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Kepel, caps I y II Sobre los escombros del nacionalismo árabe: 1967-1973 Luego de la derrota de los Estados árabes durante la Guerra de los Siete Días, se dio una gran politización del islam. Pero para entender esto primero hay que comprender el contexto de cambios que habían atravesado los países árabes desde sus respectivas independencias. Un crecimiento demográfico y económico sin igual se dio en todos los países, pero para los 60’, la primera generación nacida luego de la independencia estaba adoptado la edad adulta, por lo que no tenían memorias de las luchas anticoloniales y llevadas a cabo por sus padres y abuelos y de la legitimidad que habían adoptado los gobiernos nacionalistas. Esta nueva generación, muy numerosa por la explosión demográfica, se mantenía muy lejos de los gobernantes, que no gozaban de la antigua legitimidad, y por el otro lado, no gozaban de la posibilidad de ascenso social del que gozaron sus padres. Precisamente esta generación fue la primera que logró asistir a establecimientos educativos. La tasa de analfabetismo había caído drásticamente desde la independencia, por lo que las ansias de ascenso social estaban muy presentes en esta generación. La diversa cantidad de fuentes de información también ayudó a que los jóvenes se sintieran similares intelectualmente con quienes los gobernaban. Sin embargo, esto no se traducía en el ascenso social esperado. Esto generó un resentimiento hacia las élites, a quienes acusaban de querer acaparar el poder y no dar nuevas oportunidades a los jóvenes. Por estas causas, la ideología nacionalista empezó a ser reemplazada por la ideología islamista. Este proceso fue llevado a cabo por los estudiantes universitarios, que estaban en contacto con los movimientos islamistas. Este nuevo grupo social, la Intelligentsia islamista, no constituía un grupo homogéneo con objetivos bien definidos. Lo que los unía era la búsqueda de la hegemonía política, pero sus intereses seguían siendo divergentes. Dos grupos sociales fueron particularmente fáciles de captar por los movimientos islamistas: ● La juventud urbana pobre, surgida de la explosión demográfica y de la migración hacia las ciudades ● La burguesía piadosa, las clases medias privadas del acceso a la política y económicamente controladas por regímenes militares o monárquicos. Ambos grupos tenían imágenes distintas de ellos. Los primeros le daban un contenido sustancialmente revolucionario al movimiento islamista, mientras que los segundos veían la posibilidad de sustituir a las elites en el poder, pero sin alterar las jerarquías sociales. Esta es la diferencia que se encuentra en la base de los movimientos islamistas contemporáneos. La tarea de la ideología era ocultar el antagonismo entre los intereses de sus dos principales componentes y proyectarla en una dinámica cultural y política conciliadora que les hiciera avanzar hacia el objetivo común de la conquista del poder. Sin embargo, sus contradicciones hicieron que los grupos pudieran ser penetrados por fuerzas y grupos de intereses tanto de la izquierda como la derecha, en un país determinado o a escala global. Por ejemplo, el apoyo de Estados Unidos y Arabia Saudita a estos grupos no tenía como objetivo que la juventud urbana pobre llegara al poder, sino que la burguesía piadosa pudiera contener a esa juventud revolucionaria mediante símbolos y palabras, algo que los gobiernos nacionalistas no habían podido lograr. Por el otro lado, el apoyo de la Unión Soviética y de los partidos comunistas a las juventudes urbanas pobres tenía el claro objetivo de contrabalancear a la burguesía piadosa. Los movimientos islámicos lograban movilizar a la totalidad de su base social, tanto a la burguesía piadosa como a la juventud urbana, mediante la ideología basada en la moral y en un programa social impreciso. Cuando ambos grupos se desunían, el movimiento era incapaz de obtener el poder. Surgían así distintos discursos islamistas, los radicales, de la juventud urbana, y los moderados, de la burguesía piadosa. En resumen, si los grupos se unían, lograban prevalecer y obtener la victoria, como en Irán en 1979. Sin embargo, si las elites nacionalistas lograban separar a los grupos, podían utilizarlos en su beneficio, utilizando, por ejemplo, a las juventudes urbanas, con su radicalismo, como agentes terroristas, de los cuales la burguesía piadosa sería su primera víctima. De cierta forma, tanto el nacionalismo árabe como los movimientos islamistas buscaba aglutinar a clases sociales heterogéneas, el primero, disolviéndolas en el seno de una “unidad árabe” sublimada, y el segundo fusionándolas en una Comunidad de Creyentes virtual. Con el paso de los años, el nacionalismo se dividió asimismo en dos corrientes: la progresista, con Naser en Egipto y Siria e Irak con el Partido Baazista, y la conservadora con las monarquías de la Península Arábica y Jordania. Esta “Guerra Fría Árabe” tuvo a Israel como único factor consensual, que se vio arruinada luego de la derrota en 1967. Esto llenó de cuestionamiento a las elites gobernantes. Se empezó a creer que la pérdida de la fe en la religión fue la causante de la derrota de 1967, por lo que se necesitaba restaurar al islam como religión dominante. La derrota socavó el edificio ideológico del nacionalismo y generó un vacío que tiempo después sería ocupado por el islamismo. La causa palestina se convirtió en el núcleo de los movimientos de izquierda antinacionalistas. Esta tensión desembocó en el Septiembre Negro de 1970. Los enemigos del Estado árabe no estaban en Israel, sino que estaban dentro del mismo Estado. Sin embargo, estos años dorados de la izquierda revolucionaria radical fueron cortos. No lograron cooptar adeptos más allá de los centros estudiantiles, y sus propuestas radicales atemorizaban a la clase media. El éxito del islamismo se produjo gracias a una combinación paradójica entre el miedo de unos y las expectativas frustradas de otros. Los poderes lo alentaban en contra de los izquierdistas, mientras que los jóvenes radicales restantes cambiaron su ideología por otra que les parecía más auténtica (el islamismo). Su inicio se dio en Egipto, donde el sucesor de Naser, Sadat, renunció al monopolio del Estado sobre la ideología y al control de la religión. Compensó la debilidad doctrinal de su régimen permitiendo que se expresaran actores religiosos autónomos para que neutralizaran a la izquierda. Esta relativa liberalización religiosa se oponía al estricto control político por parte del régimen. Los únicos lugares con una verdadera libertad de prensa y de ideas era en las mezquitas. La victoria del petro-islam y la expansión Wahabita: 1973 La guerra de Yom Kippur de 1973 aceleró la caída de los nacionalismos árabes. El intento por recuperar la legitimidad de los regímenes, mediante una nueva guerra con Israel, terminó nuevamente en desastre. La guerra se detuvo con el embargo de las ventas de petróleo por parte de los petro- estados. Por lo tanto, éstos fueron los verdaderos victoriosos de la guerra (Arabia Saudita, principalmente). A partir de este éxito, restringe la venta de hidrocarburos, lo que aumentó drásticamente su precio. Los inmensos ingresos le dieron una gran importancia a Arabia Saudita dentro del mundo árabe. Hasta este momento, el movimiento Wahabita no tenía mucha importancia fuera de la península arábiga. Luego de la guerra, las instituciones wahabitas cambiaron de dimensión y se dedicaron al proselitismo1 a gran escala en el universo sunita. Su objetivo era hacer del islam una figura de primera línea en la escena internacional, que sustituyera a los nacionalismos derrotados, y reducir las formas de expresión plurales de esta religión a las creencias de los señores de La Meca. Esto se extendió al mundo entero, donde las poblaciones inmigradasconstituyeron un objetivo predilecto del proselitismo saudí. La obediencia religiosa se convirtió en una clave para la distribución de ayudas y donaciones a los musulmanes de todo el mundo, para disipar las envidias que suscitaba su fortuna en contrapartida de sus correligionarios pobres de África y Asia. Se convirtieron en gestores de un inmenso imperio de beneficencia y caridad para así legitimar su prosperidad. Esto permitió defender a una monarquía débil proyectándola hacia el exterior a través de su dimensión caritativa y religiosa. También ayudó a hacer olvidar que la seguridad del reino dependía del poder norteamericano. El sistema saudí se metió con las relaciones entre la sociedad y el Estado en la mayor parte de los países musulmanes. Se proveían recursos económicos a determinados individuos, lo que les permitía aligerar sus relaciones de dependencia con respecto a las elites nacionalistas en el poder. La llegada de ingresos también favoreció a estos regímenes amenazados por la explosión demográfica, debido a que muchos habitantes se expatriaron hacia los países ricos en petróleo y en puestos de trabajo, reduciendo los problemas demográficos en los Estados nacionalistas, aliviando el desempleo. Esta migración permitió a su vez la circulación de riquezas, bienes y servicios, que escapaban al control de los Estados. Por último, garantizaron un ascenso social acelerado a la mayoría de los migrantes. Este ascenso social iba acompañado por una intensificación religiosa. Se construyeron miles de nuevas mezquitas financiadas por los petrodólares saudíes, a su vez que se expandió la forma de vida “americanizada” del golfo: se construyeron malls de consumo norteamericanos adaptados a la segregación sexual del islam. Una gran parte del ahorro de esta nueva categoría sociocultural se invirtió en el sistema financiero islámico, que intentaba captar gran parte de los petrodólares de 1 Empeño o afán con que una persona o una institución tratan de convencer y ganar seguidores o partidarios para una causa o una doctrina. los emigrados. Este nuevo grupo social consideraba que no debía nada a las elites nacionalistas que ocupaban el poder. Se conformó la Liga Islámica Mundial, con sede en Arabia Saudita, y que abrió sedes en todo el mundo, que distribuían textos doctrinales simétricos para todas las poblaciones musulmanas del mundo, para excluir a las demás corrientes islámicas. Estas concepciones fueron posteriormente usadas por los extremistas. La política de propaganda religiosa del reino tocó techo debido a que su generosidad financiera había provocado una adhesión a veces más interesada que sincera, y la wahabización fluctuó en función del curso del barril de petróleo. Además de las migraciones y de la wahabización del islam mundial, la guerra de Yom Kippur transformó las relaciones de fuerza entre los Estados árabes y musulmanes en favor de los países petroleros. Esto permitió sentar las bases de un “espacio ideológico” islámico mundial al margen de las divisiones que el nacionalismo había agudizado entre árabes, turcos, africanos o asiáticos. Todos fueron objeto de una nueva oferta de identidad religiosa que privilegiaba su calidad como musulmanes y relativizaba los demás aspectos de su vida. Por otro lado, Arabia Saudita obtuvo el control de la Organización de la Conferencia Islámica, en la que mostró su fuerte implicación para “promover la solidaridad islámica entre los Estados miembro, consolidar su cooperación y reforzar la seguridad y dignidad de los pueblos musulmanes”. A escala global, la influencia de esta institución fue débil a causa de las divisiones de sus miembros, pero sirvió de foro para identificar las causas de litigio y darles un sentido islámico, empezando por la causa palestina e institucionalizó un consenso en torno a los puntos de vista sauditas. Posteriormente se crearía el Banco Islámico de Desarrollo que financió proyectos de desarrollo en los países musulmanes más pobres y permitió la utilización de fondos provenientes del Golfo en el marco del sistema bancario islámico. Uno de los vectores de influencia saudí era el control de la peregrinación a La Meca. Permitió la reducción del coste de los transportes, permitiendo que más fieles conocieran la salvación. Esto le generaría muchos ingresos al reino. Este espectacular incremento en la cantidad de fieles provenientes de todo el mundo le permitió hacer coincidir el ideal del hajj (peregrinación a La Meca) y su realización concreta a un gran número de musulmanes en todo el mundo. Pero esto se tradujo simultáneamente por la habitación del ritual. Los wahabitas saquearon las tumbas de los imanes y de Fátima, porque consideraban que la veneración de los chiitas constituía una idolatría inaceptable. Luego, organizaron la peregrinación de acuerdo con su rito. La acogida y la organización dependían únicamente del monarca saudí. Dejó en claro el control wahabita sobre la mayor reunión anual de musulmanes del planeta, y también la más sagrada. Ésta constituía un instrumento de hegemonía esencial sobre el espacio ideológico islámico, que será luego cuestionado y debatido por la influencia iraní-chiita.
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