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Los países de colores - Micaela Arévalo

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“Los países de colores” es un cuento sobre Tobías Theodore, un joven que, según las gafas que utilice, ve la realidad de diferentes colores, como si se tratara de una visita a nuevos países. Cada una de las tonalidades es utilizada de forma simbólica, ya que cada una de ellas genera una reacción particular en el muchacho, pero su causa no es explicitada por el autor: se encuentra en la esencia misma del color.
Tobías, apodado como Tommy, se sienta en el prado a observar lo que le rodea, pero solo encuentra aburrimiento: el azul del cielo es vacuo, la paja amarilla le parece mortecina y las flores rojas lo irritan. Sin embargo, un sujeto extraño se acerca a él. Sin demora, le ofrece sus gafas para animarlo. Tommy, con curiosidad, mira a través de ellas y piensa que “había algo raro y peculiar en la decoloración de todo lo que le rodeaba: las rosas negras y la pared blanca azul, y la hierba de un verde azulado como las plumas de un pavo real” (Chesterton, 2007, p 29). Luego procede a quitárselas, desconcertado.
Es preciso destacar la alusión a un paisaje descolorido. En palabras de Chevalier (1995), “el azul es el más profundo de los colores: en él, la mirada se hunde sin encontrar obstáculo y se pierde en lo indefinido, como delante de una perpetua evasión del color” (p. 392). También son relevantes los sentimientos que experimenta Tommy ante el predominio del azul: la extrañeza, la confusión. Pueden atribuirse a sus cualidades fundamentales: la frialdad, la inmaterialidad. Los objetos azules se desvanecen en el azul, son transparentes, vacíos (Chevalier, 1995). Así, el personaje se encuentra inmerso en una realidad desdibujada, ligera.
Posteriormente, el desconocido le propone utilizar unos lentes rojos, que causan una impresión distinta a la anterior: 
Tommy se probó las gafas y se vio sobrecogido por el efecto; parecía como si todo el mundo estuviera en llamas. El cielo era de un morado resplandeciente o más bien ardiente y las rosas más que rojas parecían al rojo vivo. Se quitó las gafas casi alarmado. (Chesterton, 2007, p. 19)
Es evidente que el rojo es asociado con elementos contradictorios: el fuego, la sangre, el corazón y la pasión. Denota virtudes y vicios (Chevalier, 1995). Como consecuencia, se produce una visión ambivalente e intensa, de fascinación y temor. En el cuento se lo caracteriza incluso de formas opuestas: “Algunas personas llaman a esto mirar a través de unas gafas con los cristales pintados de rosa. Otros lo llaman verlo todo rojo” (Chesterton, 2007, p. 19). Es el color del amor, pero también de la furia. Además, el narrador le atribuye la cualidad de revolucionario, ya que es “el color guerrero por excelencia” (Chevalier, 1995, p. 2157)
Finalmente, Tommy conoce otros dos países, pero a través de las experiencias que narra su interlocutor. El mismo lo describe así: 
Sentí que estaba cruzando sobre mares y prados con los colores de un pavo real y que el mundo se iba volviendo verde hasta que supe que estaba en el País Verde. Podrías pensar que allí las cosas estarían más tranquilas, y así era, hasta cierto punto. El punto llegó cuando conocí al celebrado Hombre Verde, cuyo nombre ha sido adoptado por numerosas y excelentes tabernas. Y luego también resulta que siempre hay ciertas limitaciones en los trabajos y oficios de aquellos preciosos y armoniosos paisajes. ¿Alguna vez has visto un país en donde todos sus habitantes fueran verduleros? (Chevalier, 2007, p. 22)
En el fragmento seleccionado, se observa claramente una perspectiva más positiva, en contraste con los colores antes descritos. En palabras de Chevalier (1995): “Equidistante del azul celeste y del rojo infernal, ambos absolutos e inaccesibles, el verde, valor medio, mediatriz entre el calor y el frío, es un color tranquilizador, refrescante, humano” (p. 2565). Por su tibieza, genera la paz que el personaje menciona. Además, es preciso destacar su asociación al mundo vegetal. Con la primavera, el mundo se reviste de verde y la tierra vuelve a producir vida (Chevalier, 1995). Así, el narrador resalta la armonía de los paisajes y la abundancia de frutos, reflejada en el exceso de comerciantes.
Finalmente, el desconocido cuenta sus vivencias en el País Amarillo:
Al principio me pareció espléndido; una escena radiante de girasoles y coronas de oro; pero pronto descubrí que estaba prácticamente abarrotada de Fiebre Amarilla y de Prensa Amarilla obsesionada con el Peligro Amarillo. De los tres, mis preferencias se decantaban por la Fiebre Amarilla; pero ni siquiera de ella conseguí extraer paz o felicidad. (Chevalier, 2007, p. 22)
Nuevamente, encontramos un color con una marcada dualidad. Pueden distinguirse dos amarillos: el primero, asociado a la estridencia, el ardor y el poderío, el color de los dioses. Y el segundo, más terreno, relacionado con la declinación y la perversión de las virtudes (Chevalier, 1995). A partir de esta distinción, es posible comprender los momentos que experimenta el personaje: un primer deslumbramiento y una posterior infelicidad, al descubrir que detrás del esplendor hay enfermedad, mentiras y peligro.

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