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¿Qué es la geografía? 
Federico A. DAUS
Como descripción escueta de la superficie terrestre, de sus accidentes físicos, de los grupos
humanos que la habitan y de sus caracteres peculiares, el saber geográfico es, seguramente, tan
antiguo como la vida reflexiva del hombre. Este siempre se ha mostrado bien dispuesto para
recordar, calificar, nominar y, también, representar gráficamente los “nuevos” lugares que visita,
así se trate de las correrías de caza y conquista de los primitivos, como de las expediciones
deliberadas, que se iniciar, con la misma civilización. La caudalosa difusión de la literatura
geográfica, especialmente la de viajes, indica, por otra parte, el arraigado Interés que en todos
los tiempos ha existido por el conocimiento directo de la Tierra, en particular por el de los
países “lejanos”, de sus peculiaridades, de sus “rarezas”. La geografía, como saber organizado
sobre la superficie terrestre, se ha nutrido en ese interés, y lo ha alimentado vastamente; lo ha
hecho en forma muy diversa y el título de Geografía —palabra de raíz griega que significa me-
ramente descripción de la Tierra— ha cubierto obras de factura y conformaciones asaces
diversas. Existe, seguramente, una Geografía, es decir, una manera correcta, veraz, integrada, de
describir la superficie terrestre; pero ha habido muchas geografías, bueno es decirlo, muchas
maneras particulares de hacerlo. Para desentrañar el contenido actual de la geografía —aunque
sea en las escasas páginas de un manual de iniciación cultural— es necesario explicar cuáles
han sido pues esas peregrinas formas de geografía; el mirar retrospectivo en el asendereado
concepto de esta disciplina se impone indefectiblemente. El hacerlo a través de las figuras
relevantes de quienes pusieron jalones en la historia del saber geográfico y sus formas de
exposición es el método adoptado en las siguientes páginas, en obsequio de la brevedad y del
interés del lector por saber qué es la geografía.
1. LA ANTIGUA Y NUEVA GEOGRAFIA
Es muy sugestivo el hecho de que a partir del promediar del siglo pasado, las grandes obras
destinadas a describir la Tierra se hayan titulado “Nueva Geografía”. Los autores que primero lo
hicieron así —como el ilustre Elisée Reclus_— debieron advertir claramente que en el viejo
itinerario de la geografía había nuevos y promisorios atajos. Nacía ciertamente una nueva
geografía que reemplazaba a otra condenada por entonces a la caducidad. El conocimiento y la
descripción de nuestra morada terrestre son una preocupación genuina del hombre y, en
determinadas condiciones, también una necesidad. Esa preocupación se halla en el primitivo, en
el niño, en el hombre deseoso de adquirir saber; atañe directamente al es tadista, al hombre de
gobierno. El saber geográfico nació con las primeras manifestaciones de la vida reflexiva del
hombre; está protocolizado en los poemas homéricos —Canto XVIII de la Ilíada—, en los
libros sagrados, en el Corán y la sabiduría árabe, según la cual la Geografía es ciencia agradable
a Dios. Se ha afirmado que ciertos monumentos megalíticos del hombre prehistórico tenían por
objeto representar míticamente accidentes de la superficie terrestre, vale decir: eran mapas
rupestres.
Hasta el promediar del siglo xix se habían escrito infinidad de obras de Geografía y, al
menos en ciertas épocas, estas viejas geografías pudieron ser incluidas entre los libros más
leídos. En el multisecular proceso del descubrimiento y descripción de nuestra generosa
morada, el período antedicho señala un recodo; mejor dicho: el recodo que separa la nueva y la
antigua geografía. Desde que el griego Estrabón, natural del Asia Menor, escribió su
monumental obra de descripción del mundo, tal como se lo conocía en los brillantes años del
reinado de Augusto, hasta que Alexander von Humboldt consagró su clara inteligencia a
estudiar y describir con sólida base científica los paisajes terrestres, la geografía fue tan
accesible a cualquier clase de lector como de escritor. Palabras más o menos, quien componía
alguna de aquellas viejas geografías no necesitaba ningún aparato técnico para hacer inteligible
su descripción al lector. La naturaleza de los países y la índole de los pueblos se describían
llanamente, con las palabras del lenguaje corriente y sin referencias a conceptos científicos
especializados. Las descripciones de la Tierra eran tan simples como los mapas, en los cuales no
se cansignaba, a lo largo y a lo ancho de extensas hojas ricamente decoradas, otras cosas que las
costas, los ríos, las ciudades y los caminos, amén de innumerables acotaciones sobre caracteres
episódicos, reinados de leyenda, animales de maravilla y “rarezas”. El relieve del suelo no se
representaba; el mar era una superficie sin alternativas; las “terras incógnitas” cubrían vastos
espacios periféricos. Durante muchos siglos los geógrafos nutrieron su saber en la vacuidad de
los mapas in folio, y pudieron pasar por meros recolectores de nombres, de posiciones
geográficas de lugares y accidentes superficiales. La geografía no “conocía más que la
dimensión superficial; nada del interior de la corteza, de la profundidad del mar, ni de la altura
de la atmósfera. La geografía antigua era, en suma, un saber nemónico útil, así como los viajes
eran empresas de azar.
Estrabón había compuesto una extensa obra de historia universal —totalmente perdida— y
se aplicó a escribir su magna geografía con una preparación física que se bastaba con una sola
obra: la de Eratóstenes. Diecinueve siglos más tarde Humboldt demostró que la preparación
básica del geógrafo debe ser tan vasta como es variado el escenario terrestre; y así ha quedado
establecido definitivamente después de la obra del gran naturalista, historiador y geógrafo
alemán; no hay otra alternativa para el que pretende escribir geografía. Tal es la diferencia entre
la vieja geografía —Estrabón— y la nueva geografía, posterior a Humboldt. Si el primero fundó
el género de la obra de geografía universal, que, con su ingenuo ropaje descriptivo, pudo
subsistir diecinueve siglos, el segundo creó, en concurrencia con los geógrafos de su época —
principalmente con Carl Ritter—, la especie de geografía explicativa que arrastró a la caducidad
definitiva a la añosa modalidad descriptiva fundada en la antigüedad. Estos dos nombres de la
historia de la geografía son representativos de ambas modalidades.
Estrabón y la antigua geografía
Había nacido en Amasia, ciudad del Asia Menor, hacia el año 64 a. C. Su cultura era
grecorromana, pues vivió entre Oriente y Occidente y viajó extensamente en esa época de
Augusto, de universalización de la sabiduría helénica y del Estado romano. Algo de sus
andanzas, desde Iberia hasta el Ponto, nos lo informa él mismo en su obra. La historia universal
que escribió constaba de cuarenta y tres libros. Su Geografía, geografía a secas, en diecisiete
libros, se ha conservado felizmente, a excepción del libro VII, del que se conoce un epítome
posterior. Era también una visión “universal”. Es la máxima expresión del saber geográfico de
la antigüedad, en el sentido estricto de la palabra, es decir: una descripción de la Tierra, de los
países y los pueblos. Muchos otros escritores antiguos, anteriores y posteriores al geógrafo de
Amasia, nos han dejado obras de más alto vuelo científico: Eratóstenes (276-196 a. C.), que
calculó tan acertadamente las dimensiones de nuestro planeta; Claudio Ptolomeo (siglo II d. C.),
que describió tan prolijamente el sistema del mundo, con una concepción geocéntrica que suele
mencionarse como “sistema ptolemaico” y determinó las coordenadas geográficas de infinidad
de lugares; Plinio el Viejo (23- 79), cuya Naturaíis historias constituye un monumento del saber
antiguo. Pero Estrabón los superó en la creación de la modalidad descriptiva del planeta y los
aventajóal adoptar para su obra el título que había de perdurar en función nominativa y además
supo vivificar el relato de cómo son los países y cómo transcurre en ellos la existencia de los
pueblos, con referencias que inciden en el eterno interés del hombre por conocer el maravilloso
mundo que habitamos. Por esto Estrabón es un fundador y es llamado “padre de la geografía”.
Por otra parte, el fecundo viajero y escritor de la primera geografía universal supo discernir
que en el relato geográfico menos pretensioso pueden instilarse ciertas virtudes que atañen a 1a
grandeza del escenario terrestre y a la dignidad de la condición humana. El estilo destriptivo de
Estrabón, aun cuando el autor desciende a referencias fatigosas, jamás pierde jerarquía
intelectual y si concede a la geografía —según palabras liminares del libro I— una función
utilitaria, ya que cultivar esta ciencia —dice— es “mostrarse ocupado en el grande arte de vivir
y ser completamente feliz”, la considera, a la vez, digna del verdadero filósofo.
Estrabón imprimió el molde de una geografía me ramente descriptiva, con los caracteres
adicionales de amena, digna y utilitaria. Durante los diecinueve siglos que separan su Geografía
de las que ofrecen un modelo completamente distinto, las incontables obras de geografía
publicadas en todos los países civilizados no superaron el rango descriptivo del autor griego.
Por el contrario, hubo períodos en que se escribieron geografías con clara quiebra del rigor
descriptivo y en que se dio amparo holgado a la fantasía y a la fábula. No todos los autores de
geografías medioevales abrigaron el deliberado propósito de fantasear sobre los “países lejanos”
e ignotos, pero en los relatos de viaje —que generalmente se confundían con las obras
geográficas y les servían de fuente— solía aparecer la referencia geográfica auténtica veteada
por las noticias maravillosas, cosechadas por algún peregrino coleccionador de “rarezas”. Acaso
el más atrevido de los de este género fue el escritor apócrifo que con el nombre de caballero
John o Jehan de Mandeville (s. xiv) reunió una singular descripción de países, con fantasías que
han perdurado, como las lágrimas de cocodrilo, la resurrección del ave fénix, la inmunidad de la
salamandra. Con los geógrafos de la Edad Media —salvo excepciones—, los viajeros árabes y
los escritores de relatos geográficos posteriores a los grandes descubrimientos, que indistinta-
mente cultivaron la geografía descriptiva y maravillosa, los escritos sobre la Tierra y los pueblos
adquirieron gran auge editorial. La Cosmografía de Sebastián Munster (1489-1552) alcanzó el
éxito de publicar 55 ediciones en nueve idiomas. Pero esta difusión popular de la geografía no
se hizo sin declinar el digno atributo de la veracidad; la geografía pudo pasar por sus caracteres
propios al género imaginativo; sus relatos, carentes de rigor crítico, quedaron desacreditados
con el tiempo y se distanciaron, cada vez más a medida que avanzaba la Edad Moderna, de las
bases técnicas indispensables para alcanzar la necesaria penetración en la naturaleza de los fenó-
menos a que alude constantemente el relato geográfico. Falsa, al menos en parte, y superficial,
la “antigua geografía” perduró inexplicablemente hasta fines del siglo xviii; por entonces se
inició la reacción y rápidamente advino una nueva teoría sobre el saber geográfico: una “nueva
geografía”. La geografía descriptiva, carente de estructura y rigor científicos, así como de
finalidad explicativa, no sólo había caído en los deleznables relatos de ficción y fantasía; se
había desentendido del progreso científico de la Edad moderna y amenazaba quedarse
convertida en un intrascendente pasatiempo para etiquetadores de lugares y rarezas.
Humboldt y la nueva geografía
La sólida preparación en el campo de las ciencias naturales y la entrañable afición por los
viajes llevaron a Alexander von Humboldt (1769-1859) a buscar escenarios lejanos y
desconocidos para satisfacer su honda curiosidad geográfica. Este noble de origen prusiano y
cultura francesa había recorrido a fines del siglo XVIII los países de Europa occidental en
compañía de G. Póster, el primer viajero científico, participante del famoso viaje de J. Cook en
su gran periplo por el Océano Pacífico. Era propósito de Humboldt visitar el cercano oriente,
pero las turbulencias políticas de esa zona y la benevolente acogida del gobierno español lo
decidieron a emprender el camino de América, un escenario virgen para sus investigaciones.
Viajó en compañía del botánico francés Aimé Bondpland, que había de coronar su valiosa
existencia de estudioso en la provincia argentina de Corrientes. Durante cinco años el naturalista
alemán recorrió las sabanas, selvas, montañas y ríos de la parte septentrional de América del
Sur, las Antillas y América Central. Sus investigaciones geográficas hundieron sus inquisiciones
en múltiples aspectos del complejo dominio de las ciencias naturales y de la historia. Fue
explorador esforzado, ascendió a las altas montañas, descendió por ríos erizados de rápidos
peligrosos, alternó en el seno de las selvas vírgenes con las fieras y las alimañas. Su contacto
con los paisajes desconocidos no fue superficial, como el de los antiguos viajeros, sino
profundo. No se limitó, en consecuencia, a describir los objetos o fenómenos observados en la
superficie terrestre, sino que procuró explicarlos, desentrañar el complejo mecanismo de sus
causas y extenderse hasta sus consecuencias. Estudió pues fenómenos y procesos relacionados
con los objetos geográficos observados. La descripción de la totalidad del espacio terrestre en lo
posible explicada, cobró en la pluma bien dotada de Humboldt una luminosidad deslumbrante.
Remontándose a los orígenes y descendiendo a las consecuencias, infundió a sus escritos una
vitalidad hasta entonces desconocida en la descripción de la Tierra, en la cual el creador de una
nueva geografía introdujo razonamiento, problematieidad y juicio.
Humboldt trazó nuevos mapas en los cuales aparecen los conceptos teóricos con que
enriqueció la geografía. Algunos años antes que él, al promediar el siglo xviii, Ph. Buache se
había iniciado en la superación de la vieja geografía con la confección de mapas que
representaban el relieve submarino. Humboldt imprimió un sentido definitivo a esta tendencia,
al incluir en forma sistemática la tercera dimensión del mapa —la altura y la profundidad—,_y
añadió a ello la figuración de ciertos caracteres valorativos del complejo geográfico, como son
las líneas isotermas —ideadas por él—, que agregan a la cartografía la representación de los
fenómenos y caracteres del océano atmosférico.
Es singular que el autor de Cuadros de la Naturaleza haya podido hacer una nueva geografía
sin declararlo y sin mencionar con demasiada frecuencia la palabra geografía, que no encabeza
ninguno de sus muchos escritos, a pesar de que éstos la pudieron ostentar a justo título. Pero de
cualquier manera Humboldt acreditó méritos fundamentales en la conformación de la nueva
geografía que nació en su época, de tal suerte que es justo considerarlo como un fundador El
grado de concurrencia de sus antecesores inmediatos y del que puede considerarse cofundador,
Carl Ritter, se examinará en otro lugar y ello servirá para aquilatar con mayor justicia los
méritos de Humboldt y de los otros geógrafos de su época. A todo ello debe añadirse el enorme
prestigio de que Humboldt rodeó a los estudios geográficos con sus grandes obras. Cosmos.
Cuadros de la Naturaleza y las de la serie americana Sus cursos públicos sobre geografía física,
vertidos como académico en la Universidad de Berlín y en la Academia de Canto —que fueron
germen de su monumental obra Cosmos— dados entre 1827 y 1828 pusieron en boga en un
ámbito cultural que excedía las fronteras de Prusia la preocupación por el estudio científico de
la Tierra ymostraron una eximia manera de hacerlo. Por todo ello Alexander von Humboldt fue
un jalón decisivo en la historia de la geografía. La ubicación de este jalón facilita la
comprensión de sus antecesores inmediatos y la de las proyecciones de su obra. 
Antecesores y sucesores inmediatos de Humboldt
Como antecedente inmediato del creador de la nueva geografía debe considerarse a un grupo
de estudiosos alemanes que no alcanzaron en la posteridad gran nombradia. Se los ha llamado
adeptos de la “geografía pura” (die reine Geographic) y desarrollaron sus investigaciones entre
fines del siglo xviii y comienzos del XIX en la época en que Emmanuel Kant después de 40
años de enseñanza de geografía física en la universidad de Koenisberg, introducía nuevos
conceptos en la apreciación de esta asignatura. Los cultores de la geografía pura —John
Gatterer, Hein- rich Hommeyer, para citar algunos nombres— se empeñaron en buscar las bases
naturales apropiadas para la descripción científica de la geografía universal; pretendían despojar
de la carcomida hojarasca, que por entonces lo ahogaba, al estudio geográfico de los países.
Buscaban desprender a la geografía descriptiva de entonces de las preocupaciones dominantes
por la organización de los estados, de sus moldes políticos y de las cuestiones dinásticas que
solían convertirse en fundamento y pórtico de la literatura geográfica. Y tales cuestiones eran
por demás precarias, entonces como nunca, en aquella época de grave sacudimiento político y
social. El mismo geodesta y cartógrafo Ph. Buache, ya citado, había introducido en sus mapas la
idea clave de las divisiones regionales generadas por las cuencas geográficas, como base para
sustentar la descripción de los países; por ello las líneas de "divortium aquarum” comenzaron a
ser consideradas significativas como rasgos adecuados para resolver los litigios de límites, y se
identificaron en cierta manera, como fronteras ideales. Buache escribió una notable memoria
sobre nuevos aspectos del estudio físico de la Tierra, comunicada a la Académie des Sciences de
París (1752), titulada: “Essai de géographie physique ou l´on propose des vues générales sur
l’espéce de charpente du Globe”. Una geografía basada en la división natural de la Tierra es una
concepción absolutamente nueva Buache y los cultores de la geografía pura proyectaron su
influencia en el desarrollo de la ciencia geográfica en el período posterior. Humboldt, y con él
Ritter, aprovecharon sus orientaciones. Los superaron ampliamente en su avance hacia la meta
de la nueva geografía, porque supieron extraer todo el provecho posible del adelanto de las
ciencias sistemáticas que por entonces habían realizado los necesarios progresos como para
convertirse en auxiliares, básicos de una geografía científica. Por ello es necesario decir algo
acerca de las relaciones entre la geografía y estas ciencias sistemáticas.
No podría, en efecto, comprenderse en su real significado el nacimiento de la nueva
geografía sin mencionar el papel que en ello cupo al auge de las ciencias que estudian aspectos
particulares sistemáticos de la Tierra: las ciencias sistemáticas a las que se suele llamar
auxiliares de la geografía. Cada una de ellas considera un sistema de objetos homogéneos de los
que componen la complejidad del espacio terrestre: geodesia, geología, hidrografía
(oceanografía, etc.), zoología, botánica. Algunas de estas ciencias brotaron como retoños en el
viejo tronco de la geografía; otras fueron siempre autónomas. A ellas debe agregarse, en su
vinculación con la geografía, la astronomía, que estudia la Tierra como astro. En suma todas
estas ciencias, que adquirieron gran vuelo a partir del siglo xvii —mientras la geografía seguía
coleccionando nombres y rarezas— perfeccionaron el conocimiento real de aspectos
particulares concurrentes en la superficie terrestre, es decir: del escenario geográfico; al
profundizarlos en forma especializada tendieron a emanciparse de las demás y mientras bus-
caron la delimitación de sus dominios propios no engendraron problemas de coexistencia con la
geografía, que hasta Humboldt y Ritter se desentendió de ellas, como se ha anotado ya. La obra
de los dos fun- dores de la nueva geografía mostró cuán necesaria e indispensable es para el
geógrafo una vasta y profunda preparación en aquellas disciplinas confluyentes en la
investigación de aspectos particulares de la Tierra. El conocimiento de lo que constituye el do-
minio de la geografía —es decir: la superficie terrestre en su complejidad espacial— se había
mantenido escindido entre la vieja geografía y las ciencias sistemáticas, y esta fragmentación ha
sido llamada el “dualismo” de la geografía, que retardó el ascenso del estudio geográfico a la
categoría científica. Reunidas las dos corrientes del dualismo en la nueva geografía se suscitó la
cuestión, posthumboldtiana, de la definición de los ámbitos de la geografía y de las ciencias
sistemáticas, lo cual constituyó la tarea de la generación de estudiosos que sucedieron a los dos
grandes fundadores. También lo fue la de dar forma precisa a los conceptos y principios
generales de la nueva ciencia geográfica.
La posteridad inmediata de ambos fundadores quedó como perpleja ante la vastedad del
legado de la nueva geografía. El cambio había sido tan completo y súbito que la elaboración y
decantación de conceptos no pudo cumplirse con la serenidad necesaria, en tales coyunturas.
Por algunas décadas los estudios geográficos hubieron de orientarse hacia su identificación con
los de las ciencias sistemáticas; los geógrafos parecían no acertar a fijar sus objetivos y las rutas
convenientes para alcanzarlos. Había sido tan extensa y variada la obra de los fundadores que en
la cantera abierta por ellos se encontraba inextinguible acopio de material heterogéneo para
nuevos trabajos. Desde el análisis geofísico hasta la concepción de una geografía estática y la de
un principio teleológico yacente en la Naturaleza, todo cuanto concierne al estudio científico y
la interpretación del complejo terrestre, con métodos preclaros y objetivos definidos, había sido
encarado por aquellos grandes modeladores de la nueva geografía.
Reunidas las corrientes del dualismo, estaban firmemente asentados los fundamentos de la
nueva geografía. Humboldt y Ritter habían preconizado el estudio de los rasgos de la superficie
terrestre como los de un todo coherente y armónico —el concepto de la armonía en la
Naturaleza fue tema de predilectas especulaciones en ambos— y en ello quedaba envuelto tanto
el aspecto físico de la Tierra como el humano, en cuanto éste mantiene relaciones con el todo.
La unidad del estudio geográfico surge fortificada de estos conceptos, así como el de la
correlación de los diversos elementos coexistentes en la superficie.
La nueva geografía desplazó rápidamente los viejos moldes perimidos por la geografía
medioeval. Esto no significa que hayan sido eliminados enteramente los resabios de aquella
versión del saber geográfico identificada con las meras nomenclaturas, la descripción escueta y
las referencias de rarezas y maravillas. Esta versión de la vieja geografía suele reaparecer en
ámbitos superficiales, que llegan a usar el nombre de la geografía sin percibir lo que ha ocurri do
desde hace siglo y medio; en la enseñanza elemental y en los estratos inferiores de la cultura
sobrevive aún, esporádicamente, la vieja geografía. Por otra parte suele asomar, de vez en
cuando, entre los científicos sistemáticos, algún eco de la polémica sobre el dominio propio de
la geografía. Sobre esta cuestión típicamente metodológica habrá oportunidad de volver más
adelante.
2. GEOGRAFIA COROGRAFICA Y GEOGRAFIA GENERAL
Los corógrafos
En la época romana hubo gran interés administrativo, en conformidad con el espíritu de
orden del régimen imperial, por el conocimiento de los lugares y sitiosimportantes de todo el
vasto dominio conquistado por las legiones: por los itinerarios, los caminos, las localidades y
divisiones políticas. El registro y enumeración de estos datos de geografía utilitaria corría por
cuenta de los corógrafos, que, en consecuencia, acumularon una cuantiosa información
destinada a los fines de la administración política de Roma. Las nomenclaturas de los
corógrafos constituyeron la forma esquelética de la geografía descriptiva y si bien el término
corografía se ha empleado para designar la forma escuetamente descriptiva de la ciencia de la
superficie terrestre o para titular el estudio del paisaje, conviene reservar esa expresión para la
versión mínima del saber geográfico organizado, que se concreta con frecuencia en guías,
repositorios, listas y enumeraciones de datos geográficos. Por su parte, la geografía descriptiva
supone un aparato literario al que se muestran inclinados muchos autores que acometieron la
tarea de presentar alguna semblanza de la Tierra con el solo acopio de datos coro- gráficos
desprovistos de fundamento científico. La corografía es una porción superficial del saber geo-
gráfico, pero no es geografía en la acepción moderna de este término, como no lo es, tampoco,
la otra expresión, algo más comprensiva del saber geográfico, que es la geografía descriptiva.
La geografía puramente descriptiva no existe, ha dicho Emmanuel de Martonne, uno de los más
altos exponentes del pensamiento geográfico del presente siglo. Los escritos sobre la Tierra y
los accidentes de su superficie que se limitan a la carátula descriptiva pura y simplemente
pertenecen al pasado como expresión del saber geográfico, y si en la actualidad se producen
obras de esta naturaleza no deben ser incluidos en la categoría de la geografía actual. Se deben,
generalmente, a viajeros, acompañan algún escrito de otras disciplinas o provienen de cualquier
factura circunstancial.
En el pasado las obras corográficas y meramente descriptivas ocuparon todo el lugar de la
geografía, se denominaran o no con esta palabra. En la actualidad hay alguna inclinación a usar
el título de geografía para obras y tambien para instituciones que no poseen los atributos
peculiares de esta ciencia. Hacia el fin de la Edad Media y comienzos de la Moderna, el éxito
editorial de las descripciones y corografías fue tal que el género proliferó en todos los países. El
alemán Sebastián Munster (1489-1552) llegó a la cumbre de la difusión libresca en su época con
su Cosmografía, en la misma centuria en que aparecían obras análogas, a las que se solía titular
Imago Mundi, Espejo del Mundo, Teatro del Mundo. Una de las pocas obras que adoptó el título
de Geografía, la del español Fernández de Enciso, fue la Suma de geografía, publicada en
Sevilla en 1519. La extraordinaria y deslumbrante novedad del descubrimiento den Nuevo
Mundo hacía particularmente atractiva la lectura de estas obras, en que bastaba añadir algunas
referencias a los países recientemente conocidos a las antiguas descripciones de Ptolomeo, para
“ponerlas al día”. La descripción, en sí misma, no contenía ninguna variación cualitativa con
respectó a lo que se había escrito quince siglos antes, ni ninguna ordenación racional de los
incontables ejemplos de fenómenos físicos que revelaban los nuevos descubrimientos. El ya
citado Munster, que fue el primer autor de habla alemana que escribió una corografía descriptiva
de esta naturaleza y a la vez máximo representante del género, expresa en cada página que su
predilección está en las curiosidades y rarezas de la Naturaleza; sus dibujos de monstruos
marinos tienen un lugar destacado en la obra. Infaltables en los libros de corógrafos son los
cronicones de viajes y aventuras, vistas de ciudades, descripción de reinos imaginarios e islas
milagrosas: forma trivial y fantasiosa de rellenar el fondo corográfico, de etiquetar lugares y
localidades de la Tierra.
La característica específica de las geografías coro- gráficas es la carencia de todo contenido
y referencias a conceptos generales de la ciencia geográfica. No existe, en esta clase de obras
descriptivas, la necesaria acotación de las nociones específicas que proporcionan el
conocimiento de la categoría universal de cada objeto descripto. Es decir: falta la confrontación
del asunto considerado con el conocimiento genérico y específico a que ese asunto pertenece.
En la descripción corográfica un río que se menciona es un asunto integrado en sí mismo, sin
ninguna comparación con la figura abstracta del río. Ciertamente, la geografía puramente
descriptiva no puede realizar esa apreciación específica sin la elaboración previa conceptual que
está a cargo de la geografía general. Antes de que esta modalidad de la geografía hubiera
conformado su cuerpo de doctrina los autores no pudieron, obviamente, hacer otra cosa que
corografias y descripciones someras; mas es grave que actualmente subsista bajo el manto de
una geografía pretendidamente moderna esa literatura que pertenece al pasado. Para comprender
el proceso de la caducidad de la corografía y de la geografía descriptiva, será indispensable
historiar el desarrollo de la geografía general.
La geografía general de Varenius y su desarrollo posterior
Estaba en su auge la galería de “sumas” de geografía, maravillosas colecciones de
nomenclaturas, hacia el promediar del siglo XVII, cuando vio la luz una de las más notables
manifestaciones del saber geográfico, dentro de un espíritu meridianamente opuesto a la
descripción corográfica de las geografías de maravilla: esta obra fue la Geographia Generalis
que lleva por subtítulo: “In qua affectiones telluris explicantur”. El autor fue el médico alemán
Bernhard Varenio, o Varenius (1622-1650), y el libro se editó en Amsterdam en 1650. La
geografía general creada por Varenius no es la modalidad del saber geográfico que enfrentó y
reemplazó a la corografía y a la geografía descriptiva, pues, como se ha anotado, a esta vieja
geografía de nomenclaturas sucedió la nueva geografía de las explicaciones. El papel de la
geografía general en la formación del concepto moderno de geografía ha sido el de proporcionar
las bases para éste; el de haber contribuido a limpiar el campo de la vetusta geografía
descriptiva de las malezas y plantas parásitas y más bien cuadra considerar a Varenius como el
artífice del primer intento de confeccionar otro modelo de arca para atesorar el saber sobre la
Tierra: justamente la que llamó geografía general, en oposición a la cual propuso la de-
nominación de geografía especial para designar la modalidad de la ciencia que tiene por objeto
la investigación y el conocimiento de los países y los pueblos. Es difícil establecer cuáles son
los antecedentes, los hay, de la concepción geográfica tan precoz de Varenius. Su creación no
solo fue original sino también temprana y a la vez madura. Tiene los caracteres de genio, a pesar
de que su autor la escribió a los 28 años de edad, poco antes de su prematura muerte. Para
Varenius —que era médico por sus estudios y escribía, por necesidad, manuales de geografía
para una editorial de Amsterdam— el estudio de los fenómenos por los cuales se manifiesta la
vida de la Tierra era el tema de la geografía general. La geografía no es pues únicamente la
descripción de la Tierra, de sus accidentes, de los objetos que yacen en la superficie del planeta
y de los hombres que viven en él. Pertenece al dominio de esa disciplina, también, el mundo de
los fenómenos, de procesos, de acciones e interacciones celestes, atmosféricas hídricas y
telúricas convergentes en la faz de la Tierra, y que constituyen las relaciones mediante las cuales
unos objetos o fenómenos influyen en otros, modificándolos y cambiando su naturaleza.
Varenius llamó “affectiones” a esta laya de acciones trascendentes de un objeto geográfico enotro; es decir: usó apropiadamente este término latino —su obra está escrita en latín— para
designar la totalidad de los fenómenos que conforman el dominio de la geografía general. Las
“affectiones” consideradas son las celestes, terrestres y humanas, estas últimas quedaron sin
escribir. Corresponden respectivamente a lo que hoy llamamos geografía ma temática y
astronómica, o sea: a los problemas de la forma y dimensiones de nuestro planeta, que interesan
a la geografía en razón de su condición de astro. Las "affectiones" terrestres constituyen lo que
se llama ahora geografía física, vale decir: el estudio de los fenómenos de la atmósfera y la
litosfera. Las “af- fectiones” humanas debieron formar el cuadro de relaciones y procesos en
que se manifiestan las relaciones del hombre con la Tierra y que la geografía procura estudiar
ordenada y sistemáticamente.
Varenius escribió la primera geografía general, especie que había de tener con el tiempo una
gran importancia. La palabra geografía, que hasta el ilustre creador de las “affectiones” sólo se
había usado, en concurrencia con otras expresiones, para titular libros que trataban de la
descripción escueta de la Tierra, comenzó con él a aplicarse para rotular las obras que
estudiaban los fenómenos de la superficie terrestre, del mar y de la atmósfera. La innovación de
Varenius era fundamental, pues extendía el dominio del saber geográfico y la competencia de
esta ciencia a un campo por entonces semivirgen, no organizado y de enormes perspectivas para
la investigación científica. Con ello se abría el camino para la confluencia de las dos corrientes
del viejo dualismo de la geografía y la posibilidad de elevar la geografía descriptiva de entonces
a la categoría de ciencia que estudia la Tierra, es decir que investiga sobre ella y describe
razonadamente sus caracteres. Pero tan laudable intento quedó por entonces sin fructificar; los
geógrafos del tiempo de Varenius y de la época posterior, por un siglo largo, siguieron
preocupados áridamente por coleccionar nombres de lugares, o referir costumbres de pueblos
exóticos y horripilantes historias de monstruos marinos.
Ante la defección de la geografía por los problemas científicos de la Tierra, desde el siglo
XVII comenzaron a apartarse de este viejo tronco, con pujante lozanía, las ramas que asumieron
el estudio de los fenómenos particulares de la superficie terrestre. La geodesia, la geología, la
meteorología y la oceanografía se constituyeron como ciencias autónomas. Por su parte, la
geografía, que es la ciencia del complejo terrestre, de esa totalidad viviente y heterogénea que es
la superficie del planeta, con sus rocas, sus aguas, su atmósfera y su mundo biológico, quedó
todavía relegada a la fútil tarea en que se venía anegando desde hacía siglos. Tan fuerte era la
tradición de los libros de geografía de incluir esta clase de referencias, que hasta Kant, en su
geografía física, creyó necesario agregar un apartado para la mención de rarezas.
El olvido en que los geógrafos contemporáneos tuvieron la obra de Varenius y su intento de
dotar a la geografía de una base científica importó, en la historia de la disciplina, el primer
momento crítico en que este dominio de! saber estuvo expuesto a diluirse en la brillante
superficie de las múltiples facetas del saber sistemático sobre la Tierra. Por su parte,
exclusivamente preocupadas las investigaciones de las ciencias sistemáticas por formar su
propio caudal, dejaron de lado la consideración de los problemas de geografía descriptiva. El
intento de Varenius como geógrafo fue tomado nuevamente a fines del siglo pasado y adquirió
rápidamente importancia y calidad. Había sido necesario que las ciencias sistemáticas de la
Tierra, a comenzar por la geología, alcanzaran su madurez para que se advirtiese claramente que
en particular eran inapropiadas para encarar la convergencia de los fenómenos de que es
escenario la superficie terrestre —los cuales se hallan estrechamente relacionados en una
secuela “vertical” o localizada de dependencias recíprocas— y desentrañar, en suma, las
“affectiones” que enlazan entre sí a los objetos y fenómenos de la superficie terrestre. Para que
la geografía, en su visión global, pudiera cumplir este magno cometido, necesitaba hacer su
propia elaboración científica, mediante el estudio racional de los fenómenos por los cuales se
manifiesta la actividad de la Tierra en sí misma y en sus relaciones con el hombre y la actividad
humana. Esta base científica del estudio de los fenómenos de la superficie es el tema de la
geografía general en el sentido de Varenius: lo que se llama geografía matemática y
astronómica, geografía física, biogeografía y geografía humana. Obras de gran categoría
científica se han producido a partir de fines del siglo xix sobre esta modalidad de la geografía
creada por Varenius: H. Wagner, A. Supan y Emm de Martonne, entre otros no menos
difundidos, han ilustrado la investigación geográfica con tratados que son alto exponente del
adelanto de la geografía.
La geografía general es la base irreemplazable en que debe apoyarse la geografía en su
finalidad fundamental de describir y explicar la superficie terrestre. Según ya se ha anotado,
Varenius había dejado sin escribir un prometedor capítulo de su libro: el de las “affectiones”
humanas. Así quedó en blanco ésta parte de la geografía general, hasta que el alemán Friedrich
Ratzel (1844-1904) emprendió la tarea de estructurarla con rígido criterio de naturalista y vasta
erudición geográfica. A él se debe la creación de lo que llamó antropogeografía, equivalente a la
geografía física en el plano de las relaciones del hombre y la actividad humana con la Tierra, y
en cuanto procura mostrar las pautas que emanan de tales relaciones. Ratzel se mostró inclinado
a admitir un orden marcadamente determinista en aquellas relaciones, concepción que no ha
persistido entre los investigadores de la geografía humana, especialmente entre los franceses
que son los que más se destacaron en esta rama, la más joven de las modalidades de la ciencia
geográfica. A la escuela francesa se debe la denominación prevaleciente de geografía humana;
sus nombres anteriores —geografía política y geografía histórica— se conservan para designar
aspectos particulares de la geografía humana.
3. GEOGRAFIA COMPARADA Y GEOGRAFIA AMENA
Carl Ritter
Por la magnitud y trascendencia de su obra, Carl Ritter (1789-1859) debe ser considerado, a
la par de Humboldt, como cofundador de la geografía moderna, de la nueva geografía. Si bien
estos dos insignes trabajadores vivieron en la misma época, actuaron en el mismo medio y
desarrollaron upa acción paralela en pos del mismo objetivo, sus respectivas actividades y
tendencias fueron generalmente diversas. Ritter, catedrático, investigador metódico,
especialmente de gabinete, consagró la mayor parte de su actividad creadora a una sola obra
magna: su Geografía general comparada. Humboldt, más dado a los viajes y a largas estadas
fuera de su país, consumado polígrafo, abarcó temas muy diversos y no tuvo preocupaciones
particularmente centralizadas en un tema especial, ni se entregó excesivamente a los problemas
metodológicos. De tal manera, la magna labor confluyente de los dos insignes fundadores puede
ser muy diversamente catalogada. Humboldt mostró en sus grandes estructuras la naturaleza y el
modelo de una nueva concepción de la descripción y explicación geográfica. Ritter perfeccionó
la descripción y explicación de la superficie terrestre en un sentido preciso y fundamental del
método geográfico, en la forma que llamó geografía comparada, que es un rasgo decisivo de la
conformación de la geografía científica.
El ilustre profesor de geografía de la Universidad de Berlín —Ritter fue el primer geógrafo
que ascendió a la jerarquía universitaria— compuso una granobra de geografía metódica, según
ciertas normas explícitas que dieron a esta disciplina el rigor metodológico suficiente como para
discernirle categoría científica. Fue más metódico y profundizó hasta lo máximo la erudición,
por lo que no tuvo tanta difusión como Humboldt en el nivel de la cultura general, pero alcanzó
mayor repercusión en el campo especializado; su obra fue más incisiva en la gestación del nivel
científico del saber geográfico. Tuvo discípulos que difundieron sus principios en diversos
países. Por su obra metódica y la de sus continuadores directos relegó a un profundo atraso las
geografías de viejo cuño que todavía en su época circulaban con el título de la antigua disciplina
de Estrabón.
En la redacción de los densos volúmenes de su Geografía general comparada, editada entre
1822 y 1358, Ritter aplicó rigurosamente principios metodológicos de su propia concepción
para la descripción razonada de la Tierra. El título incluía la palabra “general” sin la acepción
que le había dado Varenius y se acepta corrientemente para ella en el ordenamiento de las
modalidades de la exposición geográfica. Se propuso el autor con esta obra monumental
componer una descripción de toda la superficie terrestre, de la cual había ofrecido
precedentemente una visión sintética en dos volúmenes. En las abundantes entregas que alcanzó
su obra fundamental sólo llegó a abarcar la geografía de Africa y de ciertas comarcas de Asia, a
pesar de que trabajó incansablemente en ello hasta su muerte. Pocas veces se ha logrado reunir,
como lo hizo Ritter, en una obra dotada de gran coherencia y uniformidad de conformación y
estilo, tal caudal de erudición, de información exhaustiva sobre los países descriptos, tanto de su
naturaleza física como de los antecedentes históricos que pueden concurrir a explicar las
actuales modalidades del poblamiento. Pero en esta cuantiosa acumulación de informaciones y
datos Ritter se halla muy por encima de la mera erudición, pues los principios y normas que
inspiran su escrito le procuran una notable unidad de contenido y de miras. El dato erudito no
aparece como información por su mero valor intrínseco; se halla siempre engarzado en un
contexto coherente y su ocurrencia responde a un propósito explicativo. La unidad y la ilación
del relato se manifiestan claramente como líneas conductoras de la tupida relación de
antecedentes. Por otra parte dominan en la obra de Ritter algunas ideas y concepciones
superiores que dan sentido trascendente a sus escritos.
El autor de la Geografía general comparada creía en la existencia de un orden universal que
regula los objetos y fenómenos de la superficie terrestre. Los sistemas de un organismo viviente
son como los sistemas del organismo terrestre: orográfico, hidrográfico, costanero, etc. Pero no
por esto el espíritu científico de Ritter hubo de apoyarse llanamente en intuiciones o
proposiciones apriorísticas. Por el contrario exigía que la descripción de la superficie terrestre se
basara exclusivamente en la observación, en lo cual manifestaba su sensibilidad ante las
corrientes intelectuales de su época, como eran los principios de la educación pestalozziana. La
base objetiva era la garantía de veracidad de la geografía científica de Ritter y la solidez de esta
premisa acredita destacadamente el valor de su contribución al progreso de la nueva geografía.
Dos principios rectores dan especial consistencia a la exposición geográfica en las páginas de
Ritter: el de causalidad y el de comparación. El primero fue, asimismo, observado por
Humboldt en forma destacada; el segundo fue preponderante en Ritter hasta el extremo de
denominar “geografía comparada” a su obra. La comparación propuesta por Ritter tiene por
objeto confrontar los rasgos y fenómenos análogos existentes en la superficie; de ella puede
derivarse un examen sobre la validez de las causas actuantes en cada caso si se comprueba que
los mismos factores determinan consecuencias análogas en diversas áreas de la Tierra. Pero por
encima de este empleo particular, la comparación constituye un sistema de trabajo que otorga a
la síntesis geográfica un alto grado de especulación en el estudio de la Tierra. La comparación
de figuras geográficas semejantes es la base teórica indispensable para establecer la existencia
de categorías universales de objetos y fenómenos geográficos, que deben llegar a formar el
cañamazo fundamental del análisis geográfico. Tipos de climas universales, formas de
superficie, tipos de ríos, figuras características de vegetación, de paisaje, géneros de vida,
estructuras agrarias, en todos los aspectos del estudio geográfico existen tales categorías uni -
versales que componen el fondo teórico de sus manifestaciones concretas individualizadas en
algún área de la superficie; ellas surgen como valores patrón del estudio geográfico por la
comparación de objetos y fenómenos similares que aparecen concretamente en lugares diversos
de la Tierra, que pueden estar muy distantes entre sí. Ritter exige que en el estudio comparativo
no se establezcan premisas hipotéticas ni opiniones previas. Toda aseveración debe partir de la
observación y del registro concreto de objetos y fenómenos, y sólo de observación en
observación el estudio geográfico puede ser llevado a conclusiones generales de comparación.
Con tales exigencias el autor de la geografía comparada impregnó con un fuerte tenor de
exactitud científica al estudio de la Tierra.
A pesar de las preocupaciones trascendentes que estimularon el pensamiento de Ritter, este
ilustre geógrafo supo mantenerse fiel al criterio de objetividad que preconizó como método de
la ciencia. La geografía es la disciplina que estudia, por observación directa, la Tierra como
morada del hombre, como objeto único en un Universo coherente y armonioso; las leyes que
rigen la vida de la Tierra deben ser extraídas exclusivamente de la observación del objeto, de la
Tierra misma, sin dar paso a ninguna concesión a criterios intuitivos o a hipótesis no
comprobadas. Entre las peculiares ideas ritterianas sobre el orden universal, hay algunas que, a
pesar del enorme progreso realizado en la centuria transcurrida después de su obra, no han caído
en invalidez: la Tierra es un objeto único en el Universo; el hombre ocupa una posición de
análogo privilegio; las regiones que forman el marco substancial de la vida y actividad del
hombre son también objetos únicos en la Tierra. Esta preocupación por la “unicidad” del objeto
bajo estudio —sin salirse en realidad del orden de los principios objetivos antes enunciados—
puso las concepciones geográficas de Ritter en un plano filosófico superior, hacia el cual sus
inclinaciones espirituales tenían arraigada tendencia.
Carl Ritter ejerció una influencia de gran magnitud en la conformación de la nueva
geografía, de la geografía científica, tanto por su acción docente como por el ejemplar rigor
metodológico de su Geografía general comparada. Mostró en ésta un eximio modelo de
descripción explicativa que tuvo el vigor suficiente como para empujar a la caducidad a otro
tipo de descripción de la Tierra en los moldes vetustos. Después de Humboldt y Ritter la
geografía debe ser explicativa, apoyarse en las categorías universales que establece la geografía
general. El insigne catedrático de Berlín y el cofundador Humboldt dejaron sentados, a la vez
que las normas básicas del método geográfico, espléndidos modelos de cuanto puede lograrse
en la descripción y comprensión de los objetos y fenómenos de la Tierra, mediante la aplicación
del método de la geografía científica.
Elisée Reclus y la geografía amena
La obra de Ritter influyó en los estudios geográficos en todos los países por medio de sus
discípulos, entre los cuales adquirió trascedental importancia en el mundo de habla latina elescritor francés Elisée Reclus (1830-1905), quien, entre 1875 y 1894, compuso su Nueva,
geografía universal, en 19 volúmenes, uno de los libros de geografía más leídos en los tiempos
modernos. Asistente de los cursos de Ritter en Berlín, viajero y observador sagaz, Reclus logró
hacer reverdecer en el amanecer de la “nueva geografía” los lauros de popularidad que antes
habían granjeado los repetidores de viejas consejas y etiquetado- res de lugares con el rótulo de
la ciencia de Estrabón. Reclus representa esta definitiva rehabilitación del estudio de la Tierra
presentándolo dentro del ceñido marco de la explicación, de comparación y de la coherencia
universal de los objetos y fenómenos de la superficie terrestre. De un solo golpe habían caído en
el más alejado pasado los relatos de consejas, fábulas y maravillas y quedaban reemplazados
con una auténtica materia —suelo, aire, agua, biosfera y hombre— elaborada merced a la
observación y a la verdad comprobada, como preconizaba Ritter. Por todo ello era legítimo
titular los libros que surgieron entonces como “nueva geografía”, expurgada de rarezas y reinos
del Preste Juan.
Elisée Reclus fue el gran geógrafo popular de su tiempo; por rara coyuntura fue el primero
de los que escribieron la “nueva geografía” para el gran público y el último de los que
emprendieron, por sí solos, la empresa de hacer la descripción de toda la Tierra. En adelante, las
geografías universales fueron compuestas en colaboración, por motivos que se comprenden
fácilmente. El rasgo que caracteriza más precisamente a Reclus es el don de amenidad; la
geografía volvió a hacer mella en el espíritu del lector por el pleno deleite que producen las
lecturas sobre el mundo, en su faz auténtica, gracias a un relato fluido, claro, veraz y coherente.
La libertad de expresión y composición que caracteriza a la obra de Reclus, emancipado de
trabas académicas —como que él mismo tenía el espíritu imbuido de ideas reformadoras y
extremistas, que lo han hecho particularmente conocido— y de cortapisas metodológicas, se
unieron a una sólida base de información de los conocimientos de su época en las ciencias
auxiliares, especialmente en geología e historia, y al criterio de observación de los fenómenos y
rasgos de la Tierra. El concepto de unidad de la geografía, invariablemente sustentado en sus
escritos por el aventajado discípulo de Ritter, le permitió recorrer los vastos espacios de la
Tierra y profundizar con atractivas descripciones, en el afán de explicar la naturaleza y la vida
del hombre como un todo íntimamente correlacionado y coherente en sus partes. Dentro de
estos principios pudo expresar sus ideas, que eran ciertamente las de la escuela ritteriana, en
reiterados pasajes, como el siguiente: “El hombre no sólo vive en el suelo, sino que nace
también en la Tierra. Somos polvo, agua y aire organizados; y hayamos germinado en el limo
del Nilo, provengamos de las astillas de una encina o estemos amasados con el rojo barro del
Eufrates o los aluviones sagrados del Ganges, de todas suertes somos hijos de la madre
bienhechora, como los árboles del bosque o las cañas de los ríos. De ella sacaremos nuestra
substancia; ella nos mantiene con sus jugos nutritivos, suministra aire a nuestros pulmones y nos
da la vida, el movimiento y el ser. Es pues imposible que las formas terrestres, con las que la
fauna y la flora se armonizan de modo tan admirable, no se reflejen también en los fenómenos
vitales de esa... parte que se llama humanidad.”1
4. GEOGRAFIA SISTEMATICA Y GEOGRAFIA REGIONAL
Tendencia a la dispersión
Los decenios que siguieron a la desaparición coetánea de Humboldt y Ritter (1859)
mostraron que la nueva geografía no había sorteado definitivamente, a pesar del enorme
progreso cumplido en el período clásico de los dos fundadores, los inconvenientes que
retardaron su nacimiento como disciplina científica y que luego amenazaron su unidad como tal.
Si bien el estudio integral de la Tierra y de sus relaciones con el hombre y la actividad humana
se mostró siempre suficientemente atractivo como para despertar vocaciones, reveló asimismo,
precisamente en esta época, que su vastedad y diversidad inducían a una dispersión
incompatible —en términos generales— con la especialización en su rango más intenso. Esto
quedó evidenciado desde los últimos decenios del siglo xix, en que los investigadores en el
1 E. Reclus, Nueva geografía universal, t. II. pág. 526, ed. española, Madrid, 1892.
campo de la geografía se consagraron a estudios intensivos en las ciencias sistemáticas, hacia
las cuales los inclinaba desde el comienzo la necesidad de proveerse de la preparación básica
necesaria para la formación de la cultura geográfica. Debieron quedar relegados los problemas
típicamente geográficos, las relaciones complejas de causalidad, las “affectiones”, los estudios
de conjunto regionales, los que constituyen, en suma, la esencia del espíritu geográfico y que
sólo pueden ser abordados con una larga preparación sistemática.
El auge de la investigación en las ciencias sistemáticas —más accesible que la del campo
estrictamente geográfico— comenzó a manifestarse pues en detrimento de la originalidad de la
geografía. Esta disciplina, que había jugado un papel tan importante en el estímulo y propulsión
de las exploraciones por las tierras y los mares, pudo ver cómo le era arrebatado el timón de
comando por las ciencias auxiliares nacidas en su seno. Así la vieja ciencia, no obstante su aval
renovación, vio muy de cerca el peligro de dispersión definitiva, de desaparición como campo
de investigación por lo que ha sido llamado el “estallido”, es decir: la fragmentación y
dispersión total. En algún momento de aquella época finisecular pudo preverse que la geografía
sólo subsistiría, precariamente por cierto, como disciplina de enseñanza y de cultura, mientras el
dominio propio de la ciencia, en cuanto a labor de investigación y de elaboración primaria de
datos, había de caer irremediablemente en manos de los científicos especializados en las
disciplinas sistemáticas. Los mismos geógrafos estaban desorientados; en 1871 se reunió en
Amberes el primer congreso internacional de geografía y se denominó a sí mismo “Congrés
International des Sciences Géographiques”, lo cual era un fuerte golpe contra el robusto
concepto ritteriano de la unidad de la geografía. Fue menester llegar al tercer congreso, reunido
en Venecia, diez años después, para que se volviera a la tesis ortodoxa; pero todavía durante las
dos reuniones subsiguientes se incurrió en el error de autodenominarse “de ciencias
geográficas”. Al viejo dualismo, superado por Humboldt y Ritter, sucedía, después de éstos, la
fragmentación, el estallido.
No se veía claro, ante el avance de las ciencias sistemáticas a expensas de la geografía, cuál
podía ser el campo exclusivo de investigación y elaboración propias de esta rama del saber. Se
suponía que podía estar formado por la agregación de determinadas porciones de aquellas
ciencias “auxiliares” más sistemáticamente especializadas. Con sendas fracciones de saber de
astronomía, geodesia, geología, meteorología, oceanografía, limnología, glaciología,
potamología, freatología, y con un análogo mosaico recolectado en las ciencias biológicas y del
hombre, la geografía podría formar su retablo propio como disciplina de enseñanza y de cultura.
Algunos geógrafos se dieron por entonces a la tarea de hallar cuál podría ser el denominador
común que la geografía adoptaría como propia levadura en el heterogéneo compuesto de su
discutida heredad. Se dijo que la vieja ciencia de Estrabón sería la disciplina “del dónde”,
puesto que su preocupación fundamental es la localización de los fenómenos y objetos de la
superficie terrestre, los cuales son investigados por las ciencias sistemáticas. Por otra parte se
postulabaque la geografía debía entender exclusivamente en la superficie de la Tierra, a la cual
no pertenece el hombre, mientras que no faltaban quienes aspiraban a definir la geografía como
la disciplina que estudia la ecología del hombre. Tanta era pues la confusión en la concepción de
la geografía que esas tesis excluyentes entre sí podían inspirar a quienes pugnaban por definirla.
Hay una expresión gráfica de esta geografía invertebrada, a pesar de cuyo error suele
aparecer en algunas publicaciones que recogen ecos lejanos de las polémicas superadas sobre la
naturaleza de la geografía. Se representa la geografía como un gran círculo en el cual se han
insertado muchos otros círculos más pequeños, que son las ciencias sistemáticas; se indica de
esta manera la existencia de dominios comunes entre la geografía y las otras ciencias de la
Tierra. La ingenua simplicidad de la expresión gráfica le ha valido envidiable difusión; pero la
falsedad de la concepción es suficiente como para restarle toda validez. Esta falsedad deriva de
la circunstancia de que el recurso gráfico parece indicar que hay coincidencia, aunque sea
parcial, entre los conocimientos de la geografía y los de las ciencias auxiliares, lo cual no es
estrictamente cierto. La geografía toma y elabora con sentido propio algunos datos investigados
por las ciencias sistemáticas. Pero no coincide con ellas en la presentación de tales datos; esta
diferencia fundamental es suficiente para desechar esa simplificación gráfica de las relaciones
entre la geografía y las otras ciencias.
Conviene advertir ahora que la tendencia dispersiva de la geografía no afectó sino la parte
física de esta disciplina, ya que los estudios sistemáticos sobre geografía no habían alcanzado la
madurez que lograron después de la obra de Ratzel. La inclinación de los estudios
especializados hacia una de las modalidades de la geografía originó un desarrollo mayor en esta
rama —la geografía física— y tal tendencia se configuró dentro de la denominación de estudios
fisiográficos. Parecía que la descripción de la naturaleza física de la Tierra podía reemplazar en
definitiva a la geografía. Algunos eminentes investigadores se vieron atraídos, al menos durante
cierta etapa de sus estudios, hacia la conformación de este concepto. Una de las obras más
ponderables de esta corriente fisiográfica la procuró el geógrafo alemán Franz Kühn con su
reputado libro titulado Fundamentos de fisiografía argentina. En esta contribución al
conocimiento de la geografía física de la Argentina se volcó, sin criterio geográfico, la más
valiosa información que podía reunirse en la época en que el libro vio la luz (1922) sobre
aspectos gráfico-sistemáticos de la Argentina.
Método fisiográfico
Mientas un estudio geográfico, realizado según las normas metodológicas de esta disciplina e
inspirado en su espíritu genuino, procura ante todo descubrir las interrelaciones locales, las
“affectiones” de que habló Varenius, no pocas obras de descripción de la superficie terrestre y
sus áreas sólo atienden a las relaciones sistemáticas. En uno y otro planteamiento, en el
geográfico y en el sistemático, aparecen, ciertamente, los mismos objetos y fenómenos. El
estudio geográfico trata de poner en claro las relaciones de interdependencia que denotan entre
sí los objetos y fenómenos coexistantes en un espacio de la superficie terrestre y que, en virtud
de su concomitancia en el espacio, se influyen mutuamente. En el criterio sistemático se atiende
a las estructuras constituidas por las cosas homogéneas que se hallan en la superficie terrestre.
La extensión normal del espacio abarcado por el estudio geográfico depende de las relaciones
de interpedendencia de los objetos geográficos; el área cubierta por el estudio sistemático se fija
por el área de dispersión de cada objeto en estudio. Asi, en el libro mencionado recientemente se
dedica un parágrafo a los plegamientos precámbricos de la Argentina y los estudia como un
sistema integrado en sí mismo por el hecho de que tales elementos proceden de una determinada
época geológica y de procesos congruentes desarrollados en ella. El criterio sistemático aparece
pues configurado por considerarse objetos de naturaleza homogénea como asunto integrado en
sí mismo, sin especial preocupación por el papel que estos objetos desempeñan en los lugares en
que se hallan en coexistencia con otros objetos, como componentes de un complejo físico y
humano allí localizado. El criterio geográfico exige que se examinen con celo especial las
relaciones localizadas; el criterio sistemático se satisface con el estudio de los objetos indi-
vidualizados; no importa que la presencia de aquellas rocas y asomos de masas precámbricas
ejerza una determinada influencia en el relieve, en la dispersión de las aguas, en la vegetación,
en la eventual configuración de recursos mineros, en las formas de instalación del hombre; lo
que orienta el estudio sistemático es la preocupación por las rocas precámbricas, cómo son,
cómo se formaron, cómo han perdurado. En el estudio del método sistemático, preocuparán los
sistemas: orográfico, hidrográfico, costanero, etc. La fisiografía de un país es la adición de los
estudios de todos los sistemas naturales que se hallan en el territorio, sin miras hacia los
problemas que ha creado su coexistencia con otros rasgos del espacio.
La geografía no adiciona meramente el conocimiento adquirido por las ciencias sistemáticas;
se ha dicho que la geografía, por cuanto toma y elabora los datos investigados por las ciencias
sistemáticas para hacer su síntesis, comprueba, al agregar los hechos de correlación, que la suma
es algo más que la mera adición de los elementos sistemáticos integrantes. El dato aislado del
saber sistemático es sin duda fundamental para la geografía; pero sólo adquiere valor relevante
en el cuadro de esta ciencia cuando sirve de apoyo a una vinculación con otros elementos sis -
temáticos diversos, o sea: cuando engendra una valencia localizada, una relación o correlación
por su carácter complejo; a esta clase de vinculaciones se las considera como características del
método geográfico.
La tarea sistemática comporta, de manera segura, la dispersión del saber geográfico hacia los
dominios de las ciencias auxiliares y la falencia de la unidad de la geografía. Es evidente que
una obra compuesta con el criterio y el sumario de los Fundamentos de fisiografía argentina de
Kühn —o cualquier otra análoga— pudo ser escrita por cierto número de especialistas en las
ciencias sistemáticas, sin intervención de geógrafos: un geólogo, un meteorólogo, un botánico,
etc., quienes pueden redactar los capítulos respectivos cuya adición compone lo fundamental de
la obra. La ausencia del examen de los hechos de correlación —lo cual invalida la obra desde el
punto de vista geográfico— no obsta a que la acumulación de informaciones veraces y
auténticas en sí mismas constituya, por esto mismo, un valioso aporte al conocimiento de ciertos
aspectos geográficos. Así fue considerado el libro de Kühn. Pero esta clase de obras y el método
sistemático en el estudio de la Tierra han quedado descartados como moldes genuinos y carac-
terísticos del trabajo geográfico. Su supervivencia en ciertas obras y en la enseñanza no tiene
ningún significado, fuera de denotar un coeficiente alto de factores rutinarios. Por su parte, la
metodología geográfica encontró desde algunos decenios la sustentación propia de la unidad de
la ciencia y un método original válido para realizar el cometido de investigar y describir el
complejo Tierra-hombre: el concepto regional.
El concepto regional
Se ha explicado en las páginas anteriores que las últimas décadas del siglo xix constituyeron
para la geografía el período peligroso en que esta disciplina vio amenazada su unidad y su
existencia misma, ya que el progreso de las tendencias dominantes llevaba consigo la
posibilidad de que las cienciassistemáticas absorbieran toda la investigación sobre la Tierra y el
hombre. Pero entre fines del siglo pasado y comienzos del presente so manifestó una nueva
corriente de pensamiento geográfico que al analizar en sus fundamentos filosóficos el dominio
de esta ciencia y el de ¡as ciencias auxiliares encontró la sustentación racional para la autonomía
de la vieja ciencia de Estrabón. Esta ha sido una versión original del método geográfico, basada
en el concepto regional, proporcionada con todas sus piezas por el geógrafo alemán Alfred
Hettner (1859-1941), quien elaboró una concepción unitaria y autónoma de la geografía.
El planteamiento metodológico de Hettner lleva a su raíz filosófica el problema de la
geografía como ciencia. Después de sentar como premisa que la realidad universal es única e
indivisible, advierte que las ciencias se reparten, convencionalmente, el estudio e investigación
de la totalidad coherente de esa realidad universal, en virtud de una división creada en la misma
por el intelecto del hombre, con diversos criterios de agrupación o clasificación de los
elementos de la realidad. Se puede adoptar, al efecto, el criterio de ordenar esa realidad
universal en conjuntos de objetos homogéneos entre sí. En tales términos se tienen los dominios
de las ciencias sistemáticas, tales como la física, la química, la mineralogía, la botánica, etc.;
estas ciencias son competentes en el estudio de todos los objetos y fenómenos homogéneos que
constituyen una porción —generalmente mal delimitada— de aquella realidad compleja. Pero
también hay otro punto de mira desde el cual se divisa la realidad total, no para fragmentarla
artificial y a veces arbitrariamente en las cosas homogéneas, sino para considerar sus conjuntos
y procesos definidos y delimitados en términos de tiempo y espacio. De esta manera de ver la
realidad surgen otras formas de conocimiento de la misma realidad, encarada no por su
descomposición en cosas homogéneas sino en términos de cosas heterogéneas consideradas en
su coexistencia en el mismo espacio o desarrolladas en los mismos procesos en el transcurso del
tiempo. La astronomía, la geografía y la historia son las ciencias que adoptan tal criterio de
conformación de sus respectivos dominios y enfrentan conceptualmente a las ciencias
sistemáticas.
Se deduce de lo anterior que la geografía recaba su originalidad en cuanto considera la
totalidad —organizada, coherente, correlacionada— de los rasgos de la Tierra y el hombre,
dentro de un determinado espacio de superficie, en el cual ciertos caracteres ínsitos generan
condiciones de coherencia fisionómica y funcional suficientes para configurar una individua-
lidad espacial; es decir: para constituir lo que en esta concepción de la geografía se llama
“región geográfica”. La visión de la realidad terrestre considerada en sus espacios de coherencia
interna, es decir: de las regiones, se convierte de esta manera en la base conceptual de la ciencia
geográfica, que de tal manera adquiere su originalidad y sus caracteres esenciales: los de
sintética, inquisidora de objetos, fenómenos y procesos heterogéneos, y preocupada
fundamentalmente por la finalidad especifica de aclarar las correlaciones localizadas y
complejas que se generan espontáneamente entre objetos y fenómenos coexistentes en un
espacio dado de la superficie terrestre. Estos últimos hechos de correlación están más allá del
campo visual de las ciencias sistemáticas, que son analíticas al estudiar sendas fragmentos de la
realidad universal.
El esquema básico expuesto obliga a la geografía a adaptar el concepto regional como punto
de partida de su estudio de la superficie terrestre; es la clave de la geografía actual, no obstante
las dificultades e imprecisiones existentes en la definición del punto céntrico de este concepto:
la región geográfica.
La región geográfica
La preocupación por establecer la existencia y los caracteres singulares de los espacios
individualizados de la superficie terrestre se advierte en muchos geógrafos de distintas épocas.
El saber geográfico popular, inorgánico y puramente empírico ha revelado en muchas formas su
percepción nítida ante la realidad de la fisonomía particular de ciertos espacios terrestres
individualizados por los caracteres de la “regionalidad”; la manera más directa de manifestar esa
percepción es una acertada toponomástica, la adjudicación espontánea de un nombre regional
para un espacio de la superficie en el cual los caracteres regionales son suficientemente nítidos;
todos los países del mundo ofrecen abundantes ejemplos de denominaciones regionales, cuyo
origen se remonta a un lejano pasado. Obviamente la especulación geográfica y la doctrina de
las regiones nacieron sólo con el desarrollo moderno de esta ciencia.
Los primeros enunciados teóricos del concepto regional se remontan a mediados del siglo
XVIII y se deben al geógrafo francés Ph. Buache, quien concedió importancia relevante a las
áreas constituidas por las cuencias fluviales en su representación de la superficie terrestre. Los
límites de las áreas así configuradas eran, por consiguiente, las crestas de separación de aguas
(divortium aquarum), capaces de crear, en esta concepción, una especie de armazón general en
el globo. Los geógrafos alemanes que a fines del siglo citado y comienzos del siguiente
cultivaron la “geografía pura”, emprendieron resueltamente la renovación de los conceptos
geográficos vigentes, desarrollaron con mayor vigor el concepto regional en un ámbito de
comprensión más extenso y procuraron convertir la “región natural” en la base de la descripción
geográfica universal. En tal esquema, las llamadas divisiones naturales debían sustituir a las
divisiones políticas de los continentes en que hasta entonces se apoyaba la descripción
geográfica. Eran tan frágiles por aquella época los estados y sus fronteras que pareció muy
lógico a la “geografía pura” prescindir de los aspectos políticos como fundamento de la
estructura descriptiva. El desenvolvimiento de estas ideas hasta sus últimas consecuencias debió
incluir un renovado interés por los estudios geográficos, a lo cual coadyuvó, ciertamente, el
dilatado fundamento físico que proporcionaban las ciencias sistemáticas en pleno y vigoroso
proceso expansivo. Como quiera que la obra de los dos fundadores de la nueva geografía, en el
período clásico de los estudios geográficos, centralizara sus mayores preocupaciones en torno
de los problemas relacionados con la absorción del saber sistemático, es comprensible que el
concepto regional no llegara a una madurez hasta mucho después. Fue necesario que la
geografía científica sufriera las amenazas de un estallido para que en la búsqueda acuciosa de un
camino propio hallaran los geógrafos la senda del concepto regional, el itinerario de un dominio
amplio e indiscutido de la ciencia.
Se debe a la escuela geográfica francesa —cuyos maestros fueron P. Vidal de la Blache, L.
Gallois y Emmanuel de Martonne— el mérito de haber otorgado un puesto destacado en sus
estudios a las monografías de carácter regional, que hicieron de modelo en el género, ya que la
geografía de Francia se presta admirablemente para tales ensayos; con ello contribuyeron
aquellos insignes geógrafos a la gestación de criterios generales acerca del método aplicable al
estudio de las regiones geográficas. En cuanto a la especulación teórica y al análisis del
concepto regional, esto pertenece, en verdad, a los geógrafos alemanes, en especial al ya
mencionado A. Hettner, quien llevó a sus últimas consecuencias la discusión sobre el tema
regional.
La región geográfica se concibe como resultado localizado de factores convergentes del
ámbito físico, del biológico y de los elementos relevantes de la vida del hombre ensus
relaciones con el medio geográfico. La caracterización y delimitación de cada región geográfica
depende de rasgos complejos que varían de un caso a otro. En esto el concepto revela una
elasticidad, acaso excesiva, hasta el extremo de que ha podido decirse que la región es
solamente un fragmento de territorio determinado más o menos arbitrariamente. No hay, en
efecto, una normación rígida para la configuración del mapa de las regiones de un continente o
de los países extensos, pues la región geográfica —así sea la pampa argentina, la altiplanicie
mexicana o el desierto australiano— es un objeto único en la redondez del planeta.
De la caudalosa bibliografía producida sobre el concepto regional se puede deducir la
posibilidad de determinar cuáles son los caracteres específicos de la “región geográfica”; es lo
que se intenta concretar a continuación. Por caracteres esenciales se entienden, obviamente,
aquellos rasgos cuya presencia es condición inexcusable para que pueda darse por configurado
el objeto definido. La “región geográfica” tiene los siguientes caracteres esenciales: 1) posee
escala continental, es decir que su extensión superficial es de primera magnitud en orden
decreciente a partir del continente; 2) es un objeto único, lo cual la diferencia del sitio, lugar o
comarca, que suelen repetirse como ambiente o paisaje en cualquier espacio extenso de la
Tierra; 3) posee continuidad territorial, pues la “región geográfica” no puede formarse por
fragmentos separados geográficamente en el territorio, por muchas y sustanciales que sean las
analogías ocurrentes entre los fragmentos aislados; 4) es un espacio individualizado por rasgos
geográficos significativos, que pueden pertenecer al mundo físico, biológico o humano, y que
normalmente entran en el dominio de los fenómenos y procesos de correlación, de tal manera
que existe convergencia de caracteres de analogía; 5) es rasgo propio de la región que presenta
los caracteres antedichos el poseer elementos localizados que incitan al hombre arraigado en
ella —en el supuesto normal de que exista poblamiento— a una vida general con coherencia
interna; la vida general es la forma espontánea de actividad humana relacionada con la
subsistencia, que abarca un espacio geográfico de expansión en manifestaciones múltiples y
substanciales.
El estudio y descripción de cada región geográfica requiere un tratamiento particular en la
selección de los caracteres relevantes y significativos en que ha de basarse el criterio de
delimitación. A ello se debe que no haya estricta coincidencia en los mapas que ofrecen diversos
autores que han intentado la solución del problema de la división regional de un país. Asimismo
tiene igual explicación el hecho de que reputados geógrafos de países extensos se han visto
inducidos a soslayar la dificultad de delimitación real, y han acertado con la adopción de
determinadas fronteras políticas internas, como se ha propuesto para Estados Unidos y Brasil.
Fundamentalmente la región geográfica tiene rasgos de homogeneidad, pero pueden existir
dentro de su ámbito hondas y variadas discrepancias físicas entre cada una de sus porciones
particulares. Los espacios de verdadera homogeneidad —no ya de igualdad, pues no existen
lugares terrestres absolutamente iguales entre sí— son porciones menores dentro de la región,
para los cuales puede adoptarse el término biológico de “sitio”; es éste por lo general un espacio
-muy reducido, como una falda serrana, una planicie limitada por la orilla del río, una barranca,
un cerro o una parte del mismo en condiciones especiales de insolación y declive, etc. Un sitio
está siempre asociado a otro —como el valle lo está a la cuesta serrana— y, la repetición de esta
clase de asociaciones es, a su vez, generadora de objetos, fenómenos y procesos de analogía, de
lo cual emerge la individualidad de un espacio de, homogeneidad que es la comarca. En la
comarca hay pues hechos característicos de asociación de sitios y presenta, en consecuencia,
mayor heterogeneidad de elementos geográficos. Es muy común que las comarcas,
suficientemente individualizadas por la observación popular, hayan recibido de ésta
denominaciones propias; en países de habla hispana se les da el nombre colectivo de “pagos”.
Un conjunto de comarcas, en el cual se generan asimismo otros hechos típicos más complejos
de asociación, pueden ser consideradas en el rango de región o de subregión geográfica. La
región resulta ser, en consecuencia, el espacio de escala continental en que la diversidad de
sitios, comarcas y subregiones es compatible con un grado superior de homogeneidad
fundamental y de unidad funcional. En la región puede registrarse una cierta heterogeneidad de
subregiones y no es característico que la asociación de éstas genere objetos y fenómenos
estrictamente análogos. Pero en todo caso la unidad regional debe quedar configurada por
algunos rasgos significativos de homogeneidad interna, de cohesión en la vida general y en
aspectos físicos destacados que dan al conjunto aquella base de unidad peculiar que constituye
el cañamazo de la vida regional.
La determinación de los caracteres y límites de la región geográfica sólo puede lograrse
mediante una larga decantación de observaciones que parten del examen integral de los sitios,
las comarcas y las sub- regiones. El método geográfico de síntesis que sigue a la observación
directa y primaria impone un proceso complejo y prolongado, lo cual hace explicable el avance
lento de los estudios de la teoría regional Es ésta una tarea que compete exclusivamente a los
geógrafos por su carácter sintético y de estudio global de caracteres particulares y correlaciones
generales. Se ha demostrado ya —en el ámbito de la geografía aplicada, con la planificación
regional sobre todo— que esta índole de estudios es del mayor interés público en los países
interesados en la promoción de sus recursos y posibilidades.
La descripción regional
La elaboración del concepto regional ha cundido con suficiente profundidad como para
inducir a todos los geógrafos modernos a adoptar las pautas de este método en los tratados de
geografía descriptiva. Un plan de orientación sistemática para la descripción de un país o de un
continente no puede interpretarse actualmente sino como una tentativa propedéutica de
presentar los materiales básicos para una futura elaboración genuinamente geográfica, a menos
que se trate de alguna iniciativa desubicada en el nivel actual de la ciencia, que no falta por
cierto. En verdad, todos los geógrafos que pueden llamarse tales adoptan la división regional
como base estructural para el estudio de los países y continentes, amén de realizar estudios
parciales de carácter o con espíritu regional, singularizados en cualquier área, alcancen o no el
rango espacial de región.
No faltan por cierto los estudios sistemáticos emprendidos por geógrafos y, en verdad, es
raro el investigador en este dominio que no los haya hecho. El estudio original de carácter
sistemático es mucho más accesible que el de tipo regional, así como el análisis precede a la
síntesis. En el caso indicado, el estudio se caracteriza por el “espíritu geográfico” de síntesis e
inquisición de correlaciones espaciales que el autor imprime a su elaboración, por la constante
preocupación por los problemas derivados de la situación espacial, de la localización de los
objetos y fenómenos, y de los hechos de correlación.
También los científicos sistemáticos que investigan aspectos particulares de la superficie
terrestre suelen mostrarse impregnados por el método geográfico y el espíritu de la Tierra —del
ámbito telúrico, hídrico, atmosférico, biológico o humano— a un examen de correlaciones con
otras facetas y su respectiva localización. En tal caso, sin salirse de su especialización estricta
—el botánico que explica fundadamente cuestiones climáticas

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