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Esta obra está bajo licencia 2.5 de Creative Commons Argentina. Atribución-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 Documento disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de la Universidad Nacional de La Plata. Gestionado por Bibhuma, biblioteca de la FaHCE. Para más información consulte los sitios: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar http://www.bibhuma.fahce.unlp.edu.ar Bolla, Luisina La instancia del yo como ficción ideológica: Análisis de las concepciones de Sartre y Lacan Tesis presentada para la obtención del grado de Licenciada en Filosofía Director: Femenías, María Luisa CITA SUGERIDA: Bolla, L. (2014). La instancia del yo como ficción ideológica: Análisis de las concepciones de Sartre y Lacan [en línea]. Trabajo final de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1043/te.1043.pdf http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/ http://www.bibhuma.fahce.unlp.edu.ar/ http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/ Universidad Nacional de La Plata Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación La instancia del yo como ficción ideológica: análisis de las concepciones de Sartre y Lacan DIRECTORA: Dra. María Luisa Femenías ALUMNA: Luisina Bolla - Legajo n° 93659/6 Tesis para la obtención del grado de Licenciada en Filosofía Diciembre 2013 Índice I. Introducción p. 3 II. Desarrollo: Primera Parte: Sartre: hacia una filosofía no-egológica p. 9 1. Los antecedentes p. 10 2. Las críticas sartreanas al segundo Husserl p. 34 3. Hacia una fenomenología no-egológica p. 42 4. A modo de conclusión parcial: El desplazamiento sartreano como des-personalización p. 51 Segunda Parte: Lacan: el yo sobre la línea de ficción p. 54 1. El estadio del espejo p. 58 2. La locura y la estructura general del desconocimiento p. 65 Tercera Parte: Ficciones egológicas: análisis del yo como ideología en Sartre y Lacan p. 74 1. Sartre sobre el origen del yo p. 75 2. Superación de la inversión ideológica p. 77 3. Lacan: la función-yo como ficción p. 84 III. Conclusión p. 99 IV. Bibliografía p. 103 I. Introducción En 1936 aparece publicado en la revista Recherches philosophiques el primer ensayo propiamente filosófico de J-P Sartre, La transcendance de l’Ego. Escrito en 1934, el ensayo “describía en una perspectiva husserliana, pero en oposición con algunas de las teorías más recientes de Husserl, la relación del Yo con la conciencia”.1 Tal como señala Beauvoir, Sartre entabla en La trascendencia del ego un diálogo crítico con Ideas (1913)2, discutiendo fundamentalmente la noción husserliana de “yo trascendental”, último residuo de la reducción fenomenológica. Contra la tradición cartesiana, Sartre propone en La trascendencia del ego una filosofía “no-egológica”, o filosofía sin yo. Esta abdicación del ego redunda en Sartre en la postulación de una fenomenología basada en la conciencia (Bewusstsein). Dicha conciencia, vaciada de todo contenido, exorcizada particularmente de esa representación falsa que es el ego, permite des-personalizar el campo trascendental. En tanto que crítica del cogito cartesiano y como reformulación impersonal de la noción de “sujeto”, el ensayo sartreano coincide con –a la vez que antecede– ciertos planteos teóricos provenientes de otros ámbitos. Por un lado, precede a las críticas de los años sesenta, a las diferentes voces que brotan del campo estructuralista abierto por la lingüística (desde el Cours de lingüistique générale de Saussure hasta Jakobson). Sin embargo, unos años antes de la muerte del Hombre –o del agotamiento del cogito, siguiendo la expresión de Canguilhem– y por las mismas épocas en que se publicaba el primer ensayo de Sartre, otro francés cuestionaba al cogito: nos referimos a Jacques 1 Beauvoir, S. La plenitud de la vida, Buenos Aires, Sudamericana, 1979. p.200 2 Husserl, E. Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica, México, FCE, 1962. Lacan. Como indica Fredric Jameson, refiriéndose a la “despersonalización radical del sujeto” sartreano: […] A pesar de la polémica lacaniana contra el cartesianismo de El ser y la nada y contra la supuesta psicologización del ego de las psicobiografías y el revisionismo evidente de los primeros ataques de Sartre al concepto freudiano de inconsciente, debe observarse que otro Sartre –el de La trascendencia del ego– fue un importante antecesor en, precisamente, esa lucha contra la psicología del ego, que libraron sistemáticamente Lacan y su grupo.3 En el presente trabajo nos interesa poner en diálogo crítico estos dos marcos conceptuales: el sartreano y el lacaniano, la psicología fenomenológica del primer Sartre y el psicoanálisis –todavía más próximo a la fenomenología que al estructuralismo– del primer período de Lacan. Dado que nos interesa hacer un análisis del panorama filosófico en las décadas previas a la famosa “muerte del sujeto”, realizaremos un corte sincrónico en la elección de las fuentes: remitiremos sólo a los trabajos de estos filósofos entre los años 30 y 40. Así, nos centraremos en el primer período de la producción filosófica de Sartre: principalmente La transcendance de l’Ego (1936), pero también Esquisse d’une théorie des émotions (1939) y L’être et le néant (1943); así como en los escritos de Lacan previos a la década del ’50: “Más allá del ‘principio de realidad’” (1936), “Acerca de la causalidad psíquica” (1946) y fundamentalmente, “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” (1949). Como indicamos antes, en estos escritos tempranos Lacan aún se halla fuertemente influenciado por el pensamiento hegeliano, tamizado por la interpretación de A. Kojève4 3 Jameson, F. Imaginario y simbólico en Lacan, Buenos Aires, Ed. El Cielo por Asalto, 1995. p.10 4 Como señala Borch-Jacobsen, Kojève es el único pensador reconocido explícitamente por Lacan como un “maestro”: “Kojève, que je tiens pour mon maître, de m’avoir initié à Hegel…” cit. por Borch-Jacobsen, M. Lacan. Le maître absolu, Paris, Flammarion, 1995. p.16. Para un análisis de la influencia kojèviana en Lacan, cfr. Borch-Jacobsen, Op.Cit., pp.16-35 –marca distintiva de la recepción francesa de Hegel y de la cual también es partícipe, por supuesto, Jean-Paul Sartre.5 El punto de partida para esbozar el contrapunto entre los dos autores será la crítica común a ambos de la idea tradicional de “yo”. Desde su formulación cartesiana, el ego cogito recorre y domina la escena filosófica a través de casi tres siglos, manteniendo las características fundamentales que Descartes le había asignado: su universalidad, su apodicticidad, y vinculada a aquellos, el estatus de “punto de partida” seguro, tanto para la ciencia como para la filosofía. A estas características, hay que añadir otra fundamental. Nos referimos a la ontologización cartesiana del cogito, es decir, a su sustantivación: el ego es rápidamente asimilado a una cosa (res cogitans). Hacia la primera mitad del siglo XX, sin embargo, el ego comienza a tornarse difuso, perdiendo su carácter sustantivo. Tanto Sartre como Lacan cuestionan un yo que ha dejado de ser sujeto y que ha devenido objeto; un yo que ha perdido su autoevidencia y que se ha vuelto no sólo dudoso, sino fundamentalmente ficticio. “Ficción”, sin embargo, se dice de muchas maneras: por un lado, la ficción puede asemejarse a una suerte de “pantalla” o velo que obtura el acceso a la Realidad; pero también puede ser concebida como una “ficción necesaria”, es decir, como la representación necesariamente imaginaria de una realidad que permanece inasible.Estas dos formulaciones de la idea de ficción –y, correlativamente, de la idea ficcional sobre la cual nos centraremos: el yo personal– se corresponden a su vez con dos definiciones del 5 En el proceso de recepción de Hegel en Francia, también juega un rol muy importante la figura de Jean Hyppolite. La lectura existencialista de Hyppolite en la “Génesis y estructura de la fenomenología del espíritu” influye de manera directa en Sartre, pero también en Lacan, quien incluso invita a Hyppolite a dar una clase en su seminario en el Hospital Sainte-Anne durante el año académico 1953-54. Esta clase fue editada bajo el título de “Comentario hablado sobre la Verneinung de Freud, por Jean Hyppolite” en Escritos II, Bs. As., Siglo XXI, 2008. Cfr. también Lacan, “Introducción al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud” en Escritos I, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008. concepto de ideología; nos referimos a su sentido “clásico” u ortodoxo, a la formulación marxista tradicional (tal como es presentada, por ejemplo, en La ideología alemana) y a su reformulación en la filosofía de Louis Althusser, fundamentalmente en “Ideología y aparatos ideológicos de Estado” (1970). Tal como lo pone de relieve Althusser, la ideología no debe ser entendida como una falsa conciencia; para Althusser, la dicotomía entre una realidad accesible, “pura”, y la ideología como percepción distorsionada de esa realidad, es en sí misma una representación ideológica. Lo que los individuos se representan en la ideología no son sus condiciones reales de existencia, sino su relación imaginaria con éstas (“La ideología es una ‘representación’ de la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia”).6 A la luz de esta distinción conceptual, analizaremos las concepciones del sujeto presentes en Sartre y Lacan, su común denuncia al carácter ficcional del yo, para finalmente caracterizar diferencialmente sus críticas, en tanto que suponen conceptos de ficción y de ideología diferentes. En la base de la crítica sartreana del yo como ficción, encontramos una tematización clásica: su reformulación se inscribe en una genealogía que se remonta hasta David Hume, vía Husserl. En Lacan, en cambio, encontramos una concepción que rompe con la tradición moderna de manera radical al rechazar los supuestos filosóficos realistas-representacionistas; el psicoanalista se inscribe en una línea crítica, inaugurada por Saussure al rechazar la doctrina port-royalista del signo (doctrina representativa del signo, que se inscribe dentro del paradigma agustiniano)7. En este sentido, la manera en que Lacan comprende la “ficción” es afín a la redefinición 6 Althusser, L. “Ideología y aparatos ideológicos de Estado” en Ideología y aparatos ideológicos de Estado. Freud y Lacan, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988. p.43 7 “Saussure construye un modelo del signo que se separa de toda teoría de la representación.” Milner, J-C. El periplo estructural, Buenos Aires, Amorrortu, 2003. pp.30-31. Milner explicita su intención de alejarse de la interpretación foucaultiana de Les mots et les choses, que considera que Saussure restaura el paradigma clásico-representacionista del signo. althusseriana de ideología. Para Lacan, al igual que para Althusser, lo “real” permanece inaccesible: “lo real es el dominio de lo que subsiste fuera de la simbolización”.8 Es decir, la realidad no puede ser representada; sólo es posible entablar relaciones de tipo imaginario: es necesariamente a través de lo Imaginario como nos figuramos –mejor dicho, nos desfiguramos– la realidad.9 El trabajo que presentamos a continuación responderá al esquema tradicional: en primer lugar, una presentación introductoria, donde se señalan las líneas principales de investigación y nuestra hipótesis central; en segundo lugar, realizaremos un análisis de las hipótesis presentadas en la introducción, dividiendo el cuerpo principal de la tesis en tres partes: la primera, “Sartre: hacia una filosofía no-egológica”; la segunda, “Lacan: el yo sobre la línea de ficción”; la tercera y última, “Ficciones egológicas: análisis del yo como ideología en Sartre y Lacan”. Respecto del cuerpo fundamental de la tesis, la primera parte, a su vez, se subdividirá en cuatro capítulos que desarrollarán la crítica sartreana al yo trascendental. En primer lugar, se rastrearán los antecedentes teóricos de la crítica sartreana en las filosofías de Hume y Husserl (“1. Los antecedentes”); a continuación, se analizará la reformulación sartreana del cogito cartesiano-husserliano y su intento por refutar el solipsismo (“2. Las críticas sartreanas al segundo Husserl: la depuración del campo trascendental” y “3. Hacia una fenomenología no-egológica”); finalmente, se presentarán las consecuencias filosóficas de la crítica sartreana al cogito (“4. A modo de conclusión parcial: el desplazamiento sartreano como des-personalización”). 8 Clero, J-P. El vocabulario de Lacan, Buenos Aires, Atuel, 2006. p.81 9 Íbid., p.59 La segunda parte expondrá la teoría del sujeto del primer Lacan, señalando oportunamente las semejanzas de dicha teoría con las tesis sartreanas de La transcendance de l’Ego. La segunda parte constará de dos capítulos que analizan tanto la génesis del yo (“1. El estadio del espejo”) como el alejamiento de Lacan respecto del paradigma representacionista (“2. La locura y la estructura general del desconocimiento”), respectivamente. La tercera parte se centrará en torno a las diferencias en los conceptos de ficción asumidos por Sartre y Lacan, introduciendo la noción de “ideología” como clave hermenéutica, y se subdividirá en tres capítulos: “1. Sartre sobre el origen del yo”; “2. Superación de la inversión ideológica” y “3. Lacan: la función-yo como ficción”. Por último, expondremos nuestras conclusiones, centradas en las semejanzas y divergencias entre Sartre y Lacan; destacaremos las características más relevantes de sus teorías tempranas sobre el sujeto, y a su vez delimitaremos el alcance de uno y otro enfoque. Al final del trabajo, consignamos la bibliografía que hemos consultado, sistematizándola en “Fuentes” y “Comentadores”. PRIMERA PARTE Sartre: hacia una filosofía no-egológica Desde sus primeros escritos, Sartre se muestra crítico con la tradición filosófica. Uno de los tantos nudos gordianos heredados del idealismo es el problema del solipsismo: el ego cogito, víctima del encierro solitario de la absoluta indubitabilidad, no logra inferir con la misma certeza de cogito la existencia del Otro. Sartre considera que la causa del solipsismo radica en un error tradicional, mantenido y alimentado por las filosofías posteriores (en particular, la fenomenología husserliana): haber ubicado el yo en el interior de la conciencia, como un habitante de ésta, en lugar de comprenderlo como un objeto en el mundo. Para Sartre, demostrar que el ego no es la pura interioridad (y como tal, un hecho incomunicable) abre la posibilidad de refutar el solipsismo. En palabras de Simone de Beauvoir (refiriéndose a La trascendencia del ego): “Lo que más le importaba [a Sartre] era que esta teoría, y ella sola, a su entender, permitía escapar al solipsismo, lo psíquico, el Ego, existiendo para el prójimo y para mí de la misma manera objetiva.”10 Pero para ello era preciso reformular la manera en que el sujeto y el yo habían sido concebidos por las filosofías anteriores. En La trascendencia del ego, Sartre propone una filosofía no-egológica, es decir, una filosofía que abandone la idea de “yo” como principio originario. Sartre se inscribe así en una línea crítica a la tradición idealista, cuyos antecedentes se remontan hasta el empirismo de DavidHume. Es preciso entonces, en primer lugar, caracterizar la ruptura 10 Beauvoir, La plenitud de la vida, Buenos Aires, Sudamericana, 1966, p.200, cit. por Sylvie Le Bon, Introduction a La transcendance de l’Ego, Paris, Vrin, 1966. sartreana situándola en una genealogía escéptica y anti-idealista, a la cual Sartre se adscribe indirectamente, a través de la lectura de los primeros escritos de Edmund Husserl. 1. Los antecedentes a. David Hume: las críticas del Tratado al yo cartesiano. En A Treatise of human nature, Hume denuncia el carácter ficcional de la idea de yo. Dicha denuncia se inscribe en una crítica más amplia, esto es, en un cuestionamiento general a la metafísica tradicional. Hume se propone mostrar que muchos de los conceptos tradicionales son “vacíos”, carentes de sentido, dado que nombran ideas que no refieren a ninguna impresión. Como indica Celia Amorós: Kant, en sus Prolegómenos, se refiere claramente al desafío de Hume al afirmar que las ideas metafísicas que la razón “cree haber engendrado en su seno” no son sino “bastardos de la fantasía”. Estos “bastardos”, constructos de facto de la imaginación, como el principio de causalidad, la noción de sustancia, etc., constituyen y pueblan el ámbito espurio del conocimiento metafísico con presuntas cartas de ciudadanía…11 Uno de estos conceptos metafísicos bastardos, en tanto que caso particular de la idea metafísica de sustancia, es la idea de yo (self) o de “identidad personal” (personal identity). En el Libro I del Treatise, Parte IV, Sección VI, Hume aborda escépticamente el problema de la identidad personal: 11 Amorós, C. “A vueltas sobre feminismo e ilustración: David Hume y la identidad personal” en López Pardina, T. y Oliva Portolés, A. (comps.) Crítica feminista al psicoanálisis y a la filosofía, Madrid, Editorial Complutense, 2003. p.117. Algunos filósofos se figuran que lo que llamamos nuestro YO [self] es algo de lo que en todo momento somos íntimamente conscientes; que sentimos su existencia, y su continuidad en la existencia, y que, más allá de la evidencia de una demostración, sabemos con certeza de su perfecta identidad y simplicidad (…) Querer aducir más pruebas sería debilitar su evidencia, pues no existe prueba derivable de un hecho de la que podamos ser tan íntimamente conscientes, ni queda nada de que podamos estar seguros si dudamos de nuestro propio yo.12 El paradigma al cual Hume se opone es, claramente, la filosofía cartesiana: el yo implicado en la afirmación cartesiana cogito, sum posee una evidencia intuitiva. Según el propio Descartes: “Cuando alguien dice ‘estoy pensando, por lo tanto yo soy o yo existo’, no deduce la existencia del pensamiento por medio de un silogismo sino que lo reconoce como algo evidente por sí mismo, gracias a una intuición simple de la mente.” 13 Notemos que una vez garantizada esta evidencia (cogito, sum), Descartes realiza un segundo movimiento: a la pregunta “Sed quid igitur sum?”, responderá inmediatamente: “Res cogitans”.14 La identificación del ego con una cosa –ontologización– le confiere a éste otra característica fundamental: la sustancialidad. Oponiéndose al modelo cartesiano, Hume intenta defender una posición escéptica, según la cual no tenemos ninguna idea del yo, negando correlativamente su supuesto carácter sustantivo. Aplicando su proposición general: “toda idea deriva de una impresión a la que corresponde y a la cual representa”15, el primer principio en la ciencia de la naturaleza humana, Hume se pregunta por la impresión de la cual se derivaría la idea de yo, si ésta existiese efectivamente. 12 Hume, A Treatise of Human Nature, trad. esp de Félix Duque, Buenos Aires, Orbis, 1984. p.251 (citamos la paginación según la edición canónica de Selby-Bigge). 13 Cit. por Cottingham, J. Descartes, México, UNAM, 1995. p.63 14 Descartes, Méditations Métaphysiques, Paris, Garnier-Flammarion, 1992. II Med., p.80 15 Treatise, Libro I, I.I El primer argumento contra la existencia de la idea de yo es el siguiente: si el yo es una idea real, luego –siguiendo el criterio de Hume– debe haber una impresión que le de origen. Sin embargo, se afirma que el yo no es ninguna impresión, sino justamente lo contrario: el yo personal, en efecto, es descripto como la referencia de las impresiones; esto es, no como una impresión sino como sustrato de toda impresión. Luego, no existe una impresión-yo de la cual pueda seguirse verdaderamente la idea de yo. Por otro lado, por reductio ad absurdum, aún suponiendo que efectivamente existiera una impresión de la cual se derivase el yo, tal impresión debería presentar las mismas características que se atribuyen a aquel (según la proposición general, todas nuestras ideas están copiadas de nuestras impresiones). Así, una hipotética impresión del yo debería, por ejemplo, ser idéntica a lo largo del tiempo. Como indica Stroud: “Cada uno de nosotros tiene una idea de sí mismo como una cosa que sigue siendo la misma cosa a lo largo de toda su vida, de manera que la impresión que pudiera hacer surgir (…) tal idea tendría que permanecer ella misma constante e invariable a lo largo de toda una vida.”16 Sin embargo, ninguna impresión es constante e invariable, por lo cual no habría ninguna impresión de la cual la idea de yo pudiera derivarse. Hume concluye que, en consecuencia, esta idea no existe.17 Según Hume, no hay tal cosa como un yo mismo inmutable, sostén de las percepciones: “Siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo mí mismo tropiezo en todo momento con una u otra percepción particular…”18 En lugar de un yo estable, lo que encuentra un examen introspectivo es una sucesión de percepciones diversas, en flujo continuo. De hecho, Hume señala que lo que llamamos “muerte” y extinción del yo no es 16 Stroud, B. Hume, México, UNAM, 1986. p.174 17 Treatise, p.252 18 Íbid. sino la supresión de toda percepción singular: el pensar, sentir, amar, ver, odiar, etc. Con lo cual el yo debe estar subordinado a éstas, ya que no sobrevive sin ellas.19 Del mismo modo, cuando dormimos “en un sueño profundo”, el curso de nuestras percepciones se suspende: “durante todo ese tiempo no me doy cuenta de mí mismo, y puede decirse que verdaderamente no existo”.20 Basándose en estos argumentos, Hume niega la idea tradicional de yo o substancia, afirmando como contrapartida su propia posición: los seres humanos no son sino un haz o una colección de diferentes percepciones (“a bundle or collection of different perceptions”)21, que se suceden incesantemente. Así, en los seres humanos no hay nada constante, mucho menos un yo idéntico y simple. Para ilustrar su idea del haz (bundle) de percepciones, Hume apela a una analogía: La mente es una especie de teatro en el que diferentes percepciones se presentan en forma sucesiva; pasan, vuelven a pasar, se desvanecen y mezclan en una variedad infinita de posturas y situaciones (…) La comparación del teatro no debe confundirnos: son solamente las percepciones las que constituyen la mente, de modo que no tenemos ni la noción más remota del lugar en que se representan esas escenas, ni tampoco de los materiales de que están compuestas.22 Llegado a este punto, Hume se pregunta por la causa que nos inclina a defender la existencia de un yo; esto es, por la tendencia a atribuir una identidad simple –un escenario estático– a las sucesivas y diversas percepciones. ¿Por qué nos creemos dueños de un yo, de una existencia invariable a lo largo de toda la vida, cuando en verdad no nos captamos más que en medio de una corriente ininterrumpida de percepciones? 19 Treatise, Apéndice, p.635. 20 Treatise, p.252 21 Íbid. 22 Treatise, p. 253. En primer lugar, Hume señala que lomismo hacemos respecto de objetos, plantas o animales: a todos ellos les adjudicamos caracteres estables y continuos. “Identidad” o mismidad, indica Hume, es ante todo una idea que proyectamos sobre objetos; idea según la cual los pensamos permaneciendo inmutables a lo largo del tiempo. Sin embargo, junto con la idea de identidad, también poseemos la noción de “diversidad”: la idea de objetos distintos, más o menos relacionados entre sí. Para Hume, la identidad se deriva ilusoriamente de la diversidad. Cuando diferentes objetos se asemejan entre sí, el tránsito de uno a otro es tan sutil que la mente tiende a obviar las divergencias, imaginando erróneamente que se trata de un único objeto y no de varios. En palabras de Hume: “[…] para suprimir la discontinuidad fingimos la existencia continua de las percepciones de nuestros sentidos; y llegamos a la noción de alma, yo o sustancia para enmascarar la variación”.23 Además de estos casos en que disfrazamos las divergencias, en general confundimos de tal modo identidad y relación que tendemos a dar un paso más lejos, imaginando misteriosos principios de unión: En efecto, cuando en sentido impropio atribuimos identidad a objetos variables y discontinuos, no se limita nuestro error a la expresión, sino que viene comúnmente acompañada por una ficción, bien de algo invariable y continuo, bien de algo misterioso e inexplicable…24 De este modo, nos figuramos ciertas ficciones (yo, alma, substancia), imaginando un “algo” que conecte las diferentes partes y a partir de lo cual inferimos equívocamente la identidad. 23 Treatise, p.254 24 Treatise, p.255 Hume presenta una serie de ejemplos para probar que todos los objetos a los cuales atribuimos identidad son simplemente sucesiones de objetos relacionados. Como apunta Stroud: “La identidad de los yoes y de los objetos externos es meramente algo que les atribuimos como resultado de diversas operaciones de la imaginación; no algo que directamente observamos.”25 Vamos a referir sólo a dos operaciones de la imaginación que intervienen en la atribución de identidad a los objetos: hablamos de la asociación por contigüidad y por finalidad. La contigüidad, en efecto, hace que atribuyamos identidad a masas de materia que no son sino partes contiguas interconectadas. Dado que las modificaciones en tales masas suelen ser graduales, insignificantes, la imaginación experimenta una transición fácil entre un estado del cuerpo y otro; y pese a que –stricto sensu– cualquier alteración, por mínima que sea, modifica la mismidad del conjunto, sin embargo afirmamos acríticamente que se trata de la misma masa, de la misma materia, etc. De este modo, cuando las interrupciones son sutiles y paulatinas, la mente capta una percepción continua, un único objeto idéntico, y le adjudica una existencia continua, ignorando los diversos cambios.26 Otro artificio que induce a la imaginación es la combinación de partes, ya no por contigüidad sino en relación a un fin común. En el ejemplo de Hume, un barco al que se le han hecho numerosas reparaciones, pese a ello, es considerado el mismo barco.27 Esto 25 Stroud, Op.Cit., p.175. 26 Como Hume indica, el hecho de que la percepción sea o no continua respecto de una masa de materia depende de la magnitud de los cambios experimentados por el objeto, en proporción con el conjunto. Por ejemplo: la disminución de una montaña no altera la identidad de un planeta. Cfr. Treatise, pp.256-257. Aún así, también imaginamos objetos únicos en casos donde las alteraciones no son graduales y sutiles, sino evidentes y abruptas (por ejemplo, los ríos). Cfr. Treatise, p.258 27 Treatise, p. 257 se explica en la medida en que las partes –sin ser idénticas, puesto que sus materiales han sido cambiados, reparados, etc.– siguen contribuyendo a un mismo propósito común. Luego de presentar estos ejemplos, Hume se aboca a la cuestión de la identidad personal. Hume intentará probar que, al igual que la identidad de los objetos, aquella no es sino una ficción, proveniente de relaciones de la imaginación. Siguiendo el orden de la argumentación, Hume se pregunta en primer lugar si existe algo que enlace realmente nuestras percepciones –es decir, si tenemos impresión de un nexo necesario entre ellas–, o si el enlace es sólo una conexión entre ideas. En su crítica a la idea de causalidad, Hume había probado que la mente nunca percibe conexiones reales de tipo causal entre objetos. En la Enquiry concerning the human Understanding (1748), la causalidad era definida como una creencia formada a partir la conjunción habitual entre dos objetos; así, según el “principio de costumbre” (o hábito), era la sucesión constante entre los objetos lo que llevaba a creer en una relación necesaria entre la causa y el efecto.28 De modo similar, en el caso de la identidad tampoco encontramos un nexo necesario entre las percepciones. Sin embargo, como señala Margarita Costa, Hume se muestra más escéptico respecto de la identidad personal.29 En efecto, al tratar la cuestión de la causalidad en la Enquiry, Hume distinguía la creencia de la ficción: […] la diferencia entre ficción y creencia reside en algún sentimiento o sensación que se añade a la última, no a la primera, y que no depende de la voluntad ni puede manipularse a placer. Ha de ser suscitado por la naturaleza (…) y ha de surgir de una situación particular…30 28 Cfr. Hume, Investigación sobre el conocimiento humano [de aquí en adelante, Enquiry], Barcelona, Altaya, 1998. Sección 4. 29 Costa, M. El empirismo coherente de Hume, Buenos Aires, Prometeo, 2003. p.52 30 Hume, Enquiry, Op.Cit., Sección 5, Parte II. p.71 (Selby-Bigge, p.48). Y también: “[…] el sentimiento de creencia es una representación más intensa y firme que la que acompaña las meras ficciones de la De este modo, Hume distinguía entre ideas libremente formadas por la imaginación, tal como la idea de centauro, e ideas que no dependen de nuestra voluntad libre sino de una suerte de “instinto natural”. Éstas últimas, denominadas creencias, van acompañadas de un sentimiento fuerte y vivaz que se añade a la idea. El ejemplo de Hume es muy claro: “En nuestra imaginación podemos unir la cabeza de un hombre al cuerpo de un caballo. Pero no está en nuestro poder creer que tal animal ha existido en realidad.”31 Así, las creencias constituyen una categoría híbrida, en tanto que siendo ideas, poseen una vivacidad típica de las impresiones; en otras palabras: se trata de ideas que semejan impresiones. Tal es el caso de la idea de causalidad. La idea de identidad, en cambio, no es una creencia sino una mera ficción similar a la idea de centauro: puedo imaginarla y concebirla, pero no puedo sentirla como existente. Hume concluye que la identidad es una cualidad que atribuimos a las ideas en la imaginación, al reflexionar sobre ellas, y no algo que observemos realmente de manera directa. Luego analiza los principios de unión, es decir, las relaciones según las cuales las ideas se unen en la imaginación. Éstas son la semejanza, la contigüidad y la causalidad. Sin argumentar, Hume descarta la posibilidad de una asociación por contigüidad, y se dedica a analizar sólo la manera en que las otras dos relaciones se encuentran a la base de nuestra creencia en la identidad personal.32 1) Semejanza (resemblance): como indica Stroud, “hay semejanzas entre muchas de las percepciones que constituyen una persona, debido, principalmente, a que la gente imaginación”, p.73 (S-B. p.50) 31 Íbid. 32 Para una interpretación tradicional del descarte de la idea de contigüidad, cfr. Stroud, Op.Cit., pp.179-180, en nota al pie. Celia Amorós, por su parte, hace una lectura sumamente interesante acerca del abandono humeano de la idea de contigüidad, bajo el subtexto de género. Cfr. Amorós, “A vueltas sobrefeminismo e ilustración: David Hume y la identidad personal”, Op.Cit. recuerda muchas de sus experiencias pasadas…”.33 En efecto, Hume subraya el papel de la memoria. En el recuerdo, la mente transita fácilmente de una percepción pasada a otra, confundiendo así una serie de experiencias diversas con un único objeto continuo: “En definitiva, es el progreso ininterrumpido del pensamiento lo que constituye su identidad.”34 2) Causalidad (causation): Por otra parte, también consideramos a la mente humana como una sucesión de percepciones unidas por relaciones de causa/efecto. Así, pese a los cambios experimentados, las diferentes partes se mantendrían unidas por relaciones de causalidad mutua. Nuevamente, Hume destaca el papel de la memoria: “Como basta la memoria para familiarizarnos con la continuidad y extensión de esta sucesión de percepciones, deberá ser considerada (...) como la fuente de la identidad personal. Si no tuviéramos memoria no tendríamos nunca noción alguna de causalidad...”.35 Al enseñar una cadena continua de causas/efectos, la memoria permite imaginar una ficción tal como el yo, que estaría constituido por dicha cadena sucesiva. Porque recordamos, en efecto, nos concebimos como algo que dura, que permanece en el tiempo. Sin embargo, la identidad personal excede los límites que impone nuestra memoria. Efectivamente, no existe ningún ser humano que –como el Funes de Borges– recuerde absolutamente todos y cada uno de sus actos y pensamientos pasados. Como indica Stroud, “No recordamos todas nuestras experiencias (…) no por ello inferimos que no existimos en los momentos posteriores al nacimiento que ya no recordamos…”.36 La identidad personal, de este modo, se extiende más allá de nuestra memoria; esto conduce a Hume a la siguiente conclusión: “(…) la memoria no produce propiamente, sino que 33 Stroud, Op.Cit., p.180 34 Costa, Op.Cit., p.54 35 Treatise, pp.261-262 36 Stroud, Op.Cit., p.181 descubre la identidad personal, al mostrarnos la relación de causa y efecto existente entre nuestras diferentes percepciones.”37 Hume concluye que la identidad es una ficción; es decir, no un nexo necesario –real– entre percepciones, sino un producto imaginario de ciertas relaciones de ideas. Así, conectando nuestras percepciones según relaciones de semejanza o causalidad, la imaginación les atribuye una continuidad ficticia –ya sea como continuum o como cadena de causas y efectos–, produciendo la idea tradicional-metafísica de “yo” como “sustancia”. Como señala María Luisa Femenías: “Desde las propuestas desustantivadoras de David Hume en más, sabemos que no debemos entender el sujeto como una sustancia, tal como se entiende que Rene Descartes (res cogitans) lo hizo.”38 Según Hume, entonces, la identidad, lejos de ser algo sustantivo, es una ficción que depende meramente de relaciones entre ideas (de esa “transición fácil que ocasionan”39). El yo, idea bastarda, fantasía de la imaginación, carece de legitimación real. En palabras de Celia Amorós: “Sin identidad de derecho, todos somos en cierto modo «hijos naturales», producto de una «inclinación natural» no más justificada racionalmente que la sensación empática de unicidad orgánica propia de los animales y de las plantas.”40 En este sentido, Hume afirma en el Libro I del Tratado que la identidad personal constituye una aporía, y que como tal debe ser considerada más una dificultad verbal que un verdadero problema filosófico: Toda esta doctrina nos lleva a una conclusión de gran importancia (…) a saber, que todos esos sutiles y refinados problemas acerca de la identidad personal no tienen posibilidad 37 Treatise, p.262 38 Femenías, M.L. “Butler, la muerte del Hombre y el sujeto opaco”, en Revista de psicoanálisis, Tomo LXX, n°2/3, 2013, pp. 349-370. p.349 39 Treatise, p.262 40 Amorós, Op.Cit., pp.122-123 alguna de poder ser resueltos alguna vez, y que deben ser considerados más como dificultades gramaticales que como problemas filosóficos.41 Anticipándose a Wittgenstein, Hume sostiene que muchos problemas filosóficos se disuelven abordando las dificultades gramaticales que los establecen (según Wittgenstein, los problemas filosóficos “no son ciertamente empíricos, sino que se resuelven mediante una cala en el lenguaje”42). Sin embargo, Hume no queda conforme con su argumentación, y en el Apéndice al Tratado reconoce: “(…) Al revisar con mayor rigor la sección dedicada a la identidad personal, me he visto envuelto en tal laberinto que debo confesar no sé cómo corregir mis anteriores opiniones, ni cómo hacerlas consistentes.”43 Lo que “desespera” a Hume –la expresión es de Stroud– es la causa por la cual atribuimos unidad y simplicidad a conjuntos de percepciones diversas. Hume reconoce: “[…] cuando paso a explicar el principio de conexión que enlaza unas [percepciones] con otras y nos hace atribuir al conjunto una simplicidad e identidad reales, me doy cuenta de que mi explicación es muy defectuosa…”.44 Según el propio Hume, esto se debe a que hay dos principios que no puede “hacer compatibles”: por un lado, el hecho de que todas nuestras percepciones distintas son a su vez existencias distintas; y por el otro, el principio según el cual la mente no percibe jamás conexiones reales entre existencias distintas. 41 Treatise, p.262 42 Wittgenstein, L. Investigaciones filosóficas, México, UNAM, 1994. §109, p.123. Ya en el prólogo al Tractatus, Wittgenstein afirmaba: “El libro trata los problemas filosóficos y muestra –según creo– que el planteamiento de estos problemas descansa en la incomprensión lógica de nuestro lenguaje.” Wittgenstein, L. Tractatus logico-philosophicus, Barcelona, Altaya, 1997. Prólogo, p.11. Wittgenstein sostiene esta misma posición en las Investigaciones filosóficas: “Pues los problemas filosóficos surgen cuando el lenguaje hace fiesta” (IF, §38, p.57). 43 Treatise, Apéndice, p.633 44 Íbid., p.635 La expresión aquí es ambigua: como indica Stroud, la dificultad a la que se refiere Hume no implica volver compatibles entre sí ambos principios, puesto que de hecho no lo son. “La dificultad tiene que consistir, pues, en que aferrarse a esos dos principios es incompatible con la posibilidad de brindar una explicación adecuada de la idea de identidad personal; en que (…) tales principios hacen imposible explicar lo que está tratando de explicar.”45 Ante tales dificultades, Hume concluye de la siguiente manera: Por mi parte, debo solicitar el privilegio del escéptico y confesar que esta dificultad es demasiado ardua para mi entendimiento. No pretendo, sin embargo, afirmar que sea absolutamente insuperable. Es posible que otras personas, e incluso yo mismo, luego de reflexiones más maduras, podamos descubrir alguna hipótesis que reconcilie estas contradicciones.46 La filosofía kantiana, en su intento por responder a las dificultades planteadas por Hume, someterá el problema a un replanteamiento radical. El “giro copernicano” de Kant, la vuelta hacia la subjetividad, convertirá al haz de percepciones empíricas en sujeto trascendental, universal.47 Kant se distanciará así de Hume, y este alejamiento será legado a las filosofías posteriores, que ya no dudarán en atribuir al yo un rol cada vez mayor. Pasarán más de cien años hasta que Husserl, contra la filosofía idealista imperante en su época, retome estos problemas, reivindicando la tradición humeana. Sin embargo, tampoco él alcanzará una respuesta satisfactoria; tampoco él logrará descubrir la hipótesis 45 Stroud, Op.Cit., pp.188-189 46 Treatise, Apéndice, p.636 47 No abordaremos aquí la manera en que Kant responde a Hume con su filosofía trascendental (es decir, con la retícula a priori intuitivo-conceptual), dado que en este momento nos interesareconstruir la genealogía crítica del yo, el progresivo desplazamiento del ego; y la filosofía kantiana es, precisamente, el exponente máximo de su centramiento. Retomaremos la problemática kantiana más adelante, al analizar la noción de yo trascendental. Cfr. Infra, pp.33-36. Para un análisis de los vínculos teóricos entre Kant y Hume, cfr. Beck, L.W. Essays on Kant and Hume, New Haven, Yale University Press, 1978. capaz de reconciliar las contradicciones. Analizaremos a continuación los cambios en el análisis del yo en la filosofía de Husserl, su acercamiento y el posterior alejamiento respecto del planteo humeano. b. El yo en la filosofía de Edmund Husserl Edmund Husserl nace en 1859 en Prossnitz, Moravia –actualmente Prostejov, República Checa– y muere a principios de 1938. Su extensa producción suscita ciertas dificultades, dado que sus obras no forman un todo sistemático; como indica Cruz Vélez: “Cada una considera los mismos problemas desde los diferentes puntos de vista que ofrecen las numerosas rutas seguidas.”48 Tal es el caso del yo en el sistema husserliano, que en distintos períodos es abordado no sólo de manera diferente, sino incluso opuesta. Notemos que esta falta de sistematicidad, lejos de ser una falencia, parece adecuarse a la consigna husserliana de construir una filosofía no-dogmática o filosofía sin supuestos. De manera coherente, en efecto, el principio de no tener presupuestos (Prinzip der Voraussetzungslosigkeit49) recorre toda su obra, desde los inicios en Investigaciones lógicas hasta la Crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Para aproximarnos a la problemática del yo seguiremos la sistematización propuesta por Eugen Fink, discípulo y asistente de Husserl, quien distingue tres períodos en la producción husserliana: una primera etapa, a la que denomina psicologismo (1887-1901) –aunque como indica Dermot Moran, sería más conveniente denominarla lucha contra el psicologismo–; una segunda etapa, fenomenología descriptiva (1901-1913), y una tercera 48 Cruz Vélez, D. Filosofía sin supuestos. De Husserl a Heidegger, Buenos Aires, Sudamericana, 1970. p.15 49 Husserl, Investigaciones lógicas [Logische Untersuchungen], Madrid, Alianza, 1985. Introducción, §7. denominada fenomenología trascendental (1913-1938). Aquí nos centraremos en el segundo y tercer períodos; más precisamente, en la conversión de Husserl hacia 1907, que marca un desplazamiento desde una psicología o fenomenología descriptiva hacia una filosofía trascendental. Esta transición coincide con un cambio de posición respecto del “yo”. i. El primer Husserl: la crítica del yo en la 1ª edición de las Investigaciones lógicas (1901) En 1901 se publica la primera edición de las Logische Untersuchungen 2 [Investigaciones lógicas, vol. 2]. Allí, Husserl defendía una concepción realista-objetivista. En efecto, su proyecto de descripción pura (Deskription) de lo que se presenta a la conciencia de manera directa, es decir, tal y como se presenta, compromete a Husserl con un realismo empirista o directo.50 En su Introducción a la fenomenología, Dermot Moran señala las influencias teóricas de Husserl en este período temprano: “Originariamente [Husserl] aceptó la visión brentaniana de que la fuente de los actos psíquicos podía dejarse de lado para describir la naturaleza de los actos mismos, su estructura y sus contenidos reales e ideales.”51 Husserl pasa dos años en Viena estudiando con Franz Brentano, de 1884 a 1886. Bajo influencia de Brentano, Husserl lee a los empiristas ingleses, considerados por Brentano como un antídoto a las especulaciones “místicas” del idealismo alemán.52 Notemos que Brentano era sumamente crítico con la filosofía de Kant, y comparaba la pobreza de sus 50 Cfr. Moran, D. Introducción a la fenomenología, Barcelona, Anthropos, 2011. “Realismo e idealismo en Investigaciones lógicas”, pp. 119-121. 51 Moran, Op.Cit., p.80 52 Ibíd., p.69. observaciones psicológicas con los análisis descriptivos de Hume.53 Esta visión negativa del kantismo influye a Husserl en su primer período, donde se aproxima en cambio al tratamiento humeano del yo como un haz de percepciones –traducido en términos husserlianos, diríamos: como un haz de actos intencionales–. Si nos remitimos al volumen 2 de las Investigaciones lógicas, observamos que en 1901 Husserl se refería al “yo puro” en los siguientes términos: Si distinguimos el cuerpo del yo y el yo empírico, y restringimos el yo psíquico puro a su contenido fenomenológico, el yo puro queda reducido a la unidad de la conciencia (…) El yo, fenomenológicamente reducido, no es, por ende, nada peculiar que flote sobre las múltiples vivencias; es simplemente idéntico a la unidad sintética propia de éstas.54 Yendo aún más lejos, en la primera edición de las Investigaciones lógicas Husserl afirmaba explícitamente que consideraba innecesaria la postulación del yo como principio unificador. La conciencia, en efecto, se unifica a sí misma: Los contenidos de la conciencia, como los contenidos en general, tienen sus modos legalmente determinados de unirse, de fundirse en unidades más amplias; y en tanto llegan a ser y son unidad, se ha constituido ya el yo fenomenológico o la unidad de la conciencia, sin que sea necesario además para ello un principio propio, el yo, sujeto de todos los contenidos y unificador de todos ellos una vez más. La función de semejante principio sería incomprensible aquí como en todas partes.55 Dicho escepticismo había llevado a Husserl a afirmar en 1901 aquello que Sartre retomaría treinta y cinco años más tarde: “He de confesar que no logro encontrar de ninguna manera ese yo primitivo, centro necesario de referencia”56. De este modo, en las 53 Cfr. Moran, Op.cit. pp. 33-36: “La perspectiva filosófica de Brentano: el empirismo”. 54 Husserl, Investigaciones lógicas, 2, Op.Cit. Quinta investigación, cap.1, § 4 (pp.480-481). 55 Íbid. (El subrayado es mío) 56 Husserl, Investigaciones 2, V, cap.1, § 8 (p.485). Investigaciones Lógicas Husserl comprendía al yo a la manera empirista, como un “objeto empírico” más, rechazando rotundamente la posibilidad de un yo puro. En una carta que escribe a Ernst Hocking (1873-1966) en este período, refiriéndose a Kant, afirma: “Un yo puro como punto de referencia, como centro o algo por el estilo es una ficción… El yo es una unidad objetiva como unas botas o unos calcetines.”57 ii. Autocrítica del escepticismo Sin embargo, Husserl abandonará rápidamente esta posición. Hacia 1905, Husserl comienza a caracterizar su fenomenología en términos trascendentales, acercándose a Descartes y Kant, y aceptando la noción de “yo trascendental”.58 En 1913, en la segunda edición de las Investigaciones lógicas, una nota aclara que ya no aprueba el rechazo del yo puro, y que si no suprime dichos pasajes es sólo en vistas a la polémica que con ellos mantiene Paul Natorp –a quien Husserl había criticado el mantenimiento del “yo puro”59; Natorp, por su parte, ya había vaticinado que Husserl se movería en una dirección kantiana en su reseña a las Investigaciones60–. Una nota a pie de página en Ideen expresa igualmente el arrepentimiento de Husserl: “En las Investigaciones lógicas defendí en la cuestión del yo puro un escepticismo que no pude mantener en el progreso de mis estudios.”61 57 Cit. por Cruz Vélez, Op.Cit., p.158 58 Cfr. Moran, Op.Cit., pp.161-167 59 En su libro Einleitung in die Psychologie. Cfr. Íbid, Quinta investigación, cap.1, § 8 (pp. 486-487). No sólo Natorp, sino también Max Scheler y W. Dilthey criticaron la aproximación humeana al yo del segundo volumen de las Investigaciones lógicas. Cfr. Moran, Op.Cit., p. 80. 60 Cfr. Moran, Op.Cit., p.121 61 Husserl, Ideas I, nota a pie §57. Y continúa:“La crítica que dirigí contra la densa Einleitung in die Psychologie de Natorp no es, pues, certera en un punto capital”. En las lecciones sobre Filosofía primera (Erste Philosophie), dictadas en Friburgo durante el año académico 1923-24, Husserl se refiere a Hume en términos poco optimistas. En estas conferencias, Husserl describe la historia de la filosofía como una lucha entre tendencias objetivistas y subjetivistas, cuyo inicio se identifica con el “impulso trascendental” de la sofística en el siglo V a.C.; es decir, con el descubrimiento de la subjetividad. Este descubrimiento, sin embargo, termina sucumbiendo en Grecia a las tendencias objetivistas, teniendo que esperar hasta Descartes –según Husserl, el inicio de la filosofía moderna– para ser redescubierto. En Erste Philosophie, Husserl se refiere a Hume como “la bancarrota de la filosofía”,62 en la medida en que el escocés constituye la culminación de las interpretaciones objetivistas del cogito cartesiano. El empirismo inglés, desde Locke en adelante, continúa el camino abierto por Descartes –el descubrimiento moderno de la subjetividad–, pero de manera errada. En lugar de investigar un yo puro –aquel que Descartes, mediante la duda metódica, había aislado del mundo–, el empirismo inglés se aboca al análisis de un yo mundano, es decir, empírico.63 Dicha lectura objetivista –reconoce Husserl– la habría posibilitado el mismo Descartes al substancializar el cogito y definirlo como res cogitans (“Une chose qui pense”64). “El ego, como res creata, pierde su carácter de fundamento absoluto y se convierte en una cosa.”65 Entender al yo qua substantia o hypokeímenon, conduce al empirismo inglés a afirmar su incognoscibilidad –como en el caso de Locke, dado que sólo percibimos cualidades secundarias, pero nunca su sustrato– y aún más, a afirmar su 62 Husserl, Erste Philosophia I, cit. por Cruz Vélez, Op.Cit., p.70 63 Cfr. Cruz Vélez, Op.Cit., pp.63-71 64 Cfr. Descartes, Méditations Métaphysiques, Op.Cit., II Med., pp. 80-81. 65 Cruz Vélez, Op.Cit., p.63 imposibilidad, tal como analizamos anteriormente en el empirismo radical de Hume.66 Hacia el final de su vida, Husserl también se referirá a Hume en términos negativos: en Krisis, Hume es caracterizado como “la bancarrota de la filosofía objetiva”.67 Sin embargo, pese a esta visión negativa, Husserl reconoce que el empirismo fue necesario en la medida en que posibilitó el surgimiento de una auténtica filosofía trascendental: la filosofía kantiana. Es interesante notar que este movimiento de desplazamiento del objetivismo al subjetivismo, según el cual Husserl interpreta la historia de la filosofía, describe cabalmente la trayectoria de su propio pensamiento. Según Cruz Vélez: Husserl regresa, pues, al empirismo inglés, siguiendo de nuevo esa dirección de la egología –insinuada en la concepción cartesiana del ego como res cogitans– que conduce a la identificación óntica del yo con una cosa. Pero en las Ideas I (1913) Husserl retorna al camino inicial de Descartes, en el cual éste había descubierto al ego puro al poner en duda al mundo.68 Analizaremos ahora la conversión husserliana; es decir, el regreso a Descartes y a Kant en el marco de un giro trascendental en su pensamiento, que transforma radicalmente la manera en que Husserl comienza a concebir al yo. iii. La fenomenología trascendental “Pues bien, Husserl (…) después de haber pensado que el Mí mismo [moi] era una producción sintética y trascendente de la conciencia (en las Investigaciones lógicas), en Ideas regresó a la tesis clásica de un Yo trascendental que estaría como por detrás de cada conciencia; que sería una estructura necesaria de estas conciencias; y cuyo rayo [Ichstrahl] caería sobre cada fenómeno que 66 Supra, pp. 8-19 67 La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, trad. esp. Julia Iribarne, Buenos Aires, Prometeo, 2008. §23, p.129. 68 Cruz Vélez, Op.Cit., p.158 se presenta en el campo de la atención. La conciencia trascendental se vuelve así rigurosamente personal. ¿Era necesaria esta concepción?” Sartre, La trascendencia del ego. Luego de la publicación de las Investigaciones lógicas (1900-1901), donde predominaba una concepción objetivista, cercana al empirismo o realismo directo, la fenomenología de Husserl se moverá en dirección idealista. El giro trascendental coincide con el alejamiento de Husserl respecto de la psicología descriptiva de sus maestros Brentano y Stumpf.69 Como indica Moran: Husserl se sintió obligado a repensar la naturaleza del yo puro que había planteado en las Investigaciones lógicas, en donde había perseguido una aproximación más humeana al yo, siguiendo a Brentano (…) Después de 1907 la fenomenología de Husserl se alió con el idealismo trascendental.70 Moviéndose en dirección kantiana (Husserl llega incluso a afirmar que “se mueve (…) la deducción trascendental de la primera edición de la Crítica de la razón pura ya propiamente sobre terreno fenomenológico”71), Husserl entiende que el objeto conlleva siempre una referencia a un acto del sujeto, redefinido fenomenológicamente como un acto intencional. La intencionalidad, concepto que Husserl toma de Brentano, se define como la “peculiaridad de las vivencias de ‘ser conciencia de algo.’”72 De este modo, toda percepción es siempre percepción de alguna cosa, todo juicio es juicio de alguna relación objetiva, todo deseo es deseo de un objeto deseable, etc. Así, el concepto de intencionalidad es fundamental, en tanto que dota de una orientación objetiva a la fenomenología.73 69 Cfr. Moran, Op.Cit., pp.122-123. 70 Íbid., p.68 71 Husserl, Ideas I, §62 (p.143) 72 Ideas I, §84 73 Íbid. En la actitud natural, los objetos predominan por sobre el sujeto, quien se halla perdido en el mundo.74 Sólo mediante la epojé se suspende la tesis de la actitud natural; se pone entre paréntesis la existencia del mundo, sin afirmarlo ni negarlo.75 Una vez puesto entre paréntesis, el mundo se revela como el correlato (intentum) de la intencionalidad subjetiva. Según Husserl: “En todo cogito actual, una ‘mirada’ que irradia del yo puro se dirige al ‘objeto’ que es el respectivo correlato de la conciencia…”76 Según Husserl, “viviendo en el cogito, no tenemos conciencia de la cogitatio misma como objeto intencional; pero en todo momento puede convertirse en tal, siendo inherente a su esencia la posibilidad en principio de una vuelta “reflexiva” de la mirada.”77 Esta vuelta reflexiva permite distinguir dos tipos de percepción esencialmente diferentes: percepciones trascendentes y percepciones de dirección inmanente. Las primeras pueden ser inadecuadas e imperfectas, en la medida en que los objetos trascendentes sólo se exhiben mediante matices o escorzos (Abschattungen): “Una cosa se da necesariamente en meros ‘modos de aparecer’ (…) todo ser trascendente, de cualquier género que sea, entendido como ser para un yo, sólo puede darse de modo análogo al de la cosa, o sea, sólo por medio de apariencias.”78 La percepción inmanente, en cambio, me es dada de manera absoluta. En ella, percepción y percepto forman una unidad indivisible e inmediata, de tal modo que “sería un contrasentido tener por posible que una vivencia así dada, en verdad no existiese.”79 A lo cual añade: “Sólo para el yo y la corriente de vivencias en relación consigo mismas se 74 Ideas I, §33-35 75 Cfr. Ideas I, Sección II, Capítulo I “La tesis de la actitud natural y la desconexión de la misma”, §§27-32. 76 Ideas I, §84 77 Íbid., § 38 78 Íbid., § 44 79 Íbid., § 46 da esta señalada situación.”80 En 1913, Husserl deduce de lo anterior una tesis fundamental, que lo sitúa enlas antípodas de su anterior concepción del ego: el yo, vivencia inmanente absoluta, existe de manera necesaria (a diferencia del mundo, o realidad trascendente, que existe de manera relativa –para el yo– e imperfecta). A partir de esta reformulación, el campo filosófico se descubre a la reflexión, en un movimiento de repliegue de espíritu cartesiano, que vuelve desde el yo perdido en lo mundano hacia sí mismo. Los fenómenos filosóficos pasan a identificarse con los fenómenos inmanentes, subjetivos. Sin embargo, aún luego del giro idealista, la consigna de la fenomenología será “volver a las cosas mismas” (“Zu den Sachen Selbst”).81 Sólo que ahora, volver a las cosas mismas no equivaldrá sólo a un retorno a lo empírico, a los objetos concretos. El retorno a las cosas mismas (Sachen Selbst) implicará para Husserl una vuelta a la fuente originaria por la cual las cosas nos son dadas: la intuición, el principio de todos los principios,82 y el yo puro o trascendental. En efecto, descubrir la manera en que los fenómenos se nos presentan originariamente no remite a la intuición de un yo concreto. La subjetividad husserliana, como fundamento absoluto, no se confunde con el yo empírico, sino que se identifica con el yo puro o yo trascendental, cuyo nombre enseña la filiación kantiana83: […] Parece ser el yo puro algo necesario por principio, y en cuanto es algo absolutamente idéntico en medio de todo cambio real y posible de las vivencias, no puede pasar en ningún sentido por un fragmento o factor ingrediente de las vivencias mismas 80 Íbid. 81 Cfr. Moran, Op.Cit., pp.107-108 82 “[…] que toda intuición en que se da algo originariamente es un fundamento de derecho del conocimiento; que todo lo que se nos brinda originariamente (por decirlo así, en su realidad corpórea) en la “intuición”, hay que tomarlo simplemente como se da, pero también sólo dentro de los límites en que se da”. Ideas I, § 24. 83 Cfr. Cruz Vélez, Op.Cit., pp.20-21. (…) En el lenguaje de Kant: “el ‘yo pienso’ necesita poder acompañar todas mis representaciones”.84 De todos modos, como señala Lyotard, el yo puro husserliano no es idéntico al yo trascendental kantiano: éste último “explica únicamente las condiciones a priori del conocimiento puro (matemática o física pura), pero no las condiciones reales del conocimiento concreto.”85 Si atendemos al período que se inicia con la publicación de Ideas I en el Jahrbuch de 1913, notamos que efectivamente hay elementos kantianos en Husserl, en tanto que la conciencia pura posee un conjunto de condiciones a priori ideales por las cuales es posible encontrar la objetividad. Pero, según lo ve Husserl, su filosofía va más allá de Kant, al investigar elementos que involucran los significados de los actos cognitivos.86 Así, el ego trascendental husserliano ya no cumple un rol puramente formal, sino que constituye la fuente última de donación de sentido. En las Meditaciones Cartesianas esto aparece formulado claramente; según Husserl: Mediante la epoché fenomenológica, reduzco mi yo humano natural y mi vida psíquica –el reino de mi propia experiencia psicológica– a mi yo fenomenológico-trascendental, al reino de la experiencia fenomenológico-trascendental del yo. El mundo objetivo (…) saca todo su sentido y valor de realidad, aquel que en cada caso tiene para mí, de mí mismo, pero de mí en cuanto soy el yo trascendental…87 Esta posición es asumida desde 1913. Según Husserl, la conciencia posee un “ser absolutamente propio” que, en la medida en que no es afectado por la reducción 84 Ideas I, §57. 85 Lyotard, J-F, La fenomenología, Buenos Aires, EUDEBA, 1963. p.12 86 Cfr. Moran, Op.Cit., pp. 80-81 87 Husserl, Meditaciones Cartesianas [Cartesianische meditationen] (trad. José Gaos y M.G. Baró), México, FCE, 1996. Primera Meditación, §11 (p.68) fenomenológica, constituye un “residuo fenomenológico”.88 Así, detrás de cada conciencia empírica es posible hallar, mediante el método reductivo (epojé), un Yo trascendental, presente de hecho en el interior de la estructura de la conciencia absoluta.89 En Husserl, a diferencia de Kant, el yo puro no es una condición de posibilidad formal, sino algo actualmente presente a la conciencia. De este modo, Husserl “personaliza” la conciencia trascendental. En efecto: El yo parece estar ahí constantemente, incluso necesariamente, y esta constancia no es patentemente la de una vivencia estúpidamente obstinada, la de una “idea fija”. Por el contrario, es algo que pertenece a toda vivencia que llega y transcurre; su “mirada” se dirige “a través” de cada cogito actual a lo objetivo.90 Notemos el cambio rotundo experimentado por el pensamiento husserliano: en 1901, en Investigaciones Lógicas, el yo sólo era aceptado como un objeto trascendente, sin ninguna prioridad respecto de las demás cosas en el mundo; el yo puro, por su parte, era considerado una ficción metafísica innecesaria. Ahora, el yo es afirmado en un doble sentido: por un lado, se asume la existencia de un yo empírico, perdido en la actitud natural (que en este segundo período de Husserl aún se identifica con el yo psicofísico); sobre la base de este yo, la actitud fenomenológica comporta un “desdoblamiento del yo”.91 En efecto, el yo empírico cae bajo el golpe de la epojé, mientras que el yo puro surge como residuo de la reducción. El yo reducido fenomenológicamente, o yo puro, se aleja del mundo y lo observa como un espectador desinteresado. Este yo trascendental es 88 Ideas I, §33. 89 Notemos que aquí hay otro distanciamiento respecto de la posición kantiana. Para Kant, la apercepción originaria posee un carácter inmediato, y “aunque él mismo [el pensamiento] no sea todavía la conciencia de la síntesis de las representaciones, él presupone, sin embargo, la posibilidad de esta última” (KrV, B 134). En Husserl, en cambio, el yo puro no se presenta como algo inmediato, sino que sólo aparece como resultado de una serie de reducciones –como su residuo último–, una vez abandonada la actitud natural. 90 Ideas I, §57. 91 Lyotard, Op.Cit., p.16 afirmado como principio fundamental y apodíctico: “Frente a la tesis del mundo, que es una tesis ‘contingente’, se alza, pues, la tesis de mi yo puro y la vida de este yo, que es una tesis necesaria, absolutamente indubitable”.92 Para sintetizar la posición husserliana sobre el yo en el período trascendental, retomamos las palabras de Lyotard: No se trata, pues, de un retorno al subjetivismo psicologista, pues el yo revelado por la reducción no es precisamente el yo natural psicológico o psicofísico; tampoco de un repliegue en una posición kantiana, pues el yo trascendental no es una “conciencia concebida lógicamente, sino una conciencia actual”.93 Esta reformulación del yo trascendental kantiano se convertirá en el blanco del primer ensayo filosófico de Sartre. 2. Las críticas sartreanas al segundo Husserl: la depuración del campo trascendental Sartre comienza su ensayo La transcendance de l’Ego con las siguientes palabras: “Il faut accorder à Kant que « le Je Pense doit pouvoir accompagner toutes nos représentations ». Mais faut-il en conclure qu’un Je, en fait, habite tous nos états de conscience et opère réellement la synthèse suprême de notre expérience?”94 La respuesta es, según Sartre, negativa. Para comprender las razones de dicho rechazo, es necesario 92 Husserl, Ideas I, §46 93 Lyotard, Op.Cit., p.16 94 Sartre, La transcendance de l’Ego (de aquí en adelante, LTE), Paris, Vrin, 1966. pp.13-14. “Hay que conceder a Kant que “el Yo Pienso debe poder acompañar a todas nuestras representaciones”; pero ¿hay que concluir de ello que, de hecho, habite un Yo todos nuestros estados de conciencia y efectúe realmente la síntesis suprema denuestra experiencia?”, La trascendencia del ego, Madrid, Síntesis, 2003. p.32. volver a la Crítica de la razón pura, específicamente a la segunda edición de 1787, donde Kant enuncia el famoso “Ich Princip”. Este principio da inicio en Alemania a toda una tradición idealista (Fichte, Schelling, Hegel) que llegará hasta Husserl, en su etapa trascendental. El Yo pienso es presentado por Kant en el contexto de la deducción trascendental, a la hora de demostrar las condiciones de posibilidad de la referencia de las categorías a objetos. Recordemos que en la Crítica, el problema fundamental de las categorías consiste en justificar su referencia necesaria respecto de objetos. Para resolver este problema, Kant presenta dos deducciones: una denominada “metafísica”, y otra “trascendental”. La primera –la cual sólo mencionaremos–, también conocida como “doctrina del hilo conductor”, tiene por objetivo mostrar cuáles son los conceptos puros del entendimiento; al mismo tiempo, busca probar su origen a priori en el Entendimiento puro.95 Una vez concluida esta primera deducción, Kant demuestra cómo estos conceptos puros, cuyo origen se encuentra sólo en el entendimiento, pueden ser objetivos; esto es, cómo pueden dar cuenta efectivamente de los fenómenos tal como son. La demostración de la objetividad –o necesidad– de las categorías se encuentra en la denominada “Deducción trascendental”. En efecto, dice Kant: “(…) llamo a la explicación de la manera como conceptos pueden referirse a priori a objetos, la deducción trascendental de ellos…”96 La validez objetiva de los conceptos puros del entendimiento va a encontrar 95 Para llevar a cabo esta deducción, Kant vincula las categorías con las funciones del juicio (las formas lógicas), intentando demostrar la correlación entre ambas. Dando un contenido a priori a las formas lógicas, Kant llega a los conceptos puros del entendimiento; más precisamente, este contenido estará dado por la conexión entre las categorías y el espacio/tiempo (núcleo fundamental de la deducción metafísica). Cfr. KrV, A79/B104: “La misma función que da unidad [analítica] a las diversas representaciones en un juicio, le da también unidad a la mera síntesis de diversas representaciones en una intuición…”. Esto es: así como los juicios unifican representaciones en general en una predicación, como categorías unifican la variedad dada en un fenómeno único. 96 KrV, A85/B117 su justificación, paradójicamente, en la tesis kantiana de que el objeto (fenoménico) no es sino el correlato de la unidad de la conciencia.97 El punto arquimédico de esta deducción es el llamado “principio de la unidad analítica de la autoconciencia”, enunciado al inicio del parágrafo 16: “El Yo pienso [Ich denke] debe poder acompañar a todas mis representaciones…”98 Esta afirmación enseña que todo múltiple de la intuición refiere necesariamente al Yo pienso, en tanto que remite a un sujeto; es decir, que cualquier representación, para ser tal, debe poder ser conectada con una conciencia. Siguiendo la interpretación de Torretti, señalemos que aquí no sólo se está enunciando una mera afirmación analítica, del tipo “toda representación puede llamarse mía sólo si yo la pienso”. El hecho que Kant intenta poner de relieve es la posibilidad permanente que acompaña a toda representación: el yo pienso. Así, toda representación refiere necesariamente a una conciencia empírica posible; y a su vez, toda conciencia empírica refiere necesariamente a una conciencia trascendental, que es la autoconciencia como apercepción originaria.99 Según Kant, para que la autoconciencia sea idéntica, ésta debe ser consciente de la síntesis que realiza respecto de las representaciones: “(…) sólo porque puedo enlazar en una conciencia un múltiple de representaciones dadas, es posible que me represente la identidad de la conciencia en esas representaciones.”100 En este sentido, la unidad analítica de la autoconciencia presupone la unidad sintética. Kant concluye: Soy, pues, consciente del yo idéntico con respecto a lo múltiple de las representaciones que me son dadas en una intuición, porque las llamo a todas ellas mis representaciones, 97 Torretti, R., Manuel Kant. Estudio sobre los fundamentos de la filosofía crítica, Buenos Aires, Charcas, 1983. pp.245-246 98 KrV, B131 99 Cfr. Torretti, Op.Cit., pp.345-346 100 KrV, B133 que constituyen una. Esto es lo mismo que decir que soy consciente de una síntesis a priori necesaria de ellas…101. De este modo, frente al objeto, y mediante la conciencia del acto por el cual unifica la multiplicidad de la intuición en la constitución de dicho objeto, el yo se vuelve autoconciencia.102 Pero el objeto, a su vez, no es otra cosa que la unificación de lo múltiple de una intuición en un concepto. Como detrás de toda síntesis de representaciones está la unidad de la autoconciencia, entonces es ésta la que constituye la referencia objetiva del conocimiento. Según esta conclusión, entonces, el fundamento de la objetividad del fenómeno no es un objeto más allá de éste, sino la autoconciencia. En palabras de Torrevejano: “El yo pienso, principio supremo de la síntesis, es condición universal última, o principio trascendental del objeto.”103 Sin embargo, el yo kantiano, como principio trascendental, es una forma vacía. En una nota aclaratoria, Kant llama la atención sobre este punto: Pero no se debe olvidar que la mera representación yo, en referencia a todas las otras (cuya unidad colectiva ella hace posible) es la conciencia trascendental. [Que] esta representación sea clara (conciencia empírica) u oscura, ello no importa nada; ni siquiera importa la efectiva realidad de ella; sino la posibilidad de la forma lógica de todo conocimiento se basa necesariamente en la relación con esta apercepción [entendida] como una facultad. 104 Es por ello que el yo al que refiere Kant sólo se conoce en tanto que sujeto lógico de conocimiento, como mera forma, y no como objeto. Al igual que Hume, entonces, Kant 101 KrV, B135 102 Torretti, Op.Cit., p.349 El entendimiento humano, entonces, se constituye mediante la aprehensión de lo diverso, de aquello que se le contrapone. 103 Torrevejano, M., “Kant” en Jorge J. E. Gracia (comp.), Concepciones de la metafísica. Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, vol.17, Madrid, Trotta. p.180. 104 KrV, A 117, Nota niega que el yo pueda conocerse como substancia, es decir, como un ente subsistente por sí mismo: “Sería maravilloso si aquí, precisamente en la más pobre de todas las representaciones, y como si fuera mediante una revelación, me fuera dado aquello que por lo común exige tantos preparativos (…) aquello que es substancia…”105. De este modo, el yo sólo designa al sujeto trascendental, y no revela ninguna propiedad del sujeto empírico: en tanto que puede ser aplicada a cualquier sujeto pensante, la expresión Yo permanece “enteramente vacía de contenido”.106 Críticas al “kantismo de hecho” en la fenomenología de Husserl Si seguimos la distinción trazada por Erdmann,107 podemos entender que las dos deducciones presentadas por Kant en la KrV responden a distintas preguntas. La deducción metafísica, por un lado, estaría respondiendo al “quid facti?” diciendo cuáles son, de hecho, los conceptos a priori; mientras que la deducción trascendental, en cambio, respondería a la pregunta por el “quid juris?”, esto es, con qué derecho me valgo de aquellos conceptos. Teniendo a la vista esta distinción, notemos que Sartre adjudica a sus antecesores lo que podemos denominar un “error categorial”108: haber forzado el pensamiento de Kant, convirtiendo el problema de derecho de la Crítica (question de droit) en una constatación factual.Citamos: “Como el problema de la crítica es un problema de derecho, Kant no 105 KrV, B 408 106 KrV, A 355 107 Erdmann, J.E., Versuch einer wissenschaftlichen Darstellung der Geschichte der neueren Philosophie, vol. V, p.71. Cit. por Torretti, Op.Cit., p.387 108 Tomamos esta expresión evocando la falacia detectada por G. Ryle en su libro El concepto de lo mental [1949], Barcelona, Paidós, 2005. afirma nada sobre la existencia de hecho del Yo pienso. Por el contrario, parece haber visto muy bien que había momentos de conciencia sin ‘Yo’, puesto que dice: ‘debe poder acompañar’.”109 Como señalamos anteriormente, Kant intenta poner de relieve la posibilidad permanente que acompaña a toda representación, negando que el Yo pienso brinde algún tipo de conocimiento empírico sobre el yo concreto. Para Sartre, la filosofía de su época sucumbe a una tendencia peligrosa: intenta realizar (réaliser) las condiciones de posibilidad presentadas por Kant. Pero esto es juzgar sobre un hecho, y no sobre un derecho; consecuentemente, según Sartre, es tergiversar la filosofía kantiana. “Le Je Pense kantien est une condition de possibilité. Le Cogito de Descartes et de Husserl est une constatation de fait.”110 En efecto, la fenomenología de Husserl, en su etapa trascendental (posterior a 1903, formulada sistemáticamente en Ideas I111) examina un Yo que efectivamente habita (habite) la conciencia (Bewusstsein). En la fenomenología husserliana: “El ‘ego puro’ o yo trascendental, (…) a diferencia del kantiano, no es sólo una condición formal del conocimiento, sino una condición del significado del mundo mismo en cuanto fenómeno.”112 A su vez, como indica Sartre, la conciencia trascendental de Husserl ya no es el conjunto de condiciones lógicas necesarias para que exista una conciencia empírica: la conciencia husserliana es un hecho absoluto, accesible a cada quien.113 Como destacaba 109 LTE, p.14. Salvo cuando citamos en el idioma original, en todos los demás casos tomamos la traducción de la edición española e indicamos entre paréntesis la página de dicha edición (p.32) 110 Sartre, LTE, p. 26. 111 El giro trascendental coincide con el alejamiento de Husserl respecto de la psicología descriptiva de sus maestros Brentano y Stumpf. Cfr. Moran, Introducción a la fenomenología, Barcelona, Anthropos, 2011. pp.122-123 y 132-135. 112 Álvarez, E. “La cuestión del sujeto en la fenomenología de Husserl” en Investigaciones fenomenológicas, Sociedad Española de Fenomenología, n.8, 2011, pp. 101-158. p.105. 113 Sartre, LTE, p.18 Lyotard: “no es una conciencia concebida lógicamente, sino una conciencia actual.”114 Sartre presenta dos argumentos en contra de la existencia factual del Yo trascendental: el primero apelará a su superfluidad; el segundo, a su nocividad. En primer lugar, Sartre afirma que el supuesto del Yo unificador es innecesario para una filosofía de tipo fenomenológico. La fenomenología define a la conciencia por su intencionalidad, y es esta intencionalidad la que garantiza su unicidad. En efecto, la conciencia se encuentra completamente fuera de sí, entregada a los objetos, y obtiene de ellos una unidad que no es subjetiva sino real. “La unidad de las mil conciencias activas por las que he sumado, sumo y sumaré dos y dos para reunir cuatro, es el objeto trascendente ‘dos y dos son cuatro’.”115 Para Sartre, entender 2+2 = 4 como el contenido de una representación obliga a los neokantianos y sus “filosofías alimentarias” o “digestivas” –donde las conciencias asimilan las representaciones116– a apelar a un principio subjetivo-trascendental de unificación. Husserl, en cambio, no necesitaría de dicho principio, en tanto que “el objeto es trascendente a las conciencias que lo captan, y es en él donde se encuentra la unidad de ellas.”117 El mismo Husserl reconoce en Ideas: “La intencionalidad es lo que caracteriza la conciencia en su pleno sentido y lo que autoriza para designar a la vez la corriente entera de las vivencias como corriente de conciencia y como unidad de una conciencia”.118 Respecto de esta unificación de la conciencia, Sartre indica que la conciencia no necesita más que de sí misma para efectuar dicha síntesis. La conciencia, en efecto, se unifica a sí misma en el tiempo, sin apelar al poder de un Yo, tal como demuestra Husserl 114 Lyotard, Op.Cit., p.16 115 Sartre, LTE, p. 22 (p.38) 116 Sartre, “Una idea fundamental de la fenomenología de Husserl: la intencionalidad”, en Situaciones I. El hombre y las cosas, Buenos Aires, Losada, 1960. p.26 117 Sartre, LTE, p.22 118 Ideas I, §84 en sus lecciones sobre la conciencia interna del tiempo: “Es la conciencia la que se unifica a sí misma, y lo hace concretamente, valiéndose de un juego de intencionalidades “transversales”, que son retenciones concretas y reales de las conciencias pasadas.”119 En efecto, en las lecciones editadas por Heidegger y Edith Stein bajo el título de Fenomenología de la conciencia del tiempo inmanente (1928), Husserl afirmaba: […] Cuando una corriente conclusa (perteneciente a un suceso u objeto duraderos) ha transcurrido, puedo volver la mirada sobre ella; parece que forma una unidad en el recuerdo. Por consiguiente, también la corriente conciencial se constituye en la conciencia manifiestamente como unidad. (…) Por chocante (y hasta absurdo, en principio) que parezca que la corriente conciencial constituye su propia unidad, sin embargo es así…120 Respecto de la individualidad de la conciencia, Sartre retoma los argumentos espinozianos sobre la infinitud de la substancia121: aquello que es absoluto no puede ser limitado más que por sí mismo. Y la conciencia, en efecto, es absoluta.122 Esto nos conduce al segundo argumento que Sartre presenta contra el Yo trascendental husserliano; argumento que ya no remite al carácter superfluo, sino nocivo del supuesto. Sartre afirma: “Le Je transcendantal, c’est la mort de la conscience.”123 En efecto, el Yo pondría en jaque dos características fundamentales de la conciencia, tal como ésta es definida por la fenomenología. Por un lado, se anularía su absolutez, en tanto que la conciencia sería limitada por algo distinto que ella misma: el “yo”. Por otro lado, introducir un contenido egológico en la conciencia enturbiaría su transparencia, estropeando su carácter vacío y su intención (intendit, el hecho de estallar hacia los 119 Sartre, LTE, p.22 120 Husserl, Fenomenología de la conciencia del tiempo inmanente, trad. Otto Langfelder, Buenos Aires, Nova, 1959. §39. 121 Cfr. Spinoza, Ética, 1 Proposición VIII. 122 Se trata de un “absoluto no-substancial”. 123 Sartre, LTE, p.23. “El Yo trascendental es la muerte de la conciencia.” (p.40) objetos trascendentes124). El Yo aparecería como un punto de opacidad innecesario y perjudicial para una fenomenología consistente. 124 Cfr. Sartre, “Una idea fundamental de la fenomenología de Husserl…”, pp.26-27. 3. Hacia una fenomenología no-egológica “Por tanto, se sigue que el pensamiento sólo descubre la identidad personal cuando, al reflexionar sobre la serie de percepciones pasadas que componen una mente, las ideas de esas percepciones son sentidas como mutuamente conectadas (…) Por extraordinaria que pueda parecer esta conclusión, no tiene por qué sorprendernos. La mayoría de los filósofos parece inclinarse a pensar que la identidad personal surge de la conciencia, no siendo ésta sino un pensamiento o percepción refleja.” Hume, Treatise of Human Nature, Apéndice. Inscribiéndose en una línea humeano-husserliana, Sartre redefine al yo como un producto derivado de la conciencia reflexiva (conciencia de segundo grado). Para Sartre, la conciencia es impersonal. En un primer nivel –pre-personal,
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