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Psico del Trabajo y las Organizaciones_ Informe 2 - Claudia Ahumada Parraguez

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Universidad de Santiago de Chile
Facultad de humanidades
Escuela de Psicología
Psicología del Trabajo y de las Organizaciones
Migración y trabajo, repercusiones para el empleo en Chile
Claudia Ahumada, Joel Martínez, Pablo Sepúlveda
Profesor Sebastián Letelier
02/05/22
Introducción
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (s.f.), “la migración puede definirse de diferentes formas. La definición más aceptada en la actualidad indica que la migración es el cambio de residencia que implica el traspaso de algún límite geográfico o administrativo debidamente definido”.
Es un fenómeno complejo que se inserta dentro de los procesos de movilidad de las personas e implica a una multiplicidad de aspectos económicos, sociales, psicológicos, de seguridad, etc., que afectan nuestra vida cotidiana en un mundo interconectado, y que además se enlaza a las diferencias sustanciales de las distintas zonas del mundo y se reconoce como un derecho que debe garantizar un afrontamiento adaptativo de las personas y/o grupos a situaciones adversas -hambre, guerras, mejoramiento de la calidad de vida etc. (Martinez y Martinez, 2018).
Actualmente, alrededor de 281 millones de personas (aproximadamente el 3,6% de la población mundial), viven fuera de sus países de origen (ACNUDH, s.f.), siendo la migración intrarregional la que ha cobrado fuerza durante los últimos años, viéndose potenciado por los acuerdos regionales que buscaban su integración, así como también la promoción de los derechos de la población migrante (Migration Data Portal, 2021). Hasta 2021, los datos apuntan a que en América del Sur se registraron 4,1 millones de personas en calidad de refugiados y migrantes (predominantemente provenientes de Venezuela), repartidos entre Colombia, Perú y Chile en un 43%, alcanzando en este último una cifra de 455.500 personas. (R4V, 2021, citado por Migration Data Portal, 2021)
Dentro de las razones que existen para explicar las cifras anteriores, destacan las condiciones políticas, económicas, laborales, situaciones de narcotráfico, así como también el pobre acceso para satisfacer necesidades básicas como atención médica y alimentación. (Migration Data Portal, 2021)
Por otra parte, la migración extrarregional también ha visto un alza en sus cifras, aumentando significativamente la población migrante proveniente de Asia y África, esto debido a las medidas que se han tomado tanto en Europa como en Estados Unidos, relacionadas con sus políticas restrictivas. (OIM, 2021, citado por Migration Data Portal, 2021)
En Chile, según los datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en el año 2020 la población extranjera alcanzó la cifra de 1.462.103 personas, significando un alza de un 0,8% con respecto al año 2019 y de un 12,4% respecto a 2018 (Godoy, 2021), lo que definitiva e irremediablemente tiene un impacto, ya sea negativo o positivo (o ambos), en el mercado laboral del país y, por supuesto, en las subjetividades de las personas y la sociedad en general.
Esto último, ha permitido un desarrollo teórico y metodológico desde distintas disciplinas de las Ciencias Sociales, a saber, la demografía, sociología, antropología, ciencia política, derecho y psicología (Stefoni, 2017). Y aunque esta última se incorporó más tarde que otras ciencias sociales en el estudio de los procesos migratorios, se ha evidenciado en las tres últimas décadas un importante desarrollo teórico e investigativo (Martinez y Martinez, 2018).
Es por eso que en el presente trabajo, se hará una descripción del contexto histórico de la migración en Chile y su enlace con el desarrollo de conceptos teóricos de la psicología a partir de una revisión sucinta de investigaciones y artículos de la subdisciplina, además de una entrevista con un profesional con experiencia en la temática de migración y el trabajo.
Inicio de los procesos migratorios en Chile
Desde una perspectiva histórica, la migración ha estado presente a lo largo de toda la historia de la República de Chile. Si bien en un principio fue asociada a los aportes realizados por personajes ilustres provenientes del extranjero, como es el caso del geógrafo francés Claudio Gay y el empresario británico John Thomas Nort, esta noción fue cambiando a mediados del siglo XIX e inicios del siglo XX con los proyectos de colonización del sur de Chile, los cuales respondieron al deseo de poblar y explotar ciertas regiones de Chile (Cano y Soffia, 2009). 
Esto sentó las bases para lo que se esperaría de los procesos migratorios futuros, traer mayor éxito económico y “gente mejor”, todo esto inserto en una lógica eurocentrista, como se observa en la diferencia de trato por parte del Estado hacia estos migrantes y los de otras latitudes. Claro es el ejemplo de los inmigrantes árabes y asiáticos que llegaron en ese período, los cuáles se enfrentaron a la falta de ayuda estatal, discriminación y rechazo generalizado. Sin embargo, registraron un enorme apoyo económico gracias al desarrollo de industrias que no se habían explorado aún en Chile (Cano y Soffia, 2009).
En el plano intrarregional, la migración se dió mayoritariamente con países fronterizos, como lo son Argentina, Perú y Bolivia. En el caso de estos últimos 2 países, el proceso se vió fortalecido luego de la incorporación de territorios luego de la Guerra del Pacífico y su proximidad con la industria predominante de esos años, la explotación del Salitre (Rodríguez, 1982, citado por Cano y Soffia, 2009). En el caso de la migración proveniente de Argentina, se le otorga un carácter espontáneo, en donde se registraron movimientos dependiendo de los circuitos económicos y laborales (Norambuena, 2005, citado por Cano y Soffia, 2009).
La gran transformación del proceso migratorio vino con el golpe de Estado del año 1973 y el establecimiento de la Dictadura, tras lo cual se cerraron las fronteras hasta mediados de 1980. Esto desincentivó el proceso migratorio intrarregional, e incluso, Chile adquirió un carácter expulsor de población (Araujo et al., 2002, citado por Cano y Soffia, 2009). Otro punto importante a destacar es que, es en este período de tiempo en el cual se establece el Decreto de Ley de Migración y Extranjería (1975), la cual se encuentra permeada por orientaciones policiales, de control y bajo una doctrina de seguridad del territorio, incluso prohibiendo la entrada al país a extranjeros con reputación de agitadores o activistas de ciertas doctrinas, todo esto contenido en su artículo 15 n°1 (Aranda et al., 2020). Los primeros trámites oficiales para la derogación de esta ley, y posterior publicación de la que sería la actual Ley de Migración y Extranjería (2021) comenzaron el año 2013, donde, bajo los argumentos de carencia de principios orientadores, derechos y deberes, categorías migratorias insuficientes, institucionalidad débil, omisión de toda referencia a los chilenos en el extranjero, revalidación de títulos profesionales y límite a los trabajadores extranjeros, entre otros, se buscó modernizar un marco normativo que estuvo vigente por 46 años (BCN, 2021).
Vuelta a la democracia y migración
Es a mediados del año 1990 que el flujo migratorio hacia Chile se fortalece, esto debido a el contexto histórico de fin de la Dictadura militar, vuelta a la democracia y una percepción optimista del futuro económico (Cano y Soffia, 2009). Este flujo migratorio consistió principalmente de Peruanos, Bolivianos y Ecuatorianos, sin embargo, la nueva realidad de los trabajos creados en ésta época serían con bajos salarios, no calificado y con nulo acceso a seguro social y a pensiones (Saavedra & Arias 2007, García 2007, CEPAL 2009a, citado por García y De Oliveira, 2011). 
Para el año 1992, y según el Censo de dicho año, el 0,8% de la población correspondía a extranjeros residentes en Chile, cifra que aumentó a 1,2% de la población total al año 2002, en su mayoría provenientes de Perú, Bolivia y Ecuador (INE, 2003). En el caso particular de los inmigrantes Peruanos, cabe destacar su gran feminización, alcanzandoun 63% de mujeres y un 37% de hombres, además, existe una segmentación laboral que invisibiliza su preparación educativa. 
La investigación Chilena en este tema revela que la mayoría de las mujeres migrantes peruanas trabajan en su mayoría en el servicio doméstico, mientras que los hombres en construcción y comercio ilegal (Stefoni, 2002). Investigaciones cualitativas en base a testimonios de migrantes en este periódo de tiempo revelan prácticas de trabajo similares, servicio doméstico puertas adentro como la forma de trabajo predominante, como también indicios de los procesos de aclimatación y constitución de familia como pilares de la inserción social (Stefoni, Bonhomme, 2014).
Con el paso del tiempo, el trabajo migrante se diversifica, y ya en el año 2017, se encuentra mayor participación en los sectores de servicio, como en comercio (al por mayor y menor), hoteles, restaurantes y en establecimientos financieros y seguros, como también baja su participación en servicios comunales, sociales, agriculturales, caza y silvicultura (Fuentes, Vergara, 2019). Análisis realizados entre los años 2006 y 2017, declaran que los migrantes, en este periódo de tiempo, recibieron ingresos promedio mayores que los locales por trabajos similares por alrededor de un 11%, sin embargo, esta brecha se fue cerrando y finalmente converge con el ingreso local para el año 2017, de esta forma, los migrantes presentan mayor proporción de empleo indefinido, y además, trabajan mayor cantidad de horas en comparación con los locales (Fuentes, Vergara, 2019). 
Con respecto al impacto de la migración en el trabajo chileno, Urria (2020) señala que este fenómeno ha contribuido al crecimiento constante de los salarios, justificado principalmente por la especialización migrante en ocupaciones de menor calificación, lo que liberó presiones competitivas entre chilenos y extranjeros, destacando que esto ayudó a potenciar la participación laboral femenina y crecimiento en la productividad, sin embargo, se destaca que esta especialización se debe principalmente a barreras idiomáticas y a las dificultades presentes a la hora de convalidar títulos extranjeros (Urria, 2020). En el ámbito fiscal, Urria (2020) señala que el trabajo migrante ha proporcionado mayor capacidad fiscal al generar más ingresos que gastos, destacando que la población migrante contribuye altamente a los ingresos debido a su alto nivel de ocupación, su estructura etaria (al estar, en su mayoría, en edad de trabajar) y su mayor nivel de capital humano (Urria, 2020). Cabe destacar que en los flujos migratorios de estos últimos años destaca la gran migración Venezolana, Peruana y Haitiana, las cuales se concentran en mayor número en la comuna de Santiago, Antofagasta e Independencia, sin embargo, las comunas que más han crecido en términos absolutos en este tema entre los años 2018-2020 son Santiago, Estación Central y San Miguel (INE, 2021).
Trabajo y migración
Según estudios revisados, el promedio de años de formación de la población migrante es mayor a la chilena, siendo la primera de 12,6 años y de 10,7 años la segunda (CASEN, 2013, citado por Rojas y Silva, 2016). Sin embargo, las cifras indican que la mayoría de estos no se encuentra trabajando en empleos asalariados en el sector público, pues solo el 0,7% corresponde a personas extranjeras, mientras que un 22,2% se desempeña dentro del servicio doméstico (Bravo, 2016). 
Lo anterior se explica debido a que la población chilena se encuentra más reticente y menos disponible a realizar determinados trabajos, pues el desarrollo económico del país ha ido en aumento en comparación a otros de la región (Bravo, 2016), lo que ha influido, también, que los trabajadores extranjeros se inserten en mercados laborales precarios, debido a la falta de opciones de acceder a mejores trabajos, pues el estatus migratorios junto con la racialización, la edad y el género son factores que determinan las divisiones del trabajo y las estratificaciones del mismo (Stefoni et al., 2017).
Sin embargo, en empleos que requieren de mayor calificación, las cifras informan que la proporción de migrantes y chilenos es muy similar (Bravo, 2016).
Lo anterior ocurre, aun cuando las evidencias sustentadas en un estudio de Boubtane (2016, citado por Bravo, 2016) afirman que los países de las OCDE que han recibido inmigración dentro de sus fronteras hayan recibido un impacto positivo en sus economías, incrementando su productividad.
Psicología y migración
En la literatura, se puede encontrar que la psicología se ha centrado principalmente en las consecuencias y factores psicosociales que afectan a las personas migrantes (Salgado de Snyder, 1996, Ruiz-Martinez 2012, Martinez-Martinez, 2018). Dentro de estos destacan los procesos de aculturación, el estrés aculturativo y la resiliencia.
Primeramente, la aculturación se entiende “como el proceso mediante el cual las personas cambian como resultado del contacto con otra cultura, además de participar en los cambios generales de su propia cultura” (Berry, 2001 citado en Nina-Estrella, 2018, p. 30). Este proceso puede caracterizarse por un lado, a partir de los cambios culturales (adaptación sociocultural) y psicológicos en sujeto migrantes, y por otro lado, a partir de las etapas (Llegada a nueva cultura, percepción de dificultades y negociación/aceptación) que las sujetos o familias migrantes pasan (Nina-Estrella, 2018). 
Las distintas situaciones dentro del proceso de aculturación conllevan ciertos grados de dificultad y carga de estrés significativa para las personas migrantes. Lo cual habilita la comprensión del estrés aculturativo, el cual refiere a las experiencias de migrantes carentes de recursos para sobrellevar los problemas y desafíos dentro en el proceso de aculturación (Nina-Estrella, 2018).
Este concepto también refiere a la reacción emocional ante la evaluación de eventos específicos de la vida del sujeto migrante, produciendo diferentes niveles de estrés y afectando de manera fisiológica, conductual y en su sintomatología subjetiva (Nina-Estrella, 2018). Aunque pueden llegar a ser múltiples, los principales estresores tienen que ver con la pérdida de estatus, los estereotipos, la discriminación percibida, etc., los que pueden llegar a ser nocivos para el bienestar del sujeto migrante (Nina-Estrella, 2018).
Por último, junto con el estudio las estrategias de aculturación de los migrantes también se ha estudiado la Resiliencia, concepto que define como un proceso dinámico de adaptación y de reacción conductual positiva, tanto individual como familiar, como respuesta a un contexto significativo de adversidad, lo que implica la posibilidad de erigir fortalezas y desplegar recursos, habilidades, capacidades y/o acciones para afrontarla (Nina-Estrella, 2018).
Asimismo, para esta autora existen diferentes factores que favorecen que la persona supere de forma positiva los efectos del acto de migrar, tales como la satisfacción de las necesidades afectivas y sociales, la aceptación, la consideración, el reconocimiento, la comunicación, la participación comunitaria, entre otras; que posibilitan que la persona se desarrolle con normalidad en la vida laboral y social (Nina-Estrella, 2018).
Dentro de las investigaciones que trabajan estos conceptos se destacan la de Salaberria y del Valle (2017) en donde indagan la sintomatología de estrés migratorio destacando niveles altos de estrés en migrantes (mujeres más que hombres) latinoamericanos en España, reflejando síntomas depresivos, ansiosos y psicosomáticos, además de bajo niveles de autoestima.
Por otro lado, Fajardo et al. (2008) hace una revisión respecto al concepto de aculturación y su interacción de con la salud mental de los migrantes, a partir de diversos modelos teóricos, como el multivariado, en donde se toma en cuenta la predisposición del sujeto migrante y su interacción con el estrés externo sufrido por dificultades nacientes al frente en la nueva sociedad.
Finalmente para el concepto de resiliencia se destacan investigaciones como la de Farleyet al. (2005) en donde el humor puede regular el estrés, además de replantearse el acto de emigrar de manera positiva, la religión, y el proceso efectivo de adaptación contribuye a contrarrestar la adversidad.
Ahora bien, diversos autores han señalado la importancia de los factores psicosociales como determinantes de la salud laboral de los trabajadores (Peiró y Bravo, 1999). Estos debían tomarse en cuenta para la prevención riesgos laborales planteándose por la necesidad de mejorar las condiciones de trabajo con el fin de prevenir los riesgos nocivos para la salud mental, por lo que se hacía menester la realización del análisis y evaluación de riesgos, en especial los debidos a factores psicosociales y organizativos (Peiró y Bravo, 1999).
Prontamente los estudios e instituciones pasaron a preocuparse por los riesgos psicosociales: “aspectos del diseño de la organización, la dirección del trabajo, y el entorno socio-laboral, que tienen la capacidad de causar daños físicos, psicológicos o sociales en la organización (Cox y Griffiths, 1995 citado por Moreno et al. 2005, p. 21). Sin embargo, se subrayaba “la necesidad de contextualizar y situar la investigación realizada en los ámbitos laborales y organizacionales, debido a los riesgos que podía entrañar la simple importación de los modelos de las ciencias sociales de una sociedad a otra” (Alcover y Crego, 2008, p. 278).
Por tanto, se hacía necesario enfoques específicos que comprendan la gran pluralidad de la población trabajadora y sus otras facetas vitales estilos de afrontamiento y factores de personalidad (Alcover y Crego, 2008).
Todo lo anterior, llevó a que desde la psicología organizacional se haya planteado un enfoque psicosocial, en el cual el estudio del comportamiento humano en el trabajo es comprendido a como producto devenido de un contexto social, en donde se enfatizan roles, estatus, una cultura e influencias de diversa índole -políticas, económicas, tecnológicas, etc. (Velázquez, 2012).
Siguiendo la línea de lo dicho, la migración comprende un fenómeno y contexto social interesante en el estudio de factores psicosociales en el ámbito laboral. Moya y Puertas (2008) reporta algunas investigaciones que describen algún aspecto psicosocial que impactan en los migrantes en España, como la asignación de trabajos a partir de estereotipos relacionados con el genero o etnia, la precariedad laboral, la discriminación, entre otros.
Por su parte, Martinez y Martinez (2018) mencionan factores psicosociales como la falta de dominio del idioma, escasos hábitos en el uso de servicios, etc. que no permiten el acceso a servicio comunitario y de protección social a migrantes, lo que deriva en exclusión social. Asimismo, menciona el modelo de atención basado en la competencia cultural, en la cual “conjunto congruente de comportamientos, actitudes y políticas que confluyen en un sistema, organización, o entre los/as profesionales que les permitan trabajar de manera efectiva en situaciones multiculturales” (Cross et al. 1989; Martinez y Martinez, 2018 p, 100) 
Ahora, los diversos contextos de migración latinoamericana que se han dado en este último tiempo han profundizado los estudios para cada país, siendo Chile uno de los más atendibles, ya que se ha transformado en un país emergente en términos de atracción de migrantes (Stefoni y Stang, 2017).
Psicología y migración en contexto chileno
En primer lugar, se debe mencionar que los primeros atisbos de investigación con respecto a la Migración en Chile comenzaron a mediados de la década de 1960, principalmente a cargo de los sociólogos y concentrada en la movilidad ocupacional (Torche, 2014), por otra parte existe otra corriente que se concentró principalmente en los procesos de exilio y repatriación (Santillo, 1986, citado por Cano y Soffia, 2009), como también en analizar el impacto de los colonos europeos en el desarrollo económico (Mires, 1986, citado por Cano y Soffia, 2009). 
Si bien esto se refiere a un nivel de análisis, estas investigaciones se apoyan en lo cubierto por los historiadores del siglo XX, quienes se encargaron de documentar los movimientos migratorios de las distintas comunidades, atendiendo con especial cuidado la fuga de intelectuales desde Chile e identificando dos procesos mayores: La tendencia mundial a la emigración del 1950 (Gutiérrez y Riquelme, 1965; Kondratiev, 1975 citado por Cano y Soffia, 2009) y la dictadura en Chile de 1973 (el posterior exilio y repatriación) (Orrego, 1986; Wood, 1994, citado por Cano y Soffia, 2009). 
No es sino hasta la década de los ‘90s en donde las ciencias sociales comenzaron a hacer aproximaciones a la migración mediante el análisis del flujo migratorio, el cuál se dinamizó gracias a la apertura de las fronteras, los buenos prospectos económicos y la vuelta de la democracia (Cano y Soffia, 2009).
En efecto, el incremento de la migración “comenzó a generar preguntas respecto de quiénes eran las personas que estaban llegando al país, cuáles eran sus motivaciones, cómo se insertaban en términos laborales, sociales y culturales, y cuál era la respuesta de la sociedad chilena” (Stefoni y Stang, 2017, p. 112).
Una revisión hecha por Soto-Alvarado (2020) muestra lo último señalado, pues menciona que los estudios sobre migración en este siglo han estado enfocados en: las causas de la migración, patrones y flujos migratorios; la integración, adaptación y forjamiento de la identidad en el mercado laboral y en la vida social chilena; la racialización y discriminación y las mujeres migrantes. Todos llevados a cabo en poblaciones de migrantes ecuatorianos, peruanos, bolivianos, colombianos, dominicanos y haitianos. 
Actualmente, según Tijoux et al. (2021), las personas se han visto obligadas a migrar por diversas razones, exponiéndose a situaciones de precarización laboral, incertidumbres y a políticas restrictivas de lógica securitaria. Asimismo, pueden ser víctimas de discriminación de las personas chilenas, quienes mantienen la creencia de que “roban el trabajo”, tildándoles como una amenaza.
Hoy en día, existen las labores que son designadas especialmente a personas migrantes, desde donde, Tijoux et al. (2021) enuncia que hay investigaciones que proponen dos tipos de diagnósticos referente a los efectos que tiene la inmigración en el mercado laboral chileno: “la inmigración tiene efectos no significativos o pequeños en los salarios en el país de acogida” (Fuentes y Vergara, s.f., citado por Tijoux et al., 2021, p.3) y “los inmigrantes sí afectan en forma significativa a los trabajadores locales” (Ibis, s.f., citado por Tijoux et al., 2021, p.3).
Por otro lado, el trabajo entre inmigrantes y chilenos no posee diferencias significativas en relación a los niveles de ocupación ni tiempos de búsqueda de este, pero como ya se ha mencionado, sí en los sectores donde estos trabajan, pues estos ocupan los puestos que los chilenos ya no desean ocupar, caracterizándose por sus condiciones de precariedad, subcontratación e informalidad (Tijoux et al., 2021).
Ahora, el abordaje que se hace de la relación entre migración y trabajo, específicamente desde la psicología, es muy escueto. No obstante, se pueden mencionar investigaciones como la de Mera-Lemp et al. (2019), en la cual establece una relación entre la discriminación, la empleabilidad y el bienestar psicológico de inmigrantes latinoamericanos en la región del Bio-bio. 
En este estudio se encontró, que pese a la baja percepción de discriminación por parte de los inmigrantes, esta se relaciona significativa y negativamente con el bienestar psicológico, evidenciando los recursos de los participantes para enfrentar la discriminación como parte del proceso migratorio (Mera-Lemp et al., 2019). 
Asimismo, se mostró no solo relaciones significativas positivas para la empleabilidad y el bienestar psicológico; y negativas para la empleabilidad y la discriminación, sino que la empleabilidad -que refiere a la percepción y valoración de las personas de sus habilidades profesionales para alcanzar posibilidades de empleo,así como la adapatación para los cambios laborales- funciona como un mediador parcial entre el bienestar y la percepción de discriminación, “mitigando los efectos negativos de la percepción de ser tratado de manera injusta por el hecho de ser inmigrante en el bienestar psicológico” (Mera-Lemp et al. 2019, p. 233).
 
Referencias
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