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1 IDEAS DE NACIÓN EN LA GUERRA DE 1876-1877: UNA MIRADA A LAS MEMORIAS DE CONSTANCIO FRANCO Y MANUEL BRICEÑO POR MARILYN FORERO OLAYA ASESOR MANUEL ALBERTO ALONSO ESPINAL TRABAJO DE GRADO PARA OPTAR AL TÍTULO DE POLITÓLOGA MODALIDAD ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN PROGRAMA DE CIENCIA POLÍTICA FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA MEDELLÍN 2022 2 Ideas de nación en la guerra de 1876-1877: Una mirada a las memorias de Constancio Franco y Manuel Briceño1 Marilyn Forero Olaya2 Resumen: El artículo se pregunta por las ideas de nación que aparecen en las memorias de Constancio Franco y Manuel Briceño en el contexto de la guerra civil colombiana de 1876- 1877. El propósito es conocer la forma de nación que liberales y conservadores recrearon y defendieron. Estos dos personajes coinciden en la defensa de la nación moderna, fundamentalmente, política, pero difieren en su interpretación de acuerdo con las diversas formas como apelan a los conceptos de libertad, educación y progreso. El texto concluye que las tres categorías anteriores definen la forma de la comunidad política liberal y conservadora, sólo que la liberal apunta a una nación progresista, y la última, a una nación de tradición católica. La metodología de la investigación se suscribe a la historia conceptual y al enfoque modernista constructivista de los estudios de la nación. Palabras clave: Nación, liberales, conservadores, Guerra de las Escuelas, Iglesia, educación. Abstract The article asks about the ideas of nation that appear in the memoirs of Constancio Franco and Manuel Briceño in the context of the Colombian civil war of 1876-1877. The purpose is to know the form of nation that liberals and conservatives recreated and defended. These two 1 Trabajo de grado para optar por el título de politóloga de la Universidad de Antioquia en la modalidad Artículo de Investigación. Este trabajo fue financiado por el Centro de Investigaciones de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas. 2 Estudiante de octavo semestre de Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia. Correo electrónico: marilyn.forero@udea.edu.co 3 characters coincide in the defense of the modern nation, fundamentally, political, but they differ in their interpretation according to the various forms as they appeal to the concepts of freedom, education and progress. The text concludes that the three previous categories define the form of the liberal and conservative political community, only that the liberal one points to a progressive nation, and the latter to a nation with a Catholic tradition. The research methodology subscribes to the conceptual history and the constructivist modernist approach of the nation’s studies. Keywords: Nation, liberals, conservatives, War of Schools, Church, education. Introducción ¿Qué es la nación? La respuesta a esta pregunta es compleja, pues no es posible dar una definición escueta y universal. Adentrarse en su definición e interpretación depende de consideraciones teórico-metodológicas y de los contextos histórico-políticos desde donde se aspira a emitir un concepto. Así, autores como Eric Hobsbawm, Benedict Anderson, Jürgen Habermas y Liliana López delimitaron y estudiaron la nación a la luz de la perspectiva modernista constructivista, la cual comprende que la nación es una comunidad fundamentalmente política, que se vincula a un tiempo y espacio determinado, como “la era de las revoluciones sociales de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX” (López, 2019a, p. 28).3 El elemento característico es la previa existencia de un Estado que precisa de un gobierno en común para su población, al tiempo que requiere de un “mínimo” desarrollo del capitalismo para su despliegue material y simbólico. Son estas especificidades las que perfilan artificialmente a la nación moderna.4 3 Si, antes de la época moderna, “nación” significaba linajes, descendencia, procedencia u origen, con la irrupción de la modernidad el término adquiere un sentido básicamente político y se expresa en singular. El concepto de nación que emerge durante la era de las revoluciones se inscribe en la ecuación que iguala la nación, el Estado y el pueblo soberano. Este nuevo significado es inconcebible sin anteponerle la idea de la soberanía nacional, cuyo contenido entraña una revisión completa de la posición y la relación entre gobernantes y gobernados. Los hombres pasaron de ser súbditos a ser ciudadanos de un Estado, y el sujeto de la soberanía ya no era una persona física -el rey-, sino un ente colectivo -la nación- (López, 2019a, p. 29). 4 La cual se diferencia de los lazos prepolíticos como la sangre, la lengua o el suelo. 4 Para Hobsbawm (1997) la nación moderna sobresale por su modernidad, lo que significa, grosso modo, que ella debe i) contar con la preexistencia del Estado; ii) tener la capacidad de imponerle a sus ciudadanos obligaciones públicas y, iii) poseer unas condiciones económicas y tecnológicas para divulgar, a través de medios de comunicación, las estrategias de la nación. Por su parte, Anderson (1993) concibe a la nación como una comunidad política imaginada, cuyos lazos logran la “eternidad” por la imagen de comunión y el compañerismo profundo horizontal que une a los miembros de la comunidad política,5 estos lazos también requieren de medios técnicos que ayuden a contornear los imaginarios de la nación. Por otro lado, en la tesis de Habermas (1999) la nación tiene dos caras, la nación querida y la nación nacida. La primera está fuertemente vinculada con el Estado constitucional europeo, lo que se tradujo en una connotación política para la nación. En la perspectiva de este autor, el paso de súbditos a ciudadanos produjo una cultura democrática que requirió de un substrato cultural para darle fuerza vital a la nación. En los trabajos de Liliana López (2019a), la nación se concibe como “el resultado de una construcción histórica, subjetiva y política en la Modernidad […], que para su existencia exige al Estado como instrumento de integración interna […], donde confluyen criterios políticos, culturales y valores morales (p. 414-415). Teniendo como base teórica la perspectiva modernista constructivista, este trabajo se propone el objetivo general de estudiar las ideas de nación en la guerra de 1876-1877 a través de las memorias de Manuel Briceño y Constancio Franco. Las ideas de nación son formas de pensar e imaginar la comunidad política, y una manera de rastrear estas ideas es a través de los escritos y las memorias de la élite colombiana del siglo XIX. Aquí se hará, específicamente, desde la mirada de Constancio Franco Vargas6 (1842-1917) y Manuel Briceño7 (1849-1885). En correspondencia con el objetivo general, se formularon los siguientes objetivos específicos: i) identificar y describir cómo se relataron las ideas de nación en las memorias de Constancio Franco y Manuel Briceño; ii) analizar los relatos de nación y su relación con 5 Se refiere a la nación. 6 Fue un historiador, periodista, dramaturgo, escritor, pintor y político liberal, que dedicó gran parte de su vida a narrar la historia patria y la guerra de Independencia de la Nueva Granada. 7 Era militar, político, historiador y periodista que comulgó con el Partido Conservador y produjo obras como La Revolución y Los Comuneros. 5 la disputa por la definición de la forma de la comunidad política y iii) explicar la disputa entre dos ideas de nación en el contexto de esa guerra civil. Los relatos y las memorias sobre la nación permiten identificar la forma de la comunidad política,las características que la componen y los sentidos que se produjeron para su configuración. A través de las memorias y los relatos escritos, las élites letradas lograron promover y plasmar el tipo de nación deseable para sus proyectos, así como justificar el inicio de las guerras. Briceño y Franco8 fueron importantes narradores de la Guerra de las Escuelas,9 y cada uno interpretó los hechos a partir de su postura política y moral, es decir, en sus memorias se encuentran las dimensiones y criterios que dieron forma a la comunidad política que disputaron. La guerra de 1876-1877, fue un conflicto bélico que desborda su carácter clerical10 y permite analizarla a partir de nociones identitarias y sentidos políticos que liberales y conservadores ambicionaban para la construcción de la nación. Además, en ella se enfrentaron simbólica y materialmente “las dos únicas propuestas de construcción de nación: la liberal y la católica” (Arango y Arboleda, 2005, p. 91). Metodológicamente se recurrió a la historia conceptual11 y, como se mencionó, al enfoque modernista constructivista de los estudios de la nación. “La historia conceptual representa un esfuerzo por examinar la experiencia histórica de tiempos pasados, poniendo el énfasis en el estudio de la duración y el cambio de aquellas nociones-guía de la terminología política y social” (López, 2019a, p. 35). De este modo, es posible combinar El análisis de los significados y desplazamientos semánticos de términos cuyo uso político permiten comprender estructuras sociales y fenómenos específicos, con el 8 Es preciso señalar que “Franco no produjo obras de historia erudita sino textos de ‘vulgarización’ para el público escolar y no especializado, cuyo objetivo era la divulgación de valores cívicos” (Robledo, 2019, p.45). 9 La Guerra de las Escuelas es la guerra civil de 1876-1877. 10 Mas no religioso. 11 Es preciso señalar que la historia conceptual es útil en este trabajo para rastrear el concepto de nación y así identificar y describir las diferentes ideas de nación en las memorias de Constancio Franco y Manuel Briceño, pero no es una investigación sobre los conceptos porque, entre otras cosas, no ahonda en sus premisas fundamentales como el campo extralingüístico y su “distancia” con la historia social. Asimismo, este trabajo tampoco es sobre la historia de las ideas, pues no enfoca su atención en las ideas- elementos o ideas-unidad, “esto es, aquellos elementos constitutivos en sí de un sistema filosófico dado que permite -en alguna medida- realizar nuevos agrupamientos y relaciones entre los hombres y las ideas” (Di Pascuale, 2011, p.82). No se trata de analizar marcos de unidad indisoluble, donde los intelectuales sujeten categorías para conformar relaciones lógicas. 6 estudio de las denominaciones que han recibido esos fenómenos, porque puede suceder que un mismo fenómeno sea denominado de diferentes formas, y a la inversa, que distintos fenómenos sean designados con el mismo nombre (Ibid.). Para Koselleck (1993), ese desplazamiento semántico a través del tiempo es lo que caracteriza, en gran parte, a los conceptos. Es decir, estos tienen la capacidad de redefinirse o de reinterpretarse toda vez que trascienden sus contextos originarios y logran flexibilizarse en contextos específicos de enunciación. Al liberar a los conceptos […] de su contexto situacional y al seguir sus significados a través del curso del tiempo para coordinarlos, los análisis históricos particulares de un concepto se acumulan en una historia del concepto. Únicamente en este plano se eleva el método histórico-filológico a historia conceptual, únicamente en este plano la historia conceptual pierde su carácter subsidiario de la historia social (Koselleck, 1993, p.113) “El concepto, en la “historia de los conceptos”, no es una categoría lingüística, sino una haz de experiencias y de expectativas, de visiones de la realidad histórica y de pautas explicativas de la misma” (Abellán, 2007, p. 6). Estas experiencias o realidad histórica le imprimen un carácter sociopolítico al concepto y lo diferencian de las palabras, pues estas no tienen multiplicidad de sentidos y tampoco un sustrato de acción política o social que fracture la historia. Inscribirse en la historia conceptual posibilita estudiar conceptos políticos y sociales fundamentales,12 en este caso el de nación, cuya definición no es estática y se integra con otros conceptos modernos que contornean los imaginarios y experiencias de la comunidad política. Poner el concepto en un momento temporal e histórico determinado, como la guerra civil de 1876-1877, y rastrearlo en las memorias de estos personajes, da claridad acerca del uso y despliegue de las interpretaciones sobre la nación, las cuales movilizaron a las gentes en la defensa de cada proyecto político. Ahora bien, el enfoque modernista constructivista de la nación entiende que ésta “es un producto de los cambios asociados a la modernidad, como el capitalismo, la alfabetización y 12 Así lo nombra Koselleck 7 la industrialización […], [y que es] esencialmente construida por las élites”13 (Márquez, 2011, p. 571). A través del estudio de las memorias de Franco y Briceño se identificaron algunas de las ideas sobre la nación que aparecían en el pensamiento de los liberales y los conservadores de la mitad del siglo XIX. Dentro de esas memorias, las categorías de libertad, educación y progreso definieron, en gran medida, los proyectos nacionales, es decir, para liberales y conservadores sus ideas de nación debían resaltarse por el predominio de estos conceptos, solo que cada facción los interpretó de manera antagónica. Una parte importante de los motivos de la guerra civil de 1876 pasó por estas coordenadas. Presupuestos teóricos Este trabajo señala que la construcción de la nación en Colombia durante el siglo XIX fue fundamentalmente política. En tal sentido, se parte del enfoque modernista- constructivista de los estudios contemporáneos de la nación. Esta perspectiva anota que la nación es una creación14 basada en criterios políticos y no en supuestos esencialistas o naturales como la raza, el suelo, la sangre o la lengua. Para ampliar el enfoque se remitirá a cuatro autores: Eric Hobsbawm, Benedict Anderson, Jürgen Habermas y Liliana López.15 Para Hobsbawm (1990) una de las características principales de la nación moderna es su modernidad. Esto indica que i) es una forma de organización que apela a la unidad política y que impone obligaciones públicas a sus ciudadanos; ii) se configura en un periodo concreto y reciente de la historia (periodo de las revoluciones, principalmente, la Revolución Francesa); iii) la antecede el Estado; y iv) necesita determinadas condiciones económicas y tecnológicas. Además, es un fenómeno dual, puesto que es construida desde arriba pero debe analizarse desde abajo, esto es, pensar en las necesidades e intereses de los civiles. 13 La nación moderna es elitista y los grupos subalternos, en Colombia del siglo XIX, no participaron en la construcción intelectual de ella. Sin embargo, este trabajo reconoce la importancia de estudios como los de Jairo Gutiérrez Ramos acerca del papel de las mujeres, indios y negros en la Independencia de la Nueva Granada. Véase en Actores subalternos: grupos étnicos y populares en la Independencia de la Nueva Granada. Así como la discusión disciplinar que plantea Ingrid Bolívar sobre la construcción de la nación desde el papel de las élites y los subalternos. Véase en: La construcción de la nación: debates disciplinares y dominación simbólica. 14 Dentro de la perspectiva modernista-constructivista existen tres enfoquesque responden a esta interpretación. Para Hobsbawm la nación es una invención; en Anderson la nación es imaginada, mientras que en Habermas es creada. Con esto, es clave señalar que, aunque se nombren diferente, desde esta perspectiva la nación se considera como un producto artificial. 15 Este texto no se suscribe a estudios subalternos y no pretende ahondar en fallas estructurales del Estado. 8 Al decir que la nación reclama unidad política y obligaciones públicas, este autor pone énfasis en la dimensión contractual y voluntaria que vincula a los ciudadanos. Esa unidad política asienta sus presupuestos en el pensamiento liberal y en la tesis de igualdad de derechos y libertad. Esta nación reconoce una vida nacional con intereses y deberes colectivos, amparados bajo un gobierno representativo que alienta una forma de comunidad dada a través de principios políticos y no relacionada con sentimientos de adhesión como la lengua o la sangre (López, 2019a). Esta característica de la nación moderna surge en un periodo concreto y reciente16 y tras su materialidad marca un punto de intersección político entre el Estado y la nación, de ahí que el enfoque modernista no prescinda del Estado cuando apela a la nación. El Estado-nación es una categoría fundamentalmente moderna, cuya existencia demanda delimitaciones territoriales y mecanismos institucionales, en este sentido, se entiende que el Estado antecede a la creación de la nación porque él presta los dispositivos para la cohesión social. Estos dispositivos, como la escuela, el ejército o los medios de comunicación, requieren de condiciones económicas y tecnológicas que solo pueden darse en una etapa “avanzada” del capitalismo (Hobsbawm, 1990). La nación es un fenómeno dual. Hobsbawm presenta a la nación como una invención, es decir, como algo que se fábrica en un tiempo preciso y con dispositivos dados por el Estado. Además, agrega que es pensada “desde arriba”. Esto significa que ella es producto de la “creación consciente y deliberada de educadores nacionalistas” (López, 2019a, p.94), intelectuales o élites políticas que ponen sobre su construcción intereses políticos, culturales, morales, sociales e ideológicos. Este aspecto dota a la nación moderna de una característica artificiosa o antinatural que, y aquí reside la dualidad, necesita de la visión de personas normales, de los ciudadanos comunes para conocer los sentimientos y opiniones en el nivel subalterno. Desde luego que Hobsbawm (1991) sabía la difícil tarea de rastrear históricamente los puntos de vista de las clases bajas, pero anotó que no se puede dar por sentado que aprobaran una identificación nacional hegemónica. Por su parte, Benedict Anderson dice que la nación es una “comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana” (1993, p. 23). Además, agrega que es un artefacto 16 La Era de las revoluciones. 9 cultural. Al decir que es imaginada, Anderson comprende que incluso “los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión” (Ib., p. 23). Es limitada porque tiene fronteras finitas, pues “ninguna nación se imagina con las dimensiones de la humanidad” (Ib., p. 25). Y se imagina como comunidad porque es “un compañerismo profundo horizontal y, en última instancia, es esta fraternidad la que ha permitido que, durante los últimos dos siglos, millones de personas maten y estén dispuestas a morir por imaginaciones tan limitadas” (Ibid.). La nación imaginada parece remitir a una unión y pertenencia sólida que se mantiene “a través del tiempo homogéneo y vacío” (Ib., p. 48), pues se percibe el pasado y el futuro de manera simultánea con el tiempo presente; un presente que concibe la idea de nación “sostenidamente de un lado a otro de la historia” (Ibid.). Este vínculo simultáneo, abstracto y anónimo se forja, entre otras, a través de medios técnicos como la imprenta, que ayudan a la representación de la comunidad imaginada. Representación que gestiona la ausencia de relaciones cara a cara o interacciones materiales entre cada connacional. Ahora bien, el compañerismo horizontal expresa formas de solidaridad e identificación que movilizan a las personas a comprometerse con los llamamientos de la comunidad política, bien sea en su defensa o exaltación. Esas movilizaciones fraternas también están sujetas a la producción de símbolos, historias, relatos, discursos e imágenes que son posibles gracias a las anteriores dimensiones y, sobre todo, a los medios de información de masas. En la propuesta de Anderson, estas comunidades imaginadas son viables por la “interacción semifortuita, pero explosiva” del capitalismo, la imprenta y la consecuente consolidación de las lenguas impresas, las cuales sientan las bases de la conciencia nacional, al crear campos unificados de intercambio, circulación y comunicación (López, 2019a, p. 111). Habermas (1999) dice que la nación tiene dos caras: la nación querida y la nación nacida. La primera se refiere a aquella de origen político enraizada en una conciencia revolucionaria, mientras que la segunda argumenta razones de pertenencia étnica. Esta distinción constituye la vieja tensión entre “el universalismo de una comunidad jurídica igualitaria y el particularismo de una comunidad con destino histórico” (p. 91). La distinción habermasiana 10 es fundamental para hacer énfasis en los estudios de la nación política y voluntarista, es decir, en aquella concebida como una integración libre y abierta al futuro (López, 2019a). Para este autor, la nación querida está estrechamente ligada con el Estado constitucional europeo, pues la transformación de un Estado divino a uno democrático, convirtió a los súbditos en ciudadanos políticamente activos capaces de autocomprenderse dentro de un vínculo de solidaridad (1999). Ese vínculo, que es la conciencia nacional, se cristaliza en la percepción de una procedencia, una lengua o una historia en común, solo la conciencia de pertenencia al “mismo” pueblo, convierte a los súbditos en ciudadanos de una única comunidad política: en miembros que pueden sentirse responsables unos de otros. La nación o el espíritu de un pueblo (Volsgeist), esto es, la primera forma moderna de identidad colectiva en general, suministra un substrato cultural a la forma estatal jurídicamente constitucionalizada (Habermas, 1999, p. 89). Esa percepción de la conciencia nacional le da la fuerza vital a lo jurídico-político para que la nación moderna logre imaginarse. De ahí que los criterios culturales, morales e históricos son imprescindibles para construir un proyecto de nación que integre socialmente y que movilice a los ciudadanos en favor del Estado-nación. Para Habermas es cierto que “solo mediante conceptos normativos no se puede aclarar cómo debe componerse el conjunto básico de aquellas personas que se reúnen para regular legítimamente su vida común” (Ib., p.92). La conciencia de una nueva forma de legitimidad fue posible gracias a la Revolución Francesa. Al respecto, este autor advierte que “ni siquiera el tráfico capitalista, ni la forma burocrática de la dominación legal, ni siquiera la conciencia nacional y el moderno Estado constitucional hubieran necesitado surgir de una convulsión vivida como una revolución” (Habermas, 1998, p. 593). Lo realmente trascendente de la Revolución fue la invención de la cultura democrática y ese acontecimiento conjuró los escenarios para una moderna forma de conciencia (Ibid.). A la perspectiva modernista constructivista se suscribe la investigadora Liliana López. Ella entiende que la nación es “el resultado de una construcción histórica, subjetivay política en la Modernidad […], y que para su existencia exige al Estado como instrumento de 11 integración interna […], donde confluyen criterios políticos, culturales y valores morales” (2019a, p. 414-415). Que la nación exija al Estado para concretar sus formas es una de las características de su modernidad y esta premisa permite trasladar temporal y espacialmente una pregunta: ¿hubo nación en Colombia en el siglo XIX? Un número importante de analistas señalan que el Estado era frágil y casi inexistente en algunas zonas del territorio, y solo “a partir de la década de los cuarenta, cuando se crean formalmente los partidos políticos, el país presenció el desarrollo de proyectos de organización política que tenían como horizonte la idea del Estado nacional” (López, 2019a, p. 425). A pesar de la popularidad de esta premisa, otros estudios sobre el proceso de construcción del Estado nación en el país señalan tres momentos en su proceso de constitución: el primero de ellos es el fundacional, que remite al periodo de las guerras de independencia, donde los próceres se dieron a la tarea de inaugurar un vocabulario para darle las bases políticas a la nación. Una segunda fase de construcción y consolidación que corresponde a la constitución de la Nueva Granada y, por último, el proyecto centralizador y unificador de la Regeneración (Ib., 419). Para los cuatro autores reseñados la nación es una construcción artificial, no natural, exige al Estado y se sustenta en criterios fundamentalmente políticos. En Hobsbawm y Anderson se encuentra otro elemento común: las posibilidades que le brinda el “capitalismo impreso” a las naciones modernas, pues, a través de la reproducción de lenguas escritas se logra estimular la conciencia nacional. “La mayoría de los estudiosos de hoy estarán de acuerdo en que las lenguas nacionales estándar, ya sean habladas o escritas, no pueden aparecer como tales antes de la imprenta, la alfabetización de las masas y, por ende, su escolarización” (Hobsbawm, 1991, p.18). Y esa escolarización o “el progreso de escuelas y universidades mide el progreso del nacionalismo, porque las escuelas, y en especial las universidades, se convirtieron en sus defensores más conscientes” (Hobsbawm, como se citó en Anderson, 1993, p 108). El estímulo de la conciencia nacional a través de periódicos, poemas, mapas o novelas, era una manifestación del hermético círculo de lectores y consumidores que se concentraba en una clase poco vulgar que podía imaginar la nación. Estos personajes privilegiados le procuraron a la nueva narrativa un matiz de exclusión que encajaba bien con la forma de la lengua impresa, mas no, con la naturaleza de la lengua en sí misma. Así lo precisó Anderson 12 (1993) al decir que cualquiera puede aprender una lengua dada, mientras que la lengua impresa es lo que inventa el nacionalismo. La invención o imaginación de la comunidad política por medio de artefactos culturales y simbólicos que apelaron al pasado y futuro para producir experiencias e identificaciones colectivas, estuvo mediada, como se señaló, por la tecnología, y su construcción no pudo desvincularse por completo de los afectos y emociones de la población. Sin embargo, el que se tuviera en cuenta la dimensión sensible de las personas no significó que fueran partícipes de la vida política, pues el poder dual17 no fue simétrico y las consideraciones de la sociedad jugaron un papel más receptivo que productivo.18 La nación moderna no puede prescindir de la dimensión afectiva y subjetiva que le ayuda a dar la “imagen de comunión” entre sus connacionales, o como dice Anderson (1993), de compañerismo horizontal que establece vínculos perdurables. Esas dimensiones requieren de la formalización de un Estado -anterior a la nación- para la planificación de “criterios objetivizados” que impulsen y estimulen las formas simbólicas. Liliana López (2019a) deja claro en su texto19 que el Estado es la organización política que le da significado a las características nacionales de la población, mientras para Habermas las tensiones entre Estado y nación se resuelven con las formas del Estado nacional, esto es, el Estado y la nación se transforman mutuamente y casi en simultáneo, porque la nación sirve como elemento “purificador” de un Estado antes religioso y luego democrático. Por eso la conciencia nacional es una fusión de antiguas lealtades que crea un nuevo modo de legitimación cristalizado en la percepción de una lengua, una historia o destino (que no el azar) en común. Los criterios de percepción que aborda Habermas no hacen referencia a la raza o a la sangre, pero sí se incluye a la lengua o procedencia, los cuales apelan al corazón, al alma y dotan de fuerza motriz al vínculo político autenticado en la adhesión libre y voluntaria. 17 Por lo menos en el siglo XIX y en los contextos hispanoamericanos. 18 Por supuesto que el rol de los subalternos en el siglo XIX fue imprescindible para el sostenimiento y continuidad del proyecto unificador, ellos prestaron su fuerza cuando había que hacer la guerra, dieron obediencia e hicieron imaginable la nación toda vez que reprodujeron simbólicamente la forma de la comunidad política que se les presentó, pero no tuvieron trascendencia en la definición (ideológica) de la nación colombiana. 19 Lugareños, patriotas y cosmopolitas. Un estudio de los conceptos de Patria y Nación en el siglo XIX colombiano. 13 Cuando Habermas afirma que lo realmente importante del legado revolucionario francés fue la configuración de una nueva conciencia nacional, estaba refiriéndose al vínculo interno entre el Estado y la democracia. Esta conexión que se da en la realidad constitucional también tiene implicaciones políticas, de ahí que el paso de la muchedumbre al pueblo revelara la estrategia de todo Estado-nación: otorgar la categoría de ciudadanos, en virtud de la defensa de los proyectos nacionales. Hobsbawm (1990) dice que la comunidad imaginada logra llenar el vacío emocional que deja la no disponibilidad de las comunidades reales, pero existe el interrogante de por qué las personas, después de perder su comunidad material desean imaginar un sustituto de ella. La respuesta que encuentra coincide con las posturas anteriores sobre las dimensiones abstractas. Puede que una de las razones sea que en muchas partes del mundo los Estados y los movimientos nacionales podían movilizar ciertas variantes de sentimientos de pertenencia colectiva que ya existían y que podían funcionar, por así decirlo, potencialmente en la escala macropolítica capaz de armonizar con Estados y naciones modernos. A estos lazos los llamaré «protonacionales» (1990, p. 55). Las ideas esbozadas hasta acá son útiles para este trabajo porque sustentan la idea de que la nación moderna exige al Estado, es pensada desde arriba y no descansa en criterios objetivos como la raza, la sangre o la lengua. Sin embargo, ella sí necesita de dimensiones culturales, emocionales e históricas, así como de criterios subjetivos, técnicos, económicos y morales para crear la percepción de un vínculo intangible, solidario y eterno que solidifique las relaciones de la comunidad imaginada, inventada o creada. Nación en Colombia: siglo XIX Según Erazo (2008), la construcción de la nación en Colombia ha sido justificada a través de varias hipótesis: la primera, se refiere a que “la nación colombiana se forma a finales del siglo XVIII y primeras décadas del siglo XIX” (p.36); la segunda, anota que “la nación colombiana se construye a partir de la Misión Corográfica” (p.36) y, por último El tipo de nación que hoy se tiene en Colombia se configura a partir de una serie de hechos y tejidos históricos-políticos-culturales ocurridos hacia la década de los 80 del siglo XIX,los cuales permiten poner en marcha una serie de dispositivos que hacen 14 posible la interiorización de los valores simbólicos y culturales que hoy forman parte de la nación colombiana (Ib., p. 36). Las hipótesis uno y tres son las más cercanas al ideal moderno de nación. Según la historiografía de Colombia, la discusión sobre la nación fue importante a inicios del siglo XIX, en el momento de la Independencia, cuando la élite política manifestó la necesidad de unidad nacional y de reorganización social basadas en doctrinas político-constitucionales del liberalismo europeo.20 Tiempo después, y aquí se ubica la tercera hipótesis, resurgió con fuerza la discusión sobre la construcción de la nación con el movimiento político, y posterior establecimiento, de la Regeneración21 y su proyecto centralizador y homogeneizante.22 A la tercera hipótesis se suma Erna von der Walde (2002), quien asume que la constitución de la nación en Colombia en el siglo XIX se distingue por su concreción tardía a finales de 1880 y porque obedeció a intereses de “un grupo de filólogos, gramáticos, latinistas y prelados” (párr.1). Los ilustrados fueron quienes imaginaron la nación colombiana porque tuvieron las condiciones materiales para viajar y educarse, y por la posibilidad de acceder a escenarios estratégicos de divulgación que impulsaron, según Galvis, una idea de comunidad basada en la unidad. Desde escenarios de creación y divulgación de discursos como el gobierno o la prensa, se intentó configurar una idea de comunidad que aglutinara a los habitantes de lo que se llamaba entonces Nueva Granada, bajo los mismos ideales de unión (2011, p. 1). En la tesis de Erazo sobre la nación tardía en Colombia hay un elemento no explícito; la idea de que la nación moderna necesita del Estado para su despliegue, en tanto éste le provee los dispositivos institucionales y simbólicos que configuran y “concretan” el principio de nacionalidad no étnico. El que el Estado anteceda a la nación es una de las apuestas 20 Véase Carta de Jamaica. 21 Sin embargo, las disputas por la forma de la nación y el control de los aparatos institucionales se presentaron insistentemente durante y después de 1876- 1877 con la guerra de las Escuelas. Es decir, antes de la Regeneración ya se luchaba por superponer una forma homogénea de nación. 22 En efecto, este es el momento en el que las élites de los partidos políticos colombianos, el Liberal y el Conservador, intentaron articular el centro con las regiones, construir un proyecto de centralización política, reactualizar los valores hispanos y restaurar la religión católica como religión nacional, otorgándole el papel de vigilancia y control sobre la educación del país. (López, 2019a, p.422). 15 fundamentales dentro de la investigación sobre la nación en Colombia de la investigadora Liliana López. El núcleo fundamental de esta tesis señala que la organización política – el Estado – es el que instaura y da significado a las características nacionales de la población, incluso, si ellas son de carácter objetivo como la lengua, la raza o la geografía (2019a, p. 95). La pregunta sobre si en la Colombia del siglo XIX hubo primero Estado y luego nación, o si fue al revés, es una discusión no zanjada. Sin embargo, varios de los estudios sobre la nación en el país concuerdan en que luego de la guerra de independencia, se formó, de manera precaria, un Estado que continuaba reproduciendo y mezclando las jerarquías sociales del antiguo régimen con una idea política moderna del modelo francés (Landinez, 2019). El que las guerras fuesen promotoras del desarrollo institucional no es una novedad cuando se estudia al Estado moderno. De hecho, para pensadores como Charles Tilly “los Estados hacen las guerras y las guerras hacen Estados” (Tilly, como se citó en Centeno, 2014, p. 160-161). Sin embargo, para Centeno (2014), esta máxima funciona para ciertos Estados europeos o para Estados que tuvieran “por lo menos, [un] mínimo de organización política. Sin cohesión institucional las guerras darán lugar a caos y fracasos. Las guerras solamente brindan una oportunidad para aquellas organizaciones políticas capaces de capitalizarlas; no pueden crear instituciones por arte de magia” (p. 160-161). Esta tesis cuestiona la idea de que en Colombia primero se formó el Estado, pues en el siglo XIX, éste no tuvo la capacidad de organizar grandes ejércitos con objetivos en común y tampoco conseguía cobrar impuestos en todos los territorios. Pero que el incipiente Estado colombiano no cumpliera a cabalidad con la apuesta moderna, no significó que no se formara uno con características “irregulares”. Al respecto, Alonso y Vélez afirmaron que Los Estados, tal como los conocemos hoy -o al menos como se describen en los diccionarios y manuales de política- son el resultado de una formación no siempre intencional, lineal, homogénea y universal pero caracterizada principalmente por la afirmación de una autoridad política en un determinado territorio. Este rasgo no excluye el hecho de que fuertes autonomías territoriales y corporativas, como las existentes en la América hispánica, condujeran a la formación de "Estados mixtos", 16 en los que se reconocía la autoridad de la Corona y, al mismo tiempo, se daba validez a prácticas locales de justicia (Annino, 1994, como se citó en Alonso y Vélez, 1998, p.47). María Teresa Uribe (1991) anota que existe un acuerdo más o menos explícito en torno al papel de las guerras y su influencia en la configuración de componentes socio-nacionalitarios como, por ejemplo, los poderes con capacidad de lograr lealtades y obediencias. Sin embargo, ella expandió esa indagación y se aventuró a proponer que las guerras o las confrontaciones bélicas prolongadas crearon sentidos comunes que ayudaron a imaginar la nación colombiana. Esos sentidos comunes pasan, claramente, por la materialidad de unos hechos y por discursos políticos. De lo que se trata, es de preguntarse por qué el discurso político sobre la violencia y los conflictos bélicos, ha logrado desbordar sus esferas de competencia y erigirse como referente desde el cual se piensa la nación y se organizan las memorias y los relatos de las gentes del común en el país (Uribe, 1991, p. 10). Esta perspectiva es una apuesta diferente para comprender que el Estado-nación colombiano también se configuró a través de una dimensión discursiva que conformó sentidos de pertenencia e identidad y que las guerras por la nación superaron el escenario inmediato y material con el propósito de transformar los hechos en relatos eternos que justificaran nuevas confrontaciones y nuevos pactos. Esta autora también señala que “la nación moderna es algo más que territorio, cultura, lengua, religión o historia colectivamente vivida, es, ante todo, una comunidad política imaginada, formada a través de representaciones sociales muy complejas” (2006, párr.1). Además, afirma que las “guerras civiles del siglo XIX colombiano fueron en lo fundamental guerras entre ciudadanos, guerras por la nación, por la definición y unificación del territorio” (párr.8). Con lo expuesto, parece que la nación en Colombia en el siglo XIX se estudió a partir de hipótesis hegemónicas, esto es, desde su génesis como proyecto político independentista y a partir de su consolidación en el periodo de la Regeneración. Sin embargo, estudios como los de María Teresa Uribe y Liliana López demuestran que la nación en Colombia puede interpretarse a partir de tesis no predominantes, eso sí, enmarcadas dentro de la perspectiva modernista. 17 Por su parte, López (2019a) explica que en la Colombia del siglo XIX hubo dos proyectos republicanos -liberal y conservador- de construcción nacional: el primero postulala idea de nacionalidad compleja, que hace referencia a la relación de “promiscuidad etnológica” y régimen democrático y, en el segundo, se dibuja el ideal de una república unitaria vinculada a la “nacionalidad literaria” y la nación católica. Los liberales comulgaban con la nación compleja por ser el espejo de las ideas edificadas por la Revolución Francesa. En esta forma de nación, había espacio para lo heterogéneo, la diversidad, la tolerancia de culto y las libertades individuales, concesiones que no eran un problema para el desarrollo de su idea de nación, porque lo importante era el pacto solidario y voluntario. Por su parte, los conservadores creían que su proyecto unificador debía encontrar criterios de identidad menos abstractos y recurrieron a principios hispánicos y católicos para darle sentido y justificación a la república unitaria. El segundo modelo […] buscaba reemplazar la libertad por la autoridad, y la heterogeneidad por la homogeneidad, a través de cuatro elementos básicos: la centralización del poder público, la centralización de la política monetaria, el fortalecimiento de los poderes del ejecutivo, y la apelación a la Iglesia católica como fuerza educativa, medio de cohesión social y modelo de identidad nacional (López, 2019a, p. 365). López recalca que a pesar los conflictos internos y las tesis antagónicas existentes al interior del liberalismo, la élite liberal colombiana se trazó la meta política de construir al Estado y unificar la nación. Para ese objetivo buscaron, por ejemplo, defender las libertades individuales, la democracia, el gobierno civil, abolir la pena de muerte, educar a la población e insistir en la libertad absoluta de imprenta. Esto último se puede relacionar con la propuesta de Hobsbawm, al mencionar que la característica principal de la nación moderna es su modernidad y para su desarrollo debe contener cuatro elementos fundamentales, entre ellos, el avance del capitalismo y los adelantos tecnológicos, pues estos ayudan, como propone Anderson, en la construcción de un tiempo mudable y no lineal para conectar el pasado, presente y futuro. La república unitaria de los conservadores promovía políticas antiliberales como condicionar la libertad de expresión, defender la pena de muerte, abogar por la religión 18 católica y la moral cristiana, para que gobernaran como principios rectores de la fisionomía nacional. Para los conservadores “la construcción de la nación tenía, entonces, una connotación etnocultural y se asociaba a la defensa de la tradición, de la particularidad local y de los caracteres específicos” (López, 2019a, p.395). Un punto interesante sobre la nación unitaria que querían los conservadores, es que ella fue pensada a través de la idea moderna, incluso, cuando se dedicaron a construir y potenciar las dimensiones subjetivas y culturales a través de la herencia española, en la que el Estado, la escuela, la lengua y la Iglesia les servía para inventar los lazos solidarios y perennes. La nación no podía ser algo creado artificialmente, ni el resultado de algún consenso voluntario, por extendido que este fuese, y tampoco un edificio levantado intencionalmente sobre las ruinas de lo existente. Para las élites conservadoras, ella no podía ser otra cosa que la expresión de la nacionalidad católica, es decir, la manifestación de una comunidad histórica que, pese a sus fragmentaciones y diferenciaciones, encontraba elementos de identificación en las tradiciones pasadas comunes […]. En suma, el ideal de nación estaba representado en la defensa de la civilización cristiana, las tradiciones, las creencias comunes y la uniformidad de la lengua nacional (Ibid.). Liberales y conservadores de mediados de siglo compartían los postulados republicanos sobre el Estado nación, pero diferían, como dice López, en los criterios de identidad y homogenización política. Ambos imaginaban la nación dentro de los marcos constitucionales, deseaban el progreso económico y la unidad nacional, pero los “liberales identificaban el republicanismo con el estatus político que adquieren los individuos a través de la posesión de derechos individuales y libertades civiles, y los conservadores, lo asimilan con la pertenencia, la lealtad y el respeto […] a la comunidad de origen” (López, 2019a, p. 310). Así las cosas, la nación en Colombia se presenta, generalmente, como una construcción tardía y que sostiene un vínculo frágil con el Estado, pero este vínculo es funcional para intentar construir sentidos de pertenencia y crear referentes nacionales que se traduzcan en “formas de objetivación” como ferrocarriles, universidades públicas o la creación de la codificación nacional. El intento por superponer un Estado-nación de corte liberal o 19 conservador hizo que la guerra civil de 1876-1877, fuera una confrontación que minara todos los ámbitos de sociabilidad, desde el político hasta el cultural. 2. Francia y España: dos ideas de nación en Colombia La Revolución Francesa de 1789 se ubica en la historia contemporánea -por lo menos en Occidente- como uno de los acontecimientos más importantes para impulsar el cambio ideológico en Europa, y, posteriormente, en Hispanoamérica. En términos generales, esta Revolución fue producto de cuatro factores: el primero el contexto social, marcado por el auge de la burguesía francesa y su enemistad con el absolutismo monárquico y el sistema feudal; el segundo, el contexto político, signado por el desinterés de la monarquía por responder a las exigencias de la realidad cambiante y su apego al viejo sistema de poder, con el propósito de resistir la separación de poderes del Estado; tercero, el contexto económico, determinado por los altos impuestos, la escasez de alimentos, la extrema desigualdad social y la deuda del Estado francés; por último, el contexto ideológico, definido por la acentuación de las ideas de la Ilustración23 y la expansión de un nuevo vocabulario político y social -como libertad, igualdad, fraternidad- que impactaría en la conciencia de los franceses -por los menos de la élite intelectual- al cuestionar verdades indiscutibles como la forma de gobierno, el rol de la Iglesia y el destino de los hombres (Valenzuela, 2008). Se puede establecer que las causas de la revolución son un conjunto de factores políticos, económicos, sociales que pueden resumirse del modo siguiente: a. Una estructura tradicional arcaica, minada por la evolución de la economía y el auge de la burguesía, que reclamaba el poder político paralelo al económico que disfrutaba. 23 La Ilustración no es una doctrina ni tampoco una escuela o corriente filosófica homogénea, sino más bien una etapa en el desarrollo del pensamiento moderno. Por «Ilustración» se entiende habitualmente el modo de pensamiento dominante en Europa durante el siglo XVIII o, sí se prefiere, entre las dos revoluciones, la inglesa de 1688 y la francesa de 1792. Como es natural, la gran variedad de obras y opiniones que produjo dicho siglo hace muy difícil, si no imposible, la unificación doctrinal de sus componentes y pone en entredicho incluso la posibilidad de otorgarle una denominación común a todas ellas que no sea puramente extrínseca. Por lo pronto, ha sido necesario distinguir una Ilustración inglesa, francesa, alemana, italiana y, desde luego, es preciso hablar de una Ilustración española, cada una de ellas con características propias. Pero, además, parece imposible señalar alguna doctrina teórica que sea compartida por todos o, al menos, los más significados autores ilustrados, siendo así que ni siquiera todos los más relevantes han sido defensores de «las luces». Se comprende, pues, no sólo que el concepto de Ilustración haya sido sometido a severa crítica por parte de algunos, sino que pueda cuestionarseseriamente la validez misma de cualquier denominación común para los pensadores del XVIII (Falgueras, 1991, párr. 1-2). 20 b. Exigencias de cambio político, acorde con las renovadoras teorías del liberalismo propuestas por los filósofos ilustrados y racionalistas. c. Descontento del estado llano o Tercer Estado, cada vez más presionado por los impuestos (Valenzuela, 2008, p.12). Las ideas de la Ilustración vigorizaron a la Revolución Francesa para luchar por la realización de los ideales de progreso y libertad; eliminar los vestigios del Antiguo régimen y, así, dar paso a la época contemporánea con un elemento fundamental: el Estado-nación.24 Las proposiciones de la Ilustración hicieron referencia, principalmente, a la fe ciega en la ciencia; el avance de las sociedades a través de principios racionales; la conversión de los hombres en el centro del universo; la erradicación de la superstición; y la concepción de la educación como vehículo del imperio de la razón.25 La expansión de estas ideas26 a otros territorios, así como la invasión napoleónica al Imperio español a inicios del siglo XIX, produjeron un sentimiento antifrancés en España e Hispanoamérica, al tiempo que otros grupos de poder, defendieron la adopción de las nuevas ideas políticas francesas y rechazaron la continuidad de la tradición española. En 1808, tras la invasión francesa a la península, el Imperio español se encuentra aislado de su metrópoli, Carlos IV y Fernando VII abdican en Bayona y José Bonaparte recibe, de manos de su hermano, la corona de España. Sin embargo, en América, las colonias proclaman su lealtad a Fernando VII y rechazan la ocupación francesa, contrariando los planes de Napoleón (Núñez, 2008, p.179). 24 No era la francesa la primera de las revoluciones, en sentido moderno, que se implantaba. Holanda había conseguido durante el siglo XVII estructurar una pequeña república de comerciantes, refrenada su nobleza, mientras se enfrentaba por su independencia a España; después, Inglaterra, con amplia participación de la burguesía y de la gentry, lograba su revolución gloriosa en 1688, con el cambio de dinastía. Los Estados Unidos de América del Norte, al independizarse, constituían un Estado nuevo y liberal, en fechas cercanas al estallido revolucionario francés. Sin embargo, por los cambios profundos y la sangre vertida, o sus espectaculares éxitos en la guerra, Francia aparecería como meta hacia donde tenderían todos los Estados europeos y americanos. Se imitan sus soluciones, se tienen los ojos puestos en sus acontecimientos o se calcan constituciones, leyes y códigos, en mayor proporción que respecto de ninguna otra de las naciones modernas (Peset, 1989, p.153). 25 Nada debía oponerse al progreso del conocimiento y ante nada debía detenerse éste. El saber se oponía al viejo orden teocrático en el campo de las ideas, al igual que el dinero lo hacía al viejo orden aristocrático en el más prosaico del poder. Pero el saber de una minoría no bastaba. Era necesario que alcanzase a la mayoría o al menos, que pudiera ser reconocido por ella. Por eso, la educación se convirtió de inmediato, para los ilustrados, en un instrumento crucial. Si el orden aristocrático y el despotismo monárquico habían tenido su principal soporte ideológico en la iglesia, el nuevo orden debería tenerlo en la escuela (Enguita, 2006, p.140). 26 Esencialmente las de carácter filosófico. 21 La existencia de las colonias españolas en Colombia27 estuvo determinada por la tradición católica y los mandatos de la Monarquía española. Sin embargo, el contexto de revoluciones, las ideas de la Ilustración y la abdicación forzada de Fernando VII,28 aceleraron la transformación ideológica y política del país y posibilitaron las guerras de independencia para liberarse de la corona y de los rastros políticos del Antiguo Régimen.29 Para 1809 y 1810, los criollos independentistas ya tenían un andamiaje conceptual30 proveniente de la Ilustración y la Revolución Francesa que dotó de fuerza simbólica a las guerras por la emancipación. Esta fuerza simbólica se tradujo en discursos políticos31 (algunos morales y sociales) que pretendieron legitimar la creación de la nación política en Colombia, pues “los rasgos culturales de los pueblos no bastaban […] para construir las naciones; por el contrario, es la ligazón política la que ha tendido a conformarlas” (Landinez, 2019, p. 84). El nuevo vocabulario político y social no fue interpretado y avalado de la misma manera por las élites de principios del siglo XIX en el país. La resignificación conceptual sobre categorías políticas, principalmente la de nación, transitó por discusiones de carácter cívico- políticas propias del republicanismo,32en las que se omitieron principios etnoculturales preexistentes como la raza, la lengua o el suelo. Es decir que 27 Se usará el nombre de Colombia de manera general, a conciencia de que el país tuvo diferentes nomenclaturas a lo largo del siglo XIX. 28 Llegó un momento en el cual los “criollos” americanos, hijos de españoles nacidos en América, no aguantaron más el cúmulo de impuestos, los abusos, las injusticias y la explotación a las cuales los españoles europeos o “chapetones” los tenían sometidos, y por eso decidieron desconocer a las autoridades ibéricas y proclamar su independencia y libertad. Los funcionarios peninsulares desde siempre maltrataron y despreciaron a los criollos, a los indígenas y a los negros de las colonias de ultramar y los extorsionaron con el sistema tributario. Esta realidad generó motines, alzamientos y asonadas de los americanos para reclamar por su dignidad y sus derechos. (Cacua, 2011, p. 5) 29 La conformidad entre peninsulares y americanos en torno al rechazo a la invasión napoleónica generó un acuerdo implícito sobre el carácter institucional, político y moderno de la nación, esto es, sobre la necesidad de que la península y América estuvieran sujetas a una misma fuente de poder: la monarquía hispánica, cuya personalidad colectiva estaba representada por la nación española […]. El llamado a los delegados americanos para representar los dominios de Fernando VII tuvo una importancia incalculable en el proceso de construcción de un lenguaje patriótico disruptivo y emancipador, [sin embargo], la desigual distribución de la participación que se otorga a los vocales americanos y el lenguaje despectivo respecto de las provincias, constituye, a juicio de los patriotas criollos, un agravio y ofensa que servirá de argumento justificatorio para la transformación del patriotismo hispánico en un patriotismo hispánico vulnerado, y de este en un patriotismo americano emancipador. (López, 2019a, p.177) 30 Como libertad, soberanía, nación, igualdad, fraternidad. 31 Véase la Carta de Jamaica de Simón Bolívar. 32 Las élites intelectuales neogranadinas compartían los postulados básicos del republicanismo moderno, y asumían aquel “principio de las nacionalidades” que afirma que toda agrupación de pueblos tiene derecho a disponer de su propio Estado, y que la nacionalidad es la condición o cualidad de todo individuo nacido o 22 los constructores de las nuevas repúblicas invocaron el origen cívico y revolucionario de los nacientes Estados, y no los criterios de identidad y uniformidad etnocultural, pues resultaba imposible diferenciarse y singularizarse de la metrópoli mediante el uso de elementos históricos, lingüísticos y religiosos (López, 2019a, p. 187). “La preeminencia del rostro político, más que cultural, explica que la identidad prevista para los sujetos sociales fuera la de ciudadanos virtuosos, ilustrados y civilizados” (Ibid., p. 189). En efecto, la apuesta por una comunidad política que replicara el modelo de república burguesa, fue una empresaque exigió la reeducación de la sociedad para moldear a la muchedumbre y convertirla en ciudadanos, en hombres cultos y bien formados, cuyos propósitos personales legitimaran y sostuvieran el proyecto político moderno de los criollos independentistas. La relación entre educación y nuevo orden social estuvo presente en el discurso de las élites desde el momento mismo de la independencia de la metrópoli española […]. La escuela facilitaba la formación de un individuo más cumplidor de sus deberes, pacífico, emprendedor y trabajador. El espacio escolar era visto como el lugar ideal que contribuía a la formación de un ciudadano capaz de defender el nuevo orden social y participar en la política sin dejarse engañar ni manipular. (Arias, 2005, p. 254) Liliana López (2019a) afirma que el proceso de configuración del Estado, en la primera mitad del siglo XIX, estuvo sujeto a la divulgación de ideas relacionadas con la soberanía del pueblo, la nación y la ciudadanía; categorías adoptadas de la ruta liberal-republicana, donde se consagró de manera genérica “la defensa de derechos individuales, la separación de poderes, los mecanismos para acceder al poder mediante elecciones y la distinción entre asuntos públicos y privados. Se trataba de la definición de la nación como una república constitucional y democrática” (p. 296). A mediados del siglo XIX estos postulados fueron reorientados y criticados, toda vez que las élites liberales y conservadoras – ya conformadas naturalizado en una nación independiente. Sin embargo, a pesar de ese acuerdo inicial, estos intelectuales discrepaban al momento de establecer los criterios que se debían poner en el origen y fundamento de la nacionalidad colombiana. En unos casos, estos se encontraban en las características objetivas de la población […]; en las dimensiones subjetivas y emocionales […]; en las condiciones técnicas, económicas e institucionales […] y en la condición existencialmente política de la nación. (López, 2019a, p. 35) 23 y divididas en partidos políticos- acentuaron las diferencias al interior del republicanismo para definir y disputar, desde sus perspectivas, la forma ideal que debía adoptar la nación colombiana. Como apuntó López (2019a), la nueva generación de intelectuales33 liberales quiso ser más radical en la lucha por erradicar el orden colonial y resaltar la superioridad de la ley, la Constitución, los derechos individuales, el Estado laico y el progreso; mientras que los conservadores respondieron al lenguaje liberal de los derechos con un lenguaje republicano de la tradición que Respondía con una propuesta de orden social, cuyos cimientos eran la seguridad, la estabilidad y la conservación de lo existente. En ese ideal de orden, la libertad no podía ser absoluta e ilimitada, y los cambios e innovaciones debían ser lentos, pues de lo contrario se podía producir una anarquía y desorden en la sociedad; los derechos políticos no debían ser otorgados a todos, sino a quienes cumplieran con los requisitos de independencia económica, ilustración, decoro y moralidad; y la construcción de la nacionalidad debía consultar las costumbres y el modo de ser de los colombianos […]. El ideario político conservador […] rechazaba la importación de modelos foráneos de construcción nacional y se declaraba defensor del pasado y de lo familiar, lo cercano, lo conocido y lo heredado (López, 2019a, p. 376). Los conservadores discreparon, en parte, del modelo republicano liberal, pues lo acusaban de promover un imaginario de nación repelente a la moral católica y a las costumbres clásicas. Para éstos, “los liberales eran unos afrancesados de salón, sin capacidad para valorar las tradiciones de la época virreinal, y niegan la identidad hispana (catolicismo incluido) y la herencia de regímenes de orden y autoridad” (Orrego, 2003, p. 74). Siguiendo la tesis de López (2019a),34 estos dos ideales de nación -uno progresista liberal y el otro hispano católico- simpatizaron con la creación de la comunidad política, la cual descansaba en raíces 33 Se trata de los nacidos después de la Independencia, jóvenes liberales comerciantes, editores de periódicos, economistas, publicistas y abogados, que habían sido educados en un medio mucho más abierto a las influencias intelectuales, que venían de Francia e Inglaterra. (López, 2019a, p. 311) 34 Liberales y conservadores comparten un ideal republicano sustentado en la necesidad de generar un nivel de lealtad política de los individuos con el Estado y coinciden en la idea de construir una nacionalidad compacta, homogénea y bien definida. No obstante, difieren en un aspecto central: los liberales identifican el republicanismo solamente con el estatus político que adquieren los individuos a través de la posesión de derechos individuales y libertades civiles. Los conservadores, por su parte, lo asimilan con la pertenencia, la lealtad y el respeto que deben los individuos a la comunidad de origen con la que comparten hábitos, tradiciones y costumbres. (López, 2019a, p. 310). 24 republicanas de tradición francesa e inglesa, pero se diferenciaron en la forma que quisieron darle a la nación. Esas distancias se canalizaron e incrementaron con la formación de los partidos políticos, con el desarrollo de los procesos electorales y con la alianza entre la Iglesia católica y los conservadores para mantener el orden tradicional. “El partido liberal y el partido conservador en Colombia se estructuraron a mediados del siglo XIX. Como fechas de referencia están, 1848 para el programa liberal que esboza Ezequiel Rojas y 1849 para el programa conservador redactado por Mariano Ospina” y José Eusebio Caro (Tirado, 1995, p.28). El 16 de julio de 1848, en el periódico El Aviso, José Ezequiel Rojas publicó el ensayo La razón de mi voto, en el que describió los lineamientos liberales que se considerarían como el acta de fundación del Partido (Gaviria, 2016). En estas directrices, Rojas afirmó que el partido abraza la forma republicana; se acoge a las libertades públicas; a los derechos individuales y a las garantías reales. El liberalismo desea que la ley sea la voluntad del legislador y no del ejecutivo; las leyes deben ser claras y precisas; se debe promover el desarrollo económico y social; no restringir la producción y la propiedad privada; que no se adopte la religión como medio de gobernar y el Estado y la Iglesia deben trabajar por separado (Mejía, 2007). El programa […] promovía por lo general principios ortodoxos; por ejemplo, la protección de las libertades individuales, el imperio de la ley, una justicia imparcial, una economía estricta y el nombramiento de los empleados públicos por su capacidad y no por su filiación partidista. La afirmación que más lindaba con la controversia era aquella que estipulaba que la religión no se debía utilizar como instrumento de gobierno (Palacios y Safford, 2012, p. 295). Por su parte, el Partido Conservador surgió como oposición a los principios liberales, de ahí que el 4 de octubre de 1849 “José Eusebio Caro y Mariano Ospina Rodríguez a la cabeza, [publicaron] una “Declaratoria Política” en el periódico La Civilización […] con los primeros principios programáticos del conservatismo colombiano” (Moreno, 2011, p. 106). El Partido Conservador es aquél que reconoce y sostiene el programa siguiente: El orden constitucional contra la dictadura; la legalidad contra las vías de hecho; la moral del cristianismo y sus doctrinas civilizadoras contra la inmoralidad y las doctrinas corruptoras del ateísmo; la libertad racional, en todas sus diferentes aplicaciones, 25 contra la opresión y el despotismo monárquico, militar, demagógico, literario, etcétera. La igualdad legal contra el privilegioaristocrático, odocrático, colocrático, universitario o cualquier otro; La tolerancia real y efectiva contra el exclusivismo y la persecución, sea del católico contra el protestante y el deísta o del deísta y del ateísta contra el jesuita y fraile, etcétera. La propiedad contra el robo y la usurpación, ejercidos por los comunistas, socialistas, supremos o cualquier otro; La seguridad contra la arbitrariedad de cualquier género que sea; La civilización, en fin, contra la barbarie. En consecuencia, el que no acepte algo de estos artículos no es conservador. El conservador condena todo acto contra el orden constitucional, contra la legalidad, contra la moral, contra la libertad, contra la seguridad, y contra la civilización, sea quien fuere el que los haya ejecutado (Liévano, 2002, citado en Moreno, 2011, p. 106). Como se ve, liberales y conservadores tuvieron diferentes representaciones para sus proyectos políticos, los cuales, en términos generales, se tradujeron en “el choque de dos formas ideológicas que [se disputaban] el [establecimiento] de la cultura de la cristiandad fundamentada en una filosofía esencialista, y, la cultura de la modernidad, basada en la filosofía liberal” (Arango y Arboleda, 2005, p. 87). Así las cosas, estas dos ideas de nación subrayaron más sus diferencias cuando el liberal José Hilario López35 llegó al poder en 1849- 1853, pues comenzó un periodo de transformaciones radicales, “durante el cual, las estructuras, ancladas en los tiempos de la dominación española, cederían su lugar a conquistas liberadoras en el orden social y económico” (Mejía, 2007, p. 40). Claramente, los conservadores “se unen y ordenan una férrea y agresiva oposición al gobierno” (Ibid. p. 41). La elección presidencial de José Hilario López fue uno de los acontecimientos más relevantes de la historia del país en términos de reformas liberales. Estas reformas tuvieron su acento en cambios de orden político-sociales, económico y religioso. En el grupo de medidas de orden político-social estuvieron la abolición de la esclavitud; la extinción parcial 35 Sin embargo, antes de los comicios provinciales en los que se elegiría a López, existió un precursor de las transformaciones liberales, se trató del general Tomás Cipriano de Mosquera. La elección presidencial de López es presentada como acontecimiento fundacional, que marca un punto de inflexión entre el orden y el caos […]. Hay que recordar, sin embargo, que las medidas librecambistas se habían iniciado bajo la presidencia anterior de Mosquera, con la colaboración del liberal Florentino González y el conservador Mariano Ospina. (González, 2006, p. 47) 26 de la pena de muerte y las libertades civiles como el derecho de expresarse por la imprenta; asimismo, libertad de industria; de asociación; de enseñanza; la de conciencia y cultos. En materia económica se presentó la libertad en el cultivo y comercialización del tabaco; mantenimiento del régimen librecambista; descentralización de rentas y gastos; abolición de censos y se suprimieron los resguardos de indios. El tercer grupo de medidas se constituyó en decisiones religiosas como la expulsión de la Compañía de Jesús; eliminación del fuero eclesiástico; abolición de los diezmos y la intromisión del Estado en los fondos eclesiásticos (Mejía, 2007, p. 41). El Partido Conservador y la Iglesia católica manifestaron un profundo desacuerdo “con los rumbos que iba tomando el gobierno reformista de José Hilario López, [pues] este proyecto de modernidad apuntaba a fundar un nuevo orden […], así como una soberanía secular que librase al Estado de sus compromisos con la Iglesia” (Uribe y López, 2006, p.211). Los conservadores no se oponían a toda la agenda reformista, pero pensaban que los cambios debían ser más lentos, más pausados y sobre todo pensados en los marcos de la tradición hispano-católica, transición en la cual el Estado debía tener una función de control social y de integración cultural en torno a los principios “del bien común” y la nación no podría ser otra cosa que la comunidad cristiana unida por los valores de la tradición; esto quiere decir que existía entre ambas agrupaciones un consensu iuris centrado en torno al republicanismo cívico, pero con énfasis distintos en los derechos o en la tradición (Ibid., p. 211-212). Después de José Hilario López vendrían las administraciones de Eustorgio Salgar (1870- 1872), Santiago Pérez (1874-1876) y Aquileo Parra36 (1876-1878), liberales radicales que 36 Aquileo Parra ocupó la presidencia en el periodo 1876-1878 y en su discurso de posesión presidencial anunció que “promovería, especialmente, la ampliación de la enseñanza primaria y universitaria, también expresó su intención de continuar el programa de fomento material de las anteriores administraciones” (Mejía, 2007, p.471). Pero su elección y mandato se dieron en un ambiente hostil porque liberales independientes y conservadores esperaban la victoria del cartagenero Rafael Núñez y al no ser elegido por el Congreso: Los conservadores se enfurecieron [pues] el gobernador radical del Estado del Cauca anuló el voto estatal para la presidencia, con lo cual selló la victoria nacional del candidato radical, Aquileo Parra. Sin embargo, fue la religión la que suministró la energía emocional para la rebelión conservadora. Como dijeron los liberales en ese momento, supieron que los conservadores se aprestaban para la guerra civil cuando comenzaron a enarbolar la bandera de la religión (Palacios y Safford, 2012, p. 345). 27 harían énfasis en reformas de carácter religioso y en materia de libertades individuales.37 De manera particular, durante sus gobiernos se dictaron y mantuvieron cambios que afectaron directamente a la Iglesia católica y la idea de nación conservadora: tal es el caso de la tuición de cultos, la expulsión de jesuitas del país, la modificación de la Ley de Orden Público de 1867; la desamortización de bienes en manos muertas y el Decreto Orgánico de Instrucción Pública de la Unión (DOIP). Así las cosas, la defensa de los conservadores y la Iglesia católica se centró en resguardar aquello que reformaron o vulneraron los liberales radicales, sin embargo, predominó el interés por hacerle contrapeso a reformas político-sociales y de alcance religioso, siendo estas últimas, una intromisión directa en el campo ideológico y moral cristiano, “y por ello reaccionaron defendiendo el régimen de cristiandad en forma guerrera, es decir, como una cruzada” (Ortiz, 2010, p.115). El presidente Eustorgio Salgar38 (1870-1872) concentró sus esfuerzos en el mantenimiento de la paz y en el avance del sistema educativo con la instrucción pública, esta última sería el objetivo medular de su gobierno. “A ellos se sumaban, no con menor relevancia, los propósitos expresamente enunciados por el primer mandatario de mejorar los ingresos, la infraestructura y la industria de la nación” (Mejía, 2007, p. 372). La reforma educativa de 1870, que se plasmó con el Decreto Orgánico de Instrucción Pública de la Unión (DOIP), pretendía regular la educación en el país, llevar la escuela pública a todos los territorios y “ejercer control directo sobre la enseñanza, y para ello definió el objeto de las escuelas, las cuales debían formar hombres sanos de cuerpo y espíritu, dignos y capaces de ser ciudadanos y magistrados de una sociedad republicana libre” (Arias, 2005, p. 258). Los 295 artículos del Decreto mostraban los impetuosos afanes de una Nación joven y en plena construcción por hacerse a lo mejor del legado de las sociedades modernas. Con la universalización de la educación pretendían formar hombres autónomos, con capacidad para participar en una sociedad republicana y libre. En él puede apreciarse37 Los gobiernos de Manuel Murillo Toro (1872-1874) y Santiago Pérez (1874-1876) se caracterizaron por la defensa y sostenimiento de la constitución de 1863 y la conservación del legado de Salgar en materia educativa. Cabe señalar que estas administraciones se enfocaron, principalmente, en modernizar al país mediante la construcción de vías de acceso, ferrocarriles y obras públicas. 38 Se hace énfasis en este personaje porque en este periodo se firmó el DOIP. 28 el propósito central de los liberales de hacer un proceso de instrucción pública uniforme, obligatorio y laico en toda la Nación (Ibid). El DOIP demostró la capacidad de las administraciones radicales y su interés en concretar las transformaciones liberales del legado francés. Pero la reforma de 1870 no fue una empresa fácil, por el contrario, calentó los ánimos de conservadores y clérigos porque el problema educativo, más que un problema religioso, significó la lucha por el dominio de las conciencias y por la superposición de una comunidad política, bien fuera de matiz católica y colonial o de naturaleza progresista. Así lo dijo Ortiz Mesa: En la década del sesenta del siglo XIX, el problema educativo ocupó la atención de la Iglesia católica colombiana -y muy especialmente de la antioqueña- y fue decisivo en la pugna entre liberales y la Iglesia por controlar las conciencias. Estaba en juego el dominio del aparato educativo, pero también lo que significaba este cambio para el futuro de ambos bandos. Si los liberales lograban imponer una educación laica, las transformaciones socioeconómicas y políticas modernizantes en el país serían viables. En el sentido contrario, el país continuaría bajo la tutela de la Iglesia, la cual legitimaba un Estado confesional e imponía un sistema educativo tradicional, en un país anclado en sus viejas herencias (2010, p. 81). Liberales y conservadores usaron al DOIP para enfrentar sus proyectos políticos. De ahí que la reforma educativa superara su carácter formativo y religioso, se constituyera y develara su esencia político-estratégica para la construcción y definición de la nación moderna. El enfrentamiento directo entre la “comunidad de ciudadanos y la comunidad de creyentes” se concretó en la Guerra de las Escuelas.39 Esta guerra civil se dio en 1876-1877 y manifestó como casus belli la bandera religiosa -para los conservadores y el clero- en defensa de la moral y las tradiciones hispanocatólica, mientras que para los liberales se trató de la lucha por imponer el nuevo orden social y civilizatorio del legado europeo. 3. La Guerra de las Escuelas (1876-1877) 39 Otro de los motivos fundamentales para el alzamiento de esta guerra fue la elección perdida de Rafael Núñez en 1875. 29 La Guerra de las Escuelas o Guerra de los Curas tuvo sus antecedentes, aproximadamente, desde 1849 con la elección del presidente José Hilario López, la expedición de la Constitución de Rionegro de 1863 y del Decreto Orgánico de Instrucción Pública de 1870. Margarita Arias (2005) anota que cuando se posesionó López se dirigió a sus conciudadanos y les dijo que la igualdad sería un precepto que regiría a la República. El mandatario creía que la fórmula40 de la Revolución Francesa llevaría al país a progresar a través de la razón y no de la creencia, y para combatir los prejuicios y hacer cumplir derechos como, por ejemplo, el sufragio, la libertad de expresión, el derecho a la vida. Para lograr estos objetivos, el país debía tener ciudadanos libres y educados. José Hilario López fue heredero del ideario republicano francés, por eso La educación se convertía en un instrumento básico de socialización e integración de la Nación que permitiría una mayor participación de los ciudadanos y haría viable la movilización social que, unida a su progreso, daría lugar a la difusión de innovaciones y a la aceleración de la movilización, con el fin de crear un estrato social medio, lo más amplio, maduro e incluyente posible (Molina, 1970, p. 108, como se citó en Arias, 2005, p.255). Los mandatos de la nación moderna tuvieron que efectuarse a través de un programa de gobierno civilista y progresista, por eso los dos puntos básicos del radicalismo fueron las vías de comunicación41 y la educación. Esta última fue de vital importancia para el gobierno radical de López,42 pues con la población alfabetizada, y con la capacidad de leer prensa, podrían difundir la ideología moderna con mayor facilidad (Arias, 2005). Las reformas a la educación neogranadina, a través de la Ley de mayo 15 de 1850,43 hicieron que los conservadores, como Mariano Ospina Rodríguez, y el clero católico criticaran con 40 Libertad, igualdad y fraternidad. 41 Telégrafo, carreteras, ferrocarriles. 42 Olga Lucía Zuluaga afirmó que “los acontecimientos educativos desde 1848 hasta 1853 se pueden sintetizar así: los títulos quedaron sin valor para ejercer las profesiones, las trabas para grados desaparecieron, los colegios nacionales quedaron equiparados a los provinciales, la Instrucción Pública se puso en manos del poder municipal. Pero a los títulos todavía les faltaba perder su sentido discriminatorio en la sociedad. En 1853 el Poder Ejecutivo reactivó normas sobre empleos y declaraciones constitucionales que dieron el golpe final a los títulos. Si las reformas anteriores a la libertad de enseñanza, en especial la de Ospina, tenían como propósito fundamental despoblar el país del exceso de médicos y abogados, ahora se trataba de expulsar los títulos del ámbito social porque representaban, a la luz de las nuevas interpretaciones, un atentado contra la igualdad que había instaurado la Constitución de 1853” (2012, p. 96). 43 Que promovió la libertad de enseñanza y les restó importancia a los títulos académicos. 30 vehemencia las reformas liberales de López, pues ellas “menguaron el poder de la Iglesia y afectaron la relativa estabilidad que había tenido en la primera mitad del siglo. La Iglesia fue vulnerada con su separación del Estado en 1852, la expulsión de los jesuitas y las libertades de cultos” (Ortiz, 2010, p.57-58). Después de esas disposiciones, las relaciones entre la Iglesia y el gobierno radical se tornaron espinosas. Ortiz Mesa (2010) contó que la Iglesia católica reaccionó, junto con los conservadores, en la guerra civil de 1851 y que tiempo después, participaría de nuevo en la contienda de 1859-1862, en la que liberales triunfaron y sometieron al clero drásticamente. Con los liberales de nuevo en el poder y su afán de modernizar al país, promulgaron la Constitución Política de Rionegro de 1863, que le dio al país el nombre de Estados Unidos de Colombia. Algunas medidas tomadas por el gobierno después de la derrota conservadora en la guerra civil de 1859-1862 fueron: Desamortizaron los bienes de la Iglesia, aplicaron la inspección (tuición) de cultos y expulsaron del país a varias comunidades religiosas y a algunos clérigos y obispos, entre los cuales estaba el antioqueño Vicente Arbeláez Gómez […] Los liberales consideraban a la Iglesia católica como un obstáculo para la modernización del país y un lastre cuando se quería formar a las gentes en un espíritu individualista y en un régimen de libertades (Ortiz, 2010, p. 58). La actitud de los liberales en contra de los conservadores y la Iglesia católica empeoró con la nueva propuesta de reforma educativa de 1870. Con la Constitución Política de Rionegro el radicalismo liberal pretendió formar una nación “en la que la Iglesia no tuviera injerencia en política y en los asuntos estatales como lo había hecho hasta entonces” (Arias, 2005, p. 257). Y, “para contrarrestar la influencia del clero en los asuntos de gobierno, debían poner énfasis en la educación, campo en el que
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