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Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras. Colegio de Historia. El gobierno de Enrique Calderón en Durango, 1936-1940. Historia y política regional en tiempos del cardenismo. Tesis que para optar al título de: LICENCIADO EN HISTORIA presenta Pavel Leonardo Navarro Valdez. Asesor Dr. Aurelio de los Reyes. México, D.F. junio de 2005 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A Mónico Valdez, mi “tata”, que puso su vida, entusiasmo y dedicación en ese pedacito de tierra en que mi familia tiene sus raíces. A Carmen Gallegos, mi abuela, que mantiene intacta la fuerza de espíritu, desde aquellos días en que se inició como maestra rural.. A Soledad Martínez, esta tesis es un fruto de la semilla que ella sembró y cuidó. Agradecimientos. En primer lugar quiero agradecer al doctor Aurelio de los Reyes, el interés y la dedicación con que dirigió el presente trabajo permitió que llegara a buen puerto. A las doctoras Georgette José Valenzuela y Josefina Mac Gregor, sus valiosas enseñanzas lo nutrieron desde que estaba en embrión, y hasta sus últimos retoques. A Graziella Altamirano y Francisco Durán, que con su interés por el pasado durangueño le aportaron valiosos comentarios y observaciones. Al maestro Jorge Castañeda Zavala, los recovecos de la historia diplomática y las travesías de la vida de Enrique Calderón nos hicieron cruzar caminos. A los compañeros del seminario del doctor de los Reyes, en el proceso compartimos dificultades, dudas y embrollos; en conjunto fue más fácil salir de ellos. Mi gratitud a la Facultad de Filosofía y Letras y sus profesores, que me formaron en el oficio, en especial a Carmen de Luna, Lorenzo Ochoa, Andrea Sánchez y Miguel Soto, cuyas enseñanzas y amistad se prolongan más allá de las aulas. Debo reconocer el apoyo brindado por el personal de las bibliotecas y archivos consultados, en especial del Archivo General de la Nación, la Biblioteca Central de Durango y del Instituto Mora; mención aparte para Armando y Vero, las peculiares condiciones del Archivo Histórico del Estado de Durango, hacía más tedioso su trabajo, por su paciencia, mil gracias. A los amigos: Alejandra, Armando, Elena, Elizabeth, Fernando, Hugo, Mariana, Paty, Petra, Reisel, Rodrigo y Tere. Por supuesto a mi familia, que repartida en Durango, México y Oaxaca me ha brindado su cariño y apoyo: César, Tatiana, Irina, Maria Elena, Juan, Juan Carlos, Tatiana, Javier, Vicente, Quico, Tere, Pablo, Mariana, Bridget, Toño, y Mague; con mi más profundo amor un abrazo para ellos. En el tiempo que transcurrió durante el madurar de esta tesis, la familia fue agraciada con la llegada de “Momo” y “Papilo”, no me resta más que agradecerles su alegría. 1 Índice. Introducción. 4 Capítulo I. Los años posrevolucionarios en Durango. Reconstrucción y cuentas pendientes. 1920-1935. 9 El encumbramiento de los nuevos grupos gobernantes. 10 Estabilización social y reactivación económica de la entidad. 15 Construcción de lealtades dentro del nuevo régimen político duranguense. 19 Nuevos vientos campesinos: el agrarismo rojo. 23 Revuelta en la serranía: los cristeros durangueños. 24 El retorno del Caudillo y los conflictos políticos regionales. 28 La rebelión “ferrocarrilera y bancaria” en versión durangueña. 31 El Maximato en Durango. Crisis económica y política. 40 Los tropiezos del PNR en Durango y el gobierno de Carlos Real. 45 Conclusión. 55 Capítulo II. Transición al régimen cardenista en Durango. 57 Cárdenas en Campaña. 58 Travesía biográfica: andanzas militares y políticas de Enrique Calderón. 61 Un duranguense en la campaña presidencial. 66 El ascenso de un nuevo régimen: el cardenismo. 73 Políticos y militares duranguenses en el gobierno de Cárdenas. 73 Cambios militares y enroques de piezas en el ajedrez político. 78 Carlos Real. Gobernador callista. 81 Reorganización y movilización obrera en la región. 82 Consecuencias y reacomodos políticos en Durango tras la ruptura. 86 La huelga de Manila. Albores de la lucha social en La Laguna. 91 El retorno de un nuevo aliado. 93 Enrique Calderón y los inicios de su aventura duranguense. 95 La desaparición de poderes políticos en Durango. 102 Aliados y opositores del coronel Calderón. 107 Resistencias y conflictos políticos durante la contienda electoral. 118 Los códigos ocultos del cardenismo. 125 El interinato del gobernador Severino Ceniceros. 129 Las últimas batallas del general Severino Ceniceros. 137 Conclusión. 146 2 Capítulo III. La experiencia de un gobierno cardenista en territorio duranguense. 148 Enrique Calderón estrena cargo. 149 Proyectos y gestión del nuevo gobierno. 157 Reorganización municipal. 157 Conflictos de la política fiscal. 158 El nuevo reparto del poder. 159 Ideario político: la radicalidad del discurso gubernamental. 161 De la hacienda al ejido colectivo: El reparto agrario en La Laguna. 162 La expansión de la reforma agraria en la entidad. 165 Política obrera y organizaciones sindicales. 173 Cooperativismo y trabajadores en Durango. 174 Intervención gubernamental en los conflictos sindicales. 180 Crisis minera y protestas obreras. 181 El impulso a la educación socialista. 185 El discurso revolucionario a través del muralismo duranguense. 192 Para proletarizar a la juventud... 194 Violencia y persecución en contra de los maestros. 197 Conclusión. 199 Capítulo IV. Límites y contradicciones de un gobierno estatal durante el cardenismo. 202 Quiebre de la alianza popular. 203 Como se clausuró el reparto agrario en La Laguna. 208 Consolidación del trecho andado. 213 El conflicto con la CTM. 215 El presidente afloja la rienda de los gobernadores. 215 Afloran las diferencias. 217 La Confederación de Trabajadores Durangueños. 227 “La Esperanza”, crisol de La Laguna. 235 La represión al magisterio. 238 El PRM en Durango. Fallido intento del partido masas. 243 Conclusión. 250 3 Capítulo V. Epílogo del régimen calderonista. 252 La calma que precede a la tormenta. El Frente de Unidad Sindical. 253 Un fragmento de la República Española. 258 Excursión a territorio cetemista. 260 El grupo militar duranguense toma posiciones. 261 Un aprendiz de cacique y su sueño de “duranguesado”. 268 Movimientos de oposición. 273 Toda una empresaria del entretenimiento. El asesinato de Leonor Trujillo. 277 Tranquilidad en la jornada electoral. 280 El coronel prepara su retirada. 282 Amnesia duranguense. 287 Conclusión. 290 Capítulo VI. Andanzas de un cardenista durante el avilacamachismo. 291 Cónsul general en San Francisco. 292 Frustrado retorno a la Comarca. 298 Coronel en el ejército rojo.Agregado militar en Moscú. 299 Campaña por la reivindicación. 300 Conclusión. 307 Conclusiones. 309 Anexo documental. 314 Fuentes consultadas. 349 4 Introducción. El interés por abordar este tema surgió a consecuencia de amenas charlas con mi abuela, la profesora Carmen Gallegos, maestra rural jubilada, quien me platicaba vívidamente sus inicios como docente durante la época del general Cárdenas. Personaje a quien guarda un entrañable aprecio, gracias a la labor social desarrollada durante su gobierno, entre la que destaca el impulso a la educación. En alguna ocasión, mi abuela comentó: “¡Ah, pero el gobernador que nos mandó el general, Enrique Calderón, era un tal por cual!” Al preguntarle porqué decía aquello, mi abuela respondió, que el gobernador, un coronel fuereño impuesto por el presidente, había perseguido a los maestros rurales; además, me narró la historia de un escandaloso crimen, en que se decía, estuvo involucrado el hermano del gobernador. Ante la inquietud de cómo un gobernador enviado por Cárdenas había perseguido a los maestro rurales, algo que sonaba contradictorio, consulté los libros de historia durangueña. Los resultados de mi búsqueda fueron poco satisfactorios. En las historias generales sobre Durango que abarcan hasta la época actual, lo ocurrido entre 1934-1940 ha sido integrado al gran proceso nacional, conocido con el nombre de cardenismo, circunscribiéndose a retomar generalidades como la ejecución del reparto agrario, el impulso a la educación rural y simplemente olvidadas sus características peculiares, al susodicho Calderón, solamente lo encontré en un listado de gobernantes y en una pequeña referencia en el libro Summa Duranguense que dice: “Su actuación fue muy discutida y dejó, en general, un recuerdo poco grato entre los durangueños”.1 Sin mencionar el porqué de lo discutido de su actuación, ni la causa de tan amargo recuerdo. Después consulté en los diccionarios históricos y biográficos de México, como el de Humberto Mussachio y el Porrúa que no contienen la entrada del citado personaje, en el diccionario elaborado por Juan López Escalera sólo hay una muy escueta referencia, que no contiene fecha ni lugar de su nacimiento.2 El cardenismo es, sin duda, una de las etapas más estudiadas del México 1 Antonio Arreola et al, Summa duranguense, Durango, s/e, 1979, p. 67. 2 Humberto Musacchio, Diccionario enciclopédico de México, México, Andrés León Editor, 1989, 4 tomos. Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México, México, Editorial Porrúa, 1964. Juan López de Escalera, Diccionario biográfico y de historia de México, México, Editorial del Magisterio, 1964. 5 posrevolucionario. Es en este periodo que el Estado mexicano se consolidó institucionalmente y se estructuraron las organizaciones de masas, como el PRM, la CTM y la CNC, que se alzarían como pilares del sistema político mexicano del siglo XX. Las profundas transformaciones sociales del periodo dejaron un hondo impacto. Mucho se ha dicho sobre el gobierno del general: “El de Cárdenas fue un régimen que no ha admitido espectadores neutros: desde todos los frentes sus defensores y detractores construyeron de él un retrato en que se incluyen y comprometen, y por el impacto de sus reformas desde muy distintos puntos de vista”.3 Contamos con estudios generales sobre el camino seguido por el gobierno cardenista, como los de Luis González y Alicia Hernández Chávez.4 A profundidad se han estudiado las grandes líneas de su gobierno, filones para numerosos trabajos: La educación socialista, la reforma agraria, la política de masas, las relaciones con el movimiento obrero, el conflicto petrolero, entre otros.5 Sin embargo, en este periodo tan minuciosamente analizado por historiadores, sociólogos, politólogos y toda variedad de científicos sociales, en que las estructuras y procesos nacionales consolidados desde el poder presidencial, así como la propia personalidad del general Cárdenas, parecen dominar por completo el escenario, las fuerzas regionales y los actores locales han sido poco estudiados. La valoración de las investigaciones regionales ha arrojado nuevas luces sobre las particularidades del proceso revolucionario en cada región. Ejemplo de ellas las de Romana Falcón en San Luis Potosí, Héctor Aguilar Camín en Sonora, Carlos Martínez Assad en el sureste.6 3 Raquel Sosa, Los códigos ocultos del cardenismo, México, UNAM-Plaza y Valdés, 1996. p. 13. 4 Luis González y González, Los días del presidente Cárdenas, 1934-1940. Historia de la Revolución Mexicana, México, El Colegio de México, 1981, tomo 15. y Alicia Hernández Chávez, La mecánica cardenista, 1934-1940. Historia de la Revolución Mexicana, México, El Colegio de México, 1981, tomo 16. 5 Victoria Lerner, La educación socialista, 1934-1940. Historia de la Revolución Mexicana, México, El Colegio de México, 1982, tomo 17. Everardo Escárcega y Saúl Escobar, El cardenismo: un parteaguas histórico en el proceso agrario, 1934-1940. Historia de la cuestión agraria mexicana, México, Siglo XXI, Centro de Estudios Históricos del Agrarismo Mexicano, 1990, tomo 5. Arnaldo Córdova, La política de masas del cardenismo, México, Era, 1974. Arturo Anguiano, El Estado y la política obrera del cardenismo, México, Era, 1999. 6 Romana Falcón, Revolución y caciquismo. San Luis Potosí, 1910-1938, México, El Colegio de México, 1984. Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada, Sonora y la revolución mexicana, México, Siglo XXI, 6 Aún en el periodo cardenista, que parecía dominado por la ola nacional, las historias regionales nos han revelado las características peculiares que fueron tomando las reformas cardenistas de acuerdo con los actores sociales que participaban en cada región. Como los estudios de Carlos Martínez Assad en San Luis Potosí y de Sergio Valencia Castrejón para el caso poblano.7 A Durango, lugar con años de atraso en los estudios históricos, comienzan a llegar también los estudios regionales, como los realizados por el equipo de investigadores del Instituto José María Luis Mora: Graziella Altamirano, César Navarro y Guadalupe Villa.8 El Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Juárez del Estado de Durango se ha nutrido con la llegada de investigadores externos en busca de las fuentes regionales que les ayuden a configurar la historia del norte de México, como John Hart, David Walker William Meyers y Friedrich Katz, sobre todo en lo referente a las últimas décadas del siglo XIX y la Revolución Mexicana.9 Más las limitaciones, o más bien dicho, auto limitaciones que se imponen los historiadores ante los retos que implican el escribir la historia contemporánea han impedido que los estudios sobre la historia duranguense no avancen más allá de las primeras tres décadas del siglo XX. Las líneas de investigación del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Juárez del Estado de Durango se centran en la segunda mitad del siglo XIX o en el estallido revolucionario.10 1981. Carlos Martínez Assad, El laboratorio de la revolución. El Tabasco garridista, México, Siglo XXI, 1979. 7 Carlos Martínez Assad, Los rebeldes vencidos, Cedillo contra el Estado cardenista, México, Fondo de Cultura Económica-Instituto de Investigaciones Sociales-Universidad Nacional Autónoma de México, 1990. Sergio Valencia Castrejón, Poder Regional y política nacional. La gubernatura de Maximino Ávila Camacho en Puebla 1937-1941, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1996. 8 Graziella Altamirano, Los años de la revolución enDurango 1910-1920, Tesis de Maestría en Historia de México, Facultad de Filosofía y Letras-Universidad Nacional Autónoma de México, 1993. César Navarro, Durango: Las primeras décadas de vida independiente, México, Instituto Mora-UPN-Miguel Ángel Porrúa, 2001. Guadalupe Villa, Durango en la era de la paz y del progreso, Tesis de Maestría en Historia de México, Facultad de Filosofía y Letras-Universidad Nacional Autónoma de México, 1993. 9 John Mason Hart, El México revolucionario. Gestación y proceso de la Revolución Mexicana, México, Alianza Editorial, 1991. William Meyers, Forja del progreso, crisol de la revuelta. Los orígenes de la Revolución Mexicana en la Comarca Lagunera, 1880-1911, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana-Universidad Iberoamericana-Gobierno del Estado de Coahuila, 1996. Friedrch Katz, Pancho Villa, México, Era, 1999, 2 tomos. 10 Gloria Estela Cano Cooley y Mario Cerruti (coords.), Porfiriato y Revolución en Durango, Durango, 7 Es nuestra intención, abordar en este trabajo la historia del estado de Durango durante la etapa cardenista, con una perspectiva regional, ya que es una historia que no ha sido contada. Profundizar en el estudio de las relaciones políticas y económicas ejercidas por el gobierno federal cardenista y su interrelación con la labor del gobierno estatal. Esperamos, pues, contribuir al avance de la historiografía duranguense contemporánea y colaborar, dando este pequeño paso, en el estudio de un periodo hasta ahora inexplorado, pero sumamente importante para la consolidación del sistema político nacional, sus relaciones con los estados, y avanzar en los estudios históricos del siglo XX. Y sumado al hecho de que la contemporaneidad es un tiempo tan historiable como el siglo XIX o la colonia, el cardenismo es ya un fenómeno del siglo pasado, del que nos separan casi 70 años y la reciente pérdida de la presidencia del sistema que consolidó sus estructuras justamente en ese periodo. Es decir, consideramos que la historia regional del cardenismo en Durango, exige ser estudiada. Para la elaboración de este trabajo realizamos una revisión bibliográfica sobre las líneas generales del gobierno cardenista y aprovechamos las historias regionales que sobre el cardenismo se han realizado en otros estados. Aprovechamos la prensa de la época, tanto la publicada en la ciudad de México, como la prensa regional. Consultamos el Archivo General de la Nación, además de los archivos de las dependencias federales como el Registro Nacional Agrario y el Archivo Histórico de la Secretaría de Educación Pública. Nos sumergimos en el Archivo Histórico del Estado de Durango, fuente primaria para esta investigación, la documentación del periodo se encuentra sin clasificar ni organizar, por lo que el trabajo implicó una lenta revisión de todos los documentos en busca de los que poseían información útil para la tesis. En este trabajo, presentamos en primer lugar un panorama de los años posrevolucionarios en Durango, ya que de los conflictos y contradicciones de este periodo surgirán las condiciones que permitirán el ascenso de un movimiento social tan importante, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Juárez del Estado de Durango-Gobierno del Estado de Durango, 1999. Antonio Avitia, Los alacranes alzados. Historia de la revolución en el estado de Durango, Durango, Instituto Municipal de Arte y Cultura, 2000. 8 reflejado en el cardenismo. En el segundo capítulo abordamos los obstáculos que enfrentó el cardenismo para posicionarse en el estado y la oposición de los grupos políticos locales para permitir el arribo del gobernador Enrique Calderón, pese al respaldo que le proporcionó el presidente Cárdenas. Para después tratar la obra cardenista en la entidad, sus relaciones y conflictos, y profundizar en los matices regionales que el cardenismo adoptó en Durango, objeto central de esta investigación. Concluimos, a manera de epílogo, con el seguimiento de Enrique Calderón una vez que abandonó la gubernatura hasta su particular campaña presidencial reivindicando las proclamas del cardenismo. 9 Capítulo I. Los años posrevolucionarios en Durango. Reconstrucción y cuentas pendientes. 1920-1935. 10 El encumbramiento de los nuevos grupos gobernantes. El descontento social ocasionado por los atropellos de los hacendados apoyados por las autoridades, la concentración del control político y económico en pocas manos, y los efectos de la crisis económica, actuaron como pivote para atraer a los grupos populares al llamado maderista de 1910.1 En Durango, la temprana incorporación de sectores populares a la revolución le dio un cariz tremendamente social al movimiento armado. Los caudillos de origen popular se alzaron y dirigieron los primeros brotes de rebelión en La Laguna. Por lo tanto, resulta comprensible que tras la decisión del gobierno de Madero de frenar las demandas sociales, la violencia se manifestara en el estado en una forma mucho más virulenta contra aquellos símbolos del antiguo régimen: las haciendas y sus propietarios. A partir de noviembre de 1911 y durante todo el año de 1912, las cuadrillas de alzados incendiaron las llanuras duranguenses. El carácter popular del movimiento revolucionario duranguense se vio reforzado con la articulación del ejército villista, integrado con contingentes de campesinos, jornaleros, aparceros, medieros, rancheros pobres, vaqueros, mineros, ferrocarrileros y obreros, que asumieron la lucha antihuertista en la región, por ello, dicho movimiento no se limitó a demandas legalistas o de apertura democrática.2 Tras la escisión del movimiento revolucionario, el villismo duranguense sería derrotado por los militares enviados por Carranza para pacificar la entidad, aunque por mucho tiempo el villismo logró mantener fuerza suficiente para mantenerse activo en forma de guerrilla hasta la firma del Pacto de Sabinas, el 28 de julio de 1920, mediante el cual, Francisco Villa hizo la paz con el gobierno federal. Días más tarde se efectuó el licenciamiento de su tropa en la Hacienda de Tlahualilo, Durango.3 Con estos hechos finalizó la lucha armada en Chihuahua y Durango, que durante los últimos 5 años, había sostenido el general Villa y sus hombres. Con la pacificación de Villa, los remanentes de lo que fue uno de los más grandes ejércitos populares durante la revolución entregaba sus armas a la facción 1 Graziella Altamirano, Los años de la revolución en Durango, pp. 273 y ss. 2 Javier Garciadiego (estudio, introducción selección y notas), La Revolución Mexicana. Crónicas, documentos, planes y testimonios, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2003, p. LV. 3 Graziella Altamirano y Guadalupe Villa, Chihuahua, una historia compartida, México, Instituto José Ma. Luis Mora- Gobierno del Estado de Chihuahua-Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1988, p.308. El nombre original era “Tlahualillo”, variando posteriormente al de “Tlahualilo”, forma usualmente utilizada en la mayor parte de los documentos y en la Constitución Política del estado, forma que utilizaremos en el presente trabajo. 11 victoriosa del movimiento revolucionario. El grupo triunfante, surgido del Ejército Constitucionalista e integrado principalmente por hombres provenientes de clases medias, se asumía como el heredero de la revolución y encargado de la tarea de reconstruir al país a partir del modelo plasmado en la Constitución Política promulgada en 1917. La idea sostenida por el grupo sonorense para la reconstrucción nacional se sustentaba en la conciliación de las clases, la superación de la etapa de la lucha armadamediante la que se había derrumbado el régimen político porfiriano y el fortalecimiento de un Estado rector de la sociedad, protector de los desposeídos y garante de los derechos de los poseedores4 La nueva clase política dominante basaba su fuerza en el ejército y los caciques militares, pero su legitimidad se sustentaba en el enarbolamiento de las demandas sociales que dieron origen a la Revolución Mexicana y el apoyo de las masas movilizadas a lo largo de los diez años del movimiento revolucionario. Disponer de una amplia base social resultaba fundamental para la consolidación del nuevo sistema político, pues si bien los ejércitos populares de Villa y Zapata habían sido derrotados militarmente, la pacificación ideológica y la organización de obreros y campesinos resultaban insoslayables para la reconstrucción del nuevo Estado posrevolucionario. Por ende, era indispensable integrar el ideario y las demandas de los distintos grupos revolucionarios a los proyectos y programas políticos de los gobiernos surgidos de la revolución; es decir, contar con lo que Arnaldo Córdova ha denominado una “política de masas” para lograr la consolidación de su poder.5 Trabajadores y campesinos, derrotados en diversos momentos de la revolución fueron reincorporados al nuevo régimen a través de organizaciones subordinadas que reconocieran la supremacía del nuevo Estado.6 Con el apoyo de los jefes militares, Álvaro Obregón había derribado el gobierno de Venustiano Carranza y meses después obtendría la Presidencia de la República. En Durango, el oleaje del movimiento “aguaprietista” hizo caer al general y gobernador 4 Arnaldo Córdova, La ideología de la Revolución Mexicana. La formación de un nuevo régimen, México, Era, 1997, p. 268. 5 Ibid., pp. 25 y ss. 6 John Mason Hart, op cit., p. 498. 12 carrancista Domingo Arrieta, quien ante el empuje de la rebelión abandonó la capital del estado y fue desconocido por la legislatura local que nombró como gobernador interino al general Enrique R. Nájera. Como consecuencia del triunfo sonorense se allanó el camino para que más adelante el general Jesús Agustín Castro arribara al gobierno del estado7 La base y apoyo popular del gobierno del general Castro se cimentó en la alianza establecida con el Sindicato Agrario Confederado de Durango, agrupación integrada mayoritariamente por campesinos solicitantes de tierra y dirigida por el antiguo general villista Severino Ceniceros. Dicho sindicato constituía la primera y más importante agrupación agrarista organizada en el estado de Durango, la cual se había propuesto encauzar las añejas demandas enarboladas por los campesinos durangueños a lo largo del conflicto armado a través de las vías pacíficas e institucionales diseñadas por el nuevo régimen de la revolución. El sindicato había sido fundado en el propio año de 1920 con la participación de grupos campesinos de los poblados de Pasaje, Peñón Blanco, Ocuila, San Atenógenes, Tuitán, Muleros, Arenal, Nazas y Lerdo, entre otros. Dos años más tarde cambiaría su nombre por el de Sindicato de Campesinos Agraristas del Estado de Durango.8 Su principal impulsor y dirigente, Severino Ceniceros, era un hombre de larga trayectoria dentro de la lucha agrarista y revolucionaria en la entidad duranguense. Nacido en Cuencamé, Durango, en 1880; trabajó en el juzgado del lugar y encabezó la lucha por la defensa y restitución de las tierras de los pueblos de San Pedro y Santiago Ocuila entre 1905 y 1910. Levantado en armas en noviembre de 1910, luego se incorporó a la División 7 Jesús Agustín Castro no sólo era reconocido como un antiguo revolucionario, sino además como un militar con méritos en campaña y experiencia política de gobierno a los más altos niveles. Originario de Lerdo, Durango, en donde había nacido en agosto de 1887, durante su juventud había trabajado como empleado minero en Chihuahua entre 1902 y 1910 y luego como tranviario en Torreón hasta antes del estallido revolucionario. El 20 de noviembre de 1910 se incorporó a la revolución maderista en Gómez Palacio y se mantuvo en el ejército tras el licenciamiento de las fuerzas revolucionarias. Más adelante se uniría al movimiento constitucionalista en marzo de 1913 y sería designado gobernador en Oaxaca y Chiapas. Durante el gobierno carrancista fue ascendido a general de división y nombrado secretario de Guerra y Marina (1917- 1920). A comienzos de 1920 se inclinó en favor de la revuelta dirigida por el grupo sonorense, lo cual le permitiría ocupar la gubernatura de Durango. Manuel Lozoya Cigarroa, Hombres y mujeres de Durango, Durango, s/e, 1985, p. 173-174 Los datos biográficos de algunos personajes que aparecerán en este trabajo fueron tomados en buena parte de esta obra y su segundo tomo, publicado en 2003, que retoma el trabajo precedente realizado por Pastor Rouaix, en su Diccionario geográfico, histórico y biográfico del estado de Durango, México, Sociedad Mexicana de Geografía e Historia, 1946. 8 Gabino Martínez, La nueva clase gobernante, Durango, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Juárez del Estado de Durango, 2003, p.247. 13 del Norte y fue designado gobernador del estado por el general Villa en 1914. Tras la derrota de Celaya y la retirada de las tropas villistas hacia el norte del país, el general Francisco Villa le encomendó la organización de la guerrilla en el sur del estado de Durango. Sin embargo, Ceniceros defeccionó, solicitó su amnistía y se incorporó al constitucionalismo.9 Su integración al carrancismo fue de gran valía para acotar y combatir al villismo en Durango, particularmente en la región de los llanos y Cuencamé, dada su ascendencia y prestigio alcanzados como luchador agrarista y general revolucionario dentro de las filas de la División del Norte.10 Tras contribuir a la derrota de sus antiguos compañeros y a la pacificación de la entidad, encabezó la promoción de la naciente organización agrarista fundada en 1920. La confluencia establecida entre el Sindicato Agrario Confederado del Estado de Durango y el gobierno del general Jesús Agustín Castro, al cobijo del obregonismo, permitiría a Ceniceros ocupar el cargo de senador durante el periodo de 1920-1924. Al lado de Ceniceros, también participó en la formación del sindicato el que sería una de las piezas claves dentro del liderazgo de los movimientos campesinos duranguenses en la etapa posrevolucionaria, el constituyente Alberto Terrones Benítez.11 A través de su afiliación a la organización campesina y su actividad como dirigente agrario, Terrones Benítez fue haciéndose de una amplia base social que le permitiría ir escalando en la política estatal y convertirse en el líder oficial del agrarismo duranguense. La actividad del Sindicato Agrario se concentró en la llamada región de los llanos, comprendida en los municipios de Nombre de Dios, Durango, Canatlán, San Juan del Río, Pánuco de Coronado y Peñón Blanco, la zona agrícola por excelencia del estado, en la que la resolución del problema agrario se imponía con suma urgencia, debido a la presión ejercida por la alta densidad de población y lo escandaloso de la extensión de los 9 Manuel Lozoya Cigarroa, Hombres y mujeres de Durango, tomo 1, p. 191. 10 Para una consulta más detenida sobre la demanda de los pobladores de Ocuila en contra de los hacendados López Negrete, propietarios de la Hacienda de Sombreretillos en: Guadalupe Villa, “Elites y revolución en Cuencamé, Durango: El caso de la familia López Negrete” en Graziella Altamirano (coord.), En la cima del poder. Elites Mexicanas 1830-1930, México, Instituto José Ma. Luis Mora, 1999, pp. 139-187. 11Manuel Lozoya Cigarroa, Hombres y mujeres de Durango, tomo 1, p. 603. Nacido en Nombre de Dios, Durango, en 1887, realizóestudios de abogado en el Instituto Juárez de la ciudad de Durango y se dedicó a la explotación de minas en Guanaceví, siendo electo diputado al constituyente de 1917 por ese distrito. A partir de entonces alternó sus labores políticas y de asesor de campesinos con las de empresario minero. 14 latifundios que se aposentaron en esas llanuras.12 El Sindicato Agrario inició un proceso muy activo de solicitudes de dotación y restitución de tierras; el año de su fundación presentó 14 solicitudes, cantidad que duplicó en 1921 hasta alcanzar la cifra de 39 acciones agrarias.13 Ese año el sindicato logró la resolución del añejo y emblemático conflicto agrario de la comunidad de Ocuila: la restitución de 33,258 hectáreas, así como la dotación de 5,755 hectáreas para el poblado de Guadalupe Victoria.14 Además consiguió la entrega de 11,000 hectáreas para ampliar el fundo de Ciudad Lerdo, a pesar de los reclamos y trabas legales que interpuso la Compañía de Tlahualilo,15 así como la formación de diversos ejidos en la entidad, lo que consolidó la alianza entre el gobierno y la organización campesina. Una vez solucionadas algunas de las demandas agrarias de la región llanera para los afiliados al Sindicato de Campesinos, su actividad decayó a sólo 7 peticiones en 1922 y 13 en 1923.16 Durante ese periodo algunos poblados pertenecientes al sindicato consiguieron la ampliación de sus ejidos, como los de San Juan de Avilés en Lerdo e Ignacio Ramírez en Peñón Blanco.17 De este modo la tierra se repartía entre los campesinos leales al gobierno como una concesión unilateral y se fomentaba la creación de una clientela política; mientras que el resto de los campesinos solicitantes no pertenecientes al sindicato continuaron atorados entre la tramitología burocrática y la oposición de los terratenientes que mediante el empleo de recursos legales, como la obtención de amparos y muchos otros medios ilegales como la formación de “guardias blancas”, se veían imposibilitados para acceder a la tierra. 12 Pastor Rouaix, “Rectificaciones al Censo Oficial del Estado de Durango practicado en 1921”, Boletín, núm. 4, agosto de 1928, Durango, Imprenta del Gobierno del Estado, 1928, p. 137. El caso más significativo es el de la Hacienda Santa Catalina del Álamo que superaba las 400,000 hectáreas de extensión. 13 Hans Tobler, "Los campesinos y la formación del Estado revolucionario", en Friedrich Katz (compilador), Revuelta, rebelión y revolución, la lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, México, Era, 1990, tomo 2, p. 160. 14 Archivo Histórico del Registro Nacional Agrario (en adelante AHRAN), Acciones y resoluciones agrarias en el estado de Durango, 1917-1940. 15 Lourdes Romero Navarrete, “El reparto ejidal a la Ciudad de Lerdo, Durango, 1917-1924”, en www.ciesas.edu.mx. 16 Hans Tobler, op. cit., p.160. 17 AHRAN, Acciones y resoluciones agrarias en el estado de Durango 1917-1940. El municipio de Peñón Blanco se dividió en 2 jurisdicciones en 1936, Peñón Blanco y Guadalupe Victoria, quedando el poblado de Ignacio Ramírez dentro del municipio de Guadalupe Victoria. 15 Estabilización social y reactivación económica de la entidad. Los fuegos de la guerra habían arrasado el campo durangueño y buena parte de la estructura productiva. Un importante número de haciendas fueron incendiadas durante la revolución y deteriorado su sistema productivo, sin embargo, los grandes hacendados persistieron como dueños de la tierra. Incluso, varios de ellos se habían beneficiado con la política carrancista adoptada entre 1917 y 1920 de devolución de las haciendas incautadas durante la revolución.18 Si bien los terratenientes y latifundistas habían perdido su preponderancia política, en alianza con el nuevo grupo gobernante encontraron la forma de preservar sus propiedades y su sistema de vida, pues la nueva clase política dominante consintió la supervivencia del latifundio. Pese a los postulados agrarios plasmados en la Constitución del 17, el sueño de los triunfadores de la revolución para el campo mexicano era el de la construcción de una sociedad de pequeños propietarios, considerando al ejido sólo como una etapa intermedia en el proceso de modernización agrícola; por lo que la política auspiciada por los gobiernos revolucionarios era lograr el fraccionamiento de los viejos latifundios y su conversión en medianas y pequeñas propiedades. El gobierno otorgaba garantías en la propiedad de la tierra de los particulares, si realizaban el fraccionamiento de los grandes que extensiones que poseían. La Ley Agraria de Durango de 1922 permitió preservar hasta 5,000 hectáreas de tierras de cultivo; 10,000 de pastizal y 20,000 de zonas boscosas, bajo la condición de fraccionar sus propiedades.19 Sin embargo, mediante un fraccionamiento ficticio o simulado, muchos de los antiguos terratenientes pudieron conseguir que los lotes enajenados quedaran entre sus familiares, allegados o prestanombres y conservar así sus propiedades. Solamente las tierras de los propietarios renuentes al fraccionamiento y al pago de impuestos y contribuciones, bajo el argumento de falta de garantías para la propiedad o la deplorable situación económica que vivía el estado, fueron confiscadas por el gobierno mediante la aplicación de la Ley Económica Coactiva, promulgada para saldar las deudas 18 Graziella Altamirano, “El dislocamiento de la elite. El caso de las confiscaciones revolucionarias en Durango” Secuencia, nueva época, México, Instituto Mora, núm. 46 enero-abril de 2000, p. 122. 19 Ley Agraria del Estado de Durango, Durango, Imprenta del Gobierno del Estado, 1922, pp. 3 y 4. 16 con el fisco.20 Por otro lado, esta situación propició que los nuevos gobernantes y antiguos jefes revolucionarios pronto se transformaran en poseedores de grandes extensiones de tierra. La aspiración de los hombres de la revolución era la de convertirse en “señores de la tierra”. A la vez que con la otra mano, por necesidad política repartían tierra entre los campesinos. Al respecto Hans Tobler apunta: Paradójicamente, la reforma agraria creó condiciones ventajosas para que los jefes del ejército se establecieran en la agricultura, el ejército con frecuencia ejercía el papel decisivo de árbitro en los conflictos entre agraristas y latifundistas. En esta situación, los oficiales con frecuencia actuaban como “socios” o “arrendatarios” de los terratenientes afectados o amenazados. Para evitar la expropiación de parte de sus tierras, los terratenientes accedían con frecuencia a ofrecer contratos favorables a sus protectores.21 De este modo, el gobernador Jesús Agustín Castro pronto se hizo de dos propiedades: el rancho Chapultepec, localizado en el municipio de Pánuco de Coronado, a un costado de la vía Durango-Torreón y de la Hacienda Medina, en Canatlán, a partir del fraccionamiento de la Hacienda de Santa Isabel de Berros. Sumando sus ranchos, el iniciador de la revolución de 1910 en Gómez Palacio, se volvió propietario de modestas veinticinco mil hectáreas.22 Al igual que el gobernador, muchos de los integrantes de la nueva elite política se convirtieron en propietarios de predios rústicos, uniendo sus intereses con los de la vieja oligarquía terrateniente. El grupo gobernante había logrado poco a poco conseguir paz y estabilidad social, indispensables para la reconstrucción del andamiaje político y la reactivación de la vida económica de la entidad. Dicha reactivación resultaría una tarea compleja y gradual, puesto que Durango había sido un escenario de primer orden durante la lucha armada y su vida económica y productiva habían resultado severamente afectadas. Durante los años posteriores a la finalización del conflicto armado, lentamente empezaron a recuperarse algunos de los rubros productivos dela economía duranguense, principalmente el sector vinculado a la producción de materias primas para la exportación, como la ganadería y el 20 Ibid., p. 59. 21 Hans Tobler, op. cit., p. 155. 22 Periódico Oficial del Estado de Durango (en adelante POED), 1 de julio de 1937. 17 cultivo del algodón. Igualmente fueron reactivándose la extracción de minerales y la explotación forestal, actividades tradicionalmente importantes dentro de la economía regional. Figura 1 La región lagunera había disfrutado durante esos años mayor estabilidad que el resto del estado, las grandes haciendas permanecían prácticamente intactas y la reconstrucción de su 18 aparato productivo se logró más rápidamente.23 Abundantes cosechas de algodón se obtuvieron a partir de 1919. La región continuó siendo polo de atracción para los campesinos sin tierras, que migraban en busca de trabajo como peones y/o jornaleros en las haciendas. El auge algodonero propició a su vez la reactivación de industrias como la Compañía. Industrial Jabonera de La Laguna, que manufacturaba aceites y jabones a partir de la semilla y de las empresas textiles como La Amistad y La Fe. Un poco más alejadas de la región lagunera, pero dependientes también de la producción de algodón de la Comarca, fueron reabiertas las fábricas textiles La Providencia en la ciudad de Durango, La Constancia en Nombre de Dios y La Concha en Peñón Blanco.24 En tanto que otras como la de Belén en Peñón Blanco y El Tambor en Santiago Papasquiaro, permanecieron cerradas, pues sus propietarios habían salido del estado y dejado en el abandono. La inversión en la minería también comenzaba a repuntar, pero sin igualar los niveles y el auge alcanzados durante el porfiriato. Las grandes compañías mineras lograron reiniciar sus operaciones e incrementaron en poco tiempo sus volúmenes de producción, así como su rentabilidad. Tales fueron los casos de las empresas mineras San Luis Mining y Bacis Gold & Silver, ubicadas en la región serrana y dedicadas a la extracción de oro y plata, así como la Compañía Asarco en Velardeña y la Compañía de Peñoles en Mapimí que contaban con fundiciones para los metales de uso industrial; todas ellas de capital extranjero. Sin embargo, la mayoría de los centros mineros de menor escala y sin inversión del gran capital foráneo enfrentaron grandes dificultades para operar regularmente; gran parte de ellas fueron arrendadas a pequeños empresarios o gambusinos que nunca contaron con los 23 La región lagunera, ubicada entre los estados de Coahuila y Durango corresponde a una llanura irrigada por los ríos Nazas y Aguanaval, propicia para el cultivo del algodón por su suelo aluvial fértil tras las venidas del los ríos y su clima cálido. El algodón comenzó a cultivarse a mediados del siglo XIX, el arribo del ferrocarril a la Comarca abrió el mercado norteamericano, multiplicándose las tierras destinados al cultivo de algodón, extendiéndose los sistemas de riego y diversificándose las actividades económicas. La necesidad de una gran cantidad de mano obra propició la migración a la región de una avalancha de trabajadores rurales hacia los campos de algodón, tentados con altos jornales, el trabajo en la Laguna era asalriado, a diferencia de otras regiones del país en que el peón acasillado era el trabajaor común en las haciendas. La exigencia de obras de irrigación y de una fuerte inversión económica para habilitar tierras para el cultivo de algodón, propicio que los propietarios fraccionaran o arrendaran parte de sus tierras para recibir capital fresco, de tal manera que las haciendas y latifundios, no alcanzaron la extensión de las haciendas llaneras, que contaban con miles de hectáreas de agostadero para la cría de ganado. Trabajo asalariado y haciendas técinificadas seían la característica de la regío que la diferenciaría del resto del estado. Para un estudio a fondo de la Comarca véase: William Meyers, op. cit. 24 Gabino Martínez, Los anales de Durango, Durango, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Juárez del Estado de Durango, 1997, p. 180. 19 recursos suficientes para reactivarlas a plenitud. Por su parte, la poderosa industria maderera, casi todas de capital estadounidense, reemprendió una sostenida explotación de los bosques duranguenses, cobijada por las leyes agrarias que les permitieron conservar y hasta ampliar sus enormes extensiones de terrenos.25 Construcción de lealtades dentro del nuevo régimen político duranguense. Como hemos señalado, un aspecto importante dentro de la alianza entre el gobierno del general Jesús Agustín Castro y los integrantes del Sindicato de Campesinos fue el establecimiento de sólidos compromisos para la pacificación del estado. La base campesina facilitó al gobierno la resolución de las crisis políticas a las que tuvo que hacer frente en este periodo de reconstrucción. Los agraristas reforzaron las tropas regulares en los momentos de rebelión, pues las escisiones en la familia revolucionaria normalmente terminaban en una asonada militar. En tal sentido fue relevante la contribución del campesinado duranguense para sofocar e impedir la expansión de la rebelión delahuertista al territorio duranguense; pugna germinada a raíz de la sucesión presidencial de 1924 entre los sonorenses Plutarco Elías Calles, secretario de Gobernación y Adolfo de la Huerta, secretario de Hacienda, aspirantes a suceder a Obregón en la primera magistratura del país. Cuando el caudillo determinó que el elegido sería el general Calles, buena parte de los generales del ejército se lanzaron a la rebelión armada, nombrando a De la Huerta como su jefe supremo. Aún cuando la rebelión delahuertista no adquirió en Durango y el norte de México la fuerza que alcanzó en el centro y el sur del país, tuvo consecuencias trascendentes en la historia política de la entidad. Ante la posibilidad de que Francisco Villa, hombre con sobrada capacidad y liderazgo para levantar la región en apoyo a la revuelta, el gobierno federal decidió ordenar su ejecución en julio de 1923, bajo el temor de que se alzara de nuevo.26 Por tanto en Chihuahua y Durango a la rebelión se le había dado un demoledor 25 La riqueza forestal de los bosques duranguenses ocupa la porción occidental del estado. 26 El organizador de la operación Jesús Salas Barraza, claramente recibió indicaciones por parte del gobierno federal. Luego fue recompensado con una diputación local; Friedrich Katz, Pancho Villa, tomo 2, pp. 371- 383. 20 golpe aún antes de su inicio. No obstante el asesinato de su antiguo jefe, algunos villistas se incorporaron a la rebelión, encabezados por Hipólito Villa y Nicolás Fernández, así como algunos excarrancistas desplazados por el obregonismo en el estado, entre ellos el clan de los Arrieta. Pero ni Hipólito tenía el arrastre, ni la ascendencia sobre los campesinos para que lo siguieran en la rebelión, ni los Arrieta las aptitudes militares para encabezarla. 27 Vale señalar que durante sus correrías como rebelde delahuertista, Hipólito Villa y sus hombres secuestraron al súbdito británico Mackenzie para canjearlo por dinero a cambio de su rescate. Sin embargo, Adolfo de la Huerta ordenó a Hipólito la inmediata liberación del secuestrado, puesto que una de las prioridades del movimiento era la obtención del reconocimiento británico y estadounidense y, acciones como las de Hipólito, contribuían exactamente a lo contrario.28 La rebelión en la región fue aplastada por el ejército bajo el mando del general y gobernador Jesús Agustín Castro y sucumbió muy pronto. Ante el fracaso de la asonada, el 10 de febrero de 1924 el presidente Obregón consideró que se hacía innecesaria la presencia de tropas regulares para sofocar los reductosde los alzados, como el de la Hacienda de Canutillo, donde los levantados solamente llegaban a sumar unos 500 hombres, las tropas regulares debían ser trasladadas al sur para combatir a los focos rebeldes de mayor importancia.29 Por lo que encomendó a los cuerpos de agraristas armados pertenecientes al Sindicato de Campesinos su persecución y derrota. Después de algunas escaramuzas, en mayo de ese año se rindió Nicolás Fernández y, en octubre, Hipólito también se entregó al gobierno. Por su parte, Domingo Arrieta después de cuatro años de andar entre escondido y alzado en la sierra, encontró el momento justo para amnistiarse. 27 Por su parte los llamados cónsules de De la Huerta en Estados Unidos, entre ellos el licenciado durangueño Salvador Franco Urías, buscaban dicho reconocimiento y realizaban gestiones para conseguir armas, parque, algunos aviones y pilotos, pero fracasaron rotundamente, el gobierno norteamericano manifestó su apoyo al gobierno federal. El Lic. Salvador Franco Urías con dificultades conseguía armamento y con muy poco éxito trataba de triangularlo hacia Honduras para evitar el veto a la venta de armas a los rebeldes que había impuesto Estados Unidos. Georgette José Valenzuela, La campaña presidencial de 1923-1924 en México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1998, p. 158 y Enrique Plasencia de la Parra, Personajes y escenarios de la rebelión delahuertista 1923-1924, México, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Nacional Autónoma de México-Miguel Ángel Porrúa, 1988, p. 252. 28 Friedrich Katz, Pancho Villa, tomo 2, p. 384. 29 Georgette José Valenzuela, op. cit., p. 177. y Friedrich Katz, Pancho Villa, tomo 2, p. 384. 21 A diferencia de la suerte de muchos participantes en la rebelión que acabaron fusilados o muertos en combate como: Manuel Chao, Salvador Alvarado y Rafael Buelna, entre otros; a los durangueños les tocaron castigos más benévolos: casi todos fueron amnistiados y no tuvieron que exiliarse como De la Huerta o Enrique Estrada, pero todos fueron separados de la vida y del juego político; en su caso, los diputados federales Marino Castillo Nájera y Salvador Franco Urías fueron desaforados, y a los militares les fueron desconocidos sus cargos. Al pobre de Hipólito le pegaron donde más le dolía: el gobierno federal le quitó la Hacienda de Canutillo que había pertenecido al general Francisco Villa. Igualmente fueron incautadas otras haciendas que habían sido entregadas a los villistas. 30 La ausencia de focos rebeldes y la estabilidad en el estado en julio de 1924, fecha de las elecciones federales y locales, garantizaron la continuidad del grupo político en el poder sin grandes sobresaltos. Compartimos la afirmación de Georgette José Valenzuela, sobre el ascenso de Calles: No consideramos acertada la aseveración que Calles, fue producto de una imposición debida simplemente al deseo de Obregón, este deseo no fue sólo lo que lo llevó a la presidencia, sino el hábil manejo de fuerzas, especialmente obreros y campesinos, que pusieron en práctica el presidente, el candidato y el grupo que rodeaba a Obregón.31 El Partido Revolucionario Durangueño, el cual ocupaba el espacio de partido oficial en el estado, triunfó con amplio margen en las elecciones para gobernador, senador y diputados. En un enroque político el gobernador saliente Jesús Agustín Castro pasó a ocupar una senaduría, en tanto que el senador y general Enrique R. Nájera dejó el Senado para ocupar el cargo de gobernador del estado de Durango.32 El nuevo gobernante representaba la continuidad de la elite política posrevolucionaria en tierra duranguense. 30 Friedrich Katz, Pancho Villa, tomo 2, p. 385. 31 Georgette José Valenzuela, op. cit., p 133. 32 Manuel Lozoya Cigarroa, Hombres y mujeres de Durango, tomo 2, p. 657. El flamante mandatario era originario de Topia, Durango, donde había nacido en 1873. Como otros coterráneos se incorporó a la revolución a lado de los Arrieta en 1911. Durante la gestión del general Castro como secretario de Guerra se desempeñó en el puesto de director de Establecimientos Fabriles Militares y regresó a Durango en 1920 a coordinar la campaña electoral de su superior a la gubernatura del estado. Tras el desconocimiento de Domingo Arrieta por la legislatura local fue designado gobernador en mayo de ese mismo año. En septiembre hizo entrega del cargo al gobernador constitucionalmente electo: el general Castro. Luego ocuparía la presidencia municipal de Durango en 1921 y el cargo de senador entre 1922 y 1924. 22 Durante las licencias del general Castro, él era quien regularmente lo suplía como gobernador interino, hasta que en 1924 heredó constitucionalmente el puesto de su antiguo jefe Por su parte los dirigentes del Sindicato Agrario en pleno disfrute de su alianza con el aparato gubernamental recibieron posiciones durante la elección para diputados federales, en las que particiaparon bajo la bandera del Partido Nacional Agrarista: el ingeniero Alejandro Antuna López fue postulado por el primer distrito de Nombre de Dios; el licenciado Rodrigo Gómez por el cuarto de Cuencamé y el licenciado Alberto Terrones Benítez por el sexto de Guanaceví. Este último no llegó a ocupar su curul de diputado, ya que era el suplente de Enrique R. Nájera en el Senado y fue llamado para desempañarse en el puesto que dejó vacante el recién electo gobernador. Con objeto de reafirmar la alianza y premiar las acciones de las milicias rurales en pro de la estabilidad y pacificación del estado, el gobernador Enrique R. Nájera desde los primeros meses de su mandato incrementó el reparto de tierras y la promoción para dotación de ejidos con el propósito de recompensar a las huestes agraristas que habían combatido la rebelión delahuertista y contribuido a su elección. Poco después que el general Nájera se hizo cargo del gobierno de Durango, el general Plutarco Elías Calles asumió la Presidencia de la República. El gobierno del nuevo presidente impulsó tres importantes programas para el apoyo del campo duranguense. En mayo de 1926 inició sus operaciones el Banco de Crédito Agrícola de Durango con un capital de doscientos mil pesos, aportado fundamentalmente por la federación y cuyo propósito era dotar de crédito a los productores agrícolas y a los ejidatarios. En esa misma fecha se inauguró la Escuela Central Agrícola de Santa Lucía que tenía por objetivo la formación de técnicos agrícolas.33 El tercero consistió en la construcción de la presa de Guatimapé que permitió almacenar las aguas de la Laguna de Santiaguillo e irrigar las tierras de la región de Canatlán.34 33 Jesús Silva Herzog, De la historia de México, 1810-1938, documentos fundamentales, ensayos y opiniones, México, Siglo XXI, 1980, p. 263. Las actividades y actuación de este banco son un filón para futuras investigaciones. 34 Enrique Krauze, La reconstrucción económica, 1924-1928, Historia de la Revolución Mexicana, México, El Colegio de México, 1981, tomo 10, p.140. 23 Nuevos vientos campesinos: el agrarismo rojo. Ante la actitud de los líderes agrarios oficialistas que habían usufructuado el liderazgo de las organizaciones campesinas y negociado con el gobierno posiciones políticas a cambio de la subordinación de las masas campesinas y la contención de sus demandas a través de las vías legales y que había dado como resultado un raquítico e insuficiente reparto agrario, en la misma región de los valles y las zonas semiáridas del estado, surgió un renovado agrarismo de corte radical, fruto del esfuerzo organizativo de un puñado de profesores rurales y líderes campesinos que en algún momento habían pertenecido al sindicato dirigido por Ceniceros y Terrones Benítez. Entrelos dirigentes del nuevo movimiento agrario, destacaban el maestro José Guadalupe Rodríguez, así como Fortino Aragón, Sixto Fernández, Santos Marrero e Isidro D. Flores, estos últimos dirigentes de grupos campesinos y sindicatos de jornaleros de la región llanera. Además, casi todos ellos pertenecían al Partido Comunista de México. Este movimiento agrarista se había estructurado a través de la Confederación de Sindicatos Obreros y Campesinos de Durango (CSOC), integrando un amplio núcleo de jornaleros, campesinos solicitantes de tierra y ejidatarios que nuevamente enarbolaron las demandas campesinas en torno a un real y efectivo reparto de la tierra, bajo las banderas rojas de la hoz y el martillo. La CSOC, fundada en 1925, intensificó de manera notable la movilización de los peones y campesinos en demanda de tierra y la ocupación de haciendas y latifundios.35 De tendencia radical la CSOC respondió al llamado de la Liga de Comunidades Agrarias de Veracruz para avanzar hacia la constitución de una organización nacional que unificara a las organizaciones campesinas existentes en el país. En 1926 surgió la Liga Nacional Campesina (LNC) a la que se integró la organización duranguense y en la que José Guadalupe Rodríguez fue electo tesorero. El profesor y agrarista José Guadalupe Rodríguez (1900) era nativo de la Hacienda de Tapona, hoy Guadalupe Victoria. En 1917 se incorporó al magisterio y trabajó como profesor en diversas zonas rurales de la entidad y más tarde se integraría a las luchas agrarias, contribuyendo a la 35 Oficialmente la CSOC se mantenía adherida a la CROM, sin embargo sus vínculos reales eran con la Liga Nacional Campesina a la que también pertenecía. César Navarro, “El agrarismo rojo de las llanuras duranguenses. Movilización campesina y represión política en 1929”, Secuencia, nueva época, México, Instituto José Ma. Luis Mora, enero-abril de 2000, núm. 46, p.175. 24 dotación y formación de ejidos. Además participó en la conformación del Partido Comunista en el estado. 36 A pesar de los obstáculos impuestos por el gobierno para la organización independiente de los campesinos durangueños, para 1927 estaban afiliados a la CSOC la mayoría de los sindicatos agrarios del municipio de Gómez Palacio, los ejidos de Lerdo y Villa Juárez, las federaciones sindicales de Mapimí, Cuencamé, la región de los llanos, Canatlán, Durango y distintos comités agrarios de otros municipios.37 La lucha por la tierra, uno de los motores de la revolución, no podía ser arrancada ni diluida de los ideales colectivos del campesinado a pesar de los esfuerzos por restringirlos o maniatarlos. Por ello, frente a las tardanzas e incumplimientos del régimen posrevolucionario, la lucha agraria dirigida por la CSOC se esparció como fuego en hojarasca por los llanos durangueños. Revuelta en la serranía: Los cristeros durangueños. Frente al agrarismo que rondaba en el estado, la arquidiócesis de Durango se había caracterizado por su activa defensa de los intereses y propiedades de los latifundistas y terratenientes, utilizando al clero como un abierto enemigo del reparto agrario y para amenazar a los peones y campesinos que pretendían reclamar la tierra con las llamas perpetuas del infierno.38 La postura antiagrarista de la Iglesia Católica de Durango, manifestada a través del arzobispo monseñor Francisco Mendoza y Herrera le había acarreado conflictos con las organizaciones agrarias del estado, por lo que éstas habían propuesto a la legislatura estatal reglamentar de acuerdo con las facultades de la Constitución local, el número de sacerdotes en la entidad. Dicha reglamentación fue sancionada y publicada el 17 de mayo de 1923. Sin embargo, las protestas del clero y las agrupaciones allegadas a la Iglesia, como la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, los Caballeros de Colón, las Damas Católicas y la Sociedad de Obreros Católicos, que incluyeron un violento zafarrancho a las afueras del Palacio de Gobierno, habían conseguido que el decreto gubernamental quedara 36 Ibid., p. 170. 37 Puede consultarse el listado completo de las organizaciones filiales en: Ibid., p. 173-174. 38 José de la Cruz Pacheco, Breve Historia de Durango, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 228. 25 en suspenso.39 Esta fue una de las últimas acciones promovidas por el arzobispo Mendoza y Herrera, quien murió en julio de ese año; José María González y Valencia, que se desempeñaba como obispo auxiliar, asumió el gobierno de la arquidiócesis y fue oficializado arzobispo de Durango en abril de 1924, manteniendo la misma línea política de su antecesor.40 Tras dos años de aquel frustrado intento por regular el número de sacerdotes en Durango, en 1926 se publicó el decreto del gobierno federal que reglamentaba el artículo 130 constitucional, conocido como “Ley Calles”. La Iglesia reaccionó suspendiendo los cultos la noche del 31 de julio, como medida de presión tendiente para provocar el enojo y la reacción del pueblo y lograr la derogación del mencionado decreto. A partir de ese momento proliferaron los motines, enfrentamientos y brotaron los conatos de sedición y revueltas que derivarían en la rebelión cristera. En Durango, el primer enfrentamiento de esta rebelión se registró en el poblado indígena de Santiago Bayacora, cercano a la capital, protagonizado en su mayor parte por peones y trabajadores de la Hacienda de Tapias, administrada por Tirso y Miguel Gurrola, destacados miembros de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa y de los Caballeros de Colón. El 28 de septiembre de 1926 la comunidad enardecida por el sacristán de lugar, Trinidad Mora, recibió a pedradas y golpes a los comisionados del gobierno encargados de realizar el inventario de los bienes del templo.41 En respuesta, el gobierno envió al día siguiente un destacamento del ejército federal, enfrentado por los cristeros del lugar y que presentaron combates en los cerros aledaños. El ejército tomó la población y los rebeldes se remontaron a la serranía del Mezquital, donde las condiciones geográficas y el conocimiento del medio les eran favorables para emprender una guerra de guerrillas que habría de prolongarse por tres años (1926-1929). 42 39 Ibid. 40 Andrés Barquín y Ruiz, José María González y Valencia, Arzobispo de Durango, México, Jus, 1967, p. 517. El nuevo arzobispo provenía de una muy católica familia michoacana de Cotija de la Paz. Sus estudios sacerdotales los había realizado en el Seminario de Zamora y en el Colegio Pío Latino de Roma en donde recibió el doctorado en Filosofía, Teología y Derecho Canónico. A su regreso a México fue profesor en el Seminario de Zamora hasta el 10 de febrero de 1922, fecha en que fue nombrado obispo auxiliar de la diócesis de Durango. 41 Manuel Lozoya Cigarroa, Historia mínima de Durango, Durango, Ediciones Durango, 1995, p.105 42 Puede consultarse más sobre el movimiento cristero en Durango en: Antonio Avitia, El caudillo sagrado. 26 En las primeras persecuciones a los rebeldes, los federales sufrieron una buena cantidad de bajas, por lo que se adoptó la estrategia de colocar un cerco militar sobre la región. La serranía del Mezquital proporcionaba a los rebeldes una amplia zona de refugio y protección; con escasas vías de comunicación, poco poblada y un medio geográfico de difícil acceso. La frontera de su territorio hacia el norte era delimitada por las líneas de ferrocarril que conectaban la ciudad de Durango con la población de El Salto por el oeste y de la capital hasta Muleros (Vicente Guerrero) por el este; lo cual les garantizaba una amplia retaguardia para escapar de la persecución de los federales, así como facilidades para su aprovisionamiento y recursos que les proporcionabanlos conservadores de la capital y otros lugares de la entidad. 43 Mientras la revuelta se expandía, una Comisión Episcopal estableció contactos con el gobierno federal para encontrar una salida negociada al conflicto. Con una mano se sentaban a la mesa mientras con la otra atizaban el conflicto. Por su parte el belicoso arzobispo de Durango, González y Valencia, desde su exilio en Roma, renegaba de las negociaciones: 44 “No son estas las horas de la diplomacia. Es mejor dejar consumir las cenizas de nuestra Iglesia heroica antes que mancillarla con un armisticio ineficaz y vergonzoso. Y pensar que entre nuestros hijos, en número abrumador levantan orgullosos la cabeza y se oponen a la humillación de sus prelados”.45 Y enviaba bendiciones para la grey de su arquidiócesis levantada en armas: “A nuestros hijos católicos que anden levantados en armas por la defensa de sus derechos sociales, y religiosos, después de haberle preguntado largamente ante Dios y de haber consultado los teólogos más sabios de la Ciudad de Roma, debemos decirles: estad tranquilos en vuestras conciencias y recibir nuestras bendiciones”.46 Historia de las rebeliones cristeras en el estado de Durango, Durango, s/e, 1999. 43 Jean Meyer, La cristiada, México, Siglo XXI, 2001, tomo 1, p.185. 44 Andrés Barquín, op. cit., pp. 25 y ss. El 18 de agosto de 1926 el Episcopado mexicano nombró una comisión para informar al Papa de la situación que privaba en México tras la entrada en vigor del reglamento y la suspensión de cultos, integrada por el obispo de León, Emetrio Valverde y Téllez; el obispo de Tehuantepec, Jenaro Méndez del Río; y José María González y Valencia, arzobispo de Durango, éste último elegido por su dominio del italiano y sus relaciones con los principales funcionarios de El Vaticano. González y Valencia permaneció en el extranjero durante toda la rebelión cristera, en Roma primero, y en San Antonio, Texas después. 45 Jean Meyer, La cristiada, p. 21. 46 Ibid., p.17 Aurelio Acevedo en su afán de negar toda relación del episcopado con el movimiento cristero 27 El propio Papa debió reprobar los furibundos excesos de Monseñor González y Valencia y le pidió abandonara Roma, pues el incendiario lenguaje del arzobispo durangueño no concordaba con el discurso oficial de la Santa Sede que no había respaldado abiertamente la lucha armada. No obstante el Vaticano consintió que desde San Antonio, Texas, el arzobispo continuara su labor de abierto y franco apoyo a la rebelión y se le mantuvo como cabeza de la iglesia en Durango hasta 1954.47 En junio de 1929 los negociadores del Vaticano, los obispos Pascual Díaz y Leopoldo Ruiz y Flores pactaron el Modus Vivendi que ponía fin al conflicto entre la Iglesia y el Estado Mexicano. Sin embargo, una vez más, el arzobispo González y Valencia mostró su rechazo e inconformidad frente a todo acuerdo que no reconociera a México como un país oficialmente católico. Por lo que para facilitar el cumplimiento de los acuerdos, a Monseñor González y Valencia no se le permitió el reingreso al país. Sin la presencia del arzobispo los sacerdotes comenzaron la reapertura de templos en el estado y el 6 de julio se reabrió la catedral de Durango por el deán Julio del Palacio. El padre Abundio Nájera remontó la sierra para comunicar a las tropas cristeras de Florencio Campos y Trinidad Mora que “la lucha por la religión se había arreglado, que debían amnistiarse ante la jefatura de operaciones militares y que en adelante todo acto de aprovisionamiento seria un robo”.48 Es decir le retiraban al movimiento las indulgencias que antes le fueron otorgadas para el “legítimo derecho” de la defensa de la religión. Durante septiembre se acogieron a la amnistía los jefes rebeldes Florencio Estrada; afirmó en entrevista con el historiador francés que los cristeros de la sierra nunca conocieron los mensajes de González y Valencia, a pesar de ser publicados por el propio Acevedo en el Peor es nada, gaceta cristera editada en Huejuquilla por la brigada Quintanar, con la que tenían contactos los cristeros de Huazamota, Dgo. Alicia Olivera, Los cristeros de Zacatecas, un grupo singular, ponencia presentada en las XXV Jornadas de Historia de Occidente, Jiquilpan, Octubre de 2003. También es de hacerse notar el silencio que guarda Meyer con respecto a la crítica de sus fuentes para no contradecir y validar la información que le proporcionó Acevedo, aunque el propio historiador francés cita en su documentadísima investigación, correspondencia entre el arzobispo González y Valencia en el exilio y Trinidad Mora, alzado en la sierra. Jean Meyer, La cristiada, p. 17. 47 Andrés Barquín, op. cit., pp. 26 y ss. Así como mantuvo en sus puestos a otros obispos abiertamente cristeros, la Iglesia decidió también contar con obispos negociadores o sacerdotes y curas inmiscuidos hasta el fondo de la rebelión. 48 Jean Meyer, La cristiada, p. 324 28 Federico Vázquez; y Trinidad Mora.49 Entregaron parte de su armamento y se les reconoció medio grado y paga en el ejército, además de convenirse la creación en el poblado de Santa María de Ocotán del Internado Cultural Indígena con la intención de llevar la educación a los indígenas tepehuanos. Apaciguada la región en abril de 1930 se permitió el reingreso del arzobispo González y Valencia para administrar su arquidiócesis.50 El retorno del Caudillo y los conflictos políticos regionales. Tras ocho años de reconstrucción del Estado posrevolucionario Álvaro Obregón continuaba siendo el personaje de mayor peso en el ámbito político nacional. En opinión de Arnaldo Córdova, Obregón había impedido que los mismos revolucionarios se devoraran entre sí, eliminando a los más ambiciosos, conjurando la recaída del país en el militarismo; y pese a los esfuerzos del presidente Calles para dotar al régimen revolucionario de un aparato institucional indispensable para sobrevivir como verdadero Estado, su fuerza era más aparente que realmente efectiva.51 La presencia de Obregón era reclamada nuevamente para asumir la presidencia del país. Su prestigio como militar y estratega no estaba a discusión y por consiguiente contaba con el respeto y el apoyo de la mayoría del ejército para sostener su candidatura, además de tener la aprobación del gobierno estadounidense para continuar como el hombre fuerte de México. Por lo que el caudillo comenzó a mover a sus huestes en las distintas esferas políticas para desmontar la “pequeña traba” constitucional que impedía su reelección presidencial. La posible reelección de Álvaro Obregón tuvo una fría recepción en Durango. Durante las complejas deliberaciones en el Senado en diciembre de 1926 para discutir la modificación constitucional que permitiera la reelección presidencial en periodos discontinuos, los senadores por Durango, general Jesús Agustín Castro y licenciado Alberto Terrones Benitez, se pronunciaron en contra de su aprobación; pero ante el embate y las maniobras del grupo comandado por el héroe de Celaya, el reelecionismo terminó por imponerse en el Senado. Cuando el proyecto de reformas se votó, éste fue aprobado por “unanimidad” durante una sesión marcada por la ausencia de los senadores 49 José de la Cruz Pacheco, op. cit., p.237. 50 Antonio Avitia, El caudillo sagrado..., p.173. 51 Arnaldo Córdova, La política de masas del cardenismo, p.12. 29 antirrelecionistas. La perspectiva de que Obregón ocupara la presidencia, no sólo por cuatro sino por seis años, condenaba a los que se habían manifestado opositores al ostracismo político. El senadorJesús Agustín Castro, etiquetado como antiobregonista se vio obligado a solicitar licencia definitiva y ya sin la venia del caudillo fue puesto en disponibilidad en el ejército. El general se retiró a su rancho Chapultepec en Durango, alejado de la vida política y del mando militar. El Senado llamó al suplente Antonio Gutiérrez, político durangueño e inspector de trabajo y vinculado a Plutarco Elías Calles y Luis N. Morones, a ocupar el escaño. Por su parte, Alberto Terrones Benítez que contaba con la base social del Sindicato de Campesinos para seguir en la palestra política, regresó a Durango a trabajar con las miras puestas en la próxima elección de gobernador, pues si bien la contienda presidencial estaba prácticamente decidida en favor de Obregón, en la local todavía aspiraba a candidatearse para gobernador. A los agraristas rojos tampoco les entusiasmaba demasiado el regreso del Álvaro Obregón a la primera magistratura de la nación. Sin embargo, para enero de 1928 la “carrera del caudillo” a la Presidencia de la República estaba definitivamente despejada, pues la oposición de los generales Francisco R. Serrano y Arnulfo R. Gómez había zozobrado en la desventurada rebelión de octubre de1927 y aplastada de un zarpazo. Empero, terminaron plegándose a su candidatura, ya que el Partido Comunista y la LNC optaron por apoyar a Obregón y dieron esa directriz a las organizaciones regionales en las que influían, entre ellas la CSOC. Sin embargo, frente a las aspiraciones de los grupos políticos locales, Obregón ya había decidido a quién ubicar en la gubernatura de Durango. En ese momento el caudillo contaba con tal fuerza política, que ni siquiera se tomó la molestia de consultar a los duranguenses. Como viejo elefante no olvidaba la actuación de los senadores de la entidad respecto a su reelección; por lo que recompensó –o mejor dicho castigó al estado- imponiendo como candidato a un militar poco conocido y sin arraigo en Durango: al general Juan Gualberto Amaya, el cual se había desempeñado durante el último lustro como jefe de operaciones militares en otros estados, actuando siempre bajo la tutela de su jefe Obregón.52 52 Jean Meyer, Enrique Krauze y Cayetano Reyes, Estado y sociedad con Calles Historia de la Revolución Mexicana, 1924-1928, México, El Colegio de México, 1981, tomo 11, pp. 69 y 187. En Sinaloa con el 30 Las organizaciones y partidos locales impugnaron la candidatura de Amaya por su carencia de arraigo en el estado, lo que dificultó que el candidato encontrara un partido político que lo postulara, pero con el apoyo del Centro Obregonista pronto pudo formar el Partido Reconstructor Durangueño para sostener su candidatura.53 Para enfrentar al partido de los amayistas, la oposición formalizó una alianza que aglutinó al Partido Socialista Durangueño de Terrones Benítez, el Partido Durangueño del Trabajo, y el Partido Revolucionario Ferrocarrilero de Durango bajo la denominación de Alianza de Partidos por el Bien de Durango que postuló al propio licenciado Alberto Terrones Benítez a la gubernatura y a Álvaro Obregón a la Presidencia de la República. Al parecer con la intención de mostrar al caudillo que no luchaban contra él, sino sólo en contra de Amaya y reivindicar de algún modo el ejercicio de su poder regional. La campaña electoral de la Alianza también contó con el apoyo de las organizaciones sociales vinculadas a los partidos que la integraban, entre ellas pueden mencionarse al Sindicato de Campesinos Agraristas de Durango y la Confederación de Sindicatos Obreros y Campesinos de Durango, brazos sociales del Partido Socialista Durangueño y del Partido Durangueño del Trabajo, respectivamente. Álvaro Obregón dio muestra de no estar dispuesto a tolerar insubordinaciones regionales e hizo circular a través del Partido Reconstructor Durangueño una misiva en la que manifestaba su desacuerdo con la decisión política de los partidos que postularon a Terrones Benítez, al que calificó como su enemigo político, a la vez que ratificó su apoyo al general Juan Gualberto Amaya y llamó a sus partidarios a trabajar en favor de su candidatura.54 Cinco días después de la postulación oficial de Terrones Benítez, arribó a la capital del gobernador Fereira, en Puebla contra el gobernador Tirado y en Coahuila con el gobernador Manuel Pérez Treviño. El candidato de estirpe obregonista era originario (1888) de Santa María del Oro, Durango. Agricultor y ganadero, se incorporó a la revolución en 1913 bajo las filas del carrancismo y se destacó por su combate al villismo; en 1920 se unió al Plan de Agua Prieta, vinculándose incondicionalmente al caudillo sonorense. Manuel Lozoya Cigarroa, Hombres y mujeres de Durango, p.41. 53 César Navarro Gallegos, “Militares, caciques y poder. Partidos y lucha política en Durango. 1926-1929”, en Graziella Altamirano (coord.), En la cima del poder. Elites mexicanas, 1830-1930, México, Instituto José Ma. Luis Mora, 1999, p. 240. 54 Ibid., p. 251. 31 estado un destacamento militar comandado por el general de división José Gonzalo Escobar, jefe de operaciones militares en Coahuila y hombre muy cercano al caudillo, con la misión de hacer renunciar al gobernador Enrique R. Nájera. La autoridad de Escobar fue inmediatamente reconocida por el general Francisco Urbalejo, jefe de operaciones militares en Durango, por lo que Escobar tomó de golpe el control político y militar de la entidad. El gobernador Nájera presentó su renuncia el 26 de Mayo de 1928, asegurando al Congreso estatal que lo hacía de manera “voluntaria” y sin mediar acto de presión alguno por parte del general Escobar. La fracción amayista en el congreso aceptó la renuncia de Nájera y designó como gobernador sustituto al diputado local José Aguirre, paisano, amigo y compadre de Juan Gualberto Amaya.55 La verdadera causa de la remoción del gobernador estuvo motivada por las acusaciones de Amaya en el sentido de que Nájera, alentaba y apoyaba a sus opositores de la Alianza de Partidos por el Bien de Durango. Tras el cuartelazo militar y la designación del nuevo gobernador, la Alianza percibió que se carecía de las mínimas garantías para continuar en la campaña, por lo que el 31 de mayo anunció su decisión de retirarse de la contienda, no sin antes denunciar la grave situación e ilegalidad política que imperaba en el estado. Sin competencia real el Partido Reconstructor se impuso en las elecciones locales, así como el triunfo de sus candidatos en las elecciones federales. Pero el sabor de su victoria se amargaría demasiado pronto, pues en la mañana del 17 de julio de 1928, en el Restaurante La Bombilla de la ciudad de México el presidente electo fue asesinado. La rebelión “ferrocarrilera y bancaria” en versión durangueña. La muerte del general Obregón, presidente electo, representó la mayor crisis que hasta entonces había enfrentado el nuevo Estado posrevolucionario. Además, dejó sin su principal respaldo político al recién electo gobernador de Durango, perteneciente al grupo de militares que veían a Plutarco Elías Calles como el hombre detrás de la mano ejecutora del caudillo. La astucia y agilidad política con la que el presidente Calles resolvió la tormenta que parecía cernirse sobre el país, quedó manifestada a través del célebre discurso del 1 de septiembre de 1928 con motivo de su último informe gobierno y en el que anunció 55 Ibid. 32 el fin de la era de caudillos y el tránsito hacia la institucionalización del país; así como en la forma en que resolvió el nombramiento del presidente interino Emilio Portes Gil. El llamado a la creación del “Gran Partido Nacional” al
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