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ForeroMarilyn-2022-IdeasNaciAnSigloXIX

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IDEAS DE NACIÓN EN LA GUERRA DE 1876-1877: UNA MIRADA A LAS 
MEMORIAS DE CONSTANCIO FRANCO Y MANUEL BRICEÑO 
 
POR 
MARILYN FORERO OLAYA 
 
ASESOR 
MANUEL ALBERTO ALONSO ESPINAL 
 
TRABAJO DE GRADO PARA OPTAR AL TÍTULO DE POLITÓLOGA 
MODALIDAD ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN 
 
PROGRAMA DE CIENCIA POLÍTICA 
FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS 
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA 
MEDELLÍN 
2022 
 
2 
 
 
 
 
Ideas de nación en la guerra de 1876-1877: Una mirada a las memorias de Constancio 
Franco y Manuel Briceño1 
Marilyn Forero Olaya2 
 
Resumen: 
 El artículo se pregunta por las ideas de nación que aparecen en las memorias de 
Constancio Franco y Manuel Briceño en el contexto de la guerra civil colombiana de 1876-
1877. El propósito es conocer la forma de nación que liberales y conservadores recrearon y 
defendieron. Estos dos personajes coinciden en la defensa de la nación moderna, 
fundamentalmente, política, pero difieren en su interpretación de acuerdo con las diversas 
formas como apelan a los conceptos de libertad, educación y progreso. El texto concluye que 
las tres categorías anteriores definen la forma de la comunidad política liberal y 
conservadora, sólo que la liberal apunta a una nación progresista, y la última, a una nación 
de tradición católica. 
 La metodología de la investigación se suscribe a la historia conceptual y al enfoque 
modernista constructivista de los estudios de la nación. 
Palabras clave: 
Nación, liberales, conservadores, Guerra de las Escuelas, Iglesia, educación. 
Abstract 
The article asks about the ideas of nation that appear in the memoirs of Constancio Franco 
and Manuel Briceño in the context of the Colombian civil war of 1876-1877. The purpose is 
to know the form of nation that liberals and conservatives recreated and defended. These two 
 
1 Trabajo de grado para optar por el título de politóloga de la Universidad de Antioquia en la modalidad Artículo 
de Investigación. Este trabajo fue financiado por el Centro de Investigaciones de la Facultad de Derecho y 
Ciencias Políticas. 
2 Estudiante de octavo semestre de Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia. Correo electrónico: 
marilyn.forero@udea.edu.co 
3 
 
characters coincide in the defense of the modern nation, fundamentally, political, but they 
differ in their interpretation according to the various forms as they appeal to the concepts of 
freedom, education and progress. The text concludes that the three previous categories define 
the form of the liberal and conservative political community, only that the liberal one points 
to a progressive nation, and the latter to a nation with a Catholic tradition. 
 The research methodology subscribes to the conceptual history and the constructivist 
modernist approach of the nation’s studies. 
Keywords: 
Nation, liberals, conservatives, War of Schools, Church, education. 
 
Introducción 
 ¿Qué es la nación? La respuesta a esta pregunta es compleja, pues no es posible dar una 
definición escueta y universal. Adentrarse en su definición e interpretación depende de 
consideraciones teórico-metodológicas y de los contextos histórico-políticos desde donde se 
aspira a emitir un concepto. Así, autores como Eric Hobsbawm, Benedict Anderson, Jürgen 
Habermas y Liliana López delimitaron y estudiaron la nación a la luz de la perspectiva 
modernista constructivista, la cual comprende que la nación es una comunidad 
fundamentalmente política, que se vincula a un tiempo y espacio determinado, como “la era 
de las revoluciones sociales de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX” (López, 2019a, 
p. 28).3 El elemento característico es la previa existencia de un Estado que precisa de un 
gobierno en común para su población, al tiempo que requiere de un “mínimo” desarrollo del 
capitalismo para su despliegue material y simbólico. Son estas especificidades las que 
perfilan artificialmente a la nación moderna.4 
 
3 Si, antes de la época moderna, “nación” significaba linajes, descendencia, procedencia u origen, con la 
irrupción de la modernidad el término adquiere un sentido básicamente político y se expresa en singular. El 
concepto de nación que emerge durante la era de las revoluciones se inscribe en la ecuación que iguala la nación, 
el Estado y el pueblo soberano. Este nuevo significado es inconcebible sin anteponerle la idea de la soberanía 
nacional, cuyo contenido entraña una revisión completa de la posición y la relación entre gobernantes y 
gobernados. Los hombres pasaron de ser súbditos a ser ciudadanos de un Estado, y el sujeto de la soberanía ya 
no era una persona física -el rey-, sino un ente colectivo -la nación- (López, 2019a, p. 29). 
4 La cual se diferencia de los lazos prepolíticos como la sangre, la lengua o el suelo. 
4 
 
 Para Hobsbawm (1997) la nación moderna sobresale por su modernidad, lo que significa, 
grosso modo, que ella debe i) contar con la preexistencia del Estado; ii) tener la capacidad de 
imponerle a sus ciudadanos obligaciones públicas y, iii) poseer unas condiciones económicas 
y tecnológicas para divulgar, a través de medios de comunicación, las estrategias de la nación. 
Por su parte, Anderson (1993) concibe a la nación como una comunidad política imaginada, 
cuyos lazos logran la “eternidad” por la imagen de comunión y el compañerismo profundo 
horizontal que une a los miembros de la comunidad política,5 estos lazos también requieren 
de medios técnicos que ayuden a contornear los imaginarios de la nación. Por otro lado, en 
la tesis de Habermas (1999) la nación tiene dos caras, la nación querida y la nación nacida. 
La primera está fuertemente vinculada con el Estado constitucional europeo, lo que se tradujo 
en una connotación política para la nación. En la perspectiva de este autor, el paso de súbditos 
a ciudadanos produjo una cultura democrática que requirió de un substrato cultural para darle 
fuerza vital a la nación. En los trabajos de Liliana López (2019a), la nación se concibe como 
“el resultado de una construcción histórica, subjetiva y política en la Modernidad […], que 
para su existencia exige al Estado como instrumento de integración interna […], donde 
confluyen criterios políticos, culturales y valores morales (p. 414-415). 
 Teniendo como base teórica la perspectiva modernista constructivista, este trabajo se 
propone el objetivo general de estudiar las ideas de nación en la guerra de 1876-1877 a 
través de las memorias de Manuel Briceño y Constancio Franco. Las ideas de nación son 
formas de pensar e imaginar la comunidad política, y una manera de rastrear estas ideas es a 
través de los escritos y las memorias de la élite colombiana del siglo XIX. Aquí se hará, 
específicamente, desde la mirada de Constancio Franco Vargas6 (1842-1917) y Manuel 
Briceño7 (1849-1885). 
 En correspondencia con el objetivo general, se formularon los siguientes objetivos 
específicos: i) identificar y describir cómo se relataron las ideas de nación en las memorias 
de Constancio Franco y Manuel Briceño; ii) analizar los relatos de nación y su relación con 
 
5 Se refiere a la nación. 
6 Fue un historiador, periodista, dramaturgo, escritor, pintor y político liberal, que dedicó gran parte de su vida 
a narrar la historia patria y la guerra de Independencia de la Nueva Granada. 
7 Era militar, político, historiador y periodista que comulgó con el Partido Conservador y produjo obras como 
La Revolución y Los Comuneros. 
5 
 
la disputa por la definición de la forma de la comunidad política y iii) explicar la disputa 
entre dos ideas de nación en el contexto de esa guerra civil. 
 Los relatos y las memorias sobre la nación permiten identificar la forma de la comunidad 
política,las características que la componen y los sentidos que se produjeron para su 
configuración. A través de las memorias y los relatos escritos, las élites letradas lograron 
promover y plasmar el tipo de nación deseable para sus proyectos, así como justificar el inicio 
de las guerras. Briceño y Franco8 fueron importantes narradores de la Guerra de las Escuelas,9 
y cada uno interpretó los hechos a partir de su postura política y moral, es decir, en sus 
memorias se encuentran las dimensiones y criterios que dieron forma a la comunidad política 
que disputaron. La guerra de 1876-1877, fue un conflicto bélico que desborda su carácter 
clerical10 y permite analizarla a partir de nociones identitarias y sentidos políticos que 
liberales y conservadores ambicionaban para la construcción de la nación. Además, en ella 
se enfrentaron simbólica y materialmente “las dos únicas propuestas de construcción de 
nación: la liberal y la católica” (Arango y Arboleda, 2005, p. 91). 
 Metodológicamente se recurrió a la historia conceptual11 y, como se mencionó, al enfoque 
modernista constructivista de los estudios de la nación. “La historia conceptual representa un 
esfuerzo por examinar la experiencia histórica de tiempos pasados, poniendo el énfasis en el 
estudio de la duración y el cambio de aquellas nociones-guía de la terminología política y 
social” (López, 2019a, p. 35). De este modo, es posible combinar 
El análisis de los significados y desplazamientos semánticos de términos cuyo uso 
político permiten comprender estructuras sociales y fenómenos específicos, con el 
 
8 Es preciso señalar que “Franco no produjo obras de historia erudita sino textos de ‘vulgarización’ para el 
público escolar y no especializado, cuyo objetivo era la divulgación de valores cívicos” (Robledo, 2019, p.45). 
9 La Guerra de las Escuelas es la guerra civil de 1876-1877. 
10 Mas no religioso. 
11 Es preciso señalar que la historia conceptual es útil en este trabajo para rastrear el concepto de nación y así 
identificar y describir las diferentes ideas de nación en las memorias de Constancio Franco y Manuel Briceño, 
pero no es una investigación sobre los conceptos porque, entre otras cosas, no ahonda en sus premisas 
fundamentales como el campo extralingüístico y su “distancia” con la historia social. 
Asimismo, este trabajo tampoco es sobre la historia de las ideas, pues no enfoca su atención en las ideas-
elementos o ideas-unidad, “esto es, aquellos elementos constitutivos en sí de un sistema filosófico dado que 
permite -en alguna medida- realizar nuevos agrupamientos y relaciones entre los hombres y las ideas” (Di 
Pascuale, 2011, p.82). No se trata de analizar marcos de unidad indisoluble, donde los intelectuales sujeten 
categorías para conformar relaciones lógicas. 
 
 
6 
 
estudio de las denominaciones que han recibido esos fenómenos, porque puede 
suceder que un mismo fenómeno sea denominado de diferentes formas, y a la inversa, 
que distintos fenómenos sean designados con el mismo nombre (Ibid.). 
 Para Koselleck (1993), ese desplazamiento semántico a través del tiempo es lo que 
caracteriza, en gran parte, a los conceptos. Es decir, estos tienen la capacidad de redefinirse 
o de reinterpretarse toda vez que trascienden sus contextos originarios y logran flexibilizarse 
en contextos específicos de enunciación. 
Al liberar a los conceptos […] de su contexto situacional y al seguir sus significados 
a través del curso del tiempo para coordinarlos, los análisis históricos particulares de 
un concepto se acumulan en una historia del concepto. Únicamente en este plano se 
eleva el método histórico-filológico a historia conceptual, únicamente en este plano 
la historia conceptual pierde su carácter subsidiario de la historia social (Koselleck, 
1993, p.113) 
 “El concepto, en la “historia de los conceptos”, no es una categoría lingüística, sino una 
haz de experiencias y de expectativas, de visiones de la realidad histórica y de pautas 
explicativas de la misma” (Abellán, 2007, p. 6). Estas experiencias o realidad histórica le 
imprimen un carácter sociopolítico al concepto y lo diferencian de las palabras, pues estas no 
tienen multiplicidad de sentidos y tampoco un sustrato de acción política o social que fracture 
la historia. Inscribirse en la historia conceptual posibilita estudiar conceptos políticos y 
sociales fundamentales,12 en este caso el de nación, cuya definición no es estática y se integra 
con otros conceptos modernos que contornean los imaginarios y experiencias de la 
comunidad política. Poner el concepto en un momento temporal e histórico determinado, 
como la guerra civil de 1876-1877, y rastrearlo en las memorias de estos personajes, da 
claridad acerca del uso y despliegue de las interpretaciones sobre la nación, las cuales 
movilizaron a las gentes en la defensa de cada proyecto político. 
 Ahora bien, el enfoque modernista constructivista de la nación entiende que ésta “es un 
producto de los cambios asociados a la modernidad, como el capitalismo, la alfabetización y 
 
12 Así lo nombra Koselleck 
7 
 
la industrialización […], [y que es] esencialmente construida por las élites”13 (Márquez, 
2011, p. 571). A través del estudio de las memorias de Franco y Briceño se identificaron 
algunas de las ideas sobre la nación que aparecían en el pensamiento de los liberales y los 
conservadores de la mitad del siglo XIX. Dentro de esas memorias, las categorías de libertad, 
educación y progreso definieron, en gran medida, los proyectos nacionales, es decir, para 
liberales y conservadores sus ideas de nación debían resaltarse por el predominio de estos 
conceptos, solo que cada facción los interpretó de manera antagónica. Una parte importante 
de los motivos de la guerra civil de 1876 pasó por estas coordenadas. 
Presupuestos teóricos 
 Este trabajo señala que la construcción de la nación en Colombia durante el siglo XIX 
fue fundamentalmente política. En tal sentido, se parte del enfoque modernista-
constructivista de los estudios contemporáneos de la nación. Esta perspectiva anota que la 
nación es una creación14 basada en criterios políticos y no en supuestos esencialistas o 
naturales como la raza, el suelo, la sangre o la lengua. Para ampliar el enfoque se remitirá a 
cuatro autores: Eric Hobsbawm, Benedict Anderson, Jürgen Habermas y Liliana López.15 
 Para Hobsbawm (1990) una de las características principales de la nación moderna es su 
modernidad. Esto indica que i) es una forma de organización que apela a la unidad política y 
que impone obligaciones públicas a sus ciudadanos; ii) se configura en un periodo concreto 
y reciente de la historia (periodo de las revoluciones, principalmente, la Revolución 
Francesa); iii) la antecede el Estado; y iv) necesita determinadas condiciones económicas y 
tecnológicas. Además, es un fenómeno dual, puesto que es construida desde arriba pero debe 
analizarse desde abajo, esto es, pensar en las necesidades e intereses de los civiles. 
 
13 La nación moderna es elitista y los grupos subalternos, en Colombia del siglo XIX, no participaron en la 
construcción intelectual de ella. Sin embargo, este trabajo reconoce la importancia de estudios como los de Jairo 
Gutiérrez Ramos acerca del papel de las mujeres, indios y negros en la Independencia de la Nueva Granada. 
Véase en Actores subalternos: grupos étnicos y populares en la Independencia de la Nueva Granada. 
Así como la discusión disciplinar que plantea Ingrid Bolívar sobre la construcción de la nación desde el papel 
de las élites y los subalternos. Véase en: La construcción de la nación: debates disciplinares y dominación 
simbólica. 
14 Dentro de la perspectiva modernista-constructivista existen tres enfoquesque responden a esta interpretación. 
Para Hobsbawm la nación es una invención; en Anderson la nación es imaginada, mientras que en Habermas 
es creada. Con esto, es clave señalar que, aunque se nombren diferente, desde esta perspectiva la nación se 
considera como un producto artificial. 
15 Este texto no se suscribe a estudios subalternos y no pretende ahondar en fallas estructurales del Estado. 
8 
 
 Al decir que la nación reclama unidad política y obligaciones públicas, este autor pone 
énfasis en la dimensión contractual y voluntaria que vincula a los ciudadanos. Esa unidad 
política asienta sus presupuestos en el pensamiento liberal y en la tesis de igualdad de 
derechos y libertad. Esta nación reconoce una vida nacional con intereses y deberes 
colectivos, amparados bajo un gobierno representativo que alienta una forma de comunidad 
dada a través de principios políticos y no relacionada con sentimientos de adhesión como la 
lengua o la sangre (López, 2019a). Esta característica de la nación moderna surge en un 
periodo concreto y reciente16 y tras su materialidad marca un punto de intersección político 
entre el Estado y la nación, de ahí que el enfoque modernista no prescinda del Estado cuando 
apela a la nación. 
 El Estado-nación es una categoría fundamentalmente moderna, cuya existencia demanda 
delimitaciones territoriales y mecanismos institucionales, en este sentido, se entiende que el 
Estado antecede a la creación de la nación porque él presta los dispositivos para la cohesión 
social. Estos dispositivos, como la escuela, el ejército o los medios de comunicación, 
requieren de condiciones económicas y tecnológicas que solo pueden darse en una etapa 
“avanzada” del capitalismo (Hobsbawm, 1990). 
 La nación es un fenómeno dual. Hobsbawm presenta a la nación como una invención, es 
decir, como algo que se fábrica en un tiempo preciso y con dispositivos dados por el Estado. 
Además, agrega que es pensada “desde arriba”. Esto significa que ella es producto de la 
“creación consciente y deliberada de educadores nacionalistas” (López, 2019a, p.94), 
intelectuales o élites políticas que ponen sobre su construcción intereses políticos, culturales, 
morales, sociales e ideológicos. Este aspecto dota a la nación moderna de una característica 
artificiosa o antinatural que, y aquí reside la dualidad, necesita de la visión de personas 
normales, de los ciudadanos comunes para conocer los sentimientos y opiniones en el nivel 
subalterno. Desde luego que Hobsbawm (1991) sabía la difícil tarea de rastrear 
históricamente los puntos de vista de las clases bajas, pero anotó que no se puede dar por 
sentado que aprobaran una identificación nacional hegemónica. 
 Por su parte, Benedict Anderson dice que la nación es una “comunidad política imaginada 
como inherentemente limitada y soberana” (1993, p. 23). Además, agrega que es un artefacto 
 
16 La Era de las revoluciones. 
9 
 
cultural. Al decir que es imaginada, Anderson comprende que incluso “los miembros de la 
nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni 
oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión” 
(Ib., p. 23). Es limitada porque tiene fronteras finitas, pues “ninguna nación se imagina con 
las dimensiones de la humanidad” (Ib., p. 25). Y se imagina como comunidad porque es “un 
compañerismo profundo horizontal y, en última instancia, es esta fraternidad la que ha 
permitido que, durante los últimos dos siglos, millones de personas maten y estén dispuestas 
a morir por imaginaciones tan limitadas” (Ibid.). 
 La nación imaginada parece remitir a una unión y pertenencia sólida que se mantiene “a 
través del tiempo homogéneo y vacío” (Ib., p. 48), pues se percibe el pasado y el futuro de 
manera simultánea con el tiempo presente; un presente que concibe la idea de nación 
“sostenidamente de un lado a otro de la historia” (Ibid.). Este vínculo simultáneo, abstracto 
y anónimo se forja, entre otras, a través de medios técnicos como la imprenta, que ayudan a 
la representación de la comunidad imaginada. Representación que gestiona la ausencia de 
relaciones cara a cara o interacciones materiales entre cada connacional. 
 Ahora bien, el compañerismo horizontal expresa formas de solidaridad e identificación 
que movilizan a las personas a comprometerse con los llamamientos de la comunidad 
política, bien sea en su defensa o exaltación. Esas movilizaciones fraternas también están 
sujetas a la producción de símbolos, historias, relatos, discursos e imágenes que son posibles 
gracias a las anteriores dimensiones y, sobre todo, a los medios de información de masas. 
En la propuesta de Anderson, estas comunidades imaginadas son viables por la 
“interacción semifortuita, pero explosiva” del capitalismo, la imprenta y la 
consecuente consolidación de las lenguas impresas, las cuales sientan las bases de la 
conciencia nacional, al crear campos unificados de intercambio, circulación y 
comunicación (López, 2019a, p. 111). 
 Habermas (1999) dice que la nación tiene dos caras: la nación querida y la nación nacida. 
La primera se refiere a aquella de origen político enraizada en una conciencia revolucionaria, 
mientras que la segunda argumenta razones de pertenencia étnica. Esta distinción constituye 
la vieja tensión entre “el universalismo de una comunidad jurídica igualitaria y el 
particularismo de una comunidad con destino histórico” (p. 91). La distinción habermasiana 
10 
 
es fundamental para hacer énfasis en los estudios de la nación política y voluntarista, es decir, 
en aquella concebida como una integración libre y abierta al futuro (López, 2019a). 
 Para este autor, la nación querida está estrechamente ligada con el Estado constitucional 
europeo, pues la transformación de un Estado divino a uno democrático, convirtió a los 
súbditos en ciudadanos políticamente activos capaces de autocomprenderse dentro de un 
vínculo de solidaridad (1999). Ese vínculo, que es la conciencia nacional, se 
cristaliza en la percepción de una procedencia, una lengua o una historia en común, 
solo la conciencia de pertenencia al “mismo” pueblo, convierte a los súbditos en 
ciudadanos de una única comunidad política: en miembros que pueden sentirse 
responsables unos de otros. La nación o el espíritu de un pueblo (Volsgeist), esto es, 
la primera forma moderna de identidad colectiva en general, suministra un substrato 
cultural a la forma estatal jurídicamente constitucionalizada (Habermas, 1999, p. 89). 
 Esa percepción de la conciencia nacional le da la fuerza vital a lo jurídico-político para 
que la nación moderna logre imaginarse. De ahí que los criterios culturales, morales e 
históricos son imprescindibles para construir un proyecto de nación que integre socialmente 
y que movilice a los ciudadanos en favor del Estado-nación. Para Habermas es cierto que 
“solo mediante conceptos normativos no se puede aclarar cómo debe componerse el conjunto 
básico de aquellas personas que se reúnen para regular legítimamente su vida común” (Ib., 
p.92). 
 La conciencia de una nueva forma de legitimidad fue posible gracias a la Revolución 
Francesa. Al respecto, este autor advierte que “ni siquiera el tráfico capitalista, ni la forma 
burocrática de la dominación legal, ni siquiera la conciencia nacional y el moderno Estado 
constitucional hubieran necesitado surgir de una convulsión vivida como una revolución” 
(Habermas, 1998, p. 593). Lo realmente trascendente de la Revolución fue la invención de la 
cultura democrática y ese acontecimiento conjuró los escenarios para una moderna forma de 
conciencia (Ibid.). 
 A la perspectiva modernista constructivista se suscribe la investigadora Liliana López. 
Ella entiende que la nación es “el resultado de una construcción histórica, subjetivay política 
en la Modernidad […], y que para su existencia exige al Estado como instrumento de 
11 
 
integración interna […], donde confluyen criterios políticos, culturales y valores morales” 
(2019a, p. 414-415). Que la nación exija al Estado para concretar sus formas es una de las 
características de su modernidad y esta premisa permite trasladar temporal y espacialmente 
una pregunta: ¿hubo nación en Colombia en el siglo XIX? Un número importante de analistas 
señalan que el Estado era frágil y casi inexistente en algunas zonas del territorio, y solo “a 
partir de la década de los cuarenta, cuando se crean formalmente los partidos políticos, el 
país presenció el desarrollo de proyectos de organización política que tenían como horizonte 
la idea del Estado nacional” (López, 2019a, p. 425). A pesar de la popularidad de esta 
premisa, otros estudios sobre el proceso de construcción del Estado nación en el país señalan 
tres momentos en su proceso de constitución: el primero de ellos es el fundacional, que remite 
al periodo de las guerras de independencia, donde los próceres se dieron a la tarea de 
inaugurar un vocabulario para darle las bases políticas a la nación. Una segunda fase de 
construcción y consolidación que corresponde a la constitución de la Nueva Granada y, por 
último, el proyecto centralizador y unificador de la Regeneración (Ib., 419). 
 Para los cuatro autores reseñados la nación es una construcción artificial, no natural, exige 
al Estado y se sustenta en criterios fundamentalmente políticos. En Hobsbawm y Anderson 
se encuentra otro elemento común: las posibilidades que le brinda el “capitalismo impreso” 
a las naciones modernas, pues, a través de la reproducción de lenguas escritas se logra 
estimular la conciencia nacional. “La mayoría de los estudiosos de hoy estarán de acuerdo en 
que las lenguas nacionales estándar, ya sean habladas o escritas, no pueden aparecer como 
tales antes de la imprenta, la alfabetización de las masas y, por ende, su escolarización” 
(Hobsbawm, 1991, p.18). Y esa escolarización o “el progreso de escuelas y universidades 
mide el progreso del nacionalismo, porque las escuelas, y en especial las universidades, se 
convirtieron en sus defensores más conscientes” (Hobsbawm, como se citó en Anderson, 
1993, p 108). 
 El estímulo de la conciencia nacional a través de periódicos, poemas, mapas o novelas, 
era una manifestación del hermético círculo de lectores y consumidores que se concentraba 
en una clase poco vulgar que podía imaginar la nación. Estos personajes privilegiados le 
procuraron a la nueva narrativa un matiz de exclusión que encajaba bien con la forma de la 
lengua impresa, mas no, con la naturaleza de la lengua en sí misma. Así lo precisó Anderson 
12 
 
(1993) al decir que cualquiera puede aprender una lengua dada, mientras que la lengua 
impresa es lo que inventa el nacionalismo. 
 La invención o imaginación de la comunidad política por medio de artefactos culturales 
y simbólicos que apelaron al pasado y futuro para producir experiencias e identificaciones 
colectivas, estuvo mediada, como se señaló, por la tecnología, y su construcción no pudo 
desvincularse por completo de los afectos y emociones de la población. Sin embargo, el que 
se tuviera en cuenta la dimensión sensible de las personas no significó que fueran partícipes 
de la vida política, pues el poder dual17 no fue simétrico y las consideraciones de la sociedad 
jugaron un papel más receptivo que productivo.18 
 La nación moderna no puede prescindir de la dimensión afectiva y subjetiva que le ayuda 
a dar la “imagen de comunión” entre sus connacionales, o como dice Anderson (1993), de 
compañerismo horizontal que establece vínculos perdurables. Esas dimensiones requieren de 
la formalización de un Estado -anterior a la nación- para la planificación de “criterios 
objetivizados” que impulsen y estimulen las formas simbólicas. Liliana López (2019a) deja 
claro en su texto19 que el Estado es la organización política que le da significado a las 
características nacionales de la población, mientras para Habermas las tensiones entre Estado 
y nación se resuelven con las formas del Estado nacional, esto es, el Estado y la nación se 
transforman mutuamente y casi en simultáneo, porque la nación sirve como elemento 
“purificador” de un Estado antes religioso y luego democrático. Por eso la conciencia 
nacional es una fusión de antiguas lealtades que crea un nuevo modo de legitimación 
cristalizado en la percepción de una lengua, una historia o destino (que no el azar) en común. 
 Los criterios de percepción que aborda Habermas no hacen referencia a la raza o a la 
sangre, pero sí se incluye a la lengua o procedencia, los cuales apelan al corazón, al alma y 
dotan de fuerza motriz al vínculo político autenticado en la adhesión libre y voluntaria. 
 
17 Por lo menos en el siglo XIX y en los contextos hispanoamericanos. 
18 Por supuesto que el rol de los subalternos en el siglo XIX fue imprescindible para el sostenimiento y 
continuidad del proyecto unificador, ellos prestaron su fuerza cuando había que hacer la guerra, dieron 
obediencia e hicieron imaginable la nación toda vez que reprodujeron simbólicamente la forma de la comunidad 
política que se les presentó, pero no tuvieron trascendencia en la definición (ideológica) de la nación 
colombiana. 
19 Lugareños, patriotas y cosmopolitas. Un estudio de los conceptos de Patria y Nación en el siglo XIX 
colombiano. 
13 
 
 Cuando Habermas afirma que lo realmente importante del legado revolucionario francés 
fue la configuración de una nueva conciencia nacional, estaba refiriéndose al vínculo interno 
entre el Estado y la democracia. Esta conexión que se da en la realidad constitucional también 
tiene implicaciones políticas, de ahí que el paso de la muchedumbre al pueblo revelara la 
estrategia de todo Estado-nación: otorgar la categoría de ciudadanos, en virtud de la defensa 
de los proyectos nacionales. 
 Hobsbawm (1990) dice que la comunidad imaginada logra llenar el vacío emocional que 
deja la no disponibilidad de las comunidades reales, pero existe el interrogante de por qué las 
personas, después de perder su comunidad material desean imaginar un sustituto de ella. La 
respuesta que encuentra coincide con las posturas anteriores sobre las dimensiones abstractas. 
Puede que una de las razones sea que en muchas partes del mundo los Estados y los 
movimientos nacionales podían movilizar ciertas variantes de sentimientos de 
pertenencia colectiva que ya existían y que podían funcionar, por así decirlo, 
potencialmente en la escala macropolítica capaz de armonizar con Estados y naciones 
modernos. A estos lazos los llamaré «protonacionales» (1990, p. 55). 
 Las ideas esbozadas hasta acá son útiles para este trabajo porque sustentan la idea de que 
la nación moderna exige al Estado, es pensada desde arriba y no descansa en criterios 
objetivos como la raza, la sangre o la lengua. Sin embargo, ella sí necesita de dimensiones 
culturales, emocionales e históricas, así como de criterios subjetivos, técnicos, económicos y 
morales para crear la percepción de un vínculo intangible, solidario y eterno que solidifique 
las relaciones de la comunidad imaginada, inventada o creada. 
Nación en Colombia: siglo XIX 
 Según Erazo (2008), la construcción de la nación en Colombia ha sido justificada a través 
de varias hipótesis: la primera, se refiere a que “la nación colombiana se forma a finales del 
siglo XVIII y primeras décadas del siglo XIX” (p.36); la segunda, anota que “la nación 
colombiana se construye a partir de la Misión Corográfica” (p.36) y, por último 
El tipo de nación que hoy se tiene en Colombia se configura a partir de una serie de 
hechos y tejidos históricos-políticos-culturales ocurridos hacia la década de los 80 del 
siglo XIX,los cuales permiten poner en marcha una serie de dispositivos que hacen 
14 
 
posible la interiorización de los valores simbólicos y culturales que hoy forman parte 
de la nación colombiana (Ib., p. 36). 
 Las hipótesis uno y tres son las más cercanas al ideal moderno de nación. Según la 
historiografía de Colombia, la discusión sobre la nación fue importante a inicios del siglo 
XIX, en el momento de la Independencia, cuando la élite política manifestó la necesidad de 
unidad nacional y de reorganización social basadas en doctrinas político-constitucionales del 
liberalismo europeo.20 Tiempo después, y aquí se ubica la tercera hipótesis, resurgió con 
fuerza la discusión sobre la construcción de la nación con el movimiento político, y posterior 
establecimiento, de la Regeneración21 y su proyecto centralizador y homogeneizante.22 
 A la tercera hipótesis se suma Erna von der Walde (2002), quien asume que la constitución 
de la nación en Colombia en el siglo XIX se distingue por su concreción tardía a finales de 
1880 y porque obedeció a intereses de “un grupo de filólogos, gramáticos, latinistas y 
prelados” (párr.1). Los ilustrados fueron quienes imaginaron la nación colombiana porque 
tuvieron las condiciones materiales para viajar y educarse, y por la posibilidad de acceder a 
escenarios estratégicos de divulgación que impulsaron, según Galvis, una idea de comunidad 
basada en la unidad. 
Desde escenarios de creación y divulgación de discursos como el gobierno o la 
prensa, se intentó configurar una idea de comunidad que aglutinara a los habitantes 
de lo que se llamaba entonces Nueva Granada, bajo los mismos ideales de unión 
(2011, p. 1). 
 En la tesis de Erazo sobre la nación tardía en Colombia hay un elemento no explícito; la 
idea de que la nación moderna necesita del Estado para su despliegue, en tanto éste le provee 
los dispositivos institucionales y simbólicos que configuran y “concretan” el principio de 
nacionalidad no étnico. El que el Estado anteceda a la nación es una de las apuestas 
 
20 Véase Carta de Jamaica. 
21 Sin embargo, las disputas por la forma de la nación y el control de los aparatos institucionales se presentaron 
insistentemente durante y después de 1876- 1877 con la guerra de las Escuelas. Es decir, antes de la 
Regeneración ya se luchaba por superponer una forma homogénea de nación. 
22 En efecto, este es el momento en el que las élites de los partidos políticos colombianos, el Liberal y el 
Conservador, intentaron articular el centro con las regiones, construir un proyecto de centralización política, 
reactualizar los valores hispanos y restaurar la religión católica como religión nacional, otorgándole el papel de 
vigilancia y control sobre la educación del país. (López, 2019a, p.422). 
15 
 
fundamentales dentro de la investigación sobre la nación en Colombia de la investigadora 
Liliana López. 
El núcleo fundamental de esta tesis señala que la organización política – el Estado – 
es el que instaura y da significado a las características nacionales de la población, 
incluso, si ellas son de carácter objetivo como la lengua, la raza o la geografía (2019a, 
p. 95). 
 La pregunta sobre si en la Colombia del siglo XIX hubo primero Estado y luego nación, 
o si fue al revés, es una discusión no zanjada. Sin embargo, varios de los estudios sobre la 
nación en el país concuerdan en que luego de la guerra de independencia, se formó, de manera 
precaria, un Estado que continuaba reproduciendo y mezclando las jerarquías sociales del 
antiguo régimen con una idea política moderna del modelo francés (Landinez, 2019). 
 El que las guerras fuesen promotoras del desarrollo institucional no es una novedad 
cuando se estudia al Estado moderno. De hecho, para pensadores como Charles Tilly “los 
Estados hacen las guerras y las guerras hacen Estados” (Tilly, como se citó en Centeno, 2014, 
p. 160-161). Sin embargo, para Centeno (2014), esta máxima funciona para ciertos Estados 
europeos o para Estados que tuvieran “por lo menos, [un] mínimo de organización política. 
Sin cohesión institucional las guerras darán lugar a caos y fracasos. Las guerras solamente 
brindan una oportunidad para aquellas organizaciones políticas capaces de capitalizarlas; no 
pueden crear instituciones por arte de magia” (p. 160-161). Esta tesis cuestiona la idea de que 
en Colombia primero se formó el Estado, pues en el siglo XIX, éste no tuvo la capacidad de 
organizar grandes ejércitos con objetivos en común y tampoco conseguía cobrar impuestos 
en todos los territorios. Pero que el incipiente Estado colombiano no cumpliera a cabalidad 
con la apuesta moderna, no significó que no se formara uno con características “irregulares”. 
Al respecto, Alonso y Vélez afirmaron que 
Los Estados, tal como los conocemos hoy -o al menos como se describen en los 
diccionarios y manuales de política- son el resultado de una formación no siempre 
intencional, lineal, homogénea y universal pero caracterizada principalmente por la 
afirmación de una autoridad política en un determinado territorio. Este rasgo no 
excluye el hecho de que fuertes autonomías territoriales y corporativas, como las 
existentes en la América hispánica, condujeran a la formación de "Estados mixtos", 
16 
 
en los que se reconocía la autoridad de la Corona y, al mismo tiempo, se daba validez 
a prácticas locales de justicia (Annino, 1994, como se citó en Alonso y Vélez, 1998, 
p.47). 
 María Teresa Uribe (1991) anota que existe un acuerdo más o menos explícito en torno al 
papel de las guerras y su influencia en la configuración de componentes socio-nacionalitarios 
como, por ejemplo, los poderes con capacidad de lograr lealtades y obediencias. Sin embargo, 
ella expandió esa indagación y se aventuró a proponer que las guerras o las confrontaciones 
bélicas prolongadas crearon sentidos comunes que ayudaron a imaginar la nación 
colombiana. Esos sentidos comunes pasan, claramente, por la materialidad de unos hechos y 
por discursos políticos. 
De lo que se trata, es de preguntarse por qué el discurso político sobre la violencia y 
los conflictos bélicos, ha logrado desbordar sus esferas de competencia y erigirse 
como referente desde el cual se piensa la nación y se organizan las memorias y los 
relatos de las gentes del común en el país (Uribe, 1991, p. 10). 
 Esta perspectiva es una apuesta diferente para comprender que el Estado-nación 
colombiano también se configuró a través de una dimensión discursiva que conformó 
sentidos de pertenencia e identidad y que las guerras por la nación superaron el escenario 
inmediato y material con el propósito de transformar los hechos en relatos eternos que 
justificaran nuevas confrontaciones y nuevos pactos. Esta autora también señala que “la 
nación moderna es algo más que territorio, cultura, lengua, religión o historia colectivamente 
vivida, es, ante todo, una comunidad política imaginada, formada a través de 
representaciones sociales muy complejas” (2006, párr.1). Además, afirma que las “guerras 
civiles del siglo XIX colombiano fueron en lo fundamental guerras entre ciudadanos, guerras 
por la nación, por la definición y unificación del territorio” (párr.8). 
 Con lo expuesto, parece que la nación en Colombia en el siglo XIX se estudió a partir de 
hipótesis hegemónicas, esto es, desde su génesis como proyecto político independentista y a 
partir de su consolidación en el periodo de la Regeneración. Sin embargo, estudios como los 
de María Teresa Uribe y Liliana López demuestran que la nación en Colombia puede 
interpretarse a partir de tesis no predominantes, eso sí, enmarcadas dentro de la perspectiva 
modernista. 
17 
 
 Por su parte, López (2019a) explica que en la Colombia del siglo XIX hubo dos proyectos 
republicanos -liberal y conservador- de construcción nacional: el primero postulala idea de 
nacionalidad compleja, que hace referencia a la relación de “promiscuidad etnológica” y 
régimen democrático y, en el segundo, se dibuja el ideal de una república unitaria vinculada 
a la “nacionalidad literaria” y la nación católica. Los liberales comulgaban con la nación 
compleja por ser el espejo de las ideas edificadas por la Revolución Francesa. En esta forma 
de nación, había espacio para lo heterogéneo, la diversidad, la tolerancia de culto y las 
libertades individuales, concesiones que no eran un problema para el desarrollo de su idea de 
nación, porque lo importante era el pacto solidario y voluntario. Por su parte, los 
conservadores creían que su proyecto unificador debía encontrar criterios de identidad menos 
abstractos y recurrieron a principios hispánicos y católicos para darle sentido y justificación 
a la república unitaria. 
El segundo modelo […] buscaba reemplazar la libertad por la autoridad, y la 
heterogeneidad por la homogeneidad, a través de cuatro elementos básicos: la 
centralización del poder público, la centralización de la política monetaria, el 
fortalecimiento de los poderes del ejecutivo, y la apelación a la Iglesia católica como 
fuerza educativa, medio de cohesión social y modelo de identidad nacional (López, 
2019a, p. 365). 
 López recalca que a pesar los conflictos internos y las tesis antagónicas existentes al 
interior del liberalismo, la élite liberal colombiana se trazó la meta política de construir al 
Estado y unificar la nación. Para ese objetivo buscaron, por ejemplo, defender las libertades 
individuales, la democracia, el gobierno civil, abolir la pena de muerte, educar a la población 
e insistir en la libertad absoluta de imprenta. Esto último se puede relacionar con la propuesta 
de Hobsbawm, al mencionar que la característica principal de la nación moderna es su 
modernidad y para su desarrollo debe contener cuatro elementos fundamentales, entre ellos, 
el avance del capitalismo y los adelantos tecnológicos, pues estos ayudan, como propone 
Anderson, en la construcción de un tiempo mudable y no lineal para conectar el pasado, 
presente y futuro. 
 La república unitaria de los conservadores promovía políticas antiliberales como 
condicionar la libertad de expresión, defender la pena de muerte, abogar por la religión 
18 
 
católica y la moral cristiana, para que gobernaran como principios rectores de la fisionomía 
nacional. Para los conservadores “la construcción de la nación tenía, entonces, una 
connotación etnocultural y se asociaba a la defensa de la tradición, de la particularidad local 
y de los caracteres específicos” (López, 2019a, p.395). 
 Un punto interesante sobre la nación unitaria que querían los conservadores, es que ella 
fue pensada a través de la idea moderna, incluso, cuando se dedicaron a construir y potenciar 
las dimensiones subjetivas y culturales a través de la herencia española, en la que el Estado, 
la escuela, la lengua y la Iglesia les servía para inventar los lazos solidarios y perennes. 
La nación no podía ser algo creado artificialmente, ni el resultado de algún consenso 
voluntario, por extendido que este fuese, y tampoco un edificio levantado 
intencionalmente sobre las ruinas de lo existente. Para las élites conservadoras, ella 
no podía ser otra cosa que la expresión de la nacionalidad católica, es decir, la 
manifestación de una comunidad histórica que, pese a sus fragmentaciones y 
diferenciaciones, encontraba elementos de identificación en las tradiciones pasadas 
comunes […]. En suma, el ideal de nación estaba representado en la defensa de la 
civilización cristiana, las tradiciones, las creencias comunes y la uniformidad de la 
lengua nacional (Ibid.). 
 Liberales y conservadores de mediados de siglo compartían los postulados republicanos 
sobre el Estado nación, pero diferían, como dice López, en los criterios de identidad y 
homogenización política. Ambos imaginaban la nación dentro de los marcos 
constitucionales, deseaban el progreso económico y la unidad nacional, pero los “liberales 
identificaban el republicanismo con el estatus político que adquieren los individuos a través 
de la posesión de derechos individuales y libertades civiles, y los conservadores, lo asimilan 
con la pertenencia, la lealtad y el respeto […] a la comunidad de origen” (López, 2019a, p. 
310). 
 Así las cosas, la nación en Colombia se presenta, generalmente, como una construcción 
tardía y que sostiene un vínculo frágil con el Estado, pero este vínculo es funcional para 
intentar construir sentidos de pertenencia y crear referentes nacionales que se traduzcan en 
“formas de objetivación” como ferrocarriles, universidades públicas o la creación de la 
codificación nacional. El intento por superponer un Estado-nación de corte liberal o 
19 
 
conservador hizo que la guerra civil de 1876-1877, fuera una confrontación que minara todos 
los ámbitos de sociabilidad, desde el político hasta el cultural. 
2. Francia y España: dos ideas de nación en Colombia 
 La Revolución Francesa de 1789 se ubica en la historia contemporánea -por lo menos en 
Occidente- como uno de los acontecimientos más importantes para impulsar el cambio 
ideológico en Europa, y, posteriormente, en Hispanoamérica. En términos generales, esta 
Revolución fue producto de cuatro factores: el primero el contexto social, marcado por el 
auge de la burguesía francesa y su enemistad con el absolutismo monárquico y el sistema 
feudal; el segundo, el contexto político, signado por el desinterés de la monarquía por 
responder a las exigencias de la realidad cambiante y su apego al viejo sistema de poder, con 
el propósito de resistir la separación de poderes del Estado; tercero, el contexto económico, 
determinado por los altos impuestos, la escasez de alimentos, la extrema desigualdad social 
y la deuda del Estado francés; por último, el contexto ideológico, definido por la acentuación 
de las ideas de la Ilustración23 y la expansión de un nuevo vocabulario político y social -como 
libertad, igualdad, fraternidad- que impactaría en la conciencia de los franceses -por los 
menos de la élite intelectual- al cuestionar verdades indiscutibles como la forma de gobierno, 
el rol de la Iglesia y el destino de los hombres (Valenzuela, 2008). 
Se puede establecer que las causas de la revolución son un conjunto de factores 
políticos, económicos, sociales que pueden resumirse del modo siguiente: 
a. Una estructura tradicional arcaica, minada por la evolución de la economía y el 
auge de la burguesía, que reclamaba el poder político paralelo al económico que 
disfrutaba. 
 
23 La Ilustración no es una doctrina ni tampoco una escuela o corriente filosófica homogénea, sino más bien una 
etapa en el desarrollo del pensamiento moderno. Por «Ilustración» se entiende habitualmente el modo de 
pensamiento dominante en Europa durante el siglo XVIII o, sí se prefiere, entre las dos revoluciones, la inglesa 
de 1688 y la francesa de 1792. Como es natural, la gran variedad de obras y opiniones que produjo dicho siglo 
hace muy difícil, si no imposible, la unificación doctrinal de sus componentes y pone en entredicho incluso la 
posibilidad de otorgarle una denominación común a todas ellas que no sea puramente extrínseca. Por lo pronto, 
ha sido necesario distinguir una Ilustración inglesa, francesa, alemana, italiana y, desde luego, es preciso hablar 
de una Ilustración española, cada una de ellas con características propias. Pero, además, parece imposible 
señalar alguna doctrina teórica que sea compartida por todos o, al menos, los más significados autores ilustrados, 
siendo así que ni siquiera todos los más relevantes han sido defensores de «las luces». Se comprende, pues, no 
sólo que el concepto de Ilustración haya sido sometido a severa crítica por parte de algunos, sino que pueda 
cuestionarseseriamente la validez misma de cualquier denominación común para los pensadores del XVIII 
(Falgueras, 1991, párr. 1-2). 
20 
 
b. Exigencias de cambio político, acorde con las renovadoras teorías del liberalismo 
propuestas por los filósofos ilustrados y racionalistas. 
c. Descontento del estado llano o Tercer Estado, cada vez más presionado por los 
impuestos (Valenzuela, 2008, p.12). 
 Las ideas de la Ilustración vigorizaron a la Revolución Francesa para luchar por la 
realización de los ideales de progreso y libertad; eliminar los vestigios del Antiguo régimen 
y, así, dar paso a la época contemporánea con un elemento fundamental: el Estado-nación.24 
Las proposiciones de la Ilustración hicieron referencia, principalmente, a la fe ciega en la 
ciencia; el avance de las sociedades a través de principios racionales; la conversión de los 
hombres en el centro del universo; la erradicación de la superstición; y la concepción de la 
educación como vehículo del imperio de la razón.25 La expansión de estas ideas26 a otros 
territorios, así como la invasión napoleónica al Imperio español a inicios del siglo XIX, 
produjeron un sentimiento antifrancés en España e Hispanoamérica, al tiempo que otros 
grupos de poder, defendieron la adopción de las nuevas ideas políticas francesas y rechazaron 
la continuidad de la tradición española. 
En 1808, tras la invasión francesa a la península, el Imperio español se encuentra 
aislado de su metrópoli, Carlos IV y Fernando VII abdican en Bayona y José 
Bonaparte recibe, de manos de su hermano, la corona de España. Sin embargo, en 
América, las colonias proclaman su lealtad a Fernando VII y rechazan la ocupación 
francesa, contrariando los planes de Napoleón (Núñez, 2008, p.179). 
 
24 No era la francesa la primera de las revoluciones, en sentido moderno, que se implantaba. Holanda había 
conseguido durante el siglo XVII estructurar una pequeña república de comerciantes, refrenada su nobleza, 
mientras se enfrentaba por su independencia a España; después, Inglaterra, con amplia participación de la 
burguesía y de la gentry, lograba su revolución gloriosa en 1688, con el cambio de dinastía. Los Estados Unidos 
de América del Norte, al independizarse, constituían un Estado nuevo y liberal, en fechas cercanas al estallido 
revolucionario francés. Sin embargo, por los cambios profundos y la sangre vertida, o sus espectaculares éxitos 
en la guerra, Francia aparecería como meta hacia donde tenderían todos los Estados europeos y americanos. Se 
imitan sus soluciones, se tienen los ojos puestos en sus acontecimientos o se calcan constituciones, leyes y 
códigos, en mayor proporción que respecto de ninguna otra de las naciones modernas (Peset, 1989, p.153). 
25 Nada debía oponerse al progreso del conocimiento y ante nada debía detenerse éste. El saber se oponía al 
viejo orden teocrático en el campo de las ideas, al igual que el dinero lo hacía al viejo orden aristocrático en el 
más prosaico del poder. Pero el saber de una minoría no bastaba. Era necesario que alcanzase a la mayoría o al 
menos, que pudiera ser reconocido por ella. Por eso, la educación se convirtió de inmediato, para los ilustrados, 
en un instrumento crucial. Si el orden aristocrático y el despotismo monárquico habían tenido su principal 
soporte ideológico en la iglesia, el nuevo orden debería tenerlo en la escuela (Enguita, 2006, p.140). 
26 Esencialmente las de carácter filosófico. 
21 
 
 La existencia de las colonias españolas en Colombia27 estuvo determinada por la tradición 
católica y los mandatos de la Monarquía española. Sin embargo, el contexto de revoluciones, 
las ideas de la Ilustración y la abdicación forzada de Fernando VII,28 aceleraron la 
transformación ideológica y política del país y posibilitaron las guerras de independencia 
para liberarse de la corona y de los rastros políticos del Antiguo Régimen.29 Para 1809 y 
1810, los criollos independentistas ya tenían un andamiaje conceptual30 proveniente de la 
Ilustración y la Revolución Francesa que dotó de fuerza simbólica a las guerras por la 
emancipación. Esta fuerza simbólica se tradujo en discursos políticos31 (algunos morales y 
sociales) que pretendieron legitimar la creación de la nación política en Colombia, pues “los 
rasgos culturales de los pueblos no bastaban […] para construir las naciones; por el contrario, 
es la ligazón política la que ha tendido a conformarlas” (Landinez, 2019, p. 84). 
 El nuevo vocabulario político y social no fue interpretado y avalado de la misma manera 
por las élites de principios del siglo XIX en el país. La resignificación conceptual sobre 
categorías políticas, principalmente la de nación, transitó por discusiones de carácter cívico-
políticas propias del republicanismo,32en las que se omitieron principios etnoculturales 
preexistentes como la raza, la lengua o el suelo. Es decir que 
 
27 Se usará el nombre de Colombia de manera general, a conciencia de que el país tuvo diferentes nomenclaturas 
a lo largo del siglo XIX. 
28 Llegó un momento en el cual los “criollos” americanos, hijos de españoles nacidos en América, no aguantaron 
más el cúmulo de impuestos, los abusos, las injusticias y la explotación a las cuales los españoles europeos o 
“chapetones” los tenían sometidos, y por eso decidieron desconocer a las autoridades ibéricas y proclamar su 
independencia y libertad. Los funcionarios peninsulares desde siempre maltrataron y despreciaron a los criollos, 
a los indígenas y a los negros de las colonias de ultramar y los extorsionaron con el sistema tributario. Esta 
realidad generó motines, alzamientos y asonadas de los americanos para reclamar por su dignidad y sus 
derechos. (Cacua, 2011, p. 5) 
29 La conformidad entre peninsulares y americanos en torno al rechazo a la invasión napoleónica generó un 
acuerdo implícito sobre el carácter institucional, político y moderno de la nación, esto es, sobre la necesidad de 
que la península y América estuvieran sujetas a una misma fuente de poder: la monarquía hispánica, cuya 
personalidad colectiva estaba representada por la nación española […]. El llamado a los delegados americanos 
para representar los dominios de Fernando VII tuvo una importancia incalculable en el proceso de construcción 
de un lenguaje patriótico disruptivo y emancipador, [sin embargo], la desigual distribución de la participación 
que se otorga a los vocales americanos y el lenguaje despectivo respecto de las provincias, constituye, a juicio 
de los patriotas criollos, un agravio y ofensa que servirá de argumento justificatorio para la transformación del 
patriotismo hispánico en un patriotismo hispánico vulnerado, y de este en un patriotismo americano 
emancipador. (López, 2019a, p.177) 
30 Como libertad, soberanía, nación, igualdad, fraternidad. 
31 Véase la Carta de Jamaica de Simón Bolívar. 
32 Las élites intelectuales neogranadinas compartían los postulados básicos del republicanismo moderno, y 
asumían aquel “principio de las nacionalidades” que afirma que toda agrupación de pueblos tiene derecho a 
disponer de su propio Estado, y que la nacionalidad es la condición o cualidad de todo individuo nacido o 
22 
 
los constructores de las nuevas repúblicas invocaron el origen cívico y revolucionario 
de los nacientes Estados, y no los criterios de identidad y uniformidad etnocultural, 
pues resultaba imposible diferenciarse y singularizarse de la metrópoli mediante el 
uso de elementos históricos, lingüísticos y religiosos (López, 2019a, p. 187). 
 “La preeminencia del rostro político, más que cultural, explica que la identidad prevista 
para los sujetos sociales fuera la de ciudadanos virtuosos, ilustrados y civilizados” (Ibid., p. 
189). En efecto, la apuesta por una comunidad política que replicara el modelo de república 
burguesa, fue una empresaque exigió la reeducación de la sociedad para moldear a la 
muchedumbre y convertirla en ciudadanos, en hombres cultos y bien formados, cuyos 
propósitos personales legitimaran y sostuvieran el proyecto político moderno de los criollos 
independentistas. 
La relación entre educación y nuevo orden social estuvo presente en el discurso de 
las élites desde el momento mismo de la independencia de la metrópoli española […]. 
La escuela facilitaba la formación de un individuo más cumplidor de sus deberes, 
pacífico, emprendedor y trabajador. El espacio escolar era visto como el lugar ideal 
que contribuía a la formación de un ciudadano capaz de defender el nuevo orden 
social y participar en la política sin dejarse engañar ni manipular. (Arias, 2005, p. 
254) 
 Liliana López (2019a) afirma que el proceso de configuración del Estado, en la primera 
mitad del siglo XIX, estuvo sujeto a la divulgación de ideas relacionadas con la soberanía del 
pueblo, la nación y la ciudadanía; categorías adoptadas de la ruta liberal-republicana, donde 
se consagró de manera genérica “la defensa de derechos individuales, la separación de 
poderes, los mecanismos para acceder al poder mediante elecciones y la distinción entre 
asuntos públicos y privados. Se trataba de la definición de la nación como una república 
constitucional y democrática” (p. 296). A mediados del siglo XIX estos postulados fueron 
reorientados y criticados, toda vez que las élites liberales y conservadoras – ya conformadas 
 
naturalizado en una nación independiente. Sin embargo, a pesar de ese acuerdo inicial, estos intelectuales 
discrepaban al momento de establecer los criterios que se debían poner en el origen y fundamento de la 
nacionalidad colombiana. En unos casos, estos se encontraban en las características objetivas de la población 
[…]; en las dimensiones subjetivas y emocionales […]; en las condiciones técnicas, económicas e 
institucionales […] y en la condición existencialmente política de la nación. (López, 2019a, p. 35) 
23 
 
y divididas en partidos políticos- acentuaron las diferencias al interior del republicanismo 
para definir y disputar, desde sus perspectivas, la forma ideal que debía adoptar la nación 
colombiana. Como apuntó López (2019a), la nueva generación de intelectuales33 liberales 
quiso ser más radical en la lucha por erradicar el orden colonial y resaltar la superioridad de 
la ley, la Constitución, los derechos individuales, el Estado laico y el progreso; mientras que 
los conservadores respondieron al lenguaje liberal de los derechos con un lenguaje 
republicano de la tradición que 
Respondía con una propuesta de orden social, cuyos cimientos eran la seguridad, la 
estabilidad y la conservación de lo existente. En ese ideal de orden, la libertad no 
podía ser absoluta e ilimitada, y los cambios e innovaciones debían ser lentos, pues 
de lo contrario se podía producir una anarquía y desorden en la sociedad; los derechos 
políticos no debían ser otorgados a todos, sino a quienes cumplieran con los requisitos 
de independencia económica, ilustración, decoro y moralidad; y la construcción de la 
nacionalidad debía consultar las costumbres y el modo de ser de los colombianos […]. 
El ideario político conservador […] rechazaba la importación de modelos foráneos de 
construcción nacional y se declaraba defensor del pasado y de lo familiar, lo cercano, 
lo conocido y lo heredado (López, 2019a, p. 376). 
 Los conservadores discreparon, en parte, del modelo republicano liberal, pues lo acusaban 
de promover un imaginario de nación repelente a la moral católica y a las costumbres 
clásicas. Para éstos, “los liberales eran unos afrancesados de salón, sin capacidad para valorar 
las tradiciones de la época virreinal, y niegan la identidad hispana (catolicismo incluido) y la 
herencia de regímenes de orden y autoridad” (Orrego, 2003, p. 74). Siguiendo la tesis de 
López (2019a),34 estos dos ideales de nación -uno progresista liberal y el otro hispano 
católico- simpatizaron con la creación de la comunidad política, la cual descansaba en raíces 
 
33 Se trata de los nacidos después de la Independencia, jóvenes liberales comerciantes, editores de periódicos, 
economistas, publicistas y abogados, que habían sido educados en un medio mucho más abierto a las influencias 
intelectuales, que venían de Francia e Inglaterra. (López, 2019a, p. 311) 
34 Liberales y conservadores comparten un ideal republicano sustentado en la necesidad de generar un nivel de 
lealtad política de los individuos con el Estado y coinciden en la idea de construir una nacionalidad compacta, 
homogénea y bien definida. No obstante, difieren en un aspecto central: los liberales identifican el 
republicanismo solamente con el estatus político que adquieren los individuos a través de la posesión de 
derechos individuales y libertades civiles. Los conservadores, por su parte, lo asimilan con la pertenencia, la 
lealtad y el respeto que deben los individuos a la comunidad de origen con la que comparten hábitos, tradiciones 
y costumbres. (López, 2019a, p. 310). 
24 
 
republicanas de tradición francesa e inglesa, pero se diferenciaron en la forma que quisieron 
darle a la nación. Esas distancias se canalizaron e incrementaron con la formación de los 
partidos políticos, con el desarrollo de los procesos electorales y con la alianza entre la Iglesia 
católica y los conservadores para mantener el orden tradicional. 
 “El partido liberal y el partido conservador en Colombia se estructuraron a mediados del 
siglo XIX. Como fechas de referencia están, 1848 para el programa liberal que esboza 
Ezequiel Rojas y 1849 para el programa conservador redactado por Mariano Ospina” y José 
Eusebio Caro (Tirado, 1995, p.28). El 16 de julio de 1848, en el periódico El Aviso, José 
Ezequiel Rojas publicó el ensayo La razón de mi voto, en el que describió los lineamientos 
liberales que se considerarían como el acta de fundación del Partido (Gaviria, 2016). En estas 
directrices, Rojas afirmó que el partido abraza la forma republicana; se acoge a las libertades 
públicas; a los derechos individuales y a las garantías reales. El liberalismo desea que la ley 
sea la voluntad del legislador y no del ejecutivo; las leyes deben ser claras y precisas; se debe 
promover el desarrollo económico y social; no restringir la producción y la propiedad 
privada; que no se adopte la religión como medio de gobernar y el Estado y la Iglesia deben 
trabajar por separado (Mejía, 2007). 
El programa […] promovía por lo general principios ortodoxos; por ejemplo, la 
protección de las libertades individuales, el imperio de la ley, una justicia imparcial, 
una economía estricta y el nombramiento de los empleados públicos por su capacidad 
y no por su filiación partidista. La afirmación que más lindaba con la controversia era 
aquella que estipulaba que la religión no se debía utilizar como instrumento de 
gobierno (Palacios y Safford, 2012, p. 295). 
 Por su parte, el Partido Conservador surgió como oposición a los principios liberales, de 
ahí que el 4 de octubre de 1849 “José Eusebio Caro y Mariano Ospina Rodríguez a la cabeza, 
[publicaron] una “Declaratoria Política” en el periódico La Civilización […] con los primeros 
principios programáticos del conservatismo colombiano” (Moreno, 2011, p. 106). 
El Partido Conservador es aquél que reconoce y sostiene el programa siguiente: El 
orden constitucional contra la dictadura; la legalidad contra las vías de hecho; la moral 
del cristianismo y sus doctrinas civilizadoras contra la inmoralidad y las doctrinas 
corruptoras del ateísmo; la libertad racional, en todas sus diferentes aplicaciones, 
25 
 
contra la opresión y el despotismo monárquico, militar, demagógico, literario, 
etcétera. La igualdad legal contra el privilegioaristocrático, odocrático, colocrático, 
universitario o cualquier otro; La tolerancia real y efectiva contra el exclusivismo y 
la persecución, sea del católico contra el protestante y el deísta o del deísta y del 
ateísta contra el jesuita y fraile, etcétera. La propiedad contra el robo y la usurpación, 
ejercidos por los comunistas, socialistas, supremos o cualquier otro; La seguridad 
contra la arbitrariedad de cualquier género que sea; La civilización, en fin, contra la 
barbarie. En consecuencia, el que no acepte algo de estos artículos no es conservador. 
El conservador condena todo acto contra el orden constitucional, contra la legalidad, 
contra la moral, contra la libertad, contra la seguridad, y contra la civilización, sea 
quien fuere el que los haya ejecutado (Liévano, 2002, citado en Moreno, 2011, p. 
106). 
 Como se ve, liberales y conservadores tuvieron diferentes representaciones para sus 
proyectos políticos, los cuales, en términos generales, se tradujeron en “el choque de dos 
formas ideológicas que [se disputaban] el [establecimiento] de la cultura de la cristiandad 
fundamentada en una filosofía esencialista, y, la cultura de la modernidad, basada en la 
filosofía liberal” (Arango y Arboleda, 2005, p. 87). Así las cosas, estas dos ideas de nación 
subrayaron más sus diferencias cuando el liberal José Hilario López35 llegó al poder en 1849-
1853, pues comenzó un periodo de transformaciones radicales, “durante el cual, las 
estructuras, ancladas en los tiempos de la dominación española, cederían su lugar a 
conquistas liberadoras en el orden social y económico” (Mejía, 2007, p. 40). Claramente, los 
conservadores “se unen y ordenan una férrea y agresiva oposición al gobierno” (Ibid. p. 41). 
 La elección presidencial de José Hilario López fue uno de los acontecimientos más 
relevantes de la historia del país en términos de reformas liberales. Estas reformas tuvieron 
su acento en cambios de orden político-sociales, económico y religioso. En el grupo de 
medidas de orden político-social estuvieron la abolición de la esclavitud; la extinción parcial 
 
35 Sin embargo, antes de los comicios provinciales en los que se elegiría a López, existió un precursor de las 
transformaciones liberales, se trató del general Tomás Cipriano de Mosquera. La elección presidencial de López 
es presentada como acontecimiento fundacional, que marca un punto de inflexión entre el orden y el caos […]. 
Hay que recordar, sin embargo, que las medidas librecambistas se habían iniciado bajo la presidencia anterior 
de Mosquera, con la colaboración del liberal Florentino González y el conservador Mariano Ospina. (González, 
2006, p. 47) 
26 
 
de la pena de muerte y las libertades civiles como el derecho de expresarse por la imprenta; 
asimismo, libertad de industria; de asociación; de enseñanza; la de conciencia y cultos. En 
materia económica se presentó la libertad en el cultivo y comercialización del tabaco; 
mantenimiento del régimen librecambista; descentralización de rentas y gastos; abolición de 
censos y se suprimieron los resguardos de indios. El tercer grupo de medidas se constituyó 
en decisiones religiosas como la expulsión de la Compañía de Jesús; eliminación del fuero 
eclesiástico; abolición de los diezmos y la intromisión del Estado en los fondos eclesiásticos 
(Mejía, 2007, p. 41). 
 El Partido Conservador y la Iglesia católica manifestaron un profundo desacuerdo “con 
los rumbos que iba tomando el gobierno reformista de José Hilario López, [pues] este 
proyecto de modernidad apuntaba a fundar un nuevo orden […], así como una soberanía 
secular que librase al Estado de sus compromisos con la Iglesia” (Uribe y López, 2006, 
p.211). 
Los conservadores no se oponían a toda la agenda reformista, pero pensaban que los 
cambios debían ser más lentos, más pausados y sobre todo pensados en los marcos de 
la tradición hispano-católica, transición en la cual el Estado debía tener una función 
de control social y de integración cultural en torno a los principios “del bien común” 
y la nación no podría ser otra cosa que la comunidad cristiana unida por los valores 
de la tradición; esto quiere decir que existía entre ambas agrupaciones un consensu 
iuris centrado en torno al republicanismo cívico, pero con énfasis distintos en los 
derechos o en la tradición (Ibid., p. 211-212). 
 Después de José Hilario López vendrían las administraciones de Eustorgio Salgar (1870-
1872), Santiago Pérez (1874-1876) y Aquileo Parra36 (1876-1878), liberales radicales que 
 
36 Aquileo Parra ocupó la presidencia en el periodo 1876-1878 y en su discurso de posesión presidencial anunció 
que “promovería, especialmente, la ampliación de la enseñanza primaria y universitaria, también expresó su 
intención de continuar el programa de fomento material de las anteriores administraciones” (Mejía, 2007, 
p.471). Pero su elección y mandato se dieron en un ambiente hostil porque liberales independientes y 
conservadores esperaban la victoria del cartagenero Rafael Núñez y al no ser elegido por el Congreso: 
Los conservadores se enfurecieron [pues] el gobernador radical del Estado del Cauca anuló el voto 
estatal para la presidencia, con lo cual selló la victoria nacional del candidato radical, Aquileo Parra. 
Sin embargo, fue la religión la que suministró la energía emocional para la rebelión conservadora. 
Como dijeron los liberales en ese momento, supieron que los conservadores se aprestaban para la 
guerra civil cuando comenzaron a enarbolar la bandera de la religión (Palacios y Safford, 2012, p. 
345). 
27 
 
harían énfasis en reformas de carácter religioso y en materia de libertades individuales.37 De 
manera particular, durante sus gobiernos se dictaron y mantuvieron cambios que afectaron 
directamente a la Iglesia católica y la idea de nación conservadora: tal es el caso de la tuición 
de cultos, la expulsión de jesuitas del país, la modificación de la Ley de Orden Público de 
1867; la desamortización de bienes en manos muertas y el Decreto Orgánico de Instrucción 
Pública de la Unión (DOIP). 
 Así las cosas, la defensa de los conservadores y la Iglesia católica se centró en resguardar 
aquello que reformaron o vulneraron los liberales radicales, sin embargo, predominó el 
interés por hacerle contrapeso a reformas político-sociales y de alcance religioso, siendo estas 
últimas, una intromisión directa en el campo ideológico y moral cristiano, “y por ello 
reaccionaron defendiendo el régimen de cristiandad en forma guerrera, es decir, como una 
cruzada” (Ortiz, 2010, p.115). 
 El presidente Eustorgio Salgar38 (1870-1872) concentró sus esfuerzos en el 
mantenimiento de la paz y en el avance del sistema educativo con la instrucción pública, esta 
última sería el objetivo medular de su gobierno. “A ellos se sumaban, no con menor 
relevancia, los propósitos expresamente enunciados por el primer mandatario de mejorar los 
ingresos, la infraestructura y la industria de la nación” (Mejía, 2007, p. 372). La reforma 
educativa de 1870, que se plasmó con el Decreto Orgánico de Instrucción Pública de la Unión 
(DOIP), pretendía regular la educación en el país, llevar la escuela pública a todos los 
territorios y “ejercer control directo sobre la enseñanza, y para ello definió el objeto de las 
escuelas, las cuales debían formar hombres sanos de cuerpo y espíritu, dignos y capaces de 
ser ciudadanos y magistrados de una sociedad republicana libre” (Arias, 2005, p. 258). 
Los 295 artículos del Decreto mostraban los impetuosos afanes de una Nación joven 
y en plena construcción por hacerse a lo mejor del legado de las sociedades modernas. 
Con la universalización de la educación pretendían formar hombres autónomos, con 
capacidad para participar en una sociedad republicana y libre. En él puede apreciarse37 Los gobiernos de Manuel Murillo Toro (1872-1874) y Santiago Pérez (1874-1876) se caracterizaron por la 
defensa y sostenimiento de la constitución de 1863 y la conservación del legado de Salgar en materia educativa. 
Cabe señalar que estas administraciones se enfocaron, principalmente, en modernizar al país mediante la 
construcción de vías de acceso, ferrocarriles y obras públicas. 
38 Se hace énfasis en este personaje porque en este periodo se firmó el DOIP. 
28 
 
el propósito central de los liberales de hacer un proceso de instrucción pública 
uniforme, obligatorio y laico en toda la Nación (Ibid). 
 El DOIP demostró la capacidad de las administraciones radicales y su interés en concretar 
las transformaciones liberales del legado francés. Pero la reforma de 1870 no fue una empresa 
fácil, por el contrario, calentó los ánimos de conservadores y clérigos porque el problema 
educativo, más que un problema religioso, significó la lucha por el dominio de las 
conciencias y por la superposición de una comunidad política, bien fuera de matiz católica y 
colonial o de naturaleza progresista. Así lo dijo Ortiz Mesa: 
En la década del sesenta del siglo XIX, el problema educativo ocupó la atención de 
la Iglesia católica colombiana -y muy especialmente de la antioqueña- y fue decisivo 
en la pugna entre liberales y la Iglesia por controlar las conciencias. Estaba en juego 
el dominio del aparato educativo, pero también lo que significaba este cambio para el 
futuro de ambos bandos. Si los liberales lograban imponer una educación laica, las 
transformaciones socioeconómicas y políticas modernizantes en el país serían viables. 
En el sentido contrario, el país continuaría bajo la tutela de la Iglesia, la cual 
legitimaba un Estado confesional e imponía un sistema educativo tradicional, en un 
país anclado en sus viejas herencias (2010, p. 81). 
 Liberales y conservadores usaron al DOIP para enfrentar sus proyectos políticos. De ahí 
que la reforma educativa superara su carácter formativo y religioso, se constituyera y 
develara su esencia político-estratégica para la construcción y definición de la nación 
moderna. El enfrentamiento directo entre la “comunidad de ciudadanos y la comunidad de 
creyentes” se concretó en la Guerra de las Escuelas.39 Esta guerra civil se dio en 1876-1877 
y manifestó como casus belli la bandera religiosa -para los conservadores y el clero- en 
defensa de la moral y las tradiciones hispanocatólica, mientras que para los liberales se trató 
de la lucha por imponer el nuevo orden social y civilizatorio del legado europeo. 
3. La Guerra de las Escuelas (1876-1877) 
 
39 Otro de los motivos fundamentales para el alzamiento de esta guerra fue la elección perdida de Rafael Núñez 
en 1875. 
29 
 
 La Guerra de las Escuelas o Guerra de los Curas tuvo sus antecedentes, aproximadamente, 
desde 1849 con la elección del presidente José Hilario López, la expedición de la 
Constitución de Rionegro de 1863 y del Decreto Orgánico de Instrucción Pública de 1870. 
Margarita Arias (2005) anota que cuando se posesionó López se dirigió a sus conciudadanos 
y les dijo que la igualdad sería un precepto que regiría a la República. El mandatario creía 
que la fórmula40 de la Revolución Francesa llevaría al país a progresar a través de la razón y 
no de la creencia, y para combatir los prejuicios y hacer cumplir derechos como, por ejemplo, 
el sufragio, la libertad de expresión, el derecho a la vida. Para lograr estos objetivos, el país 
debía tener ciudadanos libres y educados. José Hilario López fue heredero del ideario 
republicano francés, por eso 
La educación se convertía en un instrumento básico de socialización e integración de 
la Nación que permitiría una mayor participación de los ciudadanos y haría viable la 
movilización social que, unida a su progreso, daría lugar a la difusión de innovaciones 
y a la aceleración de la movilización, con el fin de crear un estrato social medio, lo 
más amplio, maduro e incluyente posible (Molina, 1970, p. 108, como se citó en 
Arias, 2005, p.255). 
 Los mandatos de la nación moderna tuvieron que efectuarse a través de un programa de 
gobierno civilista y progresista, por eso los dos puntos básicos del radicalismo fueron las vías 
de comunicación41 y la educación. Esta última fue de vital importancia para el gobierno 
radical de López,42 pues con la población alfabetizada, y con la capacidad de leer prensa, 
podrían difundir la ideología moderna con mayor facilidad (Arias, 2005). Las reformas a la 
educación neogranadina, a través de la Ley de mayo 15 de 1850,43 hicieron que los 
conservadores, como Mariano Ospina Rodríguez, y el clero católico criticaran con 
 
40 Libertad, igualdad y fraternidad. 
41 Telégrafo, carreteras, ferrocarriles. 
42 Olga Lucía Zuluaga afirmó que “los acontecimientos educativos desde 1848 hasta 1853 se pueden sintetizar 
así: los títulos quedaron sin valor para ejercer las profesiones, las trabas para grados desaparecieron, los colegios 
nacionales quedaron equiparados a los provinciales, la Instrucción Pública se puso en manos del poder 
municipal. Pero a los títulos todavía les faltaba perder su sentido discriminatorio en la sociedad. En 1853 el 
Poder Ejecutivo reactivó normas sobre empleos y declaraciones constitucionales que dieron el golpe final a los 
títulos. Si las reformas anteriores a la libertad de enseñanza, en especial la de Ospina, tenían como propósito 
fundamental despoblar el país del exceso de médicos y abogados, ahora se trataba de expulsar los títulos del 
ámbito social porque representaban, a la luz de las nuevas interpretaciones, un atentado contra la igualdad que 
había instaurado la Constitución de 1853” (2012, p. 96). 
43 Que promovió la libertad de enseñanza y les restó importancia a los títulos académicos. 
30 
 
vehemencia las reformas liberales de López, pues ellas “menguaron el poder de la Iglesia y 
afectaron la relativa estabilidad que había tenido en la primera mitad del siglo. La Iglesia fue 
vulnerada con su separación del Estado en 1852, la expulsión de los jesuitas y las libertades 
de cultos” (Ortiz, 2010, p.57-58). 
 Después de esas disposiciones, las relaciones entre la Iglesia y el gobierno radical se 
tornaron espinosas. Ortiz Mesa (2010) contó que la Iglesia católica reaccionó, junto con los 
conservadores, en la guerra civil de 1851 y que tiempo después, participaría de nuevo en la 
contienda de 1859-1862, en la que liberales triunfaron y sometieron al clero drásticamente. 
Con los liberales de nuevo en el poder y su afán de modernizar al país, promulgaron la 
Constitución Política de Rionegro de 1863, que le dio al país el nombre de Estados Unidos 
de Colombia. Algunas medidas tomadas por el gobierno después de la derrota conservadora 
en la guerra civil de 1859-1862 fueron: 
Desamortizaron los bienes de la Iglesia, aplicaron la inspección (tuición) de cultos y 
expulsaron del país a varias comunidades religiosas y a algunos clérigos y obispos, 
entre los cuales estaba el antioqueño Vicente Arbeláez Gómez […] Los liberales 
consideraban a la Iglesia católica como un obstáculo para la modernización del país 
y un lastre cuando se quería formar a las gentes en un espíritu individualista y en un 
régimen de libertades (Ortiz, 2010, p. 58). 
 La actitud de los liberales en contra de los conservadores y la Iglesia católica empeoró 
con la nueva propuesta de reforma educativa de 1870. Con la Constitución Política de 
Rionegro el radicalismo liberal pretendió formar una nación “en la que la Iglesia no tuviera 
injerencia en política y en los asuntos estatales como lo había hecho hasta entonces” (Arias, 
2005, p. 257). Y, “para contrarrestar la influencia del clero en los asuntos de gobierno, debían 
poner énfasis en la educación, campo en el que

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