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Relacion-entre-supervision-parental-y-la-conducta-antisocial-en-menores-infractores

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
 
FACULTAD DE PSICOLOGÍA 
 
 
 
 
 
RELACIÓN ENTRE SUPERVISIÓN PARENTAL Y LA CONDUCTA 
ANTISOCIAL EN MENORES INFRACTORES 
 
 
 
 
 
T E S I S 
QUE PARA OBTENER EL GRADO DE 
LICENCIADA EN PSICOLOGÍA 
P R E S E N T A : 
 
 
 
LORENA CARRILLO AMEZCUA 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
DIRECTORA: DRA. CATALINA GONZÁLEZ FORTEZA 
REVISORA: DRA. SHOSHANA BERENZON GORN 
 
 
MÉXICO, D.F. ABRIL DE 2006 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
Dedicatorias: 
 
 
A mi mami 
Que me ha dado todo su respaldo, confianza, 
amor y fuerza para seguir adelante. 
Gracias por todas tus enseñanzas, Te Quiero mucho. 
 
 
 
 
A mi familia 
Que siempre han estado presentes en los momentos 
importantes y que me apoyaron durante este sueño. 
 
 
 
 
A Francisco Juárez García 
Por sus conocimientos, la ayuda y confianza brindados. 
 Gracias por tu paciencia y tiempo dedicados a este trabajo. 
 Paco, gracias por todo. 
 
 
 
 
A todos mis amigos y personas importantes 
que han formado parte de mi vida 
Angel, tu apoyo y cariño han sido parte fundamental en la 
realización de este trabajo, Gracias… Te quiero. 
 
 
 
A toda la gente que conocí en el Instituto Nacional de Psiquiatría, 
gracias por los consejos, las enseñanzas, la amistad 
y por estar presentes en esta aventura: Paco, Bianca, Nieves, 
Karla, Sandra, Juan Carlos, Gerardo, Ely … 
 
 
 
A Wendy, por estar siempre presente y tener una palabra 
adecuada para cada momento, Gracias amiga. 
 
 
 
Los miembros del comité de tesis 
Por brindar sus conocimientos y sugerencias 
para el buen desarrollo de este trabajo. 
 
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Esta tesis recibió apoyo del proyecto del Instituto Nacional de Psiquiatría: 4216 “Detección de 
necesidades de menores infractores del Distrito Federal” financiado por el CONACyT a través del 
convenio 42273-H, bajo la coordinación y asesoría del Lic. Francisco Juárez García. 
 3
 
Contenido 
 
 
Resumen ................................................................................................................................. 6 
Introducción............................................................................................................................ 8 
Capítulo 1. Adolescencia................................................................................................. 13 
1.1 El adolescente y la familia.................................................................................... 15 
1.2 Conducta antisocial en la adolescencia. ............................................................... 20 
1.3 El adolescente como menor infractor. .................................................................. 24 
1.4 El menor infractor y la familia. ............................................................................ 26 
Capítulo 2. Familia .......................................................................................................... 31 
2.1 Relaciones dentro de la familia ............................................................................ 34 
2.1.1 La relación parental ...................................................................................... 35 
2.2 Comunicación en la familia.................................................................................. 36 
2.3 Apoyo en la familia. ............................................................................................. 40 
2.4 Supervisión parental ............................................................................................. 42 
2.5 Supervisión parental y conducta antisocial. ......................................................... 45 
Capítulo 3. Metodología.................................................................................................. 47 
3.1 Planteamiento y justificación del problema.......................................................... 47 
3.2 Objetivo general ................................................................................................... 47 
3.3 Objetivos específicos............................................................................................ 47 
3.4 Hipótesis conceptual............................................................................................. 48 
3.5 Tipo de estudio ..................................................................................................... 48 
3.6 Definición conceptual de variables....................................................................... 49 
3.7 Población y muestra.............................................................................................. 50 
3.8 Instrumento........................................................................................................... 51 
3.9 Procedimiento....................................................................................................... 54 
3.10 Análisis de datos................................................................................................... 55 
 
 4
 
 
 
 
 
Capítulo 4. Resultados..................................................................................................... 56 
4.1 Descripción de la muestra..................................................................................... 56 
4.2 Calificación de escalas de supervisión, comunicación y apoyo. .......................... 58 
4.3 Actos antisociales y su relación con las variables de supervisón, 
comunicación y apoyo. ......................................................................................... 59 
4.4 Relación entre supervisión, comunicación y apoyo de la familia y 
la gravedad de la conducta antisocial. .................................................................. 61 
4.5 Relación entre estructura familiar, supervisión y ambiente familiar.................... 63 
4.6 Modelo predictivo de la conducta antisocial. ....................................................... 64 
Capítulo 5. Discusión y Conclusiones............................................................................. 66 
5.1 Limitaciones y Sugerencias .................................................................................. 70 
Referencias ........................................................................................................................... 72 
Anexo 1................................................................................................................................. 78 
 5
 
Resumen 
 
 La influencia de la familia es señalada con gran frecuencia en el trabajo con 
menores infractores por tener un fuerte peso en el desarrollo infantil, ya que la calidad de la 
relación entre padres e hijos es la primera experiencia del niño que lo impacta positiva o 
negativamente. 
 
 La supervisión parental es conceptualizada como una serie de conductas parentales 
correlacionadas que comprenden el cuidado de los hijos y el conocimiento de su paradero, 
sus actividades y su adaptación. Es uno de los factores asociados a la conducta antisocial 
más revisados, observándose principalmente que la inconsistencia o ausencia de ésta 
facilita la ocurrencia de dicha conducta y en casos más graves de la delincuencia. 
 
 Para que la supervisión parental se efectúe, es necesario que existacomunicación y 
apoyo entre padres e hijos, de manera que el ambiente familiar sea agradable como 
consecuencia de las aportaciones de todos los miembros de la familia y en especial de los 
padres. 
 
 De acuerdo con lo anterior, la presente investigación se llevó a cabo para conocer 
cuál es la relación que existe entre el ambiente familiar, la supervisión y la gravedad de la 
conducta antisocial en menores infractores de un Centro tutelar del Estado de Morelos. 
 
 La población estuvo conformada por Menores Infractores de un Centro tutelar 
ubicado en el Estado de Morelos. La aplicación del instrumento se llevó a cabo a 86 
hombres menores infractores, con un rango de edad de 12 a 21 años, correspondientes al 
total de internos en dicho centro al momento del levantamiento de los datos. Cabe 
mencionar, que desde el punto de vista legal, se consideran menores infractores a todos los 
sujetos que hayan cometido una infracción antes de cumplir los 18 años y deben cumplir 
con su tratamiento aún cuando hayan cumplido la mayoría de edad, por ello es que se 
encontraron jóvenes mayores de edad en el Centro tutelar. 
 6
 
 Los principales resultados permiten observar que la comunicación y el apoyo de 
padres e hijos se relacionan entre sí y conforman el ambiente familiar. De estas áreas, sólo 
la comunicación del hijo es un predictor de los dos factores de supervisión analizados: 1) 
manejo de reglas y conocimiento de los pares, y 2) conocimiento de las actividades del hijo; 
y es este último el que predice de manera significativa la gravedad de la conducta 
antisocial. Dicha relación indica que a mayor conocimiento de las actividades del hijo la 
conducta antisocial es menos grave en esta muestra de menores infractores. 
 
 Con base en los resultados anteriores puede considerarse que la comunicación del 
hijo con los padres predice que exista una supervisión adecuada específicamente en el área 
del conocimiento de las actividades del hijo y ésta a su vez predice una menor gravedad de 
la conducta antisocial para esta muestra de menores infractores. De acuerdo con los 
hallazgos, es importante que exista un ambiente familiar basado en la comunicación y el 
apoyo, asimismo, se debe facilitar una ambiente de comunicación entre padres e hijos de 
manera que la supervisión parental se realice más fácilmente. Esto ayudará a los jóvenes a 
no involucrarse en comportamientos que los puedan llevar a delinquir, y en el caso de los 
menores infractores, para que tengan más herramientas que les ayuden a no reincidir. 
 
 7
 
Introducción 
 
El objetivo de este trabajo es conocer cómo se relaciona la percepción de la supervisión 
parental con la conducta antisocial en menores infractores. Este trabajo se realizó en el 
Estado de Morelos, debido a que en los últimos años la entidad se ha caracterizado por una 
creciente ola de violencia (Cuevas, 2005). 
 
Actualmente, esta entidad ocupa el tercer lugar en el país, por su alta densidad 
demográfica (Suárez, Takayanagui & Cruz, 2003), el crecimiento natural de la población de 
la entidad, el incremento en la cantidad de inmigrantes, el proceso de industrialización y 
urbanización que en Morelos se ha impulsado desde hace varios años, son situaciones que 
hasta cierto punto explican el por qué la violencia ha crecido tanto (Suárez et al., 2003). 
 
Particularmente en Morelos, el bienestar es algo que pocos disfrutan ya que la 
pobreza y la falta de oportunidades cada vez afecta a un mayor número de morelenses. 
Según datos de Suárez et al. (2003), para 1995, 75% de la población en la entidad era pobre 
y, de ésta, 45% eran pobres extremos. Por si fuera poco, las cantidades de personas en 
condición de analfabetismo y de rezago educativo se incrementaron en la década de los 
90’s y también las correspondientes a la población que recibe menos de un salario mínimo. 
 
Por lo que toca a la educación: a primera vista, Morelos parece ser una entidad 
privilegiada. La escolaridad promedio de su población (7.6 años de escolaridad) se sitúa 
ligeramente por encima de la media nacional (7.5) (Suárez et al., 2003). Además, la 
cantidad relativa de personas que cuentan con educación básica, así como la que 
corresponde a la educación media superior y superior, son mayores a la del país y también 
lo es la que corresponde a postgrado. Es decir, que hay un mayor número de personas con 
estudios de nivel básico y especializado que en el resto del país, sin embargo también existe 
una cantidad mayor de personas analfabetas a la media nacional. 
 
 8
Con todo lo anterior, no puede decirse que la entidad se caracterice por sus altos 
niveles educativos. Los porcentajes de población “sin instrucción” son comparables a los 
del conjunto nacional, e incluso ligeramente más altos. 
 
En efecto, existen datos a nivel municipal donde las desigualdades saltan a la vista. 
El panorama es el de un territorio que se caracteriza por la polarización educativa. La 
cantidad de personas de 15 años y más, analfabetas y la que da cuenta del rezago educativo 
(sin secundaria completa), se incrementaron entre 1990 y 2000 (Suárez et al., 2003). 
 
Es importante tomar en cuenta que es una de las entidades del país con mayores 
corrientes migratorias, la mayoría de los inmigrantes, son personas de escasos recursos que 
llegan buscando trabajo, Morelos es un polo de atracción para la mano de obra de los 
estados vecinos, principalmente de Guerrero y del Distrito Federal (Suárez et al., 2003). Sin 
embargo, es una entidad en la que hay considerables diferencias sociales y económicas, por 
un lado, la gente con dinero que vive en esta entidad o que llega a este lugar a pasar 
vacaciones y fines de semana, por otro lado una gran población rural y finalmente un gran 
número de jóvenes que no encuentran los espacios necesarios para estudiar ni los 
suficientes empleos. 
 
Por otra parte, también es frecuente encontrar familias en las que uno de los padres, 
o los dos, viajan cotidianamente a los estados vecinos. Principalmente al Distrito Federal, o 
cuando menos lo hacen una vez por semana. En muchos hogares, hijos y padres conviven 
con la familia y amigos de la entidad solamente los fines de semana ya que, sean los unos o 
los otros, se desplazan de lunes a viernes fuera de Morelos con motivos de estudio o de 
trabajo. También es habitual que las ausencias de los miembros sean más largas debido 
entre otras cosas, a la alta participación de los hombres de Morelos como jornaleros y a la 
emigración hacia otros estados del país y a los Estados Unidos. Situación que afecta las 
costumbres de la población, así como sus vínculos y organización familiares y 
comunitarias. 
 
 9
Los datos de la organización familiar de los hogares, resultan interesantes, ya que 
parece ser uno de los aspectos que caracterizan a la entidad e identifican los procesos de 
construcción de identidad de los jóvenes morelenses. La alta proporción de mujeres que son 
jefas de hogar hace que Morelos se sitúe en el tercer lugar respecto al total de entidades 
federativas (Suárez et al., 2003). 
 
El hecho de que la entidad se distinga en el país por la relativamente alta 
participación de mujeres como jefas de hogar nos habla, entre otras cosas, de que la figura 
del “proveedor”en la que se sustentaba el dominio masculino se ha roto, al tiempo que se 
están transformando y diversificando las formas de organización del parentesco y la 
estructura familiar. 
 
Los datos de la Encuesta Nacional de la Juventud [ENJ], muestran que en Morelos 
el 25% de los hogares con jóvenes tienen como jefe a una mujer, cuando a nivel nacional el 
indicador correspondiente es de 19 por ciento (Suárez et al., 2003). La familia nuclear 
tradicional (parejas casadas en primeras nupcias y sus hijos) se ha ido agotando como 
“modelo” para compartir su lugar con una variedad de formas de organización distintas. 
 
También se debe mencionarque la proporción de jóvenes que viven con ambos 
padres es menor en la entidad que la correspondiente al promedio nacional. Ante tal 
información, podría pensarse que el escenario familiar de los jóvenes morelenses es el de 
un contexto de desprotección familiar y vulnerabilidad social (Suárez et al., 2003). 
 
Una probable consecuencia de las condiciones mencionadas anteriormente, es que 
en los últimos dos años, el padrón de menores infractores en Cuernavaca ha registrado un 
notable incremento. Para la Dirección de Prevención del Delito de la Secretaría de 
Seguridad Pública Metropolitana de Morelos, esta situación puede extenderse hasta 
convertirse en un verdadero problema social. Las cifras actuales revelan que en el 2005 la 
proliferación de menores infractores registra un 30%, tan sólo en el primer cuadro de la 
capital, sin considerar a las zonas aledañas (Cuevas, 2005). Tomando en cuenta que no 
sólo los niños en situación de calle se dedican a delinquir sino que también se ha detectado 
 10
en aquéllos que sí tienen un hogar. Este problema puede responder a la falta de espacios 
educativos y deportivos que le permitan a los jóvenes mantener su tiempo ocupado “en algo 
productivo” (Cuevas, 2005). 
 
Estas son algunas de las características principales de la población en el Estado de 
Morelos, que deben hacer reflexionar sobre las condiciones que pueden ser generadoras de 
violencia y de condiciones hostiles en la población, particularmente en los adolescentes y 
los jóvenes. 
 
Los niños y adolescentes que están inmersos en el fenómeno de delinquir han 
aumentado en los últimos tiempos pasando a ser un problema que cada vez genera mayor 
preocupación social, tanto por su incremento cuantitativo como su mayor peligrosidad 
cualitativa. 
 
El motivo de realizar este proyecto se basa en el interés de conocer los factores que 
contribuyen a que los jóvenes cometan actos antisociales. Además de que resulta 
interesante realizar la investigación en esta entidad, que posee características tan específicas 
y distintas a muchas otras. 
 
La familia ha sido uno de los principales factores estudiados; sin embargo, la 
mayoría de los estudios están dirigidos a la exploración de la conformación de la familia, 
por ello, en este estudio se explora la supervisión parental como un aspecto fundamental en 
el desarrollo de niños y adolescentes y como un aspecto necesario para conocer y regular 
las actividades de los menores. 
 
Una de las principales razones para realizar esta investigación, se refiere a la escasa 
información que existe en el país sobre la supervisión parental, aún cuando en diversas 
investigaciones extranjeras se considera como un factor básico de la familia, de la 
implicación con los hijos y de la prevención de las conductas antisociales y de otras 
conductas problemáticas. 
 
 11
El trabajo está integrado por cinco capítulos, el primero llamado adolescencia, en el 
que se describen las características principales de esta etapa del desarrollo, se menciona 
cómo se establecen las relaciones de los adolescentes con sus padres, también se habla de 
las conductas antisociales en la adolescencia como un comportamiento común en los 
jóvenes, de los adolescentes como menores infractores y la relación del menor infractor con 
la familia. 
 
El segundo capítulo denominado familia, en el que se trata la importancia de las 
relaciones en la familia, la comunicación, el apoyo y la supervisión parental como factor de 
prevención de conductas antisociales en los jóvenes, así como la relación entre la 
supervisión parental y la conducta antisocial. 
 
El tercer capítulo es el de metodología, en el cual, se detalla cómo se llevó a cabo 
este estudio, se describen los instrumentos utilizados, el procedimiento que se siguió, la 
muestra utilizada y el análisis de los datos. 
 
En el cuarto capítulo se describen los resultados obtenidos en la presente 
investigación, resaltándose los resultados más importantes. 
 
Finalmente, en el quinto capítulo se encuentran las conclusiones a las que se llegó 
en este estudio, después de analizar los principales resultados. 
 
 12
 
Capítulo 1. Adolescencia 
 
 Diversas investigaciones han destacado que la adolescencia es una etapa de la vida 
que se caracteriza por la preocupación del joven por su identidad y por el lugar que ocupa 
en el mundo. Han señalado su inclinación al idealismo, su conflicto religioso, su humor 
inestable y caprichoso, su sensación de que la vida tiene poca importancia, su rebeldía y su 
tendencia irreverente (Craig & Baucom, 2001). Se conoce a la adolescencia como una 
época de turbulencia interior (DIFb, s/f). 
 
 Sin embargo, aunque todos los jóvenes sufren los cambios físicos correspondientes 
a la adolescencia, sólo aquéllos que viven en determinados ambientes culturales 
manifiestan los comportamientos que nos parecen característicos de esa edad. Por estas 
razones se debe considerar a la adolescencia como un fenómeno cultural derivado del modo 
en que se interpreta en nuestra sociedad (y en otras sociedades semejantes) el hecho de la 
maduración física (DIFb, s/f; Craig & Baucom, 2001). Los adultos y también el grupo de 
pares, definen los roles que debe desempeñar el adolescente, y al asumir estos roles el joven 
asume su identidad adolescente. 
 
 Como se mencionó anteriormente, la adolescencia constituye en cada cultura un 
período importante, en México, las condiciones socioculturales exigen una preparación y 
un aprendizaje prolongados para poder incorporarse a la vida adulta (DIFb, s/f). 
 
 El término adolescencia es empleado en dos sentidos algo diferentes. Aplicado al 
desarrollo físico se refiere al período que comienza con el rápido crecimiento de la pubertad 
y termina cuando se alcanza una plena madurez física. En el sentido físico, la adolescencia 
es un fenómeno universal. En sentido psicológico, la adolescencia es una situación anímica, 
un modo de existencia, que aparece aproximadamente con la pubertad y tiene su fin al 
alcanzarse una plena madurez social (Craig & Baucom, 2001). Pero la adolescencia 
psicológica, a diferencia de la física, se manifiesta sólo en algunas culturas. 
 
 13
 El tema central de la adolescencia es el de la identidad, el de llegar a saber quién es 
uno mismo, cuáles son sus creencias y sus valores, qué es lo que quiere realizar en la vida y 
obtener de ella. El adolescente tiene que habituarse a un cuerpo renovado, con nuevas 
capacidades para la sensación y la acción, y tiene que alterar la imagen de sí mismo en 
armonía con ello (Craig & Baucom, 2001). Junto con los cambios corporales aparece una 
nueva constelación de significados en el espacio vital. 
 
 La adolescencia se considera generalmente como una etapa entre la niñez y la 
adultez: quien se encuentra en ella, ya no se considera un niño, aunque tampoco es un 
adulto. En este estado intermedio, no se le conceden los derechos e incluso privilegios de 
un adulto, aunque se espera que sea más responsable que un niño, y que se comporte de 
forma diferente (DIFb, s/f; Lax & Lussardi, 1991). Es mejor considerar que el adolescente 
es a veces un niño, a veces un adulto o alguna combinación de las dos cosas, aunque 
siempre dentro de un mismo cuerpo. 
 
 En la primera fase de la adolescencia el joven trata de independizarse en nuevos 
aspectos de su vida, como las creencias religiosas o las salidas con miembros del sexo 
opuesto, pero sus intentos se parecen mucho a los anteriores: quiere más privilegios, más 
libertad de la supervisión y las restricciones de los adultos para poder seguir las 
indicaciones del grupo, pero con poco sentido de responsabilidad por las consecuencias de 
sus propias acciones (Craig & Baucom, 2001). El joven adolescente se preocupa por su 
posición respecto de sus compañeros inmediatos, quizá más que durante los años 
intermedios de la niñez, se esfuerza por parecerse a ellostodo lo posible, quizá porque no 
se siente en armonía con ellos (Craig & Baucom, 2001). Pues casi contra su voluntad se 
está individualizando cada vez más, tiene ideas y valores que tal vez discrepen del código 
del grupo, pero su singularidad, que sólo a medias comprende, no lo satisface totalmente. 
 
 El adolescente mayor comparte las preocupaciones del más joven, pero afronta 
además el problema de su ubicación respecto de todo el mundo adulto, de la independencia 
y la responsabilidad (el sexo, el matrimonio, los empleos, la política, la paternidad) y se ve 
ante la estremecedora perspectiva de tener que arreglárselas solo, sin la ayuda material de 
 14
su familia y sin el apoyo moral de su grupo de pares (Craig & Baucom, 2001). Podemos 
decir que el adolescente más joven se preocupa por saber quién es y qué es, mientras que el 
adolescente mayor debe preocuparse, además, por lo que va a hacer durante el resto de su 
vida. 
 
 
1.1 El adolescente y la familia. 
 
 La adolescencia es una etapa muy importante de la vida. Quizás una de las más 
difíciles tanto para los adolescentes como para sus padres. Puede experimentarse como una 
etapa llena de confusión y ambigüedad, acerca de los comportamientos que son adecuados 
y aceptables por la sociedad. Se cuestionan las normas anteriores y expectativas, a medida 
que se introducen al sistema familiar nuevas conductas e ideas y los padres y el adolescente 
comienzan a adaptarse a estos nuevos cambios (DIFb, s/f; Lax & Lussardi, 1991). 
 
 El problema central y agudo del adolescente es definir una identidad independiente 
de la autoridad y del apoyo de sus padres, se deduce que tiene que romper innumerables 
lazos con su familia, basados en la autoridad, el afecto, la responsabilidad, el respeto, el 
trato íntimo, el dinero y los bienes materiales, la inmadurez, el impulso posesivo y la fuerza 
del hábito (Craig & Baucom, 2001). 
 
 Durante gran parte del tiempo los adolescentes y sus padres se llevan bastante bien, 
comparten descubrimientos, intercambian bromas, discuten proyectos, problemas y 
disfrutan de su mutua compañía (Craig & Baucom, 2001). También hay que observar que 
algunos adolescentes no tienen durante su desarrollo prácticamente ningún conflicto con 
sus familias, aparte de las fricciones que ocasiona la convivencia diaria. Esos adolescentes, 
que son con más frecuencia mujeres (Craig & Baucom, 2001), manifiestan una temprana y 
cabal identificación con los valores de la familia, cualesquiera que sean. 
 
 La familia de un adolescente de este tipo, generalmente lo deja independizarse sin 
dificultad, segura de que éste no se alejará afectivamente y de que “tiene la fibra adecuada” 
 15
para abrirse camino solo (Stone & Church, 1983). Pero la regla general es que el 
adolescente se aleja de su familia, tanto espiritual como físicamente, hasta que el hogar 
parece ser a veces una casa de pensión donde él come, duerme, deja su ropa para que la 
laven, ve televisión, hace y recibe llamadas telefónicas. Es probable que cumpla sus tareas 
domésticas sólo siguiendo órdenes, y no como una experiencia compartida. 
 
 En la familia comienza el proceso de socialización del niño que continuará en los 
medios extra familiares y culminará con la sociedad en general (DIFb, s/f). La familia 
forma parte esencial en el desarrollo del niño, pero al llegar la adolescencia empiezan los 
problemas, el niño ya no es un niño y siente que ya no necesita de la presencia de sus 
padres, en consecuencia va buscando independencia, y quiere experimentar nuevas cosas; 
pero no puede porque se encuentra dependiente de los padres, cosa que por lo general le 
molesta porque no tiene las mismas opiniones que ellos y se siente “perturbado” por el 
hecho de convivir en un ambiente que aunque haya vivido allí toda su vida, en esta etapa se 
siente en un ambiente diferente (Lax & Lussardi, 1991). El problema está en que la mayoría 
de las veces los adolescentes no están preparados para enfrentar al mundo aunque crean que 
lo están, y es papel de los padres guiarlos y enseñarles la realidad pero de forma 
comprensiva ya que deben advertir que la etapa por la que está pasando el adolescente no es 
fácil y necesita una voz que lo oriente, y los padres deben hacer el papel tanto de padres 
como de amigos (Lax & Lussardi, 1991). 
 
 En esta etapa el mundo social del adolescente se amplía, ya que tiene mayor 
movilidad que cuando era niño; de manera que también van aumentado sus relaciones con 
muchachos de la escuela o fuera de su propio vecindario, entre otros grupos sociales. Es en 
este momento donde las relaciones de grupo adquieren mayor importancia. En términos 
generales el adolescente mexicano se muestra ansioso por obtener un status entre los de su 
edad y el reconocimiento de ellos; desea integrar sus acciones y parámetros a los de sus 
iguales. Es innegable también, que en la adolescencia surgen los intereses heterosexuales 
que pueden hacer complejas y conflictivas sus emociones y actividades. Es fundamental, 
identificar que la clave de esta etapa es la relación del propio adolescente con los otros, ya 
que tal relación implica que tiene un “yo” capaz de relacionarse (DIFa, s/f). 
 16
 
 Generalmente, el grupo de adolescentes juega un papel fundamental y se convierte 
en una de las grandes fuerzas motivadoras durante esta etapa. La relación de un joven con 
sus contemporáneos y su participación en las actividades de éstos, llega a ser uno de los 
aspectos más importantes de su vida (DIFa, s/f). De esta forma, resulta válida la afirmación 
de que los adolescentes tienden a conformarse a los valores y juicios de sus 
contemporáneos, así como a las actividades que éstos desarrollan. 
 
 Son especialmente ambiguos los sentimientos del adolescente más joven respecto de 
su propio cuerpo, de modo que no está seguro de si tiene que actuar como un niño o como 
un adulto (Stone & Church, 1983). Solicita privilegios, pero las responsabilidades 
correspondientes le parecen demasiado pesadas. Desde el punto de vista de los padres, la 
capacidad de asumir responsabilidades caracteriza a la madurez tanto como los privilegios. 
Pero para el joven las responsabilidades generalmente son algo impuesto por adultos, y por 
lo tanto marcas degradantes de su situación de inferioridad (Stone & Church, 1983). Los 
padres no comparten la ambigüedad del adolescente respecto de su posición. Para ellos es 
todavía, y claramente, un niño, pero un niño lo bastante grande como para poder ayudar. 
 
 El adolescente de más edad se parece mucho a un adulto y a veces hasta se conduce 
como tal, pero sus ocasionales deslices y desatinos evidencian al niño que todavía hay en él 
(Stone & Church, 1983). Su problema es la ambivalencia del crecimiento, una necesidad de 
dar el paso final para entrar en la edad adulta asociada con la sensación de que eso 
significará dar un paso en el vacío. Esta ambivalencia es compartida por los padres, por lo 
cual padres e hijos están en conflicto respecto de la posición de éstos, y todos están en 
conflicto consigo mismos. 
 
 El adolescente se niega a admitir conscientemente la posibilidad del fracaso, pero 
ésta se le presenta reiteradamente como una amenaza alarmante. No está de ningún modo 
seguro de que desea liberar y expresar las nuevas fuerzas que se agitan en él (Stone & 
Church, 1983). Todavía no ha aprendido a sentirlas como realmente suyas, no las ha 
 17
integrado en la imagen de sí mismo, y no está seguro de poder controlarlas una vez que 
estén en libertad. 
 
 Por ello, aunque proteste, a veces siente un secreto alivio cuando sus padres añaden 
el peso de su autoridad a sus propios e inciertos controles. Sin embargo esta ambivalencia 
del hijo, puede provocar una situación casi imposible, pues cualquier cosa que hagan los 
padres provocará resentimientos. Si ejercen control, le parecerán entrometidos y 
dominadores; si dejanque el joven decida por sí mismo, le parecerán negligentes y 
despreocupados (Stone & Church, 1983). 
 
 Con frecuencia, y de modo no deliberado, los padres retardan el desarrollo, aunque 
no manifiesten abiertamente pesar por perder al hijo (DIFb, s/f). La renuncia de los padres a 
dejar que el niño crezca parece tener diversas fuentes. En primer lugar, lo conocen 
demasiado bien y tienen demasiada conciencia de sus debilidades e insuficiencias. Son 
excesivamente conscientes, además, de los peligros y asechanzas del amplio mundo 
exterior. Pero no se percatan de que el joven sólo logrará superar sus debilidades y resolver 
los problemas que plantea una vida independiente si entra realmente en ese mundo (Stone 
& Church, 1983). 
 
 La resistencia de los padres al crecimiento del hijo, también puede provenir de su 
poca disposición a renunciar a la autoridad que han acumulado a lo largo de la vida de sus 
hijos (Craig & Baucom, 2001). 
 
 Los conflictos entre el adolescente y sus padres pueden surgir a propósito de casi 
cualquier tema. Entre los motivos de disputa más frecuentes están las salidas, los horarios 
de llegada a casa, las tareas y deberes, el dinero, el automóvil, las calificaciones escolares, 
la educación futura, la moral y los modales, el uso del teléfono, las prácticas y creencias 
religiosas, la política y la economía (Stone & Church, 1983). En todos estos asuntos el 
adolescente quiere ser libre y no padecer limitaciones (DIFb, s/f). 
 
 18
 Es fundamental mencionar que los adolescentes requieren la libertad necesaria para 
pensar por sí solos, quieren saber los que sus padres y amigos opinan sobre diferentes 
asuntos. Por un lado están buscando respuestas a sus interrogantes y por otro, desean llegar 
a sus propias conclusiones, quieren ser escuchados, respetados y sobre todo ser tomados en 
cuenta. 
 
 Los padres muy a menudo tratan de hacer que los jóvenes “se beneficien con su 
experiencia”, de enseñarles las lecciones que ellos tuvieron que aprender duramente, en la 
vida misma, y a veces demasiado tarde como para poder aprovecharlas (Stone & Church, 
1983). Pero parecería que el adolescente no puede asimilar esas lecciones. Simplemente no 
sabe lo suficiente acerca del mundo como para que ellas tengan sentido para él, está 
demasiado atento a sus intereses personales inmediatos, y cree que sus padres ignoran su 
situación y viven en el pasado. 
 
 Finalmente, en la adolescencia se producen numerosos problemas y transiciones que 
suponen cambios para toda la familia, puede haber cambios de reglas y expectativas para 
todos los miembros de la familia, así como concepciones diferentes acerca de las 
transiciones vitales de esta etapa (DIFb, s/f; Lax & Lussardi, 1991). 
 
 La adolescencia es la suma de todos los intentos por ajustarse a las nuevas 
condiciones internas y externas que confronta el individuo. La necesidad urgente de 
enfrentarse a la nueva condición evoca todas las formas de tensión, excitación, defensa y 
gratificación que jugaron un papel importante en los años previos (DIFb, s/f). 
 
 Experimentar diversas actitudes y conductas, definirse y redefinirse uno mismo, 
desligarse poco a poco del control de los padres son características de la adolescencia que 
cumplen un propósito sano y muy importante: ayudan a transformar al adolescente en 
adulto. Sin embargo, estas mismas tendencias pueden dar origen a conductas antisociales en 
general. 
 
 
 19
1.2 Conducta antisocial en la adolescencia. 
 
 La conducta antisocial se caracteriza por un patrón general de violación de los 
derechos básicos de los demás, fracaso para adaptarse a las normas sociales de acuerdo a la 
edad, impulsividad, irritabilidad y agresividad (DSM-IV) (American Psychiatric 
Association [APA], 1995) 
 
 La conducta antisocial hace referencia a una diversidad de actos que violan las 
normas sociales y los derechos de los demás: el término conducta antisocial es bastante 
ambiguo. No se refiere a un conjunto de conductas claramente delimitado o circunscrito. El 
que una conducta se incluya como antisocial, puede depender de juicios acerca de la 
severidad de los actos y de su alejamiento de las pautas normativas, en función de la edad 
del niño, el sexo, la clase social, y otras consideraciones. Además, el punto de referencia 
para la conducta antisocial siempre es el contexto sociocultural en que surge tal conducta. 
Sin embargo, en el tratamiento de niños y adolescentes, la conducta antisocial tiene un 
significado relativamente claro. Los actos de agresión, robo, peleas, vandalismo, vagancia, 
destrucción de la propiedad ajena, amenazar a los demás, delitos sexuales, homicidio, asalto 
a mano armada, escapar de casa, provocar incendios, por mencionar algunos ejemplos, 
representan casos bastante evidentes de quebrantamiento grave de normas (Kazdin, 1988). 
 
 Diversos estudios sugieren que la conducta cambia constantemente en el curso del 
desarrollo y que muchas conductas antisociales decrecen con el tiempo como parte del 
desarrollo normal (Kazdin, 1988). 
 
 Probablemente sea justo decir que la mayoría de los jóvenes se ven implicados en 
algún momento en una conducta no permitida legalmente, por ejemplo, hurtos menores en 
tiendas. Es frecuente que los jóvenes tengan problemas con la policía por conductas de este 
tipo, aunque la mayoría de los que lo hacen tienen sólo un contacto informal o pasajero. 
Una importante minoría de jóvenes, sin embargo, llegará a ser procesado en algún 
momento de su adolescencia (Rutter, Giller & Hagell, 2000). 
 
 20
 La adolescencia como todo periodo de transición deja huella sobre la conducta del 
individuo; como se siente falto de seguridad en sí mismo, e inseguro de la posición que 
ocupa, el adolescente tiene tendencia a ser agresivo, retraído y a hallarse incómodo. Se 
torna extremadamente sensible y reservado, en especial cuando está en compañía de gente 
de la que él teme que no lo entienda o lo ponga en ridículo. La reserva puede tomar la 
forma de distanciamiento e indiferencia, o de bravatas y despectiva altanería. Siente con 
intensidad, se ve afectado por estados emocionales, es dado a las fantasías y es propenso a 
las súbitas explosiones temperamentales. Se va a los extremos porque teme ser incapaz de 
demostrar que es competente (DIFb, s/f). Estas características pueden provocar que los 
adolescentes sean más propensos a involucrarse en conductas antisociales. 
 
 Frecuentemente se observan conductas antisociales en el curso del desarrollo 
normal. Las conductas antisociales aisladas que surgen habitualmente no tienen 
significación clínica ni social para la mayoría de los niños. Cuando estas conductas son 
extremas, no remiten en el curso del desarrollo, afectan el funcionamiento diario del niño y 
tienen implicaciones importantes para quienes están en contacto con él, entonces se 
proporciona a los niños atención clínica. En tal caso los actos antisociales, se consideran 
como desviaciones significativas de la conducta normal y los niños son identificados a 
menudo a través de instituciones de salud mental o de los tribunales (por ejemplo, como 
delincuentes) (Kazdin, 1988). 
 
 La conducta antisocial en la adolescencia comprende desde actos que radican en una 
violación grave de normas y reglas que van en función del adolescente, como intoxicación, 
compra de alcohol y fugas del hogar, hasta actos que pueden violar la ley, y que implican 
infracciones que comprenden desde crímenes, asaltos, violación, asesinato y robos 
(Alcántara, 2001; Craig & Baucom, 2001). 
 
 El adolescente se presta a conductas antisociales por varios motivos. Puede meterse 
en problemas porque no se percata de los riesgos que corre. Tal vez dispone de muy poca 
información; las advertencias que recibe del adulto no siempre son eficaces o quizá opte 
por ignorarlas (Craig & Baucom, 2001). Muchos investigadores creen que el adolescente21
que corre riesgos subestima la probabilidad de resultados negativos; es decir, se cree 
invulnerable. Se concentra principalmente en los beneficios previstos de sus acciones, 
digamos un estatus más elevado entre sus compañeros. Explicación que coincide con el 
concepto de David Elkind de la fábula personal: el adolescente piensa que no sufrirá daño 
alguno, que no se enfermará o que no se embarazará como resultado de su conducta, se 
piensa inmune, considera que su conducta no tendrá consecuencia alguna (Craig & 
Baucom, 2001). 
 
 El adolescente con conducta antisocial muestra una alta inconformidad con su 
medio y rechazo a las normas que la sociedad impone así como a la disciplina familiar y 
todo lo que para él signifique cumplimiento, ya que su sentido de responsabilidad resulta 
casi nulo. Tiene rasgos de agresividad muy elevados, es manipulador, influenciable, con 
sentimientos de minusvalía que tiende a proyectar manifestando superioridad y 
autosuficiencia ante las personas que le rodean; a la vez denota inseguridad e inmadurez 
emocional (Alcántara, 2001). 
 
 Diversas investigaciones indican las múltiples causas de esta conducta. Según Jessor 
(citado por Craig & Baucom, 2001), los factores se dividen en cinco dominios: biología y 
genética, ambiente social, ambiente percibido, personalidad y conducta concreta. Los 
dominios interactúan y hacen que el adolescente adopte conductas o estilos de vida con alto 
riesgo. Cabe mencionar que intervienen los factores hereditarios y ambientales. 
 
 Entre los muchos factores que influyen en la conducta antisocial de los 
adolescentes, tenemos, por ejemplo, los factores relacionados con la herencia (demencia, 
mentalidad defectuosa, agresividad, etc.), los relacionados con el hogar (pobreza y 
hacinamiento, hogar destruido por muerte, separación, divorcio, encarcelamiento de uno de 
los padres o de ambos, rechazo, indiferencia y abandono en el trato del hijo por los padres), 
y los relacionados con la escuela (trabajo deficiente en la escuela, disgusto hacia ésta, etc.) 
(Alcántara, 2001). 
 
 22
 A la vez que constituye un grave mal social, la conducta antisocial de los 
adolescentes es un serio problema personal, ya que dicha conducta es un síntoma de 
desajuste en el individuo que no puede satisfacer razonablemente sus necesidades de una 
manera socialmente aceptable. 
 
 Claro que algunos adolescentes están más propensos que otros a involucrarse en 
actividades de alto riesgo (Jessor citado por Craig & Baucom, 2001). Otros muchachos 
aprovechan de manera distinta o dirigen este aumento de energía propio de la adolescencia, 
hacia algo constructivo en lugar de cosas potencialmente destructivas. Cabe aclarar que 
sólo unos cuántos adolescentes son los que realizan conductas antisociales con fines 
destructivos. 
 
 Según las encuestas realizadas a estudiantes de secundaria y bachillerato en la 
Ciudad de México, se ha encontrado que entre los adolescentes ha habido un incremento en 
las conductas antisociales; de los estudiantes que incurrieron en alguna conducta antisocial 
hay un aumento equivalente a 1.9% entre 1997 y 2000. De estas conductas, las que más 
aumentaron fueron las relacionadas con el factor violencia y robos. Por otra parte, entre los 
años 2000 y 2003 para cualquier comportamiento antisocial hay un aumento de 6.7% y 
nuevamente sobresalió el factor de violencia y robos con un aumento de 6.57%. En cuanto 
a las diferencias por sexo, entre los hombres hubo un incremento de su participación en 
cualquier conducta antisocial que alcanzó 2.47% entre 1997 y 2000. Para los años de 2000 
a 2003 el incremento de la participación de hombres estudiantes en cualquier acto antisocial 
fue de 7.36%. En lo que se refiere a la intervención de las mujeres en actos antisociales, de 
1997 a 2000 hubo un incremento insignificante, sin embargo entre los años 2000 y 2003 se 
dio un aumento significativo en el número de mujeres que incurrieron en violencia y robos, 
con un crecimiento porcentual de 5.71 (Juárez, Villatoro, Gutiérrez, Fleiz & Medina-Mora, 
2005). 
 
 
 
 23
1.3 El adolescente como menor infractor. 
 
 En algún momento de su vida la mayoría de los niños y adolescentes realiza algún 
tipo de conducta que puede ser considerada como delictiva. El hurto en tiendas es muy 
común, lo mismo que actos menores de vandalismo: daño o violación de la propiedad. Al 
clasificar como infractor a un individuo se considera principalmente la frecuencia con que 
comete estas acciones y, desde luego, el hecho de que sean puestos a disposición de las 
autoridades (Craig & Baucom, 2001). 
 
 En México, desde un punto de vista jurídico, se consideran menores infractores 
solamente quienes habiendo cometido hechos suficientes para su consignación y a juicio de 
las autoridades queden registrados y presentados ante los jueces o consejeros. Y se 
reconozca a estos menores como infractores en las decisiones finales (Solís, 1986). 
 
 Desde el punto vista legal: menor infractor es todo sujeto entre 11 y 18 años no 
cumplidos de edad que ha infringido las leyes penales, atendiendo a la edad que hayan 
tenido los sujetos infractores, en la fecha de comisión de la infracción que se le atribuya; 
pudiendo, en consecuencia, conocer de las infracciones y tratamiento que correspondan, 
aun cuando aquellos hayan alcanzado la mayoría de edad de acuerdo con la Ley para el 
tratamiento de menores infractores (Diario Oficial de la Federación [DOF], 1991). 
 
 A los menores infractores se les ha llamado delincuentes juveniles y menores 
delincuentes de manera incorrecta, porque para ser delincuentes es necesario que la persona 
ejecute una conducta descrita en el Código Penal, como delito; y el sujeto debe tener 
capacidad jurídica y responsabilidad penal para ser sentenciado (Solís, 1986). Conforme a 
lo establecido por la ley, los menores de edad no cometen delitos sino conductas 
antisociales, debido a que no se considera que tengan el desarrollo intelectual y moral para 
responder de sus actos (Alcántara, 2001). 
 
 Los menores que cometan dichos actos, se les denomina menores infractores debido 
a que no logran distinguir el bien del mal y son considerados jurídicamente incapaces, pues 
 24
no logran comprender la significación completa trascendente, moral y social de la conducta 
(Alcántara, 2001). 
 
 La etapa de la vida en la que el menor, generalmente, es sujeto de tratamiento en 
México; se sitúa entre los 11 y los 18 años, etapa que se considera como adolescencia 
(Alcántara, 2001). 
 
 Los menores con conducta antisocial atendidos por las instituciones de tratamiento 
se sitúan generalmente en una edad entre los 11 y los 18 años por lo que se deben de 
considerar con características biopsíquicas de dicha etapa de la vida y analizar su conducta 
y necesidades de acuerdo con la etapa que están viviendo. 
 
 Además del hecho de que muchos jóvenes se involucran en la comisión de delitos, 
está claro también que hay diferentes formas de implicación. Aparte del joven que no es 
detenido o que solo tiene un contacto pasajero con la policía, están los que son condenados 
por una infracción y los que se vuelven a involucrar en conductas tipificadas por el código 
penal con más frecuencia (Rutter et al., 2000). 
 
 En México, las estadísticas muestran que los 10 delitos más comunes entre los 
menores primo infractores son: 1. robo, 2. lesiones calificadas, 3. violación, 4. daños en 
propiedad ajena, 5. abuso sexual, 6. homicidio, 7. lesiones simples, 8. homicidio calificado, 
9. portación de arma prohibida y 10. delitos contra la salud; en cuanto a los reincidentes, los 
seis delitos más comunes son: 1.robo, 2.lesiones calificadas, 3.homicidio, 4.abuso sexual, 
5.lesiones simples y 6.portación de arma prohibida. En cuanto a la edad en que la mayoría 
de los adolescentes infringieron la ley, el punto máximo se encuentra en los 17 años deedad, seguido por los 16 años (Consejo de Menores [CM], 2000). 
 
 Las estadísticas oficiales ofrecen ciertas conclusiones en relación con las tendencias 
de edad en la delincuencia. Los cálculos de la edad culminante varían internacionalmente y 
de un año a otro, pero las estimaciones tienden a centrarla en los 17-18 años, calculándose 
 25
por lo general el comienzo de la carrera delictiva en torno a los 14-15 años de edad 
(Farrington; citado por Rutter et al., 2000). 
 
 En los últimos dos años en el Estado de Morelos, el padrón de menores infractores 
ha registrado un incremento notable, los datos revelan que la proliferación de menores 
infractores (que se ubican entre los 14 y los 22 años) registra un 30%, tan sólo en el primer 
cuadro de la capital. Y aunque en su mayoría son delitos menores como el graffiti y el robo 
a transeúntes, se cree que en un futuro dichos adolescentes puedan integrar las bandas 
organizadas dedicadas a delinquir (Cuevas, 2005). 
 
 
1.4 El menor infractor y la familia. 
 
 La multicausalidad de las conductas infractoras en menores es un hecho probado; se 
ha demostrado que en esta fenomenología inciden factores como los sociales originados por 
el crecimiento acelerado de la población; los movimientos migratorios; los falsos modelos a 
imitar en una sociedad de consumo; la desintegración familiar; la pérdida de fuentes de 
empleo; la crisis educativa; y la distorsión de los valores personales y familiares 
exacerbados por los medios de comunicación; éstos y muchos otros factores se podrían 
asociar con tales conductas (Alcántara, 2001). 
 
 Sin embargo, la influencia de la familia es señalada con gran frecuencia en la 
infracción de menores por tener un fuerte peso en el desarrollo infantil, ya que la calidad de 
la relación padres e hijos son las primeras experiencias del niño que lo impactan positiva o 
negativamente (Alcántara, 2001). 
 
 Dado que la familia tiene contacto casi exclusivo con el niño en su período de 
mayor dependencia, y lo sigue teniendo por varios años, se puede afirmar que desempeña 
un papel primordial al determinar los patrones de conducta que adoptará en el futuro. 
 
 26
 Siendo la familia la célula fundamental de la sociedad, es en ella en donde se forjan 
y transmiten los valores, costumbres y patrones de conducta que son para el menor modelos 
a seguir; por ello, la familia es un factor social que influye de manera determinante en la 
forma de ser y de actuar del menor (DIFb, s/f; Alcántara, 2001). 
 
 El menor con conducta antisocial generalmente se caracteriza por provenir de un 
hogar desintegrado, carente de afecto y de confianza, vive en un constante conflicto porque 
así lo ha introyectado en su hogar, porque no ha tenido respaldo de su familia o porque es 
inseguro de sí mismo; huye de todo lo que representa autoridad y control, sumándose a 
pequeños grupos que le garantizan convivencia y libertad (Alcántara, 2001). 
 
 El menor infractor se inicia principalmente con la banda o el grupo y en el momento 
que ha aprendido a actuar, puede optar por seguir con su grupo o actuar solo. Es raro que el 
menor inicie solo, siempre se apoya en la imitación para realizar actos antisociales 
(Alcántara, 2001). 
 
 Es frecuente que el menor deserte del hogar cuando observa desunión y falta de 
autoridad, se une a la pandilla iniciando en la calle la vagancia, la ocupación informal y 
enfrentando todos los peligros que este tipo de vida conlleva (Alcántara, 2001). 
 
 Otro factor asociado a la conducta infractora puede ser la desintegración familiar 
que por diferentes motivos (muerte de un familiar, divorcio, separación o abandono) es un 
factor importante, pero no determinante, en conductas antisociales (Ruíz de Chávez, 1978; 
Alcántara, 2001). 
 
 La disociación familiar genera frecuentemente el delito. Es indiscutible que los 
ejemplos dañinos son criminógenos, ya sea que se le presenten conscientemente al menor o 
que sean consecuencia de una combinación originada por las condiciones miserables de la 
vivienda y que sean ofrecidas por los padres, los amigos, los vecinos y el medio social en el 
que viven, a través de la televisión y los medios impresos. Es importante considerar la 
excitación emocional en todo ejemplo ofrecido al menor; ya que éste tiene la necesidad de 
 27
identificarse, adquiriendo una carga afectiva a veces muy violenta en su deseo de imitación 
del modelo (Alcántara, 2001). 
 
 Se considera que un elemento en la conducta antisocial de algunos menores es la 
conducta criminal de otros miembros de la familia (Ruíz de Chávez, 1978; Alcántara, 
2001). En estos hogares están presentes ciertos patrones delictivos, los cuales por lo general 
no son bien asimilados por los niños. 
 
 Varias características relacionadas con la interacción entre padres e hijos se 
consideran como factores de riesgo de la conducta antisocial. Las prácticas disciplinarias y 
las actitudes de los padres han sido especialmente estudiadas. Los padres de jóvenes con 
comportamientos antisociales y delincuentes tienden a ser duros en sus actitudes y prácticas 
disciplinarias. Los estudios también han demostrado que el grado de agresión infantil está 
positivamente relacionado con la severidad de los castigos en el hogar. Los jóvenes con 
conducta antisocial son más propensos a ser víctimas del maltrato infantil y a residir en 
hogares donde se produce el maltrato conyugal (Behar & Stewart, 1982). 
 
 Motivado por sus necesidades, el adolescente, actúa y busca la satisfacción 
adecuada o inadecuada de las normas, de acuerdo con los patrones que su familia y la 
sociedad en general le va determinando. Por lo tanto, si el adolescente se desenvuelve en 
una familia en donde existe alcoholismo, farmacodependencia, disfunción familiar y en una 
sociedad en donde hay desempleo, vagancia y delincuencia, sólo se puede esperar que se 
presenten las desviaciones sociales de la adolescencia como son la farmacodependencia, 
alcoholismo, delincuencia juvenil, abandono escolar, entre otras (DIFb, s/f). 
 
 Otros estudios han demostrado que una disciplina más laxa, caprichosa e 
inconstante por parte de uno o ambos padres está relacionada con la delincuencia. No hay 
necesariamente contradicción entre los hallazgos concernientes a la disciplina dura y a la 
laxa en los hogares de los jóvenes con comportamiento antisocial. Ambas prácticas pueden 
operar simultáneamente. Por ejemplo, en la conducta delictiva se ha implicado el castigo 
severo por parte del padre y la disciplina laxa por parte de la madre (Glueck & Glueck, 
 28
1950; McCord, McCord & Zola, 1959). Cuando los padres son constantes en sus prácticas 
disciplinarias, aunque éstas sean punitivas, es menos probable que los niños estén en riesgo 
de delincuencia (McCord, McCord & Zola; citados por Kazdin, 1988). 
 
 Cualquiera que sea la organización familiar, los contactos entre sus miembros o su 
relación con la comunidad, la disminución de la autoridad familiar, tanto moral como 
emocional en la vida del adolescente, aumenta también la probabilidad de la delincuencia 
(De la Garza, De la Vega, Zúñiga & Villarreal, 1987). 
 
 Estos datos revelan que el menor vive dentro de un marco social que puede serle 
favorable o perjudicial, por lo que requiere de los elementos de apoyo que le guíen llámese 
familia, escuela, amigos o la sociedad en general; el menor puede no poseer la capacidad 
suficiente para comprender el alcance de sus actos (de la infracción) afectándose en su 
integridad física y psíquica (Alcántara, 2001). 
 
 Juárez (1999) menciona que los medios de socialización como la familia, la escuela 
y el grupo de pares juegan un papel muy importante en el involucrarse con, o proteger de, 
conductas problemáticas en la adolescencia, incluyendo el uso de sustancias y el 
comportamiento delictivo. Además, las presiones de tipo económico llevan a las familias a 
desatenderla crianza de los hijos y ante el incremento de la disponibilidad de las drogas, de 
la violencia y de la delincuencia, los jóvenes están cada vez más expuestos a situaciones de 
riesgo. 
 
 Patterson (citado por Rutter & Giller, 1988) describe las características familiares 
asociadas a la delincuencia en cuatro apartados: 1. Ausencia de reglas en el hogar (no 
existen rutinas claras para las comidas o los quehaceres domésticos, tampoco expectativas 
acerca de lo que los hijos pueden hacer o no). 2. Por parte de los padres, destaca la ausencia 
de control en la conducta de los hijos (no saben lo que están haciendo, no responden a la 
conducta desviada por que casi no la conocen). 3. Ausencia de contingencias afectivas (los 
padres son inconsistentes para responder a la conducta no aceptable, lloran y regañan pero 
no van más allá y no responden con adecuada diferenciación entre el premio por las 
 29
actividades prosociales y el castigo por las antisociales). 4. Ausencia de técnicas para tratar 
las crisis familiares o los problemas (los conflictos dan lugar a tensiones y disputas pero no 
terminan con soluciones). 
 
 Existen familias desordenadas, creadoras de innumerables conflictos que deforman 
a los hijos, teniendo como común denominador estas familias la falta de preparación 
adecuada para ser padres, no solo en el sentido biológico sino también en el sentido 
emocional y una educación que les permita desarrollar el sentido de adaptación a la nueva 
etapa de sus hijos (adolescencia) para dialogar y establecer un vínculo espiritual con sus 
hijos, no solo para afrontar la discusión sino también para comprenderlos y guiarlos con su 
ejemplo y no inducirlos a buscar compensación afectiva en el mundo exterior asociándose a 
las pandillas, o bien manifestándose agresivos en el ambiente social en el que se 
desenvuelven (Alcántara, 2001). 
 
 Por lo tanto, es necesario el fortalecimiento de la familia, ya que resulta evidente 
que la falta de control familiar se extiende a la integridad humana, para este efecto se 
necesita reorganizar la familia, combatiendo las deficiencias al capacitar a los dirigentes de 
las mismas e inculcando primordialmente en ellos el sentido de responsabilidad con 
relación a los problemas de sus hijos. 
 
 Esta importancia que tiene la familia obliga a revisar algunos aspectos asociados al 
entorno familiar y su papel para regular las conductas de los hijos con la finalidad de 
dilucidar los elementos necesarios para la comprensión de los mecanismos implicados en el 
control de la conducta antisocial de los hijos desde la misma. 
 
 En el siguiente capítulo hablaremos de la familia y de los principales factores que la 
integran y que a su vez facilitan el óptimo desarrollo de los niños y adolescentes, como las 
relaciones en la familia, el apoyo y la comunicación entre padres e hijos y la supervisión 
parental que propician la calidad de las relaciones humanas en el hogar como un factor 
fundamental en el desarrollo del individuo. 
 30
 
Capítulo 2. Familia 
 
 La familia es el grupo social básico creado por vínculos de parentesco o matrimonio 
presente en todas las sociedades. Se considera a la familia como la principal y más antigua 
institución social humana (DIFb, s/f; Fromm & Linton, 1994). 
 
 La función de la familia es la de ser fuente de afecto y apoyo emocional para todos 
sus miembros, especialmente para los hijos. La familia es el primer espacio social para el 
individuo, transmite valores y visiones del mundo, así como también establece las primeras 
normas de conducta, se le considera moldeador de actitudes y estilos de vida (DIFb, s/f). 
 
 La familia se encarga de conservar y transmitir las tradiciones humanas, asegura la 
estabilidad social de ideas y de la civilización. La familia es la unidad social básica en 
donde se satisfacen las necesidades y requerimientos para el desarrollo adecuado del 
individuo (Plata, 2003). 
 
 La familia es el grupo de crianza y desarrollo, con funciones nutrientes, normativas 
y socializantes. Es una institución presente en todas las sociedades humanas, que se 
manifiesta en cada una de ellas con diferentes características que dependen de factores 
históricos, sociales y culturales (Guerra, 1997). 
 
 La familia tradicional, conformada por el papá, la mamá y los hijos (la familia 
nuclear) se ha ido modificando en forma notable (Loria, 1997). 
 
 En México, como en el mundo existe una gran diversidad de formas y estilos de 
familia, como por ejemplo: matriarcal, patriarcal, extensas donde viven abuelos, tíos y tías 
en un mismo techo, familias de madres solteras, familias de divorciados, familias de 
homosexuales y lesbianas, familias que se componen de dos o tres esposas, familias que se 
componen de amantes “secretos”, o de un mismo padre con varias familias, familias que 
encuentran sentido en el incesto, entre otros (Medina, 1996). 
 31
 
 Loria (1997) menciona que además de las familias nucleares, existen por lo menos 
cuatro tipos de familia en el México actual: familias uniparentales o monoparentales, 
familias de recomposición, familias de parejas solas y familias extensas. 
 
 En 1994, el GEM (Grupo educativo popular con mujeres) realizó un estudio sobre la 
organización familiar en México. Los resultados de la encuesta contienen información muy 
importante sobre las relaciones de la familia, sus funciones, su composición, su estructura y 
las nuevas formas de construcción familiar (Loria, 1997). 
 
 Se encontró que un poco más de la mitad de los hogares que abarcó la muestra tiene 
las características de hogares nucleares completos. Si se les suman los hogares formados 
por parejas solas, la proporción llega al 60.8%. Estos hogares corresponden a la familia que 
se maneja como estereotipo. Sin embargo, más del 30% de los hogares tienen otra 
estructura (Loria, 1997). 
 
 La gran mayoría de los hogares, el 90%, están conformados por unidades familiares. 
En esta muestra las familias monoparentales constituyen un 10%, y cuando se les suma otro 
familiar llegan al 14.3%. Una realidad que reveló la encuesta es que en los hogares cada 
vez hay más niños que no son hijos de la pareja, sino sólo del varón o de la mujer. A estos 
se les llama hogares de recomposición (Loria, 1997). 
 
 La composición familiar ha cambiado de forma drástica a partir de la 
industrialización de la sociedad. Algunos de estos cambios están relacionados con la 
modificación actual del rol de la mujer. En las sociedades más desarrolladas, la mujer ya 
puede ingresar al mercado laboral en cualquier etapa de la vida familiar, por lo que se 
enfrenta a unas expectativas mayores de satisfacción personal a través del matrimonio y de 
la familia. 
 
 Hoy en día, debido a que hay mayores oportunidades de acceso a la preparación 
técnica o profesional tanto para hombres como para mujeres, trae como consecuencia el 
 32
hecho de que las mujeres ya no permanezcan sólo en sus hogares al momento de formar 
una familia, ahora también desean continuar su preparación o ejercicio profesional. 
Además, la situación económica actual, en muchas ocasiones obliga a ambos padres a 
trabajar, de manera que la economía, las responsabilidades y la toma de decisiones son 
ahora compartidas por el hombre y la mujer (Salguero & López, 1996). 
 
 En México, la familia guarda características muy particulares que nos hablan de 
antiguas tradiciones, hasta hace algunos años la familia mexicana conservaba fuertes raíces 
mestizas que le daban un carácter patriarcal, de gran respeto a los padres y una actitud 
sumisa y obediente de los hijos. Es a partir de la gran industrialización de nuestro país y el 
crecimiento desproporcionado de las ciudades que la familia sufre cambios importantes 
(Salguero & López, 1996). 
 
 Así, con el rompimiento del estado patriarcal, el hombre ha ido cambiando sus roles 
de participación dentro del núcleo familiar,ahora el varón también colabora en las labores 
domésticas, educación, cuidado y crianza de los hijos. La familia citadina sufre cambios 
tendientes a la igualdad, aunque básicamente impulsados por factores de índole económico 
(Salguero & López, 1996). Sin embargo esta condición aún no es común, si bien es cierto 
que existen cambios, éstos no se han dado de manera generalizada, y pese a que la 
tendencia que exige la modernidad es hacia la familia igualitaria, encontramos un 
importante rezago en el rompimiento de la estructura tradicional. Algunos factores como la 
escasa participación del padre en el cuidado y educación de los hijos, la baja escolaridad, 
las tradiciones y los principios morales que conlleva, aún entorpecen este movimiento 
(Salguero & López, 1996). 
 
 Se considera a la familia como un grupo de personas unidas emocionalmente y/o 
por lazos de sangre, que han convivido y desarrollado patrones de interacción, por medio de 
los cuales cada uno de los miembros se constituye y define. Los miembros de la familia 
adoptan ciertos roles y funciones fomentando un funcionamiento fluido (Minuchin, Lee & 
Simon, 1998). 
 
 33
 La familia a lo largo del tiempo construye patrones de interacción, los cuales 
constituyen su estructura, y rigen el desarrollo de sus miembros. La familia necesita de una 
estructura confiable para desempeñar sus funciones y apoyar la individuación y el efecto de 
un sentimiento de pertenencia a sus miembros (Minuchin & Fishman, 1993). Cada familia 
interactúa de manera distinta, relacionándose a través de diversos medios y adquiriendo 
determinadas características. 
 
 
2.1 Relaciones dentro de la familia 
 
 La estructura familiar es la organización y distribución de las funciones y roles a 
desempeñar por cada uno de los miembros, que comprende las alianzas, coaliciones, 
jerarquías y límites (Villalobos, 1994). 
 
 En la familia, el desempeño de funciones y roles está regido a través de subsistemas 
o grupos integrados por sexo, generación, intereses o funciones, en donde el sujeto puede 
pertenecer a varios de estos grupos, en los cuales posee diversos niveles de poder y 
habilidades. De tal manera, que el sentido de individuación y separación se logra a través 
de la participación en distintos grupos familiares y no familiares. 
 
 Por lo tanto, la estructura familiar depende de las relaciones que se manifiestan al 
interior de la misma. 
 
 La principal función de las relaciones familiares, parece ser la de proveer una base 
para la exploración del medio ambiente (DIFb, s/f). La actividad exploratoria pone al niño y 
al adolescente en contacto con muchos y variados objetos sociales, entre los cuales se 
encuentran otros niños y adolescentes. Esta interacción, amplía la capacidad de 
comunicación y favorece que se asuma un rol social. 
 
 34
2.1.1 La relación parental 
 
 Es la unidad sobre la cual recae la responsabilidad en la guía, la alimentación, el 
aprendizaje de reglas y en general del bienestar físico, psicológico y emocional de los hijos 
(Villalobos, 1994). 
 
 Por medio de esta relación se transmiten a los hijos valores y reglas, así como 
también estos aprenden a socializar y a convivir con los demás. El niño aprende lo que 
puede esperar de las personas, así como a saber cuáles son las más eficaces formas de 
comunicar sus necesidades. De acuerdo con las actitudes de los padres, el niño modela sus 
sentimientos de lo que cree que es correcto. 
 
 La relación parental se debe modificar de acuerdo al crecimiento de los hijos, 
cuando sus capacidades cambian, y debido a esto se les deben dar más oportunidades para 
tomar decisiones y controlar su propia vida (Villalobos, 1994). 
 
 Las relaciones con los padres, especialmente con la madre, proporcionan una base 
afectiva, desde la cual el niño y posteriormente el adolescente puede explorar el ancho 
mundo social sin angustias (DIFb, s/f). 
 
 Los adultos tienen la responsabilidad de cuidar a los niños, de protegerlos y 
socializarlos. Toman las decisiones que atañen a la supervivencia de la familia, en asuntos 
como cambio de domicilio, selección de la escuela y fijación de reglas para el bienestar de 
la familia (DIFb, s/f). 
 
 Las relaciones que se establecen en una familia, pueden variar dependiendo de la 
edad de los miembros de ésta (DIFb, s/f). Una buena relación entre padres e hijos, debe 
operar preventivamente, debe ser un proceso en dos direcciones, incluyendo tanto la 
solicitud de los padres del conocimiento y control de las conductas de sus hijos, así como la 
disposición de los hijos para hacer a sus padres parte de sus vidas (Stattin & Kerr, 2000). 
 
 35
2.2 Comunicación en la familia 
 
 En todas las sociedades a lo largo de la historia humana, la Familia ha sido el 
principal vehículo de identidad de grupo y el principal receptáculo de los intereses creados. 
Es indispensable tener en cuenta que la etapa inicial en la formación de toda persona se 
produce en el hogar, en el seno de la familia. Los valores se captan por primera vez en la 
infancia; se sigue el ejemplo de los mayores y se inician los hábitos que luego conformarán 
la conducta y afianzarán la personalidad (Villalobos, 1994). 
 
 Este período inicial de la vida determina los trayectos del posterior comportamiento 
moral; donde tendremos arraigadas, o no, las nociones del bien y del mal. Más tarde, la 
convivencia con los diversos ambientes con los que nos interrelacionemos como: la escuela 
primaria, las amistades, la enseñanza secundaria y superior, el trabajo, etc.; irán moldeando 
las actitudes individuales de cada persona (DIFb, s/f). Pero ante todo, lo realmente 
importante es la enorme tarea de formar a los hijos con los valores y principios que a su vez 
legarán a las generaciones del mañana. 
 
 El ambiente familiar no es fruto de la casualidad ni de la suerte. Es consecuencia de 
las aportaciones de todos los que forman la familia y especialmente de los padres. Los que 
integran la familia crean el ambiente y pueden modificarlo y de la misma manera, el 
ambiente familiar debe tener la capacidad de modificar las conductas erróneas de los hijos y 
de potenciar al máximo aquellas que se consideran correctas (Villalobos, 1994). 
 
 Para que el ambiente familiar pueda influir correctamente a los niños que viven en 
su seno, es fundamental que los siguientes elementos tengan una presencia importante y 
que puedan disfrutar del suficiente espacio (DIFb, s/f): 
 AMOR 
 AUTORIDAD PARTICIPATIVA 
 INTENCIÓN DE SERVICIO 
 TRATO POSITIVO 
 TIEMPO DE CONVIVENCIA 
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 El entrecruzamiento de estas situaciones es lo que convierte a la paternidad 
(maternidad) y a la filiación, en un abanico de posibilidades en las que no hay una fórmula 
establecida, ya que en la continuidad del ejercicio de estas funciones se aprende a conducir 
a los hijos (Medina, s/f). 
 
 La comunicación es fundamental para que el ambiente familiar se desenvuelva de 
manera adecuada y se tenga un clima de fraternidad y respeto al interior de la familia. Si es 
importante el diálogo en las relaciones interpersonales, lo es aún más la comunicación en la 
familia. La comunicación está guiada por los sentimientos y por la información que 
transmitimos y comprendemos. La comunicación nos sirve para establecer contacto con las 
personas, para dar o recibir información, para expresar o comprender lo que pensamos, para 
transmitir nuestros sentimientos, comunicar algún pensamiento, idea, experiencia, o 
información con el otro, y unirnos o vincularnos por el afecto. Cuando existe la 
comunicación en una familia, seguramente se puede afirmar que existe un compañerismo, 
una complicidad, y un ambiente de unión y afecto en la casa. Habrá sobre todo un respeto 
mutuo y unos valores más asentados. Sin embargo, crear este clima de comunicación en la 
familia, no es una tarea sencilla (Medina, s/f). 
 
 Dedicartiempo a hablar con los hijos no es fácil; no sólo la falta de tiempo, de 
costumbre o de hábitos, sino también la dificultad intrínseca de comunicarse con un 
adolescente, puede restar espacios y momentos para comunicarnos con ellos. Pero aquí nos 
encontramos con una serie de problemas acerca del porqué la comunicación en la familia y 
en la sociedad en la que vivimos, se ve alterada o deteriorada por múltiples factores 
sociales, que no se deben a los padres, ni a los hijos, sino a nuestro contexto social. Por un 
lado tenemos el estilo de vida de la sociedad occidental, el trabajo, el estrés, el que 
tengamos que estar en una situación de exceso de esfuerzo en muchos casos o de 
preocupaciones laborales que hacen que gran parte de la energía de los padres vaya dirigida 
al área laboral (Millé de García, 1993). Por otro lado tenemos el aprendizaje que los padres 
han realizado en sus familias de origen. Puede ser que en dichas familias los padres 
hablaran con los hijos, se favoreciera un diálogo cercano, y ahora los padres actuales traen 
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un bagaje cultural y humano que les resulta más fácil de transmitir a sus hijos (Millé de 
García, 1993). Pero también encontramos padres que vienen de familias autoritarias, de 
familias en las que el padre ordenaba y mandaba y apenas se comunicaba con los hijos, o en 
las que los padres estaban demasiado ocupados en la subsistencia de la familia por 
dificultades sociales y económicas importantes. Por estos u otros factores habrá padres que 
no tuvieron experiencias de comunicación con sus propios padres. Desgraciadamente no se 
nos educa para ser padres y tenemos la necesidad y la obligación de desarrollar una serie de 
funciones y tareas para las que no hemos sido entrenados adecuadamente. 
 
 Ya se ha visto cómo en el adolescente se producen una serie de cambios 
importantes. El adolescente atraviesa por una crisis en la cual debe pasar de niño a adulto, 
que no siempre es fácil, y que implica muchas contradicciones, mucha confusión, y una 
lucha entre la necesidad que tiene de dependencia y la necesidad de autoafirmación e 
independencia. Todo eso hace que el comunicarse con un adolescente sea bastante difícil, 
porque va a ser esquivo, va a querer que los padres se ocupen de él, que hablen con él, pero 
no puede reconocer esa necesidad porque la compara con la dependencia infantil y quiere 
hacerse adulto. La adolescencia de los hijos es sumamente difícil para los padres. 
 
 Por muchas razones las influencias de los compañeros parecen ser máximas durante 
esta etapa. No resulta difícil comprender por que los adolescentes probablemente se sientan 
más cercanos a otras personas que tienen los mismos problemas, que pueden ayudarles a 
obtener conceptos más claros de sí mismos, de sus problemas y de sus metas. Los 
compañeros pueden alcanzar más éxito que los padres al proporcionar al adolescente un 
sentimiento de valor personal y perspectivas y esperanzas para el futuro. Los padres a 
menudo experimentan grandes dificultades para comunicarse con sus hijos adolescentes y 
para compartir y comprender sus problemas, aún cuando hagan esfuerzos por conseguirlo 
(DIFa, s/f). 
 
 Incluso aquéllos que han estado en contacto muy directo y han hablado en confianza 
con ellos, se van a encontrar con dificultades serias para entablar una conversación y si 
antes no había una comunicación adecuada, resultará mucho más difícil. El tipo de 
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comunicación que ejerzan los padres con los hijos va a depender de los roles que jueguen 
los padres (Medina, s/f). 
 
 Se destacan en primer lugar los roles sociales que han aprendido los padres para 
ejercer sus funciones como tales en el seno de su familia. Existen dos tipos de roles 
fundamentales: el rol instrumental y el rol expresivo. La persona que está funcionando de 
acuerdo con el rol instrumental, se va a regir por el intelecto, la razón, va a buscar 
soluciones a los problemas, se va a centrar en lo material. Lo material, no en el sentido 
económico únicamente, sino en el sentido de las necesidades materiales, de las cosas 
concretas, de la operatividad para conseguir los objetivos. Este rol va a determinar que el 
funcionamiento sea más frío y práctico (Ríos, Espina & Baratas, 1997). 
 
 El rol expresivo se relaciona con el mundo emocional y la persona que funciona de 
acuerdo con este rol va a atender a las necesidades afectivas del otro, va a ocuparse del 
cuidado del otro, de proveerle de contención emocional, apoyo, escucha, va a tener una 
actitud empática frente a las dificultades y vivencias del otro; es decir, de calidez y 
cercanía, que ofrece cobijo emocional, escucha cálida que nos ayuda a desahogarnos, a 
sentirnos comprendidos (Ríos, et al., 1997). 
 
 Lo importante es que los padres recuerden cómo se sentían con sus propios padres 
cuando eran adolescentes; no sólo cómo los veían actuar, sino cómo se sentían al ver cómo 
actuaban ellos; cómo les hubiera gustado que actuaran o qué conductas de ellos les 
gustaban y cuáles no. Esto les puede poner como padres en una posición de escucha de las 
necesidades de sus hijos. 
 
 Es muy probable que los jóvenes lleguen a identificarse profundamente con su 
grupo de compañeros si sus padres no logran proporcionar cariño y apoyo adecuado, esto 
es, si no fomentan una fuerte identificación con ellos (DIFa, s/f). 
 
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 La influencia de los padres es más poderosa que la influencia de los compañeros 
entre los adolescentes cuyos padres expresan afecto, interés, comprensión y voluntad de 
ayudar (Medina, s/f). 
 
 Al adolescente, el grupo le permite compartir con sus iguales, la continua búsqueda 
del papel que habrán de desempeñar en la sociedad de adultos (DIFa, s/f). 
 
 Se ha observado que en México frecuentemente los adolescentes, acuden a sus 
contemporáneos en busca de consejos cuando las decisiones a tomar no son de gran 
relevancia para él; sin embargo, recurren a sus padres y/o a la familia cuando la decisión 
que han de tomar es de mayor trascendencia. Aunque esto puede verse influido por los 
problemas en la dinámica familiar (DIFa, s/f). 
 El poder relacionarse con los hijos, en principio hablando de otros temas, de sus 
diversiones, sus aficiones, sus amistades. No en plan de averiguar qué aspectos 
problemáticos puede haber, no queriendo juzgar si sus amistades son convenientes o no, 
porque inmediatamente se van a cerrar, se van a cerrar en sus amistades, se van a aislar de 
los padres y se perderán oportunidades de tener información sobre ellos, de poderles 
orientar y ayudar. 
 Intentar, no sólo ser escuchados, sino que los adolescentes hablen de cómo se 
sienten, cómo viven la vida, cuáles son sus valores; que realmente los padres puedan estar 
en contacto con lo que es la experiencia vital de sus hijos, especialmente de los hijos 
adolescentes (Medina, s/f). Esta es la base para poder comunicarse con los hijos y crear un 
ambiente familiar de respeto y tolerancia. 
 
2.3 Apoyo en la familia. 
 
 La familia tiende a satisfacer cierto tipo de necesidades físicas que la forman, 
representa también una estructura cultural. Un conjunto de relaciones a través de las que el 
individuo va cubriendo sus necesidades integrales (Villalobos, 1994). El hombre siempre 
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busca medios mas adecuados para sus demandas y es dentro del grupo familiar en donde 
deben encontrar la solución más inmediata. 
 
 Las bases familiares se deben establecer a partir del respeto y del afecto, las cuales 
son necesidades importantísimas para la adaptación y motivación del individuo (Villalobos, 
1994). La familia tiene la necesidad y obligación de proteger, resguardar, educar, 
comprender y dar todo tipo de satisfactores materiales y espirituales, así como el enseñar 
los establecimientos sociales. Estos principios justifican su institucionalización. 
 
 La falta de apoyo y de una buena comunicación en las familias, trae como 
consecuencia y

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