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1 CO M U N IC AC IO N I DOCUMENTO BIBLIOGRAFICO Nº 3 Herskovits, Melville J. (1952). El hombre y sus obras. México: Fondo de Cultura Eco- nómica. Capítulos 2 y 3. Pág. 29 - 43. II. La Realidad de la Cultura 1 El hombre vive en varias dimensiones. Se mueve en el espacio, donde el ambien- te natural ejerce sobre él una influencia que nunca termina. Existe en el tiempo, lo cual le provee de un pasado histórico y un sentido del fu turo. Lleva adelante sus actividades como miembro de una sociedad, iden tificándose él mismo con sus com- pañeros y cooperando con ellos en el man tenimiento de su grupo y en asegurarle su continuidad. Pero el hombre no es único en esto. Todos los animales deben tomar en cuenta el espacio y el tiempo. Muchas formas viven en agregados donde la necesidad de adaptarse a sus compañeros es un factor siempre presente en sus vidas. Lo que dis- tingue al hombre, el animal social que nos impor ta ahora, entre todos aquéllos, es la cultura. Esta tendencia a desarrollar culturas consolida en un conjunto unificado todas las fuerzas que actúan en el hombre, integrando para el individuo el ambiente natural en que se en cuentra él mismo, el pasado histórico de su grupo y las relaciones sociales que tiene que asumir. La cultura reúne todo esto y así aporta al hombre el medio de adaptarse a las complejidades del mundo en que nació, dándole el senti- do, y algunas veces la realidad, de ser creador de ese mundo, al mis mo tiempo que criatura de él. Definiciones de la cultura hay muchas. Todas están acordes en reco nocer que es aprendida; que permite al hombre adaptarse a su ambiente na tural; que es por de- más variable; que se manifiesta en instituciones, normas de pensamiento y objetos materiales. Una de las primeras definiciones acep tables fue dada por E. B. Tylor, al decir que la cultura es “el conjunto com plejo que incluye conocimiento, creencias, arte, moral, ley, costumbre y otras capacidades, y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad”. Un sinónimo de cultura es tradición, otro civiliza- ción; pero el empleo de tales términos viene sobrecargado de implicaciones diferen- tes o de matizaciones de la conducta habitual. Una breve y útil definición de cultura es: Cultura es la parte del am biente hecha por el hombre. Va implícita en ella el reconocimiento de que la vida del hombre 2 CO M U N IC AC IO N I transcurre en dos escenarios, el natural o hábitat y el social, el “ambiente” natural y el social. La definición implica también que la cultura es más que un fenómeno biológico. Abarca todos los elementos que hay en la madurez del hombre, dotación que él ha adquirido de su grupo por aprendizaje consciente, o, en un nivel un poco diferente, por un proceso de acondicionamiento; técnicas de varios géneros, insti- tuciones so ciales u otras, creencias y modos normalizados de conducta. La cultura, en resumen, puede ser contrastada con los materiales brutos, externos o internos, de los cuales se deriva. A recursos presentados por el mundo natural se les da forma para satisfacer necesidades existentes; y los rasgos congénitos son moldeados de modo que de las disposiciones congénitas surjan los reflejos que dominan en las manifestaciones exter- nas de la conducta. Apenas si es menester diferenciar el concepto de cultura que se em plea en el estudio del hombre del significado popular de la palabra “culto”. Mas, para los no familiarizados con un sentido antropológico, la aplicación del concepto “cultura” a una azada o a una receta de cocina necesita algún reajuste de pensamiento. La idea popular de cultura la tenemos en lo que podríamos llamar una definición escolar y equivale a “refinamiento”. Tal definición implica la habilidad de una persona “culta” para manipular cier tos aspectos de nuestra civilización que aportan prestigio. En realidad, esos aspectos son dominados por personas que disponen de ocio para aprenderlos. Para el científico, sin embargo, una “persona culta”, en el sentido po pular, no domi- na sino un fragmento especializado de nuestra cultura, de la que es partícipe, en mucho mayor grado de lo que sospecha, con el hacen dado, el albañil, el ingeniero, el cavador, el profesional. La economía más ruda, el más frenético rito religioso, un simple cuento po- pular, son todos igualmente parte de una cultura. El estudio comparado de la costumbre nos muestra esto con mucha claridad. En los pequeños grupos aislados, don de la base eco- nómica es estrecha y el conocimiento técnico escaso, no hay lugar para la estratificación social que debe estar presente si una persona “culta”, en el sentido popular, ha de tener los recursos económicos necesa rios para que pueda entregarse a su afición. 2 Para entender la naturaleza esencial de la cultura hay que resolver una serie de apa- rentes paradojas que no deben ignorarse. Estas paradojas pueden enunciarse de diversos modos, uno de ellos el siguiente: 1. La cultura es universal en la experiencia, del hombre; sin embargo, cada manifesta- ción local o regional de aquélla es única. 2. La cultura, es estable, y no obstante, la cultura es dinámica también, y manifiesta, continuo y constante cambio. 3. La cultura llena y determina ampliamente el curso de nuestras vidas, y, sin embargo, raramente se entremete en el pensamiento consciente. No se verá plenamente cuan fundamentales son los problemas plantea dos por estas formulaciones, y cuan difícil resulta reconciliar sus aparentes contradicciones, hasta que no hayamos examinado sus muchas implicacio nes, para lo cual hay que esperar a la termi- nación del libro. Por el mo mento veamos cómo repercuten en el problema de la realidad de la cultura. 1. El hecho de que se diga a menudo del hombre que es un “animal constructor de cul- tura” es un reconocimiento de la universalidad de la misma; que es un atributo de todos los seres humanos, vivan donde fuere o cualquiera que pudiera ser su manera ordenada de vivir. Esta universalidad puede describirse en términos exactamente específicos. Todas las culturas, al menos cuando se consideran objetivamente, poseen un restringido número de aspectos, los cuales son convenientemente divididos para su estudio. Documentar tal 3 CO M U N IC AC IO N I sencilla afirmación requiere muchas páginas, y ocu pará una sección entera de este libro, donde esos aspectos serán tratados uno por uno. Pero, en este apartado podemos inspec- cionarlos brevemente para darnos cuenta de cómo la idea de la universalidad de la cultura se ex tiende hasta recaer también sobre aquellas amplias subdivisiones de la expe riencia humana que invariablemente abarca. En primer lugar, todos los pueblos tienen algún modo de proporcionarse el vivir. Lo con- siguen por medio del equipo tecnológico empleado para arrancar de su ambiente natural los medios de sostener la vida y llevar ade lante sus actividades diarias. Conocen algún modo de distribuir lo que así producen, sistema económico que les permite sacar el mayor partido a los “escasos medios” de que disponen. Todos los pueblos dan expresión formal a la institución de la familia o a varios géneros de estructura de más amplio parentesco, y a asociaciones basadas en lazos que no son de sangre. Ninguno vive en completa anarquía, sino que en todas partes se han hallado muestras de algún género de control político. Nin- guno hay sin una filosofía de la vida, un concepto del origen y funcionamiento del universo y de cómo debe tratarse con los poderes del mundo sobrenatural para conseguir los fines deseados; en síntesis, un sistema religioso. Con cantos, danzas, conse jas, y formas de arte gráficas y plásticas para obtener satisfacción estética, lenguaje para dar paso a las ideas, y un sistema de sanciones y metas para dar significación y dirección al vivir, redondeamos este sumario de aquellos aspectos de la cultura que, como la cultura en su conjunto, son atributos de todos los grupos humanos, dondequiera que ellos puedan vivir. Mas, comoes sabido por cualquiera que haya tenido contacto con per sonas de diferente modo de vida que la suya, aun con un grupo de otra parte de su propio país, no hay dos cuerpos de costumbres que sean idén ticos en detalle. Por esto puede decirse que cada cultura es el resultado de las experiencias particulares de la población, pasada y presente, que vive de acuerdo con ella. En otras palabras, cada cuerpo de tradición debe considerarse como la encarnación viva de su pasado. Dedúcese así que una cultura no puede compren- derse a menos que se tenga en cuenta su pasado lo más plenamente posible, empleando todos los recursos admisibles —fuen tes históricas, comparaciones con otros modos de vivir, manifestaciones ar queológicas— para entender su fondo y su desarrollo. Nuestra primera paradoja debe resolverse aceptando sus dos términos. Significa por tanto que la universalidad de la cultura es un atributo de la existencia humana. Hasta su división en series de aspectos queda probada por lo que conocernos de los más diversos modos de vida, en todas las par tes del globo, dondequiera que se han estudiado las cultu- ras. Por otra parte, es igualmente susceptible de prueba objetiva que jamás dos culturas son iguales. Cuando las observaciones de este hecho, conseguidas por la investigación de nuestro presente, se vierten en la dimensión temporal, quiere expresarse que cada cultura ha tenido un desarrollo peculiar y único. Los “universales” de la cultura, podemos decir, proporcionan el cañamazo en el cual se dibujan las particulares experiencias de un pue- blo en las formas par ticulares adoptadas por su cuerpo de costumbres. Y, en este punto, podemos dejar descansar la primera de nuestras paradojas, reservando para posteriores capítulos la explicación de por qué puede ser tratada de este modo. 2. Al sopesar la estabilidad cultural frente al cambio cultural, debemos reconocer en primer lugar que la prueba de que disponemos demuestra irre misiblemente que la cultura es dinámica; que las únicas culturas completa mente estáticas son las muertas. No tene- mos más que mirar en nuestra propia experiencia para ver cómo el cambio viene sobre nosotros, a menudo de modo tan sutil que no lo sospechamos hasta que proyectamos el presente sobre el pasado. Basta con el ejemplo de una fotografía nuestra, acaso de pocos años atrás, la cual nos divierte porque advertimos diferencia en el estilo del vestir. No hay que pensar que esta tendencia a cambiar las cos tumbres es exclusiva de nuestra propia cultura. El mismo fenómeno se puede observar en cualquier pueblo, no importa cuan poco 4 CO M U N IC AC IO N I denso, cuan aislado o cuan sencillo en sus costumbres. Quizá el cambio se manifieste solo en pequeños detalles, por ejemplo, en una variación de una aceptada pauta de dibujo, o en un nuevo modo de preparar un alimento. Pero siem pre se nos hará patente algún cambio si tal pueblo puede ser estudiado a lo largo de un período de tiempo, si podemos extraer del suelo restos de su cultura, o si podemos comparar sus costumbres con las de otro pue- blo ve cino, de cultura parecida en general, pero que varía en detalles. Si bien el cambio cultural es ubicuo y su análisis, por tanto, fundamen tal en el estudio de la vida de los grupos humanos, no hay que olvidar que, como en cualquier aspecto del estudio de la cultura, se da en términos de ambiente y trasfondo, y no en términos abso- lutos, en sí y por sí. En conse cuencia, escapamos de nuestra segunda aparente antítesis y quedamos con fortablemente instalados entre sus dos cuernos. La cultura es a la vez esta- ble y cambiante. El cambio cultural se puede estudiar sólo como una parte del problema de la estabilidad cultural; la estabilidad cultural puede ser enten dida solamente cuando se mide el cambio respecto al conservatismo. Ade más, ambas expresiones no sólo son rela- tivas en general, sino que deben considerarse en relación recíproca. Las conclusiones que se extraigan res pecto a la permanencia y al cambio en una cultura dada dependen en gran medida del hincapié que haga el particular observador de esa cultura en su conservatismo o en su flexibilidad. Acaso la dificultad básica surge del he cho de no haber criterios objetivos de permanencia y cambio. Es una cuestión viva, ya que es casi artículo de fe que la cultura euro-americana es más receptiva a los cambios que ninguna otra, y que esta re ceptividad explica su preemi- nencia. Cuan relativo es tal punto de vista se infiere de la diversidad de las opiniones al respecto, pues hay quienes cele bran esa hospitalidad para el cambio mientras que otros la deploran. La manera de pensar contemporánea acoge, por lo general, como favorables las modificaciones en los aspectos materiales de nuestra civilización. Por otra parte;; cambios en elementos tan intangibles de nuestra cultura como código de moral, estructura de la familia o sanciones políticas fundamentales, desagradan o son denunciados. El resultado es que siendo los desarrollos «técnicos tan importantes para nuestro modo de ver, los cambios en esta Tarea de nuestra vida simbolizan para nosotros la tendencia a cambiar de nuestra cultura tomada en conjunto. Nuestra cultura se diferencia entonces de las otras sobre esta base de receptividad a cambios técnicos, de suerte que su estabilidad, en contraste con su propensión a cambiar, queda reducida al mínimo. 3. El problema que nos impone la tercera paradoja, que la cultura llena nuestras vidas y, sin embargo, somos ampliamente inconscientes de ello,1 difiere de los precedentes por- que implica algo más que un sopesar las posibles alternativas. Nos enfrentamos con cues- tiones básicas psicoló gicas y filosóficas. Tenemos que tratar de comprender el problema psico lógico de cómo los seres humanos aprenden sus culturas y actúan como miembros de una sociedad y encontrar una respuesta a la interrogación filosófica de si la cultura es una función de la mente humana o si existe por sí misma. La cuestión que se nos plantea es que, estando la cultura humana como tributo restrin- gida al hombre, la cultura en su conjunto, o cualquier cultura concreta, representa mucho más de lo que ningún ser humano puede captar o manejar. Puede, por eso, defenderse la conveniencia de estudiar la cultura como si fuera independiente del hombre; crear lo que ha llamado White una ciencia de “culturología”. Pero también puede defenderse la inconveniencia de estudiarla considerando que sólo tiene realidad psicológica, que existe meramente como una serie de ideas en la mente del individuo. Filosóficamente, no se trata sino de otro ejemplo de la vieja polémica entre realismo e idealismo, polémica que define una diferencia fundamental en el concepto y en la manera de abordar el estudio del mun- do y del hombre. Bidney ha mostrado que cada una de estas posiciones, si se persigue con exclusión de la otra, crea una falacia lógica que sólo se puede evitar con una actitud ecléc- 5 CO M U N IC AC IO N I tica frente al problema que plantean. Como dice ese autor, “ni las fuerzas naturales ni los logros culturales tomados separadamente o por sí mismos pueden explicar la aparición y la evolución de la vida cultura”.2 Ambos puntos de vista, sin embargo, contienen mucho que es esencial a un entendimiento de la cultura, así que es importante examinar los argumen- tos que presentan antes de intentar resolver la cuestión de la naturaleza de la cultura. 3 Poca duda hay de que la cultura puede estudiarse sin tener en cuenta a los seres huma- nos. La mayor parte de las más antiguas etnografías, descrip ciones de los modos de vida de determinados pueblos están escritas sola mente en términos de instituciones, como asi- mismo los más de los estudios sobre “difusión” —que examinan la expansión geográfica de un determinado elemento, cultural— se presentan sin ninguna mención de los individuos que usan los objetos u observan costumbres dadas. Sería difícil, hasta para el investigador más psicológicamenteorientado, negar valor a tales estu dios. Es esencial que se compren- da primero la estructura de una cultura si queremos darnos cuenta de las razones por las cuales un pueblo se com porta como lo hace; tal comportamiento no tendrá sentido si no se toma plenamente en cuenta la estructura de las costumbres. El argumento en favor de la realidad objetiva de la cultura — admitiendo por el momen- to que sea posible y aun esencial estudiar las costumbres como si tuvieran una realidad objetiva— viene a decir que la cultura, siendo extrahumana, “superorgánica”, está más allá del control del hombre y opera en términos de sus propias leyes. Al considerar esta posición, no hacemos sino analizar uno de los varios determinismos que se han expuesto para explicar la naturaleza de la cultura, en este caso, determinismo cultural. Examinemos la afirmación de que “cualquier cultura es más que lo que cada individuo puede captar o manejar”, puesto que es punto crucial para la posición que estamos con- siderando ahora. Nuestra propia cultura nos puede servir de ilustración tan bien como cualquier otra. En nuestros días, muchos millones de individuos de nuestra sociedad, en situaciones dadas de su vida diaria, se comportan en ciertos modos predecibles, dentro de límites determinados. Contamos con que la palabra “sí” significará una respuesta afirmati- va a una pregunta; en nuestras tierras, las mujeres no la brarán la tierra a menos de excep- cionales circunstancias; en las canciones que cantamos, la melodía es mas importante que el ritmo; nuestras familias, de modo general, estarán compuestas de padre, madre e hijos, más que de un hombre, varias mujeres y sus retoños. Ahora bien, por dada a cambios que pueda ser nuestra cultura “sí” ha significado afirmación durante mu chas centurias; el arar la tierra durante incontables décadas ha sido admitido como trabajo de hombres, y lo mis- mo ocurre con infinitas otras cosas. Pero de las gentes que se han comportado con arreglo a esas convenciones, es claro que ninguna de las que usaron hace doscientos años el vocablo “sí” para significar afirmación o que vivieron entonces en unión monogámica vive todavía. Los que sostienen que la cultura vive en sí y por sí dan gran impor tancia al hecho de que los modos tradicionales de vida continúan de ge neración en generación sin referencia al espacio de vida de ninguna persona dada. Tal argumento es impresionante. Podemos con- siderar dos entidades: el siempre cambiante grupo formado por seres humanos que entran en él al nacer viven sus vidas y mueren, y el sólido cuerpo de costumbres que lo impreg- na, intacta su identidad, desarrollando los cambios que experimenta de su propio pasado histórico. Que existe una interrelación entre pueblo y cultura no lo puede negar ni el más resuelto determinista, lo mismo que quienes afirman que la cultura solo existe como ideas en las mentes indi viduales reconocen la necesidad de estudiar sus formas instituidas. Hay que subrayar, por consiguiente, que estamos considerando una cuestión de peso relativo y no alternativas qué se excluyen. Hecha esta reserva, el hecho de que exista un continuim cultural, a pesar del personal constantemente cambiante cuya conducta define la cultura, 6 CO M U N IC AC IO N I constituye un argu mento para considerarla como una entidad en su propio derecho. No sólo cuando se la considera a lo largo, a través de los siglos, puede demostrarse que la cultura es más que los hombres; dentro de un grupo determinado, en un momento dado de su historia, ningún miembro individual de una sociedad es competente en todos los de- talles de los modos de vida de su grupo. Todavía mas, ningún individuo, aunque sea miem- bro de la más pequeña tribu, con la cultura más simple, conoce su herencia cultural en su totalidad. Para no fijarnos más que en un ejemplo clarísimo, tan importante, sin embargo, que le prestaremos detallada atención más ade lante, recordemos el hecho de las diferen- cias que impone el sexo en los modos de conducta aceptados. No sólo tropezamos con una división económica del trabajo entre hombres y mujeres, que se da en todas partes, sino; que, en la mayor parte de las culturas, las actividades de los hombres difieren de las de las mujeres por la índole de sus preocupaciones en el seno de la familia, en sus intervenciones religiosas o en los tipos de satisfacciones estéticas que encuentran en su cultura. Algunas veces es cuestión de hábito: que en África occidental hagan alfarería las mujeres y los hom- bres cosan los vestidos, no es ni más ni menos racional que lo que Ocurre entre nosotros, donde los hombres son alfareros y las mujeres costureras. Ahora bien, la división puede ser conscientemente impuesta y penada si se infringe, tal como la no autorizada manipulación de lo sobrenatural entre los aborígenes australianos, o el uso por los hombres de trajes de mujer en nuestra sociedad. En poblaciones grandes, en las que existe un alto grado de especialización y una estruc- tura de clases marca distintamente a un elemento respecto de otro en la sociedad, excede a la capacidad de cualquier persona el conocer por entero su cultura. El aldeano chino del siglo XIX y el Ilustrado mandarín, ambos ordenaron sus vidas de acuerdo con los dictados de una cultura común, pero ambos siguieron sus separados caminos, apegándose cada cual a su particular género de vida y sin preocuparse probablemente de cómo sus vidas dife- rían. No sólo cuando existen componentes urbanos y rurales, sino cuando los sacerdotes se destacan del pueblo laico, los gobernantes de los gobernados, los industriales especialistas como los nativos forjadores de África oriental o los constructores de canoas polinesios de los que tienen otros oficios, se ve que el individuo conoce solamente un segmento de su cultura total. Esto es verdad a despecho de que la total cultura del individuo señala las orientaciones básicas en términos de las cuales su grupo, considerado como un todo, regu- lariza su conducta diaria. La cultura, considerada como más que el hombre, constituye el tercer término de la progresión inorgánica, orgánica y supraorgánica, formulada por primera vez por Herbert Spencer como armazón conceptual de su esquema evolucionista. Más de medio siglo más tarde, la palabra supraorganico fue empleada por Kroeber para subrayar el hecho de que, de igual modo que la cultura y las disposiciones biológicas son fenómenos de orden diferen- te, la cultura debe mirarse como existiendo en sí y por sí, actuando en las vidas de los seres humanos, los cuales no son sino instrumentos pasivos bajo su dominio. “El mahometismo, fenómeno social”, dice Kroeber, “al suprimir las posibilidades imitativas de las artes pictó- ricas y plásticas, ha afectado obviamente la civilización de muchos pueblos, pero también tiene que haber alterado la profesión de muchas personas nacidas en tres conti nentes durante un millar de años”. O también: “aun dentro de una esfera de civilización limitada nacionalmente, tienen que ocurrir resultados seme jantes. El lógico o el administrador por temperamento, nacido en una casta de pescadores o de barrenderos, no conseguirá, tal vez, las satisfacciones, y ciertamente que no el éxito que hubiera logrado de haber nacido de padres brahmanes o ksatzias; y lo que es verdad para la India es verdad también para Europa”. Hay muchas más pruebas en la actualidad en favor de la posición de Kroeber que cuando escribió lo antedicho. Pero los ejemplos que puso sirven todavía para ilustrar el punto de 7 CO M U N IC AC IO N I vista que él fué el primero en de fender. El descubrimiento de Darwin del concepto de evo- lución, hecho paralelamente por Wallace, que trabajaba en el otro lado del globo, es uno de los ejemplos más sorprendentes. De Darwin dice Kroeber: “Nadie puede creer sensata- mente que el mérito de la más grande proeza de Darwin, la formulación de la doctrina de la evolución por la selección natural, se lo atribuiríamos a élde haber nacido cincuenta años más pronto o más tarde. De haber nacido más tarde, se le habrían adelantado Wallace; u otros, si una muerte prematura se hubiera llevado a Wallace.” El caso de la obra de Gregor Mendel sobre la herencia, que pasó inadvertida porque, según este punto de vista, nuestra cultura no estaba aún madura para acogerla, es igualmente bien conocido. Recordemos como, publicada en 1865, fue ig norada hasta 1900, año en el que tres investigadores, cada uno de por sí y a escasos meses de distancia, descubrieron el descubrimiento de Mendel y dieron nuevo giro a la ciencia biológica. Otros ejemplos de este género expuestos por Kroeber incluyen el descu brimiento inde- pendiente del teléfono por Alejandro Bell y Elisha Gray, del oxígeno por Priestley y Scheele, de la hipótesis de la nebulosa por Kant y Laplace, de la predicción de la existencia de Nep- tuno, en el espacio de pocos meses, por Adams y Leverrier. Alguno de los libros que Kroeber predijo que serían escritos para acumular ejemplos sobre ejemplos de descubri mientos múltiples, por ejemplo, el de Stern, análisis detallado de la inevitabilidad social de los descubrimientos médicos, o el de Gilfillan, que examina cuan directos fueron los progresos que llevaron al desarrollo del barco de vapor, han sido publicados ya. Como Kroeber lo pre- dijo, todas estas últi mas obras no hacen sino reforzar la conclusión expuesta por él en su primer libro: “La marcha de la historia, o como se dice corrientemente, los pro gresos de la civilización, son independientes del nacimiento de los diversos individuos; como éstos dan una media sustancialmente idéntica en lo que se refiere a genialidad y mediocridad, en to- dos tiempos y lugares, sumi nistran el mismo sustrato para lo social… El efecto concreto de cada indi viduo sobre la civilización es determinado por la civilización misma… La psique y el cuerpo no son sino facetas del mismo material orgánico o actividad; la substancia social —o la fábrica insubstancial, si se prefiere llamarla así—, eso que denominamos civilización, los trasciende por todo su ser arraigado en la vida”. El estudio de los estilos del vestido de mujer hecho por Kroeber y Richardson, basado en un ensayo previo del mismo Kroeber, constituye uno de los análisis más cuidadosos del cambio experimentado por un ele mento específico de la cultura. Sirviéndose de varias guías de modas, como ir pararon las medidas y proporciones de ciertos aspectos de los pa- trones de vestidos de mujer, año por año, desde 1787 hasta 1936. Para el período de 1605 a 1787, reunieron la misma información respecto a los años cuyos datos pudieron hallar. Los aspectos analizados fueron largo y ancho de la falda, posición y diámetro de la cintura, y largo y ancho del escote. Se encontraron con cambios en sucesión regular, que mostraban una periodicidad en las oscilaciones de las medidas amplias a las pequeñas que parecía trascender la acción de cualquier factor que se debiera únicamente al azar. Entonces po- dríamos preguntar ¿qué importancia tienen las actividades de los diseñadores de modas de París, que se afanan año tras año en inventar nuevas modas y que han perfeccionado a un alto grado las técnicas para inducir a las mujeres a la aceptación del cambio en los vesti- dos? Gracias, precisamente, al factor de planeamiento deliberado, de consciente elección por parte de los individuos, que opera tan fuertemente en este fenómeno, ha sido escogido como un caso crucial. Por eso los resultados parecen tan impresionantes para probar cómo la corriente histórica de su cultura lleva al hombre, lo desee o no, allí donde ella va. 4 El argumento en pro de la realidad psicológica de la cultura descansa, sobre todo, en lo inconveniente que resulta dividir la experiencia humana de suerte que el hombre, el 8 CO M U N IC AC IO N I organismo, se encuentre conceptualmente fue ra de los aspectos de su conducta que cons- tituyen los elementos “supraorgánicos” de su existencia. Toda cultura observada durante años aparece, ciertamente, como si tuviera una vitalidad que trasciende la vida de cual- quier miembro del grupo en que se manifiesta. Mas, por otra parte, la cultura no puede subsistir sin el hombre. Por consiguiente, objetivar un fenómeno que no se manifiesta sino en el pensamiento y la acción humanos, equivale a proclamar la existencia separada de algo que realmente no existe sino en la mente del investigador. Se puede establecer un paralelo entre la concepción “supraorgánica”, de la cultura y la hipótesis de la psique colectiva, que fue sostenida por varios psicólogos y hecho famosa por autores como Le Bon y Tortter. La psique colectiva se concibió como algo más que las reacciones de todos los individuos que componen un grupo. La cuestión que surgía respecto a la sede de esa psique, ya que se proclamaba que era distinta de las psiques individuales, hizo que se rechazara la hipótesis como no susceptible de veri ficación científica. La más clara definición de cultura en términos psicológicos reza: cultura es la por- ción aprendida de La conducta humana. Es esencial la palabra “aprendida”, porque todos reconocen que cualesquiera sean las formas, sus ceptibles de descripción objetiva, que constituyen una cultura, deben ser aprendidas por las sucesivas generaciones de una po- blación si no se han de perder. De lo contrario, habría que suponer, no sólo que el hombre es un animal dotado de impulso congénito de construcción de cultura; sino de impulsos tan específicos que orientan su conducta según líneas invariables, como ocurre con formas in- feriores, en las cuales unos impulsos limitados guían las reacciones-que pueden predecirse. Éste, ciertamente, fue el punto, de vista adoptado por los psicólogos del “instinto”. Postulaban un instinto tras otro para explicar reacciones que luego se encontró que no eran en absoluto instintivas. Se trataba de reacciones tan efectivamente asimiladas que se habían hecho automáticas. Resultaba imposible determinar si esas reacciones fueron aprendidas o se debían a dis posiciones congénitas. Los argumentos de la escuela “instintivista” parecían convincentes por que los seres humanos aprenden realmente bien sus culturas, y por medio de un proceso qué es tan pe- netrante como completo. Cuando empleamos la palabra educación tendemos a fijarnos en el aprendizaje dirigido. Pero la mayor parte de la cultura, en todos los grupos humanos, se adquiere me diante un proceso que se denomina indistintamente habituación, imitación acaso mejor, condicionamiento inconsciente, expresión qué pone en relación esta forma de aprender con los otros tipos donde se aplica el condiciona miento consciente (prepara- ción). Este proceso puede ser extraordinariamente sutil. Así, por ejemplo, aunque un ser humano debe cesar en toda actividad periódicamente, por ra zones orgánicas, la manera en que descansa se halla determinada culturalmente. En una cultura en que la gente duerme sobre esterillas en el suelo, les resulta intolerable dormir en camas con blandos colchones. La inversa es igualmente cierta. Cuando se usan cabezales de madera, las almohadas se hacen molestas. Si las circunstancias obligaran a una readaptación, en tonces es menester un proceso de reaprendizaje, o recondicionamiento, para acomodar la estructura corporal de uno a las nuevas circunstancias. El lenguaje nos ofrece una infinidad de ejemplos sobre cuan meticulosamente está condicionada el habla. Las diferencias regionales, tales como la a larga de Boston com- parada con la corta de Cleveland; o diferencias de clase, como el hablar del mendigo de Londres comparado con el de un londinense de clase superior, proporcionan excelentes ejemplos. Algunas, formas son tan matizadas que no las percibe más que el oído experto, como en la transmutación, en Chicago, de la a llana del oeste en una palabra como cab, en keb, con una e breve. Otros ejemplos, como los hábitos motores característicos de tribus, regiones, nacioneso clases —el modo de an dar o de sentarse—, no son sino dos ejemplos 9 CO M U N IC AC IO N I más entre los muchos que podríamos citar para demostrar cómo, sin aportar pausas para nada en el proceso y sin enseñanza consciente, el hombre aprende su cultura. Por tanto, la eficacia con que las técnicas, los modos aceptados de conducta y creen- cias varias son transmitidos de generación en generación proporciona a la cultura el grado de estabilidad que permite considerarla como algo que tiene existencia propia. Hay que observar, sin embargo, que lo que se transmite no es jamás una prescripción de conducta tan rígida que no deje ninguna elección al individuo. Uno de los factores primarios del cambio cultural es, como veremos, la variación en un determinado modo de conducta que toda la sociedad acepta. Así ocurre que la gente, en nuestra propia cultura, habitualmente descansa sentándose en sillas. Pero unas sillas son blandas y otras duras, algunas se mecen y otras no, algunas tienen el respaldo derecho y otras son redondas. Ordinariamente, no- sotros no nos sentamos delante de mesas bajas, con las piernas cruzadas, ni en taburetes, ni descansamos apoyados en una sola pierna. Sin embargo, la idea de la conducta condicionada por la tradición, ¿no apoyaría la suposición de que el hombre no es sino hijo de su cultura? La contestación se halla en el he- cho de la variación permitida en la conducta a cada cual. En toda cultura hay lugar siempre para la elección, hasta, no lo olvidemos, entre los grupos más simples y más conservadores. Pues aun que pueda afirmarse que mucha de la conducta del hombre es de tipo au tomático, no se puede concluir de ello que el hombre es un autómata. Cuan do se amenaza un as- pecto de su cultura que el individuo ha dado siempre por garantizada —la creencia en una divinidad particular, acaso, o la validez de cierta manera de manejar los negocios, o algún precepto de etiqueta—, su defensa puede no ser más que una racionalización. No obstante, sobre todo si lo que ha sido combatido carece de prueba objetiva, aquél hace su defensa con un grado de emoción que revela elocuentemente sus senti mientos. Esto significa que la cultura está llena de sentido. Aunque la conducta puede ser automática y las sanciones dadas por supuestas, cualquier forma aceptada de acción o de creencia, cualquier institución dentro de una cul tura “tiene sentido”. Es el principal argumento de quienes sostienen que la cultura representa la integración de las creencias, hábitos, puntos de vista de las gentes, y no una cosa en sí misma. La experiencia se define culturalmente, definición que implica que la cultura tiene un significado para los que viven de acuerdo con ella. Hasta para los bienes materiales la de finición es esencial. Un objeto, tal como una mesa, figura en la vida de un pueblo únicamente si es reconocido como tal. Para un miembro de una aislada tribu de Nueva Guinea serían tan incomprensible como el simbo lismo de sus dibujos lo sería para nosotros. Sólo después que un objeto ha cobrado sentido mediante explicación, definición y captación de su función llega a entrar cultural- mente en la vida. El punto de vista sostenido por el filósofo Ernst Cassirer es significa tivo a este respec- to. Su examen del simbolismo del lenguaje como factor que permite al hombre marchar adelante eficazmente como un animal que construye cultura, revela cómo ha penetrado en el problema de la distinción entre el hombre como miembro de una serie biológica y como creador y heredero de cultura. “El hombre —escribe— vive en un universo simbólico-. Lenguaje, mito, arte y religión son parte de este universo. Constitu yen los diversos hilos que tejen la red simbólica, la complicada trama de la experiencia humana. El nombre ya no puede enfrentarse con la reali dad directamente; no puede verla, como si dijéramos, cara a cara. La realidad física parece retroceder en la medida en que avanza la actividad simbólica del hombre. En lugar de tratar con las cosas mismas, el hombre está, en cierto sentido, conversando constantemente consigo mismo. Se ha envuelto de tal modo en for- mas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, que no puede ver o conocer nada si no es por la interposición de este medio artificial. Su situación es la misma, en la esfera teórica que en la práctica. Tampoco en ésta vive el hombre en un 10 CO M U N IC AC IO N I mundo de hechos brutos o de acuerdo con sus necesidades y deseos inmediatos. Vive más bien en la niebla de emociones imaginarias, entre esperanzas y temores, en ilusiones y des- ilusiones, en sus fantasías y sueños. “Lo que per turba y alarma al hombre —dice Epicteto—, no son las cosas, sino sus opi niones y fantasía sobre las cosas.” La conducta humana ha sido definida como “conducta simbólica”. Fi jándonos en este factor del simbolismo, es fácil ver que mediante el empleo de símbolos el hombre da senti- do a su vida. Así define culturalmente su experiencia, que ordena en función de los modos de vida del grupo en el cual ha nacido y, a través del proceso de aprendizaje, se desarrolla hasta convertirse en un miembro pleno y activo del mismo. 5 ¿Debemos elegir entre el punto de vista que sostiene que la cultura es una entidad autónoma, que se desenvuelve por sí con independencia del hombre, y el que afirma que la cultura no es sino una manifestación de la psique humana? ¿O será posible conciliar ambos puntos de vista? Tan profundamente actúan los condicionamientos de la sede concreta de la conduc- ta humana, tan automáticas son sus respuestas, tan suave la línea histórica que se puede trazar cuando se siguen los cambios de una cultu ra dada en un período de años, que resulta difícil no considerar la cultura como una cosa fuera del hombre, que lo domina, llevándolo, quiéralo o no, hacia un destino que él no puede fraguar ni ver. Es difícil, cier- tamente, incluso hablar o escribir de cultura sin que se implique esta idea. Sin em bargo, como ya lo hemos visto, cuando se analiza cuidadosamente la cultura nos encontramos con una serie de reacciones normadas que caracterizan Ia conducta de los individuas que constituyen un grupo dado. Esto es, que tropezamos con gentes que reaccionan, con gentes que se comportan de alguna manera, con gentes que piensan, con gentes que ra- cionalizan. De este modo queda perfectamente claro que lo que hacemos es “cosificar”, es decir, objetivar y hacer concretas las discretas experiencias de los individuos de un grupo en un tiempo dado. Experiencia que reunimos en una totalidad a la que llamamos su cultura. Y, a los fines del estudio, está muy bien. El peligro asoma cuando “cosifica- mos” las semejanzas de los comportamientos, que son resultado del hecho de que un grupo de individuos se hallan parejamente condicionados por su sede o ambiente común, convirtiéndolos en algo que existiría fuera del hombre, en algo supraorgánico. No quiere decir esto que neguemos la utilidad, para ciertos problemas antropoló- gicos, de estudiar la cultura como si tuviera una existencia obje tiva. No hay otro modo de llegar a comprender la amplitud de la variación en los tipos de conducta reconocida o consagrada con los que se logran los fines que todos los hombres tienen que conseguir. Pero debemos evitar que el reconocimiento de una necesidad metodológica oscurezca el hecho de que estamos tratando con una “construcción” mental, y que, como en toda ciencia, utilizamos esta construcción como guía de nuestro pensamiento y como ayuda en el análisis. III. Cultura y Sociedad En el estudio del hombre y de sus obras es necesario distinguir el concepto “cultura” de su expresión compañera “sociedad”, ya que el no hacerlo pudiera confundir, seriamente nuestro pensamiento. Una cultura es el modo de vida de un pueblo, en tanto que una sociedad es el agregado organizado de individuos que siguen un mismo modo de vida. En términos más sen cillos todavía: una sociedad está compuestade gentes; el modo como se comportan es su cultura. ¿Podemos nosotros, sin embargo, separar así al hombre como 11 CO M U N IC AC IO N I animal social del hombre como criatura que tiene su cultura? ¿No es el comportamiento social realmente comportamiento cultural? ¿No hemos visto que la realidad definitiva en el estudio del hombre es el hom bre mismo, más que las ideas evanescentes, las ins- tituciones impalpables y hasta los mismos objetos materiales que han aparecido como resultado de la asociación del hombre en los agregados que llamamos sociedades? Con- sideremos estos tres puntos brevemente, uno tras otro. Al afirmar que el hombre es un animal social que vive solamente en agregados orga- nizados, tocamos un aspecto de su existencia, que, como veremos, comparte con otros muchos seres del mundo biológico. Fuera de algunos pocos casos cuya significación no es muy clara, el hombre es la única criatura que ha logrado cultura; esto es, cuyos modos de responder a las exigencias de la vida son de tipo acumulativo y mucho más variados que los de cualquier otra especie en la serie biológica. Una vez dicho esto (que el hombre comparte con muchos otros animales sociales la propensión a vivir en agregados, pero que es el único animal constructor de cultura) se hace patente la distinción entre las dos ex- presiones “sociedad” y “cultura”. Por consiguiente, para facilitar la comprensión, los dos aspectos deben ser considerados separadamente tanto como en sus mutuas relaciones. Algo parecido cabe decir cuando consideramos nuestra segunda cues tión, de si la con- ducta social no es al mismo tiempo conducta cultural. También, en este caso, al afirmar que el hombre es un animal social, que configura sus relaciones con sus compañeros de acuerdo con las institucio nes sociales, debemos reconocer que, aunque este aspecto es fundamental, no agota todo el asunto. Las instituciones sociales pueden ser entendidas ampliamente, de suerte que comprendan tanto las orientaciones econó micas y políti- cas como las basadas en el parentesco y en la libre asocia ción. Pero difícilmente puede ampliarse el concepto de modo que incluya aspectos tales del comportamiento humano como la religión, las artes y las lenguas, para no decir nada de las sanciones tácitas que se hallan en la base de toda conducta. “Organización social” es la expresión técnica antropo lógica para ese carácter básico de la vida del grupo humano que abarca las insti- tuciones que proporcionan asiento a todos los demás géneros de conducta, a la vez social e individual. Reconocer el hecho de que el hombre, animal o social, al actuar mutuamente con sus compañeros provee el asiento o sede de aquellos otros tipos de instituciones, signi- fica que los consagrados patrones de conducta pueden ser diferenciados de los motivos de los cuales tomaron origen. Sin embargo, en último término, ¿no son las gentes (la sociedad), la realidad, y no sus modos de vida? ¿No son estos últimos, impalpables, meras inferencias de la conducta que observamos cuando visitamos una comunidad de esquimales, de africanos o de franceses, cuando seguimos las idas y venidas de la gente, viendo cómo reaccionan entre sí, estu- diando la pauta de esas reacciones y dibujando así las instituciones que canalizan esta conducta?. Éste es, verdaderamente, el caso; y el método de observar a las gentes, que se llama “investigación de campo”, es la herramienta con que obtiene la etnografía sus datos primarios. El concepto “sociedad”, empleado en este sentido, está sujeto a las mismas reservas que hay que hacer cuando se emplea el concepto “cultura”. Así como vimos que toda cultura no es sino la “cosificación” del comportamiento individual, también toda sociedad humana es una “cosificación” (o “reificación”) a base de la sucesión de seres humanos que componen un grupo. Hay que recordar que la cultura es más que ningún individuo que vive dentro de ella ya por el solo hecho de que los artefactos, las instituciones, las sanciones que comprende, persisten largo tiempo después de la muerte de cualquier miembro dado del grupo que sigue aquel modo de vida. En la misma forma, ninguna sociedad está constituida por la misma gente du rante largo tiempo. Nacimientos y muertes cambian constantemente su 12 CO M U N IC AC IO N I personal. Cuando ha pasado por entero una generación, su composición es completamente diferente. Todo lo que la enlaza al pasado son los pa trones de conducta que han sido trans- mitidos a la gente que ahora la compone. Se ve con claridad que, al adoptar la continuidad social; hay que acudir a las mismas escapadas metodológicas de la realidad que cuando supusimos la continuidad de la cultura. El estudio de la sociedad es importante para nosotros, porque es esencial que compren- damos cómo el hecho de que el hombre vive en agregados afecta su conducta. Debemos tomar en cuenta no sólo las institucio nes sociales que el hombre ha creado para hacer po- sible el funciona miento de las sociedades humanas, sino también los impulsos que le llevan a establecer tales agregados y la manera como el individuo resulta inte grado en la socie- dad en la que ha nacido. Nos detendremos en este capí tulo en los últimos puntos, puesto que afectan considerablemente a las relaciones entre sociedad y cultura. En una sección ulterior, al estudiar la cultura en sus varias manifestaciones, describiremos algunas de las institu ciones que constituyen los patrones o pautas de la vida social humana.
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