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El-mantilla--un-caso-en-la-ensenanza-en-la-representacion-y-en-la-reproduccion-del-imaginario-femenino-en-Mexico-18821962

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U�IVERSIDAD �ACIO�AL AUTÓ�OMA DE MÉXICO 
 
 
 
 
 
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS 
 
 
 
 
 
 
El Mantilla: Un caso en la enseñanza, en la representación y en la 
reproducción del imaginario femenino 
en México. 1882-1962. 
 
 
 
 
Directora: Dra. Deborah Dorotinsky Alperstein 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Tesina que presenta la alumna: Amapola Sánchez Suárez del Real, con 
5º de cuenta: 40 1060 113, para obtener el grado de licenciada en 
Historia por la Universidad 5acional Autónoma de México. 
 
México, Distrito Federal 
2008. 
 
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UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL 
 
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fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Me gustaría iniciar esta cadena de gratitudes expresando mi más sentido 
agradecimiento a la Universidad Nacional Autónoma de México, por haberme abierto las 
puertas a maravillosas experiencias que en definitiva han marcado para siempre mi 
historia, mi vida. 
Quisiera agradecer también a la Facultad de Filosofía y Letras, y a todas las 
personas que escribieron conmigo varios capítulos de esa historia que hoy me constituye. 
Me refiero en general a todos los profesores con los que tuve el honor de estudiar- en 
particular a la Dra. Deborah Dorotinsky, al Dr. Rodrigo Paez y al Dr. Renato González-, 
y en lo personal a grandiosas amistades que surgieron de entre los pasillos de la Facultad. 
 
Extiendo un reconocimiento muy especial al Taller 32 y al PAPIIT, por el grato 
apoyo que me extendieron durante tanto tiempo. 
 
Le agradezco a los miembros del jurado su determinante lectura y comentarios a 
este trabajo, en especial a la Maestra Gabriela Delgado, ya que sus observaciones y 
comentarios fueron realmente enriquecedores. De igual modo reconozco y agradezco la 
valiosísima lectura de la Dra. Juana Juárez (UAM). 
 
A toda mi familia, en especial mis padres, mi hermano Santiago y la abuela Nuri; 
a Juan, Bianca, Florencia, Melina y Andrea; a todos los grandes amigos y amigas (en 
general madrileños); a Daniel, por su apoyo y ayuda en la realización de este trabajo; a 
Leticia Zonana y a Rodolfo; a Mari y Vivian… 
Más que miles de millones de gracias. No hay felicidad descrita que se acerque a lo que 
siento al pensar que han sido, y son día a día, parte de mi vida. 
 
En fin, me agradezco lo que he sido y lo que en el tiempo voy siendo y 
haciendo… 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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A mis abuelos, 
María, David 
�uri y Alfonso 
con mucho amor. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Índice 
 
 
Introducción……………………………………………………………..5 
 
I. Imágenes e imaginarios. 
 
I.1 Los imaginarios sociales: Género e identidad………………10 
 
II.2 Orígenes y difusión del imaginario femenino 
en el México liberal……………………………………………..21 
 
II. Los textos escolares. 
 
II.1 El libro de texto…………………………………………….41 
 
II.2 El Mantilla………………………………………………….46 
 
III. Los contrastes. Las políticas educativas 
y el acontecer del Mantilla………………………………………86 
 
IV. Conclusiones y consideraciones finales…………………………94 
 
V. Bibliografía……………………………………………………..104 
 
 
 
 
 
 
 
 
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El Mantilla: Un caso en la enseñanza, en la representación y en la 
reproducción del imaginario femenino 
en México. 1882-1962. 
 
 
La mujer en general es un acontecimiento público con 
muchos efectos privados. Para la política es siempre un medio, 
para la ciencia un mamífero bimano y para la filosofía 
 una respuesta a una necesidad. �o pasa de individualidad en los 
 dominios de la razón, pero llega a ser una personalidad y un temible 
agente trastornador tratándose de pasiones violentas como el amor. 
Francisco Bulnes.1871 
 
 
Introducción. 
 
Al observar en México a las diversas generaciones que hoy conviven sobre el 
mismo suelo, no cabe duda de que una enorme brecha las separa, sin embargo existen 
hoy en día un sin número de dinámicas sociales compartidas entre una generación de la 
tercera edad y una de jóvenes universitarios, por dar un ejemplo, sostenidas por una 
sólida plataforma moral, que han quedado arraigadas al pasar de los años, sobre todo 
aquellas que parten de las relaciones entre hombres y mujeres. De este modo, la 
construcción y reproducción del concepto que de cada género se ha realizado, se 
vislumbraría también, como un proceso que implica cierto grado de continuidades, 
haciendo que la repetición de estas formas se convierta en afirmaciones vividas 
cotidianamente. 
El presente trabajo es un estudio de caso de un libro educativo de la segunda 
mitad del s. XIX, el Mantilla. Libro Primero de Luis Felipe Mantilla, pero éste es 
abordado la mayoría de las veces, más que como un simple libro destinado a la educación 
infantil, como un medio para hablar de las relaciones entre los géneros. 
 
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Hace algunos años mi abuela llevó a casa ciertos libros viejos con miras a 
buscarles un nuevo hogar. Entre los ejemplares había muchos libros educativos que 
habían sido utilizados por ella en algún momento de su vida: lecturas para niños, 
catecismos, libros de matemáticas, incluso algunos de inglés figuraban dentro de la 
colección. Los libros me resultaron interesantes más por su antigüedad que por el 
contenido, sin embargo hubo uno que llamó mucho mi atención, en la portada se leía 
Mantilla. Libro Primero. Al abrirlo me maravillé con las imágenes y, sobre todo, con las 
lecciones ya que, organizadas de las más sencillas a las poco más complicadas, la 
mayoría contaban con un trasfondo profundamente moral. 
Al interior del libro, el contenido reveló características especiales: la mayor parte 
de las lecciones hacían referencia a la socialización de los niños y las niñas, en concreto 
de la burguesía, por medio de las presupuestas dinámicas en las relaciones entre los dos 
sexos, estableciendo claramente las particularidades de cada género. El porcentaje de 
lecciones referentes al género femenino, así como la representación, por medio de 
imágenes, y la reproducción de la idea de la niña- mujer como la madre- educadora por 
excelencia, me llevó a preguntarme por el imaginario de lo femenino en México. Sin 
embargo, no es la reproducción de todo lo que implica el imaginario del género femenino 
en nuestro país la que se observa en el libro, y por lo tanto la que se abordará en la 
investigación, sino sólo aquella que parte del imaginario ideal, es decir, de la imagen 
mental utópica, o positiva, del deber ser femenino, en el contexto de la burguesía 
mexicana del s. XIX. 
El interés por explorar más a fondo el Mantilla. Libro Primero tuvo un triple 
cauce: por un lado la experiencia de vida en una clase media mexicana que vive la 
transición del siglo XX al XXI, me ha llevado a cuestionar los valores y las costumbres 
tradicionales, en cuanto a las relaciones de género respecta, sosteniendo la idea de que 
éstos parten de una genealogía extensa y trascendente, en constante choque con cambios 
culturales; por otro lado, enfocándome en el oficio de historiador, me di cuenta de que mi 
abuela había ido a la escuela primaria en la década de los treintas del s. XX, años 
posteriores a la Cristiada y en pleno auge del socialismo educativo, por lo que el libro 
parecía estar fuera de contexto. Me pregunté entonces qué estaríahaciendo un libro del s. 
XIX, en la educación de los niños de los años treintas del s. XX. Por último, recorriendo 
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algunos acervos, descubrí en la Biblioteca Nacional, que el Mantilla, no se limitaba a la 
década de los treintas, sino que incluso existía una edición de 1962. Estas tres inquietudes 
motivaron lo que se desarrollará a lo largo del presente estudio. 
La tesina abordará en la mayor parte de su extensión, como es claro, al libro 
escolar Mantilla. Libro Primero de Luis Felipe Mantilla –por ser éste el que cuenta con el 
mayor número de imágenes dentro de la serie de tres libros de lectura del mismo autor— 
tomando en cuenta algunas de las imágenes de cuatro de sus diversas ediciones: a) 1895 
la edición de Librerías de educación de Gallegos Hermanos; b) de Hermanos Herrero 
editores, sin fecha pero aproximadamente de fines de s. XIX o principios del XX; c) 
Editorial Patria de 1900; y d) 1962 de Hermanos Herrero. Por cuestiones prácticas, las 
imágenes del libro Mantilla que serán utilizadas en el presente estudio, no llevarán una 
numeración independiente, sino que seguirán la numeración de las notas al pie y 
únicamente harán referencia al ilustrador, así como el año de edición del libro en el que 
aparecieron. 
El trabajo es un pretexto para tratar de comprender, por un lado, el desarrollo de 
los mecanismos culturales y los medios de reproducción idealizada de la mujer en 
México—específicamente burguesa del siglo XIX—, que sentaron las bases para un ideal 
clase mediero en el siglo XX. Así pues, también tratará de dar cuenta de las razones por 
las cuales se utilizaría el libro Mantilla hasta los años 60 del siglo XX, siendo, como ya 
se ha dicho, del siglo anterior
1
. 
Mantilla. Libro primero de Luis Felipe Mantilla se publicó aproximadamente 
entre los años de 1882 a 1886. Este libro, acompaña las lecciones de lecto-escritura con 
imágenes, que en unión con el discurso escrito, dan forma a un lenguaje polisémico. 
Es en las lecciones escritas, en juego dinámico con las imágenes, como se perfila 
una idea del mundo. A través de ilustraciones de animales, paisajes y sobre todo 
personajes, el libro deja ver a quién iba dirigido; es decir, a qué niños, de qué clase social 
y qué valores se deseaba inculcar, tanto en los niños como en las niñas, propiciando la 
reproducción de imaginarios sociales. Pero ¿qué refuerzan estos imaginarios, a través de 
los textos y de las imágenes, como para tener un periodo de uso tan prolongado? ¿por qué 
 
1
 El libro de Luis Felipe Mantilla, Mantilla. Libro primero, se editó probablemente por primera vez en el 
año de 1886 por la casa editorial Viuda de Bouret. 
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no usar textos más modernos, acordes a los estilos del siglo XX? ¿se observa continuidad 
en la clase media del s. XX, en las concepciones de lo que implicaba para la burguesía 
del s. XIX ser hombre o mujer?. 
El libro, tanto en el estilo de las imágenes como en el contenido moralizante de 
los textos, refleja la circunstancia de su aparición, pero este mismo fue también utilizado 
hasta la década de los sesentas del siglo XX para la educación de las primeras letras, por 
un lado, y en el hogar por el otro. ¿Por qué utilizar un libro del siglo XIX en el México 
posrevolucionario, y más aún después de la segunda mitad del siglo siguiente, habiendo 
el mundo y en concreto México, transitado por un sin número de cambios 
socioculturales? Estas son las preguntas que intentaré responder. 
El uso prolongado de este texto no ha sido estudiado todavía y menos aún se ha 
puesto atención al papel que pudo tener dentro de la cultura de la clase media mexicana. 
Justamente su estudio es el aporte de este trabajo a la historia de la clase media mexicana 
y al análisis de la consolidación, difusión y continuación de los roles y estereotipos de 
género. 
La investigación se basa, como quedó mencionado, en cuatro ediciones del 
Mantilla, en estos casos las lecturas incluidas en el libro no sufrieron modificaciones, sin 
embargo las imágenes fueron constantemente contextualizadas. Este hecho nos lleva a 
afirmar que el libro se actualizaba debido a la prolongación de su uso en el tiempo y que 
requería de la imagen para concretar la enseñanza a través de la identificación del 
educando por medio de las viñetas. 
El análisis de las ilustraciones jugará un papel trascendental a lo largo de la 
investigación. El acercamiento a la iconografía se realizará reflexionando sobre ciertos 
preceptos de la cultura visual, es decir desde el cómo se reciben las imágenes en 
determinadas sociedades y bajo qué propuestas. En este caso, la sociedad mexicana y los 
medios con los que contó ésta para asimilar y consumir imágenes, serán parte importante 
del objeto de estudio. El análisis y el enfoque desde la cultura visual permitirá observar 
críticamente las categorías estéticas a la luz de la cultura que las crea, de acuerdo a 
valores y cánones de tiempo y espacio. Al concentrarse principalmente en el marco 
dentro del cual se produce significado, se observará a las imágenes como prácticas 
culturales que dan cuenta de los valores de quienes las crearon, manipularon y 
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consumieron
2
. Es este enfoque el que ayudará al presente estudio a reconocer la 
heterogeneidad de las imágenes, así como sus diferentes funciones socioculturales y sus 
circunstancias de producción. 
Cuando pienso en las imágenes del libro Mantilla dentro del contexto histórico 
del siglo XIX mexicano, logro identificar formas de pensamiento de un grupo social 
determinado, que conformarían una dinámica cultural, en pocas palabras un discurso, que 
comunica en función de los elementos figurativos. Es por esto que he considerado 
importante observar y describir otras representaciones de la época, ya que el estilo, según 
Meyer Schapiro, debe estudiarse a través de las formas de la vida social, permitiendo 
tomar en cuenta el influjo de las condiciones políticas, económicas, socioculturales e 
ideológicas. Es por medio del estilo como podríamos identificar la creación de 
significados y de signos, de acuerdo a la circunstancia histórico- social, tanto del emisor 
de las imágenes como del receptor
3
. 
Es cuando localizamos al libro Mantilla en un marco histórico 
descontextualizado, como se le presenta en la sociedad mexicana de la segunda mitad del 
siglo XX, cuando surgen las interrogantes sobre lo que se está comunicando. Es en el 
diálogo diacrónico entre el libro y la sociedad en donde se descubre la reproducción de 
un imaginario, es en donde también se revelan patrones de intencionalidad y de 
interpretación, en este caso por y para la clase media del s. XX. 
La clase media, detentora de la autoridad pedagógica—cuya función principal es 
la de reproducir y legitimar esa reproducción—, pretenderá definir y diferenciar su estilo 
educativo así como las características de lo enseñado, dentro de las cuales figuran las 
relaciones entre los géneros masculino y femenino, al mismo tiempo que imponer, a 
modo de imperativo categórico, la medida del deber ser social acorde a la “modernidad” 
nacional. 
 
 
2
CFR. Moxey, Keith. Teoría, práctica y persuasión. Estudios sobre historia del arte. Ediciones del Serbal, 
España, 2004, p. 125. 
3
 Es importante señalar que para el caso del presente estudio no existe noción de cómo se resignificó en 
determinados espacios temporales el libro, sin embargo de acuerdo al estilo de las ilustraciones y al 
contexto histórico, podríamos suponer tales resignificaciones, tal y como lo indica Meyer Shapiro en su 
obra Estilo, artista y sociedad, Buenos Aires, Ediciones 3, 1962. 
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El trabajo pedagógico, que se define tanto por el modo de inculcación, como por 
el tiempo en que lleva a cabo esa inculcación, mide su efectividadpor el grado en 
que logra producir la reproducción que le está encomendada, poniendo todo su 
esfuerzo en conseguir que el hábito que a través de él se inculca sea duradero ( 
… ) y transferible.
4
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
4
 Palacios, Jesús. “P. Bordieu y J. C. Passeron”. La cuestión escolar. Críticas y alternativas. Barcelona, 
Laia, 1978, p. 444. 
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I 
 
Imágenes e Imaginarios sociales. 
 
Muchos pueblos gustan de hacer ostentación de la belleza 
y cualidades de sus mujeres, convirtiéndolas en un estereotipo 
del que se borran las diferencias individuales, la historia 
pasada de cada una y la historia pública del colectivo. 
Su imagen se convierte en una especie de modelo que deja escapar 
las diferencias regionales, sectoriales, de raza y clase. 
El ideal se convierte en regla para medir a ese ser múltiple. 
La historia de las mujeres tiene como prioridad devolver la 
dimensión histórica a ese grupo específico pero diverso, 
sacándolo de la eternidad de una supuesta naturaleza.1 
 
 
I.1 
Los imaginarios sociales: Género e identidad. 
 
La imaginación podría ser entendida como la capacidad del ser humano de 
transfigurarse a sí mismo y a su entorno con plena libertad y sin límites; esta imaginación 
es absolutamente individual, cada individuo la vive de manera diferente. Ésta podría 
también pensarse de dos formas, como productiva-creativa y como reproductiva. 
Mientras la primera se referiría a la plena libertad del ser humano para explorar un 
infinito de posibilidades y de experiencias; la segunda, la imaginación reproductiva, se 
serviría de la razón para resignificar la realidad; siguiendo un patrón establecido y 
copiándolo. Esta imaginación reproductiva, reproduciría, valga la redundancia, imágenes, 
ideas, conceptos, interpretaciones, etc., que le vienen del exterior, por lo que no sería ni 
subjetiva ni individual, sino sociocultural y por tanto colectiva.2 De esta surgirían los 
 
1 Tuñón, Julia. El álbum de la mujer. Antología ilustrada de las mexicanas. Vol III/ El siglo XIX. México, 
INAH, 1991, p. 11. 
2Probablemente son muy pocas las personas que logran la ruptura- o atadura- con la imaginación 
reproductiva y se permiten crear un mundo de posibilidades infinitas, en el que no interfiera el peso de los 
imaginarios sociales, y exista, si es posible, imaginación pura. A esos pocos, muchas veces no podemos 
conocerlos, en nuestras sociedades son catalogados como transgresores del orden o incluso como enfermos 
mentales. Si bien los artistas- y no todos los que se llaman a sí mismos de este modo- podrían ser otro tipo 
de individuos que lo logran, el alcanzar la plena libertad de la imaginación se resume a tan sólo un instante; 
en el momento en el que la imaginación choca con la razón, comienza a reproducir o incluso a crear 
imaginarios. 
 
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imaginarios, es ella la que bajo este marco de ideas, los crea para dar orden y sentido a la 
naturaleza. Los imaginarios implicarían entonces creaciones socioculturales, que en 
ningún momento indicarían características por naturaleza dadas. 
El imaginario social es forzosamente colectivo, utiliza la razón para sistematizar, 
ordenar y sobre todo idealizar, la realidad; limita el cómo nos imaginamos—el deber 
ser—a nosotros mismos dentro de la sociedad, la cultura y el mundo. Se basa, 
principalmente en la reproducción, así como en el uso de nociones e imágenes 
prefiguradas que delimitan el marco de acción, al mismo tiempo que limitan el uso de la 
imaginación creativa. De este modo el imaginario, al influir en cómo nos imaginamos, 
sería un límite a la imaginación creativa, a la libertad pura. 
Estos imaginarios, serían entonces la fuente directa de las identidades, cuya 
función descansa esencialmente en dar cohesión social y en ordenar simbólicamente la 
realidad, pero no con base en un consenso general sino, de acuerdo a la élite gobernante. 
 
La identidad del imaginario es una condición sine qua non para que los nuevos 
sistemas simbólicos puedan actuar conforme a los designios de las élites 
intelectuales dirigentes.3 
 
Éstos imaginarios hacen que los individuos se identifiquen a la vez que diferencien entre 
sí por medio de la creación de estereotipos, los cuales podrían clasificarse en positivos y 
negativos a través del juicio de valor del que son producto. De este modo los imaginarios 
se concebirán como las concepciones, socioculturales, que implican imágenes mentales, 
que la sociedad tiene de sí. Parten de la racionalización de la imaginación por un lado, y 
de la realidad, ambas en juego dialéctico y en ocasiones paradójico. 
Los imaginarios sociales, no sólo imposibilitan que los seres humanos se 
imaginen libremente, fuera de los cánones o patrones que ellos mismos establecen, sino 
que interfieren de igual modo en la acción que éstos ejercen, en su experiencia. Todo lo 
que el ser humano imagine o incluso haga, estará mediado por el imaginario que lo 
limita. 
La misma sociedad y la cultura, crea aparatos ideológicos que establecen 
imaginarios con el objetivo de ordenar simbólicamente el entorno. 
 
3 Palacios, Guillermo. Op. Cit, p. 231 
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El impacto de los imaginarios sociales sobre las mentalidades depende 
ampliamente de su difusión, de los circuitos y de los medios de que dispone. Para 
conseguir la dominación simbólica, es fundamental controlar esos medios que 
son otros tantos instrumentos de persuasión, de presión, de inculcación de 
valores y de creencias.4 
 
 A pesar de que los imaginaros podrían considerarse como elementos que coartan 
la libertad individual, la humanidad los necesita crear para dar identidad y cohesión en la 
sociedad; y por medio de éstas, ejercer control de la producción imaginaria. Los 
imaginarios sociales surgen de las relaciones de poder que se establecen en la sociedad, 
dentro de las cuales encontramos las relaciones entre los géneros femenino y masculino, 
aspecto clave a lo largo de la presente investigación. 
Las diferencias entre hombres y mujeres son resultado de un complejo proceso 
histórico en el que los elementos culturales (discursivos y simbólicos) constituyen 
un tipo particular de relaciones de poder- las relaciones de género- que se 
manifiestan no sólo en los vínculos entre los sexos, sino en todos los espacios de 
la vida social.5 
 
Para el caso de la presente investigación, se apunta el hecho de que el Mantilla Libro 
Primero, forma parte de ese aparato reproductivo de imaginarios, tanto de clase social 
como de género. Utiliza el texto y la imagen como base de la creación de unidad de 
sentidos. 
Si pensamos que en la imagen artística emerge, ocasionalmente, la imaginación 
productiva; en las imágenes reproducidas técnicamente y popularizadas o 
democratizadas, irrumpiría entonces el imaginario social. El Mantilla tiene imágenes 
hechas ex profeso para las lecciones escritas, por lo tanto a los creadores de éstas 
podríamos llamarlos, pertinentemente, ilustradores en vez de artistas, debido a que ven 
acotada su creatividad por el sentido que el texto le impone. Estos ilustradores 
reproducen un imaginario a través de las ilustraciones; limitando su creación al texto, 
dejando poco espacio para echar a andar la imaginación. 
 
4 Baczko, Bronislaw. Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas. Buenos Aires, 
Argentina, Ediciones Nueva Visión, 1991, p. 32. 
5 Cano, G. y José Valenzuela, G. Cuatro estudios de género en el México urbano del s. XIX. México, 
UNAM- PUEG, 2001.p. 7. 
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En este trabajo, se apunta la creación del imaginario ideal femenino del s. XIX—
es decir el imaginario positivo que encierra los estereotipos de mujer moralmente 
correcta—, desde fuentesprimarias como los manuales de urbanidad, la literatura y la 
prensa, y se observa cómo el Mantilla tiene buena acogida en nuestro país, a pesar de no 
ser un libro mexicano, justamente por reproducirlo. Probablemente el Mantilla no toma 
ideas directamente de las fuentes señaladas, tendría su inspiración en la experiencia 
propia del autor, pero se debió retomar en México porque era congruente con los valores 
que promovía el Estado mexicano. Luis F. Mantilla hizo el libro para Latinoamérica, lo 
que nos hace pensar qué rasgos comunes se compartían entre las diferentes naciones: la 
historia colonial, la lengua y sobre todo, la moral católica, de cuyo seno emergen las 
concepciones y las relaciones de los géneros femenino y masculino. Es por ello que la 
única forma de lograr observar las características de los imaginarios sociales de una 
época, es a través de la historia, de la observación y el análisis de la cultura material, es 
decir de algunos medios a través de los cuales se comienza a difundir, aprehender y 
reproducir un ideal imaginario del deber ser social. 
 
En los últimos años ha crecido el número de estudios cuyo tema se reduce a las 
condiciones históricas y, por consiguiente, actuales de las mujeres. Múltiples inquietudes 
se mueven desde diferentes disciplinas para anclarse en una problemática histórico social, 
que concierne tanto a hombres como a mujeres, sin embargo aún faltan muchos caminos 
y panoramas por explorar con respecto a los espacios otorgados en la cultura a cada uno 
de los sexos. 
 Hoy en día, gracias a los movimientos feministas o simplemente, para no 
catalogar, a aquellos reivindicadores de la equidad entre los géneros, podría sernos 
mucho más fácil observar las prácticas culturales que tienden a discriminar las diferencias 
entre los sexos mediante las divisiones sexuales de la vida cotidiana, sin embargo, resulta 
necesario echar mano del pasado para comprender a las mujeres como sujetos históricos 
que han respondido a determinantes temporales y espaciales. 
 
Se trata de rescatar el género como categoría analítica desde la historia en razón 
de la preocupación más cara al conocimiento histórico: el tiempo. Se trata de 
entender las relaciones de género como un proceso, como una construcción 
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social que puede describirse, analizarse en un tiempo y en un espacio 
determinados, teniendo en cuenta sobre todo sus modificaciones y sus 
continuidades.6 
 
Hablar de las mujeres a través de la historia, específicamente de la historia de México, 
forzosamente llevaría a la observación, por un lado, de las dinámicas por medio de las 
cuales se han organizado las relaciones entre hombres y mujeres a través del devenir, al 
mismo tiempo que implicaría un replanteamiento total de la historia general, en algo así 
como un cepillado a contrapelo, como expresaría Walter Benjamin7, en el que el género 
fuese efectivamente una condición para el análisis de los procesos histórico sociales. 
 Es por ello que el presente trabajo no sólo pretende dar cuenta de la situación de 
las mujeres de una clase social específica, la burguesía, en un tiempo y espacio 
determinados: el s. XIX mexicano, sino al mismo tiempo, explicar los mecanismos de 
reproducción y representación, a través de la enseñanza implícita en el libro Mantilla, de 
las actitudes y actividades diferenciadas por sexos. Ambos aspectos con miras a 
desarrollar y explicar las características, funciones y dinámicas de los imaginarios 
sociales. 
 
Históricamente las mujeres han vivido una clara situación desventajosa en 
comparación al destino que han corrido los hombres. Esta situación desigual se debe 
fundamentalmente a una supuesta naturaleza femenina, a través de la cual las mujeres son 
vistas como seres biológica y fisiológicamente distintos del hombre, distinción 
enmarcada por una clara condición de inferioridad. Bajo esta idea, profundamente 
arraigada en el pensamiento humano, resulta obvio, más no correcto, pensar que si la 
mujer no ha perfilado como sujeto histórico social es debido a que su naturaleza, en 
concreto su cuerpo, se lo ha impedido. La mujer, por su configuración biológica o su 
sexo, ha sido considerada siempre en medida de lo que pueda dar al otro, como un cuerpo 
 
6 Ramos Escandón, Carmen. Género e Historia. México. Antologías Universitarias. UAM- Instituto Mora, 
1992, p. 22. 
7 Walter Benjamín (1892- 1940), filósofo judío alemán marxista, colaborador de la Escuela de Frankfurt. 
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para otros, es decir como un objeto, casi siempre sexual, dispuesto para entregarse al 
hombre, o como mujer- sustento para otros, es decir como madre procreadora.8 
 
Todo lo que se refiere a la mujer está dentro de la naturaleza y de sus leyes. La 
mujer tiene la menstruación, queda encinta, pare, amamanta, tiene la 
menopausia. Todas las fases de su historia pasan por las modificaciones y 
alteraciones de un cuerpo que la ancla sólidamente a la naturaleza. Esta es la 
causa de que nuestra cultura haya deducido que todo aquello que es la mujer lo 
es por naturaleza: es débil por naturaleza, obstinada y dulce por naturaleza, 
seductora por naturaleza, y también pérfida y amoral por naturaleza.9 
 
Pero esta supuesta naturaleza de la mujer, que es en efecto una realidad imaginaria, no es 
más que una construcción cultural— que incluye a un sin número de instituciones 
sociales, como por ejemplo la familia y la iglesia y por consiguiente a la moral y los 
estereotipos que éstas determinan—, que ha logrado limitar las actividades y delimitar los 
espacios en los que las mujeres han de desarrollarse, a través de la creación de la idea de 
la existencia “natural” de una esencia femenina.10 
 
De este modo puede explicarse la subordinación femenina, mas se imposibilita 
sostenerla bajo argumentos que atribuyen las diferencias entre los sexos a través de 
discursos biologicistas. Las diferencias biológicas- genéticas y corporales- no definen de 
manera “natural” los roles de cada género11, especifican sólo el sexo de cada ser humano. 
El género a diferencia del sexo, quedaría definido entonces como el conjunto de 
características construidas culturalmente, bajo las cuales se clasifican u ordenan los 
comportamientos, personalidades, aspiraciones y roles, atribuidos a lo que socialmente 
 
8 CFR en: Basaglia O. Franca. Mujer, locura y sociedad. Puebla, México. Escuela de Filosofía y Letras. 
Ediciones de la Universidad Autónoma de Puebla, 1983, p. 37-38. 
9Basaglia O. Franca. Op. Cit., p. 30. 
10 Entiéndase por cultura un ordenamiento simbólico construido por las sociedades humanas para dar 
sentido o significado a la naturaleza o realidad. La naturaleza por sí misma, no significa nada al menos que 
le sean asignadas por la humanidad, a través del lenguaje, categorías que la ordenen. De este modo la 
acción de la naturaleza se interpreta en términos de la cultura que la signifique, adquiriendo una diferente 
forma de existencia que se basa en la relación entre las diferentes significaciones dadas por la misma 
cultura. A esta significación humana de la naturaleza es a lo que llamaremos realidad imaginaria, ya que 
parte de una creación humana- histórica, social y cultural-, no natural. Estas ideas parten fundamentalmente 
del estudio de Estela Serret, El género y lo simbólico…, en el que son retomados argumentos del 
estructuralismo de Foucault y Lacan, principalmente. 
11 Entiéndase para el presente estudio por roles de género: los comportamientos, las actitudes y actividades 
que se esperan, como expectativa que dicta la cultura, para cada sexo. 
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se caracteriza como “hombres” y “mujeres”.12 Esta categorización cultural e imaginaria 
que implica la construcción del género, forja los estereotipos, muchas veces compartidos 
colectivamente por grupos sociales, aunqueen algunos casos ciertamente cuestionables. 
Los estereotipos introducen simplicidad y orden donde hay complejidad y variación.13 En 
ellos encontramos a su vez categorías que permiten, dentro de la concepción del género, 
la diversidad organizada; normalmente las representaciones que crean se acompañan de 
algún juicio moral o de valor, ya sea positivo o negativo como parte de su definición. 
Estos juicios de valor normalmente se crean en sectores sociales privilegiados que tras 
detentar el poder económico y político, poseen también la capacidad de asentar su propia 
exégesis del mundo como universal; y son transmitidos de generación en generación 
muchas veces sin cuestionar su origen, función y validez con respecto a factores de 
tiempo y espacio. 
El género femenino y masculino, así como las relaciones entre los sexos, se 
develan como construcciones humanas, idealizadas o imaginarias, mas no como 
condicionantes biológicas o naturales. Sin embargo la conformación de los géneros y sus 
implicaciones, por ser un tipo de dinámica social muchas veces inconsciente, llega a 
convertirse en un hecho histórico tan fuertemente arraigado, que se ha llegado a pensar 
como natural. De este modo las realidades imaginarias—como es el caso del “deber ser” 
impuesto a cada uno de los géneros por medio de los estereotipos— se transforman en 
dinámicas reales, concretas, al ser aceptadas y reproducidas en la sociedad a través de 
diversas prácticas discursivas, como los son los medios de comunicación, orales, escritos 
o visuales. 
El control del imaginario social, de su reproducción, de su difusión y de su 
manejo, asegura, en distintos niveles, un impacto sobre las conductas y 
actividades individuales y colectivas.14 
 
Es así como las propias mujeres reproducen las categorías sociales de género, 
incluso la idea de subordinación femenina, y la transmiten a las hijas e hijos. 
 
 
12 Serret, Estela. El género y lo simbólico. La construcción imaginaria de la identidad femenina. México, 
UAM- Azcapotzalco, 2001, p. 21. 
13 Conde Rodríguez Elsa. “Identidades sociales y modernidad” en: Ensayos de política y afectividad 
colectiva. México, Di versa, 2006, p. 121. 
14 Baczko, Bronislaw. Op. Cit. p. 25. 
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Diríamos que la subordinación de las mujeres es vista regularmente como el 
resultado de un conjunto de prácticas discursivas que se organizan y se 
reproducen intencionadamente por los sujetos beneficiados como parte de un 
proyecto por conservar un sistema de dominación15. 
 
Estos sujetos beneficiados son en esencia los hombres. La cultura recae 
fundamentalmente en el orden simbólico que éstos han hecho de la realidad, por 
consiguiente son ellos los que en cuanto creadores principales de los imaginarios, los 
dotan de supremacía masculina. Toda producción cultural referente al sexo femenino y 
masculino respectivamente, es decir producción imaginaria por hacer referencia a la 
reproducción de significaciones, no sólo no figura como real o por naturaleza dada, sino 
que tiende a la dominación en beneficio del propio hombre. Esta situación de dominación 
masculina a través de la cultura se explica, más claramente, al pensar que la existencia 
del género masculino depende en gran medida de la invisibilidad o negación, ya sea del 
género femenino o incluso del necesario binomio de la humanidad, dado por la presencia 
y participación de ambos sexos. 
Sabiendo el sexo, desde incluso antes del nacimiento, de cualquier ser humano, la 
sociedad y la cultura le asignan el género que “deberá desarrollar” partiendo de sus 
características biológicas. Esta carga de expectativas tendientes a formarlo, es asimilada 
por el sujeto en los primeros años de vida y le servirán tanto para relacionarse con el 
mundo, como para crear identidades que lo integren a éste. Tanto el género como la 
identidad social— es decir el reconocimiento del sujeto como perteneciente a un grupo 
con características comunes que se diferencia de otros grupos—, serán adquiridos 
esencialmente a través de las diversas experiencias de aprendizaje, dentro de las cuales la 
educación escolar funge como medio ideal al ser, junto con la familia, uno de los 
principales medios de socialización del individuo. Hombres y mujeres inscritos en 
distintas sociedades, partiendo del espacio y del tiempo en el que se desarrollan, 
integrarán a su propio sistema—de significaciones, creencias y valores—nociones 
específicas del deber, que como pertenecientes al género femenino o masculino, pero 
también a determinada clase social, etnia o religión, deben realizar para encontrar 
identidad. 
 
15 Serret, Estela. Op. Cit, p.69. 
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Para cada época dentro de la historia de la humanidad, los procesos de formación 
de los géneros, así como las características que los definen, varían y presentan 
problemáticas específicas de acuerdo a la evolución propia de la cultura, aunque hay que 
reconocer que en general los cambios, más que dar un panorama diferente o nuevo con 
respecto a los roles y estereotipos de género, se sintetizan con el pasado creando 
continuidades. No obstante es innegable que en contadas ocasiones han existido rupturas 
importantes. 
Para el caso de México, de acuerdo con un análisis de género que hace Carmen 
Ramos Escandón, la época colonial está marcada por el hecho de la conquista y lo que 
ésta significó para las mujeres indígenas: un doble sometimiento, en tanto mujeres y en 
tanto indígenas, mientras que para las mujeres peninsulares o criollas implicó una 
continuación y reafirmación de las relaciones sociales entre los géneros, establecidas 
previamente por la iglesia católica, institución ordenadora de la vida social a través de la 
moral, que construyó una fuerte estructura de lo femenino y lo masculino16. Siguiendo a 
la autora, el siglo XIX mexicano, periodo de suma importancia para la presente 
investigación, sería visto desde el proceso de formación de los géneros, como una etapa 
en la cual la consolidación del Estado nación y la nueva noción de familia nuclear, hacen 
presente una problemática particular. A diferencia de la época colonial, para la segunda 
mitad del s. XIX, la educación y la religión siguieron siendo instituciones a través de las 
cuales las relaciones entre los géneros se legitimaron. Sin embargo la sociedad comenzó 
una transición hacia el laicismo y la ingerencia de la iglesia fue perdiendo terreno, sobre 
todo en el ámbito educativo y familiar. México como nación independiente, pasó de un 
Estado en donde las relaciones familiares se regulaban básicamente desde la religión a 
una situación en donde el Estado busca prevalecer sobre la iglesia en el control de la 
sociedad civil17, este aspecto tuvo grandes consecuencias en las relaciones entre los 
géneros, aunque se observa la pervivencia y el arraigo de una moral cívica, proveniente 
del catolicismo. Para el caso de las mujeres, las dinámicas sociales promovidas desde la 
perspectiva del dominio masculino, comenzaron a ubicarlas como reproductoras y 
educadoras de los futuros ciudadanos mexicanos, ya no sólo de cristianos o hijos de Dios; 
 
16 La mujer criolla, reafirma sus preceptos morales ante los constantes y crecientes índices de nacimientos 
de hijos ilegítimos y de adulterio de los criollos y peninsulares con mujeres indígenas. 
17 Ramos Escandón, Carmen. Op. Cit., p. 31 
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al mismo tiempo que se les confinó directamente al ámbito del hogar, espacio privado de 
cualquier actividad política o pública. 
En el desarrollo de estos renovados imaginarios sociales, México como nación 
independiente y posteriormente como República liberal, perfiló medios de comunicación 
que, a través del discurso escrito pero también del uso de imágenes, significaron la nuevacultura nacional. 
Las pinturas de castas— caso gráfico en el que se hace visible la idea europea y 
novohispana de familia nuclear, así como la obsesión por la clasificación social—, las 
imágenes y novelas costumbristas, los cuadros históricos, más tarde los murales, la 
caricatura y la prensa ilustrada definieron una cultura, no sólo en medida de lo que las 
imágenes representaban, sino también en cuanto a la asimilación, comprensión y 
aprehensión de éstas en las diversas sociedades, como parte de la identidad nacional. 
Hacia la segunda mitad del s. XIX la prensa ilustrada abrió en definitiva la 
democratización de la imagen y comenzó a brindar, mediante grabados, dibujos, 
caricaturas y más tarde fotografías, un código de lectura de signos de acuerdo, por un 
lado, al público al que iba dirigido, y por otro a la circunstancia histórico social que se 
vivía. Tanto la dominación española de más de tres siglos, como la intervención francesa 
en el siglo XIX y la influencia de los Estados Unidos, marcaron un imaginario utópico de 
la sociedad mexicana, tras el cual se desarrolló ésta en busca de la modernidad. 
De este modo tenemos que las imágenes, extendidas por medio de los libros 
ilustrados o la prensa, harían más palpable la familiaridad entre lo narrado y lo vivido, 
dando la ilusión de una representación de la realidad nacional en la que figuraban como 
esenciales las relaciones entre los géneros femenino y masculino. 
Las imágenes expresaron modos de vida de las diferentes clases sociales de 
México, dirigiéndose principalmente a las clases altas, y junto con éstos, exaltaron 
valores típicos del seno desde donde surgieron, es decir, desde la burguesía, que no 
siempre fue nativa. 
Para el caso de las mujeres y los valores que las circunscribían y definían en el 
siglo XIX, encontramos una rica variedad de publicaciones, El Mundo ilustrado, El 
diario del hogar, El periódico de las señoras, Las Violetas de Anáhuac, entre muchas 
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otras, en que encontramos un discurso gráfico en compañía del textual. En estos casos 
tanto el texto como la imagen se anclan mutuamente y crean un lazo que a su vez 
inaugura un lenguaje al interior de su relación, logrando la representación de ideas y 
valores concretos. Lo mismo ocurrió con los libros ilustrados, cuya inmediata finalidad 
fue la educación de los infantes en determinadas disciplinas como la lectoescritura, las 
matemáticas, las ciencias naturales y la moral, pero que al mismo tiempo iniciaron la 
difusión de íconos sociales, perfilando imaginarios e identidades tanto de género como de 
clase social. 
Así pues en este estudio, pretendo observar las circunstancias histórico sociales y 
culturales, de finales del siglo XIX en México así como sus representaciones- tanto 
textuales, como lo son los manuales de urbanidad, la literatura y la prensa, como gráficas, 
específicamente referentes a la figura femenina-, para presentarlas como fuentes a través 
de la cuales se observan coincidencias, ideológicas, tanto en el libro Mantilla, como en 
un sin número de textos ilustrados más, tanto de finales del siglo XIX como de la primera 
mitad del siglo XX. Estas observaciones para la investigación se retroalimentarán, 
obviamente, de referencias teóricas, ubicadas en fuentes o estudios especializados, 
muchos de ellos multidisciplinarios, en temáticas sobre las mujeres a través de la historia. 
Para lograr esto, la tesina irá acompañada de representaciones culturales, como 
textos o imágenes, así como de un marco contextualizador, a la usanza de la historia 
social o cultural en donde todas las representaciones de la sociedad fungen como 
documentos susceptibles de ser utilizados. Resulta de suma importancia observar que 
tanto las ilustraciones como los textos, al generar imágenes, ya sea explícitas o mentales, 
son partícipes ineludibles de la vida social y por lo tanto considero ejercen en ella, 
incluso desde el siglo XIX, grandes cambios culturales. 
De este modo a lo largo del trabajo se observará el desarrollo de la creación del 
imaginario positivo femenino de la burguesía del siglo XIX mexicano, imaginario ideal 
que desde su creación, fue y será, la vara con la que se medirá a toda mujer de la clase 
media mexicana. Al igual, este ideal femenino, siempre enfocado en primera instancia a 
la educación de la mujer, definirá por contraste a los diferentes estereotipos y roles 
sociales que se dispusieron a su reproducción posterior. 
 
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I.2 
Origen y difusión del imaginario femenino en el México liberal. 
 
 
Las que pertenecen a una generación más joven y más feliz 
probablemente no habrían oído hablar de su existencia y quizás no 
sepan a quién me refiero cuando hablo del <ángel del hogar>. 
 La describiré brevemente. Era profundamente compasiva. 
 Era absolutamente encantadora. Era totalmente abnegada. 
Sobresalía en las complejas artes de la vida doméstica. 
Se sacrificaba diariamente. Si había pollo para la cena, se servía 
el pescuezo; si había una corriente de aire, se sentaba en su camino; 
en fin, tal era su carácter que nunca expresaba sus gustos, sino que 
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prefería compartir las opiniones y deseos de los demás. 
Por encima de todo, huelga decirlo, era pura. 
Virginia Woolf 
Profesiones para la mujer, 1931. 
 
 
Durante los tres siglos del virreinato se fue consolidando en Nueva España un 
ideal de mujer que correspondía a lo establecido por la iglesia católica y que Fray Luis de 
León y Juan Luis Vives habían descrito en sus respectivos tratados.18 La vida de la mujer, 
como lo señala François Giraud19, estaba determinada por el matrimonio, éste era el 
hecho que diferenciaba las etapas en su vida y la moral que a cada una de ellas 
correspondía: doncella, casada o viuda, e incluso el quedarse soltera, eran características 
que marcaban el deber ser de lo femenino. Éste se basaba en la idea de que la función 
principal de la mujer era la de ser esposa y madre, y su principal referencia era la Virgen 
María. La mujer tenía que reproducir, dentro de su hogar, tanto a la especie como todos 
los principios de la moral católica y formar a sus hijos bajo la “verdadera fe”20. 
 Por otro lado, se consideraba a la mujer como una “menor de edad”, un ser débil 
que necesitaba de la tutela de un hombre, ya fuera su padre cuando doncella, su esposo 
una vez casada o de Dios cuando monja. Esta idea de debilidad se veía reflejada en su 
educación, limitada a cuestiones domésticas y morales, y a la privación del acceso a la 
cultura escrita21 y a cualquier tipo de participación política, pues se pensaba que era más 
fácil el que “cayera en la perdición” y el abandono de la fe, de lo cual debían ser 
protegidas. 
 
18 Fray Luis de León. La perfecta casada, México, Novaro, 1940, primera edición 1583. Juan Luis Vives. 
La educación de la mujer cristiana, Buenos Aires, Espasa- Calpe, 1948, primera edición 1528. 
19 “Mujeres y familia en Nueva España”, en: Ramos Escandón, Carmen. Presencia y transparencia. 
México, COLMEX, 1987. 
20 Entiéndase para el presente trabajo por moral católica o cristiana, el compromiso ético intramundano que 
se encauza a través del ideal de salvación, y que pretende tomar como ejemplo de vida, la vida misma de 
Cristo y de la Virgen, así como los preceptos bíblicos. Esta moral eleva los valores como la prudencia, la 
templanza, la fortaleza y la justicia, así como los comportamientos y actitudes que se derivan de éstos, 
como aspectos necesarios en el ser humano, sin embargo los hace dependientes del libre albedrío. La 
libertad queda entonces instituida como una condición necesaria para existencia de la moralidad, ya que no 
todos los actos libres tienen un valor moral positivo, hay actos libres con valor moral negativo. La libertad, 
en estecontexto, sería una condición necesaria, pero insuficiente para otorgar valor moral a la conducta 
humana. 
21 El caso de Sor Juana Inés de la Cruz es una excepción, y como tal confirma la desventajosa situación en 
la que se encontraba la mujer con respecto a la educación. 
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 Es evidente que durante el periodo novohispano hubo ciertos cambios en el ideal 
de la mujer, como pudo ser la apertura de ciertas escuelas para la educación de la 
aristocracia femenina a finales del XVIII22, sin embargo, estos cambios no afectaron de 
una manera significativa, ni mucho menos, el rol pasivo y secundario que 
tradicionalmente se le había asignado y que, en términos generales, se mantuvo durante el 
siglo XIX y gran parte del XX. 
La burguesía mexicana, desde la época colonial, asignó roles a cada género, 
muchas veces sin importar la clase social a la que pertenecieran, que quedaron arraigados 
en la cultura nacional y que apenas, hacia entrado el siglo XX, vemos modificarse. 
Mientras el hombre, en este contexto, se vio inmerso en un río de oportunidades, en 
medio de una acción constante que lo llevaría a erigir su propio destino- obvio está que la 
burguesía tenía un marco de acción mucho más amplio que el resto de la población 
masculina-, la “buena” mujer quedó confinada a una supuesta e imaginaria pasividad sin 
tener miras a elección alguna en la vida. Su papel consistió en llevar a cabo aquellas 
actividades sujetas a los espacios interiores- privados- de recintos, en primer lugar, 
legitimados socialmente por las autoridades morales, y en segundo, bajo la salvaguarda, 
mejor vista como vigilancia, de su “dueño”, es decir del hombre del que su vida 
dependiera, económica e incluso moralmente. 
El imaginario ideal de lo femenino, originado en las altas esferas de la sociedad, 
se difundió a toda la sociedad, sin embargo no todas las mujeres podían observarlo del 
mismo modo. La vida rural en pequeñas casas o los cuartos de vecindad en las ciudades, 
espacios en los que muchas mujeres pasaban el día, no hacían práctico el ideal de la 
mujer con instinto doméstico, sin embargo aunque fuese sólo en la teoría, el imaginario 
estaba impuesto como universal para todas las clases23. 
 
Por otro lado, las ideas liberales, provenientes de la ilustración francesa, 
rápidamente fueron adoptadas por la sociedad burguesa mexicana en el siglo XIX, ávida 
de demostrar civilidad, modernidad e igualdad con las naciones europeas. 
 
22Tuñón Pablos, Enriqueta, El álbum de la mujer. Antología ilustrada de las mexicanas, vol. II, México, 
INAH, 1991. 
23 Ríos de la Torre, Guadalupe. “Imágenes de las mujeres públicas” en: Revista Fuentes humanísticas, 
UAM- Azcapotzalco, Departamento de Humanidades, año 11, 2001. 
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 Bajo el propósito de formar ciudadanos concientes, productivos y sobre todo 
útiles al sistema liberal, los filósofos y científicos de la ilustración francesa en el s. XVIII, 
promovieron, hacia finales de dicho siglo, el ejercicio de una maternidad responsable, 
amorosa y comprometida con la familia y el Estado en la formación de los hombres del 
futuro. “Enlightened thinkers of the eighteenth century- men such as Buffon, Holbach, 
Rousseau and the Encyclopedists- almost unanimously regarded marriage as the 
happiest, the most civilized and the most natural of state, the institution that could best 
satisfy and conciliate social and individual needs”.24 
Tanto hombres como mujeres, de acuerdo con las nuevas teorías, debían generar 
un ambiente familiar apto para el crecimiento y desarrollo del infante: “Here is an ideal 
evironment for the young, where adults of both sexes show love and affection to all of 
their children”.25 
Pero el hombre, tradicionalmente acostumbrado a los espacios exteriores, y como 
único posible trabajador y sustento económico de la familia, relegó la tarea del cuidado, 
la crianza y la educación de los hijos e hijas, a la mujer, dotándola de un incipiente poder 
al interior del hogar . 
De igual manera, el discurso sobre la maternidad y sus bondades sociales se 
propagó rápidamente en los círculos de la burguesía francesa, detentores del 
conocimiento, modificando la moral (la mujer inmoral, en este marco de ideas, era 
aquella que dejaba a sus hijos e hijas a la suerte de las nodrizas, acto que antes se 
consideraba correcto) y con ello las prácticas culturales e intrafamiliares, sobre todo, en 
respuesta a los nuevos conocimientos científicos producidos por los enciclopedistas.26 
 
24 Duncan, Carol, “Happy mothers and other new ideas in eighteenth century french art” en: Broude, 
Norma and Garrard, Mary D. Feminism and art history. Questioning the litany. New York, Harper & Row 
Publishers, 1982, p. 207 
25 Ibídem, p. 209 
26 Si bien los estudios ilustrados sobre la familia y la infancia fungieron como medios de modernización, 
por medio de la educación del niño en el seno del hogar, es importante reconocer que el auge y la creación 
de la idea de familia y maternidad, se debió mucho al índice de adulterio que había en la Francia de la 
época, aunado al número de niños bastardos que desequilibraban a la sociedad. Con un contexto como este, 
cualquier nación pensaba que se retrasaba en el proceso de modernización y progreso. En el caso de 
México ocurre un fenómeno similar. Ante el aumento de la prostitución, del adulterio y de los hijos 
ilegítimos, se busca reformar a la sociedad, en particular a la madre, pues era ella la que quedaba 
embarazada. Además ante la separación de la iglesia y el Estado dada en el siglo XIX, se temió una 
desmoralización de la sociedad, para lo cual se reforzó ésta en la figura femenina (culto mariano o culto 
devoto a la divinidad de la madre). 
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Así pues, la maternidad se convirtió en uno de los más grandes pilares de las sociedades 
modernas occidentales. 
Se promovió la idea de maternidad como principal función femenina y la 
domesticidad como destino glorioso para las mujeres.27 
 
El arte— literatura y pintura sobre todo— formó parte de este gran cambio cultural, no 
sólo como reflejo del momento histórico, a saber la Ilustración, sino como motivador de 
los movimientos ideológicos. La pintura, íntimamente relacionada con los círculos 
intelectuales de la época y por lo tanto con las ideas de éstos sobre cada género, comenzó 
a representar a la mujer burguesa, en concreto, en su nuevo papel social. 
Claro ejemplo, dado por Carol Duncan en su ensayo sobre madres felices y otras 
nuevas ideas en el arte francés del siglo XVIII (trad. “Happy mothers and other new ideas 
in eigtheent century french art”), es la imagen presentada a continuación bajo el título 
The happy mother (La madre feliz), de Agustin de Saint- Aubin, sin fecha clara, pero a 
juzgar por el estilo, seguramente del s. XVIII. En ésta se observa a una mujer que 
sostiene en su regazo a dos pequeños, uno de cada sexo de casi las mismas edades; este 
aspecto nos podría sugerir que si se es mujer en este tiempo no hay más cosa que hacer, 
que hacer bebés. Sus redondos pechos, que además se presentan desnudos, evidentemente 
hacen referencia a una madre lactante, que con una sonrisa en la boca disfruta de su hijo e 
hija. Si la mujer se presenta descubierta de pecho, es como medio de enfatizar la 
importancia de la lactancia materna, impuesta ideológicamente en estas fechas. Pero este 
desnudo de la mujer, no sólo nos muestra este hecho, sino que nos remite a la idea que se 
tenía sobre las mujeres durante la lactancia. Si la cultura de la burguesía, hasta el s. 
XVIII, apelaba a la utilización de las nodrizas— como mujeres objetos— era porque se 
consideraba que las madres que amamantaban, perdían el apetito sexual. En la imagen 
presentada, la mujer se presenta al espectador sensualmente descubierta, como forma de 
contrarrestareste antiguo pensamiento. 
La mujer en la imagen, se encuentra al interior de una habitación adornada con 
telas y deja ver, a través de un pliegue en su faldón, sus pies calzados y pequeños, 
 
27Suárez Escobar, Marcela. “La sexualidad y el discurso sobre el género en el imaginario social mexicano 
del siglo XIX “ en: Revista Fuentes humanísticas, UAM- Azcapotzalco, Departamento de Humanidades, 
año 11, 2001. 
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atributos dados a las mujeres nobles. Estas características indicarían a qué clase social 
está representando esta mujer. 
La figura femenina no sólo está encarnando la nueva imagen del deber ser 
femenino: maternal, responsable y amoroso, sino también los atributos del espacio en el 
que ésta, en su nueva labor, debe estar: en un lugar interior, privado, pacífico, amoroso y 
armonioso. Nada, en la imagen perturba la escena. 
 A. F. Sergent- Marceau. Paris. s/a. 
 
Estas imágenes pasarán a México en el siglo XIX bajo el mismo estilo y con el 
mismo objetivo, la educación de la madre con respecto al cuidado de los hijos e hijas, a la 
par que su confinamiento. Tal es el caso del Diario de los niños, impreso en la ciudad de 
México en la primera mitad del siglo XIX. 
 El amor maternal. El Diario de los niños. 1840 
En esta imagen se puede apreciar a una madre recatada, no está descubierta como 
la del cuadro anterior, pero no por ello deja de expresar aspectos similares. En el mismo 
orden que en la imagen anterior, esta mujer- madre carga a sus pequeños. La diferencia 
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de edades entre éstos, deja ver que también para el siglo XIX, no hay otra cosa que hacer, 
si se es mujer, más que la reproducción y el cuidado de los hijos. 
En el brazo izquierdo la mujer carga a la niña y en el derecho al niño. Los tres, 
vestidos con ricas telas representan a una clase adinerada, clase a la que se dirige la 
imagen con el objetivo de instruirla en nuevos valores. El espacio en el que reside la 
madre con sus pequeños es interior. Sentada sobre una silla de terciopelo, esta mujer se 
percibe tranquila, plena, ante el cuidado de su hijo e hija. Estos a su vez lucen en plena 
armonía; el niño duerme sobre el regazo materno, mientras que la niña abraza por el 
cuello a la dulce madre, en señal de su más grande atributo, el ser para el otro de forma 
amorosa, tierna y dulce, duplicando las características maternas. 
Estas nuevas imágenes sociales nos remiten a las familias urbanas medianamente 
acomodadas que cobran conciencia del papel que tienen en relación con la 
crianza de los hijos, una de sus principales preocupaciones es la de 
proporcionarles instrucción.28 
 
A lo largo del siglo XIX mexicano, después de la Independencia y con la adopción del 
pensamiento y los paradigmas europeos liberales –como un medio de modernización 
nacional— las concepciones sobre la educación y los fines que ésta se proponía, fueron 
punto de reflexión que buscó la adaptación de los medios sociales para atender a todos 
los sectores de la población nacional. La educación se planteó como el medio ideal para 
alcanzar la concordia social y la formación sólida de una nueva nación moderna 
portadora de los ideales liberales, cuyos objetivos estaban en la lucha contra la 
ignorancia, la búsqueda de la socialización, así como de la integración de los sectores 
pobres e indígenas de la población a través de la moralización. 
A pesar de que existieron muchas continuidades del periodo novohispano durante 
el siglo XIX, la ruptura política que significó la independencia trajo consigo un periodo 
de definición de proyectos de nación, en los que se cuestionó la función de la mujer en la 
nueva sociedad mexicana. Los políticos-intelectuales que forjaron estos proyectos, 
especialmente en los sectores liberales, vieron en las mujeres un elemento de gran 
importancia para concretar el ideal de nación que buscaban, pues estas se convertirían en 
las madres de los nuevos patriotas y así podrían realizar dos aspectos necesarios: la 
 
28 Aguirre Lora, María Esther. “Balance historiográfico” en: Una invención del siglo XIX. La escuela 
primaria (1780- 1890). México, UNAM- CESU. 
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constitución del hogar como un espacio estable y decente, y el desplazamiento del terreno 
religioso al nacional- liberal. 29 
Los nuevos gobiernos liberales necesitaban reorganizar a la sociedad mediante la 
unidad nacional y la formación de buenos ciudadanos, aspecto imposible de lograr sin 
mantener algunas de las instituciones tradicionales de cohesión social, como la familia. 
La Patria surgió entonces en los discursos como alegoría de la madre de familia, 
cuyos hijos e hijas debían seguir las virtudes cívicas establecidas por el Estado, sin 
embargo este discurso poco pudo alejarse de su trasfondo moral, basado en el tradicional 
cristianismo, ya que la educación cristiana de la nación, forzosamente implicaba una 
fuente de moralidad necesaria para los ciudadanos.30 El nuevo Estado mexicano requería 
ciudadanos moralmente correctos, de modo que la presencia de la moral cristiana se 
encontró en todos los medios educativos, directos e indirectos, dispuestos tanto a 
hombres como a mujeres. A la par, la reproducción de esta moral se asignó sobre todo a 
la madre, por ser ella la responsable de la primera educación de los infantes. 
Así, como lo señala Jean Franco, conforme se iba consolidando el estado liberal, 
los intelectuales se propusieron educar a las madres a fin de que instilaran en la nueva 
generación el patriotismo, la ética laboral y la fe en el progreso.31 Sin que estas lo 
supieran, se les incitó a que trabajasen en una “regeneración universal”. 
A pesar de este cambio, la formación de la mujer seguía partiendo de la idea de 
que su función estaba en el hogar, en ser madre esposa—un ser para el otro-- antes que 
cualquier otra cosa y de este modo, las cualidades que se destacaban en el sexo femenino 
y que se privilegiaban en su educación, eran de carácter afectivo y no racional. El 
matrimonio y la maternidad asumidos con responsabilidad, eran pues, la principal 
justificación moral de la educación femenina.32 
 
29 Es importante recalcar que los liberales se oponían a la institución eclesiástica, eran anticlericales, sin 
embargo en su mayoría eran cristianos creyentes, en ningún momento ateos. 
30 CFR. Suárez Escobar, Marcela. Op. Cit. 
31 Franco, Jean, Las conspiradoras. La representación de la mujer en México, México, FCE-COLMEX, 
1994, p. 116. 
32 Una lectura crítica de la Epístola de Melchor Ocampo, liberal del s. XIX, aparentemente anticlerical, nos 
mostraría claramente los papeles respectivos que se le dan, dentro del matrimonio civil, a los hombres y a 
las mujeres alrededor del s.XIX. Estos papeles corresponden a los dados por el catolicismo. Se transcribe el 
documento y se subrayan los atributos dados a cada sexo, así como la función de la educación dentro de la 
crianza de futuros ciudadanos. 
Epístola de Melchor Ocampo. Julio de 1859 
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Si bien el liberalismo y sus ideales sobre la educación iban cobrando fuerza en los 
círculos intelectuales masculinos del s. XIX, la asimilación de éstos en las mujeres tuvo 
un proceso diferenciado que se valió de distintos medios, tanto textuales como visuales. 
Algunos de los recursos mediante los cuales se transmitieron las ideas liberales 
fueron los manuales de urbanidad, la prensa-- en ocasiones ilustrada-- y la literatura, 
aparatos ideológicos estructurados por intelectuales, tanto nacionales como extranjeros, 
partícipes activos de la vida política y cultural, que sentaron las bases para la creación de 
un imaginario social. A través de estos textos, se buscó extender un discurso que 
homogeneizara a la sociedad bajo la ideología liberal. En esteproceso de 
homogeneización de valores e ideologías, las mujeres no quedaron exentas, pero se tomó 
como punto referencial a la mujer de la burguesía, por ser ésta considerada de acuerdo a 
la época, las más apta. 
 
Declaro en nombre de la ley y de la Sociedad, que quedan ustedes unidos en legítimo matrimonio con 
todos los derechos y prerrogativas que la ley otorga y con las obligaciones que impone; y manifiesto: "Que 
éste es el único medio moral de fundar la familia, de conservar la especie y de suplir las imperfecciones 
del individuo que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano. Este no 
existe en la persona sola sino en la dualidad conyugal. Los casados deben ser y serán sagrados el uno 
para el otro, aún más de lo que es cada uno para sí. El hombre cuyas dotes sexuales son principalmente el 
valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer, protección, alimento y dirección, tratándola siempre como a 
la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el 
fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él, y cuando por la Sociedad se le ha 
confiado. La mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y 
la ternura debe dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo 
siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien 
no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo propia de su carácter. El uno y el otro se 
deben y tendrán respeto, deferencia, fidelidad, confianza y ternura, ambos procurarán que lo que el uno se 
esperaba del otro al unirse con él, no vaya a desmentirse con la unión. Que ambos deben prudenciar y 
atenuar sus faltas. Nunca se dirán injurias, porque las injurias entre los casados deshonran al que las 
vierte, y prueban su falta de tino o de cordura en la elección, ni mucho menos se maltratarán de obra, 
porque es villano y cobarde abusar de la fuerza. Ambos deben prepararse con el estudio, amistosa y mutua 
corrección de sus defectos, a la suprema magistratura de padres de familia, para que cuando lleguen a 
serlo, sus hijos encuentren en ellos buen ejemplo y una conducta digna de servirles de modelo. La doctrina 
que inspiren a estos tiernos y amados lazos de su afecto, hará su suerte próspera o adversa; y la felicidad o 
desventura de los hijos será la recompensa o el castigo, la ventura o la desdicha de los padres. La 
Sociedad bendice, considera y alaba a los buenos padres, por el gran bien que le hacen dándoles buenos y 
cumplidos ciudadanos; y la misma, censura y desprecia debidamente a los que, por abandono, por mal 
entendido cariño o por su mal ejemplo, corrompen el depósito sagrado que la naturaleza les confió, 
concediéndoles tales hijos. Y por último, que cuando la Sociedad ve que tales personas no merecían ser 
elevadas a la dignidad de padres, sino que sólo debían haber vivido sujetas a tutela, como incapaces de 
conducirse dignamente, se duele de haber consagrado con su autoridad la unión de un hombre y una mujer 
que no han sabido ser libres y dirigirse por sí mismos hacia el bien". 
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De este modo la educación de la mujer burguesa, mediante el mecanismo de la 
enseñanza- directa, por medio de institutrices particulares33 que se valían de libros 
educativos, manuales de urbanidad y lecciones prácticas; e indirecta, a través de la 
literatura, las revistas y los periódicos-, estableció tanto los estereotipos, como el deber 
ser femenino.34 Éste último dispuesto a ser extendido, luego de ser aprehendido en la 
burguesía, al resto de la población como valor universal. 
Es importante detener la reflexión por un momento en este punto. Si bien es cierto 
que la construcción del género, femenino y masculino, depende en gran medida de la 
época y la sociedad históricas, así como de la oligarquía que establece desde el poder su 
mirada e interpretación del mundo como universal, también es importante reconocer que 
obedece a una reconstrucción que radica en el imaginario que cada clase social tiene de 
sí; de tal suerte que, a pesar de haber lugares comunes entre las diferentes clases, cada 
una concebirá de forma diferente a cada género de acuerdo a las experiencias de vida y a 
los sistemas de valores y creencias que la integran. 
De esta forma, al llevar los ideales burgueses y el deber ser femenino, gestado al 
interior de esta clase particular, a los sectores proletarios de la sociedad mexicana del s. 
XIX y más tarde a los de la primera mitad del XX, la mujer se vio obligada a administrar 
su tiempo y energía, al ser doblemente trabajadora, es decir, desarrollándose laboralmente 
por un lado y cuidando del hogar por otro, conservando únicamente un reducto de 
feminidad al poder ser madre y en ocasiones esposa. 
El trabajo femenino, asalariado o en la esfera pública, no era bien visto por la 
élite; para ésta resultaba escandaloso que la mujer— naturalmente casta, sacrificada, 
moral, dedicada al hogar y a la educación de los hijos35—saliera del hogar. La mujer que 
se apartaba o no cumplía con las características denotadas, era considerada antinatural o 
incluso transgresora del orden social; sin embargo tras la Revolución de 1910, muchas 
familias burguesas, que conservaban el imaginario femenino decimonónico arraigado, 
cayeron en la ruina y se vieron en la necesidad de hacer de la mujer mano de obra y, 
 
33Encontramos desde el s. XIX la creación de escuelas destinadas a instruir a las mujeres, normalmente de 
bajos recursos, en labores técnicas. 
34 Existen varias formas de estereotipos que se entrelazan en el deber ser femenino, tal es el caso de la 
madre, la esposa, la hija, la monja, la maestra, la prostituta, entre otros, todos en el ámbito de lo ideal- 
imaginario. 
35 Ideales victorianos de la feminidad. 
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junto con ello, modificar o ampliar los parámetros del imaginario de lo femenino.36 Al 
alternar el trabajo en el hogar con aquel dispuesto en el exterior, las mujeres se 
convirtieron muchas veces en objetos de acoso sexual al romper con los patrones de 
feminidad tradicionales que las mantenían confinadas a los espacios cerrados y privados. 
Sin embargo, estas mujeres reconfiguraron la idea de mujer como aquella que laboraba 
con moralidad, es decir, sin perder su feminidad. 
 
La literatura y la historia crearon, a través de lo textos, una imagen icónica de la 
sociedad que pretendían describir. Esta imagen simbólica nunca fue gratuita, 
normalmente respondió a intereses ideológicos, pero también a un canon interpretativo 
del mundo principalmente masculino. Es por esto que hablar de la imagen de la mujer a 
través de los textos en la historia de México, es hablar de dos posibilidades, la 
construcción de la imagen de la mujer en tanto tema o la mujer auto representándose 
como creadora.37 
La mujer como objeto estético literario es en México, hasta el siglo XIX, tanto un 
elemento clave para la temática del romanticismo, en la cual ésta se llena de 
características de hipersensibilidad y melodrama, como cuerpo de creación y pertenencia 
masculina. 
Desde la Quijotita de Lizardi, hasta Monja y Casada o Virgen y mártir de Riva 
Palacio, la literatura mexicana del XIX utilizó a la mujer como tema de sus obras, por un 
lado respondiendo a las modas literarias de la época, pero también como un medio de 
instrucción y moralización de la mujer— debido a que era ésta la gran protagonista de las 
obras— a través de la impresión de estereotipos sociales dirigidos tanto a hombres como 
a mujeres —como podemos apreciar en las obras documentales o costumbristas, en 
específico de Manuel Payno o de GuillermoPrieto—, que poco a poco, en ciertos 
sectores sociales, se iban constituyendo como un grupo lector importante.38 
 
36 CFR. Collado Herrera, María del Carmen. “El espejo de la élite social (1920- 1940)” en: Gonzalbo, Pilar 
(coord) Siglo XX. Campo y Ciudad, Historia de la vida cotidiana en México, Tomo V, Volumen 1, México, 
COLMEX- FCE, 2006. 
37 CFR. Caballero Wongüemert, María. Femenino plural. La mujer en la literatura. España- Pamplona, 
Ediciones Universidad de Navarra, EUNSA, 1998. 
38 El género literario que irrumpe con mayor vigor en todo el siglo XIX es la novela. Esta tiene por objeto 
de estudio a la sociedad. 
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Así por dar un ejemplo, Payno en su texto Memorias sobre el matrimonio, que 
consta de una serie de consejos para el buen funcionamiento conyugal, que van desde 
cuestiones de higiene y salud, hasta de comportamiento y educación, construye una 
imagen esencialista de la mujer de su tiempo.39 Es evidente que para Payno el lugar de 
la mujer es la casa y su función es primordialmente de servicio, como se observa cuando 
dice que donde hay mujer de por medio se sobreentiende que hay un conserje minucioso 
y eficaz...40 y no sólo esto, sino que la mujer debe de complacer en todo a su marido, 
aconseja a las mujeres sacrifiquen enteramente sus caprichos… con tal de no dar el más 
pequeño disgusto a su dueño querido.41 Además de las funciones domésticas, como 
limpieza y cocina, la mujer debe saber hacer las “labores femeninas”: bordar, coser, tejer, 
tocar el piano, pintar, etc., incluso Payno, comparando los supuestos dotes de cada sexo, 
llega al absurdo de plantear que una mujer que no sabe coser y bordar, es como un 
hombre que no sabe leer ni escribir.42 
Partiendo de esta función que le asigna Payno al sexo femenino, podemos 
imaginarnos cuál es su postura con respecto a la educación de la mujer. En este sentido 
apunta que: 
 
hay mujeres que les causa hastío sólo el ver un libro – esto es malo -. Hay otras 
que devoran cuanta novela y papelucho cae en sus manos – esto es peor-. [...] No 
hay ocupación más útil para toda clase de gentes que el leer. El entendimiento se 
fertiliza, la imaginación se aviva, el corazón se deleita y el fastidio huye a 
grandes pasos frente a la presencia de un libro. Todas estas son verdades 
evidentes, reconocidas, y que otros ya habían dicho antes que yo; pero estas 
reglas deben sufrir grandes modificaciones respecto a las mujeres [...] Una 
mujer no debe jamás exponerse a pervertir su corazón, a desviar a su alma de 
esas ideas de religión y piedad que santifican aun a las mujeres perdidas. 
Tampoco deberá buscarse una febril exaltación de sentimientos que la hagan 
perder el contento y tranquilidad de la vida doméstica, y ver a su marido como un 
poltrón e insufrible clásico43. 
 
 
39 El mismo Manuel Payno en Los Bandidos de Río Frío, novela costumbrista, nos ofrece una serie de 
estereotipos de los géneros femenino y masculino. 
40 Payno, Manuel, Memorias sobre el matrimonio, México, CONACULTA- Planeta, 2002, p. 25. 
41 Ibídem, p.22 
42 Ibídem, p. 28. 
43 Ídem, p. 28-29. 
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En esta larga cita observamos que en Payno domina la idea del “sexo débil”, de la mujer 
como una menor de edad que necesita de tutela y a la que, dada su insuficiente capacidad 
intelectual, es necesario controlar y diferenciar sus conocimientos con respecto a los del 
hombre. Así pues, las mujeres deben de leer, pero obras seleccionadas, sobre todo que se 
enfoquen al ámbito de la enseñanza moral— observado como naturalmente femenino—, 
ya que leer indistintamente toda clase de escritos, la haría caer forzosamente en el 
crimen o en el ridículo.44 
Es de suma importancia notar que Payno reproduce la idea del espacio interior y 
privado como femenino, aspecto reiterativo que observaremos presente en casi todos los 
discursos de la época. Esta idea del espacio femenino se relaciona íntimamente con el 
tipo de lecturas recomendadas para las mujeres, ya que en la lectura la mujer debía evitar, 
según Payno, los temas que hablasen sobre maridos traidores, padres tiranos, amigos 
pérfidos, incestos horrorosos, parricidios, adulterios, asesinatos y crímenes, luchando en 
fuego de sangre y de lodo. Porque aunque en esto constase el mundo, dice a la mujer 
¿qué necesidad tenéis de llenar vuestra alma de miedo?.45 
Las mujeres en este marco de ideas no sólo “debían ser” de acuerdo al parámetro 
masculino, sino que además debían, en todo sentido, permanecer en la inconciencia e 
ignorancia del mundo al que pertenecían. La educación de las mujeres se presenta de este 
modo como una verdadera arma de dos filos, razón por la cual debe estar siempre 
vigilada. Por un lado es necesaria la instrucción de las mujeres para que actúen 
“correctamente” en sociedad, y a su vez eduquen con el ejemplo a los hijos; sin embargo 
la falta de educación, según el pensamiento de la época, bien podría hacer de los hijos e 
hijas seres inmorales, ciudadanos indeseados, mientras que un exceso de información, 
también podría ser dañino, ocasionando el cuestionamiento de las limitantes a las que 
cada mujer es sujeta, convirtiéndose la educación en este contexto, en un peligro para los 
hombres y en sí, para el orden social. 
 
 Claro ejemplo de este doble proceso de incursión de la mujer, por un lado como 
lectora, pero también como centro de las preocupaciones de los intelectuales por 
 
44 Ídem p. 29. 
45 Ídem. 
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instruirla, es el surgimiento de la prensa femenina. En un inicio expresada como 
publicaciones anexas a los principales diarios, por ejemplo en El Águila mexicana, y 
paulatinamente en la aparición de distintos periódicos y revistas especializadas en el 
público femenino, cuyo principal objetivo era el de distraer e instruir a las señoras y 
señoritas, a partir de una serie de temas: literatura, historia, religión, moral, dibujo, 
bordado, modas, etc.46 
 Si la mujer debía ser educada no era sólo para que ésta educase a su vez a los 
hijos e hijas, era también para que demostrase sus dotes y habilidades frente a las 
amistades o familia, ya que la honra del hombre, las consideraciones que recibe, son 
efecto del tacto, de la finura con que la mujer obsequia a las relaciones de su marido.47 
 De este modo, la mujer burguesa mexicana debía saber leer, escribir, tocar el 
piano, bordar, coser, limpiar y pintar; pero estas llamadas dotes no eran vistas en ningún 
momento como posibles fuentes de genialidad, eran más bien pasatiempos que evitaban 
el pecado del ocio y que además engrandecían al hombre, dueño y señor de la mujer.48 La 
educación de la mujer sólo se valoraba en función de los beneficios que le generasen al 
otro, llámese éste padre, esposo, hijas o hijos. 
 Ejemplo de los atributos otorgados al género femenino, lo podemos observar en la 
portada del Álbum de la mujer de 1884. En ella se dejan ver claramente las posibilidades 
de la mujer burguesa instruida: ser madre, educadora, ejercer la habilidad de pintar o de 
hacer música, todo esto en el espacio concedido a la mujer, el hogar. La mujer en esta 
imagen alegórica se levanta como el ángel del hogar, protector y educador de los hijos, 
velador de la armonía del hogar, tesoro indispensable del hombre. 
 
 
 
46 Un estudio interesante relacionado con el surgimiento y funciones de la prensa femenina: Alonso 
Rodríguez Arias “Del Águila mexicana a La Camelia: revistas de instrucción y entretenimiento. La 
presencia de la mujer mexicana como lectora (1823-1853)” en Laura Beatriz Suárez de la Torre (coord..) 
Empresa y cultura en tinta y papel (1800-1860), México, UNAM-Instituto Mora, 2001. 
47Guerrero y V. Fco. “La mujer social” en: El periódico de las señoras, 8 al 22 de septiembre

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