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Extranos amores homosexuales en - Graham Robb - Sq Bags

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SECCIÓN	DE	OBRAS	DE	HISTORIA
EXTRAÑOS
Extraños
Amores	homosexuales	en	el	siglo	XIX
Graham	Robb
Primera	edición	en	inglés,	2003
Primera	edición	en	español,	2012
Primera	edición	electrónica,	2013
Título	original:
Strangers.	Homosexual	Love	in	the	Nineteenth	Century
Copyright	©	2003,	Graham	Robb
Reservados	todos	los	derechos.
Traducción	autorizada	de	la	edición	en	lengua	inglesa	publicada	por	Picador.
D.	R.	©	2012,	Fondo	de	Cultura	Económica
Carretera	Picacho-Ajusco,	227;	14738	México,	D.	F.
Empresa	certificada	ISO	9001:2008
Comentarios:
editorial@fondodeculturaeconomica.com
Tel.	(55)	5227-4672
Se	prohíbe	la	reproducción	total	o	parcial	de	esta	obra,	sea	cual	fuere	el	medio.	Todos	los	contenidos	que	se	incluyen	tales	como
características	 tipográficas	 y	 de	 diagramación,	 textos,	 gráficos,	 logotipos,	 iconos,	 imágenes,	 etc.,	 son	 propiedad	 exclusiva	 del
Fondo	de	Cultura	Económica	y	están	protegidos	por	las	leyes	mexicanas	e	internacionales	del	copyright	o	derecho	de	autor.
ISBN	978-607-16-1374-5
Hecho	en	México	-	Made	in	Mexico
http://www.fondodeculturaeconomica.com
mailto:editorial@fondodeculturaeconomica.com
Acerca	del	autor
Graham	Robb	nació	en	1958	en	Manchester.	Estudió	lenguas	modernas	en	la	Universidad	de
Oxford.	Obtuvo	un	posgrado	en	literatura	francesa	en	la	Universidad	de	Vanderbilt.	En	1997
ganó	 el	Whitbread	Book	Award	por	 su	biografía	 sobre	Victor	Hugo.	Es	 autor	 de	biografías
como	Baudelaire	(1989),	Balzac	(1994)	y	Rimbaud	(2009).
ÍNDICE
Agradecimientos
Prejuicio
Primera	parte
			I.	En	las	sombras
		II.	El	país	de	los	ciegos
	III.	Al	descubierto
Segunda	parte
	IV.	Amor	milagroso
		V.	Sociedad	de	extraños
	VI.	Un	sexo	por	derecho	propio
Tercera	parte
	VII.	Cuentos	de	hadas
VIII.	El	gentil	Jesús
		IX.	Héroes	de	la	vida	moderna
Apéndices
			1.	Estadísticas	de	criminalidad
			2.	“Un	análisis	personal	categórico	para	el	lector”
			3.	La	Europa	uraniana
Bibliografía
Lista	de	ilustraciones
Índice	analítico
AGRADECIMIENTOS
Este	libro	no	habría	existido	sin	los	trabajos	de	Martin	Duberman,	Lillian	Faderman,	Evelyn
Hooker,	Jonathan	Katz,	Rictor	Norton	y	la	mayoría	de	los	autores	cuyos	nombres	aparecen	en
la	bibliografía.
Soy	afortunado	por	ser	deudor	de	Gill	Coleridge,	Starling	Lawrence,	Becky	Senior	y	Peter
Strauss	 por	 su	 apoyo	 y	 buen	 consejo.	 Camilla	 Elworthy,	 Andrew	 Kidd,	 Therese	Mahoney,
Simon	 Phillips	 y	 Alison	 Robb	 ayudaron	 igualmente	 a	 hacer	 de	 esta	 aventura	 extrañamente
alegre.
Stephen	Roberts	mejoró	de	manera	inteligible	el	borrador	original.
Margaret	escribió	el	libro	conmigo.
PREJUICIO
Con	 mis	 propios	 ojos	 he	 visto	 los	 ejemplos	 más	 bellos	 de	 algo	 que	 conocemos	 sólo	 por	 las
tradiciones	griegas.	Pude	observar,	como	un	científico	atento,	sus	aspectos	morales	y	físicos.	Se
trata	de	un	tema	del	que	no	se	puede	hablar	casi,	y	mucho	menos	escribir,	y	así	 lo	guardo	para
futuras	conversaciones.
GOETHE	al	duque	Karl	August,
Roma,	29	de	diciembre	de	1787
[...]	que	el	 crimen	más	horrendo,	detestable	y	contra	natura	 (que	entre	 los	cristianos	no	puede
nombrarse)	llamado	sodomía.1
Acusación	del	reverendo	John	Church,
sesiones	de	Surrey,	1817
Más	de	una	vez,	mientras	trabajaba	en	este	libro,	dejé	la	época	de	los	sombreros	de	copa	y	de
los	 polisones	 para	 encontrarme	 con	 que	 el	 mundo	 exterior	 era	 extrañamente	 similar.	 Un
bibliotecario,	susurrándole	a	un	colega,	se	refería	a	los	títulos	que	le	pedía	de	una	colección
reservada	 como	 “libros	 indecentes”.	 Un	 librero	 francés	 guardaba	 los	 libros	 de	 gays	 y
lesbianas	 detrás	 de	 la	 caja	 registradora	 de	 modo	 que	 se	 tuviera	 que	 preguntar	 por	 ellos
personalmente.	 El	 director	 del	 archivo	 fotográfico	 de	 San	 Petersburgo	 rehusó	 proporcionar
una	fotografía	que	habría	de	ser	usada	en	un	libro	sobre	el	amor	homosexual.	Conocidos	míos
me	proporcionaban	viejas	ideas	acerca	de	la	homosexualidad	como	si	mostraran	amablemente
una	mascota	dinosaurio	o	un	pariente	 cromañón.	A	miembros	de	mi	 familia	 se	 les	mostraba
simpatía	 al	 tiempo	que	 se	 les	 preguntaba	qué	 estaba	 escribiendo.	Se	me	 encomiaba,	 de	una
manera	desconcertante	(y	errónea),	por	mi	valentía	y	se	me	importunaba	por	mi	oportunismo
—que	especulaba	en	la	lascivia	para	vender	más	libros—.	Se	me	preguntaba	qué	gente	famosa
iba	 yo	 a	 “exponer”,	 por	 lo	 común	 implicando	 que	 mis	 suposiciones	 estarían	 equivocadas.
Algunos	 se	 preguntaban	 si	mi	 libro	 sería	 “en	 favor”	 o	 “en	 contra”.	Otros,	 sabiendo	 que	mi
tema	era	 la	homosexualidad,	me	ofrecían	 retazos	de	 información	 sobre	abusadores	de	niños
victorianos	 y	 espectaculares	 crímenes	 sexuales.	 Estudiosos	 británicos,	 franceses	 y
estadunidenses	me	deseaban	un	rápido	retorno	a	la	biografía	y	la	historia	literaria.
Pocos	 temas	 proporcionan	 un	 sentido	 tan	 vívido	 del	 pasado.	 De	 hecho,	 muchos	 de	 los
capítulos	 de	 este	 libro	 sobrepasan	 su	meta	 final	 pretendida	 (la	 primera	Guerra	Mundial)	 y
acaban	a	fines	del	siglo	XX.	En	À	la	recherche	du	temps	perdu,	de	Marcel	Proust,	un	personaje
bromea	 acerca	 de	 que	 si	 el	 barón	 de	 Charlus,2	 un	 “invertido”	 notorio,	 seguía	 agitando	 sus
pestañas	 al	 conductor,	 el	 tren	 empezaría	 a	 retroceder.	 Este	 chiste,	 en	 multitud	 de	 formas,
todavía	se	cuenta.	La	conducta	pública	hacia	los	gays	hombres	y	mujeres	ha	cambiado	mucho,
pero	 las	 ideas	 privadas	 acerca	 de	 la	 homosexualidad	 son	muy	parecidas	 a	 las	 de	 hace	200
años.
Pensándolo	bien,	no	sorprende.	Yo	tenía	mis	propios	sedimentos	prejuiciosos	sin	analizar,
pero	a	la	vez	con	una	ventaja	importante:	mi	familiaridad	con	las	novelas	de	Balzac,	las	vidas
de	Rimbaud	y	Verlaine	y	las	complicadas	razones	alrededor	de	la	elección	de	Baudelaire	de
un	título	para	sus	poemas:	Les	lesbiannes.	Por	un	periodo	de	casi	15	años,	esta	investigación
ha	revelado	ciertos	fragmentos	curiosos	de	lo	que	parecía	una	cultura	desvanecida.	Muchos	de
ellos	eran	incluso	novedad	para	aquellos	amigos	que	mantenían	cierto	interés	por	la	historia
gay.	Parecía	una	buena	idea	divulgar	la	información	y	emplear	tres	años	leyendo	todo	lo	que
pude	encontrar	acerca	del	mundo	perdido.
El	tema	de	este	libro	es	el	amor	homosexual	en	Europa	y	los	Estados	Unidos,	los	obstáculos
que	 enfrentó	y	 las	 sociedades	que	 creó.	No	 se	 intenta	 un	 listado	 de	 homosexuales	 famosos.
Gente	 prominente	 que	 dejó	 un	 registro	 escrito	 de	 sus	 sentimientos	 forma	 parte	 en	 gran
proporción	 de	 la	 evidencia,	 pero	 una	 historia	 social	 debe	 dejar	 tanto	 espacio	 como	 sea
posible	 a	 la	masa	 humana	 conocida	 como	 “gente	 común”.	 No	 es	más	 acucioso	 convertir	 a
Oscar	Wilde	en	el	emisario	de	la	homosexualidad	del	siglo	XIX	como	ver	a	la	reina	Victoria
como	una	típica	victoriana.	Aunque	algunos	de	los	textos	citados	en	este	libro	pueden	ser	una
sorpresa	 para	 ciertos	 lectores,	 no	 se	 trata	 de	 un	 ejercicio	 para	 colgar	 etiquetas	 sexuales	 a
individuos	conspicuos.
Los	“extraños”	del	título	son	lesbianas	y	hombres	gay.	En	la	historia	sexual,	las	lesbianas
aparecen	 a	 menudo	 en	 capítulos	 separados,	 por	 razones	 políticas	 y	 prácticas,	 pero	 las
similitudes	en	la	vida	de	hombres	y	mujeres	gay	son	lo	suficientemente	fuertes	y	significativas
como	para	que	formen	parte	de	la	misma	historia.	Sea	cual	fuere	la	intención,	la	segregación
histórica	de	hombres	y	mujeres	agrava	la	falta	de	evidencia	y	asimismo	ayuda	a	mantener	la
historia	de	las	lesbianas	en	la	oscuridad.
Quizá	el	problema	más	engañoso	descansa	en	el	hecho	de	que	casi	todo	el	mundo	tiene	una
teoría	 acerca	 de	 la	 homosexualidad,	 su	 historia	 y	 sus	 causas.	 Las	 nociones	 más	 comunes
parecen	ser:	a)	que	la	homosexualidad	nunca	solía	ser	mencionada	y	ni	siquiera	se	sabía	de	su
existencia;	b)	que	la	homosexualidad	va	en	incremento.
Estas	teorías	son	más	bien	impresiones,	no	conclusiones.	Es	notable	cómo	una	persona	que
insiste	en	que	la	homosexualidad	es	un	acontecimiento	muy	reciente,	si	se	le	insiste	en	el	tema
recordará	 algunosejemplos	 anteriores,	 tanto	 de	 hombres	 como	 de	mujeres,	 en	 la	 familia	 o
fuera	de	ella,	de	ese	mismo	tipo	del	que	se	supone	que	no	existía.
La	 idea	de	que	 la	 homosexualidad	 es	peculiar	 de	 ciertos	periodos	 refleja	 una	 tendencia
natural	a	confundir	la	propia	historia	con	la	historia	de	la	sociedad.	En	la	experiencia	de	casi
todos,	la	actividad	sexual	siempre	está	en	ascenso,	desde	la	niñez	hasta	la	temprana	madurez	y
a	 veces	 más	 allá.	 Si	 la	 teoría	 de	 la	 proliferación	 homosexual	 siempre	 fue	 correcta,	 los
“extraños”	de	este	libro	hubieran	sido	heterosexuales	y	no	homosexuales.	Por	lo	menos	en	mil
años	la	gente	se	ha	quejado	de	que	los	sodomitas,	margeries	[maricas],	homosexuales	o	gays
prevalecen	más	que	antes.
1102:	 “Este	 pecado	 es	 ahora	 tan	 frecuente	 que	 nadie	 se	 sonroja	 ya	 ante	 él,	 y	muchos	 caen	 en	 él	 sin	 percibir	 su
gravedad”3	(san	Anselmo).
1663:	“Sir	J.	Mennes	y	el	señor	Batten	dicen	que	la	sodomía	se	ha	vuelto	tan	común	entre	nuestros	galantes	como	en
Italia,	y	que	muchos	criados	de	la	ciudad	empiezan	a	quejarse	de	sus	amos	por	ello”	(Samuel	Pepys).
1749:	“Hasta	los	años	pasados,	la	sodomía	era	un	pecado,	en	forma	nunca	oída	en	estas	naciones”.	“Tenemos	toda	la
razón	de	temer	que	hay	cantidad	de	gente	de	los	que	no	tenemos	noticia,	y	que	esta	práctica	abominable	se	afirma	día
con	día”	(“Plain	Reasons	for	the	Growth	of	Sodomy	in	England”,	en	Satan’s	Harvest	Home).
1811:	 “Creo	 que	 lo	 más	 notable	 del	 último	 año	 de	 nuestra	 historia	 es	 el	 enorme	 incremento	 de	 pederastas	 [...]
Supongo	que	en	ningún	 lugar	ni	época,	desde	 la	creación	del	mundo,	ha	sido	 la	sodomía	 tan	común”	(C.	S.	Matthews	a
Byron).
c.	 1850:	 “El	 incremento	 de	 estos	 monstruos	 en	 forma	 de	 hombres,	 llamados	 comúnmente	 margeries	 [maricas],
pooffs	 [putos],	 etc.,	 en	 los	 últimos	 años,	 en	 la	 gran	metrópoli,	 hace	 necesario	 para	 el	 bien	 público	 que	 se	 haga	 de	 su
conocimiento”	(Yokel’s	Preceptor).
1881:	“La	inmoralidad,	utilizada	en	un	sentido	especial	que	no	necesito	definir,	se	ha	incrementado	en	últimas	fechas
entre	las	clases	altas	de	Inglaterra,	y	especialmente	en	las	grandes	ciudades	[...]	Hay	bases	suficientes	para	alarmarse	de
que	 la	 nación	 se	 encuentre	 en	 el	 inicio	 de	 una	 edad	 de	 voluptuosidad	 y	 osada	 inmoralidad”	 (Prebendo	 J.	 M.	Wilson,
Morality	in	Public	Schools).
1884:	“Desde	mis	conferencias	de	1881	sobre	este	tema,	las	deformaciones	anales	causadas	por	este	acto	antinatural
se	han	vuelto	más	y	más	numerosas	por	desgracia,	demostrando	que	los	actos	 lascivos	van	en	aumento	en	estas	fechas
[...]	 Safismo	 y	 sodomía	 están	 creciendo	 a	 un	 grado	 no	 conocido	 antes”	 (doctor	 Louis	 Martineau,	 Leçons	 sur	 les
déformations	vulvaires	et	anales).
1930:	“La	cuestión	de	la	homosexualidad	se	cierne	sobre	la	sociedad	como	un	espantapájaros	espectral.	A	pesar	de
todas	las	condenas,	el	número	de	pervertidos	parece	estar	creciendo”	[Alfred	Adler,	Das	Problem	der	Homosexualität].
La	 noción	 complementaria	 de	 que	 la	 homosexualidad	 tiene	 una	 causa	 particular	 es	más
duradera.	 La	 información	 sobre	 la	 homosexualidad	 a	 través	 de	 libros,	 los	 medios,	 la
experiencia	personal	y	la	chismografía	tiende	todavía	a	ser	tratada	como	un	diagnóstico	más
que	como	una	descripción,	como	si	el	fin	último	fuera	aún	encontrar	una	cura.
El	siguiente	diluvio	de	causas	aducidas	comúnmente	hará	posible,	por	 lo	menos,	ver	 las
causas	 favoritas	 personales	 en	 un	 contexto	 más	 amplio.	 Muchas	 de	 estas	 explicaciones	 se
propusieron	 con	 toda	 seriedad	 y	 a	 veces	 constituyeron	 la	 base	 de	 una	 carrera	 médica,
psiquiátrica,	de	antropología	social	o	sociológica.	La	lista	se	basa	en	cerca	de	350	textos	que
datan	 de	 fines	 del	 siglo	 XVIII	 a	 principios	 del	 XX.	 Muchas	 de	 estas	 “causas”	 se	 irán
mencionando	 a	 lo	 largo	 del	 libro.	 En	 este	 momento,	 la	 idea	 es	 simplemente	 mostrar	 la
dirección	 general	 del	 pensamiento.	 Para	 conveniencia	 del	 lector,	 las	 explicaciones	 se	 han
dividido	en	categorías	aproximadas.
Fisiológicas
•	Rasgos	regionales	o	étnicos	tales	como	belleza,	fealdad	o	conformación	genital	(especialmente	tamaño);
•	clima	(especialmente	la	temperatura	y	la	altura);
•	desequilibrio	químico	causado	por	la	dieta	o	el	suelo;
•	impotencia	o	esterilidad	(congénita	o	accidental;	por	ejemplo,	montar	a	caballo	en	exceso);
•	“condiciones	anormales	del	lóbulo	anterior	del	cuerpo	pituitario”;4
•	falla	en	el	paso	por	la	pubertad	debido	a	dieta	pobre	y	a	las	condiciones	de	vida;
•	excesiva	dieta	de	carne;
•	falta	de	ejercicio	físico;
•	impedimentos	físicos	para	relacionarse;
•	enfermedad	venérea;
•	epilepsia;
•	anemia;
•	masturbación;
•	abuso	de	drogas	(especialmente	el	opio	y	el	alcohol);
•	hermafroditismo	atávico;
•	deformación	fetal	que	causa	que	los	nervios	genitales	terminen	en	el	recto;
•	excesiva	aplicación	de	enemas;
•	castración	u	ovariotomía,	y
•	padres	de	edades	muy	distintas	(especialmente	un	padre	viejo	y	una	madre	joven).
Psicológicas	y	parapsicológicas
•	Temor	a	contraer	enfermedades	venéreas	(“sifilofobia”);
•	temor	al	embarazo;
•	densidad	de	población,	familia	grande	o	degeneración	física	que	desencadena	una	forma	instintiva	de	anti-concepcionismo;
•	regresión	a	una	era	prehumana	en	que	las	caderas	eran	el	estimulante	visual	primario;
•	curiosidad	o	aburrimiento;
•	los	libros	acerca	de	la	homosexualidad;
•	misoginia	o	androfobia;
•	abstinencia	o	exceso	sexual;
•	violación	homosexual,	especialmente	en	la	niñez;
•	falta	de	amor	paterno;
•	madres	posesivas;
•	decepción	en	el	amor	heterosexual;
•	celibato;
•	matrimonio;
•	timidez;
•	frenesí	(por	ejemplo,	satiriasis,	ninfomanía	o	“delirio	erótico”);
•	posición	sexual	adoptada	por	los	padres	en	el	momento	de	la	concepción;
•	deseo	de	la	madre	de	un	niño	del	otro	sexo;
•	ausencia	del	padre	durante	el	embarazo;
•	lecturas	maternas	(por	ejemplo,	cuentos	orientales)	o	el	deseo	inusitadamente	fuerte	por	los	hombres	durante	el	embarazo,
y
•	alineaciones	planetarias	en	el	momento	del	nacimiento	(especialmente	Urano).
Sociales
•	Migraciones	(la	expansión	hacia	el	oeste	de	los	búlgaros,	la	invasión	normanda,	etc.);
•	influencias	religiosas	(católicas,	protestantes,	musulmanas,	paganas,	etc.);
•	ateísmo	y	falta	de	restricciones	religiosas;
•	instituciones	unisexuales	tales	como	conventos,	internados	escolares,	cárceles	y	fuerzas	armadas;
•	modas	extranjeras	y	malos	ejemplos	(especialmente	Oscar	Wilde);
•	poligamia	(en	Oriente)	que	conduce	a	la	saciedad	en	las	clases	altas	y	falta	de	mujeres	en	las	clases	bajas;
•	refinamiento	excesivo	de	la	aristocracia;
•	embrutecimiento	de	los	plebeyos;
•	aceptación	social	del	sexo	no	procreador;
•	emancipación	de	las	mujeres;
•	despenalización	de	los	actos	homosexuales,	y
•	“relajamiento	de	la	fuerza	moral”.
No	es	tan	fácil	como	uno	podría	pensar	ajustar	estas	explicaciones	de	la	homosexualidad
por	 orden	 cronológico.	 Algunas	 son	 todavía	 hoy,	 en	 el	 siglo	 XXI,	 bastante	 populares:	 la
homosexualidad	 es	 un	 amor	 a	 la	 belleza	 física	 heredada	 de	 los	 antiguos	 griegos;	 la
homosexualidad	 es	 resultado	 de	 una	 inmadurez	 mental	 o	 física;	 causan	 la	 homosexualidad
otros	 homosexuales,	 especialmente	 aquellos	 que	 trabajan	 en	 las	 escuelas	 o	 en	 los	 medios
masivos	de	comunicación.
Estas	 explicaciones	 tan	 distintas	 —las	 sociales,	 las	 físicas	 y	 las	 metafísicas—	 son
similares	en	lo	fundamental.	Todas	reflejan	el	deseo	de	encontrar	la	causa.	Sea	que	se	piense
que	los	homosexuales	se	originan	en	el	Jardín	del	Edén	con	Lilith,5	la	primera	mujer	de	Adán
o	en	los	albores	de	la	evolución	en	organismos	sexualmente	indiferenciados6	o	en	un	gen	de	la
región	Xq28	del	cromosoma	X,7	la	idea	esencial	es	que	deben	provenir	de	algún	lado.
La	naturaleza	 convolutiva	de	 esta	 investigación	acerca	de	 los	orígenes	 es	 especialmente
obvia	en	el	dominio	vívido	de	la	geografía	sexual.	Este	libro	hubiera	debido	contener	un	mapa
comprehensivo	de	la	dispersión	imaginadade	la	homosexualidad	en	el	mundo	occidental,	pero
los	 primeros	 esbozos	 produjeron	 de	 inmediato	 una	masa	 ilegible	 de	 flechas	 en	 direcciones
encontradas.	 Mientras	 que	 the	 Italian	 vice	 trepaba	 por	 la	 Gran	 Bretaña,	 il	 vizio	 inglese
(también	aplicado	a	la	flagelación)	se	deslizaba	hacia	el	sur	por	Nápoles	y	Capri.	En	Francia,
l’amour	allemand	cruzaba	el	Rin	como	un	ejército	invasor.	Mientras	tanto,	die	 französische
Krankheit,	 conducido	 por	 la	 pornografía	 y	 los	 diletantes,	 dirigía	 la	 contraofensiva,
convirtiendo	las	ciudades	en	burdeles	al	aire	libre	y	a	respetables	mujeres	en	lesbianas.
Los	 rumanos	 seguían	 la	pista	de	 los	homosexuales	 en	Turquía,	 los	 turcos	 los	 seguían	en
Persia	 y	 los	 persas	 en	 una	 remota	 provincia	 persa.	En	 1810,	 cuando	 un	 floreciente	 club	 de
mollies	 [mariquitas]	 fue	 descubierto	 en	 un	 pub	 de	 Londres,	 dos	 periódicos	 acusaron	 a	 las
guerras	napoleónicas	por	“el	mal”:	demasiados	sirvientes	extranjeros	y	demasiados	 ingleses
expuestos	a	las	costumbres	extranjeras.8	En	París,	un	supuesto	incremento	de	la	“pederastia”
en	los	cuarenta	del	siglo	XIX	se	atribuyó	a	la	conquista	de	Argelia:	de	acuerdo	con	el	marqués
de	Boissy,9	 las	 tropas	 trajeron	 el	mal	 d’orient	 a	 casa	 como	 una	 enfermedad	 tropical.	Más
tarde,	la	oleada	de	turistas	sexuales	de	la	Gran	Bretaña,	Francia	y	Alemania	convenció	a	los
argelinos	(según	André	Gide)	de	que	“estas	aficiones	les	llegaron	de	Europa”.10	Ni	siquiera	el
Océano	Atlántico	 pudo	 ser	 útil	 como	 cordon	sanitaire.	 En	 1842,	 un	 periódico	 neoyorquino
llamado	Whip	 (Látigo)	observó	 con	cierto	 alivio	que,	 entre	 los	 sodomitas	que	 infestaban	 la
ciudad,	“hasta	ahora	no	hemos	encontrado	norteamericanos:	todos	son	ingleses	o	franceses”.11
Estas	 rutas	 del	 comercio	 sexual	 pueden	 reflejar	 variaciones	 regionales	 en	 cuanto	 a	 la
aceptabilidad	de	la	conducta	homosexual	y	reflejan	desde	luego	la	naturaleza	internacional	de
la	cultura	gay.	Cuando	un	diccionario	francés	de	1870	 ilustraba	 la	palabra	péderaste	 con	 la
frase	“Hay	muchos	pederastas	entre	los	griegos	y	los	italianos”,12	debería	haber	puntualizado
que	 muchos	 de	 estos	 “pederastas”	 eran	 franceses.	 Pero	 estas	 teorías	 geográficas	 no	 tienen
valor	alguno,	por	lo	demás,	como	explicación	de	las	preferencias	sexuales.
Muchas	de	las	ideas	acerca	de	la	homosexualidad	sobreviven,	a	menudo	durante	siglos,	no
porque	 se	 ajusten	 a	 la	 experiencia	 real,	 sino	porque	nos	 cuentan	una	historia	 interesante,	 lo
cual	en	parte	tiene	que	ver	con	que	en	los	principios	de	la	sexología	la	literatura	y	la	ciencia
dependían	 una	 de	 otra.	 Cerca	 de	 1870	 hasta	 1920,	 los	 estudios	 científicos	 del	 lesbianismo
aumentaron	en	la	misma	proporción	que	las	novelas	con	personajes	de	lesbianas.	Las	teorías
de	 los	 propios	 homosexuales	 venían	 a	 ser	 decepcionantemente	 triviales.	 La	 mayoría	 de	 la
gente	a	la	que	se	entrevistaba	sobre	el	tema	simplemente	afirmaba	que	eran	“de	esa	manera”
desde	que	tenían	memoria	y	razón.
El	enfoque	“científico”	de	la	homosexualidad	casi	siempre	implica	una	falacia	lógica.	El
británico	National	Survey	of	Sexual	Attitudes	and	Lifestyles	 [Sondeo	Nacional	de	Actitudes
Sexuales	y	Estilos	de	Vida]	de	1994	encuentra	que	los	únicos	rasgos	obvios	que	distinguen	a
los	homosexuales	británicos,	aparte	de	sus	inclinaciones	sexuales,	es	su	tendencia	a	vivir	en
Londres.13	Las	pruebas	forenses	y	anecdóticas	sugieren	que	esta	migración	interna	se	remonta
a	 200	 años	 por	 lo	menos,	 y	 probablemente	 por	 tanto	 tiempo	 como	han	 existido	 los	 grandes
asentamientos	 urbanos.	 Los	 pueblos	 y	 las	 ciudades	 ofrecen	 una	 población	 más	 tolerante	 o
indiferente	 así	 como	 una	 vida	 social	 más	 variada.	 Al	 llegar	 a	 una	 gran	 ciudad,	 muchos
homosexuales	del	siglo	XIX	se	asombraron	de	encontrar	que,	después	de	todo,	ellos	no	eran	tan
raros.	Quizá	la	ciudad	puede	haberles	alterado	su	conducta	e	incluso	revelado	su	sexualidad,
pero	pocos	gays	pensaron	su	sexualidad	como	un	efecto	secundario	de	la	vida	urbana.
Sin	embargo,	el	 instinto	narrativo	presentó	esta	 tendencia	demográfica	no	 tanto	como	un
reflejo	 de	 los	 arreglos	 prácticos,	 sino	 más	 bien	 como	 una	 prueba	 dramática	 de	 que	 las
ciudades	 criaban	pervertidos	 sexuales.	Las	 luces	brillantes	y	 el	 aire	 contaminado	de	Nueva
York,	Londres,	París	y	Berlín	eran	los	rayos	y	centellas	que	destruyeron	Sodoma	y	Gomorra.
Esta	noción	se	veía	 reforzada	por	expresiones	 tales	como	“Sodoma	en	el	Spree”	 (Berlín)	o
“Sodoma	 junto	 al	 mar”	 (San	 Francisco)	 y	 títulos	 como	 Sodom	 in	 Union	 Square	 (1879)	 o
Paris-Gomorrhe	 (1894).	La	conexión	entre	el	pasado	mítico	y	el	misterioso	presente	estaba
tan	 arraigada	 que	 las	 explicaciones	 físicas	 de	 la	 desaparición	 de	 Sodoma	 y	 Gomorra	 por
terremotos	 o	 por	 el	 incendio	 de	 lagos	 de	 betún	 subterráneos	 a	 veces	 se	 trataban	 como
argumentos	en	favor	de	la	 tolerancia	sexual:	 los	sodomitas	no	eran	pecadores,	eran	víctimas
de	una	catástrofe	natural.
La	costumbre	de	agregarle	causas	coloridas	a	 los	efectos	 triviales	no	es	peculiar	de	 las
nociones	 populares	 de	 la	 homosexualidad.	 El	 mismo	 tipo	 de	 lógica	 parece	 inspirar	 la
persistente	 idea	 psicológica	 de	 que	 los	 homosexuales	 son	 resultado	 de	 padres	 débiles	 o
ausentes	 y	 de	 madres	 sobreprotectoras	 (expresada	 por	 primera	 vez	 en	 el	 ensayo	 sobre
Leonardo	 da	 Vinci	 que	 Freud	 escribió	 en	 1910).	 Lejos	 de	 identificar	 una	 causa,	 parece
describir	una	reacción	paterna	común	ante	los	hijos	que	eran	afeminados	u	homosexuales:	las
madres	tendían	a	condolerse,	los	padres	a	cortar	todo	vínculo.
La	idea	de	Freud	satisfacía	los	dos	requisitos	principales	de	una	teoría	exitosa.	En	primer
lugar,	 armonizaba	 con	 el	 prejuicio	 popular:	 en	 este	 caso,	 la	 creencia	 de	 que	 los	 gays	 eran
“hijos	 de	 mamá”.	 En	 segundo	 lugar,	 era	 casi	 indestructiblemente	 elástica.	 Si	 el	 padre	 se
condolía,	 podía	 describírsele	 como	 un	 ser	 débil.	 De	 modo	 similar,	 podría	 decirse	 que	 la
mayoría	de	las	madres	ejercían	cierto	grado	de	dominio	emocional	en	determinada	etapa	del
desarrollo	de	los	niños,	sobre	todo	a	una	edad	temprana.
Teorías	similares	pueden	encontrarse	a	 todo	lo	largo	de	los	siglos	XIX	y	XX.	Por	gruesas
que	fueran	 las	capas	de	 la	elaboración	subsiguiente,	casi	 toda	explicación	“científica”	de	 la
homosexualidad	podía	rastrearse	hacia	un	hecho	rudimentario:
Hecho:	Los	homosexuales	tienden	a	casarse	en	menor	medida	que	los	heterosexuales.
Teoría:	El	celibato	causa	la	homosexualidad.
Hecho:	Los	actos	homosexuales	eran	ilegales.
Teoría:	El	homosexual	es	un	tipo	fuera	de	la	ley.
Hecho:	 Muchos	 homosexuales	 estudiados	 por	 médicos	 han	 sufrido	 de	 chantajes,	 arrestos,	 burla	 pública	 y	 exámenes
médicos	humillantes.
Teoría:	Los	homosexuales	son	neuróticos.
Hecho:	 Los	 asilos	 para	 locos	 proporcionaban	 a	 los	 patólogos	 grandes	 números	 de	 sujetos	 experimentales	más	 o	menos
sumisos.
Teoría:	Los	homosexuales	son	dementes.
Tal	 como	 se	 quejaba	Marc-André	 Raffalovich	 en	Uranisme	 et	 unisexualité	 (1896),	 la
mayoría	 silenciosa	 de	 “unisexuales”14	 pasaba	 inadvertida	 para	 médicos	 y	 legisladores
precisamente	por	su	silencio.	Por	la	fuerza	pura	de	las	circunstancias,	el	unisexual	típico,	a	los
ojos	 de	 muchos	 médicos,	 era	 un	 travestido	 con	 una	 vida	 sexual	 febril	 y	 un	 historial	 de
enfermedades	mentales.
Naturalmente,	 muchas	 de	 estas	 ideas	 parecían	 verdaderas	 según	 los	 hechos.	 Los
homosexuales	tratados	como	criminales	a	veces	cometían	suicidio,	lo	que	demostraba	que	eran
mentalmente	 inestables.	 Algunos	 se	mostraban	 agradecidos	 a	 los	médicos	 por	 escuchar	 sus
historias	de	angustia	y	trataban	de	cumplir	según	su	nueva	personalidad	científica.	A	cambio
de	un	oído	amigable,	proporcionaban	pruebas	de	una	conducta	histérica,	de	debilidad	moral	o
de	un	árbol	familiar	infestado	de	lunáticos	y	drogadictos.
Los	 propioscientíficos	 reunían	 más	 razones	 para	 creer	 en	 sus	 propias	 teorías.	 Ningún
médico	que	hubiera	observado	mil	anos	en	busca	de	señales	fisiológicas	de	“inversión”	iba	a
concluir	que	su	teoría	lo	hubiera	llevado	a	un	cul-de-sac.
Entonces	 como	 ahora,	 las	 teorías	 pueden	 hacer	 que	 el	 pasado	 gay	 parezca	 mucho	 más
pobre	 y	más	 triste	 de	 lo	 que	 fue.	De	manera	 destacada,	 las	 apelaciones	 por	 un	 tratamiento
equitativo	basado	en	una	teoría	de	la	sexualidad	dependen,	en	última	instancia,	de	la	gentileza
de	quien	 aplica	 la	 teoría.	Karl	Heinrich	Ulrichs,	 quien	 se	 lanzó	abiertamente	 en	pro	de	una
aceptación	legal	y	social	de	la	homosexualidad	en	los	sesenta	y	setenta	del	siglo	XIX,	creía	que
los	“uranianos”	eran	distintos	congénitamente	del	resto	de	la	raza	humana.	Heinrich	Himmler,
que	causó	la	muerte	de	miles	de	homosexuales	en	los	campos	de	la	muerte	nazis,	mantenía	el
punto	 de	 vista	 menos	 siniestro	 de	 que	 los	 niños	 se	 volvían	 homosexuales	 por	 la	 falta	 de
oportunidades,	 especialmente	 en	 las	 ciudades,	 donde	 según	 Himmler,	 los	 departamentos	 en
pisos	elevados	les	impedían	trepar	a	las	ventanas	de	las	habitaciones	de	las	muchachas.
Desde	 un	 punto	 de	 vista	 teórico	 de	 fines	 del	 siglo	 XX,	 la	 idea	 de	 Himmler	 sería	 más
aceptable	debido	a	que	 subrayaba	el	 elemento	de	 la	 selección.15	 La	 teoría	 del	 innatismo	de
Ulrichs,	 aunque	 ayudaba	 a	 que	 la	 gente	 cambiara	 de	 actitud,	 sería	 considerada	 como	 una
concesión	 rastrera	 al	 prejuicio:	 los	 homosexuales	 debían	 ser	 tolerados	 porque	 no	 pueden
evitar	serlo.
Los	 primeros	 historiadores	 modernos	 del	 amor	 homosexual	 trabajaban	 bajo	 restricciones
personales	 y	 profesionales	 severas,	 pero	 lograron	 proporcionar	 una	 buena	 cantidad	 de
información	confiable	sin	perder	 la	paciencia	o	su	sentido	del	humor.	Sin	embargo,	fuera	de
uno	 o	 dos	 proyectos	 de	 reconocimiento	 aéreo,	 la	 mayoría	 de	 los	 libros	 sobre	 el	 tema	 se
confinaban	a	un	país	o	a	una	lengua	y	se	mostraban	vulnerables	a	las	distorsiones	locales.	Una
de	las	primeras	ambiciones	de	este	libro	fue	hacer	que	“Europa”	significara	algo	más	que	la
Gran	Bretaña	y	cierta	variedad	de	destinos	turísticos	continentales,	en	especial	hacer	que	los
descubrimientos	 de	 los	 historiadores	 europeos	 se	 conocieran	 mejor	 en	 el	 mundo	 de	 habla
inglesa.	 Los	 homosexuales	 hombres	 y	 mujeres	 de	 Europa	 y	 los	 Estados	 Unidos	 eran
notablemente	 cosmopolitas,	 pero	 esto	 no	 siempre	 se	 ve	 reflejado	 en	 las	 historias	 sobre	 el
tema.
La	sorpresa	mayor	fue	la	influencia	incondicional	de	la	teoría	de	la	construcción	social	de
Michel	Foucault	 (véanse	 las	pp.	61-62),	desarrollada	en	 su	Histoire	de	 la	 sexualité	 (1976-
1984).	La	gran	ventaja	de	esta	teoría	era	que	permitía	que	la	sexualidad	fuera	estudiada	a	la
luz	de	la	historia	y	de	la	sociología.	Por	desgracia,	ésta	también	popularizó	la	idea	de	que	la
gente	gay	carecía	de	una	herencia	real	antes	de	los	setenta	del	siglo	XIX.	La	idea	básica	es	que
la	 sexualidad	 no	 es	 innata	 sino	 “construida”	 por	 un	 conjunto	 de	 circunstancias	 particulares,
sobre	todo	por	el	surgimiento	del	capitalismo	competitivo	y	sus	valedores,	la	ciencia	moderna
y	el	control	burocrático.	En	su	forma	más	extrema,	el	enfoque	construccionista	social	sugiere
que	la	“homosexualidad”	no	existió	hasta	que	se	inventó	la	palabra.	Supuestamente,	antes	de
eso	la	sexualidad	era	simplemente	cierto	repertorio	de	hechos,	no	un	rasgo	de	la	personalidad.
Este	enfoque	tuvo	un	atractivo	amplio	entre	la	comunidad	académica	gay:	significaba	que
no	había	una	cultura	gay	continua	y	que	Sócrates	o	Miguel	Ángel	no	podían	ser	considerados
“gay”;	parecía	prometer	una	evasión	automática	del	anacronismo,	y	atribuía	enorme	influencia
a	 los	 teóricos	académicos	precedentes.	También	permitía	 pequeñas	 cantidades	de	 evidencia
que	 podían	 ser	 presentadas	 como	 atisbos	 de	 un	 periodo	 y	 una	 cultura	 completos.	 No	 es
coincidencia	que	las	más	grandes	teorías	tendieran	a	provenir	de	pequeños	artículos.
La	 teoría	de	que	 la	homosexualidad	apareció	en	un	momento	particular	casaba	muy	bien
con	las	nociones	populares	de	la	historia	sexual.	Los	primeros	teólogos	cristianos,	los	poetas
románticos	y	los	teóricos	homosexuales	del	siglo	XX	se	aferraban	al	punto	de	vista	de	que,	tras
un	momento	cataclísmico	de	la	historia	humana	—la	Caída	del	Hombre,	la	muerte	de	Dios,	la
“fractura”	 modernista	 del	 pensamiento	 y	 el	 conocimiento—	 una	 Edad	 de	 Oro	 de	 la
indeterminación	 sexual	 llegaría	 a	 su	 fin.	 Esta	 percepción	 ideológica	 de	 un	 pasado	 menos
culpable	 y	 de	 simpleza	 sexual	 es	 sospechosamente	 similar	 a	 las	 convenientes	 actitudes	 de
algunos	colonialistas	victorianos.	En	lugares	que	son	extranjeros	por	el	tiempo	o	la	distancia,
los	vínculos	 casuales	 son	con	 frecuencia	 invisibles	y	 su	 ausencia	 aparente	 tiende	a	 crear	 la
impresión	 de	 una	 libertad	 y	 espontaneidad	 inusuales.	 Este	 mundo	 sin	 gobierno	 habría	 sido
irreconocible	para	los	naturales	del	siglo	XIX.
En	primer	lugar,	siempre	hubo	personas	a	las	que	atrajo	en	principio	o	exclusivamente	la
gente	de	su	propio	sexo.	Ninguna	dificultad	tenían	en	identificarse	como	homosexuales	(fuere
cual	fuere	la	palabra	que	se	usara),	a	menudo	desde	temprana	edad.	En	segundo	lugar,	se	sabía
que	 esta	 gente	 existía	 y	 que	 se	 la	 consideraba	 diferente.	 No	 se	 llamaban	 a	 sí	 mismos
“homosexuales”	o	“gays”	y	vivían	en	una	sociedad	que	hubiera	sido	profundamente	chocante,
en	 muchas	 formas,	 e	 irreconocible	 para	 los	 habitantes	 del	 siglo	 XXI.	 Pero	 los	 primeros
“sodomitas”,	 mollies,	 margeries	 y	 poufs	 victorianos	 tenían	 mucho	 en	 común	 con	 los
“uranianos”,	“invertidos”,	“homosexuales”	y	“raros”	de	los	últimos	años:	experiencias	diarias
muy	similares,	una	cultura	compartida	y	desde	luego	la	capacidad	de	enamorarse	de	personas
de	su	propio	sexo.
Ninguna	historia	de	un	rasgo	humano	puede	afirmar	que	es	comprensiva.	La	“homosexualidad”
es	 una	 generalización	 burda	 y	 la	misma	 palabra	 lleva	 a	 una	 noción	 del	 amor	 temiblemente
clínica.	 Refuerza	 la	 asociación	 vulgar	 del	 amor	 gay	 con	 la	 cópula	 anal16	 (practicada
comúnmente	 también	 por	 las	mujeres	 y	 los	 hombres	 heterosexuales).	De	manera	 extraña,	 la
objeción	más	común	a	la	palabra,	desde	su	invención	en	1868	(véanse	pp.	93-95),	ha	sido	que
combina	el	griego	(homos,	el	mismo)	con	el	latín	(sexus).17	(La	misma	queja	podría	hacerse	de
“televisión”	y	de	“sociólogo”.)
Un	problema	más	serio	es	la	falta	de	pruebas.	Algunos	países,	como	España	y	Canadá,18
son	territorios	inexplorados.	En	todos	los	países	se	destruyeron	los	papeles	privados,	nunca	se
registraron	los	pensamientos,	se	escondieron	las	vidas	bajo	el	convencionalismo	y	una	plaga
de	eufemismos	borró	los	rastros	del	amor	homosexual.
En	 todo	caso,	es	difícil	dar	una	descripción	concisa	y	clara	de	 las	actitudes	sociales	de
cualquier	época	determinada.	La	tendencia	inevitable	es	caricaturizar	un	periodo	de	modo	que
pueda	contrastarse	con	otro.	Por	ejemplo,	las	cuatro	afirmaciones	que	siguen	pueden	utilizarse
para	caracterizar	las	actitudes	de	una	sociedad	particular19	hacia	la	homosexualidad:
•	La	homosexualidad	“puede	ser	tolerada	por	los	franceses,	pero	somos	británicos,	gracias	a	Dios”.
•	La	homosexualidad	“se	ve	precipitada	por	la	conducta	sexual	anormal	de	los	padres	durante	el	embarazo”.
•	Dios	envió	una	“plaga	espantosa”:	a	los	“pervertidos”	que	“ofendieron	las	leyes	de	Dios	y	de	la	naturaleza”.
•	Los	homosexuales	deben	ser	colgados,	azotados,	castrados	y	“enviados	a	su	país”.
Estas	opiniones	aparentemente	arcaicas	se	publicaron	en	la	Gran	Bretaña	en	1965,	1977	y
1986.	Algún	día,	permitirán	que	los	lectores	del	siglo	XXII	sientan	pena	por	la	gente	que	tuvo
que	sufrir	la	noche	final	del	siglo	XX.	Pero	poca	gente	de	la	que	vive	hoy	en	día	consideraría
que	esto	es	una	descripción	equilibrada	de	las	actitudes	sexuales	de	la	Gran	Bretaña	moderna.
La	 imagendel	 periodismo	 amarillista	 de	 una	 población	 de	 ignorantes	 de	 mala	 fe
consumida	por	el	miedo	y	la	envidia	puede	corregirse	mediante	la	experiencia	personal.	Pero
cuando	el	periodo	de	que	se	trata	está	más	allá	de	la	memoria	viva,	es	más	difícil	corregir	sus
distorsiones.
Una	de	las	fuentes	de	información	principales	sobre	la	homosexualidad	es	la	bibliografía.
A	primera	vista,	ya	que	el	registro	bibliográfico	dice	muy	poco	sobre	el	tema,	parecería	que	la
homosexualidad	 hubiera	 sido	 relativamente	 inusual	 y	 sin	 importancia	 en	 el	 pasado.	 Pero	 la
bibliografía	 rara	 vez	 ha	 sido	 la	 expresión	 enciclopédica	 y	 libre	 de	 una	 sociedad	 completa.
También	otros	aspectos	comunes	más	de	la	vida	humana	carecen	de	registro.
De	hecho,	el	 tema	de	la	homosexualidad	prevaleció	más	de	lo	que	parece.	Las	palabras,
los	 gestos	 y	 los	 símbolos,	 incluso	 de	 media	 generación	 a	 media	 generación,	 se	 vuelven
prehistóricamente	oscuros.	Las	“tías	lavanda”,	los	jóvenes	“musicales”,	los	dedos	encorvados
y	los	claveles	rojos	ya	no	se	comprenden	como	referencias	a	la	homosexualidad.	Pero	ahí	está
la	 evidencia.	Los	 periódicos	 se	 referían	 a	 los	 escándalos	 homosexuales	 con	 la	 alusión	más
tenue	posible	y	las	multitudes	citadinas	sabían	a	conciencia	por	qué	lanzaban	gatos	muertos	y
piltrafas	 a	 los	 sodomitas	 en	 la	 picota.	 El	 “crimen	 innombrable	 entre	 los	 cristianos”	 existe
incluso	 en	 el	 mundo	 supuestamente	 gentil	 de	 Jane	 Austen:	 “Desde	 luego	 —dice	 Mary
Crawford	en	Mansfield	Park	 (1814)—,	vivir	en	casa	de	mi	 tío	me	ha	permitido	conocer	un
círculo	de	almirantes.	He	conocido	a	bastantes	contras	y	vices.	Pero	por	favor,	no	piense	que
estoy	haciendo	juegos	de	palabras”.20
Este	libro	se	divide	en	tres	partes.	La	primera	describe	el	trato	de	hombres	y	mujeres	gay	por
las	profesiones	legales	y	médicas	y	por	la	sociedad	en	general.	La	segunda	describe	sus	vidas
y	 amores:	 cómo	 se	 descubrieron	 a	 sí	 mismos	 e	 hicieron	 contacto	 con	 personas	 de	 ideas
parecidas.	 Esta	 parte	 termina	 con	 el	 amanecer	 de	 la	 solidaridad	 homosexual	 y	 con	 los
primeros	movimientos	de	derechos	gay.	La	tercera	parte	se	dedica	a	ciertos	aspectos	capitales
de	la	cultura	gay.
Una	historia	social	que	cubre	uno	y	medio	continentes	y	un	siglo	y	medio	no	puede	decir
nada	preciso	acerca	del	posible	futuro,	pero	puede	proporcionar	ciertas	razones	creíbles	para
tener	un	punto	de	vista	más	alegre	del	pasado.
1	Ian	McCormick,	Sexual	Outcasts,	p.	285.
2	 Barón	 de	 Charlus:	 Proust,	 En	 busca	 del	 tiempo	 perdido,	 III,	 p.	 429.	 Por	 ejemplo,	 Pushkin	 sobre	 su	 amigo	 Filipp
Filippovich	 Vigel:	 “Pondré	 su	 retrato	 detrás	 de	 todos	 los	 demás”.	 Véase	 Alexander	 Pushkin,	 The	 Letters	 of	 Alexander
Pushkin,	p.	616.
3	 Anselmo	 al	 archidiácono	William;	 Trumbach	 en	Duberman,	Hidden	 from	History.	 Reclaiming	 the	Gay	 and	 Lesbian
Past	(1989),	p.	131	(cf.	Pepys,	1°	de	 julio	de	1663);	Matthews,	13	de	enero	de	1811,	en	Crompton,	Byron	and	Greek	Love.
Homopohobia	 in	 19th	 Century	 England	 (1985),	 p.	 161;	 Wilson,	 en	 Reade,	 Sexual	 Heretics:	 Male	 Homosexuality	 in
English	 Literature,	 1850-1890,	 p.	 6;	Martineau,	 en	 Lacassagne,	 “Pédérastie”,	Dictionaire	 encyclopédique	 des	 sciences
médicales,	2a	serie,	p.	250;	Adler,	Das	Problem	der	Homosexualität:	erotisches	Training	und	erotischer	Rückug,	VI.
4	Lydston,	Impotence	and	Sterility	with	Aberratioms	of	the	Sexual	Gunction	and	Sex-Gland	Implantation,	p.	34.
5	G.	S.	Viereck,	The	Candle	and	 the	Flame	 (1912),	 en	Gifford,	Dayneford’s	Library.	American	Homosexual	Writing,
1900-1913,	pp.	89-90.
6	Gley	(1884),	Jahrbuch	für	sexuelle	Zwischenstufen,	VI	(1904),	p.	477;	Kiernan	(1884)	y	Lydston	(1888),	en	Weininger,
Geschlecht	und	Charakter.	Eine	prinzipielle	Untersuchung,	pp.	56-57;	Ellis,	Studies	in	the	Psychology	of	Sex,	pp.	312-315
(resumen);	Proust,	En	busca	del	tiempo	perdido,	III,	p.	31;	Chevalier,	Une	maladie	de	la	personnalité:	l’inversion	sexuelle;
psychophysiologie;	sociologie;	tétralogie	(1893),	p.	410.
7	Por	ejemplo,	Hamer-Coperland,	The	Science	of	Desire:	The	Search	for	the	Gay	Gene	and	the	Biology	Behaviour,	pp.
144-148.
8	Crompton,	Byron	and	Greek	Love.	Homopohobia	in	19th	Century	England	(1985),	p.	167.
9	Burton,	“Terminal	Essay”,	p.	190;	véase	también	Rudi	C.	Bleys,	The	Geography	of	Perversion:	Male-to-Male	Sexual
Behaviour	Outside	the	West	and	the	Ethnographic	Imagination,	pp.	112	y	127.
10	Gide,	Corydon,	p.	144.
11	Katz,	en	Duberman,	A	Queer	World.	The	Center	for	Lesbian	and	Gay	Studies	(1997),	p.	223.
12	Diccionario:	La	Châtre,	Nouveau	Dictionnaire	universal,	II	(“Pédéraste”).
13	Wellings	et	al.,	Sexual	Behaviour	in	Britain.	The	National	Survey	of	Sexual	Attitudes	and	Lyfestyles,	p.	227.
14	Raffalovich,	Uranisme	et	unisexualité.	Étude	sur	différentes	manifestations	de	l’instinct	sexuel,	pp.	77-78.
15	Mosse,	Nationalism	and	Sexuality.	Respectability	and	Abnormal	Sexuality	in	Modern	Europe,	p.	167.
16	Por	ejemplo,	Benkert,	en	Mark	Blasius	y	S.	Phelan	(eds.),	We	are	Everywhere.	A	Historical	Sourcebook	of	Gay	and
Lesbian	 Politics,	 p.	 75;	 Casper,	 Practisches	 Handbuch	 der	 gerichtlichen	 Medicin	 (1881),	 p.	 120;	 Ellis,	 Studies	 in	 the
Psychology	 of	 Sex,	 p.	 283;	 Krafft-Ebing,	 Psycopathia	 sexuales.	 Mit	 besonderer	 Berücksichtigung	 der	 konträren
Sexualempfindung.	 Eine	 medizinisch-gerichtliche	 Studie	 für	 Ärzte	 und	 Juristen,	 p.	 258;	 Lacassagne,	 en	 Raffalovich,
Uranisme	 et	 unisexualité.	 Étude	 sur	 différentes	 manifestations	 de	 l’instinct	 sexuel,	 pp.	 18-19;	 Moll,	 Die	 conträre.
Sexualempfindung,	 p.	 134;	 Pouillet,	 pp.	 12-13;	 “Risks	 for	 Sexually	 Transmitted	Diseases	 –	A	 Pilot	 Study”	 (Universidad	 de
Chicago,	noviembre	de	1996).
17	 Por	 ejemplo,	 examen	 en	 L’Intermédiaire	 des	 chercheurs	 et	 curieux	 (1907),	 pp.	 774,	 822,	 878-879,	 que	 sugiere
“homéosexuel”,	“homéophyse”	y	“homophysique”.
18	Véase	Eisenberg,	“La	escondida	senda:	Homosexuality	in	Spanish	History	and	Culture”	(España)	y	Maynard,	“Through	a
Hole	in	the	Lavatory	Wall:	Homesexual,	Police	Surveillance,	and	the	Dialectics	of	Discovery,	Toronto,	1890-1930”	(Canadá).
19	Mariscal	 de	 campo	Montgomery,	Daily	Mail,	 27	 de	mayo	 de	 1965;	Mary	Whitehouse,	Whatever	Happened	 to	 Sex
(1977);	The	Star,	2	y	9	de	septiembre	de	1986	(los	tres	últimos	de	Davenport-Hines).
20	Jane	Austen,	Mansfield	Park ,	trad.	de	Francisco	Torres,	Alba,	Barcelona,	2000,	p.	70.
PRIMERA	PARTE
I.	EN	LAS	SOMBRAS
LORD	DARLINGTON:	¿Sabes?	En	mi	opinión,	las	buenas	personas	hacen	mucho	daño	en	este
mundo.	Sin	duda,	el	mayor	daño	que	hacen	es	el	de	dar	una	importancia	capital	a	la	maldad.
OSCAR	WILDE,	El	abanico	de	lady	Windermere,	Acto	I
UNA	DE	las	fuentes	de	información	más	ricas	sobre	el	pasado	gay	tiene	que	ver	con	la	captura	y
castigo	 de	 los	 homosexuales:	 las	 leyes,	 los	 registros	 de	 los	 juzgados	 y	 las	 estadísticas
criminales.1
Diversas	 razones	 hacen	 de	 esto	 algo	 infortunado.	 Al	 agrupar	 a	 los	 hombres	 y	 mujeres
homosexuales	 con	 los	 dementes	 y	 violentos,	 la	 evidencia	 criminal	 nos	 pinta	 un	 cuadro
desalentador	y	anticuado	del	siglo	XIX.	Al	igual	que	los	estudios	psiquiátricos	iniciales	de	la
homosexualidad,	coloca	a	la	gente	que	se	conocía	popular	y	legalmente	como	“sodomitas”	en
el	mismo	zoológico	sexual	que	 los	exhibicionistas,	pedófilos	y	asesinos	sexuales.	Ya	que	 la
ley	se	ocupaba	de	los	hechos,	no	de	los	deseos,	convierte	la	historia	homosexual	en	un	largo
relato	de	sodomía	y	prostitución.
El	hecho	de	que	la	sodomía	fuera	penada	con	la	muerte	en	Inglaterra	y	Gales	hasta	1861
sugiere	que	mucha	gente	vivía	su	vida	en	la	sombra	del	patíbulo,	y	que	la	homofobia	oficial	y
social	del	siglo	XX	fuera	una	continuación	de	la	tendencia	victoriana	y	no	algo	peculiarmente
moderno.	Bañada	en	el	rojo	resplandor	del	crimen,	 la	 totalidad	de	la	era	victoriana	aparece
como	 un	 infierno	 homofóbico	 del	 que	 la	 gente	 gay	 fue	 liberándose	 con	 el	 tiempo.	 Eneste
aspecto,	una	feliz	herencia	gay	se	remonta	apenas	a	unas	cuantas	décadas	o,	si	dejamos	de	lado
la	persecución,	a	un	grupo	de	culturas	remoto	y	mal	comprendido	con	la	etiqueta	de	“Antigua
Grecia”.	Aparte	de	la	última	generación	y	media	de	la	cultura	gay,	todo	se	reduce	a	una	simple
reacción	contra	la	opresión.
La	vista	desde	las	cortes	también	elimina	casi	por	completo	a	las	lesbianas,	al	tiempo	que
se	confiere	un	tipo	de	prestigio	perverso	a	los	hombres	homosexuales.	Ha	habido	intentos	de
mostrar	que	las	lesbianas	también	sufrían	una	persecución	legal	y	social.2	Los	actos	sexuales
entre	mujeres	estuvieron	penados	por	 la	 ley	en	algunos	países	europeos	 (Prusia	hasta	1851;
Austria	hasta	1971;	España,	brevemente,	hasta	1976),	pero	las	leyes	casi	nunca	se	aplicaban.
La	mayoría	de	los	casos	desde	el	siglo	XIII	hasta	el	XVIII	implicaban	otro	crimen:	por	lo	común
el	engaño	o,	en	un	caso,	el	uso	de	dildos	por	dos	monjas	españolas	del	siglo	XVI.	Una	mujer	tal
como	Mary	Hamilton,	que	fue	azotada	públicamente	y	encerrada	en	prisión	por	“casarse”	con
tres	mujeres	confiadas	—como	se	describe	en	The	Female	Husband	(1746)	de	Henry	Fielding
—,	 no	 lo	 fue	 por	 sodomita	 femenina,	 sino	 porque	 tenía	 “prácticas	 falsas	 y	 engañosas	 que
trataba	de	imponer	a	algunos	súbditos	de	Su	Majestad”.3
Finalmente,	 en	 el	 amplio	 desorden	 de	 la	 historia	 sexual,	 las	 estadísticas	 parecen
proporcionar	ciertos	puntos	fijos	de	referencia,	lo	cual	las	ha	dotado	de	una	pesada	e	indebida
influencia	 sobre	 las	nociones	de	un	pasado	gay	o	no-tan-gay.	Es	del	 todo	 sorprendente	que,
hasta	 la	 tesis	 de	 Harry	 Cocks	—Abominable	 Crimes:	 Sodomy	 Trials	 in	 English	 Law	 and
Culture,	 1830-1889	 (University	 of	 Manchester,	 1998)—,	 ningún	 libro	 ni	 artículo	 hubiera
presentado	más	que	algunos	pocos	años	de	pruebas	estadísticas	para	Inglaterra	y	Gales.	Las
cifras	 que	 salpicaban	 diversos	 estudios,	 para	 demostrar	 ciertos	 puntos,	 formaban	 un
rompecabezas	amorfo	que	al	tratar	de	armarlo	se	mostraba	diferenciado	y	carecía	de	fuerza.
Por	lo	tanto,	una	de	las	metas	de	este	capítulo	es	demostrar	la	relativa	poca	importancia
del	tema,	y,	al	presentar	las	pruebas	forenses,	sugerir	que	el	castigo	rara	vez	era	sistemático	y
nunca	un	elemento	vital	de	la	cultura	gay.	La	proliferación	de	hechos	legales	que	sigue	debe
verse	como	una	limpia	general,	tras	la	que	la	realidad	de	las	vidas	individuales	aparecerá	con
mayor	facilidad.
Un	estudio	estadístico	completo	de	la	persecución	legal	en	Europa	y	los	Estados	Unidos	sería
de	 una	 complejidad	 imposible	 y	 lleno	 de	 huecos.	 La	 mayoría	 de	 las	 cifras	 que	 siguen	 se
refieren	 a	 Inglaterra	 y	 Gales,	 para	 los	 cuales	 disponemos	 de	 una	 información	 confiable	 y
bastante	congruente.	Otros	países,	que	 tratamos	más	adelante	en	este	capítulo,	o	carecían	de
leyes	contra	los	actos	homosexuales	o	no	aplicaban	las	leyes	con	la	misma	diligencia	mostrada
por	 las	 cortes	 inglesas.	 Esto	 significa	 que,	 aunque	 las	 conclusiones	 son	 aplicables
ampliamente,	gran	parte	de	este	capítulo	se	dedica	a	una	 jurisdicción	 inusualmente	punitiva.
Desde	 un	 punto	 de	 vista	 puramente	 estadístico,	 un	 hombre	 homosexual	 tenía	 mejores
posibilidades	viviendo	 en	 la	España	de	 la	 Inquisición	o	 en	 la	Rusia	de	 los	 zares	que	 en	 la
Inglaterra	victoriana.
La	 gráfica	 A1.1	 (apéndice	 1,	 p.	 347)	 muestra	 condenas	 por	 sodomía	 y	 ofensas
relacionadas	 (asalto	con	 intento	de	cometer	 sodomía,	 incitación	y	solicitación)	por	100	000
habitantes,	de	1810	a	1900.
Estas	 cifras	 lanzan	de	 inmediato	 la	 duda	 sobre	 la	 presunción	de	 castigo	 sistemático.	En
primer	 lugar,	 no	hubo	un	 incremento	 significativo	 en	 las	 condenas	de	 los	 “sodomitas”	 en	 la
Inglaterra	y	Gales	del	siglo	XIX.	Un	aparente	incremento	leve	desaparece	cuando	tomamos	en
cuenta	el	aumento	de	la	población.	Más	bien	hubo	un	descenso	global	desde	mediados	de	los
cuarenta	hasta	el	fin	del	siglo,	a	pesar	del	hecho	de	que,	después	de	1892,	las	cifras	incluyen
la	 ofensa	 por	 indecencia.	 Las	 tasas	 de	 convictos	 siguieron	 siendo	 estables:	 67%	 de	 los
procesos	desembocaron	en	una	sentencia	en	la	segunda	década,	57%	en	la	última	década	del
siglo,	con	un	promedio	para	todo	el	siglo	de	49%.	Estas	tasas	no	eran	inusuales	y	no	sugieren
que,	dentro	de	los	términos	de	la	ley,	los	sodomitas	fueran	tratados	con	especial	severidad.
La	segunda	sorpresa	es	que	las	variaciones	no	forman	un	patrón	significativo.	Ninguno	de
los	 factores	 de	 los	 que	 a	 veces	 supuestamente	 marcan	 tendencias	 tuvieron	 ningún	 efecto
aparente:	 los	 cambios	 legislativos;	 la	 guerra	 y	 la	 agitación;	 la	 recesión	 económica;	 los
escándalos	públicos,	excepto	donde	el	propio	escándalo	inflaba	las	cifras.
Cuando	 una	 cantidad	 comparativamente	 pequeña	 de	 gente	 estaba	 implicada,	 un	 simple
incidente	como	el	escándalo	de	 la	calle	Vere	de	1810	podía	afectar	 las	cifras	 fuera	de	 toda
proporción.	De	los	27	hombres	apresados	en	la	“casa	de	afeminados”	de	la	calle	Vere,	cerca
del	Strand	de	Londres,	seis	fueron	encontrados	culpables	de	intento	de	sodomía.	Esta	redada
de	 la	 policía	 sola	 suma	 11%	 más	 o	 menos	 de	 todas	 las	 condenas	 por	 sodomía	 y	 ofensas
relacionadas	 de	 1810,	 y	 posiblemente	 otras	 condenas	 más	 se	 relacionaron	 con	 la	 misma
redada.	 Enfrentados	 a	 la	 horrible	 y	 posiblemente	 fatal	 humillación	 del	 cepo,	 algunos
prefirieron	sufrir	de	una	mala	conciencia	y	dieron	informes	de	sus	compañeros.
Una	ausencia	similar	de	tendencias	a	largo	plazo	se	encuentra	en	los	procesos	por	sodomía
del	Ámsterdam	del	siglo	XVIII.	Los	procesos	tienden	a	aparecer	por	grupos.	Como	en	el	caso
de	la	calle	Vere,4	una	confesión	detallada	pudo	llevar	a	varios	arrestos,	pero	el	efecto	siempre
fue	 temporal	 y	 no	 hay	 pruebas	 de	 una	 persecución	 metódica	 y	 persistente.	 La	 purga	 más
dramática	de	sodomitas	en	la	historia	holandesa	—24	hombres	y	muchachos	estrangulados	y
quemados	en	la	estaca	en	el	pueblo	de	Faan5	en	1731—	fue	la	obra	de	un	solo	magistrado,	que
parece	haber	utilizado	la	sodomía	como	excusa	para	eliminar	a	sus	enemigos	personales.	Este
horroroso	incidente	suma	4%	de	todas	las	condenas	por	sodomía	de	Holanda	en	el	siglo	XVIII.
En	 periodos	 anteriores,	 cuando	 la	 sodomía	 y	 el	 sexo	 oral	 eran	 considerados	 como	 una
forma	 de	 herejía,	 hubo	 ocasionalmente	 una	 clara	 correlación	 entre	 el	 celo	 religioso	 y	 el
castigo	de	los	desvíos	sexuales.	Pero	parece	haber	prevalecido	un	punto	de	vista	más	secular
y	pragmático6	por	toda	la	Europa	continental	desde	mediados	del	siglo	XVII.
Otras	 fluctuaciones	de	 las	cifras	del	siglo	XIX	pueden	atribuirse	a	causas	pasajeras	 tales
como	 campañas	 de	 “pureza	 social”	 y	 cruzadas	 morales	 contra	 la	 prostitución	 y	 el	 abuso
infantil	(Inglaterra	en	los	sesenta	y	ochenta	del	siglo	XIX;	los	Estados	Unidos	en	los	ochenta	y
posteriormente)	 o	 una	 reconfiguración	 de	 las	 leyes	 existentes:	 un	 aumento	 en	 los	 que
parecerían	ser	procesos	de	homosexuales	ocurridos	en	los	Estados	Unidos	cuando	las	leyes	de
sodomía	fueron	modificadas	para	incluir	el	sexo	oral	(heterosexual	u	homosexual).
Los	 cambios	 legales	 que	 afectaban	 directamente	 a	 los	 hombres	 homosexuales	 fueron
sorprendentemente	de	poca	consecuencia.	A	este	respecto,	el	mayor	anticlímax	que	se	muestra
en	la	gráfica	A1.1	es	la	famosa	Enmienda	Labouchere,	bajo	la	cual	se	condenó	a	Oscar	Wilde.
Esta	enmienda	(Sección	XI	de	la	Criminal	Law	Amendment	Act,	1885)	entró	en	vigencia	el	1°
de	 enero	 de	 1886	 y,	 supuestamente	 por	 primera	 vez,	 volvió	 ilegales	 todos	 los	 actos
homosexuales	entre	hombres	“en	público	o	en	privado”.	De	hecho,	los	actos	homosexuales	ya
eran	 ilegales,	 tuvieran	 lugar	 o	 no	 en	 privado.	 Si	 Oscar	Wilde	 hubiera	 sido	 condenado	 en
cualquier	año	de	los	200	años	anteriores,7	probablemente	hubiera	recibido	la	misma	sentencia.
Las	 tasas	 de	 convicción	 en	 los	 10	 años	 anteriores	 y	 posteriores	 a	 la	 enmienda	 fueronprácticamente	idénticos	(55	y	56%)	y	no	hubo	un	aumento	significativo	de	los	procesos	hasta
el	siglo	XX.
No	 todos	 los	 rostros	 detrás	 de	 estas	 estadísticas	 pertenecieron	 a	 lo	 que	 más	 tarde	 se
conocería	 como	 homosexuales.	 El	 término	 “sodomita”	 se	 usaba	 ampliamente	 de	modo	muy
semejante	 a	 como	 se	 usa	 el	 de	 “pederasta”8	 todavía	 en	 Francia,	 para	 referirse	 a	 hombres
enamorados	 de	 otros	 hombres,	 pero	 en	 términos	 legales	 “sodomita”	 era	 una	 categoría	 más
amplia	que	la	más	tardía	de	“homosexual”.	La	sodomía	se	volvió	un	crimen	civil	en	Inglaterra
en	 1533,	 pero	 el	 “vicio	 detestable	 y	 abominable”	 definido	 por	 el	 estatuto	 de	 1533	 podía
cometerse	con	“humanos	[es	decir,	hombres	o	mujeres]	o	animales”.	El	compañero	sexual	de
uno	 de	 los	 sodomitas	 condenado	 en	 Inglaterra	 en	 1834	 era	 una	 oveja,9	 y	 también	 esta
subcategoría	era	motivo	de	litigio.	En	1877,	al	revisar	el	caso	de	un	hombre	de	Warwickshire
acusado	de	cometer	una	“ofensa	contra	natura	con	una	gallina”,10	el	procurador	general	decretó
que	una	gallina	“no	es	un	animal”	y	se	le	otorgó	al	sujeto	la	libertad.
El	 término	 “contra	 natura”	 abarcaba	 igualmente	 un	 amplio	 espectro.	 La	 ofensa	 “contra
natura”	 de	 la	 sodomía	 se	 asoció	 en	 diversas	 épocas	 con	 el	 sexo	 oral	 y	 con	 el	 uso	 de
anticonceptivos	 (“contra	 natura”	 por	 evitar	 la	 procreación).	 En	 Ámsterdam,	 antes	 de	 la
introducción	del	código	penal	francés	de	1811,	la	mayoría	de	los	18	procesos	de	1800	a	1810
implicaban	a	hombres	que	intentaron	tener	sexo	con	niños.	En	los	Estados	Unidos,	de	los	89
casos	declarados	de	sodomía	de	1880	a	1925,	sólo	25	implicaban	sodomía	consentida	entre
dos	hombres.	En	los	otros	64	casos,	el	acto	fue	cometido	entre	un	hombre	y	una	mujer,	un	niño
o	un	animal,	o	fue	parte	de	un	ataque	violento.
El	hecho	de	que	los	hombres	que	tenían	sexo	con	otros	hombres	se	colocara	en	la	misma
categoría	 que	 los	 pedófilos,	 zoófilos	 y	 violadores	 puede	 interpretarse	 como	 un	 signo	 de
homofobia	institucional.	Por	otro	lado,	si	el	“homosexual”	no	era	una	variedad	reconocida	del
ser	humano,	la	persecución	legal	de	los	homosexuales	sólo	podía	describirse	como	accidental.
Sólo	un	tipo	de	acto	sexual	era	considerado	ilícito	y	este	punto	era	más	metafísico	que	social.
Las	 leyes	 de	 sodomía,	 por	 ejemplo,	 no	 se	 inspiraban	 en	 la	 preocupación	 por	 el	 bienestar
animal	sino	en	las	nociones	de	lo	que	constituía	un	“vicio”.
Poco	 cambio	 hubo	 a	 este	 respecto	 a	 lo	 largo	 del	 siglo	 XIX.	 Los	 enfoques	 médico	 y
criminológico	 de	 la	 desviación	 sexual	 redefinían	 simplemente	 (pero	 con	 complicaciones
académicas	 infinitas)	 el	 “vicio”	 en	 sus	 propios	 términos	 profesionales.	 Si	 un	 sistema
particular	 de	 clasificación	 hubiera	 prevalecido,	 los	 homosexuales	 hubieran	 sido	 separados
legalmente	de	los	malhechores	y	lunáticos	y	hubieran	recibido	un	trato	distinto,	pero	esto	no
ocurrió	hasta	mucho	después.
Algunos	intentos	más	plausibles	se	han	hecho	para	detectar	pautas	de	persecución.	De	acuerdo
con	uno	de	los	argumentos	más	populares,	los	procesos	contra	homosexuales	se	incrementaron
en	épocas	de	guerra	o	de	revuelta	civil.	Pruebas	de	una	oleada	de	actividad	antisodomítica	en
tiempos	 de	 guerra	 se	 dieron	 a	 conocer	 primero	 en	 1976	 y	 1978	 en	 estudios	 sobre	 cortes
marciales	 navales	 británicas.11	 La	 teoría	 se	 extendió	más	 tarde,	 sin	 pruebas,	 a	 la	 población
civil.
Es	 plausible	 la	 idea	 de	 que	 los	 disturbios	 sociales	 provocaran	 oleadas	 de	 homofobia
debido	a	la	creencia	extendida	de	que	los	homosexuales	son	afeminados	y	de	que	una	nación
con	una	gran	proporción	de	homosexuales	es	fácil	presa	de	un	enemigo	viril.	Esta	noción	se	ha
utilizado	 en	 diversas	 épocas	 para	 explicar	 la	 decadencia	 de	 Roma,	 la	 captura	 de
Constantinopla	por	los	cruzados	y	la	derrota	del	decadente	Segundo	Imperio	francés	ante	los
prusianos	 en	 1870.	 En	 una	 época	más	 reciente	 se	 usó	 en	 la	Gran	Bretaña	 y	 en	 los	Estados
Unidos	para	oponerse	a	la	admisión	de	hombres	y	mujeres	gay	a	las	fuerzas	armadas.
Sin	embargo,	se	observa	que	el	crecimiento	de	los	casos	de	sodomía	en	la	Armada	Real
durante	la	guerra	de	siete	años	y	en	las	guerras	napoleónicas	(nueve	sentencias	a	muerte	por
sodomía	 de	 1797	 a	 1805)	 coincide	 exactamente	 con	 un	 súbito	 y	 fuerte	 incremento	 de	 la
magnitud	de	la	armada.	La	guerra	implica	una	conscripción	masiva.	El	argumento	de	que	hubo
una	purga	 ideológica	de	 sodomitas	no	deja	de	 tener	cierta	veracidad,	pero	debe	 tomarse	en
cuenta	 el	 hecho	 de	 que	 había	más	marinos	 que	 procesar.	Aun	 entonces,	 la	 sodomía	 sumaba
sólo	5%	de	todas	las	condenas	capitales	de	1756	a	1806	(19	de	371,	siendo	el	resto	condenas
de	asesinos,	amotinados,	desertores	y	hombres	que	habían	golpeado	a	un	oficial).
A	primera	vista,	hay	pruebas	más	convincentes	de	una	campaña	de	persecución	en	el	hecho
de	que	la	pena	de	muerte	se	aplicó	igualmente	a	sodomitas	civiles	en	Inglaterra	y	Gales	hasta
1835.	 Aun	 cuando,	 como	 fue	 el	 caso	 con	 frecuencia,	 los	 hombres	 ejecutados	 hubieran
cometido	igualmente	violación	o	muertes,	parecería	que	la	simple	sospecha	de	sodomía	podría
haber	provocado	una	salvaje	respuesta	nada	común.
La	 última	 ejecución	 de	 un	 sodomita	 en	 Francia	 tuvo	 lugar	 en	 1783,	 cuando	 un	 monje
exclaustrado	fue	quemado	en	 la	estaca	por	matar	a	un	niño	que	rehusó	 tener	sexo	con	él.	La
última	 ejecución	 de	 sodomía12	 en	 la	 Europa	 continental	 tuvo	 lugar	 en	 1803,	 en	 Holanda,
mientras	 que	 en	 Inglaterra	 las	 ejecuciones	 continuaron	 hasta	 1835.	 Fueron	 46	 las	 personas
ejecutadas	 por	 sodomía	 entre	 1810	 y	 1835.	Otros	 32	 fueron	 condenados	 a	muerte	 pero	 fue
suspendida	la	sentencia.	El	resto	de	los	713	que	fueron	condenados	por	sodomía	o	una	ofensa
relativa	 recibieron	 una	 sentencia	más	 leve:	 el	 cepo	 (hasta	 1816)	 o	 la	 cárcel.	De	 los	 1	 596
casos	juzgados	entre	1810	y	1835,	805	fueron	absueltos.
Sin	 embargo,	 la	 gráfica	 A1.2	 (apéndice	 1,	 p.	 348)	 muestra	 que	 esta	 estadística
aparentemente	definitiva	debe	tratarse	con	precaución.	Aunque	la	pena	de	muerte	por	sodomía
no	se	abolió	en	Inglaterra	y	Gales	hasta	1861	(1889	en	Escocia)	el	cambio	en	la	ley	se	previó
desde	un	cuarto	de	siglo	antes.	Ningún	sodomita	fue	ejecutado	después	de	1835.	Esta	abolición
no	 oficial	 de	 la	 pena	 de	 muerte	 coincidió	 con	 un	 incremento	 en	 el	 número	 de	 sentencias
capitales,	 como	 si	 los	 jueces	 y	 los	 jurados	 se	 sintieran	 libres	 ahora	 de	 dar	 un	 terrible
escarmiento.
En	otras	palabras,	las	leyes	duras	pueden	provocar	indulgencia	y	viceversa.	Si	la	sentencia
es	la	muerte	y	los	jurados	sospechan	que	la	muerte	le	será	aplicada	al	culpable,	éstos	pueden
volverse	más	exigentes	acerca	de	las	pruebas	y	más	renuentes	a	sentenciarlo.
Por	 lo	 menos	 es	 un	 error	 estadístico	 considerar	 estas	 46	 ejecuciones	 como	 prueba	 de
“genocidio”.13	 Algunas	 viejas	 leyes,	 que	 sobrevivían	 como	 fósiles	 vivientes	 repugnantes,
fueron	usadas	para	pintar	un	cuadro	de	persecución	continua	y	salvaje.	Pero	no	hay	pruebas	de
que	 los	 sodomitas	 fueran	nunca	enterrados	vivos	 (como	prescribía	una	 ley	 inglesa	del	 siglo
XIII).	Tampoco	a	las	mujeres	sodomitas	de	los	Estados	Unidos	se	les	perforó	el	cartílago	de
sus	 narices	 media	 pulgada	 (como	 recomendaba	 Thomas	 Jefferson	 y	 otros	 más	 cuando
revisaron	las	leyes	de	Virginia	en	1777).14	La	mera	existencia	de	una	 ley	dice	menos	acerca
del	carácter	de	una	sociedad	que	una	afirmación	de	principios	morales	 lo	hace	acerca	de	 la
conducta	de	un	individuo.
La	sodomía	era	sin	duda	un	caso	especial.	Siguió	siendo	una	ofensa	capital	en	Inglaterra	y
Gales	mucho	después	de	que	la	pena	de	muerte	hubiera	sido	abolida	por	crímenes	tales	como
el	 asalto	 a	 una	 casa,	 el	 robo	 de	 caballos	 o	 el	 sacrilegio.	Esto	 puede	 reflejar	 una	 represión
deliberada	 o	 simplemente	 la	 renuencia	 de	 los	 legisladores	 a	 debatir	 elasunto	 en	 público.
Cuando	 se	 les	 pidió	 a	 los	 políticos	 y	 a	 los	 periodistas	 que	 hicieran	 pública	 su	 opinión,
generalmente	 expresaron	 su	 horror	 ante	 un	 crimen	 “inmencionable”.	 En	 privado,	 muchos
pensaban	 que	 era	 inhumano	 o	 irrazonable	 castigar	 un	 crimen	 sin	 que	 hubiera	 una	 víctima
(véase	 el	 capítulo	VII).	 Finalmente,	 la	 pena	 de	muerte	 fue	 abolida.	 En	 1841	 la	 ley	 pasó	 la
prueba	de	la	Cámara	de	los	Comunes	pero	fue	rechazada	por	la	Cámara	de	los	Lores.	En	1861
la	aprobaron	ambas	cámaras.	La	nueva	sentencia	—de	10	años	a	cadena	perpetua—	no	puede
describirse	como	tolerante,	pero	mostraba	un	deseo	de	modernizar	y	humanizar	la	ley,	incluso
en	un	caso	tan	controvertido.
El	 problema	 subyacente	 es	 que	 el	 propio	 proceso	 de	 identificar	 las	 persecuciones	 de
homosexuales	sugiere	que	éstos	fueron	escogidos	para	ser	tratados	de	una	manera	especial.	En
asuntos	sexuales,	en	la	mayor	parte	del	siglo	XIX,	las	mujeres	podían	temer	más	ante	la	ley	que
los	hombres	homosexuales.	Bajo	la	ley	de	divorcio	británica	de	1857,	una	mujer	que	cometía
una	pequeña	y	privada	imprudencia	heterosexual	podía	ser	motivo	de	divorcio	y	condenada	a
la	 muerte	 social.	 El	 adulterio	 del	 marido	 no	 era	 suficiente	 para	 el	 divorcio,	 a	 menos	 que
implicara	 sodomía.	En	Francia,	 la	 indecencia	pública	y	 la	 corrupción	de	 los	 jóvenes	—que
con	frecuencia	se	aplicaba	a	sodomitas—	implicaba	una	sentencia	máxima	de	seis	meses	de
cárcel.	El	adulterio	—aplicado	casi	exclusivamente	a	las	mujeres—	implicaba	una	sentencia
máxima	de	dos	años.
La	 separación	 de	 los	 crímenes	 homosexuales	 de	 las	 demás	 estadísticas	 lleva
inevitablemente	a	una	percepción	anacrónica	del	castigo.	No	parecería	que	se	mostrara	mucha
indulgencia	 a	 los	 hombres	 esposados	 al	 cepo	 y	 expuestos	 durante	 varias	 horas	 ante	 una
multitud	de	sádicos	que	se	arrogaban	el	derecho	de	lanzarles	carretadas	de	excrementos	y	de
animales	muertos.	Pero	estas	exhibiciones	públicas	de	crueldad	autoarrogada	no	se	reservaba
a	los	sodomitas	y	no	hay	pruebas	reales	de	que	los	jurados	fueran	especialmente	vengativos.
El	cepo	era	la	sentencia	menos	dura	disponible.	En	la	Inglaterra	de	principios	del	siglo	XIX,
una	persona	podía	incluso	ser	colgada	por	un	robo	menor.	(El	cepo	fue	abolido	en	1816	como
castigo	de	todos	los	crímenes	excepto	soborno	y	perjurio	y	definitivamente	en	1837.)
Cuanto	más	dramático	es	el	castigo,	mayores	son	las	oportunidades	de	tergiversaciones.	Se
ha	señalado	que	en	1806	hubo	más	ejecuciones	por	sodomía	que	por	asesinato,	y	que	en	1810
cuatro	 de	 cada	 cinco	 sodomitas	 convictos	 fueron	 colgados,	 pero	 estos	 hechos	 son	 muy
engañosos	si	se	los	considera	aisladamente.
La	gráfica	A1.3	(apéndice	1,	p.	348)	muestra	que	las	ejecuciones	por	sodomía	fueron	un
porcentaje	pequeño	del	total	de	ejecuciones,	aunque	la	sodomía	siguió	siendo	considerada	una
ofensa	grave.
La	sodomía	—por	lo	común	con	violencia—	suma	menos	de	3%	de	todas	las	ejecuciones
en	Inglaterra	y	Gales	de	1805	a	1835.	El	asesinato,	en	cambio,	representó	21%.	Por	mucho,	el
mayor	número	de	ejecuciones	fue	por	crímenes	contra	la	propiedad,	muchos	de	los	cuales	nos
parecerían	hoy	demasiado	triviales	aun	para	el	castigo	de	cárcel.
Hasta	mediados	del	siglo	XX,	tal	parece	haber	sido	el	caso	en	las	condenas	de	sodomitas.
En	 los	Estados	Unidos,	según	William	Eskridge,	“los	arrestos	por	sodomía	siguieron	siendo
una	proporción	mínima	(una	fracción	de	1%)	de	los	arrestos	totales	en	todas	las	ciudades”15
de	1900	a	1920.	En	la	India	británica,	sólo	hubo	siete	encausados	y	tres	convictos	hasta	1929
bajo	 la	 ley	de	1860	que	prohibía	“comercio	carnal	contra	natura”.16	Muchos	de	 estos	 casos
comprendían	violaciones	de	niños.
Por	 inicuo	 que	 fuera	 el	 espíritu	 de	 la	 ley,	 las	 tasas	 de	 convictos	 en	 Inglaterra	 y	 Gales
sugieren	que	los	procesos	por	sodomía	eran	tan	justos	(o	injustos)	como	los	procesos	por	otras
ofensas.	Al	ser	arrestado,	el	sodomita	tenía	la	misma	posibilidad	que	cualquier	otro	criminal
de	ser	absuelto,	y	podía	esperar	que	la	sentencia	reflejara	un	hecho	probado	más	que	un	mero
prejuicio	o	 rumor.	Después	de	1781,	para	condenar	a	un	hombre	por	sodomía	era	necesario
demostrar	la	penetración	y	la	emisión	de	semen	y,	aunque	este	último	criterio	fue	desechado	en
1828,	 el	 cambio	 no	 fue	 inspirado	 por	 un	 deseo	 de	 perseguir	 a	 los	 sodomitas,	 sino	 por	 la
preocupación	de	que	los	violadores	escapaban	al	castigo	con	demasiada	facilidad.
La	 falta	 de	 informes	 judiciales	 detallados	 puede	 sugerir	 que	 los	 sodomitas	 eran
condenados	 a	 partir	 de	 pruebas	 poco	 sólidas	 o	 nulas.	 Los	 informes	 periodísticos	 eran
esquemáticos	 y	 eufemísticos	 y	 dejaban	 que	 los	 lectores	 imaginaran	 lo	 inimaginable.	 Caso
típico,	The	Morning	Chronicle	 de	 Londres	 informaba	 el	 6	 de	 abril	 de	 1815	 que	 “un	 viejo
sinvergüenza,	 un	mísero	 sirviente	 [fue	 ejecutado	 por]	 un	 crimen	 por	 el	 que	 la	 naturaleza	 se
horroriza,	 sin	 que	 podamos	 escribir	 palabra	 alguna	 sobre	 las	 pruebas”.17	 Así,	 pues,	 había
pruebas,	pero	 los	 reporteros	 tenían	 con	 frecuencia	 instrucciones	de	 los	 jueces	de	omitir	 los
detalles	repugnantes,	ya	fuera	por	decencia	o	para	evitar	que	los	lectores	pudieran	intentar	por
sí	mismos	los	actos	innombrables	y	causar	una	epidemia	del	vicio	contra	natura.
A	lo	largo	del	siglo	XIX,	la	táctica	más	común	fue	el	silencio	y	no	sólo	en	la	Gran	Bretaña.
El	punto	de	vista	más	común	lo	expresó	Napoleón	al	ser	confrontado	con	la	evidencia	de	una
fuerte	comunidad	sodomita	en	Chartres	en	1805:	“[Estas	ofensas]	no	son	frecuentes,	como	nos
lo	 muestra	 la	 naturaleza.	 El	 escándalo	 de	 los	 procesos	 legales	 sólo	 haría	 que	 se
multiplicaran”.18	 En	 una	 democracia	 moderna,	 el	 ocultamiento	 burocrático	 de	 castigos
oficiales	se	vería	como	un	intento	de	disfrazar	la	represión.	En	el	siglo	XIX	se	fundaba	en	la
preocupación	 por	 el	 bienestar	 público.	 Se	 consideraba	 que	 la	 sodomía	 era	 un	 vicio	 que
medraba	con	la	publicidad.
Los	informes	de	las	cortes	que	han	sobrevivido	sugieren	que	la	evidencia	en	los	juzgados
ingleses	era	explícita	con	creces.	El	siguiente	testimonio	proviene	de	un	registro	inédito	de	un
proceso	por	sodomía	que	se	realizó	el	26	de	junio	de	1807:
Pearce	desabrochó	mis	pantalones	y	me	subió	la	camisa	le	pregunté	que	qué	iba	a	hacer	me	dijo	que	me	mantuviera
callado	y	quieto	en	 la	cama	 le	dije	que	él	debía	quedarse	callado	y	quieto	porque	yo	quería	 irme	a	dormir	 tomó	su
verga	 y	 [la]	 puso	 en	mi	 trasero.	Le	 dije	 que	 le	 valdría	 la	 vida	 si	 hacía	 lo	 que	 estaba	 haciendo	 […]	 no	 dijo	 ni	 una
palabra	y	siguió	con	lo	mismo	puso	su	verga	en	mi	trasero	aunque	no	penetró	mucho.19
La	discreción	oficial	a	veces	impidió	que	llegaran	a	juicio	ciertos	casos.	A	los	sodomitas,
especialmente	aquellos	que	ocupaban	altos	cargos,	a	menudo	se	les	permitía	dejar	el	país.	En
1890,	cuando	el	asunto	de	la	Cleveland	Street20	reveló	los	sórdidos	secretos	de	los	burdeles
masculinos	y	las	actividades	de	tiempo	parcial	de	los	muchachos	repartidores	de	telegramas
de	Londres,	el	gobierno	no	tuvo	ninguna	prisa	por	iniciar	los	procesos,	lo	cual	dio	lugar	a	una
teoría	 apenas	 esbozada	 de	 conspiración21	 que	 tenía	 como	 centro	 al	 nieto	 homosexual	 de	 la
reina	 Victoria,	 el	 príncipe	 Eddy.	 Parecería	 más	 bien,	 como	 sugiere	 Harry	 Cocks,22	 que	 el
gobierno	trataba	simplemente	de	cubrir	su	renuencia	usual	al	dar	publicidad	a	las	actividades
de	los	sodomitas.	En	este	caso,	 le	forzaron	la	mano	los	periodistas	en	campaña	y	un	policía
entusiasta	que	evidentemente	gozó	con	la	investigación.
Un	 clérigo	 llamado	Veck	y	un	oficial	 llamado	Newlove	 fueron	 condenados	 a	 cuatro	y	 a
nueve	meses	de	cárcel,	pero	el	inculpado	más	prominente,	lord	Arthur	Somerset,	pudo	huir	al
sur	de	Francia,	donde	permaneció	37	años,	el	resto	de	su	vida,	con	su	compañero	masculino.
Fuera	 de	 la	 Gran	 Bretaña,	 las	 generalizaciones	 acerca	 de	 la	 persecuciónlegal	 son
inevitablemente	 especulativas,	 ya	 sea	 porque	 las	 leyes	 acerca	 de	 la	 sodomía	 eran
incongruentes	 o	 se	 aplicaban	 de	 manera	 azarosa,	 o	 porque	 no	 existiera	 tal	 legislación
antihomosexual.	 En	 Francia,	 el	 Código	 Penal	 revolucionario	 de	 179123	 despenalizaba	 las
relaciones	 sexuales	 entre	 varones	 al	 omitir	 deliberadamente	 toda	 referencia	 a	 ellas.	 Esta
reforma	se	incorporó	al	Código	Civil	de	1804	y	más	tarde	fue	impuesto,	adoptado	o	imitado,
por	 un	 tiempo	 por	 lo	 menos,	 en	 Holanda	 y	 en	 muchos	 de	 los	 estados	 alemanes.	 Antes	 de
terminar	 el	 siglo	 XIX,	 los	 actos	 homosexuales	 entre	 adultos	 con	 consentimiento	 de	 ambos
dejaron	 de	 estar	 prohibidos	 en	 Bélgica,	 Italia,	 Luxemburgo,	 Mónaco,	 Portugal,	 Rumania	 y
España	 (dependiendo	 de	 la	 interpretación	 de	 “abusos	 deshonestos”24	 en	 el	 código	 legal	 de
1822).	Brasil	eliminó	la	sodomía	de	su	código	penal	en	1830.	En	los	Estados	Unidos,	donde
se	adoptó	el	estatuto	inglés	de	1533,	aunque	sin	la	pena	de	muerte,	las	condenas	fueron	raras
hasta	los	ochenta	del	siglo	XIX.
Esto	no	quiere	decir	que	un	inglés	homosexual	sólo	tenía	que	cruzar	el	Canal	de	la	Mancha
para	encontrar	paz	y	felicidad.	La	mera	ausencia	de	leyes	antisodomíticas	no	daba	inmunidad
al	 hostigamiento	 y	 procesamiento.	 A	 veces	 se	 menciona	 a	 Francia,	 con	 su	 código
revolucionario,	 como	 un	 ejemplo	 de	 tolerancia	moderno,	 pero	 los	 “pederastas”	 podían	 ser
castigados	bajo	 las	 leyes	de	 indecencia	pública,	 corrupción	de	menores	 e	 incluso	vagancia.
Los	 notorios	 arrestos	 por	 libertinaje	 público	 y	 vagancia	 de	 los	 cincuenta	 del	 siglo	 XX	 en
California	no	eran	una	idea	nueva.
Este	 uso	 sutil	 de	 la	 legislación	 dificulta	 descubrir	 la	 extensión	 real	 de	 la	 persecución
oficial.	 Cuando	 Paul	 Verlaine	 fue	 arrestado	 en	 Bruselas	 en	 1873	 por	 disparar	 a	 su	 amante
Arthur	Rimbaud	en	la	muñeca,	recibió	la	sentencia	máxima	de	dos	años	de	cárcel.	Un	examen
médico	 reveló	 “rasgos	 de	 pederastia	 habitual,	 tanto	 activa	 como	 pasiva”25	 y,	 aunque	 la
sexualidad	de	Verlaine	era	irrelevante	en	sentido	estricto,	parece	haber	influido	en	el	jurado.
A	pesar	de	 la	 tolerancia	 legal	de	 la	homosexualidad,	Francia	era	más	peligrosa	para	 los
homosexuales	 que	 Inglaterra.	 En	 casi	 todo	 el	 siglo	 XIX,	 las	 redadas	 en	 los	 clubes	 de
homosexuales	y	en	sus	lugares	de	encuentro	eran	más	comunes	en	París	que	en	Londres.	En	los
cincuenta	 se	 lanzaron	 campañas	 para	 “limpiar”	 las	 calles	 o	 (como	 dijo	 un	 médico	 de	 la
policía)	 para	 sondear	 en	 el	 mar	 de	 la	 “inmundicia”.	 Una	 serie	 de	 redadas	 particularmente
enérgicas	en	1865	causó	una	pequeña	diáspora	de	“pederastas”,26	 de	 los	 que	 cerca	de	10%
eran	extranjeros.	Sólo	en	París,	de	1860	a	1870,	1	282	pederastas	fueron	procesados.	Otros	1
631	fueron	encontrados	 in	 flagrante	delicto.	En	contraste,	 en	el	mismo	periodo	hubo	1	210
condenas	por	sodomía	y	ofensas	relacionadas	en	Inglaterra	y	Gales.
Estos	 esfuerzos	 extraordinarios	 ciertamente	 reflejan	 un	 grado	 de	 prejuicio	 institucional.
François	Carlier,	 quien	dirigía	 el	 escuadrón	del	vicio	 en	París	 en	 los	 sesenta	del	 siglo	XIX,
pensaba	 que	 la	 “pederastia”	 privaba	 al	 que	 la	 sufría	 de	 valor,	 sentimientos	 familiares	 y
patriotismo.	 Las	 prostitutas	 “normales”,27	 que	 eran	 registradas	 por	 médicos	 municipales,
desarrollaban	 una	 función	 útil,	 según	 ellos,	 al	 saciar	 los	 deseos	 de	 los	 futuros	 violadores,
mientras	que	los	pederastas	eran	inherentemente	inútiles	y	no	debían	ser	tolerados.
Sin	 embargo,	 el	 prejuicio	 contra	 los	 “pederastas”	 de	 ninguna	 manera	 es	 la	 única
explicación.	Las	redadas	masivas	eran	procedimientos	policiales	normales	para	enfrentarse	a
la	prostitución	(aproximadamente	12	000	prostitutas	eran	arrestadas	cada	año)	y	parecía	que	la
policía	 francesa	 no	 llegaba	 a	 distinguir	 entre	 los	 prostitutos	 y	 sus	 clientes.	Muchos	 de	 los
hombres	arrestados	eran	capturados	en	medio	del	acto	sexual	en	lugares	tan	públicos	como	las
avenidas	 arboladas	 de	 los	 Campos	 Elíseos.	 Su	 arresto	 por	 indecencia	 no	 era	 resultado
específico	de	su	sexualidad.	Todo	hecho	sexual	público	era	susceptible	de	ser	castigado.
El	propio	Carlier	se	preocupaba	sobre	todo	por	la	prostitución	infantil	y	los	chantajistas,
que	 a	 menudo	 se	 disfrazaban	 de	 policías	 y	 a	 veces	 lo	 eran.	 Las	 sentencias	 más	 duras	 se
reservaban	 al	 chantaje	 (a	 menudo	 trabajos	 forzados	 de	 por	 vida	 en	 Nueva	 Caledonia).	 Un
colega	de	Carlier,	Louis	Canler,	jefe	de	la	Sûreté,	trataba	con	los	“antifísicos”	(antiphysique	=
contra	natura)	y	con	los	chantajistas	en	el	mismo	capítulo	de	sus	memorias.	Como	muchos	de
los	escritores	que	tratan	el	tema,	consideraba	a	los	chantajistas	como	una	forma	de	vida	más
baja	que	los	antifísicos	y	pintó	un	cuadro	casi	aprobatorio	de	una	pareja	homosexual	modelo
cuyo	estilo	de	vida	los	preservaba	de	los	engaños	de	chantajistas	y	alcahuetes:
Un	 rico	 caballero	 extranjero	de	 setenta	 años,	vinculado	con	una	de	 las	grandes	 familias	de	 la	Europa	del	norte,	 se
estableció	 en	 una	 suntuosa	 casa	 adosada	 en	 París	 […]	 Trajo	 consigo	 a	 un	 muchacho	 de	 dieciocho	 años	 (bigote
sedoso,	 nariz	 respingada,	 con	 voz	 y	 apariencia	 femeninas)	 que	 hacía	 pasar	 por	 su	 sobrino	 […]	 Pasaban	 el	 día
encerrados	en	el	apartamento.	El	joven,	vestido	como	mujer,	se	dedicaba	al	trabajo	de	agujas,	ya	fueran	bordados	o
tapicerías.	 A	 la	 hora	 de	 cenar,	 el	 “sobrino”	 se	 vestía	 ropas	 masculinas	 de	 nuevo	 y,	 después	 de	 la	 cena,	 los	 dos
inseparables	montaban	en	su	carruaje	e	iban	al	café	a	tomar	una	taza	de	la	infusión	y	a	leer	los	periódicos.	A	las	diez,
trepaban	de	nuevo	en	el	carruaje	y	regresaban	a	su	casa.28
Desde	luego,	el	hecho	de	que	su	rutina	diaria	fuera	conocida	por	la	policía	muestra	que	no
era	 gente	 libre	 del	 todo.	 Pero	 no	 eran	 susceptibles	 de	 ser	 arrestados.	Muchos	 procesos	 en
Francia	 fueron	 resultado	 de	 quejas	 específicas	 y	 no	 de	 una	 acción	 policial	 directa:	 de
miembros	 del	 público	 que	 oían	 ruidos	 indecorosos	 en	 los	 urinarios	 públicos	 o	 de	 otros
homosexuales	que	utilizaban	la	ley	como	medio	conveniente	de	venganza.	Los	archivos	de	la
Prefectura	 de	 Policía29	 muestran	 que	 muchos	 pleitos	 de	 amantes	 terminaban	 con	 una	 carta
anónima	al	escuadrón	del	vicio.
También	 había	 cierta	 preocupación	 por	 arrestos	 falsos	 y	 evidencia	 débil.	 En	 1881,
después	de	 las	 quejas	 acerca	del	 dudoso	 juicio	de	un	muy	conocido	pianista,	Louis-Marcel
Voyer,30	 sólo	 se	hicieron	10	arrestos	 en	París	por	 “prostitución	masculina”,	 en	comparación
con	165	en	1879	y	120	en	1880.	(En	1882	el	servicio	regresó	a	la	normalidad:	82	arrestos.)
La	principal	lección	que	nos	da	la	evidencia	francesa,	en	primer	lugar,	es	que	muchos	de
los	ejecutores	de	 la	 ley	que	 tuvieron	contacto	con	 los	verdaderos	homosexuales	masculinos,
dejaron	 la	noción	abstracta	y	sombría	de	“pederastia”	al	cambiar	mentalmente	y	desarrollar
una	fascinación	antropológica	por	estas	extrañas	criaturas	que	se	enamoraban	de	gente	de	su
propio	sexo.	En	segundo	lugar,	a	pesar	de	la	amenaza	que	las	campañas	policiales	implicaban
para	 prostitutas	 y	 chantajistas,	 había	—para	 entrar	 a	 la	 segunda	 parte	 de	 este	 libro—	 una
comunidad	homosexual	próspera	con	un	sentido	muy	politizado	de	sus	derechos	sexuales,	un
calendario	 de	 eventos	 y	 aniversarios,	 sus	 propios	 villanos	 y	 leyendas	 vivientes,	 clubes
sociales	con	vínculos	internacionales,	cafés	y	burdeles	y	una	bien	establecida	red	de	lugares
de	encuentro	con	patrullas	organizadas.
Algo	similar	podría	decirse	de	la	mayoría	de	las	ciudades,	fueran	cuales	fueran	las	leyes	y
la	actividad	policiaca.	Parece	haber	existido	cierta	forma	de	comunidad	homosexual	en	todas
las	ciudades	lo	suficientemente	grandes	para	proporcionar	cierto	anonimato.	En	la	mayoría	de
las	 ciudades	 europeas	 y	 estadunidenseshabía	 un	 lugar	 o	 incluso	 un	 distrito	 en	 el	 que	 los
hombres	 homosexuales	 —y,	 más	 raramente	 las	 mujeres—	 podían	 reunirse	 con	 relativa
seguridad	(véase	el	capítulo	VI):	las	riberas	en	San	Francisco,	Broadway	y	el	Central	Park	en
Nueva	York,	 los	 parques,	 callejones	 y	 sanitarios	 en	 Toronto	 (hacia	 1890),31	Montmartre	 en
París,	Unter	den	Linden	en	Berlín,	el	Retiro	en	Madrid,	los	muelles	en	Barcelona,	el	bulevar
Ring	 en	Moscú,	 la	 plaza	 en	 frente	 del	 Ayuntamiento	 en	 Copenhague,32	 cerca	 de	 17	 lugares
distintos	en	Ámsterdam	y	casi	por	todas	partes	en	Nápoles.
Hubo	pocos	procesos	incluso	en	los	países	donde	se	promulgaron	nuevas	leyes	contra	la
sodomía	—Rusia	en	1835,	el	Imperio	alemán	en	1871—.	El	notorio	párrafo	175	del	Código
imperial	 alemán	 (1871,	 de	 una	 ley	 prusiana	 de	 1851)	 castigaba	 con	 la	 cárcel	 al	 “vicio
desnaturalizado	cometido	por	dos	personas	del	sexo	masculino	o	de	gente	con	animales”.	Se
hicieron	 listas	 de	 homosexuales	 para	 la	 siniestra	 “Päderasten	 Abteilung”	 (“División
Pederástica”)33	de	la	policía	alemana,	pero	las	“Rosa	Listen”	(“Listas	Rosas”)34	casi	nunca	se
usaron	 y	 en	 todo	 caso	 servían	 como	 arma	 para	 luchar	 contra	 los	 chantajistas.	 El	 jefe	 de	 la
división,	 Leopold	 von	 Meerscheidt-Hüllessem	 (m.	 1900),	 que	 trabajaba	 de	 cerca	 con	 el
psicólogo	 ilustrado	Albert	Moll,	 llegó	 a	 la	 conclusión	de	 que	 la	 homosexualidad	no	 era	 un
vicio,	e	incluso	trató	de	entregar	las	Listas	Rosas	a	la	organización	que	buscaba	la	igualdad
homosexual.
Así	pues,	el	cuadro	general	no	es	uno	abiertamente	expuesto.	Los	homosexuales	del	siglo
XIX	 vivían	 bajo	 una	 nube,	 pero	 rara	 vez	 les	 llovía.	 La	mayoría	 sufría,	más	 que	 de	 la	 cruel
maquinaria	 de	 la	 justicia,	 de	 un	 sentido	 sinuoso	 de	 vergüenza,	 del	 temor	 de	 perder	 a	 los
amigos,	la	familia	o	la	reputación,	de	la	penosa	incompatibilidad	entre	las	creencias	religiosas
y	 el	 deseo	 sexual,	 del	 aislamiento	 social	 y	 mental	 y	 de	 la	 tensión	 del	 ocultamiento.	 Los
matrimonios	sin	amor	causaban	un	dolor	más	duradero	que	las	leyes,	y	así	es	todavía.
Aun	 así,	 como	 descubrieron	médicos	 y	 policías	 para	 su	 asombro,	muchos	 “pederastas”
eran	absolutamente	felices	con	su	extraña	condición	y	no	mostraban	deseo	alguno	de	cambiar.
Algunos	de	ellos	tenían	relaciones	duraderas	y	plenas.	Otros	saboreaban	los	estremecimientos
de	una	noche	de	“ultraje	público”	en	los	Campos	Elíseos.	La	mayoría	de	ellos	nunca	se	enredó
con	 la	 ley.	 Como	 observó	 el	 jefe	 del	 escuadrón	 del	 vicio	 de	 París,	 no	 había	 nada	 que	 él
pudiera	hacer	acerca	de	las	“orgías	en	casas	privadas”.35
En	lo	que	respecta	a	la	coacción	de	la	ley,	las	Edades	Oscuras	empezaron	más	bien	en	el	siglo
XX.
Al	contrario	que	la	gráfica	A1.1	(1810-1900),	la	gráfica	A1.4	(1900-2000)	(apéndice	1,	p.
349)	 muestra	 claramente	 un	 cambio	 significativo.	 (Ambas	 gráficas	 tienen	 en	 cuenta	 el
crecimiento	de	la	población.)	El	fuerte	incremento	de	los	delitos	por	“sodomía”	de	Inglaterra
y	 Gales	 en	 el	 siglo	 XX	 (sodomía,	 ataque	 indecente	 a	 hombres	 y	 gruesa	 indecencia	 entre
hombres)	refleja	en	parte	el	incremento	de	todos	los	crímenes	violentos,	pero	la	tasa	anual	de
crecimiento	en	la	sodomía	y	crímenes	relacionados	es	mucho	mayor.	A	medida	que	avanzaba
el	siglo,	la	sodomía	iba	incrementándose	aún	más	a	los	ojos	de	la	ley.	En	la	última	década	del
siglo,	 sumaba	 5%	 de	 todos	 los	 crímenes	 contra	 las	 personas.	 A	 fines	 de	 los	 cincuenta,	 el
porcentaje	había	subido	a	21	por	ciento.
Visto	 como	 porcentaje	 de	 todos	 los	 crímenes	 registrados	 (gráfica	 A1.5,	 apéndice	 1,	 p.
350),	el	pico	de	mediados	de	siglo	es	todavía	más	dramático:	0.24%	en	1905;	1.52%	en	1955;
0.09%	en	1995.	 (Las	 cifras	 por	 homicidio	 en	 los	mismos	 años	 son	de	 0.3,	 0.06	y	 0.01	por
ciento.)
Pero	el	hecho	clave	aquí	es	el	contraste	con	el	siglo	XIX.	Las	cifras	de	crímenes	no	apoyan
argumentos	muy	detallados,	especialmente	para	un	periodo	tan	 largo.	Los	casos	de	procesos
por	 sodomía	 incluían	 cada	 vez	 más	 a	 niños	 y	 probablemente	 reflejan	 un	 conocimiento
creciente	de	abuso	a	niños	y	mayor	deseo	de	reportarlos.	(La	ofensa	de	“mayor	indecencia	con
un	niño”	se	introdujo	en	1983.)	Pero	la	ofensa	específica	de	“mayor	indecencia	entre	varones”
significaba	 actos	 homosexuales,	 por	 lo	 común	 entre	 varones	 por	 mutuo	 consentimiento
mayores	de	21	años.	Las	cifras	por	esta	ofensa,	que	no	incluían	todos	los	actos	homosexuales
de	consentimiento	mutuo,	siguen	la	misma	tendencia	a	crecer.
A	pesar	de	todos	los	anuncios	apocalípticos	de	los	moralistas	victorianos,	nada	como	esto
se	 había	 visto	 antes.	En	 1955,	 se	 registraron	 2	 322	 casos	 de	 inmoralidad	 entre	 varones.	 Si
aplicamos	el	promedio	común	para	la	población	homosexual	de	4%,	y	si	asumimos	que	cada
ofensa	implicaba	a	dos	personas	(y	no	a	reincidentes),	esto	significaría	que	uno	de	cada	125
homosexuales	varones	de	Inglaterra	y	Gales	entraron	en	 las	estadísticas	criminales	en	1955.
En	comparación,	 se	dejaba	 tranquilos	 a	 los	homosexuales	del	 siglo	XIX.	Fue	 a	partir	 de	 los
treinta	que,	como	dijo	Quentin	Crisp,	la	policía	empezó	a	pensar	de	los	homosexuales	“como
los	 indios	 norteamericanos	 pensaron	 del	 bisonte	 [y]	 consideraron	 la	 manera	 de
exterminarlos”.36
Si	vemos	las	cifras,	por	 incompletas	que	sean	y	por	variantes	que	haya	en	la	 legislación
estatal,	 un	 aumento	 casi	 dramático	 puede	 verse	 en	 muchos	 otros	 países	 europeos	 y	 en	 los
Estados	Unidos	(gráfica	A1.6,	apéndice	1,	p.	350).37
A	mediados	del	siglo	XX,	los	primeros	efectos	de	la	Ilustración	sobre	la	reforma	de	la	ley
se	 habían	 evaporado	 o	 sólo	 eran	 visibles	 en	 la	 forma	 de	 la	 interferencia	 estatal	 masiva.
Francia	no	 tuvo	 ley	alguna	explícitamente	antihomosexual	hasta	1942,	cuando	el	 régimen	de
Pétain	 convirtió	 los	 actos	 homosexuales	 entre	 varones	 de	menos	 de	 21	 años	 en	motivo	 de
cárcel.	Esta	ley	permaneció	después	de	la	liberación.	Los	procesos	contra	homosexuales	muy
pronto	 sobrepasaron	 en	 número	 a	 todos	 los	 procesos	 por	 sodomía	 previos	 en	 Francia
(aproximadamente	setenta,	desde	el	siglo	XIV	hasta	el	Código	Penal	de	1791).38	En	1960,	las
penas	por	 indecencia	homosexual	se	 incrementaron	(de	seis	meses	a	 tres	años	de	cárcel	con
una	multa	de	entre	1	000	y	15	000	francos).	Se	definía	a	la	homosexualidad	como	un	“azote
social”,	junto	con	el	alcoholismo,	la	prostitución	y	la	tuberculosis.	La	“Brigade	Mondaine”39
de	la	fuerza	policiaca	parisiense	reunió	un	archivo	especial	sobre	los	tratantes	de	drogas,	los
adictos,	 los	 alcahuetes,	 las	 prostitutas	 y	 los	 “homosexuales	 reales	 o	 ‘fingidos’”	 (o	 sea,
prostitutos	o	chantajistas).	Finalmente,	la	ley	fue	revocada	en	1982.
En	Alemania,	 el	 párrafo	175,40	 que	 escapó	por	 un	pelo	 de	 ser	 revocado,	 en	 cambio	 fue
reforzado	en	1908.	Los	nazis	introdujeron	una	versión	todavía	más	severa	en	1935,	poniendo
fuera	de	la	ley	todas	las	“actividades	entre	varones	criminalmente	indecentes”.	Un	beso	o	un
apretón	con	la	mano	podía	mandar	a	un	hombre	a	la	cárcel.	Como	la	ley	francesa,	la	ley	nazi
sobrevivió	 a	 la	 segunda	Guerra	Mundial.	Algunos	 de	 los	 escasos	 homosexuales	 (y	 gitanos)
sobrevivientes	 que	 fueron	 encarcelados	 y	 torturados	 por	 los	 nazis,	 fueron	 transferidos	 a
cárceles	 cuando	 los	 campos	 fueron	 liberados.	 En	 Alemania	 occidental,	 la	 pena	máxima	 se
incrementó	en	1957	de	cinco	a	10	años.	La	ley	fue	abolida	en	Alemania	oriental	en	1968	pero
sobrevivió	en	la	Alemania	occidental,	en	una	forma	suavizada,	hasta	1994.	Holanda	introdujo
una	ley	similar	en	1911.	Permaneció	vigente	hasta	1971.
En	cierto	modo,	la	Unión	Soviética	fue	a	remolque	de	Europa	al	legalizar	la	sodomía	entre
adultos	 por	 mutuo	 consentimiento	 en	 1922.41	 Aun	 antes	 de	 la	 Revolución	 había	 habido
reclamos	para	revocar	la	ley	contra	la	sodomía,	sobre	todo	por	Vladimir	Nabokov,	el	padre
del	 novelista.	 Pero	 en	 1934,	 las	 relaciones

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