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Universidad Nacional Autónoma de México. 
 
Facultad de Filosofía y Letras. 
 
Colegio de Historia. 
 
 
El gobierno de Enrique Calderón en Durango, 1936-1940. 
Historia y política regional en tiempos del cardenismo. 
 
 
Tesis que para optar al título de: 
LICENCIADO EN HISTORIA 
presenta 
Pavel Leonardo Navarro Valdez. 
 
 
 
Asesor 
Dr. Aurelio de los Reyes. 
 
 
 
México, D.F. junio de 2005 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
Restricciones de uso 
 
DERECHOS RESERVADOS © 
PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL 
 
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objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para 
fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
A Mónico Valdez, mi “tata”, que puso su vida, entusiasmo y dedicación 
en ese pedacito de tierra en que mi familia tiene sus raíces. 
 
A Carmen Gallegos, mi abuela, que mantiene intacta la fuerza de 
espíritu, desde aquellos días en que se inició como maestra rural.. 
 
A Soledad Martínez, esta tesis es un fruto de 
la semilla que ella sembró y cuidó. 
Agradecimientos. 
 
En primer lugar quiero agradecer al doctor Aurelio de los Reyes, el interés y la 
dedicación con que dirigió el presente trabajo permitió que llegara a buen puerto. A las 
doctoras Georgette José Valenzuela y Josefina Mac Gregor, sus valiosas enseñanzas lo 
nutrieron desde que estaba en embrión, y hasta sus últimos retoques. A Graziella 
Altamirano y Francisco Durán, que con su interés por el pasado durangueño le aportaron 
valiosos comentarios y observaciones. Al maestro Jorge Castañeda Zavala, los recovecos 
de la historia diplomática y las travesías de la vida de Enrique Calderón nos hicieron 
cruzar caminos. A los compañeros del seminario del doctor de los Reyes, en el proceso 
compartimos dificultades, dudas y embrollos; en conjunto fue más fácil salir de ellos. Mi 
gratitud a la Facultad de Filosofía y Letras y sus profesores, que me formaron en el 
oficio, en especial a Carmen de Luna, Lorenzo Ochoa, Andrea Sánchez y Miguel Soto, 
cuyas enseñanzas y amistad se prolongan más allá de las aulas. 
 
Debo reconocer el apoyo brindado por el personal de las bibliotecas y archivos 
consultados, en especial del Archivo General de la Nación, la Biblioteca Central de 
Durango y del Instituto Mora; mención aparte para Armando y Vero, las peculiares 
condiciones del Archivo Histórico del Estado de Durango, hacía más tedioso su trabajo, 
por su paciencia, mil gracias. 
 
A los amigos: Alejandra, Armando, Elena, Elizabeth, Fernando, Hugo, Mariana, 
Paty, Petra, Reisel, Rodrigo y Tere. 
 
Por supuesto a mi familia, que repartida en Durango, México y Oaxaca me ha 
brindado su cariño y apoyo: César, Tatiana, Irina, Maria Elena, Juan, Juan Carlos, 
Tatiana, Javier, Vicente, Quico, Tere, Pablo, Mariana, Bridget, Toño, y Mague; con mi 
más profundo amor un abrazo para ellos. En el tiempo que transcurrió durante el madurar 
de esta tesis, la familia fue agraciada con la llegada de “Momo” y “Papilo”, no me resta 
más que agradecerles su alegría. 
 
 1
Índice. 
Introducción. 4 
Capítulo I. Los años posrevolucionarios en Durango. 
Reconstrucción y cuentas pendientes. 1920-1935. 9 
El encumbramiento de los nuevos grupos gobernantes. 10 
Estabilización social y reactivación económica de la entidad. 15 
Construcción de lealtades dentro del nuevo régimen político duranguense. 19 
Nuevos vientos campesinos: el agrarismo rojo. 23 
Revuelta en la serranía: los cristeros durangueños. 24 
El retorno del Caudillo y los conflictos políticos regionales. 28 
La rebelión “ferrocarrilera y bancaria” en versión durangueña. 31 
El Maximato en Durango. Crisis económica y política. 40 
Los tropiezos del PNR en Durango y el gobierno de Carlos Real. 45 
Conclusión. 55 
Capítulo II. Transición al régimen cardenista en Durango. 57 
Cárdenas en Campaña. 58 
Travesía biográfica: andanzas militares y políticas de Enrique Calderón. 61 
Un duranguense en la campaña presidencial. 66 
El ascenso de un nuevo régimen: el cardenismo. 73 
Políticos y militares duranguenses en el gobierno de Cárdenas. 73 
Cambios militares y enroques de piezas en el ajedrez político. 78 
Carlos Real. Gobernador callista. 81 
Reorganización y movilización obrera en la región. 82 
Consecuencias y reacomodos políticos en Durango tras la ruptura. 86 
La huelga de Manila. Albores de la lucha social en La Laguna. 91 
El retorno de un nuevo aliado. 93 
Enrique Calderón y los inicios de su aventura duranguense. 95 
La desaparición de poderes políticos en Durango. 102 
Aliados y opositores del coronel Calderón. 107 
Resistencias y conflictos políticos durante la contienda electoral. 118 
Los códigos ocultos del cardenismo. 125 
El interinato del gobernador Severino Ceniceros. 129 
Las últimas batallas del general Severino Ceniceros. 137 
Conclusión. 146 
 2
Capítulo III. La experiencia de un gobierno cardenista 
en territorio duranguense. 148 
Enrique Calderón estrena cargo. 149 
Proyectos y gestión del nuevo gobierno. 157 
Reorganización municipal. 157 
Conflictos de la política fiscal. 158 
El nuevo reparto del poder. 159 
Ideario político: la radicalidad del discurso gubernamental. 161 
De la hacienda al ejido colectivo: El reparto agrario en La Laguna. 162 
La expansión de la reforma agraria en la entidad. 165 
Política obrera y organizaciones sindicales. 173 
Cooperativismo y trabajadores en Durango. 174 
Intervención gubernamental en los conflictos sindicales. 180 
Crisis minera y protestas obreras. 181 
El impulso a la educación socialista. 185 
El discurso revolucionario a través del muralismo duranguense. 192 
Para proletarizar a la juventud... 194 
Violencia y persecución en contra de los maestros. 197 
Conclusión. 199 
Capítulo IV. Límites y contradicciones de un gobierno estatal 
durante el cardenismo. 202 
Quiebre de la alianza popular. 203 
Como se clausuró el reparto agrario en La Laguna. 208 
Consolidación del trecho andado. 213 
El conflicto con la CTM. 215 
El presidente afloja la rienda de los gobernadores. 215 
Afloran las diferencias. 217 
La Confederación de Trabajadores Durangueños. 227 
“La Esperanza”, crisol de La Laguna. 235 
La represión al magisterio. 238 
El PRM en Durango. Fallido intento del partido masas. 243 
Conclusión. 250 
 3
Capítulo V. Epílogo del régimen calderonista. 252 
La calma que precede a la tormenta. El Frente de Unidad Sindical. 253 
Un fragmento de la República Española. 258 
Excursión a territorio cetemista. 260 
El grupo militar duranguense toma posiciones. 261 
Un aprendiz de cacique y su sueño de “duranguesado”. 268 
Movimientos de oposición. 273 
Toda una empresaria del entretenimiento. El asesinato de Leonor Trujillo. 277 
Tranquilidad en la jornada electoral. 280 
El coronel prepara su retirada. 282 
Amnesia duranguense. 287 
Conclusión. 290 
Capítulo VI. Andanzas de un cardenista durante el avilacamachismo. 291 
Cónsul general en San Francisco. 292 
Frustrado retorno a la Comarca. 298 
Coronel en el ejército rojo.Agregado militar en Moscú. 299 
Campaña por la reivindicación. 300 
Conclusión. 307 
Conclusiones. 309 
Anexo documental. 314 
Fuentes consultadas. 349 
 
 4
Introducción. 
 
El interés por abordar este tema surgió a consecuencia de amenas charlas con mi abuela, 
la profesora Carmen Gallegos, maestra rural jubilada, quien me platicaba vívidamente sus 
inicios como docente durante la época del general Cárdenas. Personaje a quien guarda un 
entrañable aprecio, gracias a la labor social desarrollada durante su gobierno, entre la que 
destaca el impulso a la educación. En alguna ocasión, mi abuela comentó: “¡Ah, pero el 
gobernador que nos mandó el general, Enrique Calderón, era un tal por cual!” Al 
preguntarle porqué decía aquello, mi abuela respondió, que el gobernador, un coronel 
fuereño impuesto por el presidente, había perseguido a los maestros rurales; además, me 
narró la historia de un escandaloso crimen, en que se decía, estuvo involucrado el hermano 
del gobernador. 
 
Ante la inquietud de cómo un gobernador enviado por Cárdenas había perseguido a los 
maestro rurales, algo que sonaba contradictorio, consulté los libros de historia durangueña. 
Los resultados de mi búsqueda fueron poco satisfactorios. En las historias generales sobre 
Durango que abarcan hasta la época actual, lo ocurrido entre 1934-1940 ha sido integrado 
al gran proceso nacional, conocido con el nombre de cardenismo, circunscribiéndose a 
retomar generalidades como la ejecución del reparto agrario, el impulso a la educación rural 
y simplemente olvidadas sus características peculiares, al susodicho Calderón, solamente lo 
encontré en un listado de gobernantes y en una pequeña referencia en el libro Summa 
Duranguense que dice: “Su actuación fue muy discutida y dejó, en general, un recuerdo 
poco grato entre los durangueños”.1 Sin mencionar el porqué de lo discutido de su 
actuación, ni la causa de tan amargo recuerdo. Después consulté en los diccionarios 
históricos y biográficos de México, como el de Humberto Mussachio y el Porrúa que no 
contienen la entrada del citado personaje, en el diccionario elaborado por Juan López 
Escalera sólo hay una muy escueta referencia, que no contiene fecha ni lugar de su 
nacimiento.2 
 
El cardenismo es, sin duda, una de las etapas más estudiadas del México 
 
1 Antonio Arreola et al, Summa duranguense, Durango, s/e, 1979, p. 67. 
2 Humberto Musacchio, Diccionario enciclopédico de México, México, Andrés León Editor, 1989, 4 tomos. 
Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México, México, Editorial Porrúa, 1964. Juan 
López de Escalera, Diccionario biográfico y de historia de México, México, Editorial del Magisterio, 1964. 
 
 5
posrevolucionario. Es en este periodo que el Estado mexicano se consolidó 
institucionalmente y se estructuraron las organizaciones de masas, como el PRM, la CTM y 
la CNC, que se alzarían como pilares del sistema político mexicano del siglo XX. Las 
profundas transformaciones sociales del periodo dejaron un hondo impacto. Mucho se ha 
dicho sobre el gobierno del general: “El de Cárdenas fue un régimen que no ha admitido 
espectadores neutros: desde todos los frentes sus defensores y detractores construyeron de 
él un retrato en que se incluyen y comprometen, y por el impacto de sus reformas desde 
muy distintos puntos de vista”.3 
 
Contamos con estudios generales sobre el camino seguido por el gobierno cardenista, 
como los de Luis González y Alicia Hernández Chávez.4 A profundidad se han estudiado 
las grandes líneas de su gobierno, filones para numerosos trabajos: La educación socialista, 
la reforma agraria, la política de masas, las relaciones con el movimiento obrero, el 
conflicto petrolero, entre otros.5 
 
Sin embargo, en este periodo tan minuciosamente analizado por historiadores, 
sociólogos, politólogos y toda variedad de científicos sociales, en que las estructuras y 
procesos nacionales consolidados desde el poder presidencial, así como la propia 
personalidad del general Cárdenas, parecen dominar por completo el escenario, las fuerzas 
regionales y los actores locales han sido poco estudiados. 
 
La valoración de las investigaciones regionales ha arrojado nuevas luces sobre las 
particularidades del proceso revolucionario en cada región. Ejemplo de ellas las de Romana 
Falcón en San Luis Potosí, Héctor Aguilar Camín en Sonora, Carlos Martínez Assad en el 
sureste.6 
 
3 Raquel Sosa, Los códigos ocultos del cardenismo, México, UNAM-Plaza y Valdés, 1996. p. 13. 
4 Luis González y González, Los días del presidente Cárdenas, 1934-1940. Historia de la Revolución 
Mexicana, México, El Colegio de México, 1981, tomo 15. y Alicia Hernández Chávez, La mecánica 
cardenista, 1934-1940. Historia de la Revolución Mexicana, México, El Colegio de México, 1981, tomo 16. 
5 Victoria Lerner, La educación socialista, 1934-1940. Historia de la Revolución Mexicana, México, El 
Colegio de México, 1982, tomo 17. Everardo Escárcega y Saúl Escobar, El cardenismo: un parteaguas 
histórico en el proceso agrario, 1934-1940. Historia de la cuestión agraria mexicana, México, Siglo XXI, 
Centro de Estudios Históricos del Agrarismo Mexicano, 1990, tomo 5. Arnaldo Córdova, La política de 
masas del cardenismo, México, Era, 1974. Arturo Anguiano, El Estado y la política obrera del cardenismo, 
México, Era, 1999. 
6 Romana Falcón, Revolución y caciquismo. San Luis Potosí, 1910-1938, México, El Colegio de México, 
1984. Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada, Sonora y la revolución mexicana, México, Siglo XXI, 
 
 6
 
Aún en el periodo cardenista, que parecía dominado por la ola nacional, las historias 
regionales nos han revelado las características peculiares que fueron tomando las reformas 
cardenistas de acuerdo con los actores sociales que participaban en cada región. Como los 
estudios de Carlos Martínez Assad en San Luis Potosí y de Sergio Valencia Castrejón para 
el caso poblano.7 
 
A Durango, lugar con años de atraso en los estudios históricos, comienzan a llegar 
también los estudios regionales, como los realizados por el equipo de investigadores del 
Instituto José María Luis Mora: Graziella Altamirano, César Navarro y Guadalupe Villa.8 
El Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Juárez del Estado de Durango 
se ha nutrido con la llegada de investigadores externos en busca de las fuentes regionales 
que les ayuden a configurar la historia del norte de México, como John Hart, David Walker 
William Meyers y Friedrich Katz, sobre todo en lo referente a las últimas décadas del siglo 
XIX y la Revolución Mexicana.9 
 
Más las limitaciones, o más bien dicho, auto limitaciones que se imponen los 
historiadores ante los retos que implican el escribir la historia contemporánea han impedido 
que los estudios sobre la historia duranguense no avancen más allá de las primeras tres 
décadas del siglo XX. Las líneas de investigación del Instituto de Investigaciones 
Históricas de la Universidad Juárez del Estado de Durango se centran en la segunda mitad 
del siglo XIX o en el estallido revolucionario.10 
 
1981. Carlos Martínez Assad, El laboratorio de la revolución. El Tabasco garridista, México, Siglo XXI, 
1979. 
7 Carlos Martínez Assad, Los rebeldes vencidos, Cedillo contra el Estado cardenista, México, Fondo de 
Cultura Económica-Instituto de Investigaciones Sociales-Universidad Nacional Autónoma de México, 1990. 
Sergio Valencia Castrejón, Poder Regional y política nacional. La gubernatura de Maximino Ávila Camacho 
en Puebla 1937-1941, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1996. 
8 Graziella Altamirano, Los años de la revolución enDurango 1910-1920, Tesis de Maestría en Historia de 
México, Facultad de Filosofía y Letras-Universidad Nacional Autónoma de México, 1993. César Navarro, 
Durango: Las primeras décadas de vida independiente, México, Instituto Mora-UPN-Miguel Ángel Porrúa, 
2001. Guadalupe Villa, Durango en la era de la paz y del progreso, Tesis de Maestría en Historia de México, 
Facultad de Filosofía y Letras-Universidad Nacional Autónoma de México, 1993. 
9 John Mason Hart, El México revolucionario. Gestación y proceso de la Revolución Mexicana, México, 
Alianza Editorial, 1991. William Meyers, Forja del progreso, crisol de la revuelta. Los orígenes de la 
Revolución Mexicana en la Comarca Lagunera, 1880-1911, México, Instituto Nacional de Estudios 
Históricos de la Revolución Mexicana-Universidad Iberoamericana-Gobierno del Estado de Coahuila, 1996. 
Friedrch Katz, Pancho Villa, México, Era, 1999, 2 tomos. 
10 Gloria Estela Cano Cooley y Mario Cerruti (coords.), Porfiriato y Revolución en Durango, Durango, 
 
 7
 
Es nuestra intención, abordar en este trabajo la historia del estado de Durango durante la 
etapa cardenista, con una perspectiva regional, ya que es una historia que no ha sido 
contada. Profundizar en el estudio de las relaciones políticas y económicas ejercidas por el 
gobierno federal cardenista y su interrelación con la labor del gobierno estatal. 
 
Esperamos, pues, contribuir al avance de la historiografía duranguense contemporánea y 
colaborar, dando este pequeño paso, en el estudio de un periodo hasta ahora inexplorado, 
pero sumamente importante para la consolidación del sistema político nacional, sus 
relaciones con los estados, y avanzar en los estudios históricos del siglo XX. Y sumado al 
hecho de que la contemporaneidad es un tiempo tan historiable como el siglo XIX o la 
colonia, el cardenismo es ya un fenómeno del siglo pasado, del que nos separan casi 70 
años y la reciente pérdida de la presidencia del sistema que consolidó sus estructuras 
justamente en ese periodo. Es decir, consideramos que la historia regional del cardenismo 
en Durango, exige ser estudiada. 
 
Para la elaboración de este trabajo realizamos una revisión bibliográfica sobre las líneas 
generales del gobierno cardenista y aprovechamos las historias regionales que sobre el 
cardenismo se han realizado en otros estados. Aprovechamos la prensa de la época, tanto la 
publicada en la ciudad de México, como la prensa regional. Consultamos el Archivo 
General de la Nación, además de los archivos de las dependencias federales como el 
Registro Nacional Agrario y el Archivo Histórico de la Secretaría de Educación Pública. 
Nos sumergimos en el Archivo Histórico del Estado de Durango, fuente primaria para esta 
investigación, la documentación del periodo se encuentra sin clasificar ni organizar, por lo 
que el trabajo implicó una lenta revisión de todos los documentos en busca de los que 
poseían información útil para la tesis. 
 
En este trabajo, presentamos en primer lugar un panorama de los años 
posrevolucionarios en Durango, ya que de los conflictos y contradicciones de este periodo 
surgirán las condiciones que permitirán el ascenso de un movimiento social tan importante, 
 
Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Juárez del Estado de Durango-Gobierno del Estado de 
Durango, 1999. Antonio Avitia, Los alacranes alzados. Historia de la revolución en el estado de Durango, 
Durango, Instituto Municipal de Arte y Cultura, 2000. 
 
 8
reflejado en el cardenismo. En el segundo capítulo abordamos los obstáculos que enfrentó 
el cardenismo para posicionarse en el estado y la oposición de los grupos políticos locales 
para permitir el arribo del gobernador Enrique Calderón, pese al respaldo que le 
proporcionó el presidente Cárdenas. Para después tratar la obra cardenista en la entidad, sus 
relaciones y conflictos, y profundizar en los matices regionales que el cardenismo adoptó 
en Durango, objeto central de esta investigación. Concluimos, a manera de epílogo, con el 
seguimiento de Enrique Calderón una vez que abandonó la gubernatura hasta su particular 
campaña presidencial reivindicando las proclamas del cardenismo. 
 9
Capítulo I. 
Los años posrevolucionarios en Durango. 
Reconstrucción y cuentas pendientes. 1920-1935. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 10
El encumbramiento de los nuevos grupos gobernantes. 
 
El descontento social ocasionado por los atropellos de los hacendados apoyados por las 
autoridades, la concentración del control político y económico en pocas manos, y los 
efectos de la crisis económica, actuaron como pivote para atraer a los grupos populares al 
llamado maderista de 1910.1 En Durango, la temprana incorporación de sectores populares 
a la revolución le dio un cariz tremendamente social al movimiento armado. Los caudillos 
de origen popular se alzaron y dirigieron los primeros brotes de rebelión en La Laguna. Por 
lo tanto, resulta comprensible que tras la decisión del gobierno de Madero de frenar las 
demandas sociales, la violencia se manifestara en el estado en una forma mucho más 
virulenta contra aquellos símbolos del antiguo régimen: las haciendas y sus propietarios. A 
partir de noviembre de 1911 y durante todo el año de 1912, las cuadrillas de alzados 
incendiaron las llanuras duranguenses. El carácter popular del movimiento revolucionario 
duranguense se vio reforzado con la articulación del ejército villista, integrado con 
contingentes de campesinos, jornaleros, aparceros, medieros, rancheros pobres, vaqueros, 
mineros, ferrocarrileros y obreros, que asumieron la lucha antihuertista en la región, por 
ello, dicho movimiento no se limitó a demandas legalistas o de apertura democrática.2 
 
Tras la escisión del movimiento revolucionario, el villismo duranguense sería derrotado 
por los militares enviados por Carranza para pacificar la entidad, aunque por mucho tiempo 
el villismo logró mantener fuerza suficiente para mantenerse activo en forma de guerrilla 
hasta la firma del Pacto de Sabinas, el 28 de julio de 1920, mediante el cual, Francisco Villa 
hizo la paz con el gobierno federal. Días más tarde se efectuó el licenciamiento de su tropa 
en la Hacienda de Tlahualilo, Durango.3 Con estos hechos finalizó la lucha armada en 
Chihuahua y Durango, que durante los últimos 5 años, había sostenido el general Villa y 
sus hombres. Con la pacificación de Villa, los remanentes de lo que fue uno de los más 
grandes ejércitos populares durante la revolución entregaba sus armas a la facción 
 
1 Graziella Altamirano, Los años de la revolución en Durango, pp. 273 y ss. 
2 Javier Garciadiego (estudio, introducción selección y notas), La Revolución Mexicana. Crónicas, 
documentos, planes y testimonios, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2003, p. LV. 
3 Graziella Altamirano y Guadalupe Villa, Chihuahua, una historia compartida, México, Instituto José Ma. 
Luis Mora- Gobierno del Estado de Chihuahua-Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1988, p.308. El 
nombre original era “Tlahualillo”, variando posteriormente al de “Tlahualilo”, forma usualmente utilizada en 
la mayor parte de los documentos y en la Constitución Política del estado, forma que utilizaremos en el 
presente trabajo. 
 11
victoriosa del movimiento revolucionario. 
 
El grupo triunfante, surgido del Ejército Constitucionalista e integrado principalmente 
por hombres provenientes de clases medias, se asumía como el heredero de la revolución y 
encargado de la tarea de reconstruir al país a partir del modelo plasmado en la Constitución 
Política promulgada en 1917. La idea sostenida por el grupo sonorense para la 
reconstrucción nacional se sustentaba en la conciliación de las clases, la superación de la 
etapa de la lucha armadamediante la que se había derrumbado el régimen político 
porfiriano y el fortalecimiento de un Estado rector de la sociedad, protector de los 
desposeídos y garante de los derechos de los poseedores4 
 
La nueva clase política dominante basaba su fuerza en el ejército y los caciques 
militares, pero su legitimidad se sustentaba en el enarbolamiento de las demandas sociales 
que dieron origen a la Revolución Mexicana y el apoyo de las masas movilizadas a lo largo 
de los diez años del movimiento revolucionario. Disponer de una amplia base social 
resultaba fundamental para la consolidación del nuevo sistema político, pues si bien los 
ejércitos populares de Villa y Zapata habían sido derrotados militarmente, la pacificación 
ideológica y la organización de obreros y campesinos resultaban insoslayables para la 
reconstrucción del nuevo Estado posrevolucionario. Por ende, era indispensable integrar el 
ideario y las demandas de los distintos grupos revolucionarios a los proyectos y programas 
políticos de los gobiernos surgidos de la revolución; es decir, contar con lo que Arnaldo 
Córdova ha denominado una “política de masas” para lograr la consolidación de su poder.5 
Trabajadores y campesinos, derrotados en diversos momentos de la revolución fueron 
reincorporados al nuevo régimen a través de organizaciones subordinadas que reconocieran 
la supremacía del nuevo Estado.6 
 
Con el apoyo de los jefes militares, Álvaro Obregón había derribado el gobierno de 
Venustiano Carranza y meses después obtendría la Presidencia de la República. En 
Durango, el oleaje del movimiento “aguaprietista” hizo caer al general y gobernador 
 
4 Arnaldo Córdova, La ideología de la Revolución Mexicana. La formación de un nuevo régimen, México, 
Era, 1997, p. 268. 
5 Ibid., pp. 25 y ss. 
6 John Mason Hart, op cit., p. 498. 
 12
carrancista Domingo Arrieta, quien ante el empuje de la rebelión abandonó la capital del 
estado y fue desconocido por la legislatura local que nombró como gobernador interino al 
general Enrique R. Nájera. Como consecuencia del triunfo sonorense se allanó el camino 
para que más adelante el general Jesús Agustín Castro arribara al gobierno del estado7 
 
La base y apoyo popular del gobierno del general Castro se cimentó en la alianza 
establecida con el Sindicato Agrario Confederado de Durango, agrupación integrada 
mayoritariamente por campesinos solicitantes de tierra y dirigida por el antiguo general 
villista Severino Ceniceros. Dicho sindicato constituía la primera y más importante 
agrupación agrarista organizada en el estado de Durango, la cual se había propuesto 
encauzar las añejas demandas enarboladas por los campesinos durangueños a lo largo del 
conflicto armado a través de las vías pacíficas e institucionales diseñadas por el nuevo 
régimen de la revolución. El sindicato había sido fundado en el propio año de 1920 con la 
participación de grupos campesinos de los poblados de Pasaje, Peñón Blanco, Ocuila, San 
Atenógenes, Tuitán, Muleros, Arenal, Nazas y Lerdo, entre otros. Dos años más tarde 
cambiaría su nombre por el de Sindicato de Campesinos Agraristas del Estado de Durango.8 
 
Su principal impulsor y dirigente, Severino Ceniceros, era un hombre de larga 
trayectoria dentro de la lucha agrarista y revolucionaria en la entidad duranguense. Nacido 
en Cuencamé, Durango, en 1880; trabajó en el juzgado del lugar y encabezó la lucha por la 
defensa y restitución de las tierras de los pueblos de San Pedro y Santiago Ocuila entre 
1905 y 1910. Levantado en armas en noviembre de 1910, luego se incorporó a la División 
 
7 Jesús Agustín Castro no sólo era reconocido como un antiguo revolucionario, sino además como un militar 
con méritos en campaña y experiencia política de gobierno a los más altos niveles. Originario de Lerdo, 
Durango, en donde había nacido en agosto de 1887, durante su juventud había trabajado como empleado 
minero en Chihuahua entre 1902 y 1910 y luego como tranviario en Torreón hasta antes del estallido 
revolucionario. El 20 de noviembre de 1910 se incorporó a la revolución maderista en Gómez Palacio y se 
mantuvo en el ejército tras el licenciamiento de las fuerzas revolucionarias. Más adelante se uniría al 
movimiento constitucionalista en marzo de 1913 y sería designado gobernador en Oaxaca y Chiapas. Durante 
el gobierno carrancista fue ascendido a general de división y nombrado secretario de Guerra y Marina (1917-
1920). A comienzos de 1920 se inclinó en favor de la revuelta dirigida por el grupo sonorense, lo cual le 
permitiría ocupar la gubernatura de Durango. Manuel Lozoya Cigarroa, Hombres y mujeres de Durango, 
Durango, s/e, 1985, p. 173-174 Los datos biográficos de algunos personajes que aparecerán en este trabajo 
fueron tomados en buena parte de esta obra y su segundo tomo, publicado en 2003, que retoma el trabajo 
precedente realizado por Pastor Rouaix, en su Diccionario geográfico, histórico y biográfico del estado de 
Durango, México, Sociedad Mexicana de Geografía e Historia, 1946. 
8 Gabino Martínez, La nueva clase gobernante, Durango, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad 
Juárez del Estado de Durango, 2003, p.247. 
 13
del Norte y fue designado gobernador del estado por el general Villa en 1914. Tras la 
derrota de Celaya y la retirada de las tropas villistas hacia el norte del país, el general 
Francisco Villa le encomendó la organización de la guerrilla en el sur del estado de 
Durango. Sin embargo, Ceniceros defeccionó, solicitó su amnistía y se incorporó al 
constitucionalismo.9 Su integración al carrancismo fue de gran valía para acotar y combatir 
al villismo en Durango, particularmente en la región de los llanos y Cuencamé, dada su 
ascendencia y prestigio alcanzados como luchador agrarista y general revolucionario dentro 
de las filas de la División del Norte.10 Tras contribuir a la derrota de sus antiguos 
compañeros y a la pacificación de la entidad, encabezó la promoción de la naciente 
organización agrarista fundada en 1920. La confluencia establecida entre el Sindicato 
Agrario Confederado del Estado de Durango y el gobierno del general Jesús Agustín 
Castro, al cobijo del obregonismo, permitiría a Ceniceros ocupar el cargo de senador 
durante el periodo de 1920-1924. 
 
Al lado de Ceniceros, también participó en la formación del sindicato el que sería una de 
las piezas claves dentro del liderazgo de los movimientos campesinos duranguenses en la 
etapa posrevolucionaria, el constituyente Alberto Terrones Benítez.11 A través de su 
afiliación a la organización campesina y su actividad como dirigente agrario, Terrones 
Benítez fue haciéndose de una amplia base social que le permitiría ir escalando en la 
política estatal y convertirse en el líder oficial del agrarismo duranguense. 
 
La actividad del Sindicato Agrario se concentró en la llamada región de los llanos, 
comprendida en los municipios de Nombre de Dios, Durango, Canatlán, San Juan del Río, 
Pánuco de Coronado y Peñón Blanco, la zona agrícola por excelencia del estado, en la que 
la resolución del problema agrario se imponía con suma urgencia, debido a la presión 
ejercida por la alta densidad de población y lo escandaloso de la extensión de los 
 
9 Manuel Lozoya Cigarroa, Hombres y mujeres de Durango, tomo 1, p. 191. 
10 Para una consulta más detenida sobre la demanda de los pobladores de Ocuila en contra de los hacendados 
López Negrete, propietarios de la Hacienda de Sombreretillos en: Guadalupe Villa, “Elites y revolución en 
Cuencamé, Durango: El caso de la familia López Negrete” en Graziella Altamirano (coord.), En la cima del 
poder. Elites Mexicanas 1830-1930, México, Instituto José Ma. Luis Mora, 1999, pp. 139-187. 
11Manuel Lozoya Cigarroa, Hombres y mujeres de Durango, tomo 1, p. 603. Nacido en Nombre de Dios, 
Durango, en 1887, realizóestudios de abogado en el Instituto Juárez de la ciudad de Durango y se dedicó a la 
explotación de minas en Guanaceví, siendo electo diputado al constituyente de 1917 por ese distrito. A partir 
de entonces alternó sus labores políticas y de asesor de campesinos con las de empresario minero. 
 14
latifundios que se aposentaron en esas llanuras.12 El Sindicato Agrario inició un proceso 
muy activo de solicitudes de dotación y restitución de tierras; el año de su fundación 
presentó 14 solicitudes, cantidad que duplicó en 1921 hasta alcanzar la cifra de 39 acciones 
agrarias.13 Ese año el sindicato logró la resolución del añejo y emblemático conflicto 
agrario de la comunidad de Ocuila: la restitución de 33,258 hectáreas, así como la dotación 
de 5,755 hectáreas para el poblado de Guadalupe Victoria.14 Además consiguió la entrega 
de 11,000 hectáreas para ampliar el fundo de Ciudad Lerdo, a pesar de los reclamos y 
trabas legales que interpuso la Compañía de Tlahualilo,15 así como la formación de diversos 
ejidos en la entidad, lo que consolidó la alianza entre el gobierno y la organización 
campesina. 
 
Una vez solucionadas algunas de las demandas agrarias de la región llanera para los 
afiliados al Sindicato de Campesinos, su actividad decayó a sólo 7 peticiones en 1922 y 13 
en 1923.16 Durante ese periodo algunos poblados pertenecientes al sindicato consiguieron la 
ampliación de sus ejidos, como los de San Juan de Avilés en Lerdo e Ignacio Ramírez en 
Peñón Blanco.17 De este modo la tierra se repartía entre los campesinos leales al gobierno 
como una concesión unilateral y se fomentaba la creación de una clientela política; 
mientras que el resto de los campesinos solicitantes no pertenecientes al sindicato 
continuaron atorados entre la tramitología burocrática y la oposición de los terratenientes 
que mediante el empleo de recursos legales, como la obtención de amparos y muchos otros 
medios ilegales como la formación de “guardias blancas”, se veían imposibilitados para 
acceder a la tierra. 
 
 
12 Pastor Rouaix, “Rectificaciones al Censo Oficial del Estado de Durango practicado en 1921”, Boletín, núm. 
4, agosto de 1928, Durango, Imprenta del Gobierno del Estado, 1928, p. 137. El caso más significativo es el 
de la Hacienda Santa Catalina del Álamo que superaba las 400,000 hectáreas de extensión. 
13 Hans Tobler, "Los campesinos y la formación del Estado revolucionario", en Friedrich Katz (compilador), 
Revuelta, rebelión y revolución, la lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, México, Era, 1990, tomo 
2, p. 160. 
14 Archivo Histórico del Registro Nacional Agrario (en adelante AHRAN), Acciones y resoluciones agrarias 
en el estado de Durango, 1917-1940. 
15 Lourdes Romero Navarrete, “El reparto ejidal a la Ciudad de Lerdo, Durango, 1917-1924”, en 
www.ciesas.edu.mx. 
16 Hans Tobler, op. cit., p.160. 
17 AHRAN, Acciones y resoluciones agrarias en el estado de Durango 1917-1940. El municipio de Peñón 
Blanco se dividió en 2 jurisdicciones en 1936, Peñón Blanco y Guadalupe Victoria, quedando el poblado de 
Ignacio Ramírez dentro del municipio de Guadalupe Victoria. 
 15
Estabilización social y reactivación económica de la entidad. 
 
Los fuegos de la guerra habían arrasado el campo durangueño y buena parte de la 
estructura productiva. Un importante número de haciendas fueron incendiadas durante la 
revolución y deteriorado su sistema productivo, sin embargo, los grandes hacendados 
persistieron como dueños de la tierra. Incluso, varios de ellos se habían beneficiado con la 
política carrancista adoptada entre 1917 y 1920 de devolución de las haciendas incautadas 
durante la revolución.18 Si bien los terratenientes y latifundistas habían perdido su 
preponderancia política, en alianza con el nuevo grupo gobernante encontraron la forma de 
preservar sus propiedades y su sistema de vida, pues la nueva clase política dominante 
consintió la supervivencia del latifundio. 
 
Pese a los postulados agrarios plasmados en la Constitución del 17, el sueño de los 
triunfadores de la revolución para el campo mexicano era el de la construcción de una 
sociedad de pequeños propietarios, considerando al ejido sólo como una etapa intermedia 
en el proceso de modernización agrícola; por lo que la política auspiciada por los gobiernos 
revolucionarios era lograr el fraccionamiento de los viejos latifundios y su conversión en 
medianas y pequeñas propiedades. El gobierno otorgaba garantías en la propiedad de la 
tierra de los particulares, si realizaban el fraccionamiento de los grandes que extensiones 
que poseían. La Ley Agraria de Durango de 1922 permitió preservar hasta 5,000 hectáreas 
de tierras de cultivo; 10,000 de pastizal y 20,000 de zonas boscosas, bajo la condición de 
fraccionar sus propiedades.19 Sin embargo, mediante un fraccionamiento ficticio o 
simulado, muchos de los antiguos terratenientes pudieron conseguir que los lotes 
enajenados quedaran entre sus familiares, allegados o prestanombres y conservar así sus 
propiedades. 
 
Solamente las tierras de los propietarios renuentes al fraccionamiento y al pago de 
impuestos y contribuciones, bajo el argumento de falta de garantías para la propiedad o la 
deplorable situación económica que vivía el estado, fueron confiscadas por el gobierno 
mediante la aplicación de la Ley Económica Coactiva, promulgada para saldar las deudas 
 
18 Graziella Altamirano, “El dislocamiento de la elite. El caso de las confiscaciones revolucionarias en 
Durango” Secuencia, nueva época, México, Instituto Mora, núm. 46 enero-abril de 2000, p. 122. 
19 Ley Agraria del Estado de Durango, Durango, Imprenta del Gobierno del Estado, 1922, pp. 3 y 4. 
 16
con el fisco.20 
 
Por otro lado, esta situación propició que los nuevos gobernantes y antiguos jefes 
revolucionarios pronto se transformaran en poseedores de grandes extensiones de tierra. La 
aspiración de los hombres de la revolución era la de convertirse en “señores de la tierra”. A 
la vez que con la otra mano, por necesidad política repartían tierra entre los campesinos. Al 
respecto Hans Tobler apunta: 
 
Paradójicamente, la reforma agraria creó condiciones ventajosas para que los 
jefes del ejército se establecieran en la agricultura, el ejército con frecuencia 
ejercía el papel decisivo de árbitro en los conflictos entre agraristas y 
latifundistas. En esta situación, los oficiales con frecuencia actuaban como 
“socios” o “arrendatarios” de los terratenientes afectados o amenazados. 
Para evitar la expropiación de parte de sus tierras, los terratenientes accedían 
con frecuencia a ofrecer contratos favorables a sus protectores.21 
 
De este modo, el gobernador Jesús Agustín Castro pronto se hizo de dos propiedades: el 
rancho Chapultepec, localizado en el municipio de Pánuco de Coronado, a un costado de la 
vía Durango-Torreón y de la Hacienda Medina, en Canatlán, a partir del fraccionamiento de 
la Hacienda de Santa Isabel de Berros. Sumando sus ranchos, el iniciador de la revolución 
de 1910 en Gómez Palacio, se volvió propietario de modestas veinticinco mil hectáreas.22 
Al igual que el gobernador, muchos de los integrantes de la nueva elite política se 
convirtieron en propietarios de predios rústicos, uniendo sus intereses con los de la vieja 
oligarquía terrateniente. 
 
El grupo gobernante había logrado poco a poco conseguir paz y estabilidad social, 
indispensables para la reconstrucción del andamiaje político y la reactivación de la vida 
económica de la entidad. Dicha reactivación resultaría una tarea compleja y gradual, puesto 
que Durango había sido un escenario de primer orden durante la lucha armada y su vida 
económica y productiva habían resultado severamente afectadas. Durante los años 
posteriores a la finalización del conflicto armado, lentamente empezaron a recuperarse 
algunos de los rubros productivos dela economía duranguense, principalmente el sector 
vinculado a la producción de materias primas para la exportación, como la ganadería y el 
 
20 Ibid., p. 59. 
21 Hans Tobler, op. cit., p. 155. 
22 Periódico Oficial del Estado de Durango (en adelante POED), 1 de julio de 1937. 
 17
cultivo del algodón. Igualmente fueron reactivándose la extracción de minerales y la 
explotación forestal, actividades tradicionalmente importantes dentro de la economía 
regional. 
 
Figura 1 
 
 
La región lagunera había disfrutado durante esos años mayor estabilidad que el resto del 
estado, las grandes haciendas permanecían prácticamente intactas y la reconstrucción de su 
 18
aparato productivo se logró más rápidamente.23 Abundantes cosechas de algodón se 
obtuvieron a partir de 1919. La región continuó siendo polo de atracción para los 
campesinos sin tierras, que migraban en busca de trabajo como peones y/o jornaleros en las 
haciendas. El auge algodonero propició a su vez la reactivación de industrias como la 
Compañía. Industrial Jabonera de La Laguna, que manufacturaba aceites y jabones a partir 
de la semilla y de las empresas textiles como La Amistad y La Fe. Un poco más alejadas de 
la región lagunera, pero dependientes también de la producción de algodón de la Comarca, 
fueron reabiertas las fábricas textiles La Providencia en la ciudad de Durango, La 
Constancia en Nombre de Dios y La Concha en Peñón Blanco.24 En tanto que otras como la 
de Belén en Peñón Blanco y El Tambor en Santiago Papasquiaro, permanecieron cerradas, 
pues sus propietarios habían salido del estado y dejado en el abandono. 
 
La inversión en la minería también comenzaba a repuntar, pero sin igualar los niveles y 
el auge alcanzados durante el porfiriato. Las grandes compañías mineras lograron reiniciar 
sus operaciones e incrementaron en poco tiempo sus volúmenes de producción, así como su 
rentabilidad. Tales fueron los casos de las empresas mineras San Luis Mining y Bacis Gold 
& Silver, ubicadas en la región serrana y dedicadas a la extracción de oro y plata, así como 
la Compañía Asarco en Velardeña y la Compañía de Peñoles en Mapimí que contaban con 
fundiciones para los metales de uso industrial; todas ellas de capital extranjero. Sin 
embargo, la mayoría de los centros mineros de menor escala y sin inversión del gran capital 
foráneo enfrentaron grandes dificultades para operar regularmente; gran parte de ellas 
fueron arrendadas a pequeños empresarios o gambusinos que nunca contaron con los 
 
23 La región lagunera, ubicada entre los estados de Coahuila y Durango corresponde a una llanura irrigada por 
los ríos Nazas y Aguanaval, propicia para el cultivo del algodón por su suelo aluvial fértil tras las venidas del 
los ríos y su clima cálido. El algodón comenzó a cultivarse a mediados del siglo XIX, el arribo del ferrocarril 
a la Comarca abrió el mercado norteamericano, multiplicándose las tierras destinados al cultivo de algodón, 
extendiéndose los sistemas de riego y diversificándose las actividades económicas. La necesidad de una gran 
cantidad de mano obra propició la migración a la región de una avalancha de trabajadores rurales hacia los 
campos de algodón, tentados con altos jornales, el trabajo en la Laguna era asalriado, a diferencia de otras 
regiones del país en que el peón acasillado era el trabajaor común en las haciendas. La exigencia de obras de 
irrigación y de una fuerte inversión económica para habilitar tierras para el cultivo de algodón, propicio que 
los propietarios fraccionaran o arrendaran parte de sus tierras para recibir capital fresco, de tal manera que las 
haciendas y latifundios, no alcanzaron la extensión de las haciendas llaneras, que contaban con miles de 
hectáreas de agostadero para la cría de ganado. Trabajo asalariado y haciendas técinificadas seían la 
característica de la regío que la diferenciaría del resto del estado. Para un estudio a fondo de la Comarca 
véase: William Meyers, op. cit. 
24 Gabino Martínez, Los anales de Durango, Durango, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad 
Juárez del Estado de Durango, 1997, p. 180. 
 19
recursos suficientes para reactivarlas a plenitud. 
 
Por su parte, la poderosa industria maderera, casi todas de capital estadounidense, 
reemprendió una sostenida explotación de los bosques duranguenses, cobijada por las leyes 
agrarias que les permitieron conservar y hasta ampliar sus enormes extensiones de 
terrenos.25 
 
Construcción de lealtades dentro del nuevo régimen político duranguense. 
 
Como hemos señalado, un aspecto importante dentro de la alianza entre el gobierno del 
general Jesús Agustín Castro y los integrantes del Sindicato de Campesinos fue el 
establecimiento de sólidos compromisos para la pacificación del estado. La base campesina 
facilitó al gobierno la resolución de las crisis políticas a las que tuvo que hacer frente en 
este periodo de reconstrucción. Los agraristas reforzaron las tropas regulares en los 
momentos de rebelión, pues las escisiones en la familia revolucionaria normalmente 
terminaban en una asonada militar. En tal sentido fue relevante la contribución del 
campesinado duranguense para sofocar e impedir la expansión de la rebelión delahuertista 
al territorio duranguense; pugna germinada a raíz de la sucesión presidencial de 1924 entre 
los sonorenses Plutarco Elías Calles, secretario de Gobernación y Adolfo de la Huerta, 
secretario de Hacienda, aspirantes a suceder a Obregón en la primera magistratura del país. 
Cuando el caudillo determinó que el elegido sería el general Calles, buena parte de los 
generales del ejército se lanzaron a la rebelión armada, nombrando a De la Huerta como su 
jefe supremo. 
 
Aún cuando la rebelión delahuertista no adquirió en Durango y el norte de México la 
fuerza que alcanzó en el centro y el sur del país, tuvo consecuencias trascendentes en la 
historia política de la entidad. Ante la posibilidad de que Francisco Villa, hombre con 
sobrada capacidad y liderazgo para levantar la región en apoyo a la revuelta, el gobierno 
federal decidió ordenar su ejecución en julio de 1923, bajo el temor de que se alzara de 
nuevo.26 Por tanto en Chihuahua y Durango a la rebelión se le había dado un demoledor 
 
25 La riqueza forestal de los bosques duranguenses ocupa la porción occidental del estado. 
26 El organizador de la operación Jesús Salas Barraza, claramente recibió indicaciones por parte del gobierno 
federal. Luego fue recompensado con una diputación local; Friedrich Katz, Pancho Villa, tomo 2, pp. 371-
383. 
 20
golpe aún antes de su inicio. No obstante el asesinato de su antiguo jefe, algunos villistas se 
incorporaron a la rebelión, encabezados por Hipólito Villa y Nicolás Fernández, así como 
algunos excarrancistas desplazados por el obregonismo en el estado, entre ellos el clan de 
los Arrieta. Pero ni Hipólito tenía el arrastre, ni la ascendencia sobre los campesinos para 
que lo siguieran en la rebelión, ni los Arrieta las aptitudes militares para encabezarla. 27 
 
Vale señalar que durante sus correrías como rebelde delahuertista, Hipólito Villa y sus 
hombres secuestraron al súbdito británico Mackenzie para canjearlo por dinero a cambio de 
su rescate. Sin embargo, Adolfo de la Huerta ordenó a Hipólito la inmediata liberación del 
secuestrado, puesto que una de las prioridades del movimiento era la obtención del 
reconocimiento británico y estadounidense y, acciones como las de Hipólito, contribuían 
exactamente a lo contrario.28 
 
La rebelión en la región fue aplastada por el ejército bajo el mando del general y 
gobernador Jesús Agustín Castro y sucumbió muy pronto. Ante el fracaso de la asonada, el 
10 de febrero de 1924 el presidente Obregón consideró que se hacía innecesaria la 
presencia de tropas regulares para sofocar los reductosde los alzados, como el de la 
Hacienda de Canutillo, donde los levantados solamente llegaban a sumar unos 500 
hombres, las tropas regulares debían ser trasladadas al sur para combatir a los focos 
rebeldes de mayor importancia.29 Por lo que encomendó a los cuerpos de agraristas 
armados pertenecientes al Sindicato de Campesinos su persecución y derrota. Después de 
algunas escaramuzas, en mayo de ese año se rindió Nicolás Fernández y, en octubre, 
Hipólito también se entregó al gobierno. Por su parte, Domingo Arrieta después de cuatro 
años de andar entre escondido y alzado en la sierra, encontró el momento justo para 
amnistiarse. 
 
27 Por su parte los llamados cónsules de De la Huerta en Estados Unidos, entre ellos el licenciado durangueño 
Salvador Franco Urías, buscaban dicho reconocimiento y realizaban gestiones para conseguir armas, parque, 
algunos aviones y pilotos, pero fracasaron rotundamente, el gobierno norteamericano manifestó su apoyo al 
gobierno federal. El Lic. Salvador Franco Urías con dificultades conseguía armamento y con muy poco éxito 
trataba de triangularlo hacia Honduras para evitar el veto a la venta de armas a los rebeldes que había 
impuesto Estados Unidos. Georgette José Valenzuela, La campaña presidencial de 1923-1924 en México, 
Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1998, p. 158 y Enrique Plasencia de la 
Parra, Personajes y escenarios de la rebelión delahuertista 1923-1924, México, Instituto de Investigaciones 
Históricas-Universidad Nacional Autónoma de México-Miguel Ángel Porrúa, 1988, p. 252. 
28 Friedrich Katz, Pancho Villa, tomo 2, p. 384. 
29 Georgette José Valenzuela, op. cit., p. 177. y Friedrich Katz, Pancho Villa, tomo 2, p. 384. 
 21
 
A diferencia de la suerte de muchos participantes en la rebelión que acabaron fusilados o 
muertos en combate como: Manuel Chao, Salvador Alvarado y Rafael Buelna, entre otros; 
a los durangueños les tocaron castigos más benévolos: casi todos fueron amnistiados y no 
tuvieron que exiliarse como De la Huerta o Enrique Estrada, pero todos fueron separados 
de la vida y del juego político; en su caso, los diputados federales Marino Castillo Nájera y 
Salvador Franco Urías fueron desaforados, y a los militares les fueron desconocidos sus 
cargos. Al pobre de Hipólito le pegaron donde más le dolía: el gobierno federal le quitó la 
Hacienda de Canutillo que había pertenecido al general Francisco Villa. Igualmente fueron 
incautadas otras haciendas que habían sido entregadas a los villistas. 30 
 
La ausencia de focos rebeldes y la estabilidad en el estado en julio de 1924, fecha de las 
elecciones federales y locales, garantizaron la continuidad del grupo político en el poder sin 
grandes sobresaltos. Compartimos la afirmación de Georgette José Valenzuela, sobre el 
ascenso de Calles: 
 
No consideramos acertada la aseveración que Calles, fue producto de una 
imposición debida simplemente al deseo de Obregón, este deseo no fue sólo 
lo que lo llevó a la presidencia, sino el hábil manejo de fuerzas, 
especialmente obreros y campesinos, que pusieron en práctica el presidente, 
el candidato y el grupo que rodeaba a Obregón.31 
 
El Partido Revolucionario Durangueño, el cual ocupaba el espacio de partido oficial en 
el estado, triunfó con amplio margen en las elecciones para gobernador, senador y 
diputados. En un enroque político el gobernador saliente Jesús Agustín Castro pasó a 
ocupar una senaduría, en tanto que el senador y general Enrique R. Nájera dejó el Senado 
para ocupar el cargo de gobernador del estado de Durango.32 El nuevo gobernante 
representaba la continuidad de la elite política posrevolucionaria en tierra duranguense. 
 
30 Friedrich Katz, Pancho Villa, tomo 2, p. 385. 
31 Georgette José Valenzuela, op. cit., p 133. 
32 Manuel Lozoya Cigarroa, Hombres y mujeres de Durango, tomo 2, p. 657. El flamante mandatario era 
originario de Topia, Durango, donde había nacido en 1873. Como otros coterráneos se incorporó a la 
revolución a lado de los Arrieta en 1911. Durante la gestión del general Castro como secretario de Guerra se 
desempeñó en el puesto de director de Establecimientos Fabriles Militares y regresó a Durango en 1920 a 
coordinar la campaña electoral de su superior a la gubernatura del estado. Tras el desconocimiento de 
Domingo Arrieta por la legislatura local fue designado gobernador en mayo de ese mismo año. En septiembre 
hizo entrega del cargo al gobernador constitucionalmente electo: el general Castro. Luego ocuparía la 
presidencia municipal de Durango en 1921 y el cargo de senador entre 1922 y 1924. 
 22
Durante las licencias del general Castro, él era quien regularmente lo suplía como 
gobernador interino, hasta que en 1924 heredó constitucionalmente el puesto de su antiguo 
jefe 
 
Por su parte los dirigentes del Sindicato Agrario en pleno disfrute de su alianza con el 
aparato gubernamental recibieron posiciones durante la elección para diputados federales, 
en las que particiaparon bajo la bandera del Partido Nacional Agrarista: el ingeniero 
Alejandro Antuna López fue postulado por el primer distrito de Nombre de Dios; el 
licenciado Rodrigo Gómez por el cuarto de Cuencamé y el licenciado Alberto Terrones 
Benítez por el sexto de Guanaceví. Este último no llegó a ocupar su curul de diputado, ya 
que era el suplente de Enrique R. Nájera en el Senado y fue llamado para desempañarse en 
el puesto que dejó vacante el recién electo gobernador. Con objeto de reafirmar la alianza y 
premiar las acciones de las milicias rurales en pro de la estabilidad y pacificación del 
estado, el gobernador Enrique R. Nájera desde los primeros meses de su mandato 
incrementó el reparto de tierras y la promoción para dotación de ejidos con el propósito de 
recompensar a las huestes agraristas que habían combatido la rebelión delahuertista y 
contribuido a su elección. 
 
Poco después que el general Nájera se hizo cargo del gobierno de Durango, el general 
Plutarco Elías Calles asumió la Presidencia de la República. El gobierno del nuevo 
presidente impulsó tres importantes programas para el apoyo del campo duranguense. En 
mayo de 1926 inició sus operaciones el Banco de Crédito Agrícola de Durango con un 
capital de doscientos mil pesos, aportado fundamentalmente por la federación y cuyo 
propósito era dotar de crédito a los productores agrícolas y a los ejidatarios. En esa misma 
fecha se inauguró la Escuela Central Agrícola de Santa Lucía que tenía por objetivo la 
formación de técnicos agrícolas.33 El tercero consistió en la construcción de la presa de 
Guatimapé que permitió almacenar las aguas de la Laguna de Santiaguillo e irrigar las 
tierras de la región de Canatlán.34 
 
33 Jesús Silva Herzog, De la historia de México, 1810-1938, documentos fundamentales, ensayos y opiniones, 
México, Siglo XXI, 1980, p. 263. Las actividades y actuación de este banco son un filón para futuras 
investigaciones. 
34 Enrique Krauze, La reconstrucción económica, 1924-1928, Historia de la Revolución Mexicana, México, 
El Colegio de México, 1981, tomo 10, p.140. 
 23
 
Nuevos vientos campesinos: el agrarismo rojo. 
 
Ante la actitud de los líderes agrarios oficialistas que habían usufructuado el liderazgo 
de las organizaciones campesinas y negociado con el gobierno posiciones políticas a 
cambio de la subordinación de las masas campesinas y la contención de sus demandas a 
través de las vías legales y que había dado como resultado un raquítico e insuficiente 
reparto agrario, en la misma región de los valles y las zonas semiáridas del estado, surgió 
un renovado agrarismo de corte radical, fruto del esfuerzo organizativo de un puñado de 
profesores rurales y líderes campesinos que en algún momento habían pertenecido al 
sindicato dirigido por Ceniceros y Terrones Benítez. Entrelos dirigentes del nuevo 
movimiento agrario, destacaban el maestro José Guadalupe Rodríguez, así como Fortino 
Aragón, Sixto Fernández, Santos Marrero e Isidro D. Flores, estos últimos dirigentes de 
grupos campesinos y sindicatos de jornaleros de la región llanera. Además, casi todos ellos 
pertenecían al Partido Comunista de México. 
 
Este movimiento agrarista se había estructurado a través de la Confederación de 
Sindicatos Obreros y Campesinos de Durango (CSOC), integrando un amplio núcleo de 
jornaleros, campesinos solicitantes de tierra y ejidatarios que nuevamente enarbolaron las 
demandas campesinas en torno a un real y efectivo reparto de la tierra, bajo las banderas 
rojas de la hoz y el martillo. La CSOC, fundada en 1925, intensificó de manera notable la 
movilización de los peones y campesinos en demanda de tierra y la ocupación de haciendas 
y latifundios.35 De tendencia radical la CSOC respondió al llamado de la Liga de 
Comunidades Agrarias de Veracruz para avanzar hacia la constitución de una organización 
nacional que unificara a las organizaciones campesinas existentes en el país. En 1926 
surgió la Liga Nacional Campesina (LNC) a la que se integró la organización duranguense 
y en la que José Guadalupe Rodríguez fue electo tesorero. El profesor y agrarista José 
Guadalupe Rodríguez (1900) era nativo de la Hacienda de Tapona, hoy Guadalupe 
Victoria. En 1917 se incorporó al magisterio y trabajó como profesor en diversas zonas 
rurales de la entidad y más tarde se integraría a las luchas agrarias, contribuyendo a la 
 
35 Oficialmente la CSOC se mantenía adherida a la CROM, sin embargo sus vínculos reales eran con la Liga 
Nacional Campesina a la que también pertenecía. César Navarro, “El agrarismo rojo de las llanuras 
duranguenses. Movilización campesina y represión política en 1929”, Secuencia, nueva época, México, 
Instituto José Ma. Luis Mora, enero-abril de 2000, núm. 46, p.175. 
 24
dotación y formación de ejidos. Además participó en la conformación del Partido 
Comunista en el estado. 36 
 
A pesar de los obstáculos impuestos por el gobierno para la organización independiente 
de los campesinos durangueños, para 1927 estaban afiliados a la CSOC la mayoría de los 
sindicatos agrarios del municipio de Gómez Palacio, los ejidos de Lerdo y Villa Juárez, las 
federaciones sindicales de Mapimí, Cuencamé, la región de los llanos, Canatlán, Durango y 
distintos comités agrarios de otros municipios.37 La lucha por la tierra, uno de los motores 
de la revolución, no podía ser arrancada ni diluida de los ideales colectivos del 
campesinado a pesar de los esfuerzos por restringirlos o maniatarlos. Por ello, frente a las 
tardanzas e incumplimientos del régimen posrevolucionario, la lucha agraria dirigida por la 
CSOC se esparció como fuego en hojarasca por los llanos durangueños. 
 
Revuelta en la serranía: Los cristeros durangueños. 
 
Frente al agrarismo que rondaba en el estado, la arquidiócesis de Durango se había 
caracterizado por su activa defensa de los intereses y propiedades de los latifundistas y 
terratenientes, utilizando al clero como un abierto enemigo del reparto agrario y para 
amenazar a los peones y campesinos que pretendían reclamar la tierra con las llamas 
perpetuas del infierno.38 
 
La postura antiagrarista de la Iglesia Católica de Durango, manifestada a través del 
arzobispo monseñor Francisco Mendoza y Herrera le había acarreado conflictos con las 
organizaciones agrarias del estado, por lo que éstas habían propuesto a la legislatura estatal 
reglamentar de acuerdo con las facultades de la Constitución local, el número de sacerdotes 
en la entidad. Dicha reglamentación fue sancionada y publicada el 17 de mayo de 1923. Sin 
embargo, las protestas del clero y las agrupaciones allegadas a la Iglesia, como la 
Asociación Católica de la Juventud Mexicana, los Caballeros de Colón, las Damas 
Católicas y la Sociedad de Obreros Católicos, que incluyeron un violento zafarrancho a las 
afueras del Palacio de Gobierno, habían conseguido que el decreto gubernamental quedara 
 
36 Ibid., p. 170. 
37 Puede consultarse el listado completo de las organizaciones filiales en: Ibid., p. 173-174. 
38 José de la Cruz Pacheco, Breve Historia de Durango, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 228. 
 25
en suspenso.39 Esta fue una de las últimas acciones promovidas por el arzobispo Mendoza y 
Herrera, quien murió en julio de ese año; José María González y Valencia, que se 
desempeñaba como obispo auxiliar, asumió el gobierno de la arquidiócesis y fue 
oficializado arzobispo de Durango en abril de 1924, manteniendo la misma línea política de 
su antecesor.40 
 
Tras dos años de aquel frustrado intento por regular el número de sacerdotes en 
Durango, en 1926 se publicó el decreto del gobierno federal que reglamentaba el artículo 
130 constitucional, conocido como “Ley Calles”. La Iglesia reaccionó suspendiendo los 
cultos la noche del 31 de julio, como medida de presión tendiente para provocar el enojo y 
la reacción del pueblo y lograr la derogación del mencionado decreto. A partir de ese 
momento proliferaron los motines, enfrentamientos y brotaron los conatos de sedición y 
revueltas que derivarían en la rebelión cristera. 
 
En Durango, el primer enfrentamiento de esta rebelión se registró en el poblado indígena 
de Santiago Bayacora, cercano a la capital, protagonizado en su mayor parte por peones y 
trabajadores de la Hacienda de Tapias, administrada por Tirso y Miguel Gurrola, 
destacados miembros de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa y de los 
Caballeros de Colón. El 28 de septiembre de 1926 la comunidad enardecida por el sacristán 
de lugar, Trinidad Mora, recibió a pedradas y golpes a los comisionados del gobierno 
encargados de realizar el inventario de los bienes del templo.41 En respuesta, el gobierno 
envió al día siguiente un destacamento del ejército federal, enfrentado por los cristeros del 
lugar y que presentaron combates en los cerros aledaños. El ejército tomó la población y los 
rebeldes se remontaron a la serranía del Mezquital, donde las condiciones geográficas y el 
conocimiento del medio les eran favorables para emprender una guerra de guerrillas que 
habría de prolongarse por tres años (1926-1929). 42 
 
39 Ibid. 
40 Andrés Barquín y Ruiz, José María González y Valencia, Arzobispo de Durango, México, Jus, 1967, p. 
517. El nuevo arzobispo provenía de una muy católica familia michoacana de Cotija de la Paz. Sus estudios 
sacerdotales los había realizado en el Seminario de Zamora y en el Colegio Pío Latino de Roma en donde 
recibió el doctorado en Filosofía, Teología y Derecho Canónico. A su regreso a México fue profesor en el 
Seminario de Zamora hasta el 10 de febrero de 1922, fecha en que fue nombrado obispo auxiliar de la 
diócesis de Durango. 
41 Manuel Lozoya Cigarroa, Historia mínima de Durango, Durango, Ediciones Durango, 1995, p.105 
42 Puede consultarse más sobre el movimiento cristero en Durango en: Antonio Avitia, El caudillo sagrado. 
 26
 
En las primeras persecuciones a los rebeldes, los federales sufrieron una buena cantidad 
de bajas, por lo que se adoptó la estrategia de colocar un cerco militar sobre la región. La 
serranía del Mezquital proporcionaba a los rebeldes una amplia zona de refugio y 
protección; con escasas vías de comunicación, poco poblada y un medio geográfico de 
difícil acceso. La frontera de su territorio hacia el norte era delimitada por las líneas de 
ferrocarril que conectaban la ciudad de Durango con la población de El Salto por el oeste y 
de la capital hasta Muleros (Vicente Guerrero) por el este; lo cual les garantizaba una 
amplia retaguardia para escapar de la persecución de los federales, así como facilidades 
para su aprovisionamiento y recursos que les proporcionabanlos conservadores de la 
capital y otros lugares de la entidad. 43 
 
Mientras la revuelta se expandía, una Comisión Episcopal estableció contactos con el 
gobierno federal para encontrar una salida negociada al conflicto. Con una mano se 
sentaban a la mesa mientras con la otra atizaban el conflicto. Por su parte el belicoso 
arzobispo de Durango, González y Valencia, desde su exilio en Roma, renegaba de las 
negociaciones: 44 “No son estas las horas de la diplomacia. Es mejor dejar consumir las 
cenizas de nuestra Iglesia heroica antes que mancillarla con un armisticio ineficaz y 
vergonzoso. Y pensar que entre nuestros hijos, en número abrumador levantan orgullosos la 
cabeza y se oponen a la humillación de sus prelados”.45 Y enviaba bendiciones para la grey 
de su arquidiócesis levantada en armas: “A nuestros hijos católicos que anden levantados 
en armas por la defensa de sus derechos sociales, y religiosos, después de haberle 
preguntado largamente ante Dios y de haber consultado los teólogos más sabios de la 
Ciudad de Roma, debemos decirles: estad tranquilos en vuestras conciencias y recibir 
nuestras bendiciones”.46 
 
Historia de las rebeliones cristeras en el estado de Durango, Durango, s/e, 1999. 
43 Jean Meyer, La cristiada, México, Siglo XXI, 2001, tomo 1, p.185. 
44 Andrés Barquín, op. cit., pp. 25 y ss. El 18 de agosto de 1926 el Episcopado mexicano nombró una 
comisión para informar al Papa de la situación que privaba en México tras la entrada en vigor del reglamento 
y la suspensión de cultos, integrada por el obispo de León, Emetrio Valverde y Téllez; el obispo de 
Tehuantepec, Jenaro Méndez del Río; y José María González y Valencia, arzobispo de Durango, éste último 
elegido por su dominio del italiano y sus relaciones con los principales funcionarios de El Vaticano. González 
y Valencia permaneció en el extranjero durante toda la rebelión cristera, en Roma primero, y en San Antonio, 
Texas después. 
45 Jean Meyer, La cristiada, p. 21. 
46 Ibid., p.17 Aurelio Acevedo en su afán de negar toda relación del episcopado con el movimiento cristero 
 27
 
El propio Papa debió reprobar los furibundos excesos de Monseñor González y Valencia 
y le pidió abandonara Roma, pues el incendiario lenguaje del arzobispo durangueño no 
concordaba con el discurso oficial de la Santa Sede que no había respaldado abiertamente la 
lucha armada. No obstante el Vaticano consintió que desde San Antonio, Texas, el 
arzobispo continuara su labor de abierto y franco apoyo a la rebelión y se le mantuvo como 
cabeza de la iglesia en Durango hasta 1954.47 
 
En junio de 1929 los negociadores del Vaticano, los obispos Pascual Díaz y Leopoldo 
Ruiz y Flores pactaron el Modus Vivendi que ponía fin al conflicto entre la Iglesia y el 
Estado Mexicano. Sin embargo, una vez más, el arzobispo González y Valencia mostró su 
rechazo e inconformidad frente a todo acuerdo que no reconociera a México como un país 
oficialmente católico. Por lo que para facilitar el cumplimiento de los acuerdos, a Monseñor 
González y Valencia no se le permitió el reingreso al país. Sin la presencia del arzobispo 
los sacerdotes comenzaron la reapertura de templos en el estado y el 6 de julio se reabrió la 
catedral de Durango por el deán Julio del Palacio. El padre Abundio Nájera remontó la 
sierra para comunicar a las tropas cristeras de Florencio Campos y Trinidad Mora que “la 
lucha por la religión se había arreglado, que debían amnistiarse ante la jefatura de 
operaciones militares y que en adelante todo acto de aprovisionamiento seria un robo”.48 Es 
decir le retiraban al movimiento las indulgencias que antes le fueron otorgadas para el 
“legítimo derecho” de la defensa de la religión. 
 
Durante septiembre se acogieron a la amnistía los jefes rebeldes Florencio Estrada; 
 
afirmó en entrevista con el historiador francés que los cristeros de la sierra nunca conocieron los mensajes de 
González y Valencia, a pesar de ser publicados por el propio Acevedo en el Peor es nada, gaceta cristera 
editada en Huejuquilla por la brigada Quintanar, con la que tenían contactos los cristeros de Huazamota, Dgo. 
Alicia Olivera, Los cristeros de Zacatecas, un grupo singular, ponencia presentada en las XXV Jornadas de 
Historia de Occidente, Jiquilpan, Octubre de 2003. También es de hacerse notar el silencio que guarda Meyer 
con respecto a la crítica de sus fuentes para no contradecir y validar la información que le proporcionó 
Acevedo, aunque el propio historiador francés cita en su documentadísima investigación, correspondencia 
entre el arzobispo González y Valencia en el exilio y Trinidad Mora, alzado en la sierra. Jean Meyer, La 
cristiada, p. 17. 
47 Andrés Barquín, op. cit., pp. 26 y ss. Así como mantuvo en sus puestos a otros obispos abiertamente 
cristeros, la Iglesia decidió también contar con obispos negociadores o sacerdotes y curas inmiscuidos hasta el 
fondo de la rebelión. 
48 Jean Meyer, La cristiada, p. 324 
 28
Federico Vázquez; y Trinidad Mora.49 Entregaron parte de su armamento y se les reconoció 
medio grado y paga en el ejército, además de convenirse la creación en el poblado de Santa 
María de Ocotán del Internado Cultural Indígena con la intención de llevar la educación a 
los indígenas tepehuanos. Apaciguada la región en abril de 1930 se permitió el reingreso 
del arzobispo González y Valencia para administrar su arquidiócesis.50 
 
El retorno del Caudillo y los conflictos políticos regionales. 
 
Tras ocho años de reconstrucción del Estado posrevolucionario Álvaro Obregón 
continuaba siendo el personaje de mayor peso en el ámbito político nacional. En opinión de 
Arnaldo Córdova, Obregón había impedido que los mismos revolucionarios se devoraran 
entre sí, eliminando a los más ambiciosos, conjurando la recaída del país en el militarismo; 
y pese a los esfuerzos del presidente Calles para dotar al régimen revolucionario de un 
aparato institucional indispensable para sobrevivir como verdadero Estado, su fuerza era 
más aparente que realmente efectiva.51 La presencia de Obregón era reclamada nuevamente 
para asumir la presidencia del país. Su prestigio como militar y estratega no estaba a 
discusión y por consiguiente contaba con el respeto y el apoyo de la mayoría del ejército 
para sostener su candidatura, además de tener la aprobación del gobierno estadounidense 
para continuar como el hombre fuerte de México. Por lo que el caudillo comenzó a mover a 
sus huestes en las distintas esferas políticas para desmontar la “pequeña traba” 
constitucional que impedía su reelección presidencial. 
 
La posible reelección de Álvaro Obregón tuvo una fría recepción en Durango. Durante 
las complejas deliberaciones en el Senado en diciembre de 1926 para discutir la 
modificación constitucional que permitiera la reelección presidencial en periodos 
discontinuos, los senadores por Durango, general Jesús Agustín Castro y licenciado Alberto 
Terrones Benitez, se pronunciaron en contra de su aprobación; pero ante el embate y las 
maniobras del grupo comandado por el héroe de Celaya, el reelecionismo terminó por 
imponerse en el Senado. Cuando el proyecto de reformas se votó, éste fue aprobado por 
“unanimidad” durante una sesión marcada por la ausencia de los senadores 
 
49 José de la Cruz Pacheco, op. cit., p.237. 
50 Antonio Avitia, El caudillo sagrado..., p.173. 
51 Arnaldo Córdova, La política de masas del cardenismo, p.12. 
 29
antirrelecionistas. La perspectiva de que Obregón ocupara la presidencia, no sólo por cuatro 
sino por seis años, condenaba a los que se habían manifestado opositores al ostracismo 
político. El senadorJesús Agustín Castro, etiquetado como antiobregonista se vio obligado 
a solicitar licencia definitiva y ya sin la venia del caudillo fue puesto en disponibilidad en el 
ejército. El general se retiró a su rancho Chapultepec en Durango, alejado de la vida 
política y del mando militar. El Senado llamó al suplente Antonio Gutiérrez, político 
durangueño e inspector de trabajo y vinculado a Plutarco Elías Calles y Luis N. Morones, a 
ocupar el escaño. Por su parte, Alberto Terrones Benítez que contaba con la base social del 
Sindicato de Campesinos para seguir en la palestra política, regresó a Durango a trabajar 
con las miras puestas en la próxima elección de gobernador, pues si bien la contienda 
presidencial estaba prácticamente decidida en favor de Obregón, en la local todavía 
aspiraba a candidatearse para gobernador. 
 
A los agraristas rojos tampoco les entusiasmaba demasiado el regreso del Álvaro 
Obregón a la primera magistratura de la nación. Sin embargo, para enero de 1928 la 
“carrera del caudillo” a la Presidencia de la República estaba definitivamente despejada, 
pues la oposición de los generales Francisco R. Serrano y Arnulfo R. Gómez había 
zozobrado en la desventurada rebelión de octubre de1927 y aplastada de un zarpazo. 
Empero, terminaron plegándose a su candidatura, ya que el Partido Comunista y la LNC 
optaron por apoyar a Obregón y dieron esa directriz a las organizaciones regionales en las 
que influían, entre ellas la CSOC. 
 
Sin embargo, frente a las aspiraciones de los grupos políticos locales, Obregón ya había 
decidido a quién ubicar en la gubernatura de Durango. En ese momento el caudillo contaba 
con tal fuerza política, que ni siquiera se tomó la molestia de consultar a los duranguenses. 
Como viejo elefante no olvidaba la actuación de los senadores de la entidad respecto a su 
reelección; por lo que recompensó –o mejor dicho castigó al estado- imponiendo como 
candidato a un militar poco conocido y sin arraigo en Durango: al general Juan Gualberto 
Amaya, el cual se había desempeñado durante el último lustro como jefe de operaciones 
militares en otros estados, actuando siempre bajo la tutela de su jefe Obregón.52 
 
52 Jean Meyer, Enrique Krauze y Cayetano Reyes, Estado y sociedad con Calles Historia de la Revolución 
Mexicana, 1924-1928, México, El Colegio de México, 1981, tomo 11, pp. 69 y 187. En Sinaloa con el 
 30
 
Las organizaciones y partidos locales impugnaron la candidatura de Amaya por su 
carencia de arraigo en el estado, lo que dificultó que el candidato encontrara un partido 
político que lo postulara, pero con el apoyo del Centro Obregonista pronto pudo formar el 
Partido Reconstructor Durangueño para sostener su candidatura.53 
 
Para enfrentar al partido de los amayistas, la oposición formalizó una alianza que 
aglutinó al Partido Socialista Durangueño de Terrones Benítez, el Partido Durangueño del 
Trabajo, y el Partido Revolucionario Ferrocarrilero de Durango bajo la denominación de 
Alianza de Partidos por el Bien de Durango que postuló al propio licenciado Alberto 
Terrones Benítez a la gubernatura y a Álvaro Obregón a la Presidencia de la República. Al 
parecer con la intención de mostrar al caudillo que no luchaban contra él, sino sólo en 
contra de Amaya y reivindicar de algún modo el ejercicio de su poder regional. La campaña 
electoral de la Alianza también contó con el apoyo de las organizaciones sociales 
vinculadas a los partidos que la integraban, entre ellas pueden mencionarse al Sindicato de 
Campesinos Agraristas de Durango y la Confederación de Sindicatos Obreros y 
Campesinos de Durango, brazos sociales del Partido Socialista Durangueño y del Partido 
Durangueño del Trabajo, respectivamente. 
 
Álvaro Obregón dio muestra de no estar dispuesto a tolerar insubordinaciones regionales 
e hizo circular a través del Partido Reconstructor Durangueño una misiva en la que 
manifestaba su desacuerdo con la decisión política de los partidos que postularon a 
Terrones Benítez, al que calificó como su enemigo político, a la vez que ratificó su apoyo al 
general Juan Gualberto Amaya y llamó a sus partidarios a trabajar en favor de su 
candidatura.54 
 
Cinco días después de la postulación oficial de Terrones Benítez, arribó a la capital del 
 
gobernador Fereira, en Puebla contra el gobernador Tirado y en Coahuila con el gobernador Manuel Pérez 
Treviño. El candidato de estirpe obregonista era originario (1888) de Santa María del Oro, Durango. 
Agricultor y ganadero, se incorporó a la revolución en 1913 bajo las filas del carrancismo y se destacó por su 
combate al villismo; en 1920 se unió al Plan de Agua Prieta, vinculándose incondicionalmente al caudillo 
sonorense. Manuel Lozoya Cigarroa, Hombres y mujeres de Durango, p.41. 
53 César Navarro Gallegos, “Militares, caciques y poder. Partidos y lucha política en Durango. 1926-1929”, en 
Graziella Altamirano (coord.), En la cima del poder. Elites mexicanas, 1830-1930, México, Instituto José Ma. 
Luis Mora, 1999, p. 240. 
54 Ibid., p. 251. 
 31
estado un destacamento militar comandado por el general de división José Gonzalo 
Escobar, jefe de operaciones militares en Coahuila y hombre muy cercano al caudillo, con 
la misión de hacer renunciar al gobernador Enrique R. Nájera. La autoridad de Escobar fue 
inmediatamente reconocida por el general Francisco Urbalejo, jefe de operaciones militares 
en Durango, por lo que Escobar tomó de golpe el control político y militar de la entidad. El 
gobernador Nájera presentó su renuncia el 26 de Mayo de 1928, asegurando al Congreso 
estatal que lo hacía de manera “voluntaria” y sin mediar acto de presión alguno por parte 
del general Escobar. La fracción amayista en el congreso aceptó la renuncia de Nájera y 
designó como gobernador sustituto al diputado local José Aguirre, paisano, amigo y 
compadre de Juan Gualberto Amaya.55 La verdadera causa de la remoción del gobernador 
estuvo motivada por las acusaciones de Amaya en el sentido de que Nájera, alentaba y 
apoyaba a sus opositores de la Alianza de Partidos por el Bien de Durango. 
 
Tras el cuartelazo militar y la designación del nuevo gobernador, la Alianza percibió que 
se carecía de las mínimas garantías para continuar en la campaña, por lo que el 31 de mayo 
anunció su decisión de retirarse de la contienda, no sin antes denunciar la grave situación e 
ilegalidad política que imperaba en el estado. Sin competencia real el Partido Reconstructor 
se impuso en las elecciones locales, así como el triunfo de sus candidatos en las elecciones 
federales. Pero el sabor de su victoria se amargaría demasiado pronto, pues en la mañana 
del 17 de julio de 1928, en el Restaurante La Bombilla de la ciudad de México el presidente 
electo fue asesinado. 
 
La rebelión “ferrocarrilera y bancaria” en versión durangueña. 
 
La muerte del general Obregón, presidente electo, representó la mayor crisis que hasta 
entonces había enfrentado el nuevo Estado posrevolucionario. Además, dejó sin su 
principal respaldo político al recién electo gobernador de Durango, perteneciente al grupo 
de militares que veían a Plutarco Elías Calles como el hombre detrás de la mano ejecutora 
del caudillo. La astucia y agilidad política con la que el presidente Calles resolvió la 
tormenta que parecía cernirse sobre el país, quedó manifestada a través del célebre discurso 
del 1 de septiembre de 1928 con motivo de su último informe gobierno y en el que anunció 
 
55 Ibid. 
 32
el fin de la era de caudillos y el tránsito hacia la institucionalización del país; así como en la 
forma en que resolvió el nombramiento del presidente interino Emilio Portes Gil. 
 
El llamado a la creación del “Gran Partido Nacional” al

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