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Ensayo sobre la Muerte (Laberinto de la soledad)

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MORELOS
FACULTAD DE ARTES
ENSAYO SOBRE LA MUERTE
ENSAYO SOBRE LA MUERTE
Introducción
Todos santos, día de muertos.
 “El tiempo deja de ser sucesión y vuelve a ser lo que fue, y es, originariamente: un presente donde pasado y futuro al fin se reconcilian”[footnoteRef:1]. [1: Octavio Paz, Laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, 1972, p.42.] 
El presente ensayo es una comparación entre la concepción del mexicano sobre la muerte en la década de los 50’s y la actualidad, tomando como base de conocimientos otro ensayo de gran importancia: el laberinto de la soledad, del ilustre Octavio Paz. Este trabajo abarca un tema en específico de todo el libro de Paz, que es precisamente el de la concepción de la muerte. Lo mencionado sobre la mentalidad actual sobre la muerte está basado en mi observación y criterios personales, creando una polémica que considero interesante, con lo que fue el punto de vista de Octavio en esa época. No emito ningún juicio de valor sobre quien está en lo correcto y quien no, al fin y al cabo ambas son sólo opiniones engendradas desde muy diversas condiciones sociales, ambientales y hasta teológicas.
El mexicano siempre ha tenido la inminente necesidad de abrirse en las festividades de su lugar de residencia, arriesgándolo todo por ellas, haciendo grandes inversiones en dichas fiestas de los santos patronos, aunque sea un pueblo pobre.
A diferencia de las ceremonias de las ciudades, que se conforman de grandes aglomeraciones pero subdivididas en pequeños grupos, es decir, nunca se vive una comunidad. Lo que antaño constituyó un momento de excesiva especialidad (casi un ritual), en el momento de las grandes reuniones por el motivo que fuera, hoy en día, y sobre todo en la ciudad, se reducen a una convivencia entre miembros de un grupo muy reducido. Aunque se encuentren en una plaza abarrotada de gente, siempre habrá una distancia entre el “nosotros” y el resto de las personas que cohabitan en el mismo lugar; no hay relación, no hay comunión ni convivencia.
En las fiestas, el mexicano ve la oportunidad de abrirse al mundo. Busca librarse de todo el silencio que con pesar cargó sobre sus hombros el resto del año, no importa si incurre en malos actos; quiere sobrepasarse, quitarse el sabor a soledad y el aislamiento que lo contraría.
Ante esta actitud, algunos sociólogos franceses piensan que semejantes derroches son una muestra de opulencia inexistente o un llamado a la opulencia misma: dinero llama a dinero. Todo atrae a su contrario (el año nuevo es también celebración del año que está por venir).
En las fiestas reina el caos, todo el orden establecido el resto del tiempo se desvanece para dar lugar a una orgía de intereses, fuegos artificiales, desinhibiciones, etc. El mexicano se quita su máscara para vestirse con una careta libre de prejuicio, libre de tensiones y preocupaciones. La sociedad se niega a sí misma; se burlan de sus Dioses y rompe sus propias normas y leyes, se desfoga, se renueva.
La fiesta es una ocasión para sumergirse de lleno en aquello que los ha creado: la sociedad. Ella es negada en cuanto a sus formalidades pero a la vez aceptada en cuanto a revitalizadora y recreadora de sí misma. Es el momento adecuado para expresar aquello que está vetado, que se nos prohíbe o que ocultamos por temor a ser juzgados y despreciados; es el momento para abrirse; es la activa participación de los integrantes; es el desahogo del mexicano; es vida y muerte al mismo tiempo; es diversión y es duelo.
Así ha sido funcionado la sociedad y hasta el momento, esas leyes de convivencia siguen vigentes, quizá sin ser tan desenfrenadas pero no por eso menos latentes.
Se tocó el tema de la muerte. La percepción de la muerte es quizá una de las mayores distinciones entre el mexicano y el resto de las culturas, es un vaivén interminable entre la creación y la destrucción. 
Si la muerte carece de sentido, también lo hace así la vida. Una depende de la otra. “Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos”[footnoteRef:2]. [2: Ibid., p.48.] 
El antiguo concepto de muerte para los aztecas concebía a la misma como una parte cósmica de un ciclo que integraba la vida. Consistía en la prolongación de la vida en la muerte y viceversa. Un sacrificio constituía un pago a los Dioses por la vida que se nos fue otorgada y a la vez era el alimento de la vida cósmica y social. Ni su vida ni su muerte les pertenecía. 
Los aztecas regían la vida por la religión y el destino, como nosotros lo hacemos por la moral y la libertad. Para los aztecas el hombre no tenía capacidad de decisión, todo estaba preescrito en el destino y el mayor misterio consistía en descifrar el que se les había otorgado. Sólo los Dioses podían elegir y por lo tanto pecar. Esto contribuyó en demasía para la conquista española: la traición de los Dioses. 
Los Mexicas concebían el sacrificio y la vida como una colectividad, jamás veían por la salvación personal (como el Cristianismo), sino que la sangre ofrecida en los sacrificios se derramaba en pos de conservar el orden cósmico, la continuidad de la creación.
Para los cristianos, la redención es personal y está depositada la salvación en cada uno de los individuos que componen la sociedad. No hay noción de colectividad.
Ambas posturas se concilian en la perspectiva de prolongar la vida en la muerte misma, ya sea colectiva o individualmente. La vida sólo trasciende cuando se realiza en la muerte.
En la sociedad moderna, la gente actúa como si la muerte no existiera. En un mundo de sucesos, el morir es sólo un suceso más. Como es un hecho desagradable, todos gira en torno a la opresión de la misma: la publicidad, los ideales, la vida cotidiana, etc. La gente se esmera por conservar su calidad de “vida”, por negar aquella instancia inexorable que se llama, guste a quien le guste, Muerte. Hoy en día existen hasta ciencias dedicadas únicamente a preservar la especie pero como concepto individual, a preservar la unidad de ser humano. Se invierten demasiados esfuerzos por apelar a una vanidad, a un egocentrismo o a un miedo incontrolable por la imposibilidad de aceptar que algún día, aquello que has logrado reunir durante tu existencia, desaparecerá. De polvo provenimos y al polvo regresaremos. Es inevitable.
Sin embargo, a pesar de lo evidente que es esta situación, en la mayoría de los países nadie habla de muerte, debido a ese temor inminente. El mexicano al menos, quizá también lleno de esos mismos miedos, se atreve a burlar a la muerte, juega con ella, vive con ella, la enfrenta día a día, la encara. “La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida”[footnoteRef:3]. El mexicano se cierra ante ambas, jamás se entrega, vive en la nada. [3: Ibid., p. 52.] 
El mexicano conserva su hermetismo aún con la muerte, sin entregarse, porque la entrega requiere un sacrificio, que alguien de y alguien reciba. La muerte mexicana carece de significado puesto que no engendra nada, existe por sí misma, por cierto egoísmo, a diferencia de la cristiana o azteca. 
La postura de europeos o estadounidenses es totalmente contraria. Ellos adulan la vida, invierten tiempo, ingenio, energía y dinero en la preservación de la misma. Mientras que por otro lado, los asesinos seriales cada vez disfrutan más de sus hazañas y se enorgullecen de ser como son, de burlar los incontables sistemas de seguridad que de una u otra manera resultan inservibles. Se dice que los asesinos en serie o en los campos de concentración no matan, suprimen. Primero se despoja al semejante de su calidad de humano, ya sea con el envenenamiento del cuerpo o del alma, y posteriormente se elimina. Octavio Paz comenta que en un mundo donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. Dicha acción de eliminación causa en el victimario una adicción. Si bien el hecho de que la víctima ya no exista crea soledad en el victimario, también es una forma de adoración a la muertey desprendimiento de la vida. Claro está, siempre de la ajena.
La vida y la muerte son contrarios que se complementan. El hombre debe abrirse a la muerte si quiere abrirse a la vida.
La fiesta y el crimen pasional, la muerte muestran un equilibrio del que presumimos injustamente, pues es sólo una máscara que teme ser desgarrada por una inesperada explosión de intimidad.
La percepción que Octavio Paz plasmó en el momento de escribir el Laberinto de la soledad, la visión que él poseía sobre el ser mexicano y enfrentar a la muerte (a mitad de siglo XX) es sumamente similar a la de hoy en día. Si bien yo considero que la descripción que hace es de un mexicano, en el sentido estricto de la palabra, un mexicano sin tanta influencia de mestizaje, hay muchas características que son innegables incluso para la visión de un joven de clase media que vive 50 años después de que ese libro se creó. 
Considero que aún hay rastro del hermetismo que se plantea inherente al mexicano (en unos mucho más intenso que en otros). Que aún el abrirse y mostrar los sentimientos es considerado como un acto de debilidad, pero sólo en ciertos casos y, sobre todo, en ciertos estratos sociales. Es innegable que, debido al mestizaje, se han engendrado 2 formas de ser mexicano muy diferentes, en apariencia. Considero que, debido a la globalización económica que se extiende a la forma de pensar y sentir, se le ha inculcado al hombre de clase media y alta la idea de que expresar los sentimientos es normal, es coherente y hasta conveniente. Cuestión que el mexicano de Paz no podría ni considerar. Sin embargo, creo que se vuelve una acción hipócrita y estrictamente social, como las festividades que fueron creadas para generar consumo mediante la invención de un sentimiento que quizá ni nos cuestionamos su veracidad, pero que sin duda alguna estamos ahí para ofrendarlo, por que así nos dijeron que debe ser. Aún así, se busca una salida más cotidiana al caudal de sentimientos, sin esperar a recurrir siempre a las festividades dionisíacas o al furor de la muerte.
Respecto a ese tema, la muerte, opino que Paz fue aún más certero. Pienso que el mexicano es único en cuanto a la relación con la muerte. En efecto, se burla de ella, juega con ella, ríe con ella, llora por, con y para ella, deja que le cante al oído en la víspera de su propia muerte. Goza con el simple hecho de pronunciar la palabra, pues le parece dulce remedio a la vida que se les fue otorgada sin que ninguno de ellos si quiera lo pidiera así. Aún así y, repito, sobre todo en la ciudad, se ha perdido aquel aspecto de adoración a la muerte. Quizá porque comenzamos a tomarle aprecio a la vida, quizá porque ni nos interesa comprender que es eso a lo que le llaman muerte y por lo tanto el tema nos trae sin cuidado. O, simplemente, porque el joven es el ser con absoluta comprensión que se encuentra más alejado de la muerte, viendo toda la vida por delante y, como el ideal humano actual reside en conservar el mayor tiempo la calidad de juventud (precisamente por negación a la muerte), entonces no hay aparente necesidad de tocar el tema, se está siempre lejos de alcanzar el final.
Conclusión
En suma, el mexicano, sobre todo las clases media y alta, han cambiado con el curso de los años. Cambió su estructura emocional y racional pero gran parte de dichos cambios son sólo apariencia. Aunque algunos se empeñen en negarlo, nuestra individualidad y colectividad son producto de la sociedad que nos rodea, de nuestra percepción de la misma (ya sea impuesta o un poco más analizada), del mestizaje, pero, y sobre todo, del mexicano que Paz describe. Hay mucho de verdad en ese texto aunque algunos aspectos hayan cambiado. Y si acaso hay alguien que no sintió ningún tipo de afinidad con lo ahí descrito, al menos encontró una buena referencia para comenzar a descubrir qué lo llevó a ser tan diferente del mexicano ahí representado, ya que Octavio Paz no sólo habla de nuestro pasado no tan remoto, sino de temas que conciernen estrictamente a la especie humana, como son la identidad, el pasado, la muerte y, sobre todo, la vida misma.
El lenguaje utilizado por Octavio Paz es sintetizable en las siguientes palabras: sencillo y elegante. No recurre a la excesiva utilización de palabras redundantes, así como tampoco es coloquial, salvo para enfatizar en algunos ejemplos. En general, es un lenguaje bastante sencillo de leer; es fluido e interesante, te involucra mucho en la lectura.
Hay quienes lo consideran muy redundante. En efecto, yo no creo que sea así. Cada nuevo ejemplo es visto desde un aspecto ligeramente diferente al pasado, enriqueciendo así la opinión general. Posee la gran habilidad de mantenerte pegado al libro por bastante tiempo y comprendiendo todo, a pesar de que de repente los temas puedan parecer un poco más complicados, él logra expresarlos de una manera muy amena y agradable. Es sumamente descriptivo, sobre todo en lo que la psicología del personaje se refiere.
Bibliografía
· Paz, Octavio. Laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, 1972.

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