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Staff 
MODERADORAS 
Max Escritora Solitaria, Soleria, Perpi27, Mlle. Janusa & MarMar 
 
 
 TRADUCTORAS 
 
CORRECTORAS 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 LECTURA FINAL 
 Juli 
 
 DISEÑO 
 Hanna Marl 
Max Escritora Solitaria 
Soleria 
Juli 
Amy 
Deeydra Ann' 
♥...Luisa...♥ 
Lucia A. 
Danny_McFly 
Annabelle 
Akires 
Nats 
Vanessa Villegas 
Munieca 
Melii 
Nats 
KatieGee 
Deydra Ann 
Paoo 
Zafiro 
Vericity 
Mrs. Styles♥ 
Ladypandora 
Daemon03 
Tamis11 
moni.music 
Elle 
Violet~ 
Juli 
Gely Meteor 
βelle ❤ 
Monikgv 
Mel Cipriano 
Macasolci 
Lunnanotte 
Jo 
Kass 
Perpi27 
Mlle. Janusa 
MarMar 
AariS 
Marie.Ang 
CrisCras 
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Índice
Sinopsis 
Prólogo 
Capítulo 1 
Capítulo 2 
Capítulo 3 
Capítulo 4 
Capítulo 5 
Capítulo 6 
Capítulo 7 
Capítulo 8 
Capítulo 9 
Capítulo 10 
Capítulo 11 
Capítulo 12 
Capítulo 13 
Capítulo 14 
Capítulo 15 
Capítulo 16 
Capítulo 17 
Capítulo 18 
Capítulo 19 
Capítulo 20 
Capítulo 21 
Capítulo 22 
Capítulo 23 
Capítulo 24 
Capítulo 25 
Capítulo 26 
Capítulo 27 
Capítulo 28 
Capítulo 29 
Capítulo 30 
Capítulo 31 
Capítulo 32 
Capítulo 33 
Capítulo 34 
Capítulo 35 
Capítulo 36 
Capítulo 37 
Capítulo 38 
Capítulo 39 
Capítulo 40 
Capítulo 41 
Capítulo 42 
Capítulo 43 
Capítulo 44 
Capítulo 45 
Capítulo 46 
Agradecimientos 
Sobre el Autor
 
 
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Sinopsis 
 
na intensa mirada a las reglas de atracción de secundaria 
—y el precio que se paga por ellas. 
Sucede cada año. Se da a conocer una lista, una chica de 
cada grado es elegida como la más bonita, y otra es elegida como la 
más fea. Nadie sabe quién hace la lista. Casi no importa. El daño está 
hecho en el minuto que se sube. 
Esta es la historia de ocho chicas, primer año a último, "bonita" y 
"fea". Y también es la historia de cómo nos vemos a nosotros mismos, y 
cómo otras personas nos ven a nosotros y la enredada conexión de los 
dos. 
 
 
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Para mami, por un millón de razones. 
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Prólogo 
"La percepción de la belleza es una prueba moral." 
- HENRY DAVID THOREAU 
 
 
Traducido por MarMar 
Corregido por Melii 
 
esde que todo el mundo tiene memoria, los alumnos llegan 
a la secundaria Mount Washington el último lunes de 
septiembre para encontrarse con una lista que nombra a 
la más linda y la más fea de cada grado. 
Este año no será diferente. 
Alrededor de cuatrocientas copias de la lista cuelgan en varios 
lugares de notable importancia. Una se encuentra sobre los urinarios del 
baño de chicos del primer piso, otra cubre el recién anunciado reparto 
de la producción del club de drama para este otoño, “Dinero caído del 
cielo1”, y otra está escondida entre los panfletos sobre violencia en el 
noviazgo y depresión, en la enfermería. La lista se encuentra fija a las 
puertas de las taquillas, deslizada en los cajones de los escritorios, 
engrampada en los tablones de anuncios. 
La esquina inferior derecha de la hoja ha sido adornada por un 
sello estampado, dejando la marca de la secundaria Mount Washington 
representada con un dibujo en líneas—antes de salir a la piscina 
cubierta, el nuevo gimnasio, la nueva ala de ciencias de alta 
tecnología agregada recientemente. Este sello había certificada todos 
los diplomas de graduación antes de haber sido robado de la oficina 
del director hace algunas décadas. 
Actualmente, es una pieza mítica de contrabando usada para 
desalentar a los copiones o competidores. 
 
1 Dinero caído del cielo, musical realizado en el año 198. Arthur Parker, un vendedor de 
partituras musicales, está casado con Joan, aunque su matrimonio no va bien a causa 
de la enfermiza timidez de su mujer. Durante un viaje, Arthur conoce a Ellen, una 
maestra con quien mantiene una relación, pero ocultándole su condición de casado. 
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Nadie sabe realmente quién realiza la lista cada año, o cómo se 
transmite la responsabilidad, pero el secretismo no ha impedido la 
tradición. En todo caso, el anonimato garantizado hace que el fallo 
luzca más absoluto, imparcial, objetivo. 
Y así, con cada lista nueva, las etiquetas que normalmente hacen 
picadillo a las chicas de la secundaria Mount Washington en billones de 
diferentes distinciones, (farsantes, populares, perdedoras, escaladoras 
sociales, atletas, cabezas huecas, niñas buenas, chicas malas, chicas 
femeninas, chicas masculinas, zorras, zorras en el closet, vírgenes 
renacidas, puritanas, sobre-triunfadoras, vagas, drogadictas, 
marginadas, originales, frikis y fenómenos, para nombrar algunos pocos) 
desaparecen. La lista es refrescante en ese aspecto. Esta reduce a la 
población femenina a tres simples grupos. 
Las más lindas. 
Las más feas. 
Y el resto. 
Esta mañana, antes de la campana para la primera clase, cada 
chica en Mount Washington sabrá si su nombre está en la lista o no. 
Las que no lo están, se preguntarán cómo se sentiría estar en ella, 
ya sea bueno o malo. 
Las ocho chicas que sí lo están, no tendrán otra opción. 
 
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Traducido por perpi27 
Corregido por Melii 
 
bby Warner paseó alrededor del árbol de ginkgo, una 
mano a la deriva perezosamente sobre los callos gruesos 
de la corteza. Una brisa a toda prisa en sus piernas 
desnudas, entre el borde de la falda de pana y sus zapatillas de ballet. 
Era prácticamente tiempo de medias, pero Abby evitaba el uso de ellas 
durante el tiempo que puede soportar el frío. O hasta que lo último de 
su verano se desvaneciera tan lejos. Lo que ocurra primero. 
El lugar es conocido como la Isla del estudiante de primer año. Es 
el lugar donde los estudiantes de noveno grado más populares de 
Mount Washington se reúnen en la mañana y después de clases. 
Durante la primavera, casi todo el mundo evita Isla de primer año por el 
olor pútrido de los bulbos de ginkgo naranja pálido que caían en el 
suelo, la expulsión de un gas picante. Era un arreglo, sin embargo, 
porque en la primavera de los estudiantes de primer año estarían 
próximos a ser estudiantes de segundo año, y evitar cualquier cosa que 
pudiera identificarlos como menores. 
Los padres de Abby la habían dejado a ella y a su hermana 
mayor, Fern, lo que se sentía como horas, porque Fern tenía algo del 
club de debate. ¿O es decatlón académico los lunes? Abby bosteza. 
Ella no puede recordar qué era. En cualquier caso, las clases de 
mañanas la succionan, porque Abby tiene que levantarse temprano 
para tener tiempo adicional para ducharse, peinarse y armar algo lindo 
para usar. Ella lo hace todo sin encender la luz, para no despertar a 
Fern, con quien comparte la habitación más grande en la casa Warner. 
Mientras tanto, Fern duerme hasta el último minuto porque no tiene una 
rutina de la mañana de que hablar, además de cepillarse los dientes y 
el rotar a través de los jeans y las camisetas cuadradas. 
Esta mañana, Fern orgullosamente se había puesto una camiseta 
nueva que había comprado en línea. Tenía un escudo adornado 
impreso en el pecho, que proclamaba lealtad a una secta rebelde de 
los guerreros de El Efecto Blix, una serie de novelas de fantasía de la que 
todos los amigos de Fern están obsesionados. Y en el coche, Fern había 
pedido a Abby hacer sus dos trenzas francesas, una a cada lado de la 
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cabeza, como los del personaje femenino principal en El Efecto Blix lleva 
a la batalla. 
Fern sólo quiere que Abby le haga sus dos trenzas francesas, a 
pesar de que Abby puede hacer un nudo o un giro arriba—Abby siente 
que estos dos peinados son mejores, las opciones más sofisticadaspara 
los dieciséis años de edad de su hermana. Pero Abby nunca dice no a 
las solicitudes de Fern, a pesar de que le resulta extraño que Fern quiera 
vestirse de lo que es esencialmente un disfraz, porque las trenzas hacen 
ver mejor la mirada de Fern, o al menos que a ella le importa un poco 
acerca de cómo se ve. 
Los autobuses escolares y los coches empiezan a aparecer. Uno a 
uno, Abby es calentada por los abrazos de sus amigas. Todos ellos 
pasaron el fin de semana enviándose imágenes de ida y vuelta de 
vestidos potenciales la una a la otra para el baile de bienvenida la 
noche del sábado. El vestido de Abby es completamente hermoso —un 
halter de satén negro con un lazo blanco y grande cincha en su 
cintura— está en espera en una tienda en el centro comercial. Su única 
duda es que ninguna de sus amigas estudiantes de primer año parecen 
saber cómo vestirse hasta lo que se supone que debes conseguir para 
los bailes de secundaria que no están de fiesta. 
—¡Ooh Lisa! —dice Abby cuando su mejor amiga, Lisa Honeycutt, 
viene caminando desde el aparcamiento—. ¿Le has mostrado mi 
vestido de Baile de Bienvenida a Bridget? ¿Piensa que es demasiado 
formal? 
Lisa pone un brazo alrededor de Abby y tira de ella en un abrazo. 
—Mi hermana dijo: ¡Que es perfecto! Bonito y divertido, pero no en un 
tipo de tratar-demasiado-duro. 
Abby suspira con alivio por haber recibido la aprobación de 
Bridget. Abby y Lisa son las dos únicas chicas de su grupo de amigas 
que tienen hermanas mayores que también van a Monte Washington. 
No es que Abby y Fern sean como Bridget y Lisa. 
Abby había sido invitada a pasar una semana el verano pasado 
en la casa de vacaciones de Lisa en la playa de Whipple. Gracias a 
Dios, de lo contrario sus vacaciones de verano habrían consistido 
enteramente de acompañar a lo largo de las visitas a universidades de 
Fern. 
Durante esa semana, Abby y Lisa se colaron en la habitación de 
Bridget para mirar alrededor. Metieron sus cabezas en el armario de 
Bridget. Encontraron algunos números de teléfono de muchachos 
ocultos en cajón de los calcetines de Bridget y pusieron sus pulseras en 
sus muñecas. Trataron con todo el maquillaje, el cual fue organizado 
perfectamente encima de la peinadora de mimbre blanco de Bridget. 
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Abby siempre había soñado con tener una peinadora, pero no había 
lugar para una. 
Bridget principalmente quedó solita esa semana, enviando 
mensajes de texto a sus amigos de vuelta a casa y leyendo un montón 
de libros que había traído con ella, sólo fue a la playa con Abby y Lisa 
una vez durante un par de horas. Pero en una noche de lluvia, Bridget 
las hizo pasar un rato con ella en su dormitorio. Planchó sus cabellos con 
la plancha barril grueso y las hizo ver una película cursi de época a los 
pies de su cama mullida. Abby y Lisa preguntaron a Bridget acerca de 
lo que el Monte Washington High era en realidad, y Bridget les dio un 
montón de consejos útiles, francos, que tuvieran cuidado al salir con 
chicos mayores, los chismes sólo con los amigos que confiaran 
completamente y cómo ocultar el olor a alcohol en el aliento a sus 
padres. 
Fern, por su parte, no ofrecía nada más allá de las 
recomendaciones de que los profesores de matemáticas en el Monte 
Washington realmente sabían sus cosas. Y Abby le preguntó más de una 
vez, si Bridget sabía quién era Fern, a pesar del hecho de que las niñas 
estaban en el mismo grado. 
Lisa está a punto de charlar con sus otros amigos cuando Abby se 
inclina y susurra—: ¿Terminaste la tarea de Ciencias de la Tierra? 
Lisa pone una cara ceñuda. —¡Abby, no puedes seguir copiando 
mi tarea! Nunca vas a aprender nada. 
Abby peina su cabello rubio rojizo con los dedos. —Linda ¿Porfa? 
Me acaban demasiado el estudio de vestidos para el baile. Será la 
última vez. —Pone su mano sobre su corazón—. Promesa. 
Lisa suspira, pero entra a la escuela para buscar su casillero. 
Abby dice en voz alta—: ¡Te quiero como una hermana! 
Unos minutos más tarde, Lisa corre hacia el exterior, la cola de 
caballo negro moviéndola salvajemente. —Abby —grita, lo 
suficientemente alto para que todos los estudiantes de primer año en la 
Isla la miren. Lisa corre los últimos metros y agarra a Abby para evitar 
que se caiga—. ¡Eres la chica más guapa de primer año en el Monte 
Washington High! 
Abby parpadea. —¿Soy qué? 
—¡Estás en la lista, tonta! ¡La lista! Mi hermana está en ella, 
también. —Lisa mira a las otras chicas, sus llaves centellean con una 
sonrisa orgullosa—. ¡Bridget quedó nombrada como la chica más 
guapa de la clase junior! 
La mandíbula de Abby se afloja con sorpresa. A pesar de que no 
está segura de lo que Lisa está hablando, es claramente una noticia 
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para sentirse satisfecha. Afortunadamente, uno de sus otras amigas le 
pregunta—: ¿Qué lista? —Y luego todos se vuelven a Lisa por una 
explicación. 
Lisa les explica, Abby asiente a lo largo, fingiendo que no está tan 
perdida como el resto de ellos. Por supuesto que Fern no se había 
molestado en mencionar esta cosa muy importante, al igual que Fern 
no tiene ni idea de que vestidos eran los vestidos adecuados para el 
baile de bienvenida. A veces deseaba que Bridget fuera su hermana. 
Bien. Muchas veces. 
Las amigas de Abby se turnan rebotando alrededor de ella con 
abrazos de felicitación y cada apretón la hace palpitar el corazón un 
poco más rápido. Aunque los chicos de primer año actúan 
desinteresados en su celebración, Abby se da cuenta de su juego de 
hacky está más cerca de donde ella está de pie. 
Sin embargo, todavía no se ha hundido. Hay un montón de chicas 
guapas de primer año en el Monte Washington y Abby es amiga de 
muchas de ellas. ¿Realmente merece estar en la parte superior de la 
cadena? Es un lugar extraño, ajeno a su ser. 
—Lamento que las chicas no fueran seleccionadas —dice Abby 
de repente a todo el mundo y en parte su significado. 
—Por favor —dice Lisa, apuntando a su boca—. ¿Quién va a votar 
por mí como la más guapa con estas vías del ferrocarril que atraviesan 
mi cara? 
—¡Cállate! —grita Abby, golpeando a Lisa—. ¡Eres tan bonita! 
Camino a ser más guapa que yo. —Abby honestamente cree que sí. De 
hecho, ella tiene la suerte de haber estado en la lista este año, ya que 
cuando Lisa finalmente consiga quitarse sus frenos, todas las apuestas se 
apagarán. Lisa es por lo menos cinco centímetros más alta que Abby, 
con el pelo largo y negro que siempre se ve brillante y un pequeño lunar 
pequeño en la parte superior de la mejilla izquierda. Tiene un gran 
cuerpo, con curvas y pechos. En realidad, lo único que no es perfecto 
sobre Lisa son sus frenos. Y sus pies, que son tal vez un poco grandes. 
Pero la gente suele pasar por alto ese tipo de cosas. 
—Eres la peor en tomar cumplidos, Abby —dice Lisa con una 
sonrisa—. Pero esto es en serio enorme. Todo el mundo en la escuela 
sabrá quién eres ahora. 
Abby sonríe. Nunca ha estado tan emocionada acerca de los 
próximos cuatro años, de lo que está en este mismo momento. —Me 
gustaría saber quién me eligió para que yo pudiera darles las gracias. —
La idea de una chica, o tal vez incluso una delegación, otorgando este 
honor a ella es muy emocionante. Ella tiene amigos, las niñas mayores, 
que ni siquiera conoce—. Así que... ¿dónde veo la lista? 
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—Vi una copia en el tablón de anuncios cerca del gimnasio —
dice Lisa—. Pero están en todas partes. 
—¿Crees que yo podría tener una? —Maravillas de Abby. Quiere 
mantener la lista en algún lugar especial. Tal vez en un álbum de 
recortes, o una caja de recuerdos. 
—¡Por supuesto! Vamos a ir a tomar una. 
Las chicas se dan la mano mientras corren a la escuela. 
—Entonces, ¿quién más está en la lista? —pregunta Abby—. 
¿Además de tu hermana y yo? 
—Bueno, la estudiante de primer año más fea es Danielle 
DeMarco. 
Abby se ralentiza. 
—Espera. ¿Lalista da los nombres de las chicas feas también? —
En la excitación, había perdido esa parte. 
—Sí —dice Lisa, tirando de ella—, espera a que lo veas. Quien 
escribió este año pone cosas divertidas debajo de los nombres de 
todos. Al igual que Dan es el hombre. 
Abby no es amiga de Danielle DeMarco, pero estaban en la 
misma clase de gimnasia. Abby había visto a Danielle matarse durante 
la carrera de una milla obligatoria la semana pasada. Era admirable, y 
Abby podría haber probablemente correr más rápido que los diecisiete 
minutos que duró, pero no quería estar sudorosa por el resto del día. Por 
supuesto, ella se siente mal que Danielle haya sido nombrada la más 
fea chica de su clase, pero Danielle parece lo suficientemente fuerte 
como para manejarlo. Y, con suerte, Danielle va a entender que hay 
otras chicas que podrían haber sido nombradas la más fea, también. Al 
igual que en el caso de Abby. Era realmente la suerte del sorteo. 
—¿Qué dijo de mí? 
Lisa baja la cabeza y susurra—: Te felicitó por la superación 
genética. —Antes de soltar una risita avergonzada. 
Fern. 
Abby se muerde el interior de la mejilla y luego le pregunta—: ¿Es 
Fern la más fea de la clase junior? 
—Oh, no —dice Lisa rápidamente—. Es extraño porque es la 
muchacha Sarah Singer, que frunce el ceño en el banco cerca de la 
isla de primer año. 
Abby baja los ojos y asiente despacio. Lisa puede ver su culpa, ya 
que Lisa le da una palmadita en la espalda. 
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—Mira, Abby. No te preocupes por lo genética. No mencionan a 
Fern por su nombre. ¡Apuesto a que mucha gente ni siquiera sabe que 
ustedes dos son hermanas! 
—Tal vez —dice Abby, esperando lo que Lisa dice es verdad. Pero 
incluso si la mayoría de los niños en la escuela no saben que están 
relacionados, sus maestros sí lo hacen. Ha sido una de las peores cosas 
de ir a Mount Washington: ver a sus maestros darse cuenta, después de 
la primera semana o así, que Abby no es tan inteligente como Fern. 
Lisa continúa—: De todos modos, Fern siempre obtiene el 
reconocimiento. Y cada vez que lo hace, eres tan feliz por ella. 
Recuerdo el año pasado, cuando me hiciste sentarme a través de ese 
concurso de tres horas de lectura de poesía latina, Fern compitió en la 
universidad. 
—Eso fue realmente una gran cosa. Fern fue escogida de toda la 
escuela secundaria a recitarlo y ganó un montón de dinero de la beca. 
Lisa pone los ojos. —Cierto, cierto. Me acuerdo. Ahora es tu turno 
para conseguir un poco de atención. 
Abby aprieta la mano de su amiga. Sí, el comentario de genética 
fue un poco malvado. Pero Lisa tiene razón. No es como si Abby lo 
dijera. Y siempre está animando a Fern por su materia académica. Ella 
nunca se quejó de esos despertares de madrugada o de todas las 
visitas a las universidades que habían ido de este verano en vez de unas 
vacaciones. 
No en voz alta, de todos modos. 
Cuando se acercan al gimnasio, Lisa trota unos pasos por delante. 
—Aquí es —anuncia, al tocar el papel con el dedo—. En blanco y 
negro. 
Abby encuentra su nombre en la parte superior de la lista. ¡Su 
nombre! Verlo hace todo más real, se siente más ganadora. Abby es, 
oficialmente, la chica más guapa de su clase de primer año. 
No está segura de cuánto tiempo se queda ahí mirando. Pero con 
el tiempo Lisa pellizca el brazo. Duro. 
Las lágrimas de Abby quitan su atención fuera de la cartelera. 
Fern está marchando por el pasillo con un propósito increíble, su 
mochila—tirando sobre sus hombros, las colas de las trenzas francesas 
balanceándose de un lado a lado. 
Si Fern sabe que está en la lista, Abby no lo puede decir. Fern 
camina exactamente de la misma manera que normalmente lo hace 
en la escuela—como si Abby no existiera. 
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Abby espera hasta que Fern voltea de la esquina. Luego quita la 
lista de la pizarra de anuncios, con la uña meñique para facilitar la 
salida de las grapas, con cuidado de no romper las esquinas. 
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Traducido por Monikgv 
Corregido por KatieGee 
 
 una cuadra de distancia, Danielle DeMarco se da cuenta 
de que ha perdido su autobús. Está muy tranquila, 
especialmente para ser lunes. Nada en el aire, sólo los 
sonidos de una típica mañana: el canto de los pájaros, el clic clic clic de 
las puertas automáticas de los garajes, el ruido metálico de los basureros 
vacíos siendo arrastrados de vuelta a las calzadas. 
Tarde a la escuela, muerta de hambre, completamente agotada. 
No es una gran manera de empezar la semana. 
Pero Danielle sigue pensando que anoche valió la pena. 
Ella había estado dormida por dos horas cuando su teléfono sonó. 
—¿Hola? —pregunta, su voz envuelta en un bostezo. 
—¿Cómo puedes estar durmiendo? Es sólo medianoche. 
Danielle revisó que la puerta de su habitación estuviera cerrada. 
A sus padres no les gusta que Andrew llame tan tarde. Siguen 
refiriéndose hacia él como su amigo del campamento, a pesar de las 
millones de veces que ella los ha corregido. Como si novio fuera un 
trabalenguas. O tal vez eso era lo que les preocupaba, porque Andrew 
era un año mayor. Pero para alguien, sus padres caían en la misma 
categoría que su mejor amiga, Hope, que sin duda tenían muchas 
reglas acerca de cuándo, dónde y cómo Danielle podría pasar tiempo 
con Andrew. 
Esa había sido la parte más difícil sobre volver a casa del 
Campamento del Lago Clover, donde los dos habían trabajado como 
consejeros el verano pasado. Habían perdido la libertad de salir cuando 
querían, hablar cuando querían. No había más noches en las que 
Andrew se escabulliría a través de la oscuridad y rasgaría la ventana 
sobre su cama. No más tomar las barcas hacia el centro del río y 
esperar hasta que la brisa los trajera de vuelta al puerto. 
El verano ya se sentía como hace un millón de años. 
Danielle trajo su edredón sobre su cabeza y mantuvo su voz baja. 
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—Luces apagadas, campistas —bromeó. 
Andrew suspiró. 
—Disculpa que te desperté. Es sólo que estoy con mucha energía 
para ir a dormir. Tengo toneladas de adrenalina almacenada desde el 
juego y no hay manera de que me deshaga de ella. 
Danielle y Hope habían visto desde las gradas esa tarde cuando 
Andrew estaba atrapado en una rutina de calentamiento perpetua en 
la línea de banda mientras el campo de fútbol quedó destrozado por 
los tacos de otros jugadores. Él habría rebotado en sus dedos de los pies, 
saltado, o corrido con las rodillas en alto para mantenerse caliente. 
Después de cada juego, Andrew miraba al entrenador de fútbol de la 
universidad, con los dedos cruzados alrededor de su rostro protegido 
por su brillante casco blanco. Esperanzado. 
Ella se sentía terrible por él. Era el cuarto partido de la temporada, 
y él no había visto ni un minuto del tiempo de juego. ¿Qué habría 
importado, darles a estudiantes de segundo año como Andrew una 
oportunidad? Mount Washington perdía por tres touchdowns en el 
medio tiempo. Los montañeses no habían ganado un sólo partido. 
—Bueno… pensé que te veías lindo con tu camiseta universitaria 
—dice ella. 
Andrew se rió, pero Danielle se dio cuenta por su sequedad que él 
aún estaba enojado. 
—Prefiero no ser llamado si no voy a ver nada de tiempo de 
juego. Sólo déjenme empezar en el equipo de los de segundo año. Es 
humillante, estar de pie sobre la línea de banda, sin hacer 
absolutamente nada mientras nos patean el trasero juego tras juego. 
Pude haber comido nachos contigo y Hope en las gradas para esa 
gracia. 
—Vamos, Andrew. Sigue siendo un honor. Apuesto a que hay 
muchos otros estudiantes de segundo año que matarían por estar en el 
equipo universitario. 
—Supongo —dice—. Sabes, Chuck pudo jugar toda la segunda 
mitad. Me gustaría ser tan grande como él. Debería hacer más trabajo 
de pesas y tal vez tratar de tomar de esos desagradables batidos de 
proteína que él siempre está tomando. Estoy demasiadodelgado. Soy 
como el chico más pequeño del equipo. 
—No lo eres. Y de todas formas, ¿por qué te gustaría ser como 
Chuck? Sí, es grande… pero no es como que está en forma. Apuesto a 
que podrías correr en círculos a su alrededor. —Danielle estaba muy 
segura de que Andrew sabía que ella no estaba loca por Chuck. 
Andrew una vez le dijo que Chuck tenía un estante especial para sus 
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botellas de colonia, que muestra con orgullo, y no saldría de la casa sin 
ponerse un poco. Chuck incluso se pondría un poco antes de ir a 
levantar pesas en su garaje. De acuerdo con Andrew, Chuck le tenía 
mucho asco al olor del sudor, incluso del suyo. 
Andrew lo consideró. 
—Es cierto. Ese tipo come mierda. No creo que Chuck incluso 
sepa lo que es un vegetal, a menos de que vaya en su Big Mac. No es 
de extrañar que no pueda conseguir novia. 
Los dos se rieron de eso. 
A Danielle le había tomado unas semanas entender la manera en 
la que Andrew y sus amigos actuaban uno alrededor del otro. Los 
chicos eran súper competitivos, pero especialmente Chuck y Andrew. 
Todo entre esos dos era una rivalidad: calificaciones, zapatillas nuevas, 
quién podía llegar a la fuente de agua primero. A Danielle le parecían 
cosas normales de chicos en su mayor parte, pero de vez en cuando, 
Andrew tomaría alguna estúpida “pérdida” muy mal. Danielle también 
era competitiva, y mientras simpatizaba con el dolor de la derrota de 
Andrew, nunca sentía lástima de ella misma frente a sus amigos. Ni 
siquiera quería pensar sobre lo horrible que habría sido si ella o Hope no 
hubieran entrado en el equipo de natación. 
Dicho esto, Danielle se sentía especialmente orgullosa en saber 
que, cuando se trataba de chicos que tienen novia, ella inclinaba la 
balanza a favor de Andrew. 
—Oye —dice Andrew—, adivina de lo que me enteré hoy. Incluso 
si no juego un sólo minuto esta temporada, me darán una chaqueta 
universitaria. 
—Te verás caliente en ella —dice Danielle. Era una cosa tonta de 
decir, pero ella sabía que haría sentir mejor a Andrew. 
—No me importa la chaqueta. Es sólo que sería genial verte con 
ella este invierno. 
—Eres dulce —dice Danielle, sonrojándose en la oscuridad. Sería 
genial usar la chaqueta universitaria de Andrew, al menos hasta que 
ella pueda ganarse la suya. 
—¿Te quedarías al teléfono conmigo un rato más? —pregunta en 
voz baja. 
Danielle ablandó su almohada, y ella y Andrew encendieron sus 
respectivos televisores juntos, como si sus controles estuvieran en 
sincronía. Se rieron de los extraños infomerciales nocturnos que 
poblaban los canales de cable en medio de la noche. Spray para 
cabello. Aparatos para gimnasio en casa que podrían duplicar 
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aparatos de tortura medieval. Remedios para piel hinchada, caras 
llenas de granos. Píldoras de dieta basadas en antiguos secretos chinos. 
Danielle se quedó dormida con su celular presionado a su oreja, 
imágenes de antes y ahora parpadearon en la oscuridad. Su batería 
murió cerca de las cuatro y treinta de la mañana. Su alarma murió con 
él. 
Por amor, o algo muy cercano a eso, ella perdió el autobús. 
Danielle alcanza su teléfono para llamar a su casa, cuando 
descubre un cuaderno que estaba abierto en la calle, las páginas 
agitándose. Lo levanta. Usándolo para cubrir sus ojos del anaranjado 
sol, ella ve, a la distancia, aproximadamente tres cuadras, su autobús 
balanceándose a lo largo de la siguiente parada designada. Lo perdió, 
pero no por mucho. 
Baja la barbilla y mira fijamente a la parte superior de sus ojos. 
Un segundo después, está corriendo. 
Su cuerpo no está caliente, y se preocupa sobre la posibilidad de 
un tirón en un músculo. Perseguir al autobús escolar definitivamente no 
vale la pena una lesión estúpida que pueda dejarla fuera del agua. 
Pero después de unos pocos pasos, Danielle se desliza a un ritmo 
cómodo. Un calor agradable enciende sus brazos, sus piernas girando. 
El autobús se detiene por un carro que está saliendo de una 
entrada. Danielle cierra rápidamente el paso. 
—¡Oigan! —dice ella en voz alta cuando se hace lo suficiente 
cerca para reconocer a los estudiantes en las ventanas traseras—. 
¡Oigan! 
Pero los chicos están muy ocupados socializando los unos con 
otros para notar a Danielle. El bus acelera y una nube de humo sale del 
tubo de escape, irritando sus ojos. Se gira a la derecha y se centra a sí 
misma en el espejo retrovisor del conductor. Grita de nuevo por encima 
del rugido del motor. Golpea su puño contra un lado. 
El bus de detiene de pronto. Los chicos la miran, sorprendidos. 
Danielle coloca unos mechones de su cabello castaño fuera de su 
rostro mientras la puerta plegable se abre. 
—Pudiste haber muerto —ladra el chofer del autobús. 
Danielle se disculpa en medio de agitadas respiraciones 
profundas. Sube los escalones, sostiene el cuaderno sobre su cabeza 
como un trofeo y espera a que alguien lo reclame. 
 
*** 
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Después de guardar su abrigo en su casillero, Danielle se dirige 
directamente a la cafetería con Hope. Se despertó muy tarde para 
desayunar, y no hay forma de que ella pueda durar hasta el almuerzo 
sin comida. Ella pasa el consejo estudiantil de ventas de bagels, porque 
los carbohidratos le dan sueño y está demasiado cansada de ellos. Con 
esperanzas habrá algo en las máquinas expendedoras además de 
papas fritas y barras de chocolate. Ha estado comiendo más y más 
desde que entró al equipo de natación de primer año, su cuerpo 
siempre está desesperado por combustible. Quiere ser cuidadosa de 
alimentarlo bien. 
Un chico mayor pasa cerca de las chicas mientras entran en la 
cafetería. 
—¡Hola! ¡Dan, El Hombre! —dice él y le da una palmada a 
Danielle en la espalda. 
—¿Te está hablando a ti? —pregunta Hope. 
Danielle está demasiado sorprendida para reaccionar. Trata de 
mirar el rostro del chico para ver si tal vez lo conoce, pero él 
desaparece tan rápido como llegó. 
—Um… ni idea. 
Las chicas continúan hacia la máquina expendedora. El vidrio 
entero del frente está cubierto de papeles. Danielle asume que es un 
club escolar demasiado entusiasta por miembros hasta que toma una 
hoja y la lee. 
¿Dan, El Hombre? 
¿Más fea? 
Un calambre se extiende dentro de ella, contrayendo cada 
músculo. 
Ser llamada fea es una cosa. Por supuesto que Danielle ha 
escuchado el insulto antes. ¿Hay alguna chica en el mundo que no? Y 
mientras ciertamente no se siente feliz sobre eso, fea es algo que la 
gente dice acerca de sí, y dicen de ellos mismos, sin siquiera pensarlo. 
La palabra es tan genérica, es casi insignificante. 
Casi. 
Pero la cosa de Dan, El Hombre es diferente. Eso duele, incluso si 
Danielle sabe que no es particularmente femenina. Usar vestidos la 
hace sentir extraña, como si estuviera en un disfraz, pretendiendo ser 
alguien más. Sólo se maquilla los fines de semana, e incluso entonces 
sólo un poco de brillo labial y tal vez rímel. Nunca se ha perforado las 
orejas porque le tiene demasiado miedo a las agujas. 
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Pero Danielle aún tiene las partes femeninas esenciales. Pechos. 
Cabello largo. Un novio. 
Hope arranca una lista para ella y aspira una bocanada grande, 
de la manera que lo hace antes de sumergirse bajo el agua. 
—Oh, no, Danielle… ¿Qué es esto? 
Danielle no responde. En lugar de eso, mira su reflejo en el recién 
expuesto cristal de la máquina expendedora. No tuvo tiempo de 
ducharse esta mañana, así que sólo recogió su cabello en un moño. 
Unas hebras marrones cortas caían alrededor de la línea de su cabello. 
No debería sorprenderla, trozos de cabello quebrado llenan el interior 
de su gorra de natación después de cada práctica, pero lo hace. Ella 
trata de alisaros con una mano de repente sudorosa, pero las hebras se 
levantan de vuelta. Se quita su banda elástica y sacude su cabello. Está 
seco y sin brillo por el cloro y nose mueve como el cabello normal 
debería. De repente, se ve para Danielle como una mala peluca. 
Se aleja de su reflejo. Ve que los casilleros fuera de la cafetería 
también tienen papeles pegados en ellos. Ella se ahoga. 
—Hope, creo que esta lista cuelga por toda la escuela. 
Sin más discusión, las dos chicas dejan la cafetería, se separan, y 
comienzan a correr, una a cada lado del pasillo. Quitan cada copia de 
la lista por donde pasan. 
Aunque Danielle se alegra de hacer algo físico, es también la 
segunda carrera de la mañana sin desayuno. Busca en lo profundo por 
algo de fuerza para seguir poniendo un pie delante del otro, como una 
paja en el fondo de una lata de refresco. Logra llegar hasta el final del 
pasillo y luego choca con Andrew, que está de pie con otros chicos de 
segundo año del equipo de fútbol. 
Incluyendo a Chuck. 
—¡Oye! ¡Es Dan! —dice Chuck en una voz más profunda de lo 
usual—. ¡Dan, El Hombre! 
Los chicos comenzaron a mirarla y reír. 
Ellos han visto la lista. 
Lo que significa que Andrew la ha visto también. 
—Vamos, Andrew —dice otro chico, dándole un gran empujón en 
su dirección—. ¡Ve a darle un beso a Dan! 
—¡Sí! ¡Apoyamos los derechos gay! —grita Chuck. 
Andrew se ríe con buen humor. Pero a medida que camina hacia 
Danielle y lejos de sus amigos, su sonrisa de desliza en una mirada de 
preocupación. Él la lleva a la escalera. 
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—¿Estás bien? —pregunta, cuidando que su voz sea baja. 
—No mal, considerando la operación de cambio de sexo que 
aparentemente tuve anoche —dice Danielle, una broma desesperada 
para romper la tensión. Ninguno de los dos ríe. Ella sostiene en alto las 
copias de la lista que ha arrancado—. ¿Qué es esto, Andrew? 
—Es una estúpida tradición. Ocurre cada año al comienzo de la 
semana de bienvenida. 
Ella lo mira fijamente. 
—¿Por qué no me advertiste? 
Andrew se pasa las manos por el cabello. Aún sigue claro por el 
verano, pero sus raíces ya están creciendo oscuras. 
—Porque nunca pensé que estarías en ella, Danielle. 
Esto la hizo sentir mejor, pero no mucho. 
—¿Sabes quién la escribió? —Danielle no tiene un montón de 
amigos, pero por lo que sabe, no tiene enemigos tampoco. Por su vida, 
no puede pensar en una persona que la odiaría lo suficiente para hacer 
algo tan malo. 
Andrew mira las copias de la lista en sus manos y rápidamente 
niega con la cabeza. 
—No, no lo sé. Y mira, Danielle… no puedes andar corriendo por 
ahí quitando estas cosas. Estas listas están por todas partes. Toda la 
escuela sabe sobre esto. No hay nada que puedas hacer. 
Danielle recuerda al chico que le dio la palmada en la espada en 
la cafetería, el calor de su mano en su espalda. Ella no quiere hacer las 
cosas mal. No quiere avergonzarse a sí misma más de lo que ya está 
sucediendo. 
—Lo siento —dice, porque así es como se siente. Por muchas 
razones—. Dime qué hacer. 
Andrew frota su brazo. 
—La gente va a querer verte enojada. Van a querer verte 
reaccionar. Todos siguen hablando de esta chica, Jennifer Briggis, y 
cómo enloqueció cuando estuvo en la lista en su primer año. Confía en 
mí, hacer las cosas mal ahora podría arruinar el resto de la escuela para 
ti. 
El pecho de Danielle se apretó. 
—Esto es una locura, Andrew. Quiero decir, eso es una locura. 
—Es un gran juego de la mente. Es como le decimos a los chicos 
en el campamento: Si pretendes que las burlas no te molestan, pronto 
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se detendrán. Así que no les des la satisfacción de verte enojada. 
Necesitas ocultar tus emociones. —Él fija su mirada en ella—. Cara de 
juego. ¿De acuerdo? 
Ella se muerde el labio y asiente, conteniendo las lágrimas. Sabe 
que Andrew puede verlas, pero por suerte finge no hacerlo. 
Aparentemente, él tiene su Cara de juego puesta, también. 
Danielle toma un segundo para recobrar su compostura y sigue a 
Andrew fuera de las escaleras, unos pasos atrás. 
Hope está de pie en medio del pasillo mirando alrededor con 
pánico. Ella mira a Danielle y se apresura hacia ella. 
—Date prisa, Danielle. Tomé cada copia de este pasillo y en el ala 
de ciencia. Vamos a revisar cerca del gimnasio. —Le da a Danielle un 
enorme abrazo y susurra—: No te preocupes. Juro por mi vida que 
vamos a averiguar quién hizo esto y nos aseguraremos de darles lo que 
se merecen. 
—Olvídalo Hope —dice Danielle. Tira en el basurero las copias que 
está sosteniendo. 
—¿Qué? ¿A qué te refieres? —Hope se da la vuelta para mirar a 
Andrew, que se ha unido a sus amigos—. ¿Qué te dijo Andrew? 
—No te preocupes. Dijo todas las cosas correctas. —Que es como 
se siente Danielle, sin duda. 
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Traducido por Mel Cipriano 
Corregido por KatieGee 
 
Qué demo…? 
Aunque estaban planteadas como una pregunta, las dos 
palabras no eran realmente una, con la última sílaba 
marcando un alto tono incierto. Y, sin embargo, Candace 
Kincaid está claramente confundida por la copia de la Lista pegada en 
la puerta de su casillero. 
Libera un mechón de cabello castaño pegado en su gruesa capa 
de brillo labial y luego se inclina hacia adelante para inspeccionarla 
desde más cerca. Arrastra una uña frambuesa abajo en la lista, sobre 
las palabras “Más Fea” y su nombre con una línea invisible, imposible. 
Sus amigas aparecen detrás de ella, con ganas de ver. Todos 
habían llegado a la escuela en busca de la Lista de hoy. Candace 
estaba tan emocionada por su llegada, que apenas había dormido 
anoche. 
—¡Es la Lista! —dice una. 
—¡Candace es la más guapa estudiante de segundo año! —grita 
la otra. 
—¡Sí, Candace! 
Candace siente manos darle palmaditas en la espalda, apretar 
sus hombros y abrazos. Pero mantiene sus ojos en la lista. Este iba a ser su 
año. Honestamente, el año pasado debería haber sido su año, pero 
Monique Jones había modelado en revistas para adolescentes, o por lo 
menos eso es lo que le había dicho a la gente. Candace no pensaba 
que Monique fuera suficientemente bonita. Era demasiado flaca, su 
cabeza era demasiado grande para su cuerpo, y sus pómulos eran... 
bueno, monstruosos. Además, Monique sólo hacía amistad con chicos. 
Comportamiento clásico de puta. 
Candace había sido muy feliz cuando los Jones se mudaron. 
Aprieta la esquina, aplanando el relieve de ampollas entre sus 
dedos y luego derriba la Lista, dejando una pulgada de cinta y un 
rasgón de papel pegado a la puerta de su casillero. 
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—No me gusta decirles esto, niñas... pero parece que soy la chica 
más fea de segundo año en Mount Washington —anuncia Candace. Y 
luego se ríe, porque es sinceramente ridículo. 
Sus amigas comparten miradas rápidas, inquietas. 
—Viéndole el lado positivo —continúa, principalmente para llenar 
el silencio incómodo—, creo que sabemos a ciencia cierta que Lynette 
Wilcox escribió la Lista de este año. ¡Misterio resuelto! 
Lynette Wilcox utiliza un perro lazarillo para guiarla a través de los 
pasillos. Nació ciega, sus ojos son de color blanco lechoso y húmedo. 
Así que es una broma. Obviamente. 
Sólo que ninguna de sus amigas se ríe. 
Nadie dice nada. 
Hasta que una de ellas susurra—: Vaya. 
Candace resopla. “Vaya” es el eufemismo absoluto del año. Se 
da la vuelta y comprueba los demás nombres de la lista, esperando que 
otros errores expliquen qué demonios está pasando. Sarah Singer es sin 
duda la más fea de tercero. Candace tiene un vago recuerdo de quién 
es Bridget Honeycutt, pero la chica en su mente es algo olvidable, así 
que no está segura de si está pensando en la persona adecuada. Todo 
el mundo en la escuela piensa que Margo Gable es una preciosidad, así 
que ver su nombre como la más bonita de las de último curso no la 
sorprende. Y, por supuesto, Jennifer Briggis es la elección obvia para la 
más fea. Honestamente, cualquier otra chica que no sea Jennifer 
hubiera sido una decepción total. Candace no conoce a ninguna de 
las chicas deprimer año, lo que no es una sorpresa, ya que no es el tipo 
de chica a quien le importan los estudiantes de primer año. 
Hay otro nombre que no reconoce. Extrañamente, es su 
contraparte de segundo año. La más bonita de la más fea. 
Candace hojea la lista con su dedo y esto hace un chasquido. 
—¿Quién es Lauren Finn? 
—Es la chica educada en casa —explica una de sus amigas. 
—¿Qué chica educada en casa? —pregunta Candace, 
arrugando la nariz. 
Otra de las chicas mira nerviosamente sobre ambos hombros para 
asegurarse de que nadie más en el pasillo está escuchando, y luego 
susurra—: Pelo de caballo. 
Los ojos de Candace se hacen grandes. 
—¿Lauren Finn es pelo de caballo? 
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Ella había pensado en el apodo la semana pasada, cuando todo 
el mundo estaba obligado a correr una milla en la clase de gimnasia y 
la cola de caballo rubia no dejaba de moverse de un lado a otro 
mientras trotaba. Candace había llegado al punto de relinchar al pasar 
junto a Lauren porque era asqueroso dejar que tu cola de caballo 
creciera tanto tiempo. A menos, claro, que tuvieras capas. Y Lauren no 
las tenía. Llevaba el pelo recto en la parte inferior de la cintura. 
Probablemente cortado por su madre con un par de tijeras embotadas. 
—Bueno... creo que Lauren es linda —dice otra chica, 
encogiéndose de hombros, como disculpándose. 
Alguien más asiente. 
—Ella podría usar un mejor corte de pelo, pero sí. Lauren es 
definitivamente linda. 
Candace deja escapar un suspiro de dolor. 
—No estoy diciendo que pelo de caballo no es linda —gime, 
aunque nunca había considerado mirar a Lauren. ¿Y por qué iba a 
hacerlo? Esta conversación no se supone que se trata sobre Lauren. Se 
supone que es sobre ella—. No tiene ningún sentido que haya sido 
elegida como la más fea de segundo año. 
Sus ojos se salen de sus amigas y otros jugadores de segundo año 
que caminan por el pasillo. Candace ve, en un lapso de pocos 
segundos, por lo menos diez chicas que deberían serlo. Chicas feas que 
merecen esto. 
—Quiero decir, vamos, chicas. ¡Esto es una mierda total! —
Candace le da otra oportunidad a sus amigas para que la defiendan, 
aunque se siente un poco patético tener que animarlas a hacerlo—. 
¡Las muchachas bonitas no deben terminar en el lado feo de la Lista! Es 
como que socava toda la tradición. 
—Bueno, la Lista en realidad no dice que eres fea —ofrece 
alguien gentilmente. 
—Eso es cierto —añade otra chica—. Las chicas más feas son en 
verdad muy feas. La Lista sólo dice que eres fea por dentro. 
Esta no es la clase de defensa que Candace esperaba. Pero a 
medida que las palabras penetran, Candace asiente lentamente y deja 
que la nueva sensación florezca en su interior. ¿Y qué si la gente piensa 
que es fea por dentro? ¡Es evidente que sus amigas no lo creen, o no 
serían amigas de ella! Y muy en el exterior es lo que realmente cuenta. 
Bonita por fuera es lo que todos ven. 
Una de las chicas dice tímidamente—: Así que... ¿deberíamos 
discutir lo que haremos para la Caravana del Espíritu? 
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Candace había anunciado esto como el plan para la mañana. 
La Caravana del Espíritu sería el sábado, antes del juego de fútbol. Se 
trataba de un desfile improvisado donde los estudiantes de Mount 
Washington realizan una caravana por la ciudad con sus coches 
decorados, sonando sus bocinas y haciendo que la gente se sienta 
emocionada por el juego. Este es el primer año que Candace y sus 
amigas pueden manejar, ya que algunas, incluida ella misma, habían 
conseguido su permiso de conducción durante el verano. Candace 
tiene todo planeado en su libreta, como en los carros de quienes deben 
viajar (su madre, obviamente, convertible), cómo debe ser decorado 
(banderolas, latas, jabón en el parabrisas), y lo que las chicas deben 
usar (shorts cortos, medias altas y sudaderas de Mount Washington). Aún 
así, Candace se queda mirando a sus amigas con la mandíbula floja. 
—No puedo decir que estoy de ánimo para fomentar el espíritu 
de la escuela en estos momentos. —El hecho de que no la apoyaran le 
molestaba—. Discutiremos sobre eso mañana, ¿de acuerdo? 
Una chica se encoge de hombros. 
—Pero sólo tenemos hasta el sábado para resolver las cosas. 
—No podemos dejarlo para último minuto —añade otra—. 
Tenemos que llegar a un concepto. Somos estudiantes de segundo año 
ahora. No podemos solamente tirar algunas cosas juntas. 
¿Un concepto? ¿En serio? Candace pone los ojos en blanco. Pero 
se le ocurre, como conoce a sus amigas, que van a hablar de la 
Caravana del Espíritu con o sin ella. Es una extraña sensación, aún más 
extraña que la de ser llamada fea. 
Rápidamente cambia su estrategia y rasga su página de ideas 
del cuaderno. 
—Está bien —dice, entregándola—. Esto es lo que estoy haciendo. 
Averigüen quién irá conmigo, porque en el convertible de mi madre sólo 
entramos cinco de nosotros. —Hace un recuento rápido de personas. 
Hay diez chicas de pie junto a su casillero—. Tal vez seis, si se aprietan. 
Candace abre la puerta del casillero y mira a través de los listones 
de metal cómo sus amigas caminan hacia el aula sin ella. Sus ojos se 
mueven hacia el espejo que cuelga en el interior de la puerta. Algo en 
su rostro parece apagado, desequilibrado. Le toma unos pocos 
segundos darse cuenta de que ha olvidado ponerse delineador en el 
ojo izquierdo. 
¿Por qué ninguna de sus amigas le dijo? 
Después de cavar en su bolsa de maquillaje, Candace cierra la 
puerta hasta que la punta de su nariz casi roza el espejo. Tira 
suavemente de la esquina de su ojo izquierdo hacia su oreja, y traza una 
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banda de lápiz cremoso chocolate, una de las muestras que su madre 
le dio. Luego deja ir su piel, que vuelve impertinentemente a su lugar y 
parpadea unas cuantas veces. 
Los ojos de Candace son su mejor característica, por lejos. Son del 
azul más claro, como tres gotas de colorante de alimentos en un galón 
de agua helada. La gente siempre comenta sobre ellos, y a pesar de 
que Candace encuentra la previsibilidad bastante molesta, ella, por 
supuesto, todavía disfruta de la atención. Como una vendedora 
levantando la vista del registro de repente y diciendo—: ¡Vaya, tus ojos 
son increíbles! —O, mejor aún, un chico. Sus ojos se llevan más la 
atención que sus tetas, y eso es decir algo serio. Ella es, después de 
todo, una verdadera talla C sin ningún tipo de relleno ridículo, algo que 
sea publicidad engañosa, en su opinión. 
Una sensación de alivio se apodera de ella. Lista o no Lista, 
Candace Kincaid es linda. Ella lo sabe. Todo el mundo lo sabe. 
Y eso es lo que importa. 
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Traducido por ♥...Luisa...♥ 
Corregido por Mrs.Styles♥ 
 
auren Finn y su madre concordaban con que el sedán 
todavía olía como el abuelo muerto de Lauren —una mezcla 
húmeda de humo de pipa, periódicos viejos, y loción para 
después del afeitado de farmacia— así que condujeron hasta Mount 
Washington High School, con las ventanas abiertas. Lauren ensanchó los 
brazos sobre el marco de la ventana, apoyando la barbilla en las manos 
superpuestas, y permitiendo que el aire fresco la despertara. 
Los lunes son siempre las mañanas más agotadoras, porque los 
domingos son siempre las peores noches. La ansiedad de la próxima 
semana aceleraba a Lauren cuando sólo quería ir más lento. Sentía 
cada bulto en el colchón viejo, oía cada crujido y suspiro de su vieja 
casa nueva. 
Había estado tres semanas en esta nueva vida y nada le 
resultaba cómodo. Lo que era exactamente como lo había esperado. 
El viento azota el pelo largo y pálido de Lauren como un rubio 
océano tormentoso, todo menos la sección que estaba cubierta por un 
pasador de plata deslustrado. 
Lo encontró anoche, después de la primera hora de dar vueltas 
en la misma habitación, la misma cama, donde su madre había 
dormido cuando era una niña de quince años. La barra esbeltasobresalía como un clavo suelto en el suelo de madera donde se reunía 
con la pared, la joya de fantasía nublada parpadeando con la luz de la 
luna. 
Lauren se arrastró por el pasillo en pijama. La luz de la lamparita 
de su madre proyectaba un resplandor blanco cálido fuera de la 
rendija de la puerta abierta. Ninguna de las dos había estado 
durmiendo muy bien desde que se mudaron a Mount Washington. 
Lauren lo agrietó más con su pie. Un par de pantaletas grandes 
caramelo colgaban de las barras de la cama de hierro forjado 
secándose después de haber sido lavadas en el fregadero. 
Recordándole la piel de serpiente mudada en las dunas cálidas detrás 
de su viejo apartamento en el oeste. Su antigua vida. 
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La señora Finn levantó la vista del grueso manual de leyes fiscales. 
Lauren hizo su camino a través de cajas sin desempacar y se metió en la 
cama. Abrió las manos como una almeja. 
La señora Finn sonrió y negó con la cabeza, un poco 
avergonzada. 
—Le había pedido a tu abuela que me los comprara cuando 
comencé la escuela secundaria. —Ella pellizcó el pasador entre sus 
dedos, examinando el fósil de su juventud—. No sé si alguna vez has 
tenido esa sensación, Lauren, pero a veces, cuando consigues algo 
nuevo, te engañas haciéndote creer que tiene el poder de cambiar 
absolutamente todo acerca de ti mismo. —Las esquinas de la boca de 
la señora Finn tiraron hasta que su sonrisa fue tensa y fina, convirtiéndola 
en algo totalmente diferente. Con un suspiro, dijo—: Eso era bastante 
que pedirle a un pasador, ¿no te parece? —Entonces la señora Finn lo 
enroscó en el pelo de Lauren, asegurando un mechón sobre el oído de 
su hija, y tiró de la manta hacia atrás para que Lauren pudiese estar a su 
lado. 
Lauren no había experimentado la sensación que su madre había 
descrito, pero si uno un tanto más desconcertante. Como cuando 
Randy Culpepper, se sentó un escritorio lejos en su clase de inglés. 
En su primer día en el Mount Washington High, Lauren se había 
dado cuenta de que Randy olía raro. Como a bosque y una especie de 
rancio fue como ella lo había clasificado primero, hasta que oyó en el 
pasillo que Randy era un traficante de marihuana de poca monta que 
fumaba un porro en su coche cada mañana antes de la escuela. 
Ahora sabía como una sustancia ilegal olía prueba de lo mucho 
que su vida había cambiado, así lo quisiera o no. Tragó este secreto, 
junto con muchos otros, porque sabía que le rompería el corazón a su 
madre. Nunca podía confirmar que las cosas en su nueva escuela eran 
tan malas como le habían dicho. 
Si no peor. 
Un rato más tarde, después de que la señora Finn había 
terminado de estudiar y apagó la luz, Lauren se quedó en la oscuridad y 
se aferró a las palabras de su madre. A pesar de todos estos cambios, 
sería la misma chica. Antes de dormirse, tocó el broche, su ancla. 
Lauren alcanzó el pasador de nuevo mientras el sedán se 
deslizaba en un espacio libre a lo largo de la acera. 
—¿Cómo me veo? ¿Cómo un contador al que te gustaría 
contratar? —La señora Finn vuelve el espejo retrovisor hacia ella y 
considera su reflejo con el ceño fruncido—. Ha pasado tanto tiempo 
desde que he tenido una entrevista. No desde antes de que nacieras. 
Nadie va a querer contratarme. Van a querer algo joven y bello. 
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Ella ignoró las manchas de sudor en las axilas de la blusa de su 
madre, la pequeña carrera en las pantimedias de su madre que 
traicionaban la palidez de su piel. Más pálido todavía es su, rubio como 
el de Lauren, pero entorpecido por el gris. 
—Acuérdate de las cosas que hablamos, mami. Concéntrate en 
tu experiencia, no en el hecho de que no has trabajado desde hace 
tiempo. 
Habían hecho un simulacro de entrevista anoche, después de 
terminar y comprobar la tarea de Lauren. Nunca había visto a su madre 
tan insegura de sí misma, tan infeliz. La señora Finn no quería este 
trabajo. Ella quería seguir siendo la maestra de Lauren. 
Lauren se entristecía por su situación. Las cosas no habían estado 
bien durante el último año en el oeste. El dinero dejado por el padre de 
Lauren se estaba acabando, y su madre recortaba los viajes de campo 
que solían tomar para un cambio de escenario de la Academia de 
cocina—lo que llamaban su rincón para desayunar en el horario de 
ocho a cuatro. Lauren ni siquiera sabía que su madre había dejado de 
pagar la renta de su apartamento. Su abuelo muriendo y dejándoles 
una casa fue una bendición disfrazada. 
—Lauren, prométeme que hablaras con tu profesor de inglés de la 
lista de lectura. No me gusta la idea de que te sientes en tu clase en 
todo el año, aburrida hasta las lágrimas con los libros que ya hemos 
leído y discutido. Si tienes miedo de hacerlo… 
Lauren niega con la cabeza. 
 —Lo haré. Hoy. Te lo prometo. 
La señora Finn da palmaditas en la pierna de Lauren. 
—Lo estamos llevando bien, ¿verdad? 
Lauren no piensa en su respuesta. Dice—: Sí. Lo estamos haciendo. 
—Nos vemos a las tres. Espero que pase rápido. 
Lauren se inclina sobre el asiento y abraza a su madre 
fuertemente. Ella espera eso también. 
—Te quiero, mami. Buena suerte. 
Lauren entra a la escuela, apenas una fuerza contra la marea de 
estudiantes que fluyen desde la dirección opuesta. Su aula está vacía. 
Las luces fluorescentes están todavía apagadas del fin de semana y las 
patas de las sillas hacia arriba atravesadas como estrellas de cuatro 
puntas, cercándola como un gran alambre de púas. Da la vuelta a una 
y se sienta. 
Está terriblemente sola en la escuela. 
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Claro, un par de personas han hablado con ella. Chicos, en su 
mayoría, después de retarse entre sí para hacerle preguntas estúpidas 
sobre educación en el hogar, como si perteneciera a una secta 
religiosa. Ella lo esperaba—sus primos eran tan tontos, torpes y molestos. 
Las chicas eran sólo un poco mejor. Algunas sonrieron, u 
ofrecieron pequeños trozos de cortesía, como señalarle dónde poner su 
bandeja de cafetería sucia después de comer. Pero nadie se extendió 
de una manera que pareciera el comienzo de algo. Nadie parecía 
interesado en llegar a conocerla más allá de confirmar que era esa 
chica rara educada en su casa. 
No debería haberla sorprendido. Es lo que le dijeron que esperara. 
Lauren deja descansar la barbilla contra el pecho. Fingiendo leer 
el cuaderno abierto sobre el pequeña espacio de escritorio conectada 
a su asiento. Realmente, sin embargo, observa discretamente a las 
chicas colarse en la habitación y tomar sillas junto a ella. Toma el truco 
de Randy Culpepper, quien utilizaba la misma postura para dormir, sin 
ser detectado, en el segundo período. 
No ve a la líder de las chicas con ellas, la bonita con ojos helados. 
Es un raro avistamiento. 
Las chicas están frenéticas, susurrando como locas. Reprimiendo 
risitas y carcajadas. Completamente consumidas por lo que están 
chismeando. Hasta que se dan cuenta de que Lauren está mirando. 
Lauren baja los ojos. Pero no es lo suficientemente rápida. 
—¡Oh mi dios, Lauren! ¡Qué suerte! ¿Por lo menos sabes la suerte 
que tienes? —La chica pone una gran sonrisa. Enorme, incluso. Y corre 
de puntillas al escritorio de Lauren. 
Lauren levanta la cabeza. 
 —¿Perdón? 
La chica ceremoniosamente coloca una hoja de papel en la 
parte superior del cuaderno abierto de Lauren. 
—Es una tradición en Mount Washington. Te eligieron como la 
chica más guapa de nuestro grado. —La muchacha habla despacio, 
como si Lauren hablara otro idioma, o tuviera un problema de 
aprendizaje. 
Lauren lee el periódico. Ve su nombre. Pero todavía está 
completamente confundida. Una chica diferente le da una palmada 
en la espalda. 
—Trata de verte un poco más feliz, Lauren —susurra con dulzura, 
de la misma manera en que uno podría indicar discretamente una 
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cremallera abierta o alimentos atorados entre los dientes—.De otra 
manera la gente pensará que algo está mal contigo. 
Esta línea desechable sorprende a Lauren, sobre todo, porque 
contradice completamente lo que ya ha asumido. 
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Traducido por MarMar 
Corregido por Mrs.Styles♥ 
 
 
l plan de Sarah Singer es decírselo rápido para no hacer una 
escena. Olvida disfrazarlo, explicar cosas. Eso sólo lo hará 
peor. Ella simplemente dirá algo cómo: “Se acabó, Milo. 
Nuestra amistad, o como sea que quieras llamarlo ahora, se terminó. Así 
que ve y haz lo que quieras. ¡Vive tu vida! Hazte mejor amiga del 
capitán del equipo de fútbol. Toca los senos de la capitana de las 
porristas, aunque todo el mundo sabe cuál es el negocio con Margo 
Gable. No voy a juzgarte.” 
Esa parte será una mentira. Va a juzgarlo. 
Sarah toma asiento en su banca, mordisqueando la orilla de un 
Pop-Tart de frutilla. El penetrante olor a cigarro de sus dedos hace al 
dulce amargo. Ella empuja lo que hay en su boca y arroja el centro rosa 
—su parte favorita— al pasto, porque toda esa azúcar no está 
ayudando, claramente. Deja que las ardillas coman el crujiente; ella 
necesita calmarse. Mueve el enredo de collares y coloca su mano sobre 
su corazón. Este se agita como un colibrí, tan rápido que cada aleteo 
individual se vuelve borroso, haciendo un incómodo y continuo 
zumbido. 
Arranca el celofán de un nuevo paquete de cigarrillos y enciende 
uno. El viento que se levanta se lleva con él el humo, pero sabe que Milo 
lo olerá en ella cuando llegue a la escuela. Es como un perro policía, 
entrenado para oler sus vicios. Anoche, cuando colgaba a la mitad de 
la ventana de su habitación, se fumó los últimos tres cigarrillos de su viejo 
paquete y le dijo, luego de su depresiva historia de los días finales de su 
tía gracias al cáncer de pulmón, que pensaría, tal vez, seriamente en 
dejarlo. 
Recordarlo, la hace reír, echando bocanadas de señales de 
humo. Ambas se disipan con el frío aire de la mañana. 
Anoche, dijo mucha mierda. 
Pero Milo… aparentemente había estado diciendo mierda desde 
el día en que se conocieron. 
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Lo que sea. Déjenlo quejarse sobre fumar. Será un alivio 
reemplazar su ansiedad por algo simple y claro, como su enojo con él. 
Sarah ve como dos chicas de tercer año corren por la acera. 
Sabe quiénes son, pero luego piensa: Todas las chicas de tercer año de 
Mount Washington son condenadamente iguales. El cabello con reflejos 
por los hombros, las estúpidas botas de piel de oveja, los pequeños 
bolsos de muñeca para llevar sus teléfonos celulares, brillo labial y dinero 
para el almuerzo. Le recuerdan a cebras, usando las mismas rayas para 
que los depredadores no puedan diferenciarlas. La supervivencia 
genérica. ¡Así lo hace Mount Washington! 
Las dos chicas se detienen frente a su banca y se acurrucan, 
hombro con hombro, ambas sosteniendo un pedazo de papel. La más 
pequeña cuelga de su amiga y ahora una serie de risitas agudas. La 
otra simplemente toma aire y lo deja ir, como si tuviera un violento 
ataque de hipo. 
Los nervios de Sarah no lo toleran. 
—¡Oigan! —les ladra—. ¿Qué tal si ustedes, damas, sostienen sus 
bolsitos en otra parte? —Usa su cigarro encendido como apuntador y 
señala a la distancia. 
Parecía un pedido justo. Después de todo, esas chicas tenían 
toda la escuela para vagar sin molestias. Y todo el mundo en Mount 
Washington sabe que esa es su banca. 
La descubrió su primer día de clases. Siempre había estado vacía, 
porque estaba ubicada justo debajo de la ventana del director. Eso no 
le molestó a Sarah. Quería estar sola. 
Claro, hasta que Milo Ishi apareció la primavera pasada. 
Él venía flotando por la acera un día, un chico nuevo siendo 
arrojado entre los alumnos corrientes que no lucían para nada como él. 
Cruzó sus brazos y los escondió fuertemente en su pecho, la postura 
defensiva elegida por chicos delgados, vegetarianos, mitad japoneses 
con cabezas rapadas. Milo no lucía como Sarah, tampoco, pero tal vez 
como una versión más evolucionada. Sus zapatillas estaban disponibles 
solamente en el extranjero. Sus audífonos eran caros. Sus anteojos de 
marcos negros, increíblemente gruesos, probablemente vintage. Incluso 
ya se había hecho su primer tatuaje, un proverbio budista garabateado 
en su antebrazo. 
Después de observarlo por unos momentos, Sarah sintió pena por 
él y lo llamó. 
—¡Oye, chico nuevo! 
Milo era terriblemente tímido. Casi agobiante. Odiaba hablar en 
clase y le daba urticaria cada vez que oía a sus padres discutir. Fue 
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difícil hacer que se abriera, pero cuando finalmente lo hizo, Sarah sintió 
que había encontrado un pariente marginado. Le gustaba pedirle a 
Milo que la torturara con historias sobre su antigua escuela en West 
Metro, cómo había sido asistir a una escuela basada en las artes en la 
ciudad. Milo le dijo que West Metro era una ciudad de tercer nivel, pero 
para Sarah podía haber sido Nueva York comparado con Mount 
Washington. En la secundaria de West Metro, los viajes de estudio eran a 
finos museos de arte, no habían equipos deportivos y el club de drama 
no era simplemente un escaparate para las chicas que aspiraban ser 
otra dulce voz con auto tune en la radio. 
La banca era dónde ellos se esperaban el uno al otro, antes y 
después de la escuela, todos los días, dónde hacían sus deberes y 
compartían un par de audífonos para escuchar una canción 
descargada ilegalmente. Un oasis dónde dos chicos que antes se 
mantenían para ellos mismos, ahora se mantenían entre ambos. 
Una vez, Sarah intentó esculpir los nombres de ambos en la 
banca, para descubrir que la madera era una de esas cosas nueva de 
la era espacial, rompiendo el cuchillo que había tomado de la cafetería 
en un tercer intento. Así que se aseguró de llevar siempre un marcador 
negro en su bolso, para volver a trazar las líneas de sus iniciales que se 
habían comenzado a desvanecer. 
Mientras el ómnibus de Milo se detiene, Sarah coloca dos hebras 
de su cabello teñido de negro detrás de sus orejas. Milo había rapado la 
parte de atrás de su cabeza hacía algunas semanas, luego de que él 
terminara de raparse la suya propia, pero crecía con rapidez. Esa 
cabello, puro y saludable, era suave, como el de un cachorro, y de un 
brillante castaño que chocaba con su frente completamente negro. Su 
color natural. Ella casi había olvidado como lucía. 
Milo, todo hueso largo y ángulos pronunciados, camina a ella 
sosteniendo una historieta de manga abierta frente a su cara. Sus 
nudosas rodillas sobre salen por el borde de sus pantalones verdes militar 
cortados con cada paso. Milo sostiene que usa shorts sin importar el 
clima. Sarah dice que eso es porque nunca ha vivido durante un 
invierno en Mount Washington. Ella le dirá todo tipo de cosas la primera 
vez que lo vea usando pantalones largos. 
Se encuentra a sí misma sonriendo y rápidamente restablece su 
boca tomando otra calada de su cigarro. 
—Hola —dice cuando Milo se acerca a la banca, y se apronta 
para dejar caer la hecha. 
Milo mira por encima de su manga. Una sonrisa se esparce por su 
rostro, tan profunda que hace aparecer sus hoyuelos. Dice—: Estás 
usando mi remera. 
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Sarah se mira. 
Milo tiene razón. Esta no es su remera negra. No tiene gotas 
blancas de aclarar su cabello. Siempre lo hace antes de teñírselo, así el 
nuevo color se verá puro y saturado como sea posible. Es la única 
forma, en realidad, de que lo que está debajo no se vea. 
—Puedes quedártela —balbucea tímidamente. 
—No quiero tu remera, Milo. —De hecho, si Sarah tuviera otras 
ropas con ella, se cambiaría ahora mismo—. Obviamente tomé la 
equivocada anoche. Y no he lavado nada, así que me la coloqué de 
nuevo esta mañana. —Ella aclara su garganta. Diablos. Ya está fuera 
de su juego—. Mira. Quiero mi remera de vuelta. Tráela mañana. 
—No hay problema. —Milo se sientaa su lado en la banca y 
vuelve a su manga. Desde su lugar, Sarah puede ver una página. Una 
inocente chica de colegio con ojos de ciervo y una falda plisada, se 
encoge de miedo frente a una salvaje, gruñona bestia. 
Sarah mueve los ojos y piensa, Tiene mucho sentido. 
Milo está silencioso durante algunas páginas y entonces, de la 
nada, dice—: Estás actuando raro. Dijiste que no actuarías raro. 
Está equivocado. 
—No hagamos algo raro de esto, ¿de acuerdo? —fue lo que 
Sarah dijo cuando salía del pequeño espacio entre la pared y la 
cómoda de Milo, sin sus pantalones. Ella dejó todo lo demás puesto, su 
sudadera con capucha, sus medias, su ropa interior. 
—Está bien —contestó él, ojos abiertos, acostado en un set de 
sábanas viejas de Mickey Mouse, que probablemente ha tenido desde 
que era un niño. 
—Sin hablar —había dicho ella, antes de meterse bajo las 
sábanas. 
El resto de su ropa desapareció un rato después de eso. Menos sus 
collares. Sarah nunca se quitaba sus collares. Milo se colocó encima de 
ella, y su peso presionó los pequeños lazos metálicos contra su clavícula. 
Ella alcanzó el estero en la mesa de luz de Milo, y subió el volumen 
del estéreo lo más que este podía, estaba reproduciendo una de las 
mezclas que ella había hecho cuando se conocieron por primera vez. 
Las vibraciones sacudieron la pila de cosas en la cómoda de Milo y las 
ventanas. Pero incluso con la música sonando justo al lado de sus oídos, 
Sarah todavía pudo escuchar la respiración cálida y pesada de Milo en 
su oído. Y una vez cada tanto, un gemido. Un tierno suspiro. De su 
propia boca. 
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El recuerdo de su voz llena la mente de Sarah ahora, como un 
eco, burlándose de ella una y otra vez. 
Deja de mirarlo. 
—No estoy actuando raro. Es sólo que no quiero hablar de 
anoche. Ni siquiera quiero pensar en ello. 
—Oh —dice Milo con tristeza—. De acuerdo. 
Sarah no se permitirá sentirse culpable, esto era culpa de Milo. 
Ella toma otra calada y exhala el humo sobre la mochila del 
chico. Sabe que su cuaderno de dibujos está ahí. Podría tomarlo, abrirlo 
en esa página, y preguntarle: ¿Cómo es que nunca me lo dijiste? 
Eso es lo que va a hacer. Pero se deja llevar por las chicas 
paradas cerca de la banca. 
Se han doblado en cantidad, de dos a cuatro. Las chicas se ríen, 
completamente ajenas a lo que está por suceder con la relación en la 
banca. 
Sarah siente el calor en sus dedos. Su cigarrillo se ha quemado 
hasta el filtro. Da un coletazo con sus dedos, mandando el filtro naranja 
ardiente en su dirección. Este rebota en el abrigo amarillo de una de las 
chicas. 
Milo coloca su brazo en el de ella. 
—Sarah. 
—¡Podrías haberme prendido fuego! —La chica quien había 
lanzado un alarido, y se chequeaba buscando marcas de quemaduras. 
—Les dije amablemente que se marcharan a otra parte —señala 
Sarah—. Pero ya no me siento amable. 
Las chicas cambian su peso en un jadeo unísono. 
—Lo siento, Sarah —dice una, sacudiendo la hoja—, es que esto 
es demasiado gracioso. 
—Así es como los chistes íntimos normalmente funcionan —les 
ladra Sarah—. Gracioso para aquellos íntimos, increíblemente molesto 
para el resto del mundo. —Milo se ríe con su explicación. Eso la hace 
sentirse marginalmente mejor. 
Después de compartir miradas conspiratorias con el resto del 
grupo, otra chica de un paso hacia el frente. —Bien, toma —dice—, 
déjanos informarte. 
Tan rápido como la hoja es dejada sobre su regazo, Sarah se da 
cuenta de lo que es. La maldita lista. La hace querer vomitar año tras 
año, viendo como las chicas de su escuela se evalúan y objetivan entre 
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ellas, tirando chicas a la basura para subir a la cima a otras. Es patético. 
Es… 
¿…Su nombre? 
¡Es cómo si intentara ser lo más fea posible! 
Sarah levanta la mirada. Las cuatro chicas han desaparecido. Es 
un golpe bajo en las entrañas, la sorpresa duele más que el dolor en sí, y 
no hay chance de devolver el golpe. 
—¿Qué es eso? —Milo toma el papel. 
Milo se transfirió la primavera pasada a Mount Washington, así 
que no sabe nada sobre la mierda de tradición que es la lista. La 
cabeza de Sarah duele mientras lo ve leerla. Por un segundo, piensa en 
explicarlo, pero termina mordiendo sus uñas. No dice nada. No necesita 
decir nada. Está todo allí, en el maldito papel. 
La boca de él se frunce. 
—¿Qué tipo de chico imbécil haría esto? 
—¿Chicos? Por favor. Es una asamblea secreta de diabólicas 
perras. Eso para todos los años, una pre-cuela masoquista al baile de 
bienvenida. Te juro por dios, que no puedo esperar para dejar esta 
montaña. —Ella lo dice por tantas razones. 
Milo alcanza el bolsillo trasero de los pantalones de ella. Su mano 
está cálida. Toma su encendedor. Después de unas cuantas llamas, este 
se enciende sin apagarse. Y los sostiene debajo del papel. 
Es agradable, viéndolo quemar la lista hasta que no es nada más 
que cenizas. Pero Sarah sabe que dentro del la escuela hay copias 
colocadas por todas partes. Todo el mundo la estará mirando, 
queriendo verla avergonzada, menospreciada. La chica fuerte, 
destrozada, forzada a admitir que sí le importa lo que piensen los 
demás. Cuando el papel se hace cenizas, las esparce con sus zapatos. 
Soy tan tonta, piensa. Creyendo que podría hacer lo suyo, y los 
demás lo de ellos, ambos lados coexistiendo en un frágil, pero aún así 
funcional, ecosistema. Comenzaba todas las mañanas en el ómnibus. 
Se sienta en el asiento delantero, se coloca su capucha y sus audífonos, 
y duerme con su cabeza apoyada en la ventana. Era más fácil 
desenchufar al resto del mundo que escuchar a las chicas decir las 
cosas más crueles una sobre la otra, día tras días, prometiendo ser 
mejores amigas luego. 
La falsedad es lo que la enferma más sobre las chicas de Mount 
Washington. La farsa de las amistades y amor para toda la vida es tan 
mal actuada como los musicales escolares, y aún así todo el mundo le 
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sigue la corriente y pretende que en veinte años, sus baratos brazaletes 
de la buena suerte de AMIGAS PARA SIEMPRE no tendrán importancia. 
Otras chicas habían sido dejadas fuera del favor, como lo había 
sido ella en el séptimo grado. Pero Sarah era la única que no había 
intentado volver a ella, y sabe que eso hace que la odien todavía más. 
Evolución le provee pistas a los despistados. Los animales llevan 
diferentes señales y colores brillantes para saber lo peligrosos que son, o 
qué tan venenosos son. Sarah se había tomado mucho trabajo para 
hacerlos pensar que ella no quería ser como ellos. 
Lo que más la hacía enojar, era que ella podría haber intentado. 
Podría haber tomado la decisión de comprar en sus estúpidas tiendas, 
de comprar esas botas horribles y pequeños bolsitos, para bailar al ritmo 
de su música de mierda. 
Ellos creen que ella es fea porque querer ser diferente, que hagan 
lo que quieran. 
¡Misión cumplida, de hecho! 
—Déjalo —dice Milo—, esas tales chicas bonitas están 
completamente engañadas. Ellas son las feas. 
Sarah mira a Milo. Si lo hubiera dicho ayer, antes de que 
descubriera la verdad sobre él, lo hubiera creído, se hubiera sentido 
mejor. Pero hoy era hoy, y lo sabía. Sea lo que sea que tenían, había 
terminado. Tenía que terminar. No podía pretender que Milo era alguien 
que no era. 
Pero Sarah estaba contenta de que él estuviera allí en ese 
momento. Contenta por el momento, de todos modos. Porque necesita 
la ayuda de Milo. 
Ella coloca su bolso de vuelta en su regazo y toma el marcador 
negro del bolsillo exterior. —Hazme un favor. Escribe FEA lo más grande 
que puedas a través de mi frente. 
Milo se encoge hacia atrás. —¿Por qué haría eso? ¿Por qué 
querrías hacer eso? 
Sarah tartamudea una respuesta, y se queda con—: Hazlo, Milo. 
Él aleja el marcador. 
—Sarah, tuvimos sexo anoche —dice seriamente. Es exasperante. 
—¡Milo! ¡No quieres hacerme enojar ahora mismo!Lo haría yo 
misma pero lo escribiría al revés. Por favor. 
Él se queja, pero se sienta sobre sus rodillas y empuja de su frente 
el cabello de ella. Mientras Milo escribe, ella mira hacia la ventana del 
baño del segundo piso. Hay chicas mirándola, saben dónde 
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encontrarla, así que chequean si Sarah lo ha descubierto. Ella las saluda 
con el dedo del medio. —Hazlo lo más grande que puedas —le dice a 
Milo. 
El fuerte olor de la tinta la marea. O tal vez sea la anticipación. 
Milo tapa el marcador, y el sonido es como el de una tablilla de 
películas. El espectáculo está a punto de comenzar. 
—Para que sepas, no estoy de acuerdo con esto —murmura Milo 
mientras entran por las puertas principales de Mount Washington. 
—Entonces no camines conmigo —responde ella—. En serio. No lo 
hagas. —Ella le ofrece la chance de irse, el camino fácil. 
Milo abre la boca, pero lo piensa mejor. 
—Voy a caminar contigo —dice—. Camino contigo a clases todos 
los días. —Sus ojos de deslizan a la palabra en su frente de nuevo y las 
esquinas de su boca descienden. 
Eso hace que la garganta de Sarah se cierre. No puede lidiar con 
Milo en ese momento. Así que comienza a caminar rápidamente. La 
velocidad hace que el pelo en su frente se aletee, así que la gente 
puede ver la palabra. Y lo hacen. La ven. 
Pero sólo por un segundo. Una vez que la gente en el pasillo ve lo 
que se ha hecho, con rapidez encuentran otro lugar donde posar sus 
miradas. Sus zapatos, sus amigos, sus deberes. Prefieran mirar cualquier 
cosa antes que a ella. 
La lista es tan poderosa, su juicio tan absoluto y aún así nadie 
quiere lidiar con el marcador negro en su cara. 
Malditos cobardes. 
Pero saber eso no hace que Sarah se sienta mejor. De hecho, 
hace todo incluso peor. No sólo creen que es fea, sino que quieren que 
sea invisible, también. 
 
 
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Traducido por Monikgv 
Corregido por Ladypandora 
 
ridget Honeycutt está a medio camino de la escuela 
cuando su hermana, Lisa, comienza a rogarle para ponerse 
un poco de su lápiz labial. 
—De ninguna manera, Lisa. No se me permitió usar maquillaje 
hasta segundo. 
—¡Vamos, Bridget! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! 
Mamá no lo sabrá. 
Bridget puso una mano temblorosa en su sien. 
—Bien. Lo que sea. Sólo… cállate, ¿de acuerdo? Me duele mucho 
la cabeza. 
—Posiblemente sólo tengas hambre —dice Lisa y luego alcanza el 
bolso de Bridget que está en el asiento trasero. Revuelve todo hasta que 
saca un delgado tubo negro. 
Bridget mira con el rabillo del ojo a su hermana que baja el visor. 
Lisa traza sus labios con la punta de color rosa, los presiona juntos y le 
tira un beso a Bridget. 
El rosa hace que la ortodoncia de Lisa se vea extra plateada, 
pero Bridget no dice nada. En lugar de eso dice—: Qué guapa. 
Lisa toca las comisuras de su boca. 
—Voy a usar lápiz labial rojo cada día cuando tenga tu edad. 
—El rojo no se va a quedar bien con tu piel —le dice Bridget—. 
Eres demasiado pálida. 
Lisa niega con la cabeza. 
—Todas pueden usar rojo. Eso es lo que dice el Vogue. Sólo tiene 
que ser el rojo adecuado. Y el rojo adecuado para chicas con cabello 
oscuro y piel pálida es el cereza profundo. 
—¿Desde cuándo lees el Vogue? —se pregunta Bridget en voz 
alta, pensando en el arco iris que los lomos de los libros de caballos de 
Lisa hacen en el estante sobre su cama. 
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—Abby y yo compramos la edición de setiembre y la leímos de 
principio a fin en la playa. Queríamos estar listas para la escuela. 
—Me estás asustando. 
—No te preocupes. A parte de lo del lápiz labial rojo, no 
aprendimos mucho. Pero sacamos ideas para los vestidos para el baile 
de bienvenida. Abby estará encantada de que te guste el que ella 
quiere. Arrasaría en una alfombra roja. —Lisa hace un puchero—. 
También espero encontrar algo bonito. 
Bridget limpia una mancha de lápiz labial de la barbilla de Lisa. 
—Dije que te llevaría de compras esta semana. Encontraremos un 
vestido. 
—¿Crees que mamá me dejará usar maquillaje para el baile? 
Estaba pensando que si apruebo el examen de Ciencias de la Tierra, le 
muestro la calificación y luego le pregunto. ¿No es ese un gran plan? 
—Tal vez… si mamá no esperara ya que sacaras un diez. 
—Supongo que podría colarlo una vez que llegué ahí. Sólo tendré 
que asegurarme de que nadie me tome fotografías pre-baile. —
Mientras Bridget estaciona su auto, Lisa coloca el lápiz labial en el 
tablero y toma sus cosas—. ¡Nos vemos luego! 
Bridget mira a Lisa correr a través del patio hacia el edificio de 
primer año, entrando y saliendo del tráfico humano, su mochila 
sobrecargada golpeando contra sus piernas y su cola de caballo de 
largo cabello negro extendiéndose por su espalda. Lisa está creciendo 
tan rápido, pero hay un montón de destellos de niña pequeña que 
brillan a través de ella. 
Eso le da a Bridget esperanza para sí misma. Que aún hay una 
oportunidad de ser la chica que era antes del último verano. 
Apaga el auto y se sienta durante unos minutos, recopilándose a 
sí misma. Está tranquila, a excepción de sus respiraciones medidas y 
profundas. Y la voz en su cerebro grita instrucciones que resuenan en el 
interior de su cuerpo hueco. 
Tienes que desayunar hoy. 
Desayuna, Bridget. 
Come. 
Esta es su vida cada mañana. No, cada comida, masticar cada 
bocado en un mantra monótono, el ánimo mental necesario para 
realizar una tarea que no sería un gran problema para una chica 
normal. 
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Toma su lápiz labial y arrastra un dedo a través de la fina capa de 
polvo de su tablero. Bridget quiere sentirse orgullosa de estar haciéndolo 
mucho mejor. Comer más. Pero las victorias parecen malas, por no decir 
peor, que sus fracasos. 
Una chica que Bridget conoce escribe hola en el cristal. Bridget 
levanta la cabeza y se las arregla para sonreír. Es una sonrisa falsa, pero 
su amiga no lo nota. Nadie lo hace. 
Da miedo lo rápido que las cosas se echaron a perder. Bridget 
piensa mucho sobre esto. La línea del tiempo de su vida ha sido lineal, 
fuerte y directa la mayoría de sus diecisiete años. Hasta que algo 
cambió. 
Ella pudo rastrearlo y, entre todas las cosas, encontró un bikini. 
Cada verano de la vida de Bridget comenzaba y terminaba de la 
misma manera, con un viaje al centro comercial Crestmont. 
Era el punto medio entre Mount Washington y la casa de la playa 
donde la familia Honeycutt pasaba el verano entero. La familia se 
detenía en Crestmont para almorzar, llenar el depósito de gasolina para 
el segundo viaje y comprar ropa. En junio, Bridget y Lisa se abastecían 
de cosas para el verano. Y luego, en su camino a Mount Washington en 
agosto, ellas buscarían chaquetas y faldas de lana en oferta para el 
regreso a la escuela. 
Con las vacaciones de verano comenzando, las bolsas de 
compras de Bridget estaban llenas de camisetas sin mangas, 
pantalones cortos, una falda vaquera y dos pares de sandalias. La única 
cosa que faltaba era un traje de baño nuevo. 
Al bikini que había usado el año pasado se le había salido una 
varilla y el tankini que usó el año anterior le quedaba muy pequeño 
para su pecho, así que se lo había dado a Lisa. Cortar las etiquetas de 
un bikini nuevo era parecido a cortar la cinta de una tienda o de una 
construcción en inauguración. La Gran Apertura del Verano. 
Bridget estaba determinada a encontrar uno. Ella voló dentro y 
fuera de las tiendas. 
—Deberíamos irnos, Bridget, si queremos llegar antes de la cena —
dice su madre con un suspiro a unos pasos detrás. Se limpia un poco de 
sudor de su labio superior con una servilleta de la zona de comidas—. Tu 
padre y Lisa ya están en el auto, probablemente muriéndose de calor. 
Puedes comprarte mañana un traje de baño en el paseo marítimo. 
Bridget lo sabía bien. Las tiendas del paseo marítimo sólo tenían 
dos tipos de trajes de baño:

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