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Estudios de la comunicación en América Latina - examen

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Unidad 1:
La Prensa fue fundado en 1869 por José Clemente Paz, quien tuvo el objetivo de superar la politización que caracterizaba a los periódicos de la época. Con la llegada de Juan Domingo Perón a la escena política, el medio marcó un discurso antiperonista y anticomunista. Contribuyó a la construcción discursiva del golpe de Estado de 1976, ya que consideraba que la violencia militar representaba la única salida institucional posible: saludó la vuelta del “orden” como la posibilidad de dar por terminado el período populista que regía en el país; asimismo, festejó la “lucha antisubversiva”: podemos hablar de la colaboración del medio de comunicación a la construcción de un “otro” negativo que no representaba los valores tradicionales y que, por ende, se construyó bajo la imagen de delincuente y llevó a los medios de comunicación a clasificar noticias referidas en la parte policial (Cereijo, p. 2); de esta manera, los delitos contra los derechos fueron ocultados bajo la imagen de “necesarios” para el orden político y social.
Este medio fue un crítico de la política económica: estaba de acuerdo con el achicamiento del Estado, publicitado por el ministro de Economía Martínez de Hoz para el desarrollo económico y la Revolución Financiera que permitiera superar la lucha del enemigo interno (Verbitsky y Basualdo, p. 87). De esta manera, La Prensa insistía en que el gobierno militar pusiera fin a la herencia del populismo en Argentina. 
Su complicidad mediática con la Junta Militar y el Proceso de Reorganización Nacional se vio expuesta en el titular que se usó cuando el golpe de Estado fue dado en el país: “El país se encuentra bajo el control operacional de las Fuerzas Armadas”; además expresó en junio de 1977: “Los derechos se ejercen y las garantías constitucionales subsisten a pesar de (...) afrontar la violencia desatada por las organizaciones subversivas próximas a la desintegración y la derrota total. Los tribunales actúan y son respetados”. Su carácter antiperonista se vio reflejado en la editorial del 27 de marzo, donde Gainza Paz dijo: “En 2 horas, sin el asomo de una sola falla, al cabo de una operación impecable, precisa, sin estridencias vanas y sin disparar un solo tiro, las Fuerzas Armadas de la Constitución pusieron término al desempeño ilegítimo del gobierno instaurado el 25 de Mayo de 1973”.
De esta manera, el medio apeló a la utilización de lo policial para referir los delitos de lesa humanidad como “delitos comunes” o “subversión política”: se refirió a los grupos civiles y “militares” que estaban en contra de la ideología política de la época (Feierstein, p.64) y no como reales luchadores de derechos humanos. Se rebajó la lucha por los derechos (considerada subversiva) a una cuestión de seguridad. El modus operandi del medio consistía en enmarcar los delitos políticos en la misma sección de los delitos comunes, por ejemplo: “Tres extremistas abatidos (…) el episodio ocurrió a partir de las 13.30 cuando fuerzas policiales rodearon la finca ubicada en la calle 30”. En esta línea, las series informativas incluidas en la agenda de delito subversivo eran contadas en una voz impersonal y en una voz pasiva como forma de borrar el sujeto para enfatizar la acción. Asimismo, con la figura del subversivo y el extremista, se logró instaurar un relato de colectivos políticos como adversarios de lo nacional (Saintout, p 17 y 18). En su objetivo de generar un efecto serio y objetivo: “Detuvieron a los hermanos Schoklender, presuntos asesinos de sus padres”; recurrieron al discurso informativo y a las explicaciones “psicológicas” para nutrir a las crónicas policiales, es decir, se utilizó el poder del discurso para convencer y disputar el poder (Saintout, p. 19). Este medio estuvo de acuerdo con las políticas estadounidenses (Plan Cóndor) que arribaron el país con el golpe militar, pues se ve un carácter conformista con el detenimiento de otro subversivo (enemigo interno): concepto nacido luego del “enemigo interno soviético” en Estados Unidos (Verbitsky, p. 71).
En La Prensa como medio de comunicación se puede ver una clara alineación de los discursos mediáticos con los discursos políticos-militares que dejaron fuera de escena los derechos humanos y, por tanto, establecieron relaciones de fuerza entre bloques dominantes y populares que tuvo como consecuencia un carácter de resistencia peronista; en este sentido, Verbitsky y Basualdo explican la modificación de las relaciones sociales y de fuerza vigentes a lo largo de la etapa dictatorial de la década del ’70 en Argentina: “A lo largo del tiempo se desplegaron modificaciones sustanciales en las relaciones (…) entre sectores populares y (…) dominante”, (Verbitsky y Basualdo, p. 86). 
Publicaciones “La Prensa”: https://drive.google.com/drive/folders/1e9Nmx_PkTn-j4TcsoQwfztz4KWXqDep_?usp=sharing
Unidad 2: 
En un contexto de políticas neoliberales y de consumo masivo por un mercado creciente (década del ’80-’90) donde se puede hablar de una lógica de apropiaciones y usos de productos (Canclini, p. 42) y de una distinción entre clases sociales (lucha de clases) que se disputan lo que la sociedad produce, la comunicación alternativa formó parte de una forma de comunicar que se contrapone a la comunicación hegemónica (en manos de bloques dominantes); en este sentido, Florencia Saintout propone hablar de una “comunicación otra” (Saintout, p. 2). Este tipo de comunicación se define en función del vínculo con un proyecto de cambio, es decir, no puede ser alternativa si no tiene por objetivo un proyecto político que tenga que ver con ideales de liberación; por ello, Saintout habla de una dependencia de prácticas políticas. La comunicación alternativa se caracteriza por no estar al margen de las relaciones de poder, siendo así dependiente de la historia y las necesidades de la sociedad. 
Se habla de una comunicación alternativa relacional porque debe pensarse en base a la posición que ocupa dentro del sistema comunicacional, de la sociedad y las relaciones de poder. Lo que implica la inclusión de las cuestiones históricas y sociales, por su fuerte base en la experiencia: es a partir de la experiencia, y de lo que no se quiere repetir, que se construye un modelo alternativo de comunicación para la evitación de una hegemonía que subordine a la sociedad: “No existe la comunicación alternativa sin la experiencia concreta, ya que el concepto se realiza en la práctica” (Saintout, p. 3).
Las características de este tipo de comunicación se centran en el reconocimiento de una situación de dominación por parte del poder hegemónico y la producción de la información como cómplice; así, se puede hablar de un sistema comunicacional que está de acuerdo con instaurar un “sentido común” que ordene a la sociedad, el cual es denunciado por la comunicación “otra” en la construcción de una agenda que se centre en la lectura crítica de las agendas tradicionales y dominantes para así sacar a la luz las contradicciones, los ocultamientos y las manipulaciones de la información que actúan como mecanismos para la formulación de una opinión pública conveniente. Teniendo en cuenta que la lógica del consume sirve como ordenador del mundo, es importante que el desmantelamiento de la hegemonía se sirva de lo popular para generar un ejercicio reflexivo que lleve a la problematización de los campos, las relaciones entre el pueblo y la industria, y las consecuencias de una racionalidad económica, lo que enriquece y permite la reflexión sobre la idea de subalternidad (Saintout, p. 10) y la relación asimétrica e injusta con el poder: la necesidad del debate parte de que la cuna de la cultura popular está en la resistencia y la creación. De esta forma, se entrelaza con la tercera característica que se basa en otros modos de gestionar, financiar y producir los mensajes en todos los símbolos: se debe replantear la relación comunicativa como una relación social; lo que lleva a mirar los procesos de comunicación y las transformaciones que se dan dentro de las relaciones (que suelen ser asimétricas):“El proceso de la información se juega de arriba hacia abajo y en una relación de poder completamente asimétrica”, (Saintout, p. 13).
Como ejemplo de comunicación alternativa, puedo nombrar a Fortín Mapocho, fundado en 1947 en Chile, pero instaurado como medio de oposición en febrero de 1984 en el marco de la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet. Su recién adquisidor, Jorge Lavanderos, un político democratacristiano, les dio cabida a las corrientes opositoras a la dictadura. El discurso de Fortín Mapocho apeló a mostrar los éxitos de las organizaciones sociales opositoras, además de la invitación a la movilización unitaria; con estos movimientos, se intentó demostrar que las publicaciones informativas podían influir en lo político: cada uno de los reportajes publicados tuvo el objetivo de deslegitimar la dictadura, utilizando reportajes y fotografías que fueron posteriormente censuradas. En este contexto, podemos caracterizar el enmarcamiento del éxito popular como forma de resistir a lo impuesto, lo que podemos denominar como una táctica según Michel De Certau: “La táctica se encuentra determinada por la ausencia del poder”, (De Certau, p. 44).
Las publicaciones de Fortín Mapocho fueron, en un primer momento, impedidas bajo la excusa de que, al tratarse de una nueva publicación, necesitaba ser aprobada por la autoridad militar. Posteriormente, fueron censuradas y clausuradas; además, en marzo de 1984, Lavanderos (entonces editor) fue atacado, apaleado y abandonado: los documentos que informaban acerca del escándalo de las transacciones de bienes raíces de Pinochet (que iban a ser dados a conocer a la opinión pública) fueron robados. Puedo denominar esto como una estrategia del poder militar para mantenerse en el poder; se habla de estrategia puesto que, según De Certau, cumple con la acción premeditada de un sector de poder para la intervención sobre las líneas de acción de la resistencia: “Las estrategias son pues acciones que, gracias al principio de un lugar de poder (…) elaboran lugares teóricos (…) capaces de articular un conjunto de lugares físicos donde se reparten las fuerzas” (De Certau, p. 45).
Publicaciones “Fortín Mapocho”: https://drive.google.com/drive/folders/1kHka1WevKnpFFFPeGXMCu20BZgV_G8x_?usp=sharing
Unidad 3:
En Argentina se vivió un período de crisis económica, política y social como consecuencia de un modelo neoliberal instaurado en la década de 1970, que fue paulatinamente desplazado por el gobierno de Néstor Carlos Kirchner desde el 25 de mayo de 2003 hasta el 10 de diciembre de 2007. Las políticas económicas de Kirchner flexibilizaron el liberalismo cuando el papel del Estado en el sector se amplió considerablemente en relación al gobierno de Menem; esto se vio reflejado en la estatización de las Aerolíneas Argentinas, el Correo Argentino, el Astillero Río Santiago, la creación de ENARSA y el Agua y Saneamientos Argentinos: la tasa de crecimiento económico fue en torno al 9%., así como las reservas internacionales pasaron a ser de 47 millones de dólares, la industria creció un promedio anual de 10,3%, también se promovió el turismo y se puso una quita del 75% de la deuda.
En términos laborales, se dinamizó el consumo interno para la recuperación de la producción. El Gobierno desarrolló políticas que incluyeron las mejoras de los sueldos y el aumento del salario mínimo, vital y móvil; asimismo, se impulsaron negociaciones colectivas. Con ello, se pretendió reparar las condiciones de los menos favorecidos y garantizar un mercado interno en crecimiento que sirviera para el intento de reindustrializar el país; en este sentido, las políticas laborales estuvieron dirigidas al alivio de las consecuencias neoliberales; de esta forma, con la duplicación del monto indemnizatorio, la ley que derogaba la Ley de Flexibilización Laboral, y el Plan Nacional de Regularización del Trabajo, el empleo creció un 91%.
En término sociales y DDHH, la presidencia reconvirtió los planes de Seguro de Empleo y Capacitación y el programa Familias por la Inclusión Social. En esta línea, el gobierno mantuvo una relación cercana con las organizaciones sociales, que sirvieron como una fuerza de base. Así también, se produjo una renovación de la Corte Suprema de Justicia, que fue limitada en materia de jueces, fiscales y defensores; se sancionó una ley que unificó las elecciones legislativas nacionales y puso fecha de término para los mandatos, lo que tenía por objetivo la transparencia de comicios y manejos electoralistas. En este sentido, se aprobó una nueva Ley de Financiamiento de Partidos Políticos, lo que prohibía el contrato de publicidad electoral por políticos, así como las contribuciones anónimas. Se incorporaron integrantes a los organismos de DDHH, se impulsaron los juicios a los responsables de crímenes de lesa humanidad durante la dictadura y se comenzaron las investigaciones. En cuanto políticas hacia la mujer, se lanzó un programa para evaluar la trata de personas en Argentina y la preparación de un protocolo para la atención de víctimas de violación, así como la preparación de fuerzas de seguridad que atacaran la prostitución infantil.
En materia de medios de comunicación, se firmó un decreto suspendiendo los plazos de las licitaciones de radio y televisión, así como se unificó Multicanal y Cablevisión (Clarín controlaría el 70% del mercado de TV por cable), y se obligó a las empresas a proveer el servicio mediante una tarifa social en zonas de emergencia del conurbano bonaerense. A su vez, se exigió un plan de conexiones sin cargo en las escuelas públicas, además de conectar hospitales, comisarías y cuarteles de bomberos.
Este período presidencial podría considerarse progresista según Emir Sader, ya que apuntó a dejar atrás el proceso hegemónico basado en un liberalismo exclusivo; de esta manera, se apuntó a una democratización que incluyera la participación social y política de toda la ciudadanía, y no solo de un grupo económico poderoso. Se puede hablar entonces de una presencia de sujetos populares antineoliberales que lucharon, desde las diferentes posturas estatales, contra las ideologías de épocas anteriores, poniendo como base y objetivo un mayor reconocimiento de la sociedad civil como sujeto de acción y no como objeto para la búsqueda de crecimiento económico; en este sentido, se ven mediante las políticas económicas el desmantelamiento de los monopolios privados. A su vez, se denota una oposición a los gobiernos de derecha tanto política como ideológicamente, donde además se busca una refundación del Estado como interventor: “Esas fuerzas avanzaron en las líneas de menor resistencia del neoliberalismo (…) y en los proyectos de integración regional (…), como asimismo en los grados de recomposición de la capacidad de los Estados (…) de promover regulaciones y retomar su función de garantizar y extender los derechos sociales” (Sader, p. 192). 
Cabe resaltar que, con la llegada del gobierno de Néstor Kirchner, se presentó también una ruptura de lo que fue el sentido común que, junto a las militancias y las políticas sociales y culturales, se logró ampliar el campo de lo conocido a un horizonte donde la participación no fue solo para unos pocos. Mediante los discursos, se logró articular una población consciente que luchara por los derechos y las garantías que les pertenecían. Podemos remitirnos a lo dicho por García Linera cuando hablamos de las luchas, pues sin la capacidad populista de mantener ferviente la lucha, todo se cae: “Muchos creíamos que bastaba la férrea voluntad política. Que basta el control del poder del Estado para mantener la conducción. Y no es cierto” (García Linera, p. 2)
Los principales partidos opositores se ubicaron en tres divisiones: la UCR (tradición liberal), la Coalición Cívica, el PRO (Nueva Derecha) y el peronismo disidente. Los opositores actuaron cuestionando la naciente relación de Argentina con el mundo, el supuesto pseudoliberalismo de los ’90 y la discusión de la política internacional de Kirchner. Se habló también de falta de republicanismoen lo político, y de la utilización de la memoria dictatorial como disputa de la memoria de transición a la democracia. Por tanto, la estrategia constó en “desenmascarar la falsedad del discurso”, vinculando así al presidente Kirchner con el ex presidente Carlos Menem: se construyó un relato en torno al rol del primero en relación al proceso de privatización de los años ’90. En este sentido, los medios de comunicación opositores (Clarín, La Nación), se valieron de la defensa al rol del periodismo independiente y la acusación al presidente de despreciar las instituciones, carecer del espíritu republicano y de pretender concentrar el poder. El impacto del modelo de comunicación controlada impulsado por Kirchner fue lo que derivó en esta polarización del periodismo (medios oficialistas y opositores), además de generar un proceso de retroalimentación que tuvo como consecuencia la toma de posiciones de los medios frente al gobierno. Ante esta situación, el presidente estableció un vínculo con los medios que sirvió para estructurar la política argentina, basando la búsqueda de legitimidad y construcción de un liderazgo en una estrategia de comunicación directa con la ciudadanía: ubicó a la prensa como opositora, cuestionó su rol como mediadora y alimentó una división del espacio social. Kirchner usó su modelo como estrategia de construcción y consolidación de posiciones dominantes.
En el caso de estos medios podemos decir que configurar un sistema de poder dominante, continental y global, según señalan Saintout y Varela, los cuales actuaron mediante alianza con otros grupos de poder y se autoproclamaron oficialistas u opositores con el objetivo de la creación de nuevos públicos; este proceso fue facilitado por el gobierno de Kirchner, quien dio pie a un proceso democrático que abrió la puerta a otras estéticas y lenguajes (Saintout y Varela, p. 1).
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Unidad 3
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Unidad 1
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