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MÓDULO I: Ley ESI y experiencias escolares Integrantes: ● Paula Gómez ● Noelia Morales ● Julieta Gerolli ● Maribel Perafán A partir de noticias periodísticas analizar casos recientes en relación con la implementación o no de la ESI en las escuelas Noticia seleccionada: En un colegio secundario Mundos íntimos. Soy docente de educación sexual: me llegan dudas de chicas embarazadas, estudiantes trans y preguntas íntimas Saber escuchar. Temas de acoso o de violencia familiar también resultan usuales. Es positivo que haya un espacio para hablar aquello que se calla, se oculta o que los adolescentes no saben dónde consultar. 12/09/2020 - 7:46 Clarín.com Sociedad Año 1990. Estoy en quinto año del secundario en un colegio de monjas. Con mis amigas, aprovechamos las horas libres para amontonarnos alrededor del asiento de una que ya tuvo relaciones y que nos da detalles que, de otro modo, no sabríamos. A los pocos meses otra del grupo empieza a “hacerlo” con su novio. También nos cuenta los detalles. Una de ellas parece vivirlo con más alegría y naturalidad y la otra con algo más parecido a la culpa. Imposible saber si hay más gente que lo vive con naturalidad o si son más quienes lo viven con culpa. En todo caso, ¿habría que vivirlo con culpa? También es imposible saber si hay una única manera de experimentar la práctica sexual o varias. No tengo manera de sacarme todas las dudas sobre sexualidad que rondan en mi cabeza adolescente. Por lo menos, no en el colegio. En los cinco años de escuela solo nos enseñaron que para tener sexo hay que esperar hasta el matrimonio, que a las mujeres “nos viene” cada veintiocho días y que en la adolescencia se desarrollan los caracteres sexuales secundarios. Año 2010. La vocación me llegó tarde. O, en realidad, me hice cargo tarde. Estudié Licenciatura en Psicopedagogía, Producción y dirección de video y televisión y, finalmente, me rendí a lo que creo que siempre había estado latente, e hice el profesorado de inglés. Justamente, estoy enseñando las conjugaciones del verb to be cuando una alumna de catorce años levanta la mano y dispara: “Profe, cuando se practica sexo anal, ¿el pene sale sucio?” Esa fue la primera pregunta relacionada con la Educación Sexual Integral que me hicieron. Fue absolutamente inesperada y fuera de contexto, pero la respondí. Por experiencia propia, sabía que si no respondía con seriedad, información y sin escandalizarme, ella y sus compañeras y compañeros de curso, iban a buscar la respuesta a esa inquietud y a muchas otras en internet o entre sus pares. Ninguna de las dos opciones me parecía confiable. Por otro lado, contestar esa pregunta, disruptiva, me permitió abrir otros temas, tales como el cuidado del cuerpo, el consentimiento, la autonomía en la toma de decisiones y otras cuestiones abordadas por la completísima Ley 26.150. Si ser docente ya de por sí representa una aventura y un desafío, dedicarse a la Educación Sexual Integral (ESI), que es una de mis funciones en la secundaria pública de Balvanera en la que trabajo desde hace trece años, abre un abanico inimaginable de situaciones y emociones de todo tipo. Entré a la escuela con unas pocas horas como profesora de inglés. Más tarde llegó la tutoría de primer año. Luego surgió la necesidad de formarme en ESI y, a partir de allí, la tarea de referente escolar de esa temática. La primera situación que me impactó con fuerza fue la de una alumna de quince años que me contó que su padrastro le repetía una y mil veces que estaba enamorado de ella y que ella ya no sabía qué hacer para que la dejara en paz. Parece que este señor, que le llevaba veinte años, era tan obvio en sus actitudes abusivas que la madre de mi alumna se había dado cuenta y, entonces, para evitar problemas, había decidido pedirle a su hija que se fuera a vivir a la casa de otro familiar. Esta vivienda quedaba cerca de la casa en la cual vivían la madre de mi alumna y su pareja, con lo cual él seguía acosándola, aunque no compartieran techo. En otra ocasión, otra alumna, también menor de edad, me preguntó si tenía un ratito libre para que habláramos a solas porque necesitaba contarme algo. Fuimos a la biblioteca, para poder charlar sin interrupciones, y ahí me confesó que le había sacado plata a la madre para que su novio, que era adicto, pudiera comprarse drogas. Los detalles del relato eran tan estremecedores, que yo temblaba por dentro, mientras por fuera ponía cara de póker, tal como me habían enseñado en la facultad cuando estudiaba Psicopedagogía. No juzgar, no escandalizarse, no manifestar nada que pudiera interrumpir el relato o hacer que la persona se sintiera intimidada para hablar con libertad. Cuando terminamos, acompañé a la alumna de regreso a su clase, pasé por el aula donde estaba el compañero de trabajo con el que más confianza tenía en ese momento, le pregunté si podía salir un minuto, me apoyé en su hombro y me largué a llorar. En mi época de estudiante, el temor más grande que teníamos todas ante un eventual embarazo era la posibilidad bastante cierta de ser expulsadas del colegio y de no poder terminar los estudios. Muchos años después, luego de profundos cambios en la sociedad, ser docente ESI me brinda, entre otras cosas, la posibilidad de acompañar a mis alumnas y alumnos con hijos hasta que tengan su título secundario. En una de las situaciones de embarazo que me tocó seguir, junto a una colega citamos a la mamá de una alumna de 15 años que estaba de muy poquitas semanas, para que pudiera darle la noticia en el colegio. Sabíamos que la madre solía castigarla físicamente y temíamos por lo que pudiera pasar si se lo contaba sola en la casa. Recibimos a la señora y, preparando el terreno, le dijimos que a veces en la vida hay cosas que quizás no son las que queremos que sucedan pero que, simplemente, ocurren. Ella no abría la boca, ni hacía un mínimo gesto, ni nada. En ese clima, la hija le contó cuál era su situación. La mujer siguió mirándonos a las tres, sin mover un solo músculo de la cara ni emitir palabra. Ante esa reacción que, de todas, era la única que no habíamos previsto, le pedimos a nuestra alumna que regresara al curso, así nosotras podíamos quedarnos charlando con su mamá. Con delicadeza nos turnábamos para preguntarle qué sentía, cómo estaba, cómo le había caído la novedad... Ella permanecía en silencio total. Después de unos minutos que se hicieron eternos, nos dijo que sólo iba a seguir alimentando a su hija, no al bebé por nacer. Con mi compañera pensamos que al avanzar el embarazo cambiaría de idea y aceptaría la situación. De hecho, los meses siguientes acompañó a su hija a todos los controles. Todo parecía haberse encaminado. Sin embargo, un veintiséis de enero, en plenas vacaciones, mi alumna me llamó por teléfono para avisarme que le estaban dando el alta luego de haber dado a luz y que la madre no la dejaba regresar a su casa. Ella no sabía qué hacer. Yo tampoco. Mientras le decía que ya íbamos a encontrar una solución, que me diera un rato para ver de qué manera podíamos resolverlo, se me cruzaba una y otra vez la idea de darle alojamiento en mi casa. Sabía que no correspondía y que tenía que haber otra forma de resolverlo, pero al mismo tiempo, me desesperaba no poder ayudarla. Finalmente, intervino la guardia de abogados y la mandaron a vivir a un hogar para madres menores de dieciocho años a muchos kilómetros de CABA. No solo dejó de ser alumna de nuestro colegio, sino que por largos meses en ese lugar ni siquiera nos permitieron hablar con ella. Cuando llegó a la mayoría de edad, ya no la dejaron seguir en el hogar. En ese tiempo, a partir de algún contacto esporádico, había podido recomponer un poco el vínculo con su mamá, que entonces le permitió volver a su casa. Como todavía le faltaba un año para recibirse, se inscribió en la escuela nocturnaque funciona en el mismo edificio que nuestra escuela, donde finalmente obtuvo su título. Su tenacidad y fortaleza fueron la clave para poder cumplir con el objetivo que me contó que tenía apenas nos conocimos: terminar el secundario. Así como algunas situaciones se resuelven de un modo que dista mucho de ser el ideal, dejando un sabor agridulce, otras se desarrollan con fluidez, aún a pesar de su complejidad. En primer año había sido profesora de inglés y tutora de una alumna a la que la mayor parte de las veces notaba triste y apagada. Terminado ese ciclo lectivo, dejamos de compartir el aula, pero seguíamos saludándonos en los recreos e intercambiando algunas palabras sobre cuestiones escolares y sobre sus estados de ánimo. Con el correr de los meses, iba viendo cambios notorios en su forma de vestir y en su corte de pelo. Lo que no variaba era su mirada triste. En un momento leí un hilo en Twitter que comenzaba con estas palabras: “Me viene naciendo un hijo de doce años en el lugar exacto en el que antes estuvo doce años mi hija”. Ese relato me conmovió y, al mismo tiempo, me abrió los ojos. Me parecía que algo del orden de su identidad de género podía estar sucediéndole a quien había sido mi alumna. No me animaba a hablarle porque temía ser invasiva, pero me preocupaba que pudiera estar atravesando en soledad un proceso tan profundo. Un día le propuse charlar y le pregunté qué había estado pasando en su interior durante el año y pico en que no habíamos compartido aula. Me dijo que no le gustaba ser quien era, que sentía incomodidad con su cuerpo, que no se identificaba con el nombre que le habían puesto al nacer y que desde hacía mucho tenía elegidos no uno, sino dos nombres de varón. Hasta ese momento no había hablado del tema con nadie. Tanto silencio y soledad mientras por dentro el mundo se le daba vuelta… A partir de ahí, empezamos a pensar cómo abriríamos el tema en el colegio, con autoridades, compañeras y compañeros de curso, preceptores y docentes. También evaluamos cuál sería la mejor manera para que pudiera decírselo a su familia. En el colegio, primero armamos una red amigable, reducida pero muy confiable. Novia, mejor amiga, rector, vicerrectora, una extutora y una profe copada. En el marco de un taller de género, con la Ley 26.743 en la mano y con muchos nervios, contó quién era realmente y cómo quería que se lo llamara a partir de ese momento. Valentía, coraje, orgullo, admiración fueron algunas de las palabras del resto del curso hacia él. Cuando terminó de hablar, la preceptora, conmovida y por iniciativa propia, cambió inmediatamente el nombre en el listado de estudiantes. En el colegio estaba todo bien, pero todavía faltaba que pudiera hablar con su familia. Una vez que lo hizo, invitamos a su mamá a charlar al colegio, para ver si ella necesitaba algún tipo de orientación o, quizás, de contención. Yo me había puesto en contacto con Mauro, el autor del hilo de Twitter, para que junto a su grupo familiar me dieran algunas pautas sobre cómo acompañar correctamente este proceso. Esa información también fue útil y valiosa para la mamá de nuestro alumno. Por su parte, el Ministerio Público Tutelar nos orientó en todo el recorrido legal que se necesitaba hacer y en diciembre del año pasado, pudo recibir su título secundario con los nombres elegidos por él mismo. En ese momento, como en otros a lo largo de este acompañamiento, fue imposible contener las lágrimas. Cada historia de esas que calan hondo y dejan huella, suele empezar con un “Profe, ¿podemos hablar?”. Noviazgos violentos, embarazos no intencionales, padrastros, tíos, abuelos, cuñados o vecinos que impune y asquerosamente se creen dueños de los cuerpos de chicas de quince años. No son pocos los alumnos varones que se acercan, para contar las veces que tuvieron que interponerse frente a su padre o padrastro y así impedir que los golpes lleguen a sus madres. Algunas de las vivencias de estos estudiantes son tan tremendas que, mientras las escucho, pienso que no puede haber otra peor. Sin embargo, siempre aparece un relato más doloroso. Una de las cosas más gratificantes de este rol es cuando, después de algunos años, vuelven a contactarse estudiantes ya egresados que se ven en alguna situación complicada, o que tienen dudas con algo relacionado a su salud sexual: “Profe, yo terminé el cole hace mucho; no sé si se acordará de mí… Quería preguntarle algo…” Entonces pienso en todo aquello de lo que no podíamos hablar en mi época de estudiante y sonrío. “Claro que me acuerdo. Contame.” Nerina Maqueira es psicopedagoga, profesora de inglés y docente formada en Educación Sexual Integral. Da clases en el Colegio 5, “Bartolomé Mitre”, en el barrio de Balvanera. Porteñísima, pero con la mitad del corazón en Comodoro Rivadavia, donde pasó todos los veranos de su infancia. Escribe diarios íntimos desde los ocho años. Fanática de San Lorenzo, disfruta la ceremonia de ir a la cancha con su hermano. No concibe un asado sin choripan ni un postre sin chocolate. Le cuesta encontrar momentos de ocio y, si los encuentra, no los disfruta demasiado. La mezcla de sangre italiana y libanesa genera cierta efervescencia. De lágrima fácil, ansiosa e impaciente, considera que sus estudiantes conocen su mejor versión. Entrevista realizada a Nerina Maqueira. Publicada el 12/09/2020 en el periódico “Clarín”, sección “Sociedad” – “Mundos íntimos”. Provincia de Buenos Aires. Extraída el 23/09/2020 a las 12:35 hs. https://www.clarin.com/sociedad/mundos-intimos-docente-educacion-sexual-llegan-dudas- chicas-embarazadas-estudiantes-trans-preguntas-intimas_0_x5Mus5EnS.html https://www.clarin.com/sociedad/mundos-intimos-docente-educacion-sexual-llegan-dudas-chicas-embarazadas-estudiantes-trans-preguntas-intimas_0_x5Mus5EnS.html https://www.clarin.com/sociedad/mundos-intimos-docente-educacion-sexual-llegan-dudas-chicas-embarazadas-estudiantes-trans-preguntas-intimas_0_x5Mus5EnS.html Primeramente, en la elección de la noticia primó su cualidad. Se trata del relato de una docente respecto a su vínculo con la ESI. La protagonista narra desde la instrucción que recibió ella en su adolescencia hasta la evolución que ha transitado en su capacitación como referente escolar de ESI. El otro aspecto que despertó nuestro interés, es que este relato va acompañado de anécdotas que evidencian situaciones de ESI y que nos ofrecen ejemplos claros de su aplicación en las escuelas. Nerina Maqueira, menciona la primera vez que fue interpelada en las aulas. Una de sus estudiantes realiza una pregunta disruptiva que la tomó desprevenida. A causa de esta situación la docente reflexiona sobre la importancia de que el estudiantado sacie sus dudas en la escuela y no en otros contextos donde la información no esté mediada por gente capacitada. Esto la hizo pensar en la necesidad de la ESI y de su formación como docente en estos temas. Luego, se relatan dos anécdotas sumamente ricas porque ejemplifican situaciones de ESI y su abordaje desde la escuela. Se trata de un embarazo adolescente y de una persona trans. En el primer caso, Nerina acota que la solución del mismo la disgustó. Dejando en evidencia las limitaciones que el personal docente posee para auxiliar a estudiantes en situación de vulnerabilidad. El segundo caso, evidencia la importancia de que las prácticas de ESI cuenten con un acompañamiento colectivo que incluya la interrelación de los distintos agentes: estudiantes, familia e instituciones. Sin lugar a duda, consideramos que estas situaciones se dan debido a la falta de ESI en las escuelas. Sumado a que los/as/les docentes tenemos aún poca capacitación en este campo. Claro que en dicho proceso también toma protagonismo la sociedad en la que estamos inmersas, que evidencia la necesidad de un cambio cultural, que si bien se viene dando, necesita aún de un golpe de horno paraque leyes como la ESI puedan desplegar todo su caudal transformador. Llegar a las familias y transformarlas en espacios de acompañamiento es un desafío arduo también que afrontan las instituciones. Muchas de ellas se encuentran desinformadas o son ámbitos hostiles para la niñez y la adolescencia. Creemos que esta realidad se puede transformar en la medida de que la ESI se expanda y llegue a más personas. Se trata de un cambio de mentalidad colectiva, por eso mismo, consideramos que es un proceso lento. Donde la transformación significativa se dará en la medida de que el Estado asuma su deber de garantizar y efectivizar la ESI a todas las personas que transitan por el sistema educativo nacional. No basta solo con una ley o el trabajo de las instituciones educativas, sino que se necesita de políticas públicas que acompañen una efectiva puesta en marcha de estos elementos legislativos para transformar la sociedad en su totalidad y llegar a todos los órganos que la componen. Además es necesario el compromiso de todos/as/es para poder concretar la ESI como derecho inalienable. Lamentablemente, observamos que personas e instituciones se resisten a este cambio, generando obstáculos en la aplicación de dicha ley. Asimismo advertimos que aunque hay gran variedad de material nacional o internacional para aplicar la ESI en las escuelas, se cruza con la contradicción de falta de capacitación para poder abordarla. El cómo, es amplio para pensarlo, por lo que acordamos la necesidad fortalecer algunos aspectos y realizar cambios, entre ellos aparecieron: ● Es menester la capacitación docente para poder aplicar la diversidad de materiales circulantes, ya que somos nosotras (en cierta medida) el canal de la ESI hacia los/las/es estudiantes. La aplicación de la misma puede ejercer gran influencia en ellos/as/es, con el riesgo de que sea recepcionada negativamente. ● El Estado es un actor fundamental para poder garantizar este derecho en todas las instituciones educativas tanto del ámbito privado como estatal. Por lo tanto, debe informar a las familias para que puedan comprender mejor sobre qué trata la ESI, romper con los “mitos” (adoctrinamiento, imposición de ideas, etc.). Como demuestra esta nota periodística, la ESI permite la distinción de abusos a temprana edad, la aceptación del cuerpo a nivel emocional y psicológico, la inclusión, entre otros tantos beneficios para nuestra sociedad. ● Creemos de suma importancia el trabajo colaborativo y sostenido de todos los agentes de la educación: docentes, estudiantes, gabinetes psicopedagógicos, directivos/as/es, preceptores/as, familia, etc. ● Y sobre todo, que se brinde de manera continua y transversal, más allá de los espacios específicos. Para terminar, podemos decir que si bien encontramos otros artículos interesantes, en particular este relato nos interpela desde distintas perspectivas y por eso nos decidimos por él. Tanto porque en momentos nos sentimos aquellos/as/es estudiantes asustados/as/es e inquietos/as/es, llenos/as/es de dudas e incertidumbres; como así también porque podemos ser nosotras las que atravesemos situaciones donde seamos la docente Nerina. De manera que abrió cancha para traer al debate recuerdos de nuestra infancia y adolescencia, y realizar un análisis de las prácticas de educación sexual recibidas. Coincidimos en que fue abordada sólo desde el aspecto biológico y cuestionamos si se tenían en cuenta las emociones o sentimientos, si esta información nos llegó completa, si eran docentes o empresas quienes otorgaban dicha información y si venían a comunicarse con nosotros/as/es de manera afable o prejuzgando. Al realizar este recorrido por nuestra biografía escolar, pudimos observar la influencia de la práctica docente en la educación sexual ya que, aparecieron dos ejemplos significativos en nuestra experiencia: el primero se trata de una docente que atribuyó una carga intensa a la apreciación de la maternidad y una visión peyorativa respecto al aborto; el otro ejemplo, es el de una docente a favor de la pastilla como método anticonceptivo y de evitar la maternidad. Casos ilustrativos de posturas opuestas, nos hace pensar en la importancia de aplicar la ESI de manera correcta, respetando la diversidad y evitando cargas morales. Luego, observamos que todas transitamos un proceso de capacitación y reconstrucción de valores éticos, sociales, afectivos, entre otros aspectos, implicados en la ESI. Y que nosotras mismas hemos recibido una educación nula o escasa al respecto; tanto en nuestra experiencia en la secundaria como en nuestra formación docente. Juzgamos lamentable que el estado no efectivice la capacitación docente, el material y tiempo adecuado. Herramientas indispensables para que la ESI sea realmente un derecho cumplido. Concluimos así, en considerar esta ley como algo realmente importante para la niñez, adolescencia y juventud, derecho que debe ser concretado. Convencidas en este ideal es que hemos decidido participar de este curso. Para armarnos de herramientas y contribuir en el cambio.
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