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DE LA ECONOMÍA POLÍTICA A LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA: trayectorias del sujeto económico. Héctor Hugo Trinchero ( a). (imprimir formato PDF) Introducción El presente texto trata de la construcción de un discurso , el del hombre económico y una categoría social: la de sujeto económico. Ambos emergentes de confluencias (y divergencias) de dos campos de producción de saberes: el antropológico y el económico. Un proyecto interdisciplinario que se construye en un determinado momento histórico del desarrollo de las ciencias antropológicas y más concretamente de la antropología social. Aquel en el cual las genéricamente definidas “ciencias del hombre” van a requerir de otras ciencias, en este caso las “ciencias económicas”, determinados conceptos, categorías y modelos, que permitieran a aquella avanzar en su desarrollo sistemático. Ciertamente, si hay algo en que coinciden los estudiosos del tema es que la antropología económica aparece como un campo disciplinario con cierta especificidad a partir de la segunda posguerra, siendo este contexto el que le otorgará, según veremos, también algunas especificidades. Situación que no obstante se complejiza más allá del hecho cronológico en que dicho programa comienza a conformarse como tal, pues su campo se configura fundamentalmente a partir de las variadas formas de definir, conceptualizar y abordar las problemáticas configuraciones en torno al “hombre” y fundamentalmente al “hombre en tanto ser social”, que proponen en su desarrollo disciplinario distintas corrientes y escuelas del pensamiento en el campo de la economía política, la teoría económica y la antropología social. La antropología económica se construye, entonces, como un campo de reflexiones y análisis, producto de investigaciones en torno a las prácticas e instituciones consideradas “económicas” en las sociedades y grupos sociales tradicionalmente estudiadas por los antropólogos: las denominadas “sociedades primitivas”. Pero semejante forma de concebir su campo de a Profesor titular regular del Departamento de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A. Cátedra Antropología Sistemática II (Antropología Económica). Este texto es una versión corregida y ampliada de un texto escito en el año 1982 y publicado en el Centro Editor de America Latina en 1992 con otro título (cfr. bibliografía citada). análisis puso a esta ínter disciplina desde el comienzo en algunos callejones sin salida. En primer lugar, se planteó el problema de la relación entre aquello que los economistas definen como instituciones y prácticas económicas y aquello que los antropólogos definen como sociedades primitivas. Sin cuestionarse este lugar tradicional, la mayoría de los antropólogos economistas se pusieron a discutir la validez o no de la traslación de las categorías económicas hacia aquellas “sociedades” cuando ya para ese entonces (hablamos de la década de los años 1950) las denominadas “sociedades primitivas” no sólo habían sido objeto de profundas transformaciones en el marco de la expansión de las relaciones de la producción capitalista a escala mundial (lo cual era ya una obviedad) sino que las mismas fueron incluso discutidas como categoría configurativa del campo antropológico. En segundo lugar, el debate al interior de las ciencias antropológicas reproducía en términos relativamente semejantes problemáticas que ya estaban enunciadas o anunciadas en las teorías económicas, por lo que la investigación antropológica de “lo económico” se constituía como espacio de validación o refutación de aquellas. ¿Cuál es el sentido de las transformaciones contemporáneas de aquellas “sociedades primitivas” y cuáles son las construcciones teóricas y metodológicas que pueden orientarnos en su investigación? Esta pregunta está en el centro del debate actual en el seno de la antropología social y en particular la antropología económica más reciente. No obstante y en muchas ocasiones encontramos que se retorna o se reproducen explícita o implícitamente algunos estereotipos. Se continúa preguntando qué es lo económico, pero se avanza poco en la interrogación sobre qué es lo primitivo. ¿Son las denominadas “sociedades primitivas” una reconstrucción teórica de algún supuesto estadio originario o previo, a partir de la constatación empírica de determinadas prácticas instituciones o cosmovisiones, detectables en la actualidad en la forma de supervivencias, restos o relictos de aquel pasado? ¿Son tal vez totalidades sociales cuyas prácticas e instituciones sociales, económicas, políticas o culturales son atribuibles a determinados límites en el desarrollo de las relaciones capitalistas a escala mundial? Gran parte de la producción en antropología económica ha pendulado entre ambos supuestos. Supuestos que implican concebir a “lo primitivo”, es decir un conjunto de prácticas e instituciones sociales tradicionales, como externalidad (histórica o actual) respecto a las relaciones de producción capitalistas. Estas construcciones teóricas y metodológicas han estado presentes en las concepciones “dualistas” sobre el desarrollo económico, suponiéndose, por un lado, que el “polo atrasado” de la economía y la sociedad en general constituye una mera circunstancia histórica que tenderá a desaparecer a medida que se expanda el “polo moderno”; es decir, a medida que se desarrollen las relaciones de la producción capitalista “plenamente”. Esta pretendida plenitud, siempre a alcanzar pero nunca lograda, hipostasiada por las teorías económicas hegemónicas, ha construido a la economía como un saber antes normativo que explicativo que la caracteriza desde su formación como economía política clásica, y, no en pocas ocasiones, en la reproducción ampliada de su discurso a la antropología económica. Esto, a pesar de que ya en los recientes tiempos constitutivos de su campo (mediados del presente siglo, época de posguerra) la irrupción de lo real-primitivo, es decir la existencia cada vez más acentuada de poblaciones enteras en situaciones de pobreza extrema, las muertes por hambrunas, arcaicas pestes, etc., volvía a mostrarse paralela al incremento de la productividad en la producción de alimentos, a los desarrollos tecnológicos en las áreas de la salud, la vivienda, la educación, etc. Esta situación de contraste entre los discursos normativos y morales de la teoría económica (generalmente negados o naturalizados) y los dispositivos efectivos que organizan la relación entre capital y trabajo, debería echar por tierra las premisas desarrollistas y también los postulados en torno al “equilibrio general” o al “equilibrio de los agentes económicos” que sustentan. Teorías que han intentado validarse o, como se dijo reproducirse, en algunas formulaciones de la antropología económica. ( 1) Sin embargo e independientemente de la obviedad manifiesta que representa la desigualdad, la extrema pobreza, la fragmentación social cada vez mas aguda, aquellas concepciones se reproducen, vuelven a habitar en forma hegemónica algunos espacios académicos, a referenciar la producción de la política económica, a inmiscuirse en las discusiones cotidianas. Parecería ser que aquella relación directa al aparecer evidenciada en la realidad histórica, es decir en el hecho concreto de que la tendencia generalizada hacia el incremento de la riqueza y su concentración es paralela al incremento de la pobreza y su generalización reaparece negada en algunas teorías económicas y antropológicas. Los economistas desarrollistas que intentan ubicarse en la tradición clásica de la economía política continúan pretendiendo que la “riqueza de las naciones” conducirá a la riqueza de los pueblos. Los economistas subjetivistas y marginalistas (neoliberales) pretenden que la riqueza es un producto de decisiones “racionales” de los agentes económicos,y si esta “racionalidad” no aparece en escena es porque aún no se dan ciertas condiciones contextuales, es decir externas a sus modelos. ¿ Sobre qué presupuestos se basan entonces estos modelos económicos que no pueden dar cuenta de lo real más que como un obstáculo a superar mediante modelos normativos? Para ello se recurre permanentemente a concepciones esencialistas en torno al “hombre” o la “sociedad” y, en particular a nociones voluntaristas sobre el sujeto social. El método de la economía política y sus teorías ha conducido a la negación sistemática de la historicidad de sus categorías (tal la crítica de Marx), la antropología ha sido presa fácil de su pretendida legitimación tal vez por su lugar central en la producción de un saber sobre el “otro”. Nos interesa señalar incluso que ciertas construcciones de la antropología económica neomarxista han sido en parte partícipes de semejante empresa al intentar construir al materialismo histórico como economía política crítica y no como crítica de la economía política, incapacitando de esta manera a la misma antropología para producir una reflexividad en relación a la producción de la “sociedad primitiva”, es decir una crítica respecto a la historicidad de dicha categoría. La economía y la antropología se han hablado entre sí, han formado un campo y han producido discursos de sujetos sociales. Internarnos en este inquietante itinerario en el que se conformó tal interdisciplina implica entonces no sólo dar cuenta de cómo determinados conceptos y categorías económicas han sido utilizados para el análisis antropológico o rastrear los presupuestos antropológicos de los economistas sino también seguir las huellas de sus confluencias y divergencias en torno al análisis del orden social y a la producción de sujetos sociales. Economía Política Clásica. La “anatomía” de la Sociedad Civil. En las doctrinas económicas clásicas (entonces economía política), las concepciones teóricas sobre el valor ocupaban un lugar central en las obras de sus máximos exponentes. Esto no era una casualidad, respondía a la conjunción, al menos, de dos fenómenos que nos interesa analizar interrelacionadamente. Por un lado, tenemos el avance y desarrollo de las ciencias naturales entre los siglos XVII y XVIII que brindaba modelos de regulación y movimiento de la naturaleza y el universo en abierta confrontación con las concepciones y dogmas teológicos predominantes en la Europa feudal. Por otro lado y al mismo tiempo, las clases burguesas en ascenso encontraban una legitimación filosófica y axiológica en los postulados iluministas emergentes principalmente de los denominados intelectuales de la Ilustración. La imagen sólida y exacta de una máquina, regulada por leyes inmutables que ofrecía I. Newton de la naturaleza estaba consolidada cuando las clases burguesas europeas en ascenso intentaban una formulación coherente y sistemática de su concepción del mundo, como así también la legitimación de sus intereses de clase. También las elaboraciones de los filósofos iluministas en torno a la existencia de un “orden natural” y una “naturaleza humana” que se confrontaban con las “arbitrariedades” del poder despótico de los soberanos y de las concepciones teológicas en las que aquellos encontraban legitimidad a sus acciones, configuraba otra de las corrientes de pensamiento de estrechas vinculaciones con las doctrinas económicas emergentes. Entonces, las concepciones en torno al valor del trabajo tendrían dos anclajes paradigmáticos: como fundamento de la conformación de los precios de las mercancías pero también como una categoría central en la configuración de la nueva doctrina moral que se instalaba a la par del predominio de la relaciones de producción capitalistas. En tal sentido, sostendremos aquí que la teoría económica nace ante todo como la reflexión en torno a una nueva moral basada en la concepción de una sociedad que debería reencontrar un orden natural como fundamento de su autoregulación. Según R. Meek, fueron los filósofos de la escuela escocesa, los primeros que comenzaron a formular determinados principios de regulación mecánica de la sociedad: “Esta máquina social, como todas las máquinas, funcionaba de un modo ordenado y predecible y producía resultados – que podía decirse estaban sujetos a leyes – en gran medida de la misma manera que los cuerpos al caer-”. (R. Meek; 1979:177). Gran parte de los filósofos franceses se hicieron rápidamente eco de propuestas semejantes, ya que la disputa con las concepciones teológicas constituían el eje de las preocupaciones de la época. En tal sentido el barón D’Holbach expresaría: “El hombre es la obra de la naturaleza; existe dentro de la naturaleza y está sujeto a las leyes de la naturaleza” (1770:1). ( 2) Así, puede decirse que la forma principal que parece haber adquirido el estudio de la sociedad en tanto orden autoregulado a partir de leyes propias y ya no divinas, es aquella que combinaba, por un lado, la analogía de la sociedad civil regulada por los “mecanismos” de la naturaleza y, por otro, el permanente perfeccionamiento de la razón en la instrumentación de políticas adecuadas para alcanzar aquel orden. En este sentido Condorcet llegará a expresar: “Si el hombre es capaz de predecir con casi completa certeza el fenómeno cuyas leyes son conocidas. ¿Por qué hay que creer quimérica la idea de predecir el destino futuro de la especie humana” . ( 3) Un supuesto fundamental precedía a estas construcciones del positivismo que se inauguraba: conocidas las leyes fundamentales ( económicas) que regularían la sociedad, la política dejaría de estar sujeta a las arbitrariedades del poder del monarca. Al calor de semejantes expectativas se inauguraban también los principios de aquella moral ya anunciada: los destinos de la sociedad dejarían de estar a merced de las políticas de regulación estatal. Será la élite intelectual orgánica a los intereses de las nuevas clases burguesas, la que, mediante procedimientos científicos, podría cuenta de las pautas sobre el funcionamiento de las leyes que la regulan. En todo caso, la función política será la de crear las condiciones para que dichas leyes, presentes en la “naturaleza” misma de la sociedad civil, se desarrollen plenamente. La sociedad civil era percibida como un conglomerado de individuos poseedores de atributos específicos aunque necesarios entre sí para conformar el nuevo orden social. Individuos que intercambiaban sus capacidades para producir bienes necesarios a la sociedad en su conjunto. Así la circulación de bienes, pasaba a ser explicada en términos de una “propensión natural” a intercambiar, sobre cuyas leyes reflexionaría la economía política clásica, heredera inmediata de aquellas concepciones y constructora de edificio conceptual que las explicaría en su funcionamiento. La pretendida analogía de la sociedad sujeta a las leyes físicas de los Principia de Newton puede plantearse así: la materia, en este caso la sociedad, comenzaba a percibirse como la existencia atomística de los individuos o los agentes económicos; el movimiento como la relación social a través del intercambio y el espacio como el ámbito de realización del intercambio, es decir, el mercado (L. Bendesky, 1983:9). Ahora bien, si los procesos de intercambio y circulación de las mercancías constituyen las preocupaciones más importantes de la economía política clásica, será alrededor de las teorías del valor formuladas por sus autores mas encumbrados donde se plantearían los mecanismos, las leyes que rigen dichos procesos. Las teorías del valor en los economistas clásicos estaban sostenidas por una preocupación central: encontrar, descubrir, las “leyes” que regularían los precios en la sociedad. La pregunta central era, siguiendo la analogía sugerida con los principios de la física newtoniana: ¿cual es el centro de gravitaciónalrededor del cual fluctúan los precios de las mercancías en la sociedad?. Pues si la fluctuación de los precios es arbitraria la política regulatoria se hace imprescindible, por lo que la riqueza de las naciones quedaba sujeta a la política. La mayor parte del esfuerzo explicativo de los denominados economistas clásicos estuvo, entonces, orientado a intentar demostrar que ni la conformación y variaciones de los precios, ni las riquezas nacionales eran ya producto de las políticas regulatorias de los Estados. En las doctrinas clásicas, los precios reales se constituían en torno a un “precio natural” y aquellos variarían en torno a éste, de acuerdo con los mecanismos de la oferta y la demanda. El esquema (conocido, o sistematizado luego como teoría de los tres factores) partía de la existencia de tres “factores” que intervendrían en la producción moderna de mercancías: el trabajo, el capital y la tierra, aportando cada uno “su” cuota a la producción. Este aporte implica que “naturalmente” cada uno de esos factores de producción pretenda una retribución. Así por ejemplo tendríamos que el capital por su aporte a la producción “demanda” una retribución o interés. Al mismo tiempo el trabajo demanda un salario y el propietario de una porción de tierra o un establecimiento demanda una renta. Esquema de agentes/ factores/precios Agente económico Factor económico Precio o retribución Capitalista Capital interés Terrateniente Tierra renta Trabajador Trabajo salario De esta manera categorías de actores y categorías de remuneración (precios) se vinculaban para conformar el precio “natural” de una mercancía dada. Es decir el precio mínimo que exigiría cada factor por debajo del cual no intervendría en el proceso (por lo tanto la producción de esa mercancía no sería posible) y por encima del cual se produciría un sobreprecio que tentaría a mas agentes poseedores de dicho factor a incursionar en el mercado del producto en cuestión dando lugar con el tiempo a una sobreoferta del factor e induciendo como consecuencia a la baja del precio del mismo. Entonces, la fluctuación de los precios tendería siempre hacia un punto de “equilibrio” dado por el denominado “precio natural”, tal como lo encontramos graficado con fines didácticos en la mayoría de los textos de economía: GRAFICO 1 P D Pb P0 Pa O Qa Q0 Qb Q Donde: P= precio Q= cantidad (P0;Q0)= Nivel de Precio y Cantidad en equilibrio. La riqueza pasó a ser considerada como un resultado de la libre circulación de aquellos factores de la producción que intervenían en la producción de mercancías y no la capacidad mayor o menor de gestionar las arcas públicas y el comercio por parte de los soberanos. Así como la gravitación, en el esquema de la física clásica, sostiene un sistema natural que se autoequilibra, el precio natural será constituido como el centro de gravedad de los precios fluctuantes en la sociedad. El mercado, a través de los mecanismos de la oferta y la demanda, será el sistema natural de la autoregulación social. Las complejas relaciones sociales, desigualdades y transformaciones producidas por el desarrollo del capitalismo industrialista encontraban en la física social de la economía política clásica una interpretación coherente de acuerdo a los cánones imperantes en la producción científica del conocimiento. Los distintos intereses sociales que portaban los sujetos sociales fueron representados en los modelos clásicos como “factores de la producción” (capital, tierra y trabajo) aportaban una “cuota” al valor o precio natural de las mercancías y por lo tanto requerían una reposición de la misma. Los precios de las mercancías en la sociedad estaban regidos por los precios de reposición de dichos factores y, si bien los precios de estos factores y, por lo tanto, de las mercancías que producían, podían variar circunstancialmente, las leyes del mercado harían que tendencialmente logren un equilibrio. Al lograr formular con cierta sistematicidad y logicidad estas concepciones, la Economía Política clásica se constituyó como la ciencia social por excelencia. Su preponderancia estuvo sustentada en tres motivos que consideramos fundamentales y que confluyeron en brindarle una importante capacidad hegemónica en el campo intelectual y político: en primer lugar por su aporte crítico frente a las concepciones en materia de política económica de los funcionarios e intelectuales de la época de los llamados estados mercantilistas; en segundo lugar por la adecuación de sus postulados a las formas predominantes de producción del conocimiento científico, y en tercer lugar, por ser un instrumento de legitimación de los ideales de las nuevas clases burguesas en la producción de política económica de acuerdo a sus intereses. En la medida en que los economistas clásicos reflexionaban sobre la sociedad en torno a presupuestos sobre la “propensión natural del hombre al intercambio”, la existencia de un supuesto precio natural en tanto centro de gravitación de todos los precios y un orden natural al que se arribaría por las leyes del mercado, concebían a la sociedad burguesa moderna como una máquina capaz de reproducirse eternamente. Por ello, las elaboraciones en torno al valor como modelo científico eran portadoras también de una axiología, es decir una serie de premisas valorativas en torno al tipo de sociedad al que supuestamente conducirían los “mecanismos” de la sociedad capitalista. Aquellas premisas axiológicas integrantes de la nueva moralidad que introducía la economía política se sustentarán también en proposiciones antropológicas en torno a determinadas esencias humanas y sociales, premisas que serán también los puntos de partida de las elaboraciones neoclásicas y subjetivas de las teorizaciones en economía posteriores y que permiten establecer de alguna manera el campo de limites y posibilidades de la “ruptura” que se establece por lo general entre economía clásica y neoclásica (con sus variantes). 3. Las Primeras Sistematizaciones La mayoría de las historiadores del pensamiento económico hacen referencia a la escuela fisiocrática como el primer conjunto sistemático (con pretensiones científicas) en Economía Política. Surgida en los inicios mismos del Siglo XVIII, esta escuela intenta constituirse como una respuesta “específicamente económica” a las innumerables disposiciones que en materia de Política económica constituían el quehacer de los Estados absolutistas y en particular el Estado francés de la época, cuya preocupación principal era el “atesoramiento” de moneda metálica como símbolo máximo del enriquecimiento nacional. De allí la preocupación predominante por la regulación minuciosa del comercio, el logro de una balanza comercial favorable y la competencia internacional por el dominio de los mercados de ultramar, entre otras políticas seguidas por aquellos estados . La riqueza de las naciones estaba concebida entonces sobre la base de la comercialización y, en este sentido, la valorización dei trabajo tanto en la agricultura como también en los grandes sectores artesanales era prácticamente nula. Desde luego el nivel de pauperización del campesinado (la clase mayoritaria del Régimen Antiguo) alcanzaba en las postrimerías de la revolución francesa niveles insostenibles, baste recordar estas palabras de Toqueville: “ Imaginad os ruego, al campesinado francés del siglo XVIII, vedle tal como le representan los documentos que he citado, tan apasionadamente ansiosode la tierra que dedica todos sus ahorros a comprarla y la cornpra a cualquier precio. Para adquirirla debe pagar un derecho... al fin es suya; entierra en ella la semilla y el corazón... pero reaparecen los mismos vecinos que le arrancan de su campo y le obligan a trabajar en otro sitio sin salario. Si quiere defender la simiente contra la caza los mismos personajes se lo prohiben, los mismos lo esperan junto al puente del río para exigirle un derecho al peaje. Los encuentra de nuevo en el mercado, donde le venden el derecho a vender sus propios productos. y cuando de vuelta a casa, quiere emplear para si el resto de su trigo, de este trigo que ha crecido bajo su mirada y gracias a sus manos, no puede hacerlo sino después de haberlo molido en el molino y haberlo cocido en el horno de estos mismos hombres. Debe además darles bajo formas de renta una parte de los ingresos de pequeña finca. y estas rentas son imprescriptibles e invendibles. Haga lo que haga y por todas partes se topa en su camino con estos vecinos incómodos que alteran su salaz, sobresaltan su trabajo y comen sus productos; y cuando ha terminado con ellos, se presentan otros, vestidos de negro, que le quitan las primicias de sus cosechas.” ( 4) Estas ideas que rescatan el valor del trabajo productivo campesino, fueron escritas con bastante posterioridad a la revolución. Interesan estos posicionamientos ya que suele atribuirse a la escuela fisiocrática una valorización productiva del trabajo agrícola. Sin embargo, como veremos, esta posición es discutible. La preocupación de los fisiócratas se dirigía principalmente a demostrar la inoperancia y lo restrictivo de las intervenciones del estado monárquico en la “economía”. Un iniciador de estas concepciones, fue Boisguilbert quien, según Marx, era el portavoz de “la inmensa población pobre cuya ruina golpea, por reacción a los ricos”. ( 5) Así, en su obra Dissertation sur la Nature de la Richesse, planteaba: “Hoy en día los hombres están enteramente divididos en dos clases, a saber, una que no hace nada y goza de todos los placeres, y otra que trabaja desde la mañana hasta la noche, apenas tiene lo necesario y muchas veces se encuentra privada de todo.” ( 6) Si nos atenemos tanto a lo temprano de sus escritos (1707) como a las reiteradas prohibiciones de los mismos y a su exilio forzoso, podemos afirmar que fue no sólo uno de los primeros en escribir con cierta sistematización sobre Economía Política sino incluso desde una posición en defensa del trabajo campesino; no obstante, y desde la perspectiva del análisis del valor, ya Marx había señalado que: “Boisguilbert sólo ve el contenido material de la riqueza al valor de uso, el usufructo, y estima que la forma burguesa del trabajo, la producción de los valores de uso a titulo de mercancías y el proceso de intercambio de éstas es la forma social natural en la que el trabajo individual alcanza esta meta” (C. Marx, 1970: 308-9). La importancia de los escritos de Boisguilbert, radica en haber sido el primero en hablar de un “orden natural” en la sociedad, orden que para el autor sería obra de una “providencia” superior. Es decir el fundamento del orden natural estaba justificado por mandato de Dios en contraposición a la autoridad y la violencia del Estado. Será éste el fundamento de lo que, posteriormente se llamó escuela o secta de los fisiócratas, haciendo del orden natural el principio epistemológico de la Economía política. Visión mecánica de la sociedad en alianza con la idea de Dios en tanto creador de la misma y que, tal como ya se ha señalado, se referenciaba por analogía con las imágenes del mundo físico newtoniano y una valorización del trabajo en tanto sostén de la opulencia pública: “La opulencia consiste en mantener todas las profesiones de un reino pulido y magnífico, que se sostienen y se hacen funcionar mutuamente, como las piezas de un reloj.” ( 7) Y también, en otro texto del autor: “La Providencia quiso que en Francia los ricos y los pobres fueran recíprocamente necesarios para subsistir.” ( 8) Ahora bien, es importante indicar que para Boisguilbert la relación entre riqueza y valor de uso, si bien es importante, no parece ser determinante. En sus análisis la relación que tiende a primar es entre riqueza y circulación de los bienes (de otra manera no podría ser considerado un precursor de los clásicos). Si la riqueza hubiera sido sinónimo de acumulación de bienes de uso, su propuesta implícita sería la identificación de la riqueza de la nación con la ostentosidad de la nobleza de la época, cuestión esta cara a las intenciones críticas de dicha clase social del movimiento intelectual clásico de la economía política. La referencia al orden natural que hace este autor tiene el objetivo de proponer la necesaria circulación de la riqueza para que esta se convierta en riqueza productiva, es decir generadora de mayor riqueza: “Dado que la riqueza no es más que esta mezcla continua tanto de hombre con hombre, de oficio con oficio, como de comarca con comarca, y hasta de reino con reino, es una ceguera espantosa el ir a buscar la causa de la miseria fuera de la interrupción de tal comercio.” ( 9) y más adelante: “(...) hace falta que estos tres tipos de bienes, devuelvan la vida a los mismos frutos de los que proceden y esta circulación no deba ser nunca interrumpida porque al menor corte tan pronto se vuelve mortal.” ( 10) Esta circulación mercantil equilibrada, para la mantención del orden económico ha sido entendida en dos direcciones distintas por los historiadores del pensamiento económico. Para Schumpeter por ejemplo, significa un antecedente de la teoría del equilibrio general (de los precios) en la teoría de Walras (cfr. Historia del análisis económico, p. 260). Para otros autores significa un equilibrio entre excedente y costos de reproducción (salarios). ( 11) En esta última interpretación intenta ubicar al autor en una teoría de ”la circulación reglamentada por precios proporcionales”; en la primera serian los precios (el sistema de los precios) el prerrequisito de los costos de reproducción. Desde nuestro punto de vista, ambas interpretaciones son posibles aunque nos parece más adecuada la primera. Pero es necesario tomar cierta distancia de todo intento de asignar cuestiones actuales de interpretación de la teoría económica a pensadores como Boisguilbert, insertos en las problemáticas de principios del siglo XVIII francés, cuyas preocupaciones se formulaban entorno a la lucha contra todas las imposiciones del régimen absolutista en materia de política económica valiéndose del racionalismo propio del pensamiento científico europeo de la época, para defender un proyecto alternativo que, como tal, implicaba una defensa del “orden económico” de las clases terratenientes. En este sentido Boisguilbert es un claro antecesor de la escuela fisiocrática, estos antecedentes son: - La alusión a un orden natural de la sociedad dado por el orden económico, que lo ubica como un cuestionador del Estado monárquico. - La defensa de la producción agrícola en tanto productora de excedentes. - La preeminencia de la clase terrateniente como iniciadora de todo proceso productivo, justificando su status jerárquico en la producción de dichos excedentes. Estos postulados han de ser retomados y sistematizados con más coherencia lógica por la escuela fisiocrática. Ahora bien, hay ciertas enunciaciones en la propuesta de este autor que son dignas de considerar y que desaparecen en el análisis fisiocrático (quizás justamente por la necesidad que tenían estos autores de dar plena coherencia lógica - racional - a sus postulados). En tal sentido es interesante recuperar la manera en que este autor intenta explicar la crisis que asolaba a Francia a finales del siglo XVII. Para Boisguilbert dicha crisis era producto de la “falta de consumo”, pues este “habíadisminuido a la mitad”. Es así que plantearía como principio que: “consumo e ingreso son una sola y misma cosa y que la ruina del consumo es la ruina del ingreso” (ídem). Reconocer la crisis por el lado de la falta de consumo implicaba para el autor postularse en favor del aumento del nivel de vida de los labradores (como del conjunto de las clases de la sociedad). Según veremos, para los fisiócratas, la tendencia a la pauperización era concebido como un proceso “natural”, aunque no hubo preocupación importante por explicarla. La defensa del consumo del labrador significaba, no obstante, una defensa por el nivel de consumo general y es así como su idea del valor del trabajo campesino (apenas esbozada) queda “neutralizada” por la ideología del orden natural expresada en la necesaria “reciprocidad de los ricos y pobres para subsistir”. La idea del valor del trabajo del labrador se agotaba en la propuesta de la retribución al mismo para la reproducción propia y la del ciclo agrícola capaz de generar el excedente necesario proporcional. ¿Proporcional a quién? al modelo del crecimiento constante y natural implícito en la concepción liberal del autor, “en la proporción en que se es liberal para no ahorrar” ( 12) La circulación de la riqueza es la base misma de la constitución de la riqueza. Es por ello que el valor de uso es solo antesala, requisito previo del intercambio y éste concebido como un orden naturalmente necesario para la generación de la riqueza y del valor-precio de las mercancías. Es en esta determinación última donde el trabajo alcanza también un valor, la forma del valor- precio en términos del salario. El fetichismo de la mercancía hacía su incursión en los primeros esbozos del pensamiento económico. 4. La escuela fisiocrática ( 13) Herederos de los postulados centrales de Boisguilbert y también del contenido mecanicista de las ciencias, los fisiócratas franceses crean el primer cuerpo sistemático teórico metodológico de Economía Política. Corresponde a éstos haber sistematizado la idea del orden natural en el campo de la ciencia económica emergente y, por lo tanto, ir contribuyendo a la construcción de la economía como la “ciencia” social por excelencia. Epistemológicamente, la analogía entre ciencia económica y ciencias naturales es intentada en todos sus análisis. La noción de providencia es reemplazada por la de evidencia, siguiendo los cánones de Descartes y, especialmente, de Locke. La evidencia es el código de validación científica considerada preponderante y corresponde a un nivel de certeza distinto a la fe, mientras la primera pertenece al orden de lo natural, la segunda integraría el orden de lo sobrenatural. (14) Esta apologética del orden natural se reflejará en todo el sistema fisiocrático el cual partía de los principios filosóficos que maduraron en la Francia prerrevolucionaria, anteponiéndose el derecho natural frente al derecho divino, este último, entendido como dispositivo justificador del Estado absolutista. Un interesante paralelo con esta concepción lo constituye la vida y carrera de F. Quesnay tal vez el principal exponente de esta escuela. Graduado como cirujano, sus preocupaciones por la Economía Política (o el estudio del orden natural como el mismo autor se expresaba reiteradamente) sólo se manifiestan hacia 1757 cuando comienza a formarse la Escuela, teniendo ya 66 años de edad. La denominación “fisiócratas” hace referencia justamente a la analogía que los autores de esta escuela hacían entre la fisiología del cuerpo humano y lo que denominaban “fisiología social”. Al decir de M. Dobb: “El sistema económico era a la sociedad humana, lo que el cuerpo era a la personalidad humana, la base física para el desarrollo de funciones más elevadas... y era condición del progreso social que el sistema económico fuera capaz de producir al Estado y a la clase gobernante el mayor excedente posible” (M. Dobb. 1975:13). La idea de progreso en términos de “funciones más elevadas” se concebía como el fin último de la sociedad y el motor de este proceso se basa en la producción del “mayor excedente posible”. Excedente (produit net, según la categoría utilizada por los propios autores) que es concebido como un don natural; en palabras de Marx: “como una donación de la naturaleza”. La relación progreso-excedente-orden natural constituye a partir de los fisiócratas el cuerpo filosófico y axiológico en el cual se constituirá la economía como nueva moral social; de allí se desprenderán las categorías de valor y de excedente, las clasificaciones entre trabajo productivo y trabajo improductivo, etc. que conforman el edificio conceptual de la economía política. La importancia epistemológica del orden natural en este esquema no implica simplemente una apertura hacia un materialismo mecánico, cuyas limitaciones estarían dadas exclusivamente por las concepciones predominantes en el campo de las ciencias en general, sino que, sobre esta misma base, se construye una concepción justificadora, eternizadora de las relaciones sociales de explotación existentes en ese período histórico, transfiriendo dentro de un mismo código los conceptos de Providencia al de Evidencia aunque en el marco de la nueva moral inaugurada . De igual forma en la interpretación del orden social se planteaba la transferencia (natural) del excedente desde el estado hacia la burguesía terrateniente dentro de una misma estructura de explotación del trabajo campesino. La ideología del orden natural niega el desorden de lo real, y sobre esta negación se construye y construirá gran parte del edificio de la Economía Política clásica y neoclásica, con sus particularidades. Para explicarnos esta justificación del excedente en el marco de una Filosofía de orden natural, es necesario introducirnos en el funcionamiento mismo del sistema fisiocrático cuyo modelo más acabado lo constituye el famoso “Tableau Économique” de F. Quesnay. ( 15) En la presentación, el autor nos invita a hacernos una idea de la sociedad de la que parte: “Supongamos, pues, un gran reino cuyo territorio, llevado a su más alto grado de agricultura, reportara todos los años una reproducción del valor de cinco mil millones, y donde el estado permanente de este valor sería establecido sobre los precios constantes que tienen curso entre las naciones comerciantes, en el caso en que hay constantemente una libre competencia de comercio y una entera seguridad de la propiedad de las riquezas de explotación de la agricultura”. (Op. cit; 794-5) (Subr. nuestro). Comienza entonces el análisis con determinados supuestos sobre la sociedad como un orden “dado” naturalmente (ahistóricamente) ; dichos supuestos son: la existencia de alta productividad agrícola, la libre competencia y la propiedad de “las riquezas de explotación”. Esta forma de proceder inaugura una metodología que nunca abandonará la Economía Política y las teorías económicas hegemónicas hasta la actualidad: el partir de supuestos como “datos de la realidad” sin ninguna explicación sobre su pertinencia teórica, aunque remitiendo su validación hacia construcciones de sentido común . El modelo, como se ha dicho, intenta explicar la fisiología de la sociedad a partir de la circulación de la riqueza entre las distintas clases sociales (en palabras del propio autor: “en analogía con la circulación de la sangre en el cuerpo humano”); para ello también parte de otros supuestos en torno a la conformación de dichas clases: “La nación se limita a tres clases de ciudadanos: La clase productiva, la clase de los propietarios y la clase estéril. La clase productiva es la que hace renacer por el cultivo del territorio las riquezas anuales de la nación, la que hace los adelantos de gastos de los trabajos de la agricultura y la que paga anualmente los ingresos de los terratenientes. La clase de los propietarios comprende al soberano, a los poseedoresde tierras y a los diezmeros. Esta clase subsiste por el ingreso o producto neto del cultivo, que le es pagado anualmente por la clase productiva (sic). La clase estéril está formada por todos los ciudadanos ocupados en otros servicios y otros trabajos distintos de la agricultura” (Op. cit: 793) ( agregado nuestro). Se reiteran aquí la ahistoricidad de los supuestos, en este sentido es posible aquí preguntarnos: ¿Cuál es el fundamento que explicaría la existencia de una clase productiva, una propietaria y otra estéril?, la respuesta no la encontramos en Quesnay sino en Turgot, pero con referencia nuevamente a la naturaleza: “La naturaleza no regatea con él (el campesino) para obligarlo a conformarse con lo absolutamente necesario. Lo que ella brinda no es proporcional ni a sus necesidades ni a una evaluación convencional del precio de sus jornadas. Es el resultado físico de la fertilidad del suelo y de la exactitud mucho más que de la dificultad de los medios que ha empleada para hacerlo fecundo. Desde que el trabajo de labrador produce más allá de sus necesidades, puede, con lo superfluo que la naturaleza le concede en don puro más allá del salario de sus esfuerzos, comprar el trabajo de los otros miembros de la sociedad” ( 16) Puede observarse, en referencia en lo que se había ya planteado en páginas anteriores, que estamos lejos de una teoría del valor del trabajo campesino. La naturaleza es la “productora”, la que brinda la posibilidad del excedente, siendo este “el resultado físico de la fertilidad del suelo”. Si el labrador produce mas allá de sus necesidades es porque este se apropia lo que la naturaleza le ofrece como don puro. No interesa cuales son las condiciones (sociales, de explotación, etc.) que hacen que el trabajo del labrador produzca más allá de sus necesidades. Interesa señalar que es la naturaleza la que contiene la capacidad de producir mas allá de las necesidades (de subsistencia) del campesino. De esta manera, el orden natural se constituye en el modelo fisiocrático como el recurso último para la explicación que resulta tautológica, pues si la naturaleza posee el don de brindar el excedente proveerá también el sustento del conjunto de la sociedad: una sociedad organizada, según el orden natural. Para Jean Cartelier: “Desde la perspectiva de los fisiócratas, la apropiación del producto neto por los terratenientes no tiene que ser justificada en el plano de la ciencia así como no es necesario justificar la gravitación universal. En otras palabras, se trata de una ley física, conocida por la evidencia, que se debe combinar con otras” (1980:79). El modelo de circulación de la riqueza (producto neto- excedente en el planteo de Quesnay) constituye una descripción de las distintas etapas desde que este se produce, pasando por su distribución hasta el consumo de acuerdo al siguiente esquema: a) el punto de partida es la obtención del producto agrícola; b) parte del mismo es retenido-consumido por el labrador para satisfacer sus necesidades; c) el resto (excedente) es vendido a los propietarios y estériles; d) con el dinero obtenido se paga la renta de la tierra y los elementos necesarios producidos por la clase estéril; e) la renta es utilizada por la clase propietaria para pagar los bienes de consumo que debe comprar junto a la clase productora como a la estéril; f) la clase estéril utiliza lo recibido para comprar de los productivos los alimentos necesarios y las materias primas; a’) se inicia un nuevo ciclo. La representación gráfica de este proceso (cfr. Gráfico 2) implica una simplificación del original a los efectos de su mejor comprensión y está realizada en términos de “flujos físicos” y “flujos monetarios” ( 17) GRÁFICO 2 MODELO SIMPLIFICADO DEL “TABLEAU ÉCONOMIQUE” CLASE PRODUCTIVA CLASE PROPIETARIA CLASE ESTÉRIL (a) 5000 (b) 2.000 (c) 3.000 Produit Net (d) 3.000 0 1.000 (f) 2.000 (g) 3.000 (a’) 5.000 2.000 2.000 (e) 1.000 1.000 1.000 2.000 Referencias: = Flujos físicos = Flujos monetarios Para una comprensión mas detallada del Tableau Économique, seguiremos el esquema paso a paso. Se parte de una situación hipotética donde por adelantos en términos de semillas, bueyes, abonos e insumos necesarios para la producción se requeriría un total de $2.000, los cuales, siempre hipotéticamente, producen una riqueza de $5.000 (a), descontados los $2.000 que implica el costo de los insumos tanto en materiales para la producción como en consumo de la clase productiva (b) quedan $3.000 que constituyen el excedente o produit net (c). La clase productiva necesita vender estos excedentes a la clase propietaria y estéril para poder hacer frente a sus pagos de “renta” a los primeros y de artículos necesarios que produce la clase estéril (en concepto de vestimenta, instrumentos de labranza, etc.). Se supone que de estas ventas obtiene $ 2.000 a la clase propietaria y $1.000 de la clase estéril, pero las mismas sumas son las que debe pagar en concepto de renta y de artículos de consumo (d). La clase propietaria, a su vez, deberá gastar en bienes de subsistencia y en artículos de lujo y vestimenta elaborados por la clase estéril. La distribución del gasto de la clase propietaria se supone en $1.000 en concepto de pagos por compras a la clase productiva y $1.000 a la clase estéril (c). La clase estéril entonces habrá recibido $1.000 de parte de los propietarios y $1.000 de parte de los productivos. Pero esta clase deberá a su vez gastar tanto en alimentos como en materias primas para poder elaborar sus artículos por lo que los $2.000 pasan a la clase productiva (f). En esta situación, la clase productiva recibe los 3.000 que les permiten comenzar un nuevo ciclo produciendo nuevamente un total de 5.000 (a’). Este sistema circular del tableau introduce por primera vez el cálculo matemático (aunque en forma simple) en los modelos económicos e intenta construir, también por primera vez, un modelo del “funcionamiento” de la sociedad en términos específicamente económicos. De esta manera se pretendía sistematizar la analogía entre orden natural y orden económico, es decir, las “leyes de la economía” reflejarían las “leyes de la naturaleza” tal como eran concebidas por estos autores. Hemos visto de qué manera el excedente, concebido en tanto don natural, se incorpora a la “circularidad” del orden económico que no es más que su traducción al sistema de ideas circular de los fisiócratas, sistema que además intenta incorporar la propiedad terrateniente como un atributo esencial, inmanente a la estructura social. “El excedente del producto de las tierras, más allá de los gastos del trabajo y del cultivo, y de los adelantos necesarios para la explotación de este cultivo, es un producto neto que forma el ingreso público, y el ingreso de los poseedores de tierras, de las que han adquirido o comprado la propiedad, y cuyos fondos pagados por la adquisición les asigna, sobre el producto neto un ingreso proporcional al precio de compra de dichas tierras. Pero lo que les garantizaeste ingreso aún con mayor justicia, es que todo producto neto es una prolongación natural de su propiedad y de su administración; porque sin estas condiciones esenciales, no sólo las tierras no rendirían producto neto, sino sólo un producto incierto y débil, que apenas valdría les gastos hechos con el máximo ahorro, en razón de la incertidumbre del periodo de disfrute.” (18) La propiedad se constituye entonces en el factor clave de la producción del producto neto, no sólo se justifica su retribución (renta) por su participación en la producción sino que está concebida como la forma organizativa sin la cual el producto neto prácticamente no existiría, por lo tanto: “La seguridad en la propiedad es el fundamento esencial del orden económico de la sociedad, ya que es la seguridad de la posesión permanente la que provoca el trabajo y el uso de las riquezas para la mejora y el cultivo de las tierras.” ( 19) Si relacionamos la idea de Turgot acerca de la capacidad natural de la tierra (fertilidad) para producir el excedente con la concepción de la propiedad como provocadora del trabajo en Quesnay nos encontramos con lo que nos parece el dispositivo principal del pensamiento fisiocrático: los propietarios de la tierra serian las clases realmente productivas en términos de generación del producto neto, clases que en el modelo explicativo fisiocrático integran el orden natural, porque la herencia y el derecho a la misma es parte del “derecho natural”. ( 20) En conformidad con la ideología dominante de la época, los fisiócratas no pueden dejar de colocar el derecho de propiedad en el centro de su doctrina, inaugurando el discurso de la economía política en términos de excedente y propiedad como integrantes naturales del orden económico y por lo tanto susceptibles de ser planteados como supuestos válidos universalmente. El labrador trabaja naturalmente porque busca satisfacer sus necesidades, la producción de excedentes es el doble resultado de la gracia de la tierra por su don natural y por los adelantos del terrateniente. Es importante remarcar que el inicio de la economía política como ciencia ha implicado la justificación del excedente a partir de la ideología del orden natural, es decir, la sociedad vista con los moldes de la naturaleza (y viceversa). Esta ideología se erigía como contrapuesta a lo que consideraban el despotismo y autoritarismo de las prácticas que en materia de política económica habían tenido los estados absolutistas. a partir de estos postulados dicha autoridad debería ser ejercida por el sometimiento al orden natural, cuya explicación corresponde a la ciencia y, en tal sentido, al estado sólo le compete su enseñanza: “La primera ley positiva, la ley fundamental de todas las demás leyes positivas, es la institución de la instrucción pública y privada de las Leyes de orden natural.” ( 21) La imposición del excedente y su apropiación (aún en forma de renta) ya no podía aparecer como tal, como un requerimiento externo (estado) sino que debía ser incorporado al esquema de explicación científica de la época. Lo ideológico (interés de la clase terrateniente promovido como interés general) aparece entonces como discurso científico mediante la explicación (mecánica) del orden natural, que es el orden de la sociedad por los mecanismos del funcionamiento de la economía. La política económica pasa a configurarse entonces como economía política, donde la comprensión de ésta en términos de “leyes físicas” es un pre-requisito para la elaboración de las políticas del Estado. Se inaugura también de esta manera el discurso determinista de las “leyes económicas” las cuales deberían regir en la sociedad . ( 22) Ahora bien, hemos visto ya como la idea de excedente (incorporado a la justificación ideológica del orden natural) determina una cierta concepción de lo que es trabajo productivo y trabajo improductivo. Las necesidades de reproducción del orden económico implican la necesidad de justificar la reproducción del orden social, es decir la reproducción tanto física como social de las clases y grupos capaces de mantener la organización social de acuerdo con el modelo. Pero igualmente hemos notado en cierta forma que el sistema fisiocrático entra en contradicción tanto con las interpretaciones mas corrientes en Historia de la Teoría Económica que plantean en ella una teoría del valor del trabajo campesino o agrícola como con su propia conceptualización de “productiva” en referencia a esta clase social. En tal sentido es importante recordar que estos autores definen a la naturaleza como la portadora de capacidades que “exceden” la necesidad inmediata del campesino (teoría del don puro) y a la clase propietaria como la clase capaz de provocar, inducir, dicha generación de excedentes (teoría de los “adelantos”). El trabajador agrícola si bien nominado como “la clase productiva” en realidad lo es en tanto especie de mediación entre la naturaleza y la clase terrateniente. El labrador es ante todo un “instrumento” mas entre otros insumos necesarios para obtener lo que la pródiga naturaleza dona al orden social para que se reproduzca. Es decir se concibe al trabajo del labrador como “necesidad” natural del mismo, motivada por las exigencias de su subsistencia, quedando su reproducción social y cultural subsumida a una pura reproducción biológica. Es por ello, tal vez que en Quesnay encontremos que las retribuciones al trabajador agrícola ocupan un espacio muy reducido en el análisis, puesto que están planteadas en términos de “salario mínimo”, es decir el necesario para su alimentación y vestimenta. En este sentido Marx plantearía: “El salario mínimo constituye con razón, la piedra angular de la doctrina fisiocrática”. (K. Marx, 1974:37) En tanto dispositivo discursivo legitimador de los intereses de la burguesía terrateniente, la doctrina fisiocrática sólo reconoce como productivo aquello que reproduce el interés de aquellas clases sociales. El “excedente”, en tanto posibilitador del cumplimiento de “funciones más elevadas”, es el objetivo a alcanzar, y el sujeto portador de esas funciones y por lo tanto “propietario natural” de dicho excedente, será la burguesía terrateniente. El esquema del Tableau es en tal sentido sintomático: es el terrateniente el que inicia el ciclo productivo mediante los adelantos en términos de insumos para la producción. Si no fuera así, tal la sanción de Quesnay, sólo nos encontraríamos con una producción “incierta y débil”, una nación sin riqueza. La noción de salario mínimo es entonces la piedra angular porque dicha doctrina se constituye a partir de una determinada concepción que niega, oblitera, toda noción sobre el valor del trabajo del labrador en tanto productor del excedente trasladando sus capacidades productivas a la naturaleza y la circulación de su producción como necesaria a la mantención de un orden , como ya se dijo, también concebido como natural. También de esta concepción básica se desprende una “teoría del valor” en Quesnay, apenas explicitada. Es una teoría del valor monetario, en palabras del autor, del valor venal: “No son simplemente las producciones del territorio de un reino las que forman las rentas de la nación, es necesario todavía que esas producciones tengan un valor venal que exceda el precio de los gastos de explotación del cultivo... las rentas y el impuesto se sustraen en dinero. por lo tanto todos los gastos y todos los productos deben ser evaluados en dinero. Por o tanto, el valor venal en dinero es la base de toda estimación y de todo cálculo en economía política, y de toda relación de riqueza entre las naciones.” ( 23) Hay un valor (venal ) que es aquel que excede los costos de producción y que, a su vez, se compara con la renta; pero para poder compararlo con la renta y, en la medida que esta se obtiene en dinero, todos los productos deben ser evaluados en dinero.La abstracción del valor de uso en valor de cambio tiene aquí un principio de enunciación. El valor venal, que “mide” en términos de precio el excedente, mide a su vez su transformación, mediante la circulación, en renta para el terrateniente. “Si se hace abstracción de este valor en dinero ya no se tiene medida para evaluar las propias riquezas.” ( 24) Una teoría axiológica del valor del trabajo (es decir una valorización acerca de lo que es trabajo productivo de lo que no lo es) en la agricultura , guarda estrecha relación con la medición del trabajo como productor de un excedente, transformándose en valor venal (que excede los “costos”) y por lo tanto en valor-dinero como instrumento de evaluación-equiparación ideal de toda riqueza. A partir de allí todo será evaluado, valorado en términos de la forma-dinero del valor. Estamos aquí frente a uno de los principios claves de toda la teoría económica: la necesidad de un patrón de medida homogéneo que pueda “representar” en una medida única la heterogeneidad de los productos, lo que implica también reducir, simplificar la heterogeneidad de los trabajos y, en última instancia, la heterogeneidad sociocultural. Preocupación, que constituye la base de la formación de la economía política como ciencia, en palabras de Cartelier: “La creación de la economía política sobre una base científica exige un efecto que el valor de uso sea abstracto para que el valor de cambio se manifieste, para que las leyes que lo rigen puedan ser desprendidas” (Op. cit. 72-73). Pero esta medida única responde ciertamente al interés de la burguesía terrateniente, propietaria “natural” del excedente en tanto es la forma dinero, que permite el comercio y la reinversión y de allí la regeneración del excedente. Es por ello que para los fisiócratas, en este sentido precursores de A. Smith, la única teoría del valor posible es aquella que concibe el valor de cambio de las mercancías, es decir su precio, o bien la forma precio del valor. La abstracción del valor de uso al valor de cambio, implica aún en el marco de sus pretensiones científicas una transformación de alcance ideológico: representa también históricamente la transformación del interés particular de la burguesía terrateniente francesa en “interés” de toda la sociedad. El interés de una clase que se apropia del excedente, configurado en el dispositivo teórico de la economía política como interés general (en el orden natural), pretende legitimar los valores (axiológicamente hablando) de la burguesía terrateniente y la forma renta en dinero (valor venal, o precio del excedente) que es la base de su existencia. Emergencia del fetichismo de la mercancía (según la definición de Marx sobre los postulados doctrinarios de la economía política) que no solo expresa la pretensión de asimilar el interés de una clase al interés general mediante el recurso a una retórica del orden natural sino también en una desvalorización del trabajo del labrador y, por lo tanto de la “propiedad” que éste tiene sobre sí mismo. Toda la metafísica del valor como precio se construye mediante la traslación del nivel explicativo desde la generación del valor de las cosas hasta el nivel de la valorización de las mismas. Este último nivel no es abstracto “en sí” sino que corresponde un determinado tipo de desarrollo de las relaciones sociales: el trabajo como mercancía, el trabajo abstracto. Antes de entrar en los desarrollos de los economistas clásicos ingleses, es necesario hacer notar que para los fisiócratas el valor de uso es siempre el mismo (depende sólo de las necesidades y el deseo de disfrute más o menos constante de los individuos); en cambio el valor venal, es decir el precio, varía y depende de causas diferentes independientes de la voluntad de los hombres. Serán precisamente los economistas políticos ingleses quienes intentarán explicaciones de mayor sistematicidad en torno al carácter fluctuante de los precios en la sociedad, aunque desviando su interés de la producción agraria a la producción industrial. 5. El sujeto económico Participe y exponente de las concepciones liberales de la nueva burguesía de su época, Adam Smith, se interesa desde el inicio de sus trabajos por el estudio del comportamiento humano. La semejanza con los fisiócratas con respecto a la necesidad de explicar la sociedad como un orden natural contiene algunas diferencias de enfoque que tiene importancia señalar. ( 25) Mientras que para la fisiocracia el orden natural corresponde a la organización de la sociedad en torno a grupos sociales formulados en términos clases sociales , por lo que sus modelos giran en torno a la descripción de dichas clases y su participación en el proceso de generación dei “produit net”, (independientemente de que con el término clases tuvieran presente la noción de orden social, mas cercano a la idea de estamento) para Adam Smith el punto de partida lo constituía el análisis de las motivaciones psicológicas “comunes a todos los hombres” . Es el libre ejercicio de dichas motivaciones el que produciría un modelo organizado de sociedad, un orden económico que debería funcionar naturalmente en beneficio de la nación en su conjunto. Al mismo tiempo, si el centro de atención de los fisiócratas franceses lo constituía la capacidad de la naturaleza de brindar el excedente necesario para la reproducción de la sociedad en su conjunto, en el economista inglés el enfoque principal estaba puesto en los intereses personales operando como fuerzas de mercado capaces de establecer la armonía social por la vía de la oferta y la demanda: esa “mano invisible” que tiende al orden social sin intervención estatal. En este sentido puede decirse que A. Smith desarrolla las bases del pensamiento de la escuela fisiocrática por la que fue influido a partir de 1764, aunque trasladando el nivel de determinación del estudio de la economía del orden natural de la sociedad a la “naturaleza” psicológica de los individuos. Esta traslación se refleja en los problemas en que se ha de detener en forma sistemática dando nuevos contenidos a la Teoría del valor, a la distinción entre trabajo productivo e improductivo y al concepto de excedente o produit net de los fisiócratas. Para la mayoría de los estudiosos del pensamiento económico existirían en A, Smith dos teorías del valor contradictorias entre si; una que connota una definición del valor como la cantidad de trabajo contenido en un objeto, y otra que tomaría mas en cuenta la cantidad de trabajo por la que se puede cambiar un objeto. No obstante, esta apreciación requiere de algunos señalamientos que nos parecen importantes. Será justamente alrededor del concepto de valor de cambio donde el autor construirá su teoría económica. El problema sobre la ambigüedad en la teoría del valor tiene sentido en este marco, en la necesidad de definir una medida del valor de las cosas para el intercambio; para ello será necesaria la alusión analógica a las ciencias naturales (para establecer leyes naturales): “Así como la ciencia natural trataba de propiedades tales como la longitud y el peso, parecía que la ciencia económica debería poder descansar sobre el hecho básico del valor” (M. Dobb;1976) Hemos visto que esta preocupación estaba ya esbozada por los fisiócratas; para éstos existía una teoría de valor venal aunque no había una propuesta que profundizara en los problemas de medición y que permitirá expresar en unidades homogéneas la desigualdad propia de los productos, problema éste que, como hemos observado, respondería a las necesidades que son propias del intercambio mercantil. Ahora bien, sería un error desde nuestro punto de vista sostener que las preocupaciones intelectuales por producir teorías del valor sistemáticas o coherentes dentro de los paradigmas científicos de la época, respondieran meramente a formular una teoría sustentable sobre el intercambioen términos generales. Que los bienes se intercambian, tienen un precio, que ese precio fluctúa no por el valor de uso o merceológico del mismo sino por factores sociales y que además esos precios se expresan en el dinero como mecanismo de intercambio era conocido. De otra manera no podría explicarse el impresionante desarrollo del comercio y las grandes corporaciones y fortunas dedicadas a él en los dos siglos anteriores a la emergencia de las teorías que conocemos como economía política clásica (lo que conocemos como período mercantilista). El problema novedoso y que configura el centro de las preocupaciones de la intelectualidad orgánica de la época, es la emergencia del intercambio y la formación de los precios ante la nueva realidad constituida por las relaciones de producción capitalista. En Francia, la pauperización creciente del campesinado francés evidenciaba como inmoral la extracción de una renta en dinero por la burguesía terrateniente, de manera tal que la noción medievalista del “precio justo” sustentada por Santo Tomás de Aquino se convertía en un eufemismo. Así, entonces la emergencia del orden natural fisiocrático. En Inglaterra, los inicios del desarrollo industrial, la manufactura, estuvieron precedidos por el proceso de cercamientos de la propiedad comunal y la expulsión de campesinos sin tierra a los conglomerados urbanos que Marx y Engels llegaron a describir en forma magistral. Se trataba entonces de indicar, proponer, que el aparente caos social y miseria económica observable sería parte de un proceso necesario pero contingente y, en tal sentido, sería superado. En este contexto, la teoría del valor responde al requisito de dar cuenta de la formación de los precios bajo las condiciones específicas de la producción capitalista, es decir, el intercambio entre capital y trabajo y a las condiciones de reproducción ampliada de dicha relación a través de la reinversión. Es en tales condiciones y necesidades de homogenización (forma precio del valor) donde se plantea generalmente la contradicción de A. Smith. Veamos: “El valor de cualquier bien, para la persona que lo posee y que no piense usarlo o consumirlo, sino cambiarlo por otros, es igual a la cantidad de trabajo que pueda adquirir o de que pueda disponer por mediación suya. El trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor en cambio de todas las clases de bienes” . (1977: 33) La búsqueda de una medida invariable le hace rechazar la propuesta de los fisiócratas del valor venal, es decir del valor en dinero pues “el oro y la plata. como cualquier otro bien, cambian de valor”. “(...) por consiguiente el trabajo al no cambiar nunca de valor, es el único y definitivo patrón efectivo, por el cual se compraran y estiman los valores a todos los bienes, cualesquiera que sean las circunstancias de lugar y de tiempo”. (Op. cit: 34) y esto porque: “ (...) iguales cantidades de trabajo, en todas las épocas y lugares, puede decirse que son de igual valor para el trabajador. En su estado ordinario de salud fuerza y espíritu, en el grado común (sic) de sus capacidades y destreza, siempre debe entregar la misma porción de su tranquilidad de su libertad y su felicidad”. (idem) Resulta interesante detenernos en esta justificación del valor trabajo en A. Smith por lo que consideramos son sus connotaciones para la Antropología Económica. Efectivamente, cuando el autor hablaba de la medida del valor como indicador invariable, lo hacía partiendo del criterio de que el trabajo por naturaleza es susceptible de ser considerado como una medida constante. Cabría aquí la pregunta ¿Que es lo que le permite a este autor y en general a la economía política clásica suponer la invariabilidad natural del trabajo?. Precisamente, el hecho de que en el universo de agentes económicos concebido por la economía política clásica, el trabajador es “propietario” natural de su trabajo, siendo este el único “bien” que posee para reproducirse. El terrateniente posee (naturalmente) la tierra y el capitalista el capital. Así como la economía política inauguraba el discurso del sujeto económico en términos de propietarios de bienes que intercambian bienes recíprocamente necesarios y por lo tanto constitutivos del orden económico, la teoría política inauguraba también el discurso del estado como acuerdo emergente de la sociedad civil y esta configurada como pacto entre propietarios que ceden algo de sí mismos como aporte recíproco al sostenimiento del orden social. El trabajo, al mismo tiempo, sería también el elemento “originario” a partir del cual el hombre (en términos genéricos) realizaba sus intercambios. En el marco de los análisis realizados con el objeto de justificar esta aseveración, A. Smith se referirá a un supuesto “estado natural” de la sociedad, a: “Ese estadio primitivo y bárbaro de la sociedad que precede tanto a la acumulación de capital como a la apropiación de la tierra, donde el trampero de castores y el cazador de ciervos intercambiarían sus presas según la cantidad de tiempo que hubieran empleado en la caza. En ese estado de cosas, el total del producto del trabajo pertenece al trabajador y la cantidad de trabajo comúnmente empleada en adquirir o producir una mercancía cualquiera es la única circunstancia que puede regular la cantidad de trabajo que se podría de ordinario comprar economizar e intercambiar” (Op. cit: 52-3). Esta descripción del intercambio primitivo basada en un imaginario etnográfico que se asemeja al ideal del “buen salvaje” roussoniano, (algo así como que el buen salvaje nos mostraría las bondades naturales del intercambio) inaugura un discurso antropológico económico anclado en una supuesta “naturaleza” equitativa de los intercambios entre los hombres “en estado salvaje y puro”. Esta referencia incorpora, como dato de interés, otro elemento más a la batería de justificaciones en torno a la existencia de un orden natural inmanente, esencial en la sociedad: se pretende buscar en el orden supuestamente natural de las sociedades “primitivas” la medida natural, el “valor natural” al cual deben tender, sobre el cual deberían oscilar, los precios en la sociedad capitalista. La conocida fábula de A. Smith sobre el estadio primitivo ofrece muchos elementos para el estudio del dispositivo ideológico de la economía política (fue retomada en su momento por Ricardo y a ella hace también referencia K. Marx), volveremos sobre ella más adelante. Ahora bien, aquella situación a la que remitirían los intercambios primitivos, según A. Smith bajo las condiciones de producción capitalista cambia puesto que: “Tan pronto como el capital se haya acumulado en manos de personas particulares, algunas de ellas lo emplearán como es natural (sic) poniendo a trabajar a gente industriosa, a la cual proveerán de materiales y de los medios de subsistencia, a fin de obtener un beneficio por la venta del trabajo de ellos o por lo que el trabajo de ellos añade al valor de sus materiales (en este caso este valor se resuelve en dos partes: salarios y beneficios... en este estado de cosas, no siempre pertenece al trabajador la totalidad del producto, debe en la mayor parte de los casos compartirlo con el propietario del capital que lo emplea” (ídem). Este cambio, se produce entonces cuando intervienen “otros factores” aparte del trabajo y es por ello que en la constitución del valor de la mercancía deberían ser consideradas las distintas retribuciones que “confluyen” en la constitución del “valor natural”: “Cuando el precio de una cosa es ni más ni menos que suficiente para pagar la renta de la tierra, los salarios del trabajo y los beneficios del capital empleado en obtenerla, prepararla y traerla al mercado, de acuerdo con sus precios corrientes, aquella se vende por lo que se llama su precio natural”. (Op. cit: 54) Esta teoría del precio natural es a la que P. Sraffa denominaríateoría aditiva, es decir, aquella que deriva una teoría de los precios como simple adición de las retribuciones necesarias a los factores de producción intervinientes: al trabajador se le debe recompensar por su trabajo mediante el salario, al capital mediante el interés y al terrateniente por la renta; a la suma de estas tres retribuciones correspondería el precio natural de A. Smith como el “valor”. Es decir la medida del valor de las mercancías en el capitalismo, un valor que es distinto al precio del mercado, incluso anterior en su constitución. Los precios de mercado fluctúan siempre en torno a este precio natural: “El precio natural viene a ser, por esto, el precio central, alrededor del cual gravitan continuamente los precios de todas las mercancías. Contingencias diversas pueden a veces mantenerlos suspendidos, durante cierto tiempo, por encima o por debajo de aquel; pero cualesquiera que sean los obstáculos que les impidan alcanzar su centro de reposo y permanencia, continuamente gravitan hacia él” (Op. cit. 56-57). Desde nuestro punto de vista, este cambio entre una supuesta teoría del valor a partir del trabajo contenido en una mercancía y una segunda teoría basada en la suma de los factores intervinientes en la constitución del precio “natural” por el que se cambian las mercancías no necesariamente parece constituir una contradicción dentro de la lógica smithiana. Es que si tenemos en cuenta que para este autor la renta y el capital intervienen como retribuciones naturales a aquellos sectores que aportan a la formación de la riqueza ( es decir, que intervienen en la producción de las mercancías aportando sus capacidades específicas “naturales”) podemos entender su análisis como la participación de tres tipos de propietarios que intervienen en la formación del valor . Además, para Smith el trabajo incorporado es trabajo asalariado y por lo tanto trabajo exigido. La producción de mercancías “exige” un trabajo valorizado en términos de la forma precio del valor del trabajo es decir en términos de salario, al capital también se le exige un “sacrificio” del ahorro; con respecto a la renta dirá: “A los terratenientes, como a todos los demás hombres les gusta cosechar donde nunca sembraron y demandan una renta hasta para su producto natural” . (op. cit: 58) Esta justificación de la renta en tanto demanda de una retribución por la tierra sólo se sostiene por el presupuesto de que la propiedad legal de la misma es consustancial a determinados agentes (los terratenientes). Es así también que se analogiza la noción de propiedad (en tanto derecho del agente al usufructo) con propiedad en tanto capacidad propia de aporte del agente a la producción de mercancías. Esta analogía no es exclusiva de A. Smith. Recorre todo el horizonte fisiocrático (tal como se lo ha observado anteriormente) y se inscribe en los principios filosóficos de J. Locke en torno al tema: “La hierba que ha comido mi caballo, la tierra que ha labrado mi siervo, el mineral que yo he extraído de un lugar sobre el que tengo derechos no compartidos por nadie, se convierten en mis propiedades sin designación ni consenso de nadie. Es mi trabajo (sic) lo que ha sido mío, es decir, el mover aquellas cosas del estado común en que se hallaban es lo que ha determinado mi propiedad sobre ellas” (Citado por U. Cerroni ; 1977:271) La exigencia de la producción de mercancías es entendida por A. Smith y los clásicos ante todo como una exigencia moral en tanto que supone a la circulación de los bienes como el basamento de toda riqueza. Sin embargo una moral que ya no era explicada en términos religiosos o de un deber ser del estado o autoridad pública sino inscrita en el orden natural al que necesariamente tienden las acciones de los individuos o agentes independientemente de alguna voluntad exterior a sus propios intereses. Es este nuevo modelo de moralidad el que se constituye en la base para una medida natural (como hemos visto) del valor. ( 26) Es esta necesidad de medición la que se transforma en la explicación del valor del trabajo o, en términos de Marx: “El valor se convierte aquí (en A. Smith) en medida y explicación del valor, se trata por lo tanto de un círculo vicioso (cercle vicieux)” (1979:62) Es decir, en la medida que la mercancía es la forma predominante de la producción capitalista, el valor del trabajo surge explicado desde el hecho (social por cierto) de que sólo puede ser evaluado, medido, valorado en términos de salario. Hemos planteado que algunos analistas de la historia de la teoría económica que discuten las propuestas de A. Smith lo hacen resaltando la contradicción señalada anteriormente. Siguen en tal sentido a lo que ya había indicado al respecto D. Ricardo: primero parece asumir (A. Smith) un patrón de medida del valor, el tiempo de trabajo necesario, y luego plantea otra, la cantidad de trabajo que compra una mercancía. Pero mas allá de la pertinencia o no de este señalamiento la única noción de valor que puede encontrarse sobre el trabajo en toda la economía clásica es la de cantidad necesaria de trabajo que resulte suficiente para la producción de mercancías. Es que el trabajo contenido en el horizonte clásico no es otra cosa que trabajo exigido por la producción de mercancías ya que si la medida del valor trabajo está dada por el valor de los bienes que intervienen en la reproducción física del trabajador, como veremos, entonces lo que contiene una mercancía será un conjunto de capacidades del trabajo exigidos por la producción de las mercancías. No es el trabajo el que exige la compensación de su aporte a la producción sino es la exigencia del capital, que al comprarlo como mercancía, usufructúa su valor de uso y lo remunera a una tasa de cambio (salario) que presupone una determinada reproducción física como garantía para dicho usufructo y sin la cual desaparecería toda capacidad de compra de dicho trabajo. Esta reproducción física no está dada por determinadas relaciones naturales sino sociales como propondría Marx, es decir por las características de la forma mercancía que determina no únicamente la cantidad necesaria de trabajo sino la necesidad misma de medir a este en términos de su valor de cambio: la cantidad de la mercancía trabajo que compra cualquier otra mercancía. Lo expresado se vincula con lo anticipado en la introducción en torno a la teoría de los tres factores. Ciertamente, el modelo de la economía política fisiocrática y smithiana es también circular puesto que parte de una noción de sociedad organizada en clases (y las clases concebidas como ordenamientos sociales) que si bien tienen intereses específicos, la persecución de dichos intereses no implica emergencia de conflicto alguno. Mediante la libre circulación de sus productos y capacidades, la tendencia que genera el proceso de oferta y demanda es hacia el orden, como se dijo un orden natural. Precios altos o bajos por encima de la retribución “natural” ( heredera de la noción medieval-cristiana de “precio justo” aunque expresada en códigos de la física social inaugurada por la economía política) de los factores y precios tenderán a equilibrarse por esa mano invisible que ya no es la de Dios sino una supuesta capacidad de los mercados de regular los desequilibrios sociales. Respecto a la caracterización de lo que es trabajo productivo e improductivo, A. Smith difiere de los fisiócratas en tanto que intenta señalar la capacidad de producir riquezas que posee la manufactura. Recuérdese al respecto que la producción industrial en Francia era esencialmente de tipo artesanal y los artesanos considerados como la clase estéril. Por el contrario, reflexionando en pleno proceso de desarrollo de la producción en los talleres manufactureros A. Smith intentará proponer que es precisamente el trabajo industrial el que genera excedentes. En relación a esto,
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