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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE PSICOLOGÍA RELACIÓN ENTRE SUPERVISIÓN PARENTAL Y LA CONDUCTA ANTISOCIAL EN MENORES INFRACTORES T E S I S QUE PARA OBTENER EL GRADO DE LICENCIADA EN PSICOLOGÍA P R E S E N T A : LORENA CARRILLO AMEZCUA DIRECTORA: DRA. CATALINA GONZÁLEZ FORTEZA REVISORA: DRA. SHOSHANA BERENZON GORN MÉXICO, D.F. ABRIL DE 2006 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Dedicatorias: A mi mami Que me ha dado todo su respaldo, confianza, amor y fuerza para seguir adelante. Gracias por todas tus enseñanzas, Te Quiero mucho. A mi familia Que siempre han estado presentes en los momentos importantes y que me apoyaron durante este sueño. A Francisco Juárez García Por sus conocimientos, la ayuda y confianza brindados. Gracias por tu paciencia y tiempo dedicados a este trabajo. Paco, gracias por todo. A todos mis amigos y personas importantes que han formado parte de mi vida Angel, tu apoyo y cariño han sido parte fundamental en la realización de este trabajo, Gracias… Te quiero. A toda la gente que conocí en el Instituto Nacional de Psiquiatría, gracias por los consejos, las enseñanzas, la amistad y por estar presentes en esta aventura: Paco, Bianca, Nieves, Karla, Sandra, Juan Carlos, Gerardo, Ely … A Wendy, por estar siempre presente y tener una palabra adecuada para cada momento, Gracias amiga. Los miembros del comité de tesis Por brindar sus conocimientos y sugerencias para el buen desarrollo de este trabajo. 2 Esta tesis recibió apoyo del proyecto del Instituto Nacional de Psiquiatría: 4216 “Detección de necesidades de menores infractores del Distrito Federal” financiado por el CONACyT a través del convenio 42273-H, bajo la coordinación y asesoría del Lic. Francisco Juárez García. 3 Contenido Resumen ................................................................................................................................. 6 Introducción............................................................................................................................ 8 Capítulo 1. Adolescencia................................................................................................. 13 1.1 El adolescente y la familia.................................................................................... 15 1.2 Conducta antisocial en la adolescencia. ............................................................... 20 1.3 El adolescente como menor infractor. .................................................................. 24 1.4 El menor infractor y la familia. ............................................................................ 26 Capítulo 2. Familia .......................................................................................................... 31 2.1 Relaciones dentro de la familia ............................................................................ 34 2.1.1 La relación parental ...................................................................................... 35 2.2 Comunicación en la familia.................................................................................. 36 2.3 Apoyo en la familia. ............................................................................................. 40 2.4 Supervisión parental ............................................................................................. 42 2.5 Supervisión parental y conducta antisocial. ......................................................... 45 Capítulo 3. Metodología.................................................................................................. 47 3.1 Planteamiento y justificación del problema.......................................................... 47 3.2 Objetivo general ................................................................................................... 47 3.3 Objetivos específicos............................................................................................ 47 3.4 Hipótesis conceptual............................................................................................. 48 3.5 Tipo de estudio ..................................................................................................... 48 3.6 Definición conceptual de variables....................................................................... 49 3.7 Población y muestra.............................................................................................. 50 3.8 Instrumento........................................................................................................... 51 3.9 Procedimiento....................................................................................................... 54 3.10 Análisis de datos................................................................................................... 55 4 Capítulo 4. Resultados..................................................................................................... 56 4.1 Descripción de la muestra..................................................................................... 56 4.2 Calificación de escalas de supervisión, comunicación y apoyo. .......................... 58 4.3 Actos antisociales y su relación con las variables de supervisón, comunicación y apoyo. ......................................................................................... 59 4.4 Relación entre supervisión, comunicación y apoyo de la familia y la gravedad de la conducta antisocial. .................................................................. 61 4.5 Relación entre estructura familiar, supervisión y ambiente familiar.................... 63 4.6 Modelo predictivo de la conducta antisocial. ....................................................... 64 Capítulo 5. Discusión y Conclusiones............................................................................. 66 5.1 Limitaciones y Sugerencias .................................................................................. 70 Referencias ........................................................................................................................... 72 Anexo 1................................................................................................................................. 78 5 Resumen La influencia de la familia es señalada con gran frecuencia en el trabajo con menores infractores por tener un fuerte peso en el desarrollo infantil, ya que la calidad de la relación entre padres e hijos es la primera experiencia del niño que lo impacta positiva o negativamente. La supervisión parental es conceptualizada como una serie de conductas parentales correlacionadas que comprenden el cuidado de los hijos y el conocimiento de su paradero, sus actividades y su adaptación. Es uno de los factores asociados a la conducta antisocial más revisados, observándose principalmente que la inconsistencia o ausencia de ésta facilita la ocurrencia de dicha conducta y en casos más graves de la delincuencia. Para que la supervisión parental se efectúe, es necesario que existacomunicación y apoyo entre padres e hijos, de manera que el ambiente familiar sea agradable como consecuencia de las aportaciones de todos los miembros de la familia y en especial de los padres. De acuerdo con lo anterior, la presente investigación se llevó a cabo para conocer cuál es la relación que existe entre el ambiente familiar, la supervisión y la gravedad de la conducta antisocial en menores infractores de un Centro tutelar del Estado de Morelos. La población estuvo conformada por Menores Infractores de un Centro tutelar ubicado en el Estado de Morelos. La aplicación del instrumento se llevó a cabo a 86 hombres menores infractores, con un rango de edad de 12 a 21 años, correspondientes al total de internos en dicho centro al momento del levantamiento de los datos. Cabe mencionar, que desde el punto de vista legal, se consideran menores infractores a todos los sujetos que hayan cometido una infracción antes de cumplir los 18 años y deben cumplir con su tratamiento aún cuando hayan cumplido la mayoría de edad, por ello es que se encontraron jóvenes mayores de edad en el Centro tutelar. 6 Los principales resultados permiten observar que la comunicación y el apoyo de padres e hijos se relacionan entre sí y conforman el ambiente familiar. De estas áreas, sólo la comunicación del hijo es un predictor de los dos factores de supervisión analizados: 1) manejo de reglas y conocimiento de los pares, y 2) conocimiento de las actividades del hijo; y es este último el que predice de manera significativa la gravedad de la conducta antisocial. Dicha relación indica que a mayor conocimiento de las actividades del hijo la conducta antisocial es menos grave en esta muestra de menores infractores. Con base en los resultados anteriores puede considerarse que la comunicación del hijo con los padres predice que exista una supervisión adecuada específicamente en el área del conocimiento de las actividades del hijo y ésta a su vez predice una menor gravedad de la conducta antisocial para esta muestra de menores infractores. De acuerdo con los hallazgos, es importante que exista un ambiente familiar basado en la comunicación y el apoyo, asimismo, se debe facilitar una ambiente de comunicación entre padres e hijos de manera que la supervisión parental se realice más fácilmente. Esto ayudará a los jóvenes a no involucrarse en comportamientos que los puedan llevar a delinquir, y en el caso de los menores infractores, para que tengan más herramientas que les ayuden a no reincidir. 7 Introducción El objetivo de este trabajo es conocer cómo se relaciona la percepción de la supervisión parental con la conducta antisocial en menores infractores. Este trabajo se realizó en el Estado de Morelos, debido a que en los últimos años la entidad se ha caracterizado por una creciente ola de violencia (Cuevas, 2005). Actualmente, esta entidad ocupa el tercer lugar en el país, por su alta densidad demográfica (Suárez, Takayanagui & Cruz, 2003), el crecimiento natural de la población de la entidad, el incremento en la cantidad de inmigrantes, el proceso de industrialización y urbanización que en Morelos se ha impulsado desde hace varios años, son situaciones que hasta cierto punto explican el por qué la violencia ha crecido tanto (Suárez et al., 2003). Particularmente en Morelos, el bienestar es algo que pocos disfrutan ya que la pobreza y la falta de oportunidades cada vez afecta a un mayor número de morelenses. Según datos de Suárez et al. (2003), para 1995, 75% de la población en la entidad era pobre y, de ésta, 45% eran pobres extremos. Por si fuera poco, las cantidades de personas en condición de analfabetismo y de rezago educativo se incrementaron en la década de los 90’s y también las correspondientes a la población que recibe menos de un salario mínimo. Por lo que toca a la educación: a primera vista, Morelos parece ser una entidad privilegiada. La escolaridad promedio de su población (7.6 años de escolaridad) se sitúa ligeramente por encima de la media nacional (7.5) (Suárez et al., 2003). Además, la cantidad relativa de personas que cuentan con educación básica, así como la que corresponde a la educación media superior y superior, son mayores a la del país y también lo es la que corresponde a postgrado. Es decir, que hay un mayor número de personas con estudios de nivel básico y especializado que en el resto del país, sin embargo también existe una cantidad mayor de personas analfabetas a la media nacional. 8 Con todo lo anterior, no puede decirse que la entidad se caracterice por sus altos niveles educativos. Los porcentajes de población “sin instrucción” son comparables a los del conjunto nacional, e incluso ligeramente más altos. En efecto, existen datos a nivel municipal donde las desigualdades saltan a la vista. El panorama es el de un territorio que se caracteriza por la polarización educativa. La cantidad de personas de 15 años y más, analfabetas y la que da cuenta del rezago educativo (sin secundaria completa), se incrementaron entre 1990 y 2000 (Suárez et al., 2003). Es importante tomar en cuenta que es una de las entidades del país con mayores corrientes migratorias, la mayoría de los inmigrantes, son personas de escasos recursos que llegan buscando trabajo, Morelos es un polo de atracción para la mano de obra de los estados vecinos, principalmente de Guerrero y del Distrito Federal (Suárez et al., 2003). Sin embargo, es una entidad en la que hay considerables diferencias sociales y económicas, por un lado, la gente con dinero que vive en esta entidad o que llega a este lugar a pasar vacaciones y fines de semana, por otro lado una gran población rural y finalmente un gran número de jóvenes que no encuentran los espacios necesarios para estudiar ni los suficientes empleos. Por otra parte, también es frecuente encontrar familias en las que uno de los padres, o los dos, viajan cotidianamente a los estados vecinos. Principalmente al Distrito Federal, o cuando menos lo hacen una vez por semana. En muchos hogares, hijos y padres conviven con la familia y amigos de la entidad solamente los fines de semana ya que, sean los unos o los otros, se desplazan de lunes a viernes fuera de Morelos con motivos de estudio o de trabajo. También es habitual que las ausencias de los miembros sean más largas debido entre otras cosas, a la alta participación de los hombres de Morelos como jornaleros y a la emigración hacia otros estados del país y a los Estados Unidos. Situación que afecta las costumbres de la población, así como sus vínculos y organización familiares y comunitarias. 9 Los datos de la organización familiar de los hogares, resultan interesantes, ya que parece ser uno de los aspectos que caracterizan a la entidad e identifican los procesos de construcción de identidad de los jóvenes morelenses. La alta proporción de mujeres que son jefas de hogar hace que Morelos se sitúe en el tercer lugar respecto al total de entidades federativas (Suárez et al., 2003). El hecho de que la entidad se distinga en el país por la relativamente alta participación de mujeres como jefas de hogar nos habla, entre otras cosas, de que la figura del “proveedor”en la que se sustentaba el dominio masculino se ha roto, al tiempo que se están transformando y diversificando las formas de organización del parentesco y la estructura familiar. Los datos de la Encuesta Nacional de la Juventud [ENJ], muestran que en Morelos el 25% de los hogares con jóvenes tienen como jefe a una mujer, cuando a nivel nacional el indicador correspondiente es de 19 por ciento (Suárez et al., 2003). La familia nuclear tradicional (parejas casadas en primeras nupcias y sus hijos) se ha ido agotando como “modelo” para compartir su lugar con una variedad de formas de organización distintas. También se debe mencionarque la proporción de jóvenes que viven con ambos padres es menor en la entidad que la correspondiente al promedio nacional. Ante tal información, podría pensarse que el escenario familiar de los jóvenes morelenses es el de un contexto de desprotección familiar y vulnerabilidad social (Suárez et al., 2003). Una probable consecuencia de las condiciones mencionadas anteriormente, es que en los últimos dos años, el padrón de menores infractores en Cuernavaca ha registrado un notable incremento. Para la Dirección de Prevención del Delito de la Secretaría de Seguridad Pública Metropolitana de Morelos, esta situación puede extenderse hasta convertirse en un verdadero problema social. Las cifras actuales revelan que en el 2005 la proliferación de menores infractores registra un 30%, tan sólo en el primer cuadro de la capital, sin considerar a las zonas aledañas (Cuevas, 2005). Tomando en cuenta que no sólo los niños en situación de calle se dedican a delinquir sino que también se ha detectado 10 en aquéllos que sí tienen un hogar. Este problema puede responder a la falta de espacios educativos y deportivos que le permitan a los jóvenes mantener su tiempo ocupado “en algo productivo” (Cuevas, 2005). Estas son algunas de las características principales de la población en el Estado de Morelos, que deben hacer reflexionar sobre las condiciones que pueden ser generadoras de violencia y de condiciones hostiles en la población, particularmente en los adolescentes y los jóvenes. Los niños y adolescentes que están inmersos en el fenómeno de delinquir han aumentado en los últimos tiempos pasando a ser un problema que cada vez genera mayor preocupación social, tanto por su incremento cuantitativo como su mayor peligrosidad cualitativa. El motivo de realizar este proyecto se basa en el interés de conocer los factores que contribuyen a que los jóvenes cometan actos antisociales. Además de que resulta interesante realizar la investigación en esta entidad, que posee características tan específicas y distintas a muchas otras. La familia ha sido uno de los principales factores estudiados; sin embargo, la mayoría de los estudios están dirigidos a la exploración de la conformación de la familia, por ello, en este estudio se explora la supervisión parental como un aspecto fundamental en el desarrollo de niños y adolescentes y como un aspecto necesario para conocer y regular las actividades de los menores. Una de las principales razones para realizar esta investigación, se refiere a la escasa información que existe en el país sobre la supervisión parental, aún cuando en diversas investigaciones extranjeras se considera como un factor básico de la familia, de la implicación con los hijos y de la prevención de las conductas antisociales y de otras conductas problemáticas. 11 El trabajo está integrado por cinco capítulos, el primero llamado adolescencia, en el que se describen las características principales de esta etapa del desarrollo, se menciona cómo se establecen las relaciones de los adolescentes con sus padres, también se habla de las conductas antisociales en la adolescencia como un comportamiento común en los jóvenes, de los adolescentes como menores infractores y la relación del menor infractor con la familia. El segundo capítulo denominado familia, en el que se trata la importancia de las relaciones en la familia, la comunicación, el apoyo y la supervisión parental como factor de prevención de conductas antisociales en los jóvenes, así como la relación entre la supervisión parental y la conducta antisocial. El tercer capítulo es el de metodología, en el cual, se detalla cómo se llevó a cabo este estudio, se describen los instrumentos utilizados, el procedimiento que se siguió, la muestra utilizada y el análisis de los datos. En el cuarto capítulo se describen los resultados obtenidos en la presente investigación, resaltándose los resultados más importantes. Finalmente, en el quinto capítulo se encuentran las conclusiones a las que se llegó en este estudio, después de analizar los principales resultados. 12 Capítulo 1. Adolescencia Diversas investigaciones han destacado que la adolescencia es una etapa de la vida que se caracteriza por la preocupación del joven por su identidad y por el lugar que ocupa en el mundo. Han señalado su inclinación al idealismo, su conflicto religioso, su humor inestable y caprichoso, su sensación de que la vida tiene poca importancia, su rebeldía y su tendencia irreverente (Craig & Baucom, 2001). Se conoce a la adolescencia como una época de turbulencia interior (DIFb, s/f). Sin embargo, aunque todos los jóvenes sufren los cambios físicos correspondientes a la adolescencia, sólo aquéllos que viven en determinados ambientes culturales manifiestan los comportamientos que nos parecen característicos de esa edad. Por estas razones se debe considerar a la adolescencia como un fenómeno cultural derivado del modo en que se interpreta en nuestra sociedad (y en otras sociedades semejantes) el hecho de la maduración física (DIFb, s/f; Craig & Baucom, 2001). Los adultos y también el grupo de pares, definen los roles que debe desempeñar el adolescente, y al asumir estos roles el joven asume su identidad adolescente. Como se mencionó anteriormente, la adolescencia constituye en cada cultura un período importante, en México, las condiciones socioculturales exigen una preparación y un aprendizaje prolongados para poder incorporarse a la vida adulta (DIFb, s/f). El término adolescencia es empleado en dos sentidos algo diferentes. Aplicado al desarrollo físico se refiere al período que comienza con el rápido crecimiento de la pubertad y termina cuando se alcanza una plena madurez física. En el sentido físico, la adolescencia es un fenómeno universal. En sentido psicológico, la adolescencia es una situación anímica, un modo de existencia, que aparece aproximadamente con la pubertad y tiene su fin al alcanzarse una plena madurez social (Craig & Baucom, 2001). Pero la adolescencia psicológica, a diferencia de la física, se manifiesta sólo en algunas culturas. 13 El tema central de la adolescencia es el de la identidad, el de llegar a saber quién es uno mismo, cuáles son sus creencias y sus valores, qué es lo que quiere realizar en la vida y obtener de ella. El adolescente tiene que habituarse a un cuerpo renovado, con nuevas capacidades para la sensación y la acción, y tiene que alterar la imagen de sí mismo en armonía con ello (Craig & Baucom, 2001). Junto con los cambios corporales aparece una nueva constelación de significados en el espacio vital. La adolescencia se considera generalmente como una etapa entre la niñez y la adultez: quien se encuentra en ella, ya no se considera un niño, aunque tampoco es un adulto. En este estado intermedio, no se le conceden los derechos e incluso privilegios de un adulto, aunque se espera que sea más responsable que un niño, y que se comporte de forma diferente (DIFb, s/f; Lax & Lussardi, 1991). Es mejor considerar que el adolescente es a veces un niño, a veces un adulto o alguna combinación de las dos cosas, aunque siempre dentro de un mismo cuerpo. En la primera fase de la adolescencia el joven trata de independizarse en nuevos aspectos de su vida, como las creencias religiosas o las salidas con miembros del sexo opuesto, pero sus intentos se parecen mucho a los anteriores: quiere más privilegios, más libertad de la supervisión y las restricciones de los adultos para poder seguir las indicaciones del grupo, pero con poco sentido de responsabilidad por las consecuencias de sus propias acciones (Craig & Baucom, 2001). El joven adolescente se preocupa por su posición respecto de sus compañeros inmediatos, quizá más que durante los años intermedios de la niñez, se esfuerza por parecerse a ellostodo lo posible, quizá porque no se siente en armonía con ellos (Craig & Baucom, 2001). Pues casi contra su voluntad se está individualizando cada vez más, tiene ideas y valores que tal vez discrepen del código del grupo, pero su singularidad, que sólo a medias comprende, no lo satisface totalmente. El adolescente mayor comparte las preocupaciones del más joven, pero afronta además el problema de su ubicación respecto de todo el mundo adulto, de la independencia y la responsabilidad (el sexo, el matrimonio, los empleos, la política, la paternidad) y se ve ante la estremecedora perspectiva de tener que arreglárselas solo, sin la ayuda material de 14 su familia y sin el apoyo moral de su grupo de pares (Craig & Baucom, 2001). Podemos decir que el adolescente más joven se preocupa por saber quién es y qué es, mientras que el adolescente mayor debe preocuparse, además, por lo que va a hacer durante el resto de su vida. 1.1 El adolescente y la familia. La adolescencia es una etapa muy importante de la vida. Quizás una de las más difíciles tanto para los adolescentes como para sus padres. Puede experimentarse como una etapa llena de confusión y ambigüedad, acerca de los comportamientos que son adecuados y aceptables por la sociedad. Se cuestionan las normas anteriores y expectativas, a medida que se introducen al sistema familiar nuevas conductas e ideas y los padres y el adolescente comienzan a adaptarse a estos nuevos cambios (DIFb, s/f; Lax & Lussardi, 1991). El problema central y agudo del adolescente es definir una identidad independiente de la autoridad y del apoyo de sus padres, se deduce que tiene que romper innumerables lazos con su familia, basados en la autoridad, el afecto, la responsabilidad, el respeto, el trato íntimo, el dinero y los bienes materiales, la inmadurez, el impulso posesivo y la fuerza del hábito (Craig & Baucom, 2001). Durante gran parte del tiempo los adolescentes y sus padres se llevan bastante bien, comparten descubrimientos, intercambian bromas, discuten proyectos, problemas y disfrutan de su mutua compañía (Craig & Baucom, 2001). También hay que observar que algunos adolescentes no tienen durante su desarrollo prácticamente ningún conflicto con sus familias, aparte de las fricciones que ocasiona la convivencia diaria. Esos adolescentes, que son con más frecuencia mujeres (Craig & Baucom, 2001), manifiestan una temprana y cabal identificación con los valores de la familia, cualesquiera que sean. La familia de un adolescente de este tipo, generalmente lo deja independizarse sin dificultad, segura de que éste no se alejará afectivamente y de que “tiene la fibra adecuada” 15 para abrirse camino solo (Stone & Church, 1983). Pero la regla general es que el adolescente se aleja de su familia, tanto espiritual como físicamente, hasta que el hogar parece ser a veces una casa de pensión donde él come, duerme, deja su ropa para que la laven, ve televisión, hace y recibe llamadas telefónicas. Es probable que cumpla sus tareas domésticas sólo siguiendo órdenes, y no como una experiencia compartida. En la familia comienza el proceso de socialización del niño que continuará en los medios extra familiares y culminará con la sociedad en general (DIFb, s/f). La familia forma parte esencial en el desarrollo del niño, pero al llegar la adolescencia empiezan los problemas, el niño ya no es un niño y siente que ya no necesita de la presencia de sus padres, en consecuencia va buscando independencia, y quiere experimentar nuevas cosas; pero no puede porque se encuentra dependiente de los padres, cosa que por lo general le molesta porque no tiene las mismas opiniones que ellos y se siente “perturbado” por el hecho de convivir en un ambiente que aunque haya vivido allí toda su vida, en esta etapa se siente en un ambiente diferente (Lax & Lussardi, 1991). El problema está en que la mayoría de las veces los adolescentes no están preparados para enfrentar al mundo aunque crean que lo están, y es papel de los padres guiarlos y enseñarles la realidad pero de forma comprensiva ya que deben advertir que la etapa por la que está pasando el adolescente no es fácil y necesita una voz que lo oriente, y los padres deben hacer el papel tanto de padres como de amigos (Lax & Lussardi, 1991). En esta etapa el mundo social del adolescente se amplía, ya que tiene mayor movilidad que cuando era niño; de manera que también van aumentado sus relaciones con muchachos de la escuela o fuera de su propio vecindario, entre otros grupos sociales. Es en este momento donde las relaciones de grupo adquieren mayor importancia. En términos generales el adolescente mexicano se muestra ansioso por obtener un status entre los de su edad y el reconocimiento de ellos; desea integrar sus acciones y parámetros a los de sus iguales. Es innegable también, que en la adolescencia surgen los intereses heterosexuales que pueden hacer complejas y conflictivas sus emociones y actividades. Es fundamental, identificar que la clave de esta etapa es la relación del propio adolescente con los otros, ya que tal relación implica que tiene un “yo” capaz de relacionarse (DIFa, s/f). 16 Generalmente, el grupo de adolescentes juega un papel fundamental y se convierte en una de las grandes fuerzas motivadoras durante esta etapa. La relación de un joven con sus contemporáneos y su participación en las actividades de éstos, llega a ser uno de los aspectos más importantes de su vida (DIFa, s/f). De esta forma, resulta válida la afirmación de que los adolescentes tienden a conformarse a los valores y juicios de sus contemporáneos, así como a las actividades que éstos desarrollan. Son especialmente ambiguos los sentimientos del adolescente más joven respecto de su propio cuerpo, de modo que no está seguro de si tiene que actuar como un niño o como un adulto (Stone & Church, 1983). Solicita privilegios, pero las responsabilidades correspondientes le parecen demasiado pesadas. Desde el punto de vista de los padres, la capacidad de asumir responsabilidades caracteriza a la madurez tanto como los privilegios. Pero para el joven las responsabilidades generalmente son algo impuesto por adultos, y por lo tanto marcas degradantes de su situación de inferioridad (Stone & Church, 1983). Los padres no comparten la ambigüedad del adolescente respecto de su posición. Para ellos es todavía, y claramente, un niño, pero un niño lo bastante grande como para poder ayudar. El adolescente de más edad se parece mucho a un adulto y a veces hasta se conduce como tal, pero sus ocasionales deslices y desatinos evidencian al niño que todavía hay en él (Stone & Church, 1983). Su problema es la ambivalencia del crecimiento, una necesidad de dar el paso final para entrar en la edad adulta asociada con la sensación de que eso significará dar un paso en el vacío. Esta ambivalencia es compartida por los padres, por lo cual padres e hijos están en conflicto respecto de la posición de éstos, y todos están en conflicto consigo mismos. El adolescente se niega a admitir conscientemente la posibilidad del fracaso, pero ésta se le presenta reiteradamente como una amenaza alarmante. No está de ningún modo seguro de que desea liberar y expresar las nuevas fuerzas que se agitan en él (Stone & Church, 1983). Todavía no ha aprendido a sentirlas como realmente suyas, no las ha 17 integrado en la imagen de sí mismo, y no está seguro de poder controlarlas una vez que estén en libertad. Por ello, aunque proteste, a veces siente un secreto alivio cuando sus padres añaden el peso de su autoridad a sus propios e inciertos controles. Sin embargo esta ambivalencia del hijo, puede provocar una situación casi imposible, pues cualquier cosa que hagan los padres provocará resentimientos. Si ejercen control, le parecerán entrometidos y dominadores; si dejanque el joven decida por sí mismo, le parecerán negligentes y despreocupados (Stone & Church, 1983). Con frecuencia, y de modo no deliberado, los padres retardan el desarrollo, aunque no manifiesten abiertamente pesar por perder al hijo (DIFb, s/f). La renuncia de los padres a dejar que el niño crezca parece tener diversas fuentes. En primer lugar, lo conocen demasiado bien y tienen demasiada conciencia de sus debilidades e insuficiencias. Son excesivamente conscientes, además, de los peligros y asechanzas del amplio mundo exterior. Pero no se percatan de que el joven sólo logrará superar sus debilidades y resolver los problemas que plantea una vida independiente si entra realmente en ese mundo (Stone & Church, 1983). La resistencia de los padres al crecimiento del hijo, también puede provenir de su poca disposición a renunciar a la autoridad que han acumulado a lo largo de la vida de sus hijos (Craig & Baucom, 2001). Los conflictos entre el adolescente y sus padres pueden surgir a propósito de casi cualquier tema. Entre los motivos de disputa más frecuentes están las salidas, los horarios de llegada a casa, las tareas y deberes, el dinero, el automóvil, las calificaciones escolares, la educación futura, la moral y los modales, el uso del teléfono, las prácticas y creencias religiosas, la política y la economía (Stone & Church, 1983). En todos estos asuntos el adolescente quiere ser libre y no padecer limitaciones (DIFb, s/f). 18 Es fundamental mencionar que los adolescentes requieren la libertad necesaria para pensar por sí solos, quieren saber los que sus padres y amigos opinan sobre diferentes asuntos. Por un lado están buscando respuestas a sus interrogantes y por otro, desean llegar a sus propias conclusiones, quieren ser escuchados, respetados y sobre todo ser tomados en cuenta. Los padres muy a menudo tratan de hacer que los jóvenes “se beneficien con su experiencia”, de enseñarles las lecciones que ellos tuvieron que aprender duramente, en la vida misma, y a veces demasiado tarde como para poder aprovecharlas (Stone & Church, 1983). Pero parecería que el adolescente no puede asimilar esas lecciones. Simplemente no sabe lo suficiente acerca del mundo como para que ellas tengan sentido para él, está demasiado atento a sus intereses personales inmediatos, y cree que sus padres ignoran su situación y viven en el pasado. Finalmente, en la adolescencia se producen numerosos problemas y transiciones que suponen cambios para toda la familia, puede haber cambios de reglas y expectativas para todos los miembros de la familia, así como concepciones diferentes acerca de las transiciones vitales de esta etapa (DIFb, s/f; Lax & Lussardi, 1991). La adolescencia es la suma de todos los intentos por ajustarse a las nuevas condiciones internas y externas que confronta el individuo. La necesidad urgente de enfrentarse a la nueva condición evoca todas las formas de tensión, excitación, defensa y gratificación que jugaron un papel importante en los años previos (DIFb, s/f). Experimentar diversas actitudes y conductas, definirse y redefinirse uno mismo, desligarse poco a poco del control de los padres son características de la adolescencia que cumplen un propósito sano y muy importante: ayudan a transformar al adolescente en adulto. Sin embargo, estas mismas tendencias pueden dar origen a conductas antisociales en general. 19 1.2 Conducta antisocial en la adolescencia. La conducta antisocial se caracteriza por un patrón general de violación de los derechos básicos de los demás, fracaso para adaptarse a las normas sociales de acuerdo a la edad, impulsividad, irritabilidad y agresividad (DSM-IV) (American Psychiatric Association [APA], 1995) La conducta antisocial hace referencia a una diversidad de actos que violan las normas sociales y los derechos de los demás: el término conducta antisocial es bastante ambiguo. No se refiere a un conjunto de conductas claramente delimitado o circunscrito. El que una conducta se incluya como antisocial, puede depender de juicios acerca de la severidad de los actos y de su alejamiento de las pautas normativas, en función de la edad del niño, el sexo, la clase social, y otras consideraciones. Además, el punto de referencia para la conducta antisocial siempre es el contexto sociocultural en que surge tal conducta. Sin embargo, en el tratamiento de niños y adolescentes, la conducta antisocial tiene un significado relativamente claro. Los actos de agresión, robo, peleas, vandalismo, vagancia, destrucción de la propiedad ajena, amenazar a los demás, delitos sexuales, homicidio, asalto a mano armada, escapar de casa, provocar incendios, por mencionar algunos ejemplos, representan casos bastante evidentes de quebrantamiento grave de normas (Kazdin, 1988). Diversos estudios sugieren que la conducta cambia constantemente en el curso del desarrollo y que muchas conductas antisociales decrecen con el tiempo como parte del desarrollo normal (Kazdin, 1988). Probablemente sea justo decir que la mayoría de los jóvenes se ven implicados en algún momento en una conducta no permitida legalmente, por ejemplo, hurtos menores en tiendas. Es frecuente que los jóvenes tengan problemas con la policía por conductas de este tipo, aunque la mayoría de los que lo hacen tienen sólo un contacto informal o pasajero. Una importante minoría de jóvenes, sin embargo, llegará a ser procesado en algún momento de su adolescencia (Rutter, Giller & Hagell, 2000). 20 La adolescencia como todo periodo de transición deja huella sobre la conducta del individuo; como se siente falto de seguridad en sí mismo, e inseguro de la posición que ocupa, el adolescente tiene tendencia a ser agresivo, retraído y a hallarse incómodo. Se torna extremadamente sensible y reservado, en especial cuando está en compañía de gente de la que él teme que no lo entienda o lo ponga en ridículo. La reserva puede tomar la forma de distanciamiento e indiferencia, o de bravatas y despectiva altanería. Siente con intensidad, se ve afectado por estados emocionales, es dado a las fantasías y es propenso a las súbitas explosiones temperamentales. Se va a los extremos porque teme ser incapaz de demostrar que es competente (DIFb, s/f). Estas características pueden provocar que los adolescentes sean más propensos a involucrarse en conductas antisociales. Frecuentemente se observan conductas antisociales en el curso del desarrollo normal. Las conductas antisociales aisladas que surgen habitualmente no tienen significación clínica ni social para la mayoría de los niños. Cuando estas conductas son extremas, no remiten en el curso del desarrollo, afectan el funcionamiento diario del niño y tienen implicaciones importantes para quienes están en contacto con él, entonces se proporciona a los niños atención clínica. En tal caso los actos antisociales, se consideran como desviaciones significativas de la conducta normal y los niños son identificados a menudo a través de instituciones de salud mental o de los tribunales (por ejemplo, como delincuentes) (Kazdin, 1988). La conducta antisocial en la adolescencia comprende desde actos que radican en una violación grave de normas y reglas que van en función del adolescente, como intoxicación, compra de alcohol y fugas del hogar, hasta actos que pueden violar la ley, y que implican infracciones que comprenden desde crímenes, asaltos, violación, asesinato y robos (Alcántara, 2001; Craig & Baucom, 2001). El adolescente se presta a conductas antisociales por varios motivos. Puede meterse en problemas porque no se percata de los riesgos que corre. Tal vez dispone de muy poca información; las advertencias que recibe del adulto no siempre son eficaces o quizá opte por ignorarlas (Craig & Baucom, 2001). Muchos investigadores creen que el adolescente21 que corre riesgos subestima la probabilidad de resultados negativos; es decir, se cree invulnerable. Se concentra principalmente en los beneficios previstos de sus acciones, digamos un estatus más elevado entre sus compañeros. Explicación que coincide con el concepto de David Elkind de la fábula personal: el adolescente piensa que no sufrirá daño alguno, que no se enfermará o que no se embarazará como resultado de su conducta, se piensa inmune, considera que su conducta no tendrá consecuencia alguna (Craig & Baucom, 2001). El adolescente con conducta antisocial muestra una alta inconformidad con su medio y rechazo a las normas que la sociedad impone así como a la disciplina familiar y todo lo que para él signifique cumplimiento, ya que su sentido de responsabilidad resulta casi nulo. Tiene rasgos de agresividad muy elevados, es manipulador, influenciable, con sentimientos de minusvalía que tiende a proyectar manifestando superioridad y autosuficiencia ante las personas que le rodean; a la vez denota inseguridad e inmadurez emocional (Alcántara, 2001). Diversas investigaciones indican las múltiples causas de esta conducta. Según Jessor (citado por Craig & Baucom, 2001), los factores se dividen en cinco dominios: biología y genética, ambiente social, ambiente percibido, personalidad y conducta concreta. Los dominios interactúan y hacen que el adolescente adopte conductas o estilos de vida con alto riesgo. Cabe mencionar que intervienen los factores hereditarios y ambientales. Entre los muchos factores que influyen en la conducta antisocial de los adolescentes, tenemos, por ejemplo, los factores relacionados con la herencia (demencia, mentalidad defectuosa, agresividad, etc.), los relacionados con el hogar (pobreza y hacinamiento, hogar destruido por muerte, separación, divorcio, encarcelamiento de uno de los padres o de ambos, rechazo, indiferencia y abandono en el trato del hijo por los padres), y los relacionados con la escuela (trabajo deficiente en la escuela, disgusto hacia ésta, etc.) (Alcántara, 2001). 22 A la vez que constituye un grave mal social, la conducta antisocial de los adolescentes es un serio problema personal, ya que dicha conducta es un síntoma de desajuste en el individuo que no puede satisfacer razonablemente sus necesidades de una manera socialmente aceptable. Claro que algunos adolescentes están más propensos que otros a involucrarse en actividades de alto riesgo (Jessor citado por Craig & Baucom, 2001). Otros muchachos aprovechan de manera distinta o dirigen este aumento de energía propio de la adolescencia, hacia algo constructivo en lugar de cosas potencialmente destructivas. Cabe aclarar que sólo unos cuántos adolescentes son los que realizan conductas antisociales con fines destructivos. Según las encuestas realizadas a estudiantes de secundaria y bachillerato en la Ciudad de México, se ha encontrado que entre los adolescentes ha habido un incremento en las conductas antisociales; de los estudiantes que incurrieron en alguna conducta antisocial hay un aumento equivalente a 1.9% entre 1997 y 2000. De estas conductas, las que más aumentaron fueron las relacionadas con el factor violencia y robos. Por otra parte, entre los años 2000 y 2003 para cualquier comportamiento antisocial hay un aumento de 6.7% y nuevamente sobresalió el factor de violencia y robos con un aumento de 6.57%. En cuanto a las diferencias por sexo, entre los hombres hubo un incremento de su participación en cualquier conducta antisocial que alcanzó 2.47% entre 1997 y 2000. Para los años de 2000 a 2003 el incremento de la participación de hombres estudiantes en cualquier acto antisocial fue de 7.36%. En lo que se refiere a la intervención de las mujeres en actos antisociales, de 1997 a 2000 hubo un incremento insignificante, sin embargo entre los años 2000 y 2003 se dio un aumento significativo en el número de mujeres que incurrieron en violencia y robos, con un crecimiento porcentual de 5.71 (Juárez, Villatoro, Gutiérrez, Fleiz & Medina-Mora, 2005). 23 1.3 El adolescente como menor infractor. En algún momento de su vida la mayoría de los niños y adolescentes realiza algún tipo de conducta que puede ser considerada como delictiva. El hurto en tiendas es muy común, lo mismo que actos menores de vandalismo: daño o violación de la propiedad. Al clasificar como infractor a un individuo se considera principalmente la frecuencia con que comete estas acciones y, desde luego, el hecho de que sean puestos a disposición de las autoridades (Craig & Baucom, 2001). En México, desde un punto de vista jurídico, se consideran menores infractores solamente quienes habiendo cometido hechos suficientes para su consignación y a juicio de las autoridades queden registrados y presentados ante los jueces o consejeros. Y se reconozca a estos menores como infractores en las decisiones finales (Solís, 1986). Desde el punto vista legal: menor infractor es todo sujeto entre 11 y 18 años no cumplidos de edad que ha infringido las leyes penales, atendiendo a la edad que hayan tenido los sujetos infractores, en la fecha de comisión de la infracción que se le atribuya; pudiendo, en consecuencia, conocer de las infracciones y tratamiento que correspondan, aun cuando aquellos hayan alcanzado la mayoría de edad de acuerdo con la Ley para el tratamiento de menores infractores (Diario Oficial de la Federación [DOF], 1991). A los menores infractores se les ha llamado delincuentes juveniles y menores delincuentes de manera incorrecta, porque para ser delincuentes es necesario que la persona ejecute una conducta descrita en el Código Penal, como delito; y el sujeto debe tener capacidad jurídica y responsabilidad penal para ser sentenciado (Solís, 1986). Conforme a lo establecido por la ley, los menores de edad no cometen delitos sino conductas antisociales, debido a que no se considera que tengan el desarrollo intelectual y moral para responder de sus actos (Alcántara, 2001). Los menores que cometan dichos actos, se les denomina menores infractores debido a que no logran distinguir el bien del mal y son considerados jurídicamente incapaces, pues 24 no logran comprender la significación completa trascendente, moral y social de la conducta (Alcántara, 2001). La etapa de la vida en la que el menor, generalmente, es sujeto de tratamiento en México; se sitúa entre los 11 y los 18 años, etapa que se considera como adolescencia (Alcántara, 2001). Los menores con conducta antisocial atendidos por las instituciones de tratamiento se sitúan generalmente en una edad entre los 11 y los 18 años por lo que se deben de considerar con características biopsíquicas de dicha etapa de la vida y analizar su conducta y necesidades de acuerdo con la etapa que están viviendo. Además del hecho de que muchos jóvenes se involucran en la comisión de delitos, está claro también que hay diferentes formas de implicación. Aparte del joven que no es detenido o que solo tiene un contacto pasajero con la policía, están los que son condenados por una infracción y los que se vuelven a involucrar en conductas tipificadas por el código penal con más frecuencia (Rutter et al., 2000). En México, las estadísticas muestran que los 10 delitos más comunes entre los menores primo infractores son: 1. robo, 2. lesiones calificadas, 3. violación, 4. daños en propiedad ajena, 5. abuso sexual, 6. homicidio, 7. lesiones simples, 8. homicidio calificado, 9. portación de arma prohibida y 10. delitos contra la salud; en cuanto a los reincidentes, los seis delitos más comunes son: 1.robo, 2.lesiones calificadas, 3.homicidio, 4.abuso sexual, 5.lesiones simples y 6.portación de arma prohibida. En cuanto a la edad en que la mayoría de los adolescentes infringieron la ley, el punto máximo se encuentra en los 17 años deedad, seguido por los 16 años (Consejo de Menores [CM], 2000). Las estadísticas oficiales ofrecen ciertas conclusiones en relación con las tendencias de edad en la delincuencia. Los cálculos de la edad culminante varían internacionalmente y de un año a otro, pero las estimaciones tienden a centrarla en los 17-18 años, calculándose 25 por lo general el comienzo de la carrera delictiva en torno a los 14-15 años de edad (Farrington; citado por Rutter et al., 2000). En los últimos dos años en el Estado de Morelos, el padrón de menores infractores ha registrado un incremento notable, los datos revelan que la proliferación de menores infractores (que se ubican entre los 14 y los 22 años) registra un 30%, tan sólo en el primer cuadro de la capital. Y aunque en su mayoría son delitos menores como el graffiti y el robo a transeúntes, se cree que en un futuro dichos adolescentes puedan integrar las bandas organizadas dedicadas a delinquir (Cuevas, 2005). 1.4 El menor infractor y la familia. La multicausalidad de las conductas infractoras en menores es un hecho probado; se ha demostrado que en esta fenomenología inciden factores como los sociales originados por el crecimiento acelerado de la población; los movimientos migratorios; los falsos modelos a imitar en una sociedad de consumo; la desintegración familiar; la pérdida de fuentes de empleo; la crisis educativa; y la distorsión de los valores personales y familiares exacerbados por los medios de comunicación; éstos y muchos otros factores se podrían asociar con tales conductas (Alcántara, 2001). Sin embargo, la influencia de la familia es señalada con gran frecuencia en la infracción de menores por tener un fuerte peso en el desarrollo infantil, ya que la calidad de la relación padres e hijos son las primeras experiencias del niño que lo impactan positiva o negativamente (Alcántara, 2001). Dado que la familia tiene contacto casi exclusivo con el niño en su período de mayor dependencia, y lo sigue teniendo por varios años, se puede afirmar que desempeña un papel primordial al determinar los patrones de conducta que adoptará en el futuro. 26 Siendo la familia la célula fundamental de la sociedad, es en ella en donde se forjan y transmiten los valores, costumbres y patrones de conducta que son para el menor modelos a seguir; por ello, la familia es un factor social que influye de manera determinante en la forma de ser y de actuar del menor (DIFb, s/f; Alcántara, 2001). El menor con conducta antisocial generalmente se caracteriza por provenir de un hogar desintegrado, carente de afecto y de confianza, vive en un constante conflicto porque así lo ha introyectado en su hogar, porque no ha tenido respaldo de su familia o porque es inseguro de sí mismo; huye de todo lo que representa autoridad y control, sumándose a pequeños grupos que le garantizan convivencia y libertad (Alcántara, 2001). El menor infractor se inicia principalmente con la banda o el grupo y en el momento que ha aprendido a actuar, puede optar por seguir con su grupo o actuar solo. Es raro que el menor inicie solo, siempre se apoya en la imitación para realizar actos antisociales (Alcántara, 2001). Es frecuente que el menor deserte del hogar cuando observa desunión y falta de autoridad, se une a la pandilla iniciando en la calle la vagancia, la ocupación informal y enfrentando todos los peligros que este tipo de vida conlleva (Alcántara, 2001). Otro factor asociado a la conducta infractora puede ser la desintegración familiar que por diferentes motivos (muerte de un familiar, divorcio, separación o abandono) es un factor importante, pero no determinante, en conductas antisociales (Ruíz de Chávez, 1978; Alcántara, 2001). La disociación familiar genera frecuentemente el delito. Es indiscutible que los ejemplos dañinos son criminógenos, ya sea que se le presenten conscientemente al menor o que sean consecuencia de una combinación originada por las condiciones miserables de la vivienda y que sean ofrecidas por los padres, los amigos, los vecinos y el medio social en el que viven, a través de la televisión y los medios impresos. Es importante considerar la excitación emocional en todo ejemplo ofrecido al menor; ya que éste tiene la necesidad de 27 identificarse, adquiriendo una carga afectiva a veces muy violenta en su deseo de imitación del modelo (Alcántara, 2001). Se considera que un elemento en la conducta antisocial de algunos menores es la conducta criminal de otros miembros de la familia (Ruíz de Chávez, 1978; Alcántara, 2001). En estos hogares están presentes ciertos patrones delictivos, los cuales por lo general no son bien asimilados por los niños. Varias características relacionadas con la interacción entre padres e hijos se consideran como factores de riesgo de la conducta antisocial. Las prácticas disciplinarias y las actitudes de los padres han sido especialmente estudiadas. Los padres de jóvenes con comportamientos antisociales y delincuentes tienden a ser duros en sus actitudes y prácticas disciplinarias. Los estudios también han demostrado que el grado de agresión infantil está positivamente relacionado con la severidad de los castigos en el hogar. Los jóvenes con conducta antisocial son más propensos a ser víctimas del maltrato infantil y a residir en hogares donde se produce el maltrato conyugal (Behar & Stewart, 1982). Motivado por sus necesidades, el adolescente, actúa y busca la satisfacción adecuada o inadecuada de las normas, de acuerdo con los patrones que su familia y la sociedad en general le va determinando. Por lo tanto, si el adolescente se desenvuelve en una familia en donde existe alcoholismo, farmacodependencia, disfunción familiar y en una sociedad en donde hay desempleo, vagancia y delincuencia, sólo se puede esperar que se presenten las desviaciones sociales de la adolescencia como son la farmacodependencia, alcoholismo, delincuencia juvenil, abandono escolar, entre otras (DIFb, s/f). Otros estudios han demostrado que una disciplina más laxa, caprichosa e inconstante por parte de uno o ambos padres está relacionada con la delincuencia. No hay necesariamente contradicción entre los hallazgos concernientes a la disciplina dura y a la laxa en los hogares de los jóvenes con comportamiento antisocial. Ambas prácticas pueden operar simultáneamente. Por ejemplo, en la conducta delictiva se ha implicado el castigo severo por parte del padre y la disciplina laxa por parte de la madre (Glueck & Glueck, 28 1950; McCord, McCord & Zola, 1959). Cuando los padres son constantes en sus prácticas disciplinarias, aunque éstas sean punitivas, es menos probable que los niños estén en riesgo de delincuencia (McCord, McCord & Zola; citados por Kazdin, 1988). Cualquiera que sea la organización familiar, los contactos entre sus miembros o su relación con la comunidad, la disminución de la autoridad familiar, tanto moral como emocional en la vida del adolescente, aumenta también la probabilidad de la delincuencia (De la Garza, De la Vega, Zúñiga & Villarreal, 1987). Estos datos revelan que el menor vive dentro de un marco social que puede serle favorable o perjudicial, por lo que requiere de los elementos de apoyo que le guíen llámese familia, escuela, amigos o la sociedad en general; el menor puede no poseer la capacidad suficiente para comprender el alcance de sus actos (de la infracción) afectándose en su integridad física y psíquica (Alcántara, 2001). Juárez (1999) menciona que los medios de socialización como la familia, la escuela y el grupo de pares juegan un papel muy importante en el involucrarse con, o proteger de, conductas problemáticas en la adolescencia, incluyendo el uso de sustancias y el comportamiento delictivo. Además, las presiones de tipo económico llevan a las familias a desatenderla crianza de los hijos y ante el incremento de la disponibilidad de las drogas, de la violencia y de la delincuencia, los jóvenes están cada vez más expuestos a situaciones de riesgo. Patterson (citado por Rutter & Giller, 1988) describe las características familiares asociadas a la delincuencia en cuatro apartados: 1. Ausencia de reglas en el hogar (no existen rutinas claras para las comidas o los quehaceres domésticos, tampoco expectativas acerca de lo que los hijos pueden hacer o no). 2. Por parte de los padres, destaca la ausencia de control en la conducta de los hijos (no saben lo que están haciendo, no responden a la conducta desviada por que casi no la conocen). 3. Ausencia de contingencias afectivas (los padres son inconsistentes para responder a la conducta no aceptable, lloran y regañan pero no van más allá y no responden con adecuada diferenciación entre el premio por las 29 actividades prosociales y el castigo por las antisociales). 4. Ausencia de técnicas para tratar las crisis familiares o los problemas (los conflictos dan lugar a tensiones y disputas pero no terminan con soluciones). Existen familias desordenadas, creadoras de innumerables conflictos que deforman a los hijos, teniendo como común denominador estas familias la falta de preparación adecuada para ser padres, no solo en el sentido biológico sino también en el sentido emocional y una educación que les permita desarrollar el sentido de adaptación a la nueva etapa de sus hijos (adolescencia) para dialogar y establecer un vínculo espiritual con sus hijos, no solo para afrontar la discusión sino también para comprenderlos y guiarlos con su ejemplo y no inducirlos a buscar compensación afectiva en el mundo exterior asociándose a las pandillas, o bien manifestándose agresivos en el ambiente social en el que se desenvuelven (Alcántara, 2001). Por lo tanto, es necesario el fortalecimiento de la familia, ya que resulta evidente que la falta de control familiar se extiende a la integridad humana, para este efecto se necesita reorganizar la familia, combatiendo las deficiencias al capacitar a los dirigentes de las mismas e inculcando primordialmente en ellos el sentido de responsabilidad con relación a los problemas de sus hijos. Esta importancia que tiene la familia obliga a revisar algunos aspectos asociados al entorno familiar y su papel para regular las conductas de los hijos con la finalidad de dilucidar los elementos necesarios para la comprensión de los mecanismos implicados en el control de la conducta antisocial de los hijos desde la misma. En el siguiente capítulo hablaremos de la familia y de los principales factores que la integran y que a su vez facilitan el óptimo desarrollo de los niños y adolescentes, como las relaciones en la familia, el apoyo y la comunicación entre padres e hijos y la supervisión parental que propician la calidad de las relaciones humanas en el hogar como un factor fundamental en el desarrollo del individuo. 30 Capítulo 2. Familia La familia es el grupo social básico creado por vínculos de parentesco o matrimonio presente en todas las sociedades. Se considera a la familia como la principal y más antigua institución social humana (DIFb, s/f; Fromm & Linton, 1994). La función de la familia es la de ser fuente de afecto y apoyo emocional para todos sus miembros, especialmente para los hijos. La familia es el primer espacio social para el individuo, transmite valores y visiones del mundo, así como también establece las primeras normas de conducta, se le considera moldeador de actitudes y estilos de vida (DIFb, s/f). La familia se encarga de conservar y transmitir las tradiciones humanas, asegura la estabilidad social de ideas y de la civilización. La familia es la unidad social básica en donde se satisfacen las necesidades y requerimientos para el desarrollo adecuado del individuo (Plata, 2003). La familia es el grupo de crianza y desarrollo, con funciones nutrientes, normativas y socializantes. Es una institución presente en todas las sociedades humanas, que se manifiesta en cada una de ellas con diferentes características que dependen de factores históricos, sociales y culturales (Guerra, 1997). La familia tradicional, conformada por el papá, la mamá y los hijos (la familia nuclear) se ha ido modificando en forma notable (Loria, 1997). En México, como en el mundo existe una gran diversidad de formas y estilos de familia, como por ejemplo: matriarcal, patriarcal, extensas donde viven abuelos, tíos y tías en un mismo techo, familias de madres solteras, familias de divorciados, familias de homosexuales y lesbianas, familias que se componen de dos o tres esposas, familias que se componen de amantes “secretos”, o de un mismo padre con varias familias, familias que encuentran sentido en el incesto, entre otros (Medina, 1996). 31 Loria (1997) menciona que además de las familias nucleares, existen por lo menos cuatro tipos de familia en el México actual: familias uniparentales o monoparentales, familias de recomposición, familias de parejas solas y familias extensas. En 1994, el GEM (Grupo educativo popular con mujeres) realizó un estudio sobre la organización familiar en México. Los resultados de la encuesta contienen información muy importante sobre las relaciones de la familia, sus funciones, su composición, su estructura y las nuevas formas de construcción familiar (Loria, 1997). Se encontró que un poco más de la mitad de los hogares que abarcó la muestra tiene las características de hogares nucleares completos. Si se les suman los hogares formados por parejas solas, la proporción llega al 60.8%. Estos hogares corresponden a la familia que se maneja como estereotipo. Sin embargo, más del 30% de los hogares tienen otra estructura (Loria, 1997). La gran mayoría de los hogares, el 90%, están conformados por unidades familiares. En esta muestra las familias monoparentales constituyen un 10%, y cuando se les suma otro familiar llegan al 14.3%. Una realidad que reveló la encuesta es que en los hogares cada vez hay más niños que no son hijos de la pareja, sino sólo del varón o de la mujer. A estos se les llama hogares de recomposición (Loria, 1997). La composición familiar ha cambiado de forma drástica a partir de la industrialización de la sociedad. Algunos de estos cambios están relacionados con la modificación actual del rol de la mujer. En las sociedades más desarrolladas, la mujer ya puede ingresar al mercado laboral en cualquier etapa de la vida familiar, por lo que se enfrenta a unas expectativas mayores de satisfacción personal a través del matrimonio y de la familia. Hoy en día, debido a que hay mayores oportunidades de acceso a la preparación técnica o profesional tanto para hombres como para mujeres, trae como consecuencia el 32 hecho de que las mujeres ya no permanezcan sólo en sus hogares al momento de formar una familia, ahora también desean continuar su preparación o ejercicio profesional. Además, la situación económica actual, en muchas ocasiones obliga a ambos padres a trabajar, de manera que la economía, las responsabilidades y la toma de decisiones son ahora compartidas por el hombre y la mujer (Salguero & López, 1996). En México, la familia guarda características muy particulares que nos hablan de antiguas tradiciones, hasta hace algunos años la familia mexicana conservaba fuertes raíces mestizas que le daban un carácter patriarcal, de gran respeto a los padres y una actitud sumisa y obediente de los hijos. Es a partir de la gran industrialización de nuestro país y el crecimiento desproporcionado de las ciudades que la familia sufre cambios importantes (Salguero & López, 1996). Así, con el rompimiento del estado patriarcal, el hombre ha ido cambiando sus roles de participación dentro del núcleo familiar,ahora el varón también colabora en las labores domésticas, educación, cuidado y crianza de los hijos. La familia citadina sufre cambios tendientes a la igualdad, aunque básicamente impulsados por factores de índole económico (Salguero & López, 1996). Sin embargo esta condición aún no es común, si bien es cierto que existen cambios, éstos no se han dado de manera generalizada, y pese a que la tendencia que exige la modernidad es hacia la familia igualitaria, encontramos un importante rezago en el rompimiento de la estructura tradicional. Algunos factores como la escasa participación del padre en el cuidado y educación de los hijos, la baja escolaridad, las tradiciones y los principios morales que conlleva, aún entorpecen este movimiento (Salguero & López, 1996). Se considera a la familia como un grupo de personas unidas emocionalmente y/o por lazos de sangre, que han convivido y desarrollado patrones de interacción, por medio de los cuales cada uno de los miembros se constituye y define. Los miembros de la familia adoptan ciertos roles y funciones fomentando un funcionamiento fluido (Minuchin, Lee & Simon, 1998). 33 La familia a lo largo del tiempo construye patrones de interacción, los cuales constituyen su estructura, y rigen el desarrollo de sus miembros. La familia necesita de una estructura confiable para desempeñar sus funciones y apoyar la individuación y el efecto de un sentimiento de pertenencia a sus miembros (Minuchin & Fishman, 1993). Cada familia interactúa de manera distinta, relacionándose a través de diversos medios y adquiriendo determinadas características. 2.1 Relaciones dentro de la familia La estructura familiar es la organización y distribución de las funciones y roles a desempeñar por cada uno de los miembros, que comprende las alianzas, coaliciones, jerarquías y límites (Villalobos, 1994). En la familia, el desempeño de funciones y roles está regido a través de subsistemas o grupos integrados por sexo, generación, intereses o funciones, en donde el sujeto puede pertenecer a varios de estos grupos, en los cuales posee diversos niveles de poder y habilidades. De tal manera, que el sentido de individuación y separación se logra a través de la participación en distintos grupos familiares y no familiares. Por lo tanto, la estructura familiar depende de las relaciones que se manifiestan al interior de la misma. La principal función de las relaciones familiares, parece ser la de proveer una base para la exploración del medio ambiente (DIFb, s/f). La actividad exploratoria pone al niño y al adolescente en contacto con muchos y variados objetos sociales, entre los cuales se encuentran otros niños y adolescentes. Esta interacción, amplía la capacidad de comunicación y favorece que se asuma un rol social. 34 2.1.1 La relación parental Es la unidad sobre la cual recae la responsabilidad en la guía, la alimentación, el aprendizaje de reglas y en general del bienestar físico, psicológico y emocional de los hijos (Villalobos, 1994). Por medio de esta relación se transmiten a los hijos valores y reglas, así como también estos aprenden a socializar y a convivir con los demás. El niño aprende lo que puede esperar de las personas, así como a saber cuáles son las más eficaces formas de comunicar sus necesidades. De acuerdo con las actitudes de los padres, el niño modela sus sentimientos de lo que cree que es correcto. La relación parental se debe modificar de acuerdo al crecimiento de los hijos, cuando sus capacidades cambian, y debido a esto se les deben dar más oportunidades para tomar decisiones y controlar su propia vida (Villalobos, 1994). Las relaciones con los padres, especialmente con la madre, proporcionan una base afectiva, desde la cual el niño y posteriormente el adolescente puede explorar el ancho mundo social sin angustias (DIFb, s/f). Los adultos tienen la responsabilidad de cuidar a los niños, de protegerlos y socializarlos. Toman las decisiones que atañen a la supervivencia de la familia, en asuntos como cambio de domicilio, selección de la escuela y fijación de reglas para el bienestar de la familia (DIFb, s/f). Las relaciones que se establecen en una familia, pueden variar dependiendo de la edad de los miembros de ésta (DIFb, s/f). Una buena relación entre padres e hijos, debe operar preventivamente, debe ser un proceso en dos direcciones, incluyendo tanto la solicitud de los padres del conocimiento y control de las conductas de sus hijos, así como la disposición de los hijos para hacer a sus padres parte de sus vidas (Stattin & Kerr, 2000). 35 2.2 Comunicación en la familia En todas las sociedades a lo largo de la historia humana, la Familia ha sido el principal vehículo de identidad de grupo y el principal receptáculo de los intereses creados. Es indispensable tener en cuenta que la etapa inicial en la formación de toda persona se produce en el hogar, en el seno de la familia. Los valores se captan por primera vez en la infancia; se sigue el ejemplo de los mayores y se inician los hábitos que luego conformarán la conducta y afianzarán la personalidad (Villalobos, 1994). Este período inicial de la vida determina los trayectos del posterior comportamiento moral; donde tendremos arraigadas, o no, las nociones del bien y del mal. Más tarde, la convivencia con los diversos ambientes con los que nos interrelacionemos como: la escuela primaria, las amistades, la enseñanza secundaria y superior, el trabajo, etc.; irán moldeando las actitudes individuales de cada persona (DIFb, s/f). Pero ante todo, lo realmente importante es la enorme tarea de formar a los hijos con los valores y principios que a su vez legarán a las generaciones del mañana. El ambiente familiar no es fruto de la casualidad ni de la suerte. Es consecuencia de las aportaciones de todos los que forman la familia y especialmente de los padres. Los que integran la familia crean el ambiente y pueden modificarlo y de la misma manera, el ambiente familiar debe tener la capacidad de modificar las conductas erróneas de los hijos y de potenciar al máximo aquellas que se consideran correctas (Villalobos, 1994). Para que el ambiente familiar pueda influir correctamente a los niños que viven en su seno, es fundamental que los siguientes elementos tengan una presencia importante y que puedan disfrutar del suficiente espacio (DIFb, s/f): AMOR AUTORIDAD PARTICIPATIVA INTENCIÓN DE SERVICIO TRATO POSITIVO TIEMPO DE CONVIVENCIA 36 El entrecruzamiento de estas situaciones es lo que convierte a la paternidad (maternidad) y a la filiación, en un abanico de posibilidades en las que no hay una fórmula establecida, ya que en la continuidad del ejercicio de estas funciones se aprende a conducir a los hijos (Medina, s/f). La comunicación es fundamental para que el ambiente familiar se desenvuelva de manera adecuada y se tenga un clima de fraternidad y respeto al interior de la familia. Si es importante el diálogo en las relaciones interpersonales, lo es aún más la comunicación en la familia. La comunicación está guiada por los sentimientos y por la información que transmitimos y comprendemos. La comunicación nos sirve para establecer contacto con las personas, para dar o recibir información, para expresar o comprender lo que pensamos, para transmitir nuestros sentimientos, comunicar algún pensamiento, idea, experiencia, o información con el otro, y unirnos o vincularnos por el afecto. Cuando existe la comunicación en una familia, seguramente se puede afirmar que existe un compañerismo, una complicidad, y un ambiente de unión y afecto en la casa. Habrá sobre todo un respeto mutuo y unos valores más asentados. Sin embargo, crear este clima de comunicación en la familia, no es una tarea sencilla (Medina, s/f). Dedicartiempo a hablar con los hijos no es fácil; no sólo la falta de tiempo, de costumbre o de hábitos, sino también la dificultad intrínseca de comunicarse con un adolescente, puede restar espacios y momentos para comunicarnos con ellos. Pero aquí nos encontramos con una serie de problemas acerca del porqué la comunicación en la familia y en la sociedad en la que vivimos, se ve alterada o deteriorada por múltiples factores sociales, que no se deben a los padres, ni a los hijos, sino a nuestro contexto social. Por un lado tenemos el estilo de vida de la sociedad occidental, el trabajo, el estrés, el que tengamos que estar en una situación de exceso de esfuerzo en muchos casos o de preocupaciones laborales que hacen que gran parte de la energía de los padres vaya dirigida al área laboral (Millé de García, 1993). Por otro lado tenemos el aprendizaje que los padres han realizado en sus familias de origen. Puede ser que en dichas familias los padres hablaran con los hijos, se favoreciera un diálogo cercano, y ahora los padres actuales traen 37 un bagaje cultural y humano que les resulta más fácil de transmitir a sus hijos (Millé de García, 1993). Pero también encontramos padres que vienen de familias autoritarias, de familias en las que el padre ordenaba y mandaba y apenas se comunicaba con los hijos, o en las que los padres estaban demasiado ocupados en la subsistencia de la familia por dificultades sociales y económicas importantes. Por estos u otros factores habrá padres que no tuvieron experiencias de comunicación con sus propios padres. Desgraciadamente no se nos educa para ser padres y tenemos la necesidad y la obligación de desarrollar una serie de funciones y tareas para las que no hemos sido entrenados adecuadamente. Ya se ha visto cómo en el adolescente se producen una serie de cambios importantes. El adolescente atraviesa por una crisis en la cual debe pasar de niño a adulto, que no siempre es fácil, y que implica muchas contradicciones, mucha confusión, y una lucha entre la necesidad que tiene de dependencia y la necesidad de autoafirmación e independencia. Todo eso hace que el comunicarse con un adolescente sea bastante difícil, porque va a ser esquivo, va a querer que los padres se ocupen de él, que hablen con él, pero no puede reconocer esa necesidad porque la compara con la dependencia infantil y quiere hacerse adulto. La adolescencia de los hijos es sumamente difícil para los padres. Por muchas razones las influencias de los compañeros parecen ser máximas durante esta etapa. No resulta difícil comprender por que los adolescentes probablemente se sientan más cercanos a otras personas que tienen los mismos problemas, que pueden ayudarles a obtener conceptos más claros de sí mismos, de sus problemas y de sus metas. Los compañeros pueden alcanzar más éxito que los padres al proporcionar al adolescente un sentimiento de valor personal y perspectivas y esperanzas para el futuro. Los padres a menudo experimentan grandes dificultades para comunicarse con sus hijos adolescentes y para compartir y comprender sus problemas, aún cuando hagan esfuerzos por conseguirlo (DIFa, s/f). Incluso aquéllos que han estado en contacto muy directo y han hablado en confianza con ellos, se van a encontrar con dificultades serias para entablar una conversación y si antes no había una comunicación adecuada, resultará mucho más difícil. El tipo de 38 comunicación que ejerzan los padres con los hijos va a depender de los roles que jueguen los padres (Medina, s/f). Se destacan en primer lugar los roles sociales que han aprendido los padres para ejercer sus funciones como tales en el seno de su familia. Existen dos tipos de roles fundamentales: el rol instrumental y el rol expresivo. La persona que está funcionando de acuerdo con el rol instrumental, se va a regir por el intelecto, la razón, va a buscar soluciones a los problemas, se va a centrar en lo material. Lo material, no en el sentido económico únicamente, sino en el sentido de las necesidades materiales, de las cosas concretas, de la operatividad para conseguir los objetivos. Este rol va a determinar que el funcionamiento sea más frío y práctico (Ríos, Espina & Baratas, 1997). El rol expresivo se relaciona con el mundo emocional y la persona que funciona de acuerdo con este rol va a atender a las necesidades afectivas del otro, va a ocuparse del cuidado del otro, de proveerle de contención emocional, apoyo, escucha, va a tener una actitud empática frente a las dificultades y vivencias del otro; es decir, de calidez y cercanía, que ofrece cobijo emocional, escucha cálida que nos ayuda a desahogarnos, a sentirnos comprendidos (Ríos, et al., 1997). Lo importante es que los padres recuerden cómo se sentían con sus propios padres cuando eran adolescentes; no sólo cómo los veían actuar, sino cómo se sentían al ver cómo actuaban ellos; cómo les hubiera gustado que actuaran o qué conductas de ellos les gustaban y cuáles no. Esto les puede poner como padres en una posición de escucha de las necesidades de sus hijos. Es muy probable que los jóvenes lleguen a identificarse profundamente con su grupo de compañeros si sus padres no logran proporcionar cariño y apoyo adecuado, esto es, si no fomentan una fuerte identificación con ellos (DIFa, s/f). 39 La influencia de los padres es más poderosa que la influencia de los compañeros entre los adolescentes cuyos padres expresan afecto, interés, comprensión y voluntad de ayudar (Medina, s/f). Al adolescente, el grupo le permite compartir con sus iguales, la continua búsqueda del papel que habrán de desempeñar en la sociedad de adultos (DIFa, s/f). Se ha observado que en México frecuentemente los adolescentes, acuden a sus contemporáneos en busca de consejos cuando las decisiones a tomar no son de gran relevancia para él; sin embargo, recurren a sus padres y/o a la familia cuando la decisión que han de tomar es de mayor trascendencia. Aunque esto puede verse influido por los problemas en la dinámica familiar (DIFa, s/f). El poder relacionarse con los hijos, en principio hablando de otros temas, de sus diversiones, sus aficiones, sus amistades. No en plan de averiguar qué aspectos problemáticos puede haber, no queriendo juzgar si sus amistades son convenientes o no, porque inmediatamente se van a cerrar, se van a cerrar en sus amistades, se van a aislar de los padres y se perderán oportunidades de tener información sobre ellos, de poderles orientar y ayudar. Intentar, no sólo ser escuchados, sino que los adolescentes hablen de cómo se sienten, cómo viven la vida, cuáles son sus valores; que realmente los padres puedan estar en contacto con lo que es la experiencia vital de sus hijos, especialmente de los hijos adolescentes (Medina, s/f). Esta es la base para poder comunicarse con los hijos y crear un ambiente familiar de respeto y tolerancia. 2.3 Apoyo en la familia. La familia tiende a satisfacer cierto tipo de necesidades físicas que la forman, representa también una estructura cultural. Un conjunto de relaciones a través de las que el individuo va cubriendo sus necesidades integrales (Villalobos, 1994). El hombre siempre 40 busca medios mas adecuados para sus demandas y es dentro del grupo familiar en donde deben encontrar la solución más inmediata. Las bases familiares se deben establecer a partir del respeto y del afecto, las cuales son necesidades importantísimas para la adaptación y motivación del individuo (Villalobos, 1994). La familia tiene la necesidad y obligación de proteger, resguardar, educar, comprender y dar todo tipo de satisfactores materiales y espirituales, así como el enseñar los establecimientos sociales. Estos principios justifican su institucionalización. La falta de apoyo y de una buena comunicación en las familias, trae como consecuencia y
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