductual 
- Terapia Racional Emotiva Conductual 
- Solución de problemas Cognitivo- Conductual 
- Entrenamiento en autoinstrucciones 
- Intervención a Nivel Familiar 
- Entrenamiento para padres 
3.2.4 Modelo Sistémico 
3.2.5 Modelo en Terapia Grupal 
3.2.5 Modelo psicoanalítico 
 
CAPITULO 4. TALLER DE INTERVENCIÓN 
 
- Justificación y Objetivo del taller 
 Población 
 Escenario 
 Materiales 
- Carta Descriptiva 
- Guías Descriptivas de sesiones 
 
CONCLUSIONES Y LIMITACIONES 
 
REFERENCIAS 
 
ANEXOS 
Propuesta de un Taller dirigido a padres y niños con Trastorno Disocial Desafiante 
Oposicionista 
Introducción 
 
1 Márquez Cortés Denise 
 
 
INTRODUCCIÓN 
 
Los trastornos de conducta se manifiestan normalmente en etapas muy tempranas del desarrollo y 
resultan especialmente disruptivos para la convivencia familiar. Conductas de agresividad, 
oposicionismo y negatividad a obedecer las indicaciones de los adultos suelen ser parte de la 
conducta del niño en desarrollo en alguna de las etapas, en estos casos una intervención 
educativa, donde los padres aprendan a ejercer su autoridad de manera adecuada y los niños 
respondan a ésta, suele resolver el problema. Sin embargo, cuando estas actitudes se presentan 
como un patrón de conducta prevalente que originan conflictos en todos los ambientes, se debe 
analizar el problema con la finalidad de identificar la probable existencia de un trastorno que 
pudiera tener repercusiones a futuro (Hamilton & Armando, 2008). 
 
Existe un patrón específico de conductas oposicionistas identificado por la Organización Mundial 
de la Salud OMSS denominado Trastorno disocial desafiante y oposicionista que engloba 
conductas oposicionistas y es definido por Hamilton & Armando (2008) como un patrón de 
conductas recurrentes con niveles inapropiados de negativismo, actitud desafiante, desobediencia, 
y actitudes hostiles hacia figuras de autoridad. Este comportamiento afecta el aspecto social, 
escolar y familiar, siendo uno de los diagnósticos más comunes entre los niños en el área de la 
Salud Mental, prevalenciendo de 2 a 16% en la población (Rigau, García & Artigas, 2006,), 
porcentaje que coincide con lo reportado por la Asociación Americana de Psicología. 
 
Diversas investigaciones señalan incrementos en las conductas oposicionistas en niños en los 
últimos años. De acuerdo a Lopez-Soler, (citado en Emberley, 2011) en España la presencia de 
conductas oposicionistas en niños de 6 a 12 años es del 18.5%. Por su parte Alarcon, Vinet & 
Salvo (2005) mencionan que las conductas antisociales en jóvenes han incrementado en un 154% 
en Estados Unidos en los últimos 10 años, en España en un 34% y en Latinoamérica hay un 
incremento del 398% entre 1986 y 2002. 
 
Debido a estas cifras alarmantes, ha surgido la necesidad del estudio de las variables individuales 
y sociales que fungen como factores de riesgo para el surgimiento de conductas delictivas durante 
la infancia y la adolescencia, ya que las conductas antisociales parecen tener su aparición antes de 
los 15 años de edad (Hamilton & Armando, 2008). 
 
Betancourt & Andrade (2011) identificaron que aproximadamente la mitad de niños y jóvenes 
presentan algún síntoma de inestabilidad emocional o de problemas conductuales, resultando de 
Propuesta de un Taller dirigido a padres y niños con Trastorno Disocial Desafiante 
Oposicionista 
Introducción 
 
2 Márquez Cortés Denise 
 
mayor frecuencia la inquietud (en un 17%), el nerviosismo (en un 16%), el déficit de atención ( en 
un 14%), la desobediencia (13%), la explosividad (11%) y la conducta dependiente (9%). Los 
trastornos con mayor prevalencia en adolescentes y jóvenes de 12 a 17 años fueron las fobias 
especificas, la depresión mayor y el trastorno Negativista Desafiante, siendo más comunes los 
trastornos conductuales en hombres y los trastornos emocionales en mujeres. 
 
Este trabajo pretende exponer las investigaciones realizadas por las ciencias de la salud acerca de 
los factores desencadenantes y predisponentes del trastorno, así como las actuales estrategias de 
intervención, sus bases teóricas, su metodología y resultados obtenidos, con el objetivo de analizar 
los recursos actuales y desarrollar una propuesta de intervención de carácter preventivo y 
correctivo con la finalidad de aminorar la sintomatología elevando la calidad de vida del niño y de 
su familia. 
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Oposicionista 
Marco 
Teórico 
 
3 Márquez Cortés Denise 
 
 
MARCO TEORICO 
 
CAPITULO 1 
 
I. DESARROLLO PSICOLOGICO INFANTIL 
 
Para comprender la existencia del comportamiento disruptivo en la infancia, es necesario 
comprender el desarrollo del ser humano e identificar los factores que contribuyen a su aparición 
en cada etapa. 
 
El desarrollo humano es explicado por Wallon (1976) como el resultado de la transición desde lo 
biológico a lo social por medio de la interacción con los otros, es decir, partiendo de la información 
genética, se origina una función la cual se mantiene gracias la respuesta que se obtiene de ella, 
es decir, dicha interacción va a permitir el desarrollo del niño. 
 
Wallon (1976) plantea que el proceso intelectual surge en la conciencia y se construye gracias a la 
interacción con los demás por medio de la simbiosis afectiva, que es el resultado de la interacción 
emocional entre el niño y los adultos. La evolución pedagógica del niño es explicada por el autor 
como resultado de factores innatos o adquiridos que son: la emoción, el medio (físico, químico, 
biológico y social) y el movimiento (acción y actividad) 
 
Se considera al niño como un ser social, ya que se concibe como individuo a partir del ámbito 
social, Wallon (1976) señala que dicha individuación se produce gracias al papel que desempeña 
la emoción en la generación de expresiones dirigidas a influir en el medio y así satisfacer 
necesidades. Por medio de las interpretaciones que los adultos atribuyen a las reacciones del niño, 
se establece una simbiosis afectiva que permite el desarrollo generando nuevas estructuras de 
conocimiento. 
 
De esta forma, la emoción no solo da la pauta para la interacción con los adultos, sino que también 
es la base del lenguaje, lo que brinda identidad al niño convirtiéndose en un ser social, al generar 
reacciones a partir de las conductas de los adultos y darorigen a las primeras representaciones 
permitiendo la integración de factores biológicos y sociales. ES así como de la simbiosis afectiva 
surge la dependencia del niño hacia sus cuidadores por lo que el tipo de relación va a ser 
determinante en el desarrollo de la personalidad en los primeros años de vida. 
 
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Oposicionista 
Marco 
Teórico 
 
4 Márquez Cortés Denise 
 
A partir de las características específicas de las relaciones que el niño tenga con el adulto, se 
describen estadios donde aparece una función dominante en un momento determinado así como 
una orientación de la actividad que puede ser dirigida hacia el interior, permitiendo la construcción 
de la individualidad o al exterior del individuo para establecer relaciones con los otros y determinar 
la personalidad. 
 
Los estadíos planteados por Wallon (1976) se continúan de tal forma que las funciones se van 
integrando sin haber rupturas o desapariciones entre ellas. Existen 5 estadios desde los 0 meses 
hasta los 12 años de edad: 
 
1. De impulsividad motriz y emocional. Abarca del nacimiento al año de edad teniendo como 
función dominante la construcción de la simbiosis afectiva por medio de la emoción 
dirigida al interior para la construcción del individuo. 
2. Sensorio- motriz y proyectivo. Del segundo al tercer año de edad, tiene como objetivo la 
manipulación de objetos y la imitación dirigida al exterior para crear relaciones con los 
otros y con los objetos. 
3. Del Personalismo. Del tercer al sexto año con la toma de conciencia y afirmación de la 
personalidad en la construcción del yo como función dominante dirigida hacia el interior. 
Entre el segundo y tercer año se pretende la afirmación por medio del oposicionismo y el 
apropiarse de objetos; del tercer al cuarto año se busca la aceptación y admiración de los 
otros, por medio de acciones que provoquen una respuesta de agrado fortaleciendo el 
narcisismo del niño; del quinto al sexto año surge la imitación de roles. 
4. Del pensamiento categorial. Abarca de los 6 a los 12 años con el objetivo de conocer el 
mundo exterior manifestando un gran interés por los objetos. Del sexto al noveno año 
surge el pensamiento sincrético, global e impreciso mezclando lo tangible con lo subjetivo; 
a partir del noveno año predomina el pensamiento categorial donde se agrupan 
características o atributos. 
5. De la pubertad y adolescencia. A partir de los 12 años de edad surge la contradicción entre 
lo conocido y lo que se desea conocer originando conflictos, ambivalencias afectivas y 
desequilibrios, con una orientación al interior para la afirmación del yo. 
De acuerdo a este modelo, la personalidad del niño va a estar determinada por la influencia del 
medio en interacción con las características heredadas genéticamente, por lo que si se desea 
influenciar en la conducta del niño, se debe intervenir en el medio y en los elementos de 
interacción. 
 
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Oposicionista 
Marco 
Teórico 
 
5 Márquez Cortés Denise 
 
Existe un patrón de conductas disruptivas que aparece previa o durante la etapa preescolar 
resultando difícil el distinguir si es parte del desarrollo normal del niño o se está presentando una 
sintomatología de un trastorno mental. Los niños que desarrollan este comportamiento 
oposicionistas durante la etapa preescolar muy probablemente desarrollarán el Trastorno durante 
el periodo escolar y a su vez, se incrementa el riesgo de desarrollar conducta disocial o 
personalidad antisocial durante la adultez (Hamilton & Armando, 2008). Es debido a la cronicidad 
de la alteración que se ha identificado la necesidad de su estudio con un carácter preventivo, por 
parte de las Organizaciones mundiales de las Salud. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Marco 
Teórico 
 
6 Márquez Cortés Denise 
 
CAPITULO II 
 
II. TRASTORNO DISOCIAL DESAFIANTE OPOSICIONISTA 
 
2.1. DEFINICIÓN 
 
De acuerdo al enfoque médico, el desarrollo del individuo, tanto a nivel personal como social, la 
adaptación a la vida, la consecución de los roles esperados, así como la aceptación de la realidad 
personal y social, y su integración al entorno, produce una tensión en los individuos que puede 
expresarse a veces en forma de comportamientos agresivos, rechazo a las normas u otro tipo de 
comportamientos sociales poco deseables. Cualquier signo de comportamiento alterado analizado 
de forma aislada puede tener una justificación adaptativa, por lo tanto, se necesita analizar todos 
los aspectos del comportamiento, así como la contextualización de los mismos para considerar que 
se está presentando una patología mental en el individuo (Parellada, 2004). 
 
El cumplimiento de normas por parte de cualquier individuo dentro del grupo social, es esperado 
debido a la existencia de expectativas basadas en un sistema valorativo establecido, por lo que si 
el comportamiento del niño no se adecua a dichas expectativas, se le considera como “anormal” y 
disruptivo, razón por la cual, se debe realizar una evaluación multifactorial de la conducta en los 
diferentes contextos (Mirón, 20009). 
 
Parellada (2004) afirma que los comportamientos y actitudes son la resultante de la interacción de 
las demandas externas e internas a que se enfrenta la persona, con el registro de respuestas 
adquirido hasta el momento en su trayectoria vital, por lo que se considera que los problemas de 
comportamiento son un trastorno mental cuando hay un patrón persistente de conductas que 
trasgreden las normas sociales y las libertades de los demás, de una manera desadaptativa e 
incongruente con la edad. 
 
El patrón de conductas disruptivas, ocasionado por diversos factores aprendidos y heredados 
podría predisponer, no solo al individuo, sino a la familia como tal, a una cadena interminable del 
ejercicio de la violencia, lo que dificulta la búsqueda de atención médica aminorando la severidad 
del padecimiento, considerándolo como “normal” (Amador, 2010). 
 
De acuerdo a Parellada (2004) aquellos problemas de comportamiento en cuya base haya una 
importante vulnerabilidad biológica o evolutiva, serán los que tengan una mayor consideración 
como trastorno mental. En general, al hablar de patología, se asume que hay una pérdida de 
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Teórico 
 
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libertad del individuo para desplegar los síntomas que presenta. La importancia diagnóstica radica 
en evitar privar de tratamientos específicos a chicos cuyos problemas individuales se pueden 
beneficiar de un tratamiento médico y por otro, evitar la “psiquiatrización” de comportamientos y 
situaciones que formen parte de la vida y de los procesos adaptativos normales. A partir de esta 
contextualización, la psiquiatría ha establecido una serie de criterios de diagnóstico que deben ser 
analizados y evaluados para la identificación de Trastornos psiquiátricos, de tal forma que sea más 
clara y específica la intervención. 
 
Para su estudio, el CIE 10 (1992) define a los trastornos de conducta como formas persistentes de 
comportamiento agresivo o retador de gravedad mayor a la “maldad” infantil o a la rebeldía 
adolescente. Los trastornos disociales suelen estar correlacionados con la existencia de un 
ambiente psicosocial desfavorable con ambientes familiares inadecuados y fracaso escolar. 
Se clasifica al Trastorno disocial desafiante y oposicionista dentro de los Trastornos disociales, 
definido como “Un patrón de conductas marcadamente desafiantes, desobedientes y provocadoras 
que se presenta en niñosmenores a los 10 años sin que hayan actos graves de violación de la ley 
y los derechos de los demás”. El comportamiento es persistentemente negativista, hostil, 
desafiante, provocador y fuera de los límites comunes del comportamiento de los niños de la 
misma edad, oponiéndose activamente a las peticiones de los adultos y a molestar 
deliberadamente a otras personas con la finalidad de originar enfrentamientos, suelen tender a 
sentirse enojados, resentidos y fácilmente irritados y suelen culpar a otros de sus propios errores; 
tienen una baja tolerancia a la frustración, y pierden el control fácilmente. Frecuentemente este 
trastorno va a preceder al Trastorno disocial en la adolescencia 
 
Por su parte el DSMIV (1994) denomina esta condición comportamental como Trastorno 
Negativista Desafiante, que consiste en un “Modelo recurrente de comportamiento negativo, 
desafiante, desobediente y hostil, dirigido hacia figuras de autoridad y que persiste durante al 
menos 6 meses”. Los síntomas básicos son: se encoleriza presentando conductas agresivas, 
discute con adultos, se rehúsa a cumplir demandas, molesta deliberadamente a otras personas, 
culpa a otros de sus errores o mal comportamiento, es susceptible o fácilmente molestado por 
otros, colérico, resentido, rencoroso y vengativo (Angulo, 2010). 
 
El patrón de conductas del Trastorno Negativista Desafiante se presenta en el Trastorno disocial, 
con la diferencia de que éste último incluye la violación de los derechos fundamentales de los 
demás como el robo, la crueldad, la intimidación, el ataque o la destrucción (Rigau et al., 2006). 
 
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Oposicionista 
Marco 
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8 Márquez Cortés Denise 
 
Estudios epidemiológicos transversales muestran un incremento gradual en la prevalencia del 
trastorno, sin embargo el origen y la evolución natural del trastorno se desconoce ya que la 
mayoría de los niños que fueron diagnosticados desarrollan un patrón de conductas desafiantes y 
desordenes afectivos que coexisten con el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad 
(TDAH) o con desordenes del estado de ánimo. Algunos niños en los que este patrón de conductas 
prevalece, son diagnosticados más tarde con TDAH, trastorno de ansiedad, depresión, entre otros, 
estando asociado con un pronóstico a largo plazo. Las investigaciones indican que 
aproximadamente el 3% de los niños padecen el Trastorno, sin embargo, los estudios muestran 
variaciones en los criterios de diagnóstico como diferentes métodos de evaluación, fuentes de 
información, tipo de muestra, características socioculturales y la edad de aparición (Hamilton & 
Armando, 2008). 
 
El diagnóstico se realiza recabando información de los padres y maestros mediante una entrevista, 
método que dificulta la identificación del trastorno, ya que en ocasiones las afirmaciones 
referentes a la sintomatología suelen ser discordantes entre padres y maestros, es decir, varía de 
forma importante la presencia o ausencia de síntomas así como la severidad y frecuencia. Estas 
discordancias se deben a la diferencia en los contextos en los que el niño se desenvuelve, por lo 
que se debe considerar la información aportada por cada comunicante como propia del contexto 
observado. Por otro lado, los diferentes niveles de exigencia y demandas que presenta cada uno 
de los contextos podría influenciar en la severidad e intensidad de la conducta oposicionista del 
niño, lo que ocasiona percepciones diferentes para cada contexto (Angulo, 2010). 
 
Hamilton & Armando (2008) mencionan que el trastorno se observa más frecuentemente en niños 
que en niñas, sin embargo los datos son inconsistentes por lo que algunos autores proponen 
modificar los criterios para las niñas ya que las acciones donde exhiben agresión son más 
encubiertas, tienden más a la agresión verbal que a la física o a la manipulación. Por su parte 
Emberley (2011) identificó diferencias entre los sexos respecto a la conducta disruptiva 
ocasionados por las distintas formas de socialización que reciben los niños y las niñas, observando 
que las mujeres que presenta el trastorno tiene una incidencia más alta de abuso infantil o 
violencia doméstica en sus familias y son derivadas a tratamiento debido a conflictos con sus 
padres en una proporción mucho mayor que los niños. 
 
 Debido a las consecuencias generadas por dicho Trastorno tanto a nivel personal, familiar y social, 
se ha planteado la necesidad de una intervención psicológica implementada tanto con ambos 
padres como con el niño, para poder mejorar sustancialmente las consecuencias negativas a corto 
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y a largo plazo, ayudar a desarrollar habilidades en la tolerancia a la frustración, flexibilidad y a 
controlar las reacciones emocionales exageradas. 
 
2.2 DIAGNÓSTICO 
 
Para realizar el diagnóstico del Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista y evaluar los criterios 
diagnóstico del CIE 10 o DSM-IV, Scandar (2007) menciona que la recolección de información 
referida a la historia familiar y personal representa el instrumento por excelencia para la asignación 
del trastorno, analizando los factores de riesgo como lo es la dinámica familiar o las condiciones 
socioeconómicas del niño. Cuantitativamente, las escalas de conducta y otros instrumentos, 
evalúan pensamientos, emociones, sentimientos, conductas y recuerdos pueden proporcionar 
valiosa información para el diagnóstico final. 
 
Hamilton & Armando (2008) mencionan el uso de Instrumentos de medición como auxiliares en el 
diagnóstico del Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista como lo son “La escala de Vandebilt” 
designada para la evaluación primaria en caso de sospecha de padecimiento del trastorno, La 
Escala SNA P-IV aplicada a padres y maestros de niños con Trastorno por Déficit de atención. 
Instrumentos como la “Lista de Síntomas Pediátricos” pueden ayudar en el establecimiento del 
diagnóstico aunque no se hayan elaborado para el trastorno como tal, ya que evalúa el aspecto 
cognitivo, emocional y conductual. 
 
De acuerdo a Hamilton & Armando (2008), el tratamiento depende de la habilidad del profesional 
para establecer una alianza tanto con el niño y con la familia, además de hacer una recopilación de 
información de diversas fuentes como lo son la familia, los maestros y el propio niño. Los estudios 
de Neuroimagen como lo son la Resonancia magnética, la Tomografía Axial computarizada y el 
electroencefalograma no son útiles para el diagnóstico ya que, a pesar de que registran la 
agresividad, no juegan un rol evaluativo para el Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista. 
 
2.3. CONDICIONES COEXISTENTES 
 
Las condiciones coexistentes que se presentan con frecuencia en niños con Trastorno Disocial 
Desafiante y Oposicionista, son particularmente el Trastorno por Déficit de Atención y los 
Trastornos del Estado de Ánimo (Hamilton & Armando, 2008). 
 
 
 
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TRASTORNO POR DEFICIT DE ATENCIÓN 
 
El Trastorno por Déficit de Atención (TDA) es un Trastorno del comportamiento caracterizado por 
distracción de moderada a grave, periodos de atención breve, inquietud motora, inestabilidad 
emocional y conductas impulsivas (CIE10, 1992). De acuerdo a Jensen (2006) es el trastorno más 
comúnmente diagnosticado en niños con una prevalencia del 4 al 10% y requiere tratamiento tanto 
farmacológico como conductual debido a su naturaleza biológica. 
 
En el TDA, el trabajo de los niños suele ser descuidado y realizado sin reflexión, les resulta difícil 
persistir en la tarea hasta finalizarla, presentan dificultanpara permanecer sentados o jugar 
tranquilamente, por su impulsividad se muestran impacientes e interrumpen las actividades de los 
otros. Estos comportamientos generan un deterioro clínicamente significativo en la actividad social 
debido al rechazo por parte de los pares y adultos, lo que da lugar al patrón de conducta 
oposicionista característico del Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista (TDDO)(Gaspar, 2010) 
 
El Estudio del Tratamiento Multimodal en niños con TDA, que es la investigación más exhaustiva 
acerca del trastorno (Hamilton & Armando, 2008) se encontró que el 40% de los niños 
diagnosticados con TDA presentaban los criterios diagnósticos para el Trastorno Disocial 
Desafiante Oposicionista y tienden a ser más agresivos, presentan problemas de conducta más 
persistentes, sufren de mayor rechazo por sus pares, y presentan mayores problemas en el ámbito 
académico. Por su parte, Rigau et al. (2006) indican un porcentaje del 75% de casos donde se 
correlaciona el TDA con otros trastornos, siendo el más común el TDDO. 
 
Hamilton & Armando (2008) encontraron en un estudio comunitario con niños diagnosticados con 
Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista, que el 14% de los niños padecía TDA, el 14% 
Trastorno de Ansiedad y el 9% Depresión. Al mismo tiempo, se observaron que los niños con este 
trastorno tienen el doble de riesgo de padecer Depresión Mayor y Trastorno Bipolar comparado 
con un grupo control. Benjet & Kadzin (2003) afirman la existencia de una vulnerabilidad como 
resultado del padecimiento del Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista en la infancia, la cual 
puede facilitar el surgimiento de depresión durante la adultez debido a que los problemas en la 
sociabilidad característicos del trastorno provocan que se posean menos redes de apoyo, 
amistades, un mayor estrés, menor alcance educacional, ocupacional y económico. 
 
El Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista ha sido considerado como un precursor de 
Trastornos de conducta más serios, ya que aproximadamente la tercera parte de los niños con el 
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trastorno desarrollan posteriormente Trastornos de Conducta y el 40% desarrollaron Personalidad 
Antisocial en la adultez Rigau et al. (2006). 
 
2.4 ETIOLOGÍA 
 
Hamilton & Armando (2008) mencionan que las investigaciones realizadas no han identificado una 
causa única o factores de riesgo que por sí solos originen el Trastorno Disocial Desafiante y 
Oposicionista, mencionando que el problema debe ser entendido dentro del contexto de un modelo 
biopsicosocial en el que el niño presenta vulnerabilidad biológica y al interactuar con factores 
perjudiciales y aspectos de su ambiente se determina la probabilidad de desarrollar el trastorno. 
 
Desde el enfoque de la psicoeducación el psicoanalista Aichhorn (1951) concibe a los trastornos 
de conducta como consecuencia de un estilo de crianza deficiente por parte de los padres, 
mencionando que cada niño es primero un ser social que busca, ante todo, la satisfacción 
inmediata de sus necesidades instintivas, sin consideración por el mundo que le rodea; este 
comportamiento normal para un niño, es considerado asocial o disocial en un adulto, por lo que 
son los propios adultos los que enseñan a los niños a adaptarse a las demandas de la sociedad. 
 
Por su parte, Hamilton & Armando (2008) afirman que los niños con el Trastorno presentan un 
déficit en el autocontrol lo cual provoca el padecimiento, aunado a una educación sin reglas claras 
y específicas por parte de los padres, lo que origina la falta de desarrollo de habilidades cognitivas 
y emocionales necesarias para cumplir con las exigencias que los adultos establecen. De esta 
forma, un niño puede no haber desarrollado la habilidad de automodulación afectiva y tiende a 
sobrerreaccionar ante cualquier situación que no lo amerita, además de presentar déficit en los 
funciones cognitivas ejecutivas como lo son memoria de trabajo, habilidad de cambiar de tarea y 
resolución de problemas. 
Por su parte, Chess & Thomas (1996) desarrollaron un modelo donde explican el fenómeno 
denominado “Adecuación del modelo recíproco”, en el cual establecen que existe una 
vulnerabilidad acrecentada para el desarrollo de problemas psicopatológicos desde el momento 
que existía un incompatibilidad importante entre el temperamento del niño, su nivel de organización 
cognitiva y las exigencias del medio. 
 
Con la finalidad de relacionar la conducta delictiva durante la adolescencia con los trastornos 
conductuales en la infancia, Alarcon et al.(2005) en una investigación acerca de la personalidad de 
jóvenes infractores, encontraron que el 18.6% de los jóvenes, presentan patrones oposicionistas 
caracterizados por reacciones de desobediencia y desafío, donde buscan ejercer poder en las 
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relaciones interpersonales, experimentando testarudez, culpa y vergüenza, además de una 
sensación de daño interno, es decir, depresión por una historia de vida traumática con constantes 
privaciones, y que en la actualidad se exteriorizan por medio de reacciones impulsivas y una 
importante inestabilidad emocional. Estos jóvenes, presentan un patrón de reacciones de enojo 
que externalizan por medio de la agresión a otros para obtener el control y autoagresión por la 
búsqueda del obtener un castigo o sanción. 
 Por su parte, Moffit y Farrinton, (citados en Alarcón et al., 2005) mencionan que estos patrones 
de personalidad pueden ser identificados en edades tempranas y así el prevenir el desarrollo de 
conductas delictivas y antisociales en la juventud. 
 
White (citado en Alarcon et al, 2005).menciona que la impulsividad presentada en niños y jóvenes, 
es un factor predictor de conducta agresiva, tanto en el aspecto conductual de desinhibición e 
inquietud motora, como en el cognitivo que implica la falta de planeación de la conducta. Otros 
factores psicológicos de importancia son el afrontamiento pasivo, la baja autoestima, la 
desesperanza aprendida y la falta de planeación de vida. 
 
2.4.1 AGRESIVIDAD. SURGIMIENTO, CARACTERISTICAS Y EVOLUCIÓN 
 
La agresividad es característica de los Trastornos de conducta, teniendo un gran impacto social e 
individual en el niño y la familia. En el estudio de la agresividad Espina, Ortega, Villanueva, 
Calzado & Perea (2006) definen a la agresión como una conducta natural adaptativa, intencional y 
propositiva, considerada como una respuesta normal frente a circunstancias adversas y orientada 
a la supervivencia del individuo y la especie, bajo los límites del autocontrol. Por otro lado, 
describen a la violencia como una conducta negativa, excesiva, inapropiada y destructiva. 
 
De acuerdo a Espina et al. (2006) la agresividad se debe a factores: a) endógenos biológicos 
(Sistema Nervioso y endócrino) y psicológicos (emociones y cogniciones); y b) exógenos 
situacionales (atmosféricos, alimenticios, drogas, contexto), así como sociales (aislamiento, 
espacio restringido, desorganización, valores, escasez de recursos). El conjunto de estos factores 
van a determinar la respuesta del niño así como la intensidad de violencia que presente. 
 
Bandura & Walters (1963/1990) mencionan que la agresión es instigada por modelos (excitación, 
atención), estímulos aversivos (ataque, frustración), incentivos (admiración, refuerzos positivos), 
instrucciones (órdenes) y creencias anormales (paranoia) y se mantiene por medio de la 
autorregulación (orgullo, culpa), estímulos externos (premio-castigo) y experiencias vicarias. De 
acuerdo al autor, la violencia aparece cuando existe una activación del Sistema Nervioso Central y 
Propuesta de un Tallerdirigido a padres y niños con Trastorno Disocial Desafiante 
Oposicionista 
Marco 
Teórico 
 
13 Márquez Cortés Denise 
 
una disminución de la capacidad inhibidora, que puede deberse al deterioro de la atención, 
memoria, concentración y pensamiento, lo cual lleva a una mala interpretación de estímulos 
relacionados con el mundo emocional, poca expresividad e impulsividad, además de dificultad para 
empatizar y realizar una evaluación correcta. 
 
Por su parte Gaspar (2010) afirma que el desarrollo de la agresividad y las tendencias antisociales 
y violentas suceden en función de varios factores que se van yuxtaponiendo, como los son el 
temperamento que determina la reactividad psicofisiológica, los aspectos parentales como la 
postura ante la disciplina y el desenvolvimiento emocional del niño, el tipo de exposición y de 
interacción con los pares. 
 
Los aspectos parentales parecen tener una importancia mayor ya que se trasmiten miedos, 
inseguridades, deficiencia en la comunicación, conceptos estereotipados sobre rol y genero, estilos 
de responder a las demandas, exigencias y agresiones de los otros, factores que determinan el 
propio actuar del niño (Amador, 2010). 
 
Gaspar (2010) menciona que la agresividad comienza a expresarse a los 12 meses de vida cuando 
el niño comienza a interesarse por las actividades de sus semejantes. Es a partir del primer año de 
la etapa preescolar cuando se observan descargas hostiles manifestadas por pequeñas agresiones 
físicas. El desarrollo del lenguaje ayuda al niño a inhibir sus conductas motoras e irse comunicando 
a través del lenguaje, lo cual le permitirá expresar su agresividad verbalmente cuya dimensión e 
intensidad dependerá de los suministros externos que haya ido recibiendo y haya interiorizado y de 
la manera como su aparato psíquico en formación permita la exteriorización d sus afectos hostiles. 
 
Espina et al. (2006) afirma que se utiliza la agresión o violencia como modo de influir en el 
ambiente cuando los estímulos externos e internos no son procesados adecuadamente. De esta 
forma, la agresión se activa por afectos negativos causados por estímulos desagradables, la 
respuesta ataque-fuga (determinada por factores genéticos, el aprendizaje y factores situacionales) 
y por cogniciones. 
 
Se han observado patrones fijos en la evolución de la agresividad que sugieren la existencia de 
una trayectoria que conduce a la agresividad crónica persistiendo a lo largo de la vida, provocando 
consecuencias más severas cuando hay un inicio temprano (Gaspar, 2010). 
 
Es en la etapa de la infancia cuando el individuo aprende las manifestaciones de los otros que 
amenazan su autoestima provocándose la respuesta agresiva, resultando sumamente importante 
Propuesta de un Taller dirigido a padres y niños con Trastorno Disocial Desafiante 
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Teórico 
 
14 Márquez Cortés Denise 
 
la influencia de los padres y del entorno familiar sobre el modo en que el niño manejará su 
agresividad. Es determinante cómo los padres ejercen su autoridad ya que la firmeza de la 
disciplina, la rigidez y las conductas primitivas condicionan el manejo de la agresividad del niño así 
como también lo condicionan la permisividad y la falta de límites por la aceptación pasiva de parte 
de los padres de las conductas inadecuadas del niño. La socialización de la agresividad tiene que 
ocurrir en el ámbito familiar, por lo que si hay fallas en este entorno, el ambiente natural no existe o 
es sustituido por otro, la situación en el futuro del niño cambia radicalmente (Gaspar, 2010). Desde 
una perspectiva comprensiva evolutiva, se ha identificado la importancia del apego y la vinculación 
afectiva en los primeros años de vida, así como el maltrato infantil, la violencia sexual y el 
Trastorno de Estrés Postraumático (Alarcón et al, 2005). 
 
Algunos niños nacen con factores psicofisiológicos que los predisponen a desarrollar problemas de 
conducta iniciando el periodo escolar, por lo que presentan déficit para el aprendizaje social y 
académico, condición que a su vez causa que las experiencias adquiridas en la escuela le resulten 
frustrantes y el ser rechazado por su grupo, decrementando las posibilidades comportamentales 
(Gaspar, 2010). 
 
El rechazo que experimenta el niño, tanto por los pares como por la familia, limita y perjudica su 
desarrollo emocional, imposibilitándolo para enfrentar adecuadamente los retos y construir una 
personalidad llena de fortalezas (Miron, 2009). 
 
De esta forma, el ser excluido de un grupo de pares resulta sumamente perturbador por lo que se 
incrementa la conducta agresiva y dificulta el aprendizaje de habilidades sociales y el logro de 
conocimientos adecuados que deben ser adquiridos en la época escolar. Por otro lado, el niño 
comienza a interpretar de manera inadecuada la intenciones de los otros y responde con rápida 
agresividad sin poder pensar o evaluar las consecuencias de sus actos frente a lo que se cree una 
provocación. De igual forma, la elección de grupos donde la agresividad y la violencia es vista 
como un valor, va fijando una conducta en esta dirección volviéndose estable e instalándose como 
un patrón fijo de la personalidad (Gaspar, 2010). 
 
 Por su parte, Kenberg (2005) menciona que hay una clara relación entre las constelaciones 
específicas del desarrollo infantil temprano y la posterior desadaptación social del individuo. El 
autor afirma que desde el punto de vista psicopatológico los niños y adultos agresivos presentan 
rasgos narcisistas de personalidad, es decir, “autocentrismo excesivo”, superficialidad emocional 
con estallidos de inseguridad, ideas de grandiosidad y omnipotencia que le impide ver de algún 
Propuesta de un Taller dirigido a padres y niños con Trastorno Disocial Desafiante 
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modo la realidad, entender la norma y no desafiarla. Tienen una notable incapacidad para 
defenderse adecuadamente de los otros, para establecer vínculos empáticos y comprometedores. 
 
Debido a la naturaleza multifactorial del Trastorno, se han identificado variables que incrementan 
la probabilidad del surgimiento del patrón conductual (Alarcón et al, 2005). 
 
2.4.2 FACTORES DETERMINANTES 
 
a. FACTORES INDIVIDUALES 
- Factores Genéticos. 
 
Javaloyes & Redondo (2000) afirman que existe una carga genética que crea vulnerabilidad a 
desarrollar el Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista observando una concordancia del 70% 
entre hermanos homocigóticos y del 30% en heterocigóticos lo que comprueba la importancia del 
factor genético. 
 
Estudios recientes se han asociado los síntomas del trastorno con el receptor de andrógenos DAT, 
el DRD2 y el D-beta-H, e inclusive se encontró una asociación entre el gen DAT y los síntomas en 
hijos de madres que consumieron tabaco durante el embarazo, demostrando una interacción 
genético- ambiental. Dicho grado de correlación genética con el trastorno pudiera depender de la 
naturaleza y características de la interacción con el ambiente, es decir, si existe vulnerabilidad 
genética y el ambiente posee factores de riesgo, la posibilidad del surgimiento del trastorno se 
incrementa, determinando la severidad de los síntomas (Serra- Pinheiro, Schmitz, Mattosc, 
Souzad, 2004). 
 
- Factores Perinatales 
 
Complicaciones obstétricas 
 
Brennan (1999) menciona que la exposición a las complicaciones obstétrico-perinatales es un 
factor de riesgo que favorece la vulnerabilidad a padecer el Trastorno Disocial Desafiante 
Oposicionista. Tales complicaciones son la exposición a agentes infecciosos estacionales, 
carencias nutricionales durante el embarazo, la exposición del feto a agentes tóxicos, factores 
térmicos y factores hormonales estacionales, entre otros. 
 
Propuesta de un Taller dirigido a padres y niños con Trastorno Disocial Desafiante 
OposicionistaMarco 
Teórico 
 
16 Márquez Cortés Denise 
 
Por su parte Allen, Lewinsohn & Seeley (1998) encontraron una asociación entre las 
complicaciones obstétricas que originan daños neurológicos (como lo son los trastornos 
emocionales de la madre durante el embarazo y la asfixia neonatal) y la presencia de conductas 
perturbadoras y conductas antisociales en los niños. Raine, Phil, Brennan, Sarnoff, & Mednick 
(1997) observaron una asociación entre el rechazo materno y futuros actos violentos en los niños. 
 
Debido a la correlación encontrada, Hill (2002) propuso el “Modelo Biopsicosocial de 
Vulnerabilidad” afirmando que las complicaciones en el momento del nacimiento podrían originar 
una cierta vulnerabilidad susceptible de incrementar el riesgo con la conjunción de factores 
psicosociales como lo son la edad materna precoz, las condiciones económicas desfavorables y el 
uso de sustancias psicoactivas durante el embarazo. 
 
Consumo y exposición a sustancias tóxicas 
 
Fergusson, Woodward & Horwood (1998) al realizar un estudio longitudinal en 1265 niños, 
encontraron que el consumo de tabaco durante el embarazo incrementa el número de alteraciones 
paidopsiquiatricas. Afirman, que en los casos en los que el consumo era mayor a un paquete de 
cigarrillos, se presentaron trastornos de conducta, consumo de alcohol y semiología depresiva. 
 
En el consumo de derivados del activo de cannabis, se encontró que la sustancia tóxica atraviesa 
la barrera placentaria y se presentan concentraciones en el feto parecidas a las de la madre por lo 
que los efectos teratógenos ocasionan alteraciones conductuales e impulsividad en los niños 
(Fried, 2002). Sin embargo, la relación referente a las concentraciones no es concluyente. 
 
Por su parte, Garza, Vega & Soto (2005) observaron una relación similar entre este tipo de 
conductas agresivas y la exposición al plomo, como consecuencia de los efectos tóxicos 
neurológicos, cognitivos y conductuales que se generan. 
 
Parto prematuro 
 
Gleen (2005) estudió las capacidades de ajuste emocional y conductual, encontrando que los 
niños que nacieron prematuramente presentaron mayores dificultades en la autorregulación 
emocional y conductual, así como mayores niveles de ansiedad. Dentro de la línea de 
investigación, Scott (2012) evidenció que los niños con bajo peso al nacer presentaron en un 28% 
algún trastorno paidopasiquiátrico frente al 9% de los niños del grupo control. Igualmente Johnson 
& Marlow (2011) encontraron una mayor incidencia del Trastorno Disocial Desafiante 
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17 Márquez Cortés Denise 
 
Oposicionista y de hiperactividad en niños prematuros. Estos autores afirman que el entorno 
familiar favorable puede facilitar la disminución del patrón de acciones características de los 
trastornos de conducta. 
 
Depresión post-parto 
 
Murray, Fiori-Cowley, Hooper & Cooper (1996) encontraron que la violencia en los niños a los 11 
años estaba asociada a la presencia de depresión post- parto independientemente de episodios 
depresivos durante el embarazo, episodios depresivos posteriores y otras características familiares 
como la cohesión, comportamiento antisocial de los padres y variables de tipo socioeconómico. 
Los niños más violentos eran aquellos en donde la madre había presentado un cuadro depresivo 
después de los tres meses de vida del niño. De acuerdo a los autores, el tratamiento de la 
depresión de la madre no se traduce en una mejora de la interacción entre madre-hijo, además de 
que la presencia de un temperamento difícil en el niño, puede desencadenar una depresión en la 
madre, (dificultándose la identificación del factor causante y el consecuente), dando como 
resultado la falta de satisfacción de las necesidades del niño generada por la depresión materna. 
 
De acuerdo a Amador (2010) la madre deprimida no cumple con su papel de protectora y 
formadora, no hay un establecimiento de límites ni posibilidades de llegar a acuerdos, no 
ejemplifica como se deben controlar los impulsos ni la capacidad de actuar empáticamente. Esta 
desatención por parte de la madre impide que el niño se sienta valorado, reconocido, importante, 
seguro de sí mismo y motivado, lo que genera alteraciones en el desarrollo de su personalidad 
(Miron, 2009). 
 
Murray et al.(1996) evaluaron la regulación emocional de niños de 9 meses y su posterior 
evaluación a los 5 y 8 años, encontrando que una mala regulación emocional (distres e irritabilidad) 
a la edad de 9 meses correlacionaba posteriormente con la presencia de un trastorno de conducta. 
Este riesgo se presentó solo en niños varones. Igualmente se puso de manifiesto el vínculo entre la 
expresión emocional negativa en la madre y la conducta agresiva en los niños. 
 
Por su parte, Kusrtein y Wolke (citado en Diaz, 2011) afirman que la depresión post-parto 
únicamente implica un factor de riesgo si la madre padece depresión crónica y si se presentan 
otros factores de riesgo. 
 
Violencia Intrafamiliar 
 
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18 Márquez Cortés Denise 
 
Hill (2002) menciona que la sola presencia de violencia dentro de la familia implica un factor de 
riesgo para problemas de conducta, ya que la conflictividad entre los padres dificulta la 
autorregulación emocional de los niños, afectando sus respuestas conductuales. 
La violencia ejercida por los padres es generadora de gran ansiedad, contradicción y confusión de 
ideas que generan incumplimiento de normas, desobediencia, agresividad, carencia de habilidades 
sociales y de auto cuidado (Galicia, 2002). 
 
- Temperamento 
 
El temperamento es definido como la capacidad de respuesta del Sistema Nervioso a los estímulos 
externos, determinado genéticamente. Javaloyes & Redondo (2000) observaron que un 
temperamento en el que existan dificultades para empatizar, al igual que un desajuste emocional 
es factor de riesgo para el padecimiento del Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista, dando 
mayor probabilidad de padecimiento en caso de interactuar con un estilo de crianza inadecuado. 
 
Por su parte, Maziade en (1990) realizó un estudio longitudinal y observó que la asociación entre el 
temperamento difícil y problemas de conducta fue positivo en adolescentes entre 13 y 16 años y 
solo se presenta esta relación en aquellos casos en los que las pautas educativa parentales se 
caracterizaban por dejación conductual, concluyendo que lo que realmente influye es la interacción 
entre la personalidad de los padres, al apoyo social y el tipo de funcionamiento intrafamiliar. 
Apoyando esta afirmación, Bates, Pettit, Dodge & Ridge (2000) encontraron que el “temperamento 
resistente”, caracterizado por la presentación de dificultades atencionales, tendencia al 
oposicionismo, débil capacidad de inhibición y una empatía pobre, resulta ser predictivo del 
trastorno de conducta sólo cuando el estilo de los padres era permisivo, desapareciendo cuando el 
control parental era importante. Los autores afirman que el estilo educativo parental que se 
sustenta sobre el control y la restricción reduciría la influencia del temperamento sobre el medio 
familiar, escolar y social. 
 
- Factores Neuroquímicos. 
 
 Existe una serie de neurotransmisores que intervienen en el control de las conductas agresivas 
como lo son la serotonina, dopamina, noradrenalina y GABA. Se ha observado en experimentación 
animal que niveles bajos de serotonina y GABA inducen agresividad, al igual que la hiperfunción 
noradrenérgica y dopamínica. Sin embargo, el efecto no parecer ser tan lineal debido a la 
complejidad y multifactoriedad de la neurofisiología y de la conducta (Hill & Maughan, 2004). 
 
Propuesta de un Taller dirigido a padresy niños con Trastorno Disocial Desafiante 
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19 Márquez Cortés Denise 
 
- F actores endócrinos. 
 
Las hormonas fungen como moduladores de la conducta y poseen una acción reguladora sobre la 
agresividad. Además de la dotación hormonal que posea el individuo, el ambiente desencadena 
algunas conductas que regulan la secreción hormonal por lo cual la conducta agresiva esta 
influenciada por el contexto y la interacción con los otros ((Hill & Maughan, 2004). 
 
- La existencia de retraso intelectual y problemas de aprendizaje, mediados por niveles 
altos de impulsividad y tasas altas de fracaso académico y problemas de autoestima 
(Javaloyes & Redondo, 2000). 
 
- Presencia de enfermedades crónicas como epilepsia y diabetes (Javaloyes & Redondo, 
2000). 
 
b. FACTORES FAMILIARES 
 
- Estilos de crianza 
 
Javaloyes & Redondo, (2000) identifica como factores de riesgo familiares: el estilo de crianza con 
presencia de una pobre supervisión, disciplina dura o errática, inconsistencia entre los padres, 
rechazo del niño y baja implicación parental; estado mental patológico de las figuras parentales 
como presencia de depresión, ansiedad, consumo de alcohol o trastorno de personalidad; abuso 
de tóxicos o criminalidad por parte de los padres, problemas de pareja, y en mayor intensidad el 
abuso emocional, físico o sexual. 
 
Por su parte, Scandar (2007) menciona que la existencia de antecedentes de problemas 
psicológicos/psiquiátricos en los padres (depresión, ansiedad, psicosis, etc.), inconsistencia en los 
estilos de crianza y disciplina, una pobre estimulación física e intelectual por parte de los padres y 
limitados recursos económicos tienden a crear una mayor probabilidad de desencadenar el 
trastorno. Por otro lado, dentro de la historia personal del niño se encuentran acontecimientos 
significativos durante los dos primeros años de vida relacionados a malnutrición, abuso físico y 
emocional, pobre contacto maternal y cambios repetidos de tutores. 
 
Bragado, Bernabe & Carrazco (1999) afirman que los estresores familiares son los predictores de 
trastornos del comportamiento, tales como la configuración familiar, la preocupación del niño por la 
muerte de un ser querido, el maltrato físico y un contexto familiar lleno de discusiones. De esta 
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Teórico 
 
20 Márquez Cortés Denise 
 
forma, los niños con patrones atípicos del comportamiento son más vulnerables a sufrir maltrato 
por parte de sus padres ya que estos no cuentan con los recursos necesarios para afrontar de una 
manera adecuada la conducta conflictiva del niño teniendo expectativas erróneas. Los autores 
identifican como factores de riesgo, la juventud de los padres, el abuso físico, el fracaso escolar y 
problemas tempranos del comportamiento, por lo que menciona que una intervención que enseñe 
a los padres a controlar el proceso educativo de sus hijos manejando los excesos y el 
comportamiento oposicionista, disminuiría el riesgo del surgimiento de trastornos del 
comportamiento. 
 
Betancourt et al. (2011) identifican a las prácticas parentales como factor de riesgo en la aparición 
de conductas agresivas, las cuales se dividen en apoyo parental (soporte y cariño que presentan 
los padres con sus hijos, el cual está asociado a un nivel menor de problemas emocionales y 
conductuales); y control parental el cual se define como el conjunto de límites, reglas, 
restricciones, que los padres tienen para sus hijos, así como el conocimiento de las actividades 
que estos realizan. Dentro del control parental, se diferencia en control psicológico que consiste en 
un tipo de coerción pasivo agresivo y hostil que se manifiesta a través de cierto tipo de estrategias 
como la crítica excesiva, inducción de culpa, invalidación de sentimientos y sobreprotección. Por 
otro lado, el apoyo parental se refiere a un conjunto de conductas parentales que involucran 
atención y supervisión de las actividades del hijo mediante la supervisión y monitoreo. Los 
autores concluyen que el control parental psicológico se asocia positivamente a problemas 
emocionales (ansiedad y depresión) y conductuales (ruptura de reglas, conducta antisocial y 
consumo de sustancias), mientras que el apoyo parental se asocia negativamente. Por otro lado, 
se observó que las mujeres son más vulnerables al control parental psicológico que los hombres, 
por lo que mostraban mayores niveles de problemas emocionales. 
 
Respecto a los problemas de salud mental de los padres, se ha encontrado una relación 
consistente entre los problemas de conducta de los niños y la personalidad antisocial en el padre. 
Temblay et al. (2004) encontraron que del 35 al 46% de los padres de niños con trastorno de 
conducta presentan antecedentes de conducta antisocial, frente al 6- 17% en controles. También 
encontró una relación entre las conductas antisociales en las madres a edad temprana y los 
problemas de conducta en sus hijos. 
 
Los estilos educativos son determinantes de las conductas de los hijos, ya que enseñan al niño 
como debe reaccionar ante las exigencias del medio. Dentro del estilo educativo permisivo, 
Villegas (2005) describe las interacciones entre padres e hijos que presentan conductas agresivas 
como carentes de límites respecto a la conducta del niño durante los primeros años de vida, se dan 
Propuesta de un Taller dirigido a padres y niños con Trastorno Disocial Desafiante 
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Marco 
Teórico 
 
21 Márquez Cortés Denise 
 
de manera exagerada halagos, regalos y reconocimientos evitando que el niño haga una transición 
saludable entre el egocentrismo de los 2 años y una conducta orientada a la consideración de los 
otros; por otro lado, una interacción donde el niño es quien toma las decisiones y se le da gusto en 
todo lo que desea; una disciplina inconsistente donde las normas de disciplina se aplican 
dependiendo del estado de ánimo de los padres mas que como respuesta a una conducta 
manifiesta en el niño, lo que hace impredecible la reacción de los padres y por lo tanto, las 
consecuencias de los actos; una interacción positiva que se mantiene a costa de satisfacer las 
demandas del niño evitando contradecirlo o indisponiendo; una interacción donde no existe 
coincidencia entre la política disciplinaria del padre y la de la madre eliminando uno los castigos del 
otro; dotan al niño del “poder” de control sobre los padres, por lo que se mantienen o intensifican 
estas actitudes y conductas. 
 
- Teoría del Apego 
 
Respeto al papel de la madre en el desarrollo del niño, Kenberg (2005) al analizar la relación 
madre- hijo, afirma que la respuesta que recibe el lactante al llanto, siendo una manifestación 
biológica y fisiológica, es una respuesta dependiente de la actitud de la madre, a partir de la cual 
se desarrolla de forma particular la relación objetal, por lo que es en esta etapa cuando se 
adquieren características patológicas determinantes de la salud mental del niño que existirán a lo 
largo de su desarrollo. De esta forma de acuerdo con la perturbación de dicha relación, el individuo 
presentará afecciones psicóticas, narcisistas, fronterizas o neuróticas (Gaspar, 2010). 
 
Afirmando lo anterior, Cole, Teti & Zanh-Waxler (2003) demostraron que los niños con conductas 
agresivas y desviadas presentan una relación diádica característica con la madre, basada en la 
manifestación de cólera mutua, mal ajuste emocional e inestabilidad emocional observada 
únicamente en niños. 
 
Con la finalidad de desarrollar una teoría explicativa de la interacción madre hijo en el desarrollo 
del individuo, se analizaron los tipos de apego correlacionándolos con el desarrollo posterior del 
niño. Para el logro de este fin, Bowlby (1988) define al apego como una predisposición biológicaal 
contacto cercano con figuras representativas, la cual funge como antecedente y predisponente a 
las relaciones del individuo. 
 
El apego fue clasificado por Main y Solomon (1986) en dos tipos, el apego seguro y el apego 
inseguro, éste último se divide en ambivalente, de evitamiento y desorganizado. 
Propuesta de un Taller dirigido a padres y niños con Trastorno Disocial Desafiante 
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Teórico 
 
22 Márquez Cortés Denise 
 
 El apego seguro se considera como lo “normal” y saludable, resultando el resto de los tipos como 
patogénicos ocasionando problemas afectivos y sociales. La crianza patogénica se manifiesta por 
varios factores como los son, la desestimación permanente y persistente de las necesidades 
emocionales y físicas básicas del niño. De igual forma los cambios repetidos de cuidadores 
primarios, impiden la formación de vínculos estables generando las mismas consecuencias que un 
apego inseguro (Scandar, 2007). 
 
Un niño con apego seguro usa a los padres como medio de exploración, experimenta un mínimo 
estrés cuando la mamá se pierde de vista y es capaz de volver a explorar, mostrando alegría 
cuando la madre regresa. Por el contrario, un niño con apego inseguro de evitamiento explora sin 
dificultad pero sin muestra de afecto, no se altera si la madre se pierde de vista y cuando regresa 
no la mira y trata de evitarla al cargarlo. Por otro lado, el niño con un apego inseguro ambivalente 
no explora, es inquieto y experimenta estrés si la madre se pierde de vista, al regresar muestra 
actitud de atracción y rechazo, sin eliminarse el estrés. En niños con apego inseguro 
desorganizado la conducta parece no tener un objetivo específico y puede ser contradictoria, 
incompleta, interrumpida o con movimientos estereotipados, siendo impredecibles las conductas 
ante la presencia y ausencia de la madre (Main & Solomon, 1986). 
 
 La importancia del establecimiento de un tipo de apego inadecuado en el primer año de 
vida radica en las consecuencias negativas generadas, como dificultades en la socialización y 
problemas conductuales. Scandar (2007) realizó un metanálisis a nivel mundial encontrando que el 
46% de los niños tiene un apego inseguro, del cual el 15% corresponde a un apego 
desorganizado, el 8% ambivalente y el 23% de evitamiento. Estas cifras evidencian el riesgo 
existente para el 46% de los niños que en caso de desarrollarse en un medio hostil, caracterizado 
por la agresividad o la permisividad excesiva, podrían padecer patrones de conducta inadecuados. 
Por su parte, Greenberg en 1999 (citado en Scandar, 2007) menciona que el 80% de los niños con 
Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista presentan síntomas de un apego inseguro, el cual 
representaría un factor de alto riesgo, que se potencializa con la presencia de inconsistencia en los 
estilos de crianza o abandono extremo, promoviendo la aparición de síntomas. 
 
Javaloyes & Redondo (2000) identifican como factores positivos denominados “protectores” que 
equilibran los factores de riesgo perjudiciales: un temperamento fácil que haga que el niño se 
relaciones mejor generando un buen trato por parte de los otros, buenas habilidades de relación y 
resolución de problemas, inteligencia media- alta, destreza o habilidad valorada por los otros, 
padres con una competencia y un estilo de crianza adecuados; la existencia de un grupo de 
Propuesta de un Taller dirigido a padres y niños con Trastorno Disocial Desafiante 
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23 Márquez Cortés Denise 
 
iguales no conflictivo, la participación en actividades de ocio positivitas y la existencia de un 
entorno escolar adecuado. 
 
2.5 TRATAMIENTO 
 
2.5.1 TRATAMIENTO FARMACOLÓGICO 
 
El tratamiento farmacológico únicamente se administra cuando el Trastorno Disocial Desafiante 
Oposicionista se presenta junto con otros padecimientos como el TDA (Jensen et al., 2001) 
 
Rigau et al. (2006) mencionan que los fármacos inciden sobre el funcionamiento alterado del 
sistema nervioso relacionado con la conducta disruptiva ayudando a su disminución y por lo tanto 
al tratamiento. Los fármacos utilizados son los inhibidores selectivos de la recaptación de 
serotonina (Sertralina, Fluoxetina, Paroxetina) usados para el tratamiento de la ansiedad y la 
conducta obsesiva; los inhibidores selectivos de la recaptación de noradrenalina (Atomoxetina), los 
inhibidores de la recaptación de dopamina (Metilfenidato); y antipsicóticos atípicos (Risperidona). 
 
Hamilton & Armando (2008) refieren que medicamentos utilizados en el tratamiento del TDA como 
el Metilfenidato (Ritalin), Atomoxetina (Strattera) y Anfetamina/dextroanfetamina (Aderal) son 
efectivos en el tratamiento de niños que padecen TDA y Trastorno Disocial Desafiante 
Oposicionista. De acuerdo a estos estudios, los estimulantes reducen los síntomas de ambos 
padecimientos. Algunos estudios han observado la eficacia del Clonidine (Catapres) en la 
disminución de los síntomas. Por el contrario, no se han observado disminuciones en los síntomas 
del Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista si no coexiste el TDA. 
 
De igual forma, Serra- Pinheiro, et al. (2004) reportan que existen evidencias de la efectividad del 
tratamiento farmacológico en pacientes con Trastorno Disocial y TDA, sin embargo no existen 
evidencias de la efectividad en niños con diagnóstico único de Trastorno Negativista Desafiante, 
únicamente se ven disminuidas las conductas oposicionistas, desafiantes y agresivas en pacientes 
con TDA. 
 
Jensen et al. (2001) afirma que el tratamiento farmacológico en niños que presente TDA y 
Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista, a pesar de ser importante en la intervención, debe 
estar acompañado por un tratamiento enfocado a la conducta ya que se debe hacer una 
reestructuración en el funcionamiento familiar debido a la disminución de la sintomatología. 
 
Propuesta de un Taller dirigido a padres y niños con Trastorno Disocial Desafiante 
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Teórico 
 
24 Márquez Cortés Denise 
 
2.5.2 TRATAMIENTO PSICOLÓGICO 
 
El tratamiento psicológico se ha centrado en la modificación de las cogniciones y la conducta 
principalmente. Existe la dificultad para establecer líneas generales de intervención debido a que 
en el origen del problema confluyen diferentes factores de riesgo con distinto peso para cada 
individuo (Banus, 2011). En el siguiente capítulo se hará una revisión teórica de las corrientes 
psicológicas que han desarrollado una propuesta de intervención para niños con problemas 
conductuales. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Teórico 
 
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CAPITULO 3. 
 
MODELOS DE INTERVENCIÓN 
 
El manejo de los trastornos conductuales está en función de la gravedad de la sintomatología. En 
los casos en los que el nivel de conducta disruptiva es leve y las acciones del niño no generan 
graves problemas en el ambiente familiar o social y se tiene la apertura por parte de los 
cuidadores, se lleva a cabo por medio de estrategias enfocadas en mejorar el manejo parental y 
trabajar los aspectos educacionales y de relación con iguales, (Javaloves & Redondo, 2000). Por 
otro lado, en los casos donde ya se genera un deterioro en la calidad de vida del niño y sus 
familias, se debe implementar un programa de intervención terapéutica que funja como medida 
correctiva y preventiva a la evolución del trastorno. 
 
De acuerdo a Banus (2011) existe una dificultad para establecer líneas generales de intervención 
debido a que en el origen del problema confluyen diferentes factores de riesgo con distinto peso 
en cada individuo. Partiendo de los principios generales, se debe avanzar hacia una perspectiva 
individualista que haga entender las circunstanciasespeciales, que generan las respuestas 
particulares en cada caso, considerando los principales ejes determinantes como lo son: los 
antecedentes de salud mental de los padres biológicos, los estilos educativos y de relación en el 
seno de la familia, así como considerar factores sociales de riesgo pasados y presentes. 
 
Ruiz (2010) menciona que a pesar de que los niños diagnosticados con trastornos graves de 
conducta no representa un grupo homogéneo, pueden determinarse una serie de necesidades 
educativas especiales en las que se debe basar la intervención terapéutica como lo son: la 
necesidad de un ambiente estructurado y predecible, reducir los estímulos del entorno, refuerzo 
social ante conductas adecuadas, ubicación especial en el aula que facilite la concentración, 
necesidades relacionadas con las dificultades de la comprensión y aceptación de límites y normas, 
necesidad de establecer relaciones positivas con el grupo y con los miembros de la familia, 
necesidad de reforzar la autoestima, necesidad de entrenar el autocontrol, la resolución de 
problemas, habilidades socioafectivas, asertividad, comunicación y grafomotricidad. 
 
Por su parte, Bados, García & Fuste (2002) identifican como objetivos y tratamiento para el 
Trastorno: el Control de la ira mas la inoculación del estrés; la Terapia de afrontamiento de la ira; 
Entrenamiento en asertividad; habilidades de resolución de Problemas; y un Programa en la 
prevención de la delincuencia. Las intervenciones terapéuticas más usuales son: La Terapia 
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Teórico 
 
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cognitivo- conductual; Terapia funcional familiar; Terapia Multisistémica; Terapia de interacción 
padres-hijos; y Terapia Racional- Emotiva. 
 
El tipo de terapia depende del enfoque teórico del especialista, así como las características 
particulares de los niños y sus familias, ya que se deben hacer adecuaciones que permitan 
jerarquizar los problemas así como la solución, debido a que la gravedad y manifestación del 
trastorno está en función directa de la presencia de los diferentes factores de riesgo, por lo que en 
cuanto más elementos se presenten, más difícil será su tratamiento y menos alentador su 
pronóstico. En algunos casos en los que la complejidad del entorno es alta, muchas veces no es 
posible cambiar factores externos que inciden sobre la patología, únicamente modificar la forma en 
que el sujeto percibe y responde ante ellos, en especial, si no se cuenta con el apoyo de los padres 
(Banus, 2011). 
 
La efectividad de la intervención terapéutica esta en función de varios factores como lo son: el nivel 
de compromiso por parte de los padres, si el niño está bajo medicamento por otros padecimientos, 
el tipo de relación con el terapeuta (alianza terapéutica), las creencias que tengan los padres 
acerca del tratamiento y la dinámica familiar, así como sucesos extraordinarios del núcleo familiar; 
por lo que no es posible saber a ciencia cierta, que factor ocasionó la efectividad o el fracaso de la 
intervención, obteniendo únicamente conclusiones subjetivas en muchas de las ocasiones (Jensen, 
2001). 
 
 
3.1 TIPOS DE INTEVENCIONES TERAPEUTICAS 
 
INTERVENCIONES TERAPEUTICAS DESDE LA ATENCIÓN PRIMARIA 
 
Aunque las intervenciones preventivas tempranas son las más importantes para cambiar el 
pronóstico del Trastorno, Javaloves & Redondo (2000) afirman que actualmente no se cuenta con 
los recursos necesarios para actuar de manera sistematizada con todas las familias en la que se 
presentan factores de riesgo, por lo que en ninguna sociedad se cubre esta necesidad. La 
intervención desde los recursos de Salud mental se deben componer por: Intervenciones 
familiares con el objetivo de mejorar el estilo de crianza equilibrado entre la permisivo y lo 
excesivamente crítico; Intervenciones individuales que incluyen la terapia cognitivo conductual, la 
terapia motivacional y los tratamiento farmacológicos; las intervenciones en el entorno escolar; y 
las intervenciones con el grupo de iguales y las actividades de tiempo libre. 
 
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Respecto a los objetivos de los tratamientos, Gaspar (2010) propone medidas de prevención 
enfocadas a propiciar la unidad familiar y hacer conscientes a los padres de su rol como fuentes de 
identificación y ejemplo para el niño, es decir, que los padres comprendan que de ellos obtendrán 
los basamentos y la imagen de sí mismos y de los demás. En caso de detectar problemas 
socioculturales, patologías médicas psiquiátricas, conflictos de pareja o historia de maltrato, se 
debe canalizar al grupo familiar a equipos multidisciplinarios para su tratamiento. Por otro lado se 
deben fomentar las actividades sublimatorias de la agresividad inherente a la naturaleza humana, 
promoviendo en las edades respectivas el juego, el grupo, el estudio, despertando la curiosidad, la 
actividad deportiva, la solidaridad, el compañerismo, así como la búsqueda de formas de pareja 
con parámetros positivos. 
 
3.2 MODELOS TERAPEUTICOS 
 
Los modelos terapéuticos que tratan el Trastorno Disocial Desafiante Oposicionista son: 
 
3.2.1. MODELO CONDUCTISTA 
 
La conceptualización conductista parte de la idea de que la mala conducta es la consecuencia de 
prácticas parentales inadecuadas, inconsistentes y no contingentes, por lo que el niño ha 
aprendido que la conducta oposicionista es eficaz para manipular a los adultos y obtener lo que 
desea. Los programas de intervención bajo este enfoque abarcan los contextos individual, familiar 
y escolar (Rigau et al. 2006). 
 
El enfoque conductista plantea que los niños son estimulados y controlados por las acciones y 
respuestas de sus padres, quienes incentivan la conducta de sus hijos mediante aprobación o 
desaprobación (Campion, 1987). Los niños que presentan conductas agresivas y no obedecen a 
las exigencias de los adultos, reflejan patrones de interacción aprendidos en el ambiente familiar, 
generando conducta problemas de interacción en todos los contextos (Fonserrada, 1986). 
 
El paso previo al inicio de cualquier intervención conductual, consiste en diferenciar si la conducta 
se enmarca en una variante de la normalidad o bien se debe considerar patológica teniendo en 
cuenta los parámetros de persistencia, frecuencia e intensidad (Rigau et al., 2006). 
 
El Modelo de intervención conductual de Barkley (2002) parte del análisis de la conducta mediante 
el enfoque denominado ABC (antecedentes, conducta, consecuencia) el cual pretende crear un 
condicionamiento de la conducta por medio de reforzamientos específicos que deben ser 
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consistentes, objetivos y definitivos, deben tener una dirección y haber sido planificados 
previamente para tener una carácter preventivo. 
 
Kadzin & Wassell (2000) afirman que la técnica en entrenamiento para padres, es la estrategia 
mejor documentada en el tratamiento de problemas de conducta. Graciano y Diament (1992) 
observaron que la intervención incide en el ambiente natural del niño y previene mayores 
problemas a futuro, gracias a la integración de los padres evitando problemas colaterales como lo 
son el rechazo, el aislamiento, la agresividad y la depresión en los niños. 
 
Este Programa denominado “Defiant Children” Barkley (2002) contempla la intervención de los 
padres mediante unas pautas muy estructuradas y sistematizadas que constan de 8 pasos con las 
que se pretende mejorar la conducta del niño, las relaciones sociales y la adaptación general en 
casa. El niño debe adquirir un abanico de conductas positivaslas cuales tenderán a incrementar si 
recibe un premio o un reconocimiento por ellas, en tanto que las conductas negativas tenderán a 
extinguirse si son ignoradas o reciben consecuencias negativas. 
El autor introduce como pieza clave la colaboración y el esfuerzo de los padres y pretende 
modificar la conducta por medio de la definición de conductas, el establecer un “menú” de premios 
y castigos e implementación de un sistema de fichas. Los pasos a seguir consisten en 1. Prestar 
atención positiva al niño, 2. Usar el poder de su atención para conseguir que obedezca, 3. Dar 
ordenes de forma eficaz, 4. Enseñar al niño a no interrumpir actividades, 5. Establecer un sistema 
de recompensas con fichas, 6. Aprender a castigar el mal comportamiento de forma constructiva, 
7. Ampliar el uso del tiempo fuera y 8. Aprender a controlar al niño en lugares públicos. 
 
La participación de los padres en la modificación de los problemas conductuales del niño es 
imprescindible, ya que son ellos quienes brindan herramientas apropiadas e incrementan 
habilidades de interacción social (Galicia, 2002). 
 
Para Barkley (2002) el objetivo del programa es entrenar al niño en la resolución de problemas 
incrementando gradualmente la independencia, hacer la distinción clara entre lo “negociable” y “no 
negociable”, manteniendo una buena comunicación, teniendo expectativas realistas y promoviendo 
el respeto por la estructura familiar. El autor reporta una mejoría en el 65% de los niños menores 
de 6 años, el 64% entre 6 y 12 años, el 35% en adolescentes, el 35% en niños diagnosticados con 
TDA más TND, obteniendo mejores resultados en niños con padres sin patología significativa. 
 
 
 
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3.2.3. MODELO COGNITIVO 
 
El modelo cognitivo se basa en la premisa de que los trastornos de conducta son generados por 
una disfunción ejecutiva. Este modelo psicosocial consta de un tratamiento polifacético en el que 
se intenta enseñar las habilidades cognitivas deficitarias que tienen los niños (Rigau et al., 2006). 
 
La Terapia Cognoscitiva se basa en el Modelo cognitivo de los trastornos emocionales, en donde la 
finalidad es que el niño se comporte de manera más adaptativa desarrollando pensamientos 
adaptativos y eliminando las distorsiones cognoscitivas del pensamiento preoperacional (Beck, 
1991). 
 
Ellis (1955) afirma que la perturbación emocional y por consecuencia conductual es creada por las 
interpretaciones subjetivas de las situaciones, por lo que la forma en la que el individuo interprete 
cierto evento, depende de las creencias e ideas que ha desarrollado sobre sí mismo, otras 
personas y el entorno en general. Por lo tanto, si el niño tiene pensamientos irracionales, 
interpretará erróneamente, lo que genera la disfuncionalidad de su conducta. 
 
El enfoque cognitivo parte de la idea de que la mayoría de las conductas disruptivas se pueden 
conceptualizar como conductas “inflexibles y/o explosivas” consecuencia de la dificultad que 
presenta el niño para controlar sus emociones, el hecho de presentar un bajo umbral y baja 
tolerancia a la frustración, baja flexibilidad y adaptabilidad, además de pensamiento radical. Estas 
características se deben a un retraso en el desarrollo de habilidades cognitivas concretas como lo 
son el autocontrol, procesamiento de información, habilidades sociales y flexibilidad cognitiva; 
presentando dificultad para llevar a la práctica estas habilidades cuando son necesarias. Por lo 
tanto, el problema conductual se considera un trastorno de aprendizaje centrado en una disfunción 
cognitiva, vinculado al lenguaje interno, control de las emociones, motivación y aprendizaje del 
comportamiento (Rigau et al., 2006). 
 
La terapia cognoscitiva es breve y de tiempo limitado y se basa en la relación terapéutica positiva 
mediante la confianza y la aceptación (Beck, 1991). 
 
De acuerdo a este enfoque. el niño puede realizar las cosas de forma correcta si dispone de las 
habilidades necesarias, por lo que la conducta explosiva no es intencional, no está dirigida a un 
objetivo, con metas manipulativas o con la intención de conseguir atención. Esta afirmación 
permite identificar las habilidades cognitivas que necesitan entrenarse, basándose en las 
relaciones recíprocas entre el niño y el adulto, enfatizando que el desarrollo de las habilidades para 
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la regulación de las emociones, la tolerancia a la frustración y la habilidad para resolver problemas, 
dependen de la manera y de los modelos usados por los adultos para enseñar a los niños (Rigau 
et al., 2006). 
 
Al regular sus emociones, el niño identifica sus sentimientos y comportamientos, lo que da lugar a 
mayores probabilidades de afrontar situaciones cotidianas de una forma socialmente aceptable, 
obteniendo mayor satisfacción y mejorando la sociabilización (Goleman, 1999) 
 
 De acuerdo a Rigau et al., (2006) la conducta depende del grado de compatibilidad entre las 
características del niño y las del adulto, por lo que el comportamiento oposicionista debe 
considerarse influenciado por una incompatibilidad entre la figura de autoridad y el niño, dentro del 
cual las características de la una de las partes son valoradas negativamente por el segundo 
componente de la interacción, lo que contribuye a comportamientos desadaptativos. 
 
Bajo el enfoque cognitivo Greene (citado en Rigau, 2006) desarrolló el Modelo “Resolución 
Colaborativa de problemas” donde el primer objetivo consiste en resolver aquellos puntos en los 
que se observa incompatibilidad entre los adultos y el niño. De acuerdo al autor, la conducta 
explosiva surge cuando las demandas cognitivas superan la capacidad del niño para responder de 
forma adaptativa y causan que el niño tenga conductas disruptivas e inadecuadas a juicio del 
adulto. La solución se enfoca a enseñar al niño cuales son las respuestas que se esperan de él. 
 
Es por medio de la reestructuración cognoscitiva que el niño basará sus respuestas en situaciones 
reales para construir una interpretación concordante con la realidad, en lugar de utilizar prejuicios y 
falsas creencias establecidos previamente generadores de agresividad (Rodriguez, 2004). 
 
Se pretende que el programa permita paulatinamente entender los déficits ejecutivos o 
emocionales que están debajo de cada uno de los comportamientos oposicionistas, ayudar al 
adulto a identificar y clasificar las conductas para así reaccionar de manera adecuada, además de 
resolver las discrepancias y reducir las situaciones potencialmente conflictivas, de forma que se 
mejore la compatibilidad entre ambos. Los pasos iniciales para la intervención consisten en 
mostrarse empático, definir el problema e invitar al niño a encontrar una solución aceptable para él 
y para el adulto, en el cual ambos cederán. Se debe negociar una solución realista y mutuamente 
satisfactoria, donde el adulto sea el ejemplo de autocontrol para el niño (Rigau et al., 2006). 
 
Para lograr la compatibilidad entre padres e hijos, y así dar soluciones Beck y Emory (1985) 
establecen que se debe analizar los patrones cognoscitivos del niño (y del adulto en caso de ser 
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necesario) y buscar la lógica deficiente; ayudar a ambos a generar interpretaciones alternativas 
que permitan reestructurar el evento para lograr una comprensión de los hechos; para finalmente 
abandonar la postura de culpar al otro y desarrollar estrategias de afrontamiento y herramientas de 
resolución de problemas. 
 
Por otra parte,

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